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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco in Canada – Cerimonia di benvenuto, visita di cortesia al Governatore Generale del Canada, incontro con il Primo Ministro e incontro con le Autorità Civili, con i Rappresentanti delle Popolazioni Indigene e con il Corpo Diplomatico presso la Citadelle de Québec, 27.07.2022


 

Cerimonia di benvenuto presso la Citadelle de Québec

Visita di cortesia al Governatore Generale del Canada e incontro con il Primo Ministro presso la Citadelle de Québec

Incontro con le Autorità Civili, con i Rappresentanti delle Popolazioni Indigene e con il Corpo Diplomatico presso la Citadelle de Québec

Cerimonia di benvenuto presso la Citadelle de Québec

Questa mattina, dopo aver celebrato la Santa Messa in privato e dopo essersi congedato dal personale del St. Joseph Seminary, il Santo Padre Francesco si è trasferito in auto all’Aeroporto Internazionale di Edmonton da dove, alle ore 9.10 (17.10 ora di Roma) –a bordo di un A330/ITA Airways – è partito alla volta di Québec.

Al Suo arrivo, alle ore 14.43 (20.43 ora di Roma) è stato accolto da alcune Autorità locali e si è trasferito in auto all’Arcivescovado.

La Cerimonia di benvenuto, la visita di cortesia al Governatore Generale del Canada, l’incontro con il Primo Ministro e l’incontro con le Autorità Civili, con i Rappresentanti delle Popolazioni Indigene e con il Corpo Diplomatico presso la Citadelle de Québec sono stati posticipasti di circa un’ora per permettere a tutti i partecipanti, provenienti da Edmonton, di essere presenti.

Alle ore 16.20 (22.20 ora di Roma), il Santo Padre si è recato in auto alla Citadelle de Québec, residenza del Governatore Generale, dove, ha avuto luogo la Cerimonia di benvenuto.

Il Papa è stato accolto nel cortile della Citadelle de Québec dal Governatore Generale del Canada, l’Onorevole Mary Simon.

Dopo la Guardia d’Onore, l’esecuzione degli inni e la presentazione delle rispettive Delegazioni, si sono recati nella sala ove ha avuto luogo l’incontro privato.

[01119-IT.01]

Visita di cortesia al Governatore Generale del Canada e incontro con il Primo Ministro presso la Citadelle de Québec

Alle ore 17.00 (23.00 ora di Roma) ha avuto luogo la visita di cortesia al Governatore Generale del Canada, l’Onorevole Mary Simon. Nel frattempo si è svolto un breve incontro tra il Cardinale Segretario di Stato Pietro Parolin e il Primo Ministro, S.E. il Sig. Justin Trudeau, alla presenza del Sostituto della Segreteria di Stato, S.E. Mons. Edgar Peña Parra, del Segretario per i Rapporti con gli Stati e le Organizzazioni Internazionali, S.E. Mons. Paul Richard Gallagher, e del Nunzio Apostolico in Canada, S.E. Mons. Ivan Jurkovič.

Al termine della visita di cortesia, dopo la presentazione della famiglia del Governatore Generale, il Primo Ministro ha raggiunto il Papa per l’incontro privato mentre il Governatore Generale ha incontrato il Cardinale Segretario di Stato, alla presenza del Sostituto della Segreteria di Stato, del Segretario per i Rapporti con gli Stati e le Organizzazioni Internazionali e del Nunzio Apostolico.

Concluso l’incontro privato, il Santo Padre, il Governatore Generale e il Primo Ministro si sono recati sul terrazzo per la foto ufficiale. Quindi, dopo la Firma del Libro d’Onore, si sono spostati nella sala per l’incontro con le Autorità Civili, i rappresentanti delle Popolazioni Indigene e i Membri del Corpo Diplomatico.

[01120-IT.01]

Incontro con le Autorità Civili, con i Rappresentanti delle Popolazioni Indigene e con il Corpo Diplomatico presso la Citadelle de Québec

Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Traduzione in lingua araba

Alle ore 18.00 (00.00 ora di Roma) il Santo Padre Francesco ha incontrato le Autorità Civili, i rappresentanti delle Popolazioni Indigene e i Membri del Corpo Diplomatico presso la Citadelle de Québec.

Dopo il saluto del Primo Ministro, S.E. il Signor Justin Trudeau, e del Governatore Generale del Canada, l’Onorevole Mary Simon, Papa Francesco ha pronunciato il Suo discorso.

Al termine il Governatore Generale e il Primo Ministro hanno accompagnato il Papa all’ingresso per il congedo. Quindi il Santo Padre si è trasferito in papamobile all’Arcivescovado dove ha cenato in privato.

Pubblichiamo di seguito il discorso che il Papa ha pronunciato nel corso dell’incontro con le Autorità Civili, i rappresentanti delle Popolazioni Indigene e i Membri del Corpo Diplomatico:

Discorso del Santo Padre

Señora Gobernadora General,
señor Primer Ministro,
distinguidas autoridades civiles y religiosas,
estimados Representantes de los pueblos indígenas,
distinguidos miembros del Cuerpo Diplomático,
señoras y señores:

Los saludo cordialmente y le agradezco a la señora Mary Simon y al señor Justin Trudeau sus amables palabras. Me complace dirigirme a ustedes, que tienen la responsabilidad de servir a los habitantes de este gran país que, “de mar a mar”, ofrece un extraordinario patrimonio natural. Entre las muchas bellezas, pienso en los inmensos y espectaculares bosques de arce, que hacen que el paisaje canadiense sea único y colorido. Me gustaría inspirarme en el símbolo por excelencia de estas tierras, la hoja del arce, que desde los escudos de Quebec se extendió rápidamente hasta convertirse en el emblema destacado en la bandera del país.

Aunque esto haya sucedido en tiempos bastante recientes, los arces custodian el recuerdo de muchas generaciones pasadas, mucho antes de que los colonos llegaran a suelo canadiense. Los pueblos nativos extraían de ellos savia con la que elaboraban nutritivos jarabes. Esto nos lleva a pensar en su laboriosidad, siempre atentos a salvaguardar la tierra y el medio ambiente, fieles a una visión armoniosa de la creación, que es un libro abierto que enseña al hombre a amar al Creador y a vivir en simbiosis con los demás seres vivos. Hay mucho que aprender de esto, de la capacidad de escuchar a Dios, a las personas y a la naturaleza. Lo necesitamos especialmente en el torbellino frenético del mundo actual, caracterizado por una constante “rapidación”, que dificulta un desarrollo verdaderamente humano, sostenible e integral (cf. Carta enc. Laudato si’, 18), terminando por generar una “sociedad del cansancio y de la desilusión”, que lucha por descubrir de nuevo el gusto por la contemplación, el sabor genuino de las relaciones, la mística de la totalidad. ¡Cuánta necesidad tenemos de escucharnos, dialogar, para alejarnos del individualismo imperante, de los juicios apresurados, de la agresividad desenfrenada, de la tentación de dividir el mundo en buenos y malos! Las grandes hojas de arce, que absorben el aire contaminado y restituyen oxígeno, nos invitan a maravillarnos con la belleza de la creación y a dejarnos atraer por los sanos valores presentes en las culturas indígenas: son una inspiración para todos nosotros y nos pueden ayudar a sanar los dañinos hábitos de explotar. Explotar la creación, las relaciones, el tiempo, y orientar la actividad humana únicamente en función de la utilidad y del beneficio.

Sin embargo, estas lecciones vitales han sido objeto de una violenta oposición en el pasado. Pienso especialmente en las políticas de asimilación y desvinculación, que incluían el sistema de escuelas residenciales y que dañaron a muchas familias indígenas, minusvalorando su lengua, su cultura y su visión del mundo. En ese deplorable sistema promovido por las autoridades gubernamentales de la época, que separó a tantos niños de sus familias, estuvieron involucradas varias instituciones católicas locales, por lo que expreso vergüenza y dolor y, junto con los Obispos de este país, renuevo mi petición de perdón por el mal que tantos cristianos cometieron contra los pueblos indígenas. Por todo esto pido perdón. Es trágico cuando algunos creyentes, como ocurrió en ese período histórico, no se adecuan al Evangelio sino a las conveniencias del mundo. Si la fe cristiana ha desempeñado un papel esencial en la conformación de los más altos ideales del Canadá, caracterizados por el deseo de construir un país mejor para todos sus habitantes, es necesario, admitiendo las propias faltas, comprometerse juntos a realizar aquello que sé que todos ustedes comparten: promover los derechos legítimos de los pueblos originarios y fomentar procesos de sanación y reconciliación entre ellos y los no indígenas del País. Esto se refleja en vuestro compromiso para responder adecuadamente a los llamamientos de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, así como en vuestra atención en reconocer los derechos de los pueblos originarios.

La Santa Sede y las comunidades católicas locales mantienen una voluntad concreta respecto a la promoción de las culturas indígenas, con caminos espirituales específicos y apropiados, que incluyan la atención a sus tradiciones culturales, sus costumbres, sus lenguas y sus procesos educativos propios, en el espíritu de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Es nuestro deseo renovar la relación entre la Iglesia y los pueblos indígenas de Canadá, una relación marcada tanto por un amor que ha dado grandes frutos como también, lamentablemente, por heridas que nos estamos esforzando en comprender y sanar. Estoy muy agradecido por haber conocido y escuchado a varios representantes de los pueblos indígenas durante los últimos meses en Roma, y por poder afianzar, aquí en Canadá, las hermosas relaciones que hemos entablado. Los momentos que vivimos juntos han dejado en mí una huella y el firme deseo de responder a la indignación y la vergüenza por el sufrimiento que soportaron los indígenas, recorriendo un camino fraternal y paciente con todos los canadienses conforme a la verdad y la justicia, esforzándonos por la sanación y la reconciliación, animados siempre por la esperanza.

Aquella «historia de dolor y de desprecios», originada por una mentalidad colonizadora, «no se sana fácilmente». Al mismo tiempo, nos advierte que «la colonización no se detiene, sino que en muchos lugares se transforma, se disfraza y se disimula» (Exhort. ap. Querida Amazonia, 16). Este es el caso de las colonizaciones ideológicas. Si en su momento la mentalidad colonialista se desentendió de la vida concreta de los pueblos, imponiendo modelos culturales preestablecidos, tampoco faltan hoy colonizaciones ideológicas que contrastan la realidad de la existencia y que sofocan el apego natural a los valores de los pueblos, intentando desarraigar sus tradiciones, su historia y sus vínculos religiosos. Se trata de una mentalidad que, presumiendo de haber superado “las oscuras páginas de la historia”, da cabida a la así llamada cultura de la cancelación, que juzga el pasado sólo en función de algunas, de ciertas categorías actuales. Así se implanta una moda cultural que estandariza, que vuelve todo igual, que no tolera las diferencias y se centra sólo en el momento presente, en las necesidades y los derechos de los individuos, descuidando a menudo los deberes hacia los más débiles y frágiles; los pobres, los emigrantes, los mayores, los enfermos, los no nacidos... Son ellos los olvidados por las sociedades del bienestar; son ellos los que, en la indiferencia general, son descartados como hojas secas para ser quemadas.

