PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
Tres características
Martes 15 de diciembre de 2015
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 53, miércoles 30 de diciembre de 2015
¿Cuáles son las características del pueblo de Dios? ¿Cómo debe ser la Iglesia? Este fue el tema de la reflexión que el Papa Francisco realizó, a partir de la liturgia del día, durante la misa celebrada el martes 15 de diciembre en Santa Marta.
Analizando el pasaje del Evangelio de san Mateo (21, 28-32) en el que Jesús se dirige a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, y afirma: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios», el Pontífice destacó «la energía» con que critica a quienes eran considerados maestros en el «modo de pensar, de juzgar, de vivir».
También el profeta Sofonías, en la primera lectura (3, 1-2.9-13), «se convierte en voz de Dios y dice: “Ay de la ciudad rebelde, impura, tiránica, No ha escuchado la llamada, no ha aceptado la lección, no ha confiado en el Señor, no ha recurrido a su Dios”». Es, prácticamente, «el mismo reproche» dirigido «al pueblo elegido, el clero de la época». Y, el Papa destacó que «decirle a un sacerdote, a un sumo sacerdote, que una prostituta será más santa que él en el reino de los cielos» es una acusación muy «fuerte».
Por otra parte, Jesús «tenía el valor de decir la verdad». Pero luego, agregó Francisco, ante ciertos reproches, uno se pregunta: «¿Cómo debe ser la Iglesia?». Las personas de quienes se habla en el Evangelio, de hecho, eran «hombres de Iglesia», eran «jefes de la Iglesia». Llegó Jesús, también Juan el Bautista, pero ellos «no les habían escuchado». Y en el pasaje del profeta se recuerda que aunque Dios había escogido a su pueblo, «este pueblo se convierte en una ciudad rebelde, una ciudad impura, no acepta a la Iglesia como debe ser, como debe ser el pueblo de Dios».
De aquí, que ante todo esto, el profeta Sofonías, comunique al pueblo una promesa del Señor: «Yo te perdonaré». Es decir, explicó el Papa, «el primer paso para que el pueblo de Dios, la Iglesia, todos nosotros, seamos fieles es sentirnos perdonados».
A la promesa del perdón, también le sigue la explicación de «cómo debe ser la Iglesia: «Dejaré en ti un resto, mi pueblo humilde y pobre que buscará refugio en el nombre del Señor». El pueblo de Dios fiel, reiteró Francisco, debe, por lo tanto, «tener estas tres características: humilde, pobre, con confianza en el Señor».
A continuación el Pontífice se detuvo a analizar cada una de estas tres características fundamentales.
Antes que nada la Iglesia debe ser «humilde». Es decir, una Iglesia «que no se pavonee de los poderes, de las grandezas». Pero, cuidado, avisó el Papa: «Humildad no significa una persona lánguida, floja», con expresión de resignación, porque «¡esto no es humildad, es teatro! Esto es fingir humildad». La verdadera humildad, por el contrario, «tiene un primer paso: yo soy pecador». Francisco explicó que «si tú no eres capaz de decirte a ti mismo que eres pecador y que los demás son mejores que tú, no eres humilde». Por lo tanto, «el primer paso de una Iglesia humilde es sentirse pecadora», y al mismo tiempo este es el primer paso para «todos nosotros». Si, por el contrario, «alguno de nosotros tiene la costumbre de mirar los defectos de los demás y chismorrear», no es ciertamente humilde sino que «se cree juez de los demás». Dice el profeta: «dejaré en medio de ti un pueblo humilde». Y nosotros, recomendó el Pontífice, «debemos pedir esta gracia: que la Iglesia sea humilde, que yo sea humilde, que cada uno de nosotros sea humilde». Seguidamente pasó a la segunda característica: el pueblo de Dios «es pobre». Al respecto, Francisco recordó como la pobreza es «la primera de las bienaventuranzas». Pero, ¿qué quiere decir ser pobre en el espíritu? Significa «solo apegado a las riquezas de Dios». No lo es «una Iglesia que vive apegada al dinero, que piensa en el dinero, que piensa cómo ganar dinero...». Por ejemplo, explicó el Papa, hace un tiempo, se le decía «ingenuamente» a la gente que para pasar la Puerta santa «se debía hacer una ofrenda»: esta, afirmó con claridad el Pontífice, «no es la Iglesia de Jesús, esta es la Iglesia de los sumos sacerdotes, apegada al dinero».
Para explicar mejor su pensamiento, Francisco también recordó la historia del diácono Lorenzo —que era «el ecónomo de la diócesis»— cuando el emperador le pidió que «le llevase las riquezas de la diócesis» para así pagarle algo y evitar su asesinato, y éste volvió «con los pobres». Son los pobres «las riquezas de la Iglesia». Y se puede también ser «el director de un banco», pero solo si «tu corazón es pobre, no estás apegado al dinero», se pone «al servicio» de los demás. «La pobreza», añadió el Papa, se caracteriza precisamente por «este desapego» que nos lleva a «servir a los necesitados». Y finalizó con una pregunta dirigida a cada uno: «¿Yo soy o no soy pobre?».
Por último, la tercera característica: el pueblo de Dios «debe confiar en el nombre del Señor». También aquí invitó a hacerse una pregunta: «¿Dónde está mi confianza? ¿En el poder, en los amigos, en el dinero? ¡En el Señor!».
Es esta, por tanto, «la herencia que nos promete el Señor: “Dejaré en medio de ti a un pueblo humilde y pobre que confiará en el nombre del Señor”. Humilde porque se siente pecador; pobre porque su corazón está apegado a las riquezas de Dios y si tiene es para administrarlas; confiado en el Señor porque sabe que sólo el Señor puede garantizarle lo que hace bien». Por eso Jesús tuvo que decirles a los sumos sacerdotes, quienes «no entendían estas cosas», que «una prostituta entraría en el cielo antes que ellos». Y el Pontífice concluyó: «En esta espera del Señor, de la Navidad, pidamos que nos dé un “corazón humilde”, un corazón “pobre” y sobre todo un corazón “confiado en el Señor”, porque el Señor no decepciona nunca».
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana