PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
El dedo que indica
Viernes 16 de diciembre de 2016
Fuente: www.osservatoreromano.va
El compromiso de todos los cristianos es «ser testigos de Jesús», llenar la vida con «ese gesto» típico de Juan el Bautista: «indicar a Jesús». Una «vocación» común en la que se centró el Papa Francisco en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta el viernes 16 de diciembre por la mañana.
Siguiendo el itinerario litúrgico que en los últimos tres días hizo reflexionar «sobre Juan, el último de los profetas, el hombre más grande nacido de mujer», el Pontífice profundizó el pasaje del Evangelio (Juan 5, 33-36) donde el precursor «es presentado, es mostrado como el testigo». Es Jesús mismo quien habla claramente: «Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad». Precisamente esta, destacó Francisco, «es la vocación de Juan: ser testigo».
Una vocación que la hacen aún más comprensible algunos ejemplos concretos. En efecto, Jesús, recordó el Papa, dijo que Juan «era la lámpara». Pero, explicó, «él era la lámpara, no la luz, la llama que indicaba dónde estaba la luz, lámpara que indica dónde está la luz, da testimonio de la luz». Del mismo modo, Juan «era la voz», tan así que él mismo «dice de sí: “Yo soy la voz que grita en el desierto”». Pero no era la Palabra, «él era la voz que da testimonio de la Palabra, indica la Palabra, el Verbo de Dios. Él sólo es voz». Y así el Bautista que «era el predicador de la penitencia» dice claramente: «Aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, es más grande que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo». Resumiendo: «Lámpara que indica la luz, voz que indica la Palabra, predicador de penitencia y alguien que bautiza indicando a quien verdaderamente bautiza en Espíritu Santo». Juan, concluyó el Papa, «es lo provisional y Jesús es lo definitivo. Juan es lo provisional que indica lo definitivo».
Pero precisamente esta provisionalidad, este «ser para», es «la grandeza de Juan». Un hombre «siempre con el dedo allí», indicando a otro. En efecto, en el Evangelio se lee que «la gente se preguntaba si Juan no era el Mesías. Y él, con claridad: “Yo no soy”». Y también cuando los doctores, los jefes del pueblo hicieron que les pregunten: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Él siempre repitió: «Yo no soy. Viene otro», recordando nuevamente que llegaría uno a quien él no es digno de llevarle las sandalias: «Yo no soy. Será otro quien os bautizará».
Es precisamente esta, según el Pontífice, la imagen más elocuente que nos dice quien fue Juan el Bautista, su «testimonio provisional pero seguro, fuerte», su ser «llama que no se dejó apagar por el viento de la vanidad» y «voz que no se dejó disminuir por la fuerza del orgullo». Juan, aclaró el Papa, es «siempre alguien que indica a otro y abre la puerta a otro testimonio, el del Padre, que Jesús dice hoy: “Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan, el del Padre». Y, añadió el Pontífice, cuando en el Evangelio se lee que se oyó «la voz del Padre: “Este es mi Hijo”», debemos comprender que «fue Juan quien abrió esta puerta».
Por ello Juan «es grande», porque «siempre se pone a un lado». Él, explicó Francisco, es grande porque «es humilde y elige abajarse, anonadarse, el mismo camino que luego seguirá Jesús». Y también en esto «da un gran testimonio: abre el camino del abajarse, de vaciarse de sí mismo», que fue más tarde también el camino de Jesús.
Un papel que el Bautista encarnó, se podría decir, también físicamente: «a los discípulos, a los propios discípulos, una vez que pasaba Jesús» indicaba con el dedo: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Es Él, no yo, es Él». Y, ante «la insistencia de los jefes, del pueblo, de los doctores» Juan recordaba siempre: «Es necesario que Él crezca, a él le toca crecer, a mí disminuir». En la humildad, dijo el Pontífice, «está la grandeza de Juan». Es tan así que él «disminuye, se abaja, hasta el final: en la oscuridad de una celda, en la cárcel, decapitado por el capricho de una bailarina, la envidia de una adúltera y la debilidad de un borracho».
En más de una ocasión el Papa, para subrayar el concepto, repitió la expresión «¡Grande Juan!». Un grande que, añadió, si deberíamos representarlo en una pintura, tendríamos que dibujar sencillamente un dedo que indica.
Como conclusión de la homilía, el Papa condujo, como es habitual, su meditación a la realidad concreta de los hombres de hoy. Al ver que en la capilla de Santa Marta había algunos obispos, sacerdotes, religiosos y parejas que celebraban cincuenta años de matrimonio, les dijo: «Es una bonita jornada para preguntarse» si «la propia vida cristiana ha siempre abierto el camino a Jesús, si la propia vida ha estado llena de ese gesto: indicar a Jesús». Es necesario, continuó, «dar gracias» por todas las veces que se ha hecho eso, pero también «recomenzar». Recomenzar siempre, con lo que el Pontífice ha definido «vejez joven o juventud envejecida, como el buen vino», y dar siempre un «paso hacia adelante para seguir siendo testigos de Jesús». Con la ayuda de Juan «el gran testigo».
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