PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
Cristianos sin temor, vergüenza o triunfalismo
Martes 10 de septiembre de 2013
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 37, viernes 13 de septiembre de 2013
Hoy en el mundo hay «muchos cristianos sin resurrección». A ellos el Papa Francisco, durante la misa que celebró el martes 10 de septiembre en Santa Marta, dirigió la invitación a reencontrar el camino para ir hacia Jesús resucitado dejándose «tocar por Él, por su fuerza», porque Cristo «no es una idea espiritual», sino que está vivo. Y con su resurrección «ha vencido el mundo».
Comentando las lecturas de la liturgia del día, el Pontífice recordó algunos pasajes de la carta a los Colosenses, en la que san Pablo habla de la figura de Jesús descrito como «la totalidad, el centro, la esperanza, porque es el esposo». En el pasaje del día (2, 6-15) el apóstol define a Cristo como «el vencedor», quien «ha vencido sobre la muerte, sobre el pecado, sobre el diablo». El mensaje paulino contiene por ello una invitación a caminar en el Señor resucitado, bien arraigados y edificados en Él, en su victoria, firmes en la fe.
Jesús es «quien vence, es el resucitado». Y sin embargo —advirtió el Papa— a menudo «nosotros no lo oímos, no escuchamos bien», mientras que la resurrección de Jesús «es precisamente el punto clave» de nuestra fe. El Pontífice se refirió en particular a esos «cristianos sin el Cristo resucitado», los que «acompañan a Jesús hasta la tumba, lloran, le quieren mucho», pero no son capaces de ir más allá. Y al respecto identificó tres categorías: los temerosos, los vergonzosos y los triunfalistas.
Los primeros —explicó— «son aquellos de la mañana de la resurrección, los de Emaús que se marchan porque tienen miedo»; son «los apóstoles que se encierran en el Cenáculo por temor a los judíos»; son incluso «las buenas mujeres que lloran», como la Magdalena en lágrimas «porque se han llevado el cuerpo del Señor». Por lo demás, «los temerosos son así: temen pensar en la resurrección». Y también los apóstoles, ante Jesús que se apareció en el Cenáculo, «se asustaron, temiendo ver a un fantasma».
La segunda categoría es la de los «vergonzosos, para quienes confesar que Cristo ha resucitado da un poco de vergüenza en este mundo tan avanzado en las ciencias». Para el Papa Francisco es a ellos en quienes piensa Pablo cuando alerta: «Cuidado con que nadie os envuelva con teorías y con vanas seducciones de tradición humana, fundadas en los elementos del mundo y no en Cristo». En la práctica, se trata de esos cristianos que distorsionan la realidad de la resurrección: para ellos «existe una resurrección espiritual, que hace bien a todo el mundo, una bendición de vida»; pero en el fondo «les da vergüenza decir que Cristo, con su carne, con sus llagas, ha resucitado».
Finalmente, el tercer grupo es el de los cristianos que, en lo íntimo, «no creen en el resucitado y quieren hacer ellos una resurrección más majestuosa» que la de Jesús. El Pontífice les definió «los triunfalistas», en cuanto que «tienen un complejo de inferioridad» y asumen «actitudes triunfalistas en su vida, en sus discursos, en su pastoral y en la liturgia».
Para el Papa Francisco entonces es necesario recuperar la conciencia de que Jesús es el resucitado. Y por esto los cristianos están llamados «sin temor, sin miedo y sin triunfalismo» a contemplar «su belleza», a meter el dedo en las llagas y la mano en el costado del resucitado, de ese «Cristo que es el todo, la totalidad; Cristo que es el centro, Cristo que es la esperanza», porque es el esposo es el vencedor. Y «un vencedor —añadió— rehace toda la creación».
Refiriéndose al pasaje del Evangelio de Lucas (6, 12-19), el Santo Padre evocó la imagen de Jesús entre la multitud de hombres y mujeres que llegaban «a oírle y a los que curaba de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados». Por ello «toda la gente trataba de tocarle, porque salía de Él una fuerza que curaba». En esto el Papa Francisco ve la premisa de la victoria final de Cristo, quien «sana todo el universo», es «su resurrección». He aquí por qué, como concluyó, es necesario redescubrir la belleza de ir hacia el resucitado, dejándose tocar por Él, por su fuerza.
Al inicio de la celebración el Papa recordó al arzobispo Peter Paul Prabhu, nuncio apostólico, fallecido en la noche del 9 al 10 de septiembre en la clínica Pío XI, y que tenía su residencia precisamente en la Domus Sanctae Marthae en el Vaticano.
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