Por otro lado, el rico follaje multicolor de los árboles de arce nos recuerda la importancia de la totalidad, la importancia de promover comunidades humanas que no uniformen, sino que sean realmente abiertas e inclusivas. Y así como cada hoja es esencial para enriquecer el follaje, también cada familia, célula fundamental de la sociedad, debe ser valorada, porque «el futuro de la humanidad se fragua en la familia» (S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Familiaris consortio, 86). Ella es la primera realidad social concreta, pero se ve amenazada por muchos factores, como la violencia doméstica, la intensificación del trabajo, la mentalidad individualista, el afán desenfrenado de hacer carrera, el desempleo, la soledad de los jóvenes, el abandono de los mayores y de los enfermos... Los pueblos indígenas tienen mucho que enseñarnos sobre el cuidado y la protección de la familia, donde ya desde niños se aprende a reconocer lo que está bien y lo que está mal, a decir la verdad, a compartir, a corregir los errores, a empezar de nuevo, a darse ánimo, a reconciliarse. Que el mal sufrido por los pueblos indígenas, y del que hoy nos avergonzamos, nos sirva de advertencia hoy, para que no se deje de lado el cuidado y los derechos de la familia en nombre de eventuales necesidades productivas e intereses individuales.

Volvamos a la hoja de arce. En tiempos de guerra, los soldados la utilizaban como venda y emplasto para las heridas. Hoy, ante la locura sin sentido de la guerra, necesitamos de nuevo calmar los extremismos de la contraposición y curar las heridas del odio. Una testigo de algunas trágicas violencias del pasado dijo recientemente que «la paz tiene su propio secreto: no odiar nunca a nadie. Si se quiere vivir no se debe odiar nunca» (Entrevista a E. Bruck, en Avvenire, 8 marzo 2022). No necesitamos dividir el mundo en amigos y enemigos, distanciarnos y armarnos hasta los dientes: no será la carrera armamentística ni las estrategias de disuasión las que traigan la paz y la seguridad. No hay que preguntarse cómo continuar las guerras, sino cómo detenerlas. E impedir que los pueblos vuelvan a ser rehenes de las garras de espantosas guerras frías que todavía se extienden. Se necesitan políticas creativas y con visión de futuro, que sepan romper los esquemas de los bandos para dar respuestas a los retos globales.

Los grandes retos actuales, como la paz, el cambio climático, los efectos de las pandemias y las migraciones internacionales, están unidos por una constante: son globales, son retos globales, afectan a todos. Y si todos ellos hablan de la necesidad del conjunto, la política no puede quedar prisionera de los intereses partidistas. Hay que saber mirar, como enseña la sabiduría indígena, a las siete generaciones futuras, no a la conveniencia inmediata, a los plazos electorales o al apoyo de los lobbies. Y también valorar los deseos de fraternidad, justicia y paz de las jóvenes generaciones. Sí, para recuperar la memoria y la sabiduría es necesario escuchar a los mayores, y para tener impulso y futuro es necesario abrazar los sueños de los jóvenes. Ellos se merecen un futuro mejor que el que les estamos preparando, se merecen participar en las decisiones sobre la construcción del hoy y del mañana, especialmente sobre el cuidado de la casa común, para el cual los valores y las enseñanzas de los pueblos indígenas son valiosos. A este respecto, me gustaría agradecer el encomiable compromiso local en favor del medio ambiente. Casi se podría decir que los emblemas extraídos de la naturaleza, como el lirio en la bandera de esta provincia de Quebec, y la hoja de arce en la del país, confirman la vocación ecológica de Canadá.

Cuando la comisión correspondiente evaluó los miles de bocetos recibidos para la realización de la bandera nacional, muchos de ellos presentados por personas comunes, sorprendió que casi todos ellos contuvieran la representación de la hoja de arce. La participación en torno a este símbolo compartido me sugiere subrayar una palabra clave para los canadienses: multiculturalismo. Este está en la base de la cohesión de una sociedad tan diversa como son los colores de las copas de los árboles de arce. La misma hoja de arce, con su multiplicidad de puntas y lados, sugiere una figura poliédrica, mostrando que ustedes son un pueblo capaz de incluir, para que los que vengan puedan encontrar un lugar en esa unidad multiforme y aportar su propia y original contribución (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 236). El multiculturalismo es un reto permanente; se trata de acoger y abrazar a los distintos componentes presentes, respetando, al mismo tiempo, la diversidad de sus tradiciones y culturas, sin suponer que el proceso esté concluido de una vez para siempre. En este sentido, expreso mi agradecimiento por la generosidad en acoger a numerosos inmigrantes ucranianos y afganos. Pero también es necesario trabajar para superar la retórica del miedo hacia los inmigrantes y darles, según las posibilidades del país, una oportunidad concreta de participar responsablemente en la sociedad. Para ello, los derechos y la democracia son indispensables. También es necesario hacerle frente a la mentalidad individualista, recordando que la vida en común se basa en premisas que el sistema político por sí solo no puede producir. También en esto, la cultura indígena es un gran apoyo al recordarnos la importancia de los valores de la socialización. Y también la Iglesia católica, con su dimensión universal y su atención hacia los más frágiles, con su legítimo servicio a favor de la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural, se complace en ofrecer su contribución.

En estos últimos días, he sabido de numerosas personas necesitadas que llaman a las puertas de las parroquias. Incluso en un país tan desarrollado y avanzado como Canadá, que dedica mucha atención a la asistencia social, no son pocos los indigentes que dependen de las iglesias y los bancos de alimentos para obtener la ayuda y el apoyo básicos, que —no lo olvidemos— no son sólo materiales. Estos hermanos y hermanas nos llevan a considerar la urgencia de trabajar para remediar la radical injusticia que contamina nuestro mundo, a causa de la cual la abundancia de los dones de la creación se distribuye de forma demasiado desigual. Es escandaloso que la riqueza generada por el desarrollo económico no beneficie a todos los sectores de la sociedad. Y es triste que sea precisamente entre los nativos donde se registran a menudo muchos índices de pobreza, a los que se unen otros indicadores negativos, como la baja escolarización, el no fácil acceso a la vivienda y a la asistencia sanitaria. Que el emblema de la hoja de arce, que aparece habitualmente en las etiquetas de los productos del país, sea un incentivo para que todos tomen decisiones económicas y sociales encaminadas al compartir y al cuidado de los necesitados.

Sólo trabajando juntos, mano a mano, es como podemos hacer frente a los apremiantes retos de hoy. Les agradezco su hospitalidad, su atención y su estima, diciéndoles con sincero afecto que llevo a Canadá y su gente muy cerca de mi corazón.

[01128-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Signora Governatore Generale,
Signor Primo Ministro,
distinte Autorità civili e religiose,
cari Rappresentanti delle popolazioni indigene,
illustri Membri del Corpo diplomatico,
Signore e Signori!

Vi saluto cordialmente e ringrazio la Signora Mary Simon e al Signor Justin Trudeau, per le loro gentili parole. Sono lieto di rivolgermi a voi, che avete la responsabilità di servire gli abitanti di questo grande Paese che, “da mare a mare”, offre un patrimonio naturale straordinario. Tra le tante bellezze, penso alle immense e spettacolari foreste di aceri, che rendono il paesaggio canadese unico e variopinto. Vorrei prendere proprio spunto dal simbolo per eccellenza di queste terre, la foglia d’acero, che dagli stemmi del Québec si diffuse rapidamente fino a diventare l’emblema che campeggia sulla bandiera del Paese.

Se ciò è accaduto in tempi piuttosto recenti, gli aceri custodiscono tuttavia la memoria di molte generazioni passate, ben prima che i coloni giungessero sul suolo canadese. Le popolazioni native vi estraevano la linfa con cui realizzavano nutrienti sciroppi. Questo ci porta a pensare alla loro laboriosità, sempre attenta a salvaguardare la terra e l’ambiente, fedele a una visione armoniosa del creato, libro aperto che insegna all’uomo ad amare il Creatore e a vivere in simbiosi con gli altri esseri viventi. C’è tanto da imparare da questo, dalla capacità di porsi in ascolto di Dio, delle persone e della natura. Ne abbiamo bisogno specialmente nella vorticosa frenesia del mondo odierno, caratterizzato da una costante “rapidizzazione”, che rende arduo uno sviluppo realmente umano, sostenibile e integrale (cfr Lett. enc. Laudato si’, 18), finendo per generare una “società della stanchezza e della disillusione”, che fatica a ritrovare il gusto della contemplazione, il sapore genuino delle relazioni, la mistica dell’insieme. Quanto bisogno abbiamo di ascoltarci e di dialogare, per allontanarci dall’individualismo imperante, dai giudizi affrettati, dall’aggressività dilagante, dalla tentazione di dividere il mondo in buoni e cattivi! Le grandi foglie d’acero, che assorbono l’aria inquinata e restituiscono ossigeno, invitano a stupirci per la bellezza del creato e a lasciarci attirare dai salutari valori presenti nelle culture indigene: essi sono di ispirazione a tutti noi e possono contribuire a risanare le nocive abitudini di sfruttare. Sfruttare il creato, il tempo, e regolare l’attività umana solo in base all’utile e al profitto.

Questi insegnamenti vitali, tuttavia, sono stati violentemente avversati in passato. Penso soprattutto alle politiche di assimilazione e di affrancamento, comprendenti anche il sistema scolastico residenziale, che ha danneggiato molte famiglie indigene, minandone la lingua, la cultura e la visione del mondo. In quel deprecabile sistema promosso dalle autorità governative dell’epoca, che ha separato tanti bambini dalle loro famiglie, sono state coinvolte diverse istituzioni cattoliche locali; per questo esprimo vergogna e dolore e, insieme ai Vescovi di questo Paese, rinnovo la mia richiesta di perdono per il male commesso da tanti cristiani contro le popolazioni indigene. Per tutto questo chiedo perdono. È tragico quando dei credenti, come accaduto in quel periodo storico, si adeguano alle convenienze del mondo piuttosto che al Vangelo. Se la fede cristiana ha svolto un ruolo essenziale nel plasmare i più alti ideali del Canada, caratterizzati dal desiderio di costruire un Paese migliore per tutta la sua gente, è necessario, ammettendo le proprie colpe, impegnarsi insieme a realizzare quanto so che tutti voi condividete: promuovere i legittimi diritti delle popolazioni native e favorire processi di guarigione e di riconciliazione tra loro e i non indigeni del Paese. Ciò si riflette nel vostro impegno a rispondere in modo adeguato agli appelli della Commissione per la verità e la riconciliazione, così come nell’attenzione a riconoscere i diritti dei popoli indigeni.

La Santa Sede e le comunità cattoliche locali nutrono la concreta volontà di promuovere le culture indigene, con cammini spirituali appositi e confacenti, che comprendano anche l’attenzione alle tradizioni culturali, alle usanze, alle lingue e ai processi educativi propri, nello spirito della Dichiarazione delle Nazioni Unite sui Diritti dei Popoli Indigeni. È nostro desiderio rinnovare il rapporto tra la Chiesa e le popolazioni indigene del Canada, un rapporto segnato sia da un amore che ha portato ottimi frutti, sia, purtroppo, da ferite che ci stiamo impegnando a comprendere e sanare. Sono molto grato di aver incontrato e ascoltato vari rappresentanti delle popolazioni indigene nei mesi scorsi a Roma, e di poter rinsaldare, qui in Canada, le belle relazioni strette con loro. I momenti vissuti insieme hanno lasciato in me un’impronta e il fermo desiderio di farci carico dare seguito all’indignazione e alla vergogna per le sofferenze subite dagli indigeni, portando avanti un cammino fraterno e paziente, da intraprendere con tutti i canadesi secondo verità e giustizia, adoperandoci per la guarigione e la riconciliazione, sempre animati dalla speranza.

