PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
También hoy se mata en nombre de Dios
Viernes 2 de mayo de 2014
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 19, viernes 9 de mayo de 2014
El Papa Francisco lloró al recibir la noticia de los cristianos que en estos días fueron crucificados en un país no cristiano. Lo dijo él mismo en la celebración de la misa en la capilla de la Casa Santa Marta, el viernes 2 de mayo, por la mañana. También hoy, dijo, hay gente que piensa en adueñarse de las conciencias y así «en nombre de Dios mata, persigue». Y hay cristianos que, como los apóstoles, «son dichosos al ser juzgados dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús».
Precisamente esta «alegría de los mártires cristianos» es una de las «tres imágenes» propuestas por el Pontífice. Mártires «hoy —afirmó— hay muchos: pensad que en algunos países sólo por llevar el Evangelio vas a la cárcel. No puedes llevar una cruz, te harán pagar la multa. Pero el corazón está alegre». Una imagen, la de la «alegría del testimonio», que ve precisamente juntos a los apóstoles con los mártires de hoy. Y de la predicación de los apóstoles el Papa quiso hablar en la homilía, al recordar que cuando fueron arrestados y flagelados se sentían dichosos por haber dado testimonio del Señor.
Las otras dos imágenes presentadas por el Pontífice son: Jesús con todo su amor por la gente y «la hipocresía de los dirigentes eclesiásticos con todas sus maniobras políticas» para oprimir al pueblo.
El pasaje del Evangelio de san Juan (6, 1-15) relata que a Jesús le seguía «mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos, con los endemoniados». Pero lo seguían también para escucharlo, explicó el Papa, «porque la gente decía de Él: ¡éste habla con autoridad! No como los demás, los doctores de la ley, los saduceos, toda esta gente que hablaba pero sin autoridad». Estas eran personas, en efecto, que «no tenían un discurso fuerte como el de Jesús». Y «fuerte no porque Jesús gritase: fuerte en su mansedumbre, en su amor, fuerte en la mirada» con la que el Señor «miraba a la gente, con mucho amor». La fuerza es precisamente el amor: he aquí la autoridad de Jesús, y por eso «la gente lo seguía». «Jesús ama a la gente» y «piensa en el hambre de la gente: “Los que están aquí tienen hambre, ¿cómo podemos darles de comer?”». Jesús «se ocupa de los problemas de la gente. A Él no se le pasa por la cabeza hacer, por ejemplo, un censo: veamos cuántos nos siguen, ¿ha crecido la Iglesia?». Jesús «habla, predica, ama, acompaña, camina con la gente». Es «manso, humilde». Hasta tal punto que «cuando la gente, dejándose llevar un poco por el entusiasmo de ver a una persona tan buena que habla con autoridad, que ama tanto, quiere hacerlo rey, Él los detiene. Y les dice: ¡no, esto no! Y se marcha».
El Papa Francisco hizo referencia también a la primera lectura (Hch 5, 34-42), que presenta a los discípulos con el «problema del Sanedrín, cuando los saduceos lo detienen tras la curación de un enfermo». Y recordó que, después de la curación, «el sumo sacerdote con los que estaban de su parte, es decir, la secta de los saduceos, llenos de celos, tomaron a los apóstoles y los llevaron a la prisión pública». Pero «sabemos que el ángel hizo salir a los apóstoles de la prisión»; y así fueron inmediatamente al templo a enseñar. La reacción del sumo sacerdote y de su gente, fue la de llevar a los apóstoles ante el sanedrín.
«Pero yo —dijo el Papa— quisiera detenerme un poco en esta palabra: llenos de celos». Estaban celosos porque «no toleraban que la gente siguiese a Jesús. No lo soportaban», y por ello «estaban celosos». Pero se trata de «una mala actitud»: de los celos, en efecto, se pasa a la envidia.
Sin embargo, continuó, «esta gente sabía bien quién era Jesús, lo sabía». Por lo demás, «esta gente era la misma que había pagado a los guardias para que dijeran que los apóstoles habían robado el cuerpo de Jesús. Habían pagado para silenciar la verdad». Y «cuando se paga para esconder la verdad, estamos en una maldad muy grande». También el pueblo sabía quiénes eran estas personas y, en efecto, no las seguían. Más bien las «toleraban, porque tenían la autoridad: la autoridad del culto, la autoridad de la disciplina eclesiástica en ese tiempo, la autoridad del pueblo».
En cambio «la gente seguía a Jesús», quien les dice claramente a los poderosos que «cargaban pesos opresores sobre los fieles y los ponían sobre los hombros de la gente». Poderosos que no toleraban la mansedumbre de Jesús, no toleraban la mansedumbre del Evangelio, no toleraban el amor y llegaban incluso a pagar por envidia, por odio.
He aquí, por lo tanto, «dos imágenes» que se contraponen. La imagen de Jesús conmovido con la gente porque, dice el Evangelio, veía a las personas «como ovejas que no tienen pastor». Y luego «éstos con sus maniobras políticas, con sus maniobras eclesiásticas para seguir dominando al pueblo».
En definitiva, destacó el Papa, «algo tenían que hacer» y decidieron: «les daremos unos buenos bastonazos y después, ¡a casa!». Cometieron una injusticia, porque se consideraban «dueños de las conciencias» y «se sentían con el poder de hacerlo». Y, añadió el Pontífice, «también hoy en el mundo son muchos» los que se comportan así.
Precisamente al respecto el Papa Francisco confesó haber llorado al recibir la noticia de los «cristianos crucificados en cierto país no cristiano». Sí, afirmó, «también hoy esta gente en nombre de Dios mata, persigue». Pero «también hoy hay gente» con la misma actitud de los apóstoles que —se lee en los Hechos— «se marcharon del Sanedrín alegres de haber sido juzgados dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús». Y precisamente esta es «la tercera imagen de hoy» propuesta por el obispo de Roma: «la alegría del testimonio».
Son tres imágenes para observar bien, porque tienen relación con la cuestión central de «nuestra historia de salvación».
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