PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
Como niños ante un regalo
Martes 20 de mayo de 2014
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 22, viernes 30 de mayo de 2014
La verdadera paz es una persona: el Espíritu Santo. Y es «un don de Dios» que hay que acoger y custodiar, precisamente como hace «un niño cuando recibe un regalo». Atención, sin embargo, a las varias «paces» que ofrece el mundo, proponiendo las falsas seguridades del dinero, del poder y de la vanidad: estas son sólo «paces» aparentes e inseguras. Es para vivir precisamente la paz verdadera que el Papa Francisco sugirió algunos consejos prácticos en la misa celebrada el 20 de mayo, en la capilla de la Casa Santa Marta.
Inició su meditación con san Juan: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (14, 27-31).
Por ello, afirmó el Pontífice, «el Señor nos da la paz: es un regalo antes de encaminarse a la pasión». Pero, advirtió Jesús, «está claro que mi paz no es la que da el mundo». Es, en efecto, «otra paz»; ¿cómo es «la paz que nos da el mundo?».
La paz del mundo, dijo, ante todo «es un poco superficial», es «una paz que no llega al fondo del alma». Por ello, «es una paz» que procura una «cierta tranquilidad y también un cierto gozo», pero sólo «hasta un cierto nivel».
Un tipo de paz que ofrece el mundo, por ejemplo, es «la paz de las riquezas»: «Pero yo estoy en paz porque tengo todo organizado, tengo para vivir durante toda mi vida, no debo preocuparme». Pero mirad que existen los ladrones, ¿eh? Y los ladrones pueden robar tus riquezas». He aquí por qué «no es una paz definitiva la que te da el dinero».
Por lo demás, añadió el Papa, no olvidemos «que el metal se oxida». Y basta un «bajón de la bolsa y todo el dinero se pierde», dijo también para recalcar cómo la paz del dinero «no es una paz segura», sino sólo «una paz superficial y temporal». Para hacerlo comprender mejor, Jesús mismo relata la paz efímera del hombre «que tenía todos sus graneros llenos de trigo» y mientras tanto ya pensaba construir otros para después descansar «en paz y tranquilo». Pero el Señor le dijo «Necio, esta noche te van a reclamar el alma». He aquí, entonces cómo la paz de la riqueza «no sirve» aunque «ayuda».
Otra paz que da el mundo, prosiguió el Papa, «es la del poder». Y así se llega a pensar: «yo tengo poder, estoy seguro, ordeno esto, ordeno aquello, soy respetado: estoy en paz». En esta situación se encontraba el rey Herodes; pero «cuando llegaron los magos y le dijeron que había nacido el rey de Israel», en ese mismo instante «su paz se le escapó de repente». Confirmando que «la paz del poder no funciona: un golpe de Estado te la quita de repente».
Un tercer tipo de paz «que da el mundo» es la de la «vanidad», que nos dice: «soy una persona estimada, tengo muchos valores, soy una persona que todo el mundo respeta y cuando voy a las recepciones, todos me saludan». Sin embargo tampoco ésta «es una paz definitiva, porque –advirtió el Papa Francisco– hoy eres estimado y mañana serás insultado». El Pontífice invitó a pensar «qué sucedió a Jesús: la misma gente que el domingo de ramos decía una cosa», acogiéndolo en Jerusalén, «el viernes decía otra».
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo». La paz que da Jesús, «es una persona, es el Espíritu Santo», explicó el Papa, es «un gran regalo». Porque «cuando el Espíritu Santo está en nuestro corazón, nadie puede quitar la paz. ¡Ninguno! ¡Es una paz definitiva!».
Debemos «custodiar esta paz», aconsejó el Pontífice. Se trata, en efecto, «de una gran paz, una paz que no es mía.
Y «¿cómo se recibe esta paz del Espíritu Santo?» se preguntó también el Papa. Dos fueron las respuestas: sobre todo, «se recibe en el bautismo, porque viene el Espíritu Santo, y también en la confirmación, porque viene el Espíritu Santo». Y «se acoge como un niño cuando recibe un regalo». El mismo «Jesús había dicho: quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él». Así, «sin condiciones, con corazón abierto».
Depende de nosotros «custodiarlo, no enjaularlo, escucharlo, pedirle ayuda: Él está dentro de nosotros». A la posible objeción de que «hay muchos problemas» el Pontífice respondió con las mismas palabras de Jesús: «No se turbe vuestro corazón y no tengáis miedo».
También san Pablo, explicó, «nos decía que para entrar en el reino de los cielos es necesario pasar por muchas tribulaciones». La experiencia, además, nos confirma que tribulaciones «todos nosotros tenemos muchas, más grandes y más pequeñas. ¡Todos!». Pero la paz de Jesús nos tranquiliza. En efecto «la presencia del Espíritu hace que nuestro corazón esté en paz, consciente y no anestesiado, con esa paz que sólo la presencia de Dios nos da».
Para comprobar qué tipo de paz vivimos, sugirió el Pontífice, «podemos hacernos algunas preguntas: ¿creo que el Espíritu Santo está dentro de mí? ¿creo que el Señor me lo ha regalado? ¿Lo recibo como un regalo, como un niño recibe un regalo, con corazón abierto? ¿Custodio al Espíritu Santo que está en mí para no entristecerlo?». Sin embargo, hizo notar el Papa, hay otra pregunta en sentido opuesto: «¿Prefiero la paz que me da el mundo, la del dinero, la del poder, la de la vanidad?». Pero «éstas –recalcó– son “paces” con miedo, siempre»: el miedo de que acaben. En cambio, «la paz de Jesús es definitiva: solamente es necesario recibirla como niños y custodiarla». Que el Señor, fue la oración conclusiva del Papa Francisco, «nos ayude a entender estas cosas».
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