Quella «storia di dolore e di disprezzo», originata da una mentalità colonizzatrice, «non si risana facilmente». Al tempo stesso, ci mette in guardia sul fatto che «la colonizzazione non si ferma, piuttosto in alcune zone si trasforma, si maschera e si nasconde» (Esort. ap. Querida Amazonia, 16). È il caso delle colonizzazioni ideologiche. Se un tempo la mentalità colonialista trascurò la vita concreta della gente, imponendo modelli culturali prestabiliti, anche oggi non mancano colonizzazioni ideologiche che contrastano la realtà dell’esistenza, soffocano il naturale attaccamento ai valori dei popoli, tentando di sradicarne le tradizioni, la storia e i legami religiosi. Si tratta di una mentalità che, presumendo di aver superato “le pagine buie della storia”, fa spazio a quella cancel culture che valuta il passato solo in base a certe categorie attuali. Così si impianta una moda culturale che uniforma, rende tutto uguale, non tollera differenze e si concentra solo sul momento presente, sui bisogni e sui diritti degli individui, trascurando spesso i doveri nei riguardi dei più deboli e fragili: poveri, migranti, anziani, ammalati, nascituri… Sono loro i dimenticati nelle società del benessere; sono loro che, nell’indifferenza generale, vengono scartati come foglie secche da bruciare.

Le ricche chiome multicolori degli alberi di acero ci ricordano invece l’importanza dell’insieme, di portare avanti comunità umane non omologatrici, ma realmente aperte e inclusive. E come ogni foglia è fondamentale per arricchire le fronde, così ogni famiglia, cellula essenziale della società, va valorizzata, perché «l’avvenire dell’umanità passa attraverso la famiglia» (S. Giovanni Paolo II, Esort. ap. Familiaris consortio, 86). Essa è la prima realtà sociale concreta, ma è minacciata da molti fattori: violenza domestica, frenesia lavorativa, mentalità individualistica, carrierismi sfrenati, disoccupazione, solitudine dei giovani, abbandono degli anziani e degli infermi... Le popolazioni indigene hanno tanto da insegnarci sulla custodia e la tutela della famiglia, dove già da bambini si impara a riconoscere che cosa è giusto e che cosa sbagliato, a dire la verità, a condividere, a correggere i torti, a ricominciare, a rincuorarsi, a riconciliarsi. Il male sofferto dai popoli indigeni, e di cui ora ci vergogniamo, ci serva oggi da monito, affinché la cura e i diritti della famiglia non vengano messi da parte in nome di eventuali esigenze produttive e interessi individuali.

Ritorniamo alla foglia d’acero. Nei tempi di guerra, i soldati ne facevano uso come bende e medicamenti per le ferite. Oggi, di fronte all’insensata follia della guerra, abbiamo nuovamente bisogno di lenire gli estremismi della contrapposizione e di curare le ferite dell’odio. Una testimone di tragiche violenze passate ha recentemente detto che «la pace ha un suo segreto: non odiare mai nessuno. Se si vuole vivere non si deve mai odiare» (Intervista a E. Bruck, in “Avvenire”, 8 marzo 2022). Non abbiamo bisogno di dividere il mondo in amici e nemici, di prendere le distanze e riarmarci fino ai denti: non saranno la corsa agli armamenti e le strategie di deterrenza a portare pace e sicurezza. Non c’è bisogno di chiedersi come proseguire le guerre, ma come fermarle. E di impedire che i popoli siano tenuti nuovamente in ostaggio dalla morsa di spaventose guerre fredde che ancora si allargano. C’è bisogno di politiche creative e lungimiranti, che sappiano uscire dagli schemi delle parti per dare risposte alle sfide globali.

Infatti le grandi sfide di oggi, come la pace, i cambiamenti climatici, gli effetti pandemici e le migrazioni internazionali sono accomunate da una costante: sono globali, sono sfide globali, riguardano tutti. E se tutte parlano della necessità dell’insieme, la politica non può rimanere prigioniera di interessi di parte. Occorre saper guardare, come la sapienza indigena insegna, alle sette generazioni future, non alle convenienze immediate, alle scadenze elettorali, al sostegno delle lobby. E anche valorizzare i desideri di fraternità, giustizia e pace delle giovani generazioni. Sì, come è necessario, per recuperare memoria e saggezza, ascoltare gli anziani, così, per avere slancio e futuro, occorre abbracciare i sogni dei giovani. Essi meritano un futuro migliore di quello che stiamo loro preparando, meritano di essere coinvolti nelle scelte per la costruzione dell’oggi e del domani, in particolare per la salvaguardia della casa comune, per la quale sono preziosi i valori e gli insegnamenti delle popolazioni indigene. A tale proposito, vorrei esprimere apprezzamento per il lodevole impegno locale a favore dell’ambiente. Si potrebbe quasi dire che gli emblemi tratti dalla natura, quali il giglio nella bandiera di questa Provincia del Québec, e la foglia d’acero in quella del Paese, confermino la vocazione ecologica del Canada.

Quando l’apposita Commissione si trovò a valutare le migliaia di bozzetti pervenuti per la realizzazione della bandiera nazionale, molti dei quali inviati da persone comuni, sorprese che quasi tutti contenessero proprio la rappresentazione della foglia d’acero. La partecipazione attorno a questo simbolo condiviso mi suggerisce di sottolineare una parola fondamentale per i canadesi: multiculturalismo. Esso sta alla base della coesione di una società tanto composita quanto variamente colorate sono le chiome degli aceri. La stessa foglia d’acero, con la sua molteplicità di punte e di lati, fa pensare a una figura poliedrica e dice che voi siete un popolo capace di includere, così che coloro che arrivano possano trovare posto in quella unità multiforme e apportarvi il loro contributo originale (cfr Evangelii gaudium, 236). Il multiculturalismo è una sfida permanente: è accogliere e abbracciare le diverse componenti presenti, rispettando, al contempo, la diversità delle loro tradizioni e culture, senza pensare che il processo sia compiuto una volta per tutte. Esprimo apprezzamento in tal senso per la generosità nell’ospitare numerosi migranti ucraini e afghani. Occorre anche lavorare per superare la retorica della paura nei confronti degli immigrati e per dare loro, secondo le possibilità del Paese, la possibilità concreta di essere coinvolti responsabilmente nella società. Per fare ciò i diritti e la democrazia sono indispensabili. Ma è necessario fronteggiare la mentalità individualista, ricordando che il vivere comune si fonda su presupposti che il sistema politico da solo non può produrre. Anche in questo la cultura indigena è di grande sostegno nel ricordare l’importanza dei valori della socialità. E pure la Chiesa cattolica, con la sua dimensione universale e la sua cura nei riguardi dei più fragili, con il legittimo servizio a favore della vita umana in ogni sua fase, dal concepimento e fino alla morte naturale, è lieta di offrire il proprio contributo.

In questi giorni ho sentito di numerose persone bisognose che bussano alle porte delle parrocchie. Anche in un Paese tanto sviluppato e progredito come il Canada, che dedica molta attenzione all’assistenza sociale, non sono pochi i senzatetto che si affidano alle chiese e ai banchi alimentari per ricevere aiuti e conforti essenziali, che – non dimentichiamolo – non sono solo materiali. Questi fratelli e sorelle ci portano a considerare l’urgenza di adoperarci per porre rimedio alla radicale ingiustizia che inquina il nostro mondo, per cui l’abbondanza dei doni della creazione è ripartita in modo troppo diseguale. È scandaloso che il benessere generato dallo sviluppo economico non vada a beneficio di tutti i settori della società. Ed è triste che proprio tra i nativi si registrino spesso molti tassi di povertà, cui si collegano altri indicatori negativi, come il basso indice di scolarizzazione, il non facile accesso alla casa e all’assistenza sanitaria. L’emblema della foglia d’acero, che compare abitualmente sulle etichette dei prodotti del Paese, sia di stimolo per tutti a compiere scelte economiche e sociali volte alla condivisione e alla cura dei bisognosi.

È lavorando di comune accordo, insieme, che si affrontano le sfide pressanti di oggi. Vi ringrazio per l’ospitalità, l’attenzione e la stima, dicendovi con sincero affetto che il Canada e la sua gente mi stanno veramente a cuore.

[01128-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

Madame la Gouverneure Générale,
Monsieur le Premier Ministre,
Distinguées Autorités civiles et religieuses,
Chers Représentants des peuples autochtones,
Illustres Membres du Corps Diplomatique,
Mesdames et Messieurs!

Je vous salue cordialement et je remercie Madame Mary Simon et Monsieur Justin Trudeau pour ses aimables paroles. Je suis heureux de m’adresser à vous, qui avez la responsabilité de servir les habitants de ce grand pays qui, "de la mer à la mer", offre un patrimoine naturel extraordinaire. Parmi les nombreuses beautés, je pense aux immenses et spectaculaires forêts d’érables, qui rendent le paysage canadien unique et coloré. Je voudrais m’inspirer du symbole par excellence de ces terres, la feuille d’érable qui, des armoiries du Québec, s’est répandue rapidement jusqu’à devenir l’emblème qui figure sur le drapeau du pays.

Si cela s’est produit assez récemment, les érables conservent cependant la mémoire de nombreuses générations passées, bien avant que les colons n’arrivent sur le sol canadien. Les peuples autochtones y extrayaient la sève avec laquelle ils fabriquaient des sirops nutritifs. Cela nous fait penser à leur assiduité, toujours attentive à sauvegarder la terre et l’environnement, fidèle à une vision harmonieuse de la création qui est un livre ouvert qui enseigne à l’homme à aimer le Créateur et à vivre en symbiose avec les autres êtres vivants. Il y a beaucoup à apprendre de cela, de la capacité de se mettre à l’écoute de Dieu, des personnes et de la nature. Nous en avons particulièrement besoin dans la frénésie tourbillonnante du monde d’aujourd’hui, caractérisé par une constante "accélération des changements", qui rend difficile un développement réellement humain, durable et intégral (cf. Lett. enc. Laudato si', n. 18), finissant par engendrer une "société de la fatigue et de la désillusion", qui peine à retrouver le goût de la contemplation, la saveur authentique des relations, la mystique de l’ensemble. Comme nous avons besoin de nous écouter, de dialoguer, pour nous éloigner de l’individualisme dominant, des jugements hâtifs, de l’agressivité envahissante, de la tentation de diviser le monde en bons et en mauvais ! Les grandes feuilles d’érable, qui absorbent l’air pollué et restituent l’oxygène, invitent à nous émerveiller de la beauté de la création et à nous laisser attirer par les valeurs salutaires présentes dans les cultures autochtones: elles sont une source d’inspiration pour nous tous et peuvent contribuer à guérir les habitudes nuisibles d’exploiter. Exploiter, la création, les relations, le temps, et régler l’activité humaine uniquement sur la base de l’utile et du profit.

Ces enseignements vitaux, cependant, ont été violemment combattus dans le passé. Je pense surtout aux politiques d’assimilation et d’affranchissement, qui comprennent aussi le système des écoles résidentielles, qui ont détruit de nombreuses familles autochtones, en compromettant leur langue, leur culture et leur vision du monde. Dans ce système déplorable, promu par les autorités gouvernementales de l’époque, qui a séparé de nombreux enfants de leurs familles, diverses institutions catholiques locales y ont été impliquées ; c’est pourquoi j’exprime honte et douleur et, avec les évêques de ce pays, je renouvelle ma demande de pardon pour le mal que de nombreux chrétiens ont commis contre les peuples autochtones. Pour tout cela, je demande pardon. Il est tragique quand des croyants, comme ce fut le cas à cette période historique, s’adaptent aux convenances du monde plutôt qu’à l’Évangile. Si la foi chrétienne a joué un rôle essentiel dans la formation des idéaux les plus élevés du Canada, caractérisés par le désir de construire un pays meilleur pour tous ses habitants, il est nécessaire, en admettant nos fautes, de nous engager ensemble afin de réaliser ce que je sais que vous partagez tous: promouvoir les droits légitimes des peuples autochtones et favoriser des processus de guérison et de réconciliation entre elles et les non-autochtones du pays. Cela se reflète dans votre engagement à répondre de manière adéquate aux appels de la Commission pour la vérité et la réconciliation, ainsi que dans votre souci de reconnaître les droits des peuples autochtones.

Le Saint-Siège et les communautés catholiques locales nourrissent la volonté concrète de promouvoir les cultures autochtones, avec des chemins spirituels appropriés et adaptés, qui comprennent également l’attention aux traditions culturelles, aux coutumes, aux langues et aux processus éducatifs propres, dans l’esprit de la Déclaration des Nations Unies sur les Droits des Peuples Autochtones. Notre désir est de renouveler la relation entre l’Église et les peuples autochtones du Canada, une relation marquée à la fois par un amour qui a porté d’excellents fruits et, malheureusement, par des blessures que nous nous engageons à comprendre et à soigner. Je suis très reconnaissant d’avoir rencontré et écouté ces derniers mois à Rome plusieurs représentants des peuples autochtones, et de pouvoir renforcer, ici au Canada, les belles relations nouées avec eux. Les moments vécus ensemble ont laissé en moi une empreinte et le désir profond de faire nôtre l’indignation et la honte pour les souffrances subies par les autochtones, en promouvant un chemin fraternel et patient à entreprendre avec tous les Canadiens, selon la vérité et la justice, en œuvrant pour la guérison et la réconciliation, toujours animés par l’espérance.

Cette «histoire de douleur et de mépris», issue d’une mentalité colonisatrice, «ne se guérit pas facilement». En même temps, elle nous met en garde contre le fait que «la colonisation ne s’arrête pas, elle se transforme même en certains lieux, se déguise et se dissimule» (Exhort. ap. Querida Amazonia, n. 16). C’est le cas des colonisations idéologiques. Si, autrefois, la mentalité colonialiste a négligé la vie concrète des personnes en imposant des modèles culturels préétablis, aujourd’hui encore, des colonisations idéologiques qui s’opposent à la réalité de l’existence étouffent l’attachement naturel aux valeurs des peuples, en essayant d’en déraciner les traditions, l’histoire et les liens religieux, ne manquent pas. Il s’agit d’une mentalité qui, en supposant avoir dépassé “les pages sombres de l’histoire”, fait place à cette cancel culture qui évalue le passé uniquement sur la base de certaines catégories actuelles. Ainsi s’implante une mode culturelle qui uniformise, rend tout égal, ne tolère pas de différences et ne se concentre que sur le moment présent, sur les besoins et les droits des individus, en négligeant souvent les devoirs envers les plus faibles et les plus fragiles: les pauvres, les migrants, les personnes âgées, les malades, les enfants à naître… Ce sont eux qui sont oubliés dans les sociétés du bien-être ; ce sont eux qui, dans l’indifférence générale, sont jetés comme des feuilles sèches à brûler.

Les cimes multicolores riches des arbres d’érable nous rappellent en revanche l’importance de l’ensemble, de faire progresser des communautés humaines non homologuées, mais réellement ouvertes et inclusives. Et comme chaque feuille est fondamentale pour enrichir les cimes, de même chaque famille, cellule essentielle de la société, doit être valorisée, car «l’avenir de l’humanité passe par la famille» (S. Jean-Paul II, Exhort. ap. Familiaris consortio, n. 86). Elle est la première réalité sociale concrète, mais elle est menacée par de nombreux facteurs: violence domestique, frénésie professionnelle, mentalité individualiste, carriérisme effréné, chômage, solitude des jeunes, abandon des personnes âgées et des malades... Les peuples autochtones ont beaucoup à nous apprendre sur la garde et la protection de la famille, où déjà dès l’enfance, on apprend à reconnaître ce qui est bien et ce qui est mal, à dire la vérité, à partager, à corriger les torts, à recommencer, à se réconforter, à se réconcilier. Que le mal subi par les peuples autochtones, et dont nous avons honte maintenant, nous serve aujourd’hui de mise en garde, afin que le soin et les droits de la famille ne soient pas mis de côté au nom d’éventuels exigences productives et d’intérêts individuels.

Revenons à la feuille d’érable. En temps de guerre, les soldats en faisaient usage comme pansements et médicaments pour les blessures. Aujourd’hui, face à la folie insensée de la guerre, nous avons de nouveau besoin d’apaiser les extrémismes de l’opposition et de soigner les blessures de la haine. Un témoin de violences tragiques passées a récemment dit que « la paix a son secret: ne jamais haïr personne. Si l’on veut vivre, il ne faut jamais haïr» (Interview d’E. Bruck, dans “Avvenire”, 8mars2022). Nous n’avons pas besoin de diviser le monde en amis et en ennemis, de prendre les distances et de nous réarmer jusqu’aux dents: ce ne sera pas la course aux armements et les stratégies de dissuasion qui apporteront la paix et la sécurité. Il n’est pas nécessaire de se demander comment continuer les guerres, mais comment les arrêter. Et d’empêcher que les peuples soient de nouveau pris en otage par l’emprise d’effrayantes guerres froides qui s’élargissent encore. Nous avons besoin de politiques créatives et prévoyantes, qui sachent sortir des schémas des parties, pour apporter des réponses aux défis mondiaux.

En effet, les grands défis actuels tels que la paix, les changements climatiques, les effets pandémiques et les migrations internationales ont en commun une constante: ils sont mondiaux, ce sont des défis mondiaux, ils concernent tout le monde. Et si tous parlent de la nécessité de l’ensemble, la politique ne peut rester prisonnière d’intérêts partisans. Il faut savoir regarder, comme l’enseigne la sagesse autochtone, les sept générations futures, non pas les convenances immédiates, les échéances électorales, le soutien des lobbies. Et valoriser aussi les désirs de fraternité, de justice et de paix des jeunes générations. Oui, comme il est nécessaire, pour retrouver la mémoire et la sagesse, d’écouter les personnes âgées, ainsi pour avoir élan et avenir, il faut embrasser les rêves des jeunes. Ils méritent un avenir meilleur que celui que nous leur préparons, ils méritent d’être impliqués dans les choix pour la construction du présent et de l’avenir, en particulier pour la sauvegarde de la maison commune, pour laquelle les valeurs et les enseignements des peuples autochtones sont précieux. À ce propos, je voudrais saluer l’engagement local louable en faveur de l’environnement. On pourrait presque dire que les emblèmes tirés de la nature, comme le lys sur le drapeau de cette Province du Québec, et la feuille d’érable sur celui du pays, confirment la vocation écologique du Canada.

Lorsque la Commission spéciale a été amenée à évaluer les milliers de maquettes parvenues pour la réalisation du drapeau national, dont beaucoup étaient envoyées par des gens ordinaires, surprises que presque toutes contenaient précisément la représentation de la feuille d’érable. La participation autour de ce symbole partagé me suggère de souligner une parole fondamentale pour les Canadiens: le multiculturalisme. Il est à la base de la cohésion d’une société aussi composite que les couleurs variées des cimes des érables. La même feuille d’érable, avec sa multiplicité de pointes et de bords, fait penser à une figure polyédrique et dit que vous êtes un peuple capable d’inclure, afin que ceux qui arrivent puissent trouver une place dans cette unité multiforme et y apporter leur contribution originale (cf. Evangelii gaudium, n. 236). Le multiculturalisme est un défi permanent: c’est d’accueillir et d’embrasser les différentes composantes présentes, tout en respectant, en même temps, la diversité de leurs traditions et cultures, sans penser que le processus soit accompli une fois pour toutes. Je salue à cet égard votre générosité pour l’accueil de nombreux migrants ukrainiens et afghans. Mais il faut aussi travailler pour dépasser la rhétorique de la peur à l’égard des immigrés et pour leur donner, selon les moyens dont dispose le pays, la possibilité concrète d’être impliqués de manière responsable dans la société. Pour ce faire, les droits et la démocratie sont indispensables. Il est également nécessaire de faire face à la mentalité individualiste, en rappelant que la vie commune repose sur des présupposés que le système politique ne peut produire à lui seul. Là aussi, la culture autochtone est d’un grand soutien pour rappeler l’importance des valeurs de la socialisation. Et l’Église catholique de même, avec sa dimension universelle et son soin envers les plus fragiles, avec le légitime service en faveur de la vie humaine dans toutes ses phases, de la conception jusqu’à la mort naturelle, est heureuse d’offrir sa contribution.

Ces jours-ci, j’ai entendu parler de nombreuses personnes dans le besoin qui frappent aux portes des paroisses. Même dans un pays aussi développé et avancé que le Canada, qui consacre beaucoup d’attention à l’assistance sociale, nombreux sont les sans-abri qui comptent sur les églises et les banques alimentaires pour recevoir aide et réconfort essentiels, qui – ne l’oublions pas – ne sont pas seulement matériels. Ces frères et sœurs nous amènent à considérer l’urgence de travailler pour remédier à l’injustice radicale qui pollue notre monde, dont l’abondance des dons de la création est répartie de manière trop inégale. Il est scandaleux que le bien-être généré par le développement économique ne profite pas à tous les secteurs de la société. Et il est triste que ce soit précisément parmi les autochtones que l’on enregistre souvent de nombreux taux de pauvreté, auxquels se rattachent d’autres indicateurs négatifs, tels que le faible taux de scolarisation, l’accès difficile au logement et à l’assistance sanitaire. Que l’emblème de la feuille d’érable, qui apparaît habituellement sur les étiquettes des produits du pays, soit un encouragement pour tous à faire des choix économiques et sociaux visant au partage et au soin des nécessiteux.

C’est en travaillant d’un commun accord, ensemble, que l’on affronte les défis pressants d’aujourd’hui. Je vous remercie de l’hospitalité, de l’attention et de l’estime, en vous disant avec une affection sincère que le Canada et ses habitants me tiennent vraiment à cœur.

[01128-FR.02] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

Madam Governor General,
Mr Prime Minister,
Distinguished Civil and Religious Authorities,
Dear Representatives of the Indigenous Peoples,
Honourable Members of the Diplomatic Corps,
Ladies and Gentlemen!

I cordially greet you and I thank Her Excellency the Right Honourable Mary Simon and His Excellency Justin Trudeau for their kind words. I am happy to be able to address you, who have the responsibility of serving the people of this great country that, “from sea to sea”, displays an extraordinary natural heritage. Among its many beauties, I think of the immense and spectacular maple forests that make the Canadian countryside uniquely colourful and variegated. I would like to take as my starting point the symbol par excellence of these lands, the maple leaf, which, starting from the seal of Québec, rapidly spread to become the emblem that appears on the national flag.

That development took place in relatively recent times, but the maple trees preserve the memory of many past generations, going back well before the colonists arrived on Canadian soil. The native peoples extracted maple sap, with which they concocted wholesome and healthy syrups. This makes us think of their industriousness and their constant concern to protect the land and the environment, in fidelity to a harmonious vision of creation as an open book that teaches human beings to love the Creator and to live in symbiosis with other living creatures. We can learn much from this ability to listen attentively to God, to persons and to nature. And we need it, especially amid the dizzying and frenzied pace of today’s world, marked by a constant “rapidification”, which makes difficult a truly human, sustainable and integral development (cf. Laudato Si’, 18), and ends up creating “a society of weariness and disillusionment”, which finds it hard to recover the taste for contemplation, authentic relationships, the mystique of togetherness. How much we need to listen to and dialogue with one another, in order to step back from the prevailing individualism, from hasty judgments, widespread aggressiveness and the temptation to divide the world into good people and bad! The large size of the maple leaves, which absorb polluted air and in turn give out oxygen, invite us to marvel at the beauty of creation and to appreciate the wholesome values present in the indigenous cultures. They can inspire us all, and help to heal harmful tendencies to exploitation. Exploiting creation, relationships, time and basing human activity solely on what proves useful and profitable.

These vital teachings, however, were violently opposed in the past. I think above all of the policies of assimilation and enfranchisement, also involving the residential school system, which harmed many indigenous families by undermining their language, culture and worldview. In that deplorable system, promoted by the governmental authorities of the time, which separated many children from their families, different local Catholic institutions had a part. For this reason, I express my deep shame and sorrow, and, together with the bishops of this country, I renew my request for forgiveness for the wrong done by so many Christians to the indigenous peoples. It is tragic when some believers, as happened in that period of history, conform themselves to the conventions of the world rather than to the Gospel. The Christian faith has played an essential role in shaping the highest ideals of Canada, characterized by the desire to build a better country for all its people. At the same time, it is necessary, in admitting our faults, to work together to accomplish a goal that I know all of you share: to promote the legitimate rights of the native populations and to favour processes of healing and reconciliation between them and the non-indigenous people of the country. That is reflected in the commitment to respond in a fitting way to the appeals of the Commission for Truth and Reconciliation, as well as in the concern to acknowledge the rights of the native peoples.

The Holy See and the local Catholic communities are concretely committed to promoting the indigenous cultures through specific and appropriate forms of spiritual accompaniment that include attention to their cultural traditions, customs, languages and educational processes, in the spirit of the United Nations Declaration on the Rights of Indigenous Peoples. It is our desire to renew the relationship between the Church and the indigenous peoples of Canada, a relationship marked both by a love that has borne outstanding fruit and, tragically, deep wounds that we are committed to understanding and healing. I am very grateful to have encountered and listened to various representatives of the indigenous peoples in recent months in Rome, and to be able, here in Canada, to renew the good relations established there. The time we spent together made an impression on me and left a firm desire to respond to the indignation and shame for the sufferings endured by the indigenous peoples, and to move forward on a fraternal and patient journey with all Canadians, in accordance with truth and justice, working for healing and reconciliation, and constantly inspired by hope.

That “history of suffering and contempt”, the fruit of the colonizing mentality, “does not heal easily”. Indeed, it should make us realize that “colonization has not ended; in many places it has been transformed, disguised and concealed” (Querida Amazonia, 16). This is the case with forms of ideological colonization. In the past, the colonialist mentality disregarded the concrete life of people and imposed certain predetermined cultural models; yet today too, there are any number of forms of ideological colonization that clash with the reality of life, stifle the natural attachment of peoples to their values, and attempt to uproot their traditions, history and religious ties. This mentality, presumptuously thinking that the dark pages of history have been left behind, becomes open to the “cancel culture” that would judge the past purely on the basis of certain contemporary categories. The result is a cultural fashion that levels everything out, makes everything equal, proves intolerant of differences and concentrates on the present moment, on the needs and rights of individuals, while frequently neglecting their duties with regard to the most weak and vulnerable of our brothers and sisters: the poor, migrants, the elderly, the sick, the unborn… They are the forgotten ones in “affluent societies”; they are the ones who, amid general indifference, are cast aside like dry leaves to be burnt.

Instead, the rich multicolored foliage of the maple tree reminds us of the importance of the whole, the importance of developing human communities that are not blandly uniform, but truly open and inclusive. And just as every leaf is fundamental for the luxuriant foliage of the branches, so each family, as the essential cell of society, is to be given its due, because “the future of humanity passes through the family” (SAINT JOHN PAUL II, Familiaris Consortio, 86). The family is the first concrete social reality, yet it is threatened by many factors: domestic violence, the frenetic pace of labour, an individualistic mindset, cutthroat careerism, unemployment, the loneliness and isolation of young people, the abandonment of the elderly and the infirm… The indigenous peoples have much to teach us about care and protection for the family; among them, from an early age, children learn to recognize right from wrong, to be truthful, to share, to correct mistakes, to begin anew, to comfort one another and to be reconciled. May the wrongs that were endured by the indigenous peoples, for which we are ashamed, serve as a warning to us today, lest concern for the family and its rights be neglected for the sake of greater productivity and individual interests.

Let us return to the maple leaf. In wartime, soldiers used those leaves for bandages and for soothing wounds. Today, before the senseless folly of war, we have once again need to heal forms of hostility and extremism and to cure the wounds of hatred. A witness of tragic acts of violence in the past recently observed that “peace has its own secret: never to hate anyone. If we want to live we must never hate” (Interview with Edith Bruck, Avvenire, 8 March 2022). We have no need to divide the world into friends and enemies, to create distances and once again to arm ourselves to the teeth: an arms race and strategies of deterrence will not bring peace and security. We need to ask ourselves not how to pursue wars, but how to stop them. And to prevent entire peoples from once more being held hostage and in the grip of terrible cold wars that are still increasing. What we need are creative and farsighted policies capable of moving beyond the categories of opposition in order to provide answers to global challenges.

In fact, the great challenges of our day, like peace, climate change, the effects of the pandemic and international migration movements, all have one thing in common: they are global challenges; they regard everyone. And since all of them speak of the need to consider the whole, politics cannot remain imprisoned in partisan interests. We need to be able to look, as the indigenous wisdom tradition teaches, seven generations ahead, and not to our immediate convenience, to the next elections, or the support of this or that lobby. But we need also to appreciate the yearning of young people for fraternity, justice and peace. In order to preserve memory and wisdom, we need to listen to the elderly, but in order to press forward towards the future, we also need to embrace the dreams of young people. They deserve a better future than the one we are preparing for them; they deserve to be involved in decisions about the building of the world of today and tomorrow, and particularly about the protection of our common home; in this regard, the values and teachings of the indigenous peoples are precious. Here I would like to express appreciation for the praiseworthy commitment being made on the local level to protecting the environment. It could even be said that the symbols drawn from nature, such as the fleur-de-lis in the flag of this Province of Québec, and the maple leaf in that of the country, confirm Canada’s ecological vocation.

When the Commission for the creation of the national flag set about evaluating the thousands of sketches submitted for that purpose, many of them by ordinary people, it proved surprising that almost all of them contained the image of the maple leaf. The convergence around this shared symbol leads me to bring up an essential word for all Canadians: multiculturalism. Multiculturalism is fundamental for the cohesiveness of a society as diverse as the dappled colours of the foliage of the maple trees. With its multiple points and sides, the maple leaf reminds us of a polyhedron; it tells us that you are people capable of inclusion, such that new arrivals can find a place in that multiform unity and make their own original contribution to it (cf. Evangelii Gaudium, 236). Multiculturalism is a permanent challenge: it involves accepting and embracing all the different elements present, while at the same time respecting their diverse traditions and cultures, and never thinking that the process is complete. In this regard, I express my appreciation for the generosity shown in accepting many Ukrainian and Afghan migrants. There is also a need to move beyond the rhetoric of fear with regard to immigrants and to give them, according to the possibilities of the country, the concrete opportunity to become involved responsibly in society. For this to happen, rights and democracy are indispensable. But it is also necessary to confront the individualistic mindset and to remember that life in common is based on presuppositions that the political system cannot produce on its own. Here too, the indigenous culture is of great help in recalling the importance of social values. The Catholic Church, with its universal dimension, its concern for the most vulnerable, its rightful service to human life at every moment of its existence, from conception to natural death, is happy to offer its specific contribution.

In these days, I have heard about the many needy persons who come knocking on the doors of the parishes. Even in a country as developed and prosperous as Canada, which pays great attention to social assistance, there are many homeless persons who turn to churches and food banks to receive essential help in meeting their needs, which, lest we forget, are not only material. These brothers and sisters of ours spur us to reflect on the urgent need for efforts to remedy the radical injustice that taints our world, in which the abundance of the gifts of creation is unequally distributed. It is scandalous that the well-being generated by economic development does not benefit all the sectors of society. And it is indeed sad that precisely among the native peoples we often find many indices of poverty, along with other negative indicators, such as the low percentage of schooling, and less than easy access to owning a home and to health care. May the emblem of the maple leaf, which regularly appears on the labels of the country’s products, serve as an incentive to everyone to make economic and social decisions that foster participation and care for those in need.

It is by working in common accord, hand in hand, that today’s pressing challenges must be faced. I thank you for your hospitality, attention and respect, and with great affection I assure you that Canada and its people are truly close to my heart.

[01128-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Frau Generalgouverneurin,
Herr Premierminister,
verehrte zivile und religiöse Verantwortungsträger,
liebe Vertreter der indigenen Völker,
geschätzte Mitglieder des diplomatischen Korps,
meine Damen und Herren!

Herzlich grüße ich sie und danke Frau Mary Simon sowie Herrn Justin Trudeau für ihre freundlichen Worte. Ich freue mich, zu ihnen zu sprechen, die Sie die Verantwortung tragen, den Menschen dieses großen Landes zu dienen, das „von Meer zu Meer“ ein außergewöhnliches Naturerbe besitzt. Unter den vielen Schönheiten denke ich vor allem an die riesigen, eindrucksvollen Ahornwälder, die die kanadische Landschaft einzigartig und farbenfroh machen. Ich möchte mich an das Symbol dieser Gegenden anlehnen, das Ahornblatt, das sich schnell ausgehend von den Wappen Québecs zu dem Emblem entwickelt hat, das sich auf der Landesfahne wiederfindet.

Auch wenn dies nicht vor allzu langer Zeit geschehen ist, so bewahren die Ahornbäume doch die Erinnerung an viele frühere Generationen, lange bevor Siedler kanadischen Boden betraten. Die Urvölker zapften aus ihnen den Saft, aus dem sie nahrhaften Sirup herstellten. Dies lässt uns an ihre Betriebsamkeit denken, die stets darauf bedacht war, die Erde und die Umwelt zu schützen, getreu einer harmonischen Sicht der Schöpfung als einem offenen Buch, das den Menschen lehrt, den Schöpfer zu lieben und in Symbiose mit anderen Lebewesen zu leben. Daraus lässt sich viel lernen, aus der Fähigkeit, auf Gott, die Menschen und die Natur zu hören. Das brauchen wir vor allem in der Hektik der heutigen Welt, die durch eine ständige „Beschleunigung“ gekennzeichnet ist, die eine wirklich menschliche, nachhaltige und ganzheitliche Entwicklung erschwert (vgl. Enzyklika Laudato si’, 18) und schließlich eine desillusionierte „Müdigkeitsgesellschaft“ hervorbringt, die Mühe hat, die Freude an der Kontemplation, an echten Beziehungen, an der Mystik des Miteinanders wiederzuentdecken. Wie sehr brauchen wir das gegenseitige Zuhören und den Dialog, um von dem vorherrschenden Individualismus, den vorschnellen Urteilen, der um sich greifenden Aggressivität und der Versuchung, die Welt in Gut und Böse einzuteilen, wegzukommen! Die großen Ahornblätter, die verschmutzte Luft absorbieren und Sauerstoff zurückgeben, laden uns ein, die Schönheit der Schöpfung zu bewundern und uns von den gesunden Werten der indigenen Kulturen anziehen zu lassen: Sie sind eine Inspiration für uns alle und können dazu beitragen, die schädlichen Gewohnheiten der Ausbeutung zu beseitigen, welche nicht nur die Schöpfung, sondern auch die Beziehungen und die Zeit ausbeuten und die menschlichen Aktivitäten ausschließlich auf der Grundlage von Nutzen und Profit regulieren.

Diese lebenswichtigen Lehren wurden jedoch in der Vergangenheit heftig bekämpft. Ich denke dabei insbesondere an die Assimilations- und Entrechtungspolitik, einschließlich des Systems der Residential Schools, das vielen indigenen Familien geschadet und ihre Sprache, Kultur und Einstellung zur Welt gefährdet hat. In dieses beklagenswerte, von den damaligen Regierungsbehörden geförderte System, das viele Kinder von ihren Familien trennte, waren einige örtliche katholische Einrichtungen miteinbezogen. Dafür bringe ich Beschämung und Schmerz zum Ausdruck und wiederhole gemeinsam mit den Bischöfen dieses Landes meine Bitte um Vergebung für das von vielen Christen an den indigenen Völkern begangene Übel. Für all das bitte ich um Vergebung. Es ist tragisch, wenn sich gläubige Menschen, so wie in jener historischen Epoche geschehen, mehr an die Regeln der Welt als an das Evangelium anpassen. Wenn einerseits der christliche Glaube eine wesentliche Rolle bei der Gestaltung der hohen Ideale Kanadas gespielt hat, die von dem Wunsch geprägt sind, ein besseres Land für alle seine Bewohner zu schaffen, dann ist es andererseits notwendig, die eigene Schuld einzugestehen und sich gemeinsam für das einzusetzen, was sie, wie ich weiß, alle teilen: die legitimen Rechte der indigenen Völker zu fördern und Prozesse der Heilung und Versöhnung zwischen ihnen und den nicht-indigenen Völkern des Landes zu unterstützen. Dies spiegelt sich in ihrer Verpflichtung wider, auf die Appelle der Wahrheits- und Versöhnungskommision angemessen zu reagieren, sowie in ihrer Aufmerksamkeit für die Anerkennung der Rechte der indigenen Völker.

Der Heilige Stuhl und die katholischen Gemeinschaften vor Ort hegen den konkreten Wunsch, die indigenen Kulturen zu fördern, mit spezifischen, geeigneten spirituellen Wegen, einschließlich der Beachtung ihrer kulturellen Traditionen, Bräuche, Sprachen und Bildungsprozesse, im Sinne der Erklärung der Vereinten Nationen über die Rechte der indigenen Völker. Es ist unser Wunsch, die Beziehung zwischen der Kirche und den indigenen Völkern Kanadas zu erneuern, eine Beziehung, die sowohl von einer Liebe geprägt ist, die große Frucht getragen hat, als auch leider von Wunden, die wir zu verstehen und zu heilen versuchen. Ich bin sehr dankbar, dass ich in den letzten Monaten in Rom mit verschiedenen Vertretern der indigenen Völker zusammengetroffen bin und ihnen zugehört habe, und dass ich hier in Kanada die guten Beziehungen, die wir zueinander entwickelt haben, weiter vertiefen kann. Die Momente, die wir gemeinsam erlebt haben, haben mich geprägt und den festen Wunsch geweckt, meiner Empörung und Beschämung über das von den Ureinwohnern erduldete Leid Raum zu geben und auf einem geschwisterlichen und geduldigen Weg fortzuschreiten, der mit allen Kanadiern im Sinne von Wahrheit und Gerechtigkeit beschritten werden muss, um Heilung und Versöhnung zu erreichen, immer beseelt von der Hoffnung.

Diese »Geschichte von Leid und Missachtung«, die ihren Ursprung in einer kolonialen Mentalität hat, »heilt nicht leicht«. Gleichzeitig warnt die Geschichte uns: »die Kolonialisierung [nimmt] kein Ende, sondern verändert, tarnt und verbirgt sich an vielen Orten« (Apostolisches Schreiben Querida Amazonia, 16). Dies ist der Fall der ideologischen Kolonialisierung. Während die kolonialistische Mentalität einst das konkrete Leben der Menschen vernachlässigte und ihnen kulturelle Modelle aufzwang, mangelt es auch heute nicht an ideologischen Kolonialisierungen, die im Gegensatz zur Realität stehen, die natürliche Bindung an die Werte der Völker ersticken und versuchen, ihre Traditionen, ihre Geschichte und ihre religiösen Bindungen zu zerstören. Es handelt sich um eine Mentalität, die in der Annahme, „die dunklen Seiten der Geschichte“ überwunden zu haben, jener cancel culture Platz macht, die die Vergangenheit nur nach bestimmten aktuellen Kategorien bewertet. So wird eine kulturelle Mode implantiert, die standardisiert, alles gleichmacht, keine Unterschiede duldet und sich nur auf den gegenwärtigen Moment, auf die Bedürfnisse und Rechte des Einzelnen konzentriert und dabei oft die Pflichten gegenüber den Schwächsten und Zerbrechlichsten vernachlässigt: den Armen, den Migranten, den alten Menschen, den Kranken, den Ungeborenen … Sie sind es, die in den Wohlstandsgesellschafen vergessen werden; sie sind es, die in der allgemeinen Gleichgültigkeit weggeworfen werden wie trockene Blätter, die man verbrennt.

Stattdessen erinnert uns das reiche, bunte Laubkleid der Ahornbäume daran, wie wichtig das Miteinander ist und wie wichtig es ist, menschliche Gemeinschaften zu bilden, die nicht uniformieren, sondern wirklich offen und integrativ sind. Und so wie jedes Blatt unerlässlich ist, um das Laubwerk zu bereichern, so muss auch jede Familie, als Kernzelle der Gesellschaft, wertgeschätzt werden, denn »die Zukunft der Menschheit geht über die Familie« (Hl. Johannes Paul II., Apostolisches Schreiben Familiaris consortio, 86). Sie ist die erste konkrete soziale Realität, die jedoch durch viele Faktoren bedroht ist: häusliche Gewalt, Arbeitswut, individualistische Mentalität, ungezügelter Karrieresucht, Arbeitslosigkeit, Vereinsamung der Jugend, Verlassenheit der Alten und Kranken... Die indigenen Völker haben uns so viel über die Pflege und den Schutz der Familie zu lehren, in der wir schon als Kinder lernen, zu erkennen, was richtig und was falsch ist, die Wahrheit zu sagen, zu teilen, Unrecht wiedergutzumachen, neu anzufangen und sich zu versöhnen. Möge das Übel, das die indigenen Völker erlitten haben und über das wir uns schämen, uns heute als Warnung dienen, damit die Sorge um die Familie und ihre Rechte nicht im Namen etwaiger Produktionsbedürfnisse und individueller Interessen vernachlässigt werden.

Kehren wir zum Ahornblatt zurück. In Kriegszeiten wurde es von den Soldaten als Verband und Wundauflage verwendet. Angesichts des sinnlosen Wahnsinns des Krieges müssen wir heute erneut die extremen Formen der Gegensätzlichkeit zügeln und die Wunden des Hasses heilen. Eine Zeugin tragischer Gewalt der Vergangenheit sagte kürzlich, dass »der Frieden sein eigenes Geheimnis hat: Hasse niemanden. Wenn du leben willst, darfst du niemals hassen« (Interview mit E. Bruck, in „Avvenire“, 8. März 2022). Wir brauchen die Welt nicht in Freunde und Feinde aufteilen, uns distanzieren und uns bis an die Zähne wiederbewaffnen: Nicht das Wettrüsten und Abschreckungsstrategien werden Frieden und Sicherheit bringen. Es stellt sich nicht die Frage, wie man Kriege fortsetzen kann, sondern wie man sie beenden kann. Und wie verhindert werden kann, dass die Völker erneut in Geiselhaft genommen werden durch Verwicklung in erschreckende kalte Kriege, die sich noch ausweiten. Es besteht ein Bedarf an kreativer, zukunftsorientierter Politik, die es versteht, über den Tellerrand der Parteien hinauszuschauen, um Antworten auf globale Herausforderungen zu finden.

Die großen Herausforderungen unserer Zeit, wie Frieden, Klimawandel, Pandemien und internationale Migration, sind nämlich durch eine Konstante vereint: Sie sind global, sie sind globale Herausforderungen und betreffen jeden. Und wenn alle von der Notwendigkeit des Miteinanders sprechen, darf die Politik nicht ein Gefangener von Einzelinteressen bleiben. Wir müssen in der Lage sein, den Blick auf die sieben zukünftigen Generationen zu richten, so wie es die indigene Weisheit lehrt, und nicht auf unmittelbaren Vorteile, Wahltermine oder die Unterstützung von Lobbys; und auch die Sehnsucht der jungen Generationen nach Geschwisterlichkeit, Gerechtigkeit und Frieden zur Geltung kommen lassen. Ja, denn so wie es notwendig ist, auf die älteren Menschen zu hören, um die Erinnerung und die Weisheit wiederzufinden, genauso ist es notwendig, die Träume der Jungen aufzugreifen, um Schwung und eine Zukunft zu haben. Sie verdienen eine bessere Zukunft als die, die wir für sie vorbereiten, sie verdienen es, an den Entscheidungen für den Aufbau von heute und morgen beteiligt zu werden, insbesondere für die Erhaltung des gemeinsamen Hauses, für das die Werte und Lehren der indigenen Völker wertvoll sind. In diesem Zusammenhang möchte ich meine Anerkennung für das lobenswerte örtliche Engagement für die Umwelt zum Ausdruck bringen. Man könnte fast sagen, dass Embleme aus der Natur, wie die Lilie in der Flagge der Provinz Québec und das Ahornblatt in der Flagge des Landes, die ökologische Berufung Kanadas bestätigen.

