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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Servir, no servirse

Viernes 6 de noviembre de 2015

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 46, viernes 13 de noviembre de 2015

 

Existen «sacerdotes y obispos trepas y apegados al dinero» que «en lugar de servir se sirven de la Iglesia», haciéndola «especuladora» y «tibia» con su forma de vivir cómodamente el propio estatus sin honestidad. De esta «tentación de una doble vida» el Papa puso en guardia en la misa del viernes 6 de noviembre, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta. Una celebración matutina, confesó, en la que a menudo participan misioneros y religiosas que entregan toda la vida al servicio de los demás, imitando el modelo de san Pablo y yendo «siempre más allá, siempre en salida».

«La liturgia de hoy —afirmó inmediatamente el Papa Francisco— nos hace reflexionar sobre dos figuras, dos figuras de servidores, de empleados, dos personas que están llamadas a realizar una tarea». En el pasaje de la Carta a los Romanos (15, 14-21) emerge «la figura de Pablo: precisamente el celo por evangelizar». Escribe, en efecto, el apóstol: «Lo he dicho en virtud de la gracia que Dios me ha otorgado —¿cuál era la gracia que él había recibido?—: ser ministro de Cristo Jesús... ejerciendo el oficio sagrado del Evangelio de Dios». Es decir «ministrar, servir». Y «Pablo tomó en serio esta vocación y se entregó totalmente al servicio, siempre iba más allá, nunca estaba quieto: siempre más allá, más allá, más allá... para acabar, después, aquí en Roma, traicionado por algunos de los suyos. Y terminó como un condenado, precisamente así».

Pero «¿de dónde venía esa grandeza, esa audacia de Pablo?». Él mismo declara: «yo me glorío de esto». Y «¿de qué se gloriaba? Se gloriaba de Jesucristo». Se lee, en efecto, en el pasaje litúrgico de su Carta a los Romanos: «Así pues, tengo de qué gloriarme en Cristo y en relación con las cosas que tocan a Dios. En efecto, no me atreveré a hablar de otra cosa que no sea lo que Cristo hace a través de mí en orden a la obediencia de los gentiles, con mis palabras y acciones, con la fuerza de signos y prodigios, con la fuerza del Espíritu de Dios».

Con esta actitud, continuó el Pontífice, san Pablo «fue a todos lados: él se gloriaba de servir, de ser elegido, de tener la fuerza del Espíritu Santo, de ir por todo el mundo». Pero «había algo que para él era una alegría grande». Lo dice así: «Pero considerando una cuestión de honor —un punto de honor: ¿cuál era?— no anunciar el Evangelio más que allí donde no se haya pronunciado aún el nombre de Cristo, para no construir sobre cimiento ajeno». En definitiva, «Pablo se dirigía a sitios donde no se conocía el nombre de Cristo; era el siervo que servía, administraba, abriendo a nuevos horizontes, es decir, anunciando a Jesucristo siempre más allá, siempre en salida, cada vez más lejos; nunca se detenía con el fin de tener la ventaja de un puesto, de una autoridad, de ser servido». Pablo «era ministro, siervo para servir, no para servirse».

El Papa Francisco confesó la alegría que experimenta hasta llegar a emocionarse cuando, precisamente en la misa celebrada por la mañana en la capilla de la Casa Santa Marta, «vienen algunos sacerdotes y me saludan» diciendo: «Padre, he venido aquí para visitar a mi familia, porque desde hace cuarenta años soy misionero en la Amazonia». Alegría y emoción suscita también el testimonio de una religiosa que trabaja «desde hace treinta años en un hospital en África» o bien «que desde hace treinta o cuarenta años está en un sector del hospital con los discapacitados, siempre sonriente». En concreto, afirmó el Papa Francisco, «esto se llama servir, esta es la alegría de la Iglesia: ir más allá, siempre; ir más allá y dar la vida». Y precisamente «esto es lo que hizo Pablo: servir».

Retomando luego el pasaje evangélico de san Lucas (16, 1-8) que habla del administrador deshonesto, propuesto por la liturgia, el Papa destacó que «el Señor muestra la imagen de otro siervo que, en lugar de servir a los demás, se sirve de ellos». En el Evangelio «hemos leído lo que hizo este siervo, con cuánta astucia se movió para quedarse en su puesto, en otra parte, pero siempre con cierta dignidad». Y «también en la Iglesia —dijo el Papa— están estos que, en lugar de servir, de pensar en los demás, de abrir a nuevos horizontes, se sirven de la Iglesia: los trepas, los apegados al dinero. Y cuántos sacerdotes y obispos hemos visto así. Es triste decirlo, ¿no?».

«La radicalidad del Evangelio, de la llamada de Jesucristo» —recordó el Pontífice— está en «servir: estar al servicio, no detenerse, ir siempre más allá, olvidándose de sí mismo». Por otra parte, en cambio, está «la comodidad del estatus: he alcanzado un estatus y vivo cómodamente sin honestidad, como los fariseos de los que habla Jesús que paseaban por las plazas, haciéndose ver por los demás». Y estas son «dos imágenes: dos imágenes de cristianos, dos imágenes de sacerdotes, dos imágenes de religiosas. Dos imágenes».

En san Pablo, explicó el Papa, «Jesús nos hace ver» el «modelo» de una «Iglesia que nunca se detiene, que siempre se abre a nuevos horizontes, que siempre sigue adelante y muestra que ese es el camino». En cambio, «cuando la Iglesia es tibia, cerrada en sí misma, también especuladora muchas veces, no se puede decir que sea una Iglesia que ministra, que está al servicio, sino que se sirve de los demás».

El Papa Francisco concluyó pidiendo al Señor «la gracia que dio a Pablo, ese punto de honor de seguir siempre adelante, siempre, renunciando muchas veces a las propias comodidades». Y que así «nos salve de las tentaciones, de esas tentaciones que en el fondo son tentaciones de una doble vida: me hago ver como ministro, como el que sirve, pero en el fondo me sirvo de los demás».

 



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