La Capilla Musical Liberiana, fruto del espléndido florecimiento del renacimiento, nace formalmente en 1545 por obra del cardenal arcipreste Guido Ascanio Sforza, pero es descendiente directa de la antigua schola cantorum, cuya creación se atribuye tradicionalmente a san Gregorio Magno, y de las adaptaciones debidas al encuentro con la tradición francesa por obra de Carlomagno y del contacto con la capilla papal de Gregorio IX cuando este regresó de Aviñón (1377). Desde el principio tuvo la misma categoría que las capillas de San Pedro y de San Juan, también por la presencia de pueri cantores que aquí fueron acogidos y recibieron instrucción. Una prueba de ello es que en 1561 la dirige el “príncipe de la música” Giovanni Pierlugi da Palestrina, que en 1537 había recibido en la Basílica su primera formación musical como niño cantor.
El estilo polifónico del gran músico, en perfecta sintonía con los dictámenes del Concilio de Trento, fue capaz de llevar los artificios contrapuntísticos de los maestros flamencos a una limpidez y elegancia inigualables que permitía una mejor comprensión del texto sagrado.
En él se inspiran sus discípulos y sucesores Giovanni Maria Nanino, Francesco Soriano y Annibale Stabile, que contribuyeron a formar lo que será conocido en la historia como “escuela romana”. Efectivamente, los maestros romanos supieron distinguirse incluso en el siglo XVII, que fue el momento de mayor exhuberancia de la música sagrada, proyectada en los faustos de la policoralidad y del estilo concertado veneciano. Domenico Allegri y Paolo Quagliati dieron un gran impulso a la participación instrumental en la música sagrada, pero con un estilo peculiar de efecto monumental. Otros nombres ilustres siguieron su senda, entre ellos Paolo Tarditi, Antonio Maria Abbatini, Orazio Benevoli, Nicola Stamegna y el organista Bernardo Pasquini. Francesco Foggia, Maestro de capilla desde 1677 a 1688, a quien le sucedió su hijo Antonio, es considerado el último gran exponente de la escuela romana propiamente dicha.
Una figura nueva, hija de su época, llegó a dar lustro a la Basílica de Santa María la Mayor, dejando su huella aunque estuvo sólo dos años: Alessandro Scarlatti. El importante operista de escuela napolitana fue también un excelso compositor de música sagrada incluso en el severo estilo palestriniano. Su enseñanza fue seguida por Pompeo Cannicciari, Antonio y Domenico Fontemaggi, Giovanni Aldega, Settimio Battaglia y Augusto Moriconi, que en los siglos XVIII y XIX, durante el máximo esplendor del teatro musical y del “bel canto”, supieron resistir a la tentación de introducir en la Basílica las arias que, adaptadas al estilo eclesiástico, se oían por todas partes. El archivo liberiano conserva muchas obras de dichos maestros desde 1600 hasta nuestros días, mientras que los antiguos códices gregorianos y polifónicos se encuentran en la Biblioteca vaticana.
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