Als der Sonderausschuss die Tausenden von Entwürfen für die Nationalflagge auswertete, von denen viele von einfachen Bürgern eingereicht worden waren, überraschte es, dass fast alle die Darstellung des Ahornblatts enthielten. Die Beteiligung bezüglich dieses gemeinsamen Symbols legt mir nahe, ein Schlüsselwort der Kanadier zu betonen: Multikulturalität. Sie ist das Fundament des Zusammenhalts einer Gesellschaft, die so vielfältig und bunt ist wie die Ahornkronen. Das Ahornblatt selbst, mit seiner Vielzahl von Spitzen und Seiten, suggeriert eine facettenreiche Gestalt und sagt, dass ihr ein Volk seid, das fähig ist, zu integrieren, damit alle, die ankommen, einen Platz in dieser vielgestaltigen Einheit finden und ihren originellen Beitrag leisten können (vgl. Evangelii gaudium, 236). Multikulturalität ist eine ständige Herausforderung: Es geht darum, die verschiedenen vorhandenen Komponenten willkommen zu heißen und einzubeziehen und dabei die Vielfalt ihrer Traditionen und Kulturen zu respektieren, ohne zu glauben, dass der Prozess ein für alle Mal abgeschlossen ist. In diesem Sinne möchte ich meine Anerkennung für die großzügige Aufnahme zahlreicher ukrainischer und afghanischer Migranten zum Ausdruck bringen. Es muss auch daran gearbeitet werden, die Rhetorik der Angst gegenüber Migranten zu überwinden und ihnen im Rahmen der Möglichkeiten des Landes eine echte Chance zu geben, sich verantwortungsvoll in die Gesellschaft einzubringen. Hierfür sind Rechte und Demokratie unerlässlich. Es ist jedoch notwendig, der individualistischen Mentalität entgegenzutreten und daran zu erinnern, dass das gemeinschaftliche Leben auf Voraussetzungen beruht, die das politische System allein nicht schaffen kann. Auch hier ist die indigene Kultur sehr hilfreich, indem sie uns an die Bedeutung der Werte der Sozialität erinnert. Und auch die katholische Kirche mit ihrer universalen Dimension und ihrer Fürsorge für die Schwächsten, mit ihrem berechtigten Einsatz für das menschliche Leben in jeder Phase, von der Empfängnis bis zum natürlichen Tod, bietet gerne ihren Beitrag an.

In diesen Tagen habe ich von zahlreichen Bedürftigen gehört, die an die Türen der Kirchengemeinden klopfen. Selbst in einem so entwickelten und fortschrittlichen Land wie Kanada, das der sozialen Fürsorge viel Aufmerksamkeit widmet, gibt es nicht wenige Obdachlose, die auf Kirchen und Tafeln angewiesen sind, um die notwendige Hilfe und die grundlegende Unterstützung zu erhalten, die - das sollten wir nicht vergessen - nicht nur materiell ist. Diese Brüder und Schwestern führen uns vor Augen, wie dringlich es ist, sich für die Beseitigung der radikalen Ungerechtigkeit einzusetzen, die unsere Welt verseucht und durch die die Fülle der Gaben der Schöpfung viel zu ungleich verteilt ist. Es ist ein Skandal, dass der durch die wirtschaftliche Entwicklung geschaffene Wohlstand nicht allen Teilen der Gesellschaft zugutekommt. Und es ist traurig, dass gerade unter den Indigenen oft hohe Armutsquoten zu finden sind, mit denen andere negative Indikatoren verbunden sind, wie niedrige Schulbildung, erschwerter Zugang zu Wohnraum und Gesundheitsversorgung. Möge das Emblem des Ahornblatts, das regelmäßig auf den Produktetiketten des Landes zu sehen ist, ein Ansporn für alle sein, wirtschaftliche und soziale Entscheidungen zu treffen, die darauf abzielen, zu teilen und sich der Bedürftigen anzunehmen.

Die drängenden Herausforderungen der heutigen Zeit können nur gemeinsam bewältigt werden. Ich danke ihnen für ihre Gastfreundschaft, ihre Aufmerksamkeit und ihre Wertschätzung und sage ihnen mit aufrichtiger Zuneigung, dass mir Kanada und sein Volk wirklich am Herzen liegen.

[01128-DE.01] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

Senhora Governadora Geral,
Senhor Primeiro-Ministro,
Distintas Autoridades civis e religiosas,
Amados Representantes das populações indígenas,
Ilustres Membros do Corpo Diplomático,
Senhoras e Senhores!

Saúdo-vos cordialmente e agradeço à senhora Mary Simon e ao senhor Justin Trudeau as suas amáveis palavras. Estou feliz por me dirigir a vós, que tendes a responsabilidade de servir os habitantes deste grande país que, «de mar a mar», oferece um património natural extraordinário. Dentre as muitas belezas, penso nas imensas e espetaculares florestas de aceráceas, que tornam única e colorida a paisagem canadiana. Quero aproveitar precisamente o símbolo por excelência destas terras, a folha de acerácea, que dos brasões do Québec se espalhou rapidamente até se tornar o emblema que sobressai na bandeira do país.

Se isto aconteceu em tempos bastante recentes, as aceráceas guardam a memória de muitas gerações passadas, bem antes de os colonos chegarem ao solo canadiano. As populações nativas extraíam delas a seiva com que faziam xaropes nutrientes. Isto leva-nos a pensar na sua laboriosidade, sempre atentas a salvaguarda a terra e o meio-ambiente, fiéis a uma visão harmoniosa da criação, livro aberto que ensina o homem a amar o Criador e a viver em simbiose com os outros seres vivos. Há muito que aprender disto, a começar pela capacidade de colocar-se à escuta de Deus, das pessoas e da natureza. Temos necessidade disto sobretudo no frenesi vertiginoso do mundo de hoje, caraterizado por uma constante «rapidación», que torna difícil um desenvolvimento realmente humano, sustentável e integral (cf. Francisco, Carta enc. Laudato si’, 18), acabando por gerar uma «sociedade do cansaço e da desilusão» que sente dificuldade em reencontrar o gosto da contemplação, o sabor genuíno das relações, a mística do conjunto. Quanta necessidade temos de nos ouvir uns aos outros e dialogar, para nos afastarmos do individualismo dominante, dos juízos precipitados, da crescente agressividade, da tentação de dividir o mundo em bons e maus! As grandes folhas de acerácea, que absorvem ar poluído e restituem oxigénio, convidam a maravilhar-nos com a beleza da criação e deixar-nos atrair pelos saudáveis valores presentes nas culturas indígenas: estes servem de inspiração para todos nós e podem contribuir para sanar o hábito nocivo de explorar. Explorar a criação, as relações, o tempo, e regular a atividade humana apenas com base na utilidade e no lucro.

Todavia estes ensinamentos vitais foram violentamente combatidos no passado. Penso sobretudo nas políticas de assimilação e alforria, incluindo também o sistema escolar residencial, que prejudicou muitas famílias indígenas, minando a sua língua, cultura e visão de mundo. Naquele deplorável sistema promovido pelas autoridades governamentais da época, que separou tantas crianças das suas famílias, estiveram envolvidas várias instituições católicas locais; exprimo vergonha e pesar por isso e, juntamente com os Bispos deste país, renovo o meu pedido de perdão pelo mal cometido por tantos cristãos contra as populações indígenas. Por tudo isto peço perdão. É trágico quando crentes, como sucedeu naquele período histórico, se adequam mais às conveniências do mundo do que ao Evangelho. Se a fé cristã desempenhou um papel essencial na modelação dos ideais mais elevados do Canadá, que se caraterizam pelo desejo de construir um país melhor para todo o seu povo, é necessário – admitindo as próprias culpas – empenhar-se juntos na realização daquilo que sei que todos vós compartilhais: promover os direitos legítimos das populações nativas e favorecer processos de cura e reconciliação entre elas e os não indígenas do país. Isto reflete-se no vosso empenho por responder adequadamente aos apelos da Comissão em prol da Verdade e da Reconciliação, bem como na solicitude em reconhecer os direitos dos povos indígenas.

A Santa Sé e as comunidades católicas locais nutrem o desejo concreto de promover as culturas indígenas, com caminhos espirituais específicos e adequados, que incluam também a atenção às tradições culturais, costumes, línguas e processos educativos próprios, no espírito da Declaração das Nações Unidas sobre os Direitos dos Povos Indígenas. É nosso desejo renovar a relação entre a Igreja e as populações indígenas do Canadá, uma relação marcada quer por um amor que deu excelentes frutos, quer – infelizmente – por feridas que nos estamos esforçando por compreender e sanar. Estou muito grato por ter encontrado e ouvido vários representantes das populações indígenas nos meses passados em Roma, e poder reforçar aqui, no Canadá, as boas relações estabelecidas com eles. Os momentos que vivemos juntos deixaram marcas em mim, nomeadamente o firme desejo de dar seguimento à indignação e à vergonha pelos sofrimentos suportados pelos indígenas, levando por diante um caminho fraterno e paciente com todos os canadianos segundo a verdade e a justiça, trabalhando pela cura e a reconciliação, sempre animados pela esperança.

Aquela «história de sofrimento e desprezo», originada por uma mentalidade colonizadora, «não se cura facilmente». Ao mesmo tempo alerta-nos para o facto de que «a colonização não para; embora em muitos lugares se transforme, disfarce e dissimule» (Francisco, Exort. ap. Querida Amazonia, 16). É o caso das colonizações ideológicas. Se outrora a mentalidade colonialista transcurou a vida concreta das pessoas, impondo modelos culturais pré-estabelecidos, também hoje não faltam colonizações ideológicas que afrontam a realidade da existência, sufocam o apego natural aos valores dos povos, tentando desenraizar as suas tradições, a história e os laços religiosos. Trata-se duma mentalidade que, com a presunção de ter superado «as páginas negras da história», abre espaço à cultura do cancelamento que avalia o passado com base apenas em certas categorias atuais. Assim estabelece-se uma moda cultural que uniformiza, torna tudo igual, não tolera diferenças e concentra-se apenas no momento presente, nas necessidades e direitos dos indivíduos, negligenciando muitas vezes os deveres para com os mais débeis e frágeis: pobres, migrantes, idosos, doentes, nascituros… São eles os esquecidos nas sociedades do bem-estar; são eles que, na indiferença geral, acabam descartados como folhas secas para queimar.

A ramagem frondosa e multicolorida das aceráceas lembra-nos, ao contrário, a importância do conjunto, de construir comunidades humanas não uniformizadas, mas realmente abertas e inclusivas. E como cada folha é fundamental para enriquecer a ramagem, assim também cada família, célula essencial da sociedade, há de ser valorizada, porque «o futuro da humanidade passa pela família» (S. João Paulo II, Exort. ap. Familiaris consortio, 86). É a primeira realidade social concreta, mas está ameaçada por muitos fatores: violência doméstica, frenesi do trabalho, mentalidade individualista, carreirismo desenfreado, desemprego, solidão dos jovens, abandono dos idosos e dos enfermos... As populações indígenas têm tanto para nos ensinar sobre a guarda e a tutela da família, onde se aprende, já desde criança, a reconhecer o que está certo e o que é errado, dizer a verdade, partilhar, corrigir os erros, recomeçar, animar-se, reconciliar-se. Que o mal sofrido pelos povos indígenas, do qual agora nos envergonhamos, nos sirva hoje de alerta, para que o cuidado e os direitos da família não sejam postos de lado em nome de eventuais exigências produtivas e interesses individuais.

Voltemos à folha de acerácea. Nos tempos de guerra, os soldados usavam-nas como ligaduras e medicamentos para as feridas. Hoje, face à loucura insensata da guerra, precisamos novamente de lenir os extremismos da contraposição e curar as feridas do ódio. Uma testemunha de trágicas violências do passado disse, recentemente, que «a paz tem um seu segredo: nunca odiar ninguém. Se se quer viver, não se deve jamais odiar» («Entrevista a E. Bruck»: Avvenire, 8 de março de 2022). Não precisamos de dividir o mundo em amigos e inimigos, manter as distâncias e voltar a armar-nos até aos dentes: não serão as corridas aos armamentos e as estratégias de dissuasão que trarão paz e segurança. Não há necessidade de perguntar-se como continuar as guerras, mas como pará-las. Há necessidade de impedir que os povos voltem a ser reféns da trituração de espaventosas guerras frias que ainda se alargam. Há necessidade de políticas criativas e clarividentes, que saibam sair dos esquemas de parte para dar resposta aos desafios globais.

De facto, os grandes desafios de hoje, como a paz, as alterações climáticas, os efeitos da pandemia e as migrações internacionais têm em comum uma constante: são globais, são desafios globais, afetam a todos. E se todos eles falam da necessidade do conjunto, a política não pode ficar prisioneira dos interesses de parte. É preciso saber olhar – como ensina a sabedoria indígena – para as sete gerações futuras, e não para as conveniências imediatas, os prazos eleitorais, o apoio dos lóbis. É preciso também valorizar os desejos de fraternidade, justiça e paz das jovens gerações. De facto, tal como é necessário, para recuperar memória e sabedoria, escutar os idosos, assim também, para haver ímpeto e futuro, é preciso abraçar os sonhos dos jovens. Estes merecem um futuro melhor do que aquele que estamos a preparar-lhes, merecem ser envolvidos nas opções para a construção do hoje e do amanhã, particularmente para a salvaguarda da casa comum, para a qual são preciosos os valores e ensinamentos das populações indígenas. A propósito quero manifestar apreço pelo louvável empenho local a favor do meio-ambiente. Poder-se-ia quase dizer que os emblemas tirados da natureza, como o lírio na bandeira desta província do Québec e a folha de acerácea na do país, confirmam a vocação ecológica do Canadá.

Quando a Comissão instituída para o efeito se encontrou a avaliar os milhares de esboços recebidos para a realização da bandeira nacional, muitos dos quais enviados por pessoas comuns, ficou surpreendida por conterem quase todos precisamente a folha de acerácea. A participação em torno deste símbolo compartilhado sugere-me sublinhar uma palavra fundamental para os canadianos: multiculturalismo. Este está na base da coesão duma sociedade tão complexa como variadamente colorida são as ramagens frondosas das aceráceas. A própria folha da acerácea, com a sua multiplicidade de pontas e de lados, faz pensar numa figura poliédrica e diz que vós sois um povo capaz de incluir, de modo que aqueles que chegam podem encontrar lugar nesta unidade multiforme e oferecer-lhe a sua contribuição original (cf. Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium, 236). O multiculturalismo é um desafio permanente: é acolher e abraçar os diferentes componentes presentes, respeitando ao mesmo tempo a diversidade das suas tradições e culturas, sem pensar que o processo esteja concluído duma vez por todas. Nesta linha, manifesto apreço pela generosidade em hospedar numerosos migrantes ucranianos e afegãos. É preciso trabalhar também para superar a retórica do medo a respeito dos imigrantes e dar-lhes, segundo a capacidade do país, a possibilidade concreta de se envolverem responsavelmente na sociedade. Para se conseguir isto, são indispensáveis os direitos e a democracia. Mas é preciso fazer frente à mentalidade individualista, lembrando que a convivência funda-se em pressupostos que o sistema político, sozinho, não pode gerar. Nisto é de grande ajuda a cultura indígena, ao recordar a importância dos valores da sociabilidade. E também a Igreja Católica, com a sua dimensão universal e a sua solicitude pelos mais frágeis, com o legítimo serviço em favor da vida humana em cada uma das suas fases, desde a conceção até à morte natural, é feliz por oferecer a própria contribuição.

Nestes dias, ouvi falar de numerosas pessoas necessitadas que batem à porta das paróquias. Mesmo num país tão desenvolvido e avançado como o Canadá, que presta muita atenção à assistência social, não são poucos os sem-abrigo que dependem das igrejas e dos bancos alimentares para receber ajudas e agasalhos essenciais, que – nunca o esqueçamos – não são apenas materiais. Estes irmãos e irmãs levam-nos a considerar a urgência de trabalharmos para pôr remédio à radical injustiça que polui o nosso mundo, pelo que a abundância dos dons da criação está repartida de forma muito desigual. É escandaloso que o bem-estar gerado pelo progresso económico não beneficie todos os setores da sociedade. E é triste ver que se registam, precisamente entre os nativos, muitos dos índices de pobreza, a que se vêm juntar outros indicadores negativos, como a baixa frequência escolar, o acesso não fácil à casa e à assistência sanitária. Que o emblema da folha de acerácea, que costuma aparecer nos rótulos dos produtos do país, seja um estímulo para todos realizarem escolhas económicas e sociais tendentes à partilha e ao cuidado dos necessitados.

Trabalhando juntos, de comum acordo, é que se enfrentam os prementes desafios de hoje. Agradeço-vos a hospitalidade, a solicitude e a estima, dizendo-vos com sincero afeto que tenho verdadeiramente no coração o Canadá e o seu povo.

[01128-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

Pani Gubernator Generalna,
Panie Premierze,
Dostojni przedstawiciele władz świeckich i religijnych,
Drodzy przedstawiciele rdzennych ludów,
Czcigodni członkowie korpusu dyplomatycznego,
Panie i Panowie!

Serdecznie was pozdrawiam i dziękuję Pani Mary Simon i Panu Justinowi Trudeau za uprzejme słowa. Cieszę się, że mogę zwrócić się do was, którzy podejmujecie odpowiedzialność służenia mieszkańcom tego wielkiego kraju, który „od morza do morza” oferuje niezwykłe bogactwo naturalne. Spośród jego licznych piękności, przychodzą mi na myśl jego ogromne i spektakularne lasy klonowe, które sprawiają, że krajobraz kanadyjski jest wyjątkowy i różnobarwny. Chciałbym zaczerpnąć inspirację z tego, co jest najznakomitszym symbolem tych ziem, mianowicie: liścia klonowego, który, będąc herbem Québecu, tak szybko się upowszechnił, że stał się charakterystycznym elementem flagi tego kraju.

Choć stało się to niedawno, to przecież drzewa klonowe zachowują pamięć wielu minionych pokoleń, sprzed przybycia osadników na ziemię kanadyjską. Rdzenna ludność pozyskiwała z nich soki, z których przygotowywała odżywcze syropy. To przywołuje nam na myśl ich pracowitość, której zawsze towarzyszyła troska o ochronę ziemi i środowiska, i wierność harmonijnej wizji stworzenia, które jest otwartą księgą, uczącą człowieka miłości do Stwórcy i życia w symbiozie z innymi istotami żywymi. Wiele można się nauczyć od tego, z umiejętności słuchania Boga, ludzi i przyrody. Potrzebujemy tego szczególnie w szaleńczych zawirowaniach dzisiejszego świata, charakteryzującego się nieustannym „przyspieszaniem”, utrudniającym rozwój prawdziwie ludzki, zrównoważony i integralny (por. Enc. Laudato si', 18), co w rezultacie prowadzi do powstawania „społeczeństwa znużenia i rozczarowania”, któremu trudno odkryć na nowo smak kontemplacji, autentyczny smak relacji, mistykę wspólnoty. Jakże bardzo potrzebujemy wzajemnego słuchania i dialogu, oderwania się od panującego indywidualizmu, pochopnych sądów, szalejącej agresji, pokusy dzielenia świata na dobrych i złych! Widok dużych liści klonu, które pochłaniają zanieczyszczone powietrze i przywracają tlen, jest dla nas zachętą do podziwiania piękna stworzenia i do tego, abyśmy dali się pociągnąć zdrowym wartościom obecnym w kulturach rdzennych: są one inspiracją dla nas wszystkich i mogą pomóc w uzdrowieniu szkodliwych nawyków wyzyskiwania. Wyzyskiwania stworzenia, relacji, czasu, oraz regulowania ludzkiej działalności wyłącznie według kryteriów użyteczności i zysku.

Te życiodajne nauki były jednak w przeszłości brutalnie zwalczane. Mam na myśli zwłaszcza politykę asymilacji i emancypacji, w tym system szkół rezydencjalnych, który zniszczył wiele rdzennych rodzin, podkopując ich język, kulturę i wizję świata. W ten godny pożałowania system, promowany przez ówczesne władze państwowe, który oddzielił wiele dzieci od ich rodzin, były zaangażowane różne lokalne instytucje katolickie. Wyrażam z tego powodu wstyd i żal, wspólnie z biskupami tego kraju ponawiam prośbę o przebaczenie za zło popełnione przez tak wielu chrześcijan wobec ludów rdzennych. Za to wszystko proszę o przebaczenie. Jest czymś tragicznym, jak to miało miejsce w tamtym okresie historycznym, gdy niektórzy wierzący, dostosowują się do korzyści świata, a nie do Ewangelii. Jeśli wiara chrześcijańska odegrała istotną rolę w kształtowaniu najwyższych ideałów Kanady, charakteryzujących się pragnieniem zbudowania lepszego kraju dla wszystkich jej mieszkańców, to przyznając się do swoich błędów, należy wspólnie zaangażować się w realizację tego, co – jak wiem – wszyscy podzielacie: w promowanie słusznych praw rdzennej ludności i wspieranie procesów uzdrawiania i pojednania między nią a nie-rodzimymi mieszkańcami kraju. Znajduje to odzwierciedlenie w waszym staraniu o właściwe odpowiadanie na apele Komisji Prawdy i Pojednania, jak również w uwzględnianiu praw ludów rdzennych.

Stolica Apostolska i lokalne wspólnoty katolickie żywią konkretną wolę promowania kultur rdzennych, ze specyficznymi i odpowiednimi drogami duchowymi, z uwzględnieniem tradycji kulturowych, ich zwyczajów, języków i własnych procesów edukacyjnych, w duchu Deklaracji Praw Ludów Rdzennych ONZ. Jest naszym pragnieniem odnowić relacje między Kościołem a rdzennymi ludami Kanady, relacje naznaczone zarówno miłością, która przyniosła wspaniałe owoce, jak i, niestety, ranami, które staramy się zrozumieć i uzdrowić. Jestem bardzo wdzięczny za to, że w ciągu minionych miesięcy spotkałem i wysłuchałem w Rzymie różnych przedstawicieli rdzennych narodów, a także za to, że mogłem umocnić tutaj w Kanadzie piękne relacje, które z nimi nawiązałem. Wspólnie przeżyte chwile pozostawiły we mnie ślad i stanowcze pragnienie podjęcia działań – po doświadczeniu oburzenia i wstydu z powodu cierpienia, którego doznały ludy rdzenne – poprzez kontynuację braterskiej i cierpliwej