PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
Los grandes desmemoriados
Lunes 3 de junio de 2013
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 23, viernes 7 de junio de 2013
El pensamiento del Papa Francisco se dirigió, el 3 de junio, a su predecesor Juan XXIII —«un modelo de santidad», le definió— para recordar el 50º aniversario de su muerte, pero también y sobre todo para relanzar su testimonio en un tiempo en que, incluso en la Iglesia, hay quien elige el camino de la corrupción antes que la senda del amor como respuesta al don de Dios por el hombre. Al testimonio de la santidad el Pontífice había ya hecho alusión en la oración inicial de la misa en Sanctae Marthae al recordar la fiesta de los santos Carlos Lwanga y compañeros mártires de Uganda.
En su homilía, el Santo Padre reflexionó sobre el Evangelio de Marcos (12, 1-12). «Se me ocurre pensar —comenzó— en las tres figuras de cristianos en la Iglesia: los pecadores, los corruptos, los santos. De los pecadores no es necesario hablar demasiado, porque todos nosotros lo somos». La figura sobre la que más habló el Santo Padre fue la de los corruptos. En la parábola evangélica —explicó— Jesús habla del gran amor del propietario de una viña, símbolo del pueblo de Dios: «Él nos ha llamado con amor, nos protege. Pero luego nos da la libertad, nos da todo este amor “en alquiler”. Es como si nos dijera: Cuida y custodia tú mi amor como yo te custodio a ti. Es el diálogo entre Dios y nosotros: custodiar el amor. Todo comienza con este amor».
Luego, sin embargo, los campesinos a quienes se les confió la viña «se sintieron fuertes, se sintieron autónomos de Dios», prosiguió el Santo Padre. Y así «se adueñaron de esa viña; y perdieron la relación con el dueño de la viña. Y cuando alguien acude a retirar la parte de la cosecha que corresponde al dueño, le golpean, le insultan, le dan muerte». Esto significa perder la relación con Dios, no percibir ya la necesidad «de ese patrono». Es lo que hacen los «corruptos, aquellos que eran pecadores como todos nosotros, pero que dieron un paso más»: se «consolidaron en el pecado y no sienten la necesidad de Dios». O al menos, se creen que no la sienten, porque —explicó el Obispo de Roma— «en el código genético existe esta tendencia hacia Dios. Y como no pueden negarlo, se hacen un dios especial: ellos mismos».
He ahí quiénes son los corruptos. Y «esto es un peligro también para nosotros: convertirnos en corruptos. Los corruptos están en las comunidades cristianas y hacen mucho mal. Jesús habla a los doctores de la Ley, a los fariseos, que eran corruptos; les dice que son sepulcros blanqueados. En las comunidades cristianas los corruptos son así. Se dice: Ah, es buen cristiano, pertenece a tal cofradía; bueno, es uno de nosotros. Pero nada: existen para ellos mismos. Judas empezó siendo pecador avaro y acabó en la corrupción. La senda de la autonomía es un camino peligroso. Los corruptos son grandes desmemoriados, olvidaron este amor con el que el Señor hizo la viña y los hizo a ellos. Cortaron la relación con este amor y se convirtieron en adoradores de sí mismos. ¡Cuánto mal hacen los corruptos en las comunidades cristianas! El Señor nos libre de deslizarnos por el camino de la corrupción».
Pero en la Iglesia están también los santos. «Ahora —dijo el Pontífice— me gusta hablar de los santos; y me complace hacerlo en el 50º aniversario de la muerte del Papa Juan XXIII, modelo de santidad». En la parábola del Evangelio, los santos —explicó el Papa Francisco— «son aquellos que van a buscar el alquiler y saben lo que les espera. Pero deben hacerlo y cumplen con su deber. Los santos: aquellos que obedecen al Señor, quienes adoran al Señor, quienes no perdieron la memoria del amor con el que el Señor hizo la viña. Y así como los corruptos hacen mucho mal a la Iglesia, los santos hacen mucho bien».
«De los corruptos, el apóstol Juan dice que son el anticristo, que están en medio de nosotros, pero no son de los nuestros. De los santos, la Palabra de Dios nos habla como de luz: aquellos que estarán ante el trono de Dios, en adoración. Pidamos al Señor la gracia de sentirnos pecadores. La gracia de no llegar a ser corruptos. Y la gracia —concluyó— de ir por el camino de la santidad».
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