PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
Jericó en vía Ottaviano
Lunes 17 de noviembre de 2014
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 47, viernes 21 de noviembre de 2014
El cristiano está llamado a reconocer al Señor en los marginados —y hay muchos incluso en las inmediaciones del Vaticano— sin el aire de quien se siente «privilegiado» por formar parte de un «grupito de elegidos» y en ese «microclima eclesiástico» que en realidad aleja de la Iglesia al pueblo de Dios y a las diversas periferias. Lo dijo el Papa en la homilía de la misa del lunes 17 de noviembre.
«Este pasaje del Evangelio —destacó el Pontífice refiriéndose a la página de san Lucas (18, 35-43)— comienza con un no ver, un ciego, y termina con un ver: “Todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios”». Hay, explicó, «tres clases de personas en este texto: el ciego, los que estaban con Jesús y el pueblo».
El ciego, por la «enfermedad que le había quitado la vista, no veía, mendigaba», dijo el Pontífice. El «ciego sentado al borde del camino» es «como tantos marginados aquí, en la plaza Pío XII, en vía Ottaviano, en la plaza»; y hoy hay «muchos, muchos, sentados al borde del camino», recordó el Papa.
Ese hombre no veía pero «no era tonto: sabía todo lo que sucedía en la ciudad». Así, pues, «estaba precisamente en la entrada de la ciudad de Jericó» y de ese modo «sabía todo y quería saber todo». Sin embargo, «cuando percibió que precisamente Jesús se acercaba, gritó». Y «cuando querían hacerlo callar, gritaba aún más fuerte». ¿Cuál es la razón de su actitud? El Papa lo explicó así: «Este hombre tenía deseos de salvación, tenía ganas de ser curado». En tal medida que, se lee en el Evangelio, «Jesús dijo que tenía fe». En efecto, el ciego «apostó y venció» —explicó el Santo Padre—, incluso si «es difícil apostar cuando una persona está tan “disminuida”, tan marginada». De todos modos, él «apostó» y llamó «a la puerta del corazón de Jesús».
La «segunda clase de personas» que encontramos en el pasaje evangélico de san Lucas está formada, en cambio, por «los que caminaban con el Señor». Son «los discípulos, también los apóstoles, los que lo seguían e iban con el Señor». Estaban también «los convertidos, los que habían aceptado el reino de Dios».
Precisamente ellos «reprendieron al ciego para que callase». Y obrando así «alejaban al Señor de una periferia». En efecto, afirmó el Papa, «esta periferia no podía llegar al Señor, porque este círculo —con muy buena voluntad— cerraba la puerta».
Lamentablemente, reconoció el Pontífice, «esto sucede con frecuencia entre nosotros creyentes: cuando hemos encontrado al Señor, sin darnos cuenta, se crea este microclima eclesiástico». Y es una actitud que tienen «no sólo los sacerdotes, los obispos», sino «también los fieles». Un modo de comportarse que lleva a decir: «Nosotros somos los que estamos con el Señor». Y «de tanto mirar al Señor» sucede que «no miramos las necesidades del Señor». En realidad, no miramos al «Señor en el marginado».
El problema, explicó el Papa, es que «esta gente que estaba con Jesús había olvidado los malos momentos de la propia marginación; había olvidado el momento en el que Jesús los había llamado, y de dónde». Así, ahora decían: «Ahora somos elegidos, estamos con el Señor». Y con este «pequeño mundo eran felices» pero «no permitían que la gente molestase al Señor». Hasta el punto que «no dejaban aproximarse, acercarse, ni siquiera a los niños». Eran personas que, dijo el Papa, «habían olvidado el camino que el Señor había hecho con ellos».
Se trata de una realidad que —recordó el Pontífice refiriéndose al pasaje del Apocalipsis (1, 1-5; 2, 1-5)— «el apóstol Juan dice con una frase muy bonita que hemos escuchado en la primera lectura: habían olvidado, habían abandonado su primer amor». Y esto «es un signo: cuando en la Iglesia los fieles, los ministros, se convierten en un grupo así, no eclesial sino eclesiástico, de privilegio, de cercanía al Señor, tienen la tentación de olvidar el primer amor». Se trata de «una tentación de los discípulos: olvidar el primer amor, es decir, olvidar también las periferias, donde yo estaba antes, incluso si debo avergonzarme». Es una actitud que puede resumirse en la expresión: «Señor este huele mal, no hagas que venga a ti». Pero la respuesta del Señor es clara: «¿Y tú no olías mal cuando te he besado?».
Ante «esta tentación de los pequeños grupos de los elegidos», presente en todas las épocas, la actitud de «Jesús, en la Iglesia, en la historia de la Iglesia», es la que describe san Lucas: «se paró». Es «una gracia —destacó el Papa— cuando Jesús se detuvo y dijo: mirad allí, traedlo a mí», como hizo con el ciego de Jericó. De este modo el Señor «hace que los discípulos giren la cabeza hacia las periferias que sufren». Como si dijese: «No me miréis sólo a mí. Sí, me tenéis que mirar, pero no sólo a mí. Miradme también en los demás, en los necesitados».
En efecto, «cuando Dios se detiene, lo hace siempre con misericordia y justicia, pero también, algunas veces, lo hace con ira», precisó el Papa refiriéndose al momento en que el Señor «se paró ante la clase dirigente» y la definió «generación perversa y adúltera»: cierto, comentó, «esto no era una caricia».
El «tercer grupo» que presenta san Lucas es «el pueblo sencillo que necesita signos de salvación». Se lee en el pasaje del Evangelio: «Todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios». Y, destacó el Papa, «cuántas veces encontramos gente sencilla, muchas ancianas que caminan y van, y con mucho sacrificio, a rezar a un santuario de la Virgen». Son personas que «no piden privilegios, piden sólo gracia».
He aquí, entonces, resumió el Papa, las tres clases de personas que nos interpelan directamente: «el marginado, los privilegiados y el pueblo fiel que sigue al Señor».
Esta reflexión, sugirió el Papa, nos tiene que llevar a pensar «en la Iglesia, en nuestra Iglesia, que está sentada al borde del camino de esta Jericó». Porque «en la Biblia, Jericó, según los padres, es el símbolo de pecado». Por lo tanto, exhortó, «pensemos en la Iglesia que mira a Jesús que pasa, a esta Iglesia marginada», en «estos no creyentes, estos que pecaron y no tienen ganas de levantarse, porque no tienen fuerza para recomenzar». Y también, añadió el Pontífice, en la «Iglesia de los niños, de los enfermos, de los presos, la Iglesia de la gente sencilla», pidiendo «al Señor la gracia que todos nosotros, que tenemos la gracia de haber sido llamados, jamás, jamás, jamás nos alejemos de esta Iglesia. Que nunca entremos en este microclima de los discípulos eclesiásticos privilegiados que se alejan de la Iglesia de Dios que sufre, que pide salvación, que pide fe, que pide la Palabra de Dios». Por último, concluyó el Papa, «pidamos la gracia de ser pueblo fiel de Dios, sin pedir al Señor ningún privilegio que nos aleje del pueblo de Dios».
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