PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles 21 de enero de 2015
Viaje Apostólico a Sri Lanka y Filipinas
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy me centraré en el viaje apostólico a Sri Lanka y Filipinas, que realicé la semana pasada. Tras la visita a Corea de hace algunos meses, fui nuevamente a Asia, continente de ricas tradiciones culturales y espirituales. El viaje fue sobre todo un gozoso encuentro con las comunidades eclesiales que, en esos países, dan testimonio de Cristo: los confirmé en la fe y en la misionariedad. Conservaré siempre en el corazón el recuerdo de la festiva acogida por parte de las multitudes —en algunos casos incluso inmensas—, que acompañó los momentos destacados del viaje. Además, alenté el diálogo interreligioso al servicio de la paz, así como el camino de esos pueblos hacia la unidad y el desarrollo social, especialmente con el protagonismo de las familias y los jóvenes.
El momento culminante de mi estancia en Sri Lanka fue la canonización del gran misionero José Vaz. Este santo sacerdote administraba los sacramentos, a menudo en secreto, a los fieles, pero ayudaba indistintamente a todos los necesitados, de toda religión y condición social. Su ejemplo de santidad y amor al prójimo sigue inspirando a la Iglesia en Sri Lanka en su apostolado de caridad y educación. Indiqué a san José Vaz como modelo para todos los cristianos, llamados hoy a proponer la verdad salvífica del Evangelio en un contexto multirreligioso, respetando a los demás, con perseverancia y humildad.
Sri Lanka es un país de gran belleza natural, cuyo pueblo está buscando reconstruir la unidad tras un largo y dramático conflicto civil. En mi encuentro con las autoridades gubernamentales destaqué la importancia del diálogo, del respeto de la dignidad humana, del esfuerzo por implicar a todos para encontrar soluciones adecuadas en orden a la reconciliación y al bien común.
Las diversas religiones tienen un papel significativo que desempeñar al respecto. Mi encuentro con los exponentes religiosos fue una confirmación de las buenas relaciones que ya existen entre las distintas comunidades. En tal contexto quise alentar la cooperación ya iniciada entre los seguidores de las diferentes tradiciones religiosas, también con el fin de volver a curar con el bálsamo del perdón a quienes aún están afligidos por los sufrimientos de los últimos años. El tema de la reconciliación caracterizó también mi visita al santuario de Nuestra Señora de Madhu, muy venerado por las poblaciones tamil y cingalesa y meta de peregrinaciones de miembros de otras religiones. En ese lugar santo pedimos a María, nuestra Madre, que alcanzara a todo el pueblo esrilanqués el don de la unidad y la paz.
De Sri Lanka me dirigí a Filipinas, donde la Iglesia se prepara para celebrar el quinto centenario de la llegada del Evangelio. Es el principal país católico de Asia, y el pueblo filipino se destaca por su fe profunda, su religiosidad y su entusiasmo, incluso en la diáspora. En mi encuentro con las autoridades nacionales, así como en los momentos de oración y durante la masiva misa conclusiva, destaqué la constante fecundidad del Evangelio y su capacidad de inspirar una sociedad digna del hombre, en la cual hay sitio para la dignidad de cada uno y las aspiraciones del pueblo filipino.
El fin principal de la visita, y motivo por el cual decidí ir a Filipinas —este fue el motivo principal—, era expresar mi cercanía a nuestros hermanos y hermanas que sufrieron la devastación del tifón Yolanda. Fui a Tacloban, en la región más gravemente golpeada, donde rendí homenaje a la fe y la capacidad de restablecimiento de la población local. En Tacloban, lamentablemente, las adversas condiciones climáticas causaron otra víctima inocente: la joven voluntaria Kristel, que murió arrasada por una estructura que arrancó el viento. Agradecí luego a quienes, desde todas las partes del mundo, han respondido a la necesidad con una generosa y abundante ayuda. El poder del amor de Dios, revelado en el misterio de la Cruz, se hizo evidente en el espíritu de solidaridad demostrado por los múltiples gestos de caridad y de sacrificio que marcaron esos días sombríos.
Los encuentros con las familias y los jóvenes, en Manila, fueron momentos destacados de la visita a Filipinas. Las familias sanas son esenciales para la vida de la sociedad. Da consuelo y esperanza ver a muchas familias numerosas que acogen a los hijos como un auténtico don de Dios. Ellos saben que cada hijo es una bendición. Escuché que algunos decían que las familias con muchos hijos y el nacimiento de tantos niños está entre las causas de la pobreza. Me parece una opinión superficial. Puedo decir, todos podemos decir, que la causa principal de la pobreza es un sistema económico que quitó a la persona del centro y puso en su lugar al dios dinero; un sistema económico que excluye, excluye siempre: excluye a los niños, a los ancianos, a los jóvenes sin trabajo... y crea la cultura del descarte que vivimos. Nos hemos acostumbrado a ver personas descartadas. Este es el motivo principal de la pobreza, no las familias numerosas. Evocando la figura de san José, que protegió la vida del «Santo Niño», muy venerado en ese país, recordé que hay que proteger a las familias, que afrontan diversas amenazas, con el fin de que puedan testimoniar la belleza de la familia en el proyecto de Dios. Hay que defender también a las familias de las nuevas colonizaciones ideológicas, que atentan contra su identidad y misión.
Y fue una alegría para mí estar con los jóvenes de Filipinas, escuchar sus esperanzas y sus preocupaciones. Quise ofrecerles mi aliento en sus esfuerzos por contribuir a la renovación de la sociedad, especialmente a través del servicio a los pobres y la conservación del ambiente natural.
La atención a los pobres es un elemento esencial de nuestra vida y testimonio cristiano, a esto hice alusión también en la visita; comporta el rechazo de toda forma de corrupción, porque la corrupción roba a los pobres y requiere una cultura de honestidad.
Doy gracias al Señor por esta visita pastoral a Sri Lanka y Filipinas. Le pido que bendiga siempre a estos dos países y que confirme la fidelidad de los cristianos al mensaje evangélico de nuestra redención, reconciliación y comunión con Cristo.
Saludos
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los formadores de Seminarios reunidos en el Pontificio Colegio Español de San José, de Roma, para un curso de actualización; también saludo a los grupos venidos de España, de México –veo que hay muchos mexicanos por allá–, Argentina y otros países latinoamericanos. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
LLAMAMIENTO
Quisiera ahora invitaros a rezar juntos por las víctimas de las manifestaciones de estos últimos días en el amado Níger. Se cometieron brutalidades hacia los cristianos, los niños y las iglesias. Invoquemos al Señor el don de la reconciliación y de la paz, para que nunca el sentimiento religioso se convierta en ocasión de violencia, de abuso y de destrucción. No se puede declarar la guerra en nombre de Dios. Deseo que lo antes posible se pueda restablecer un clima de respeto mutuo y de pacífica convivencia para el bien de todos. Recemos a la Virgen por la gente de Níger (Avemaría...).
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La Semana de oración por la unidad de los cristianos que estamos celebrando, nos ofrece la ocasión de reflexionar sobre nuestra pertenencia a Cristo y a la Iglesia. Queridos jóvenes, rezad para que todos los cristianos sean una sola familia; queridos enfermos, ofreced vuestros sufrimientos por la causa de la unidad de la Iglesia de Cristo; y vosotros, queridos recién casados, experimentad el amor gratuito como lo es el amor de Dios por la humanidad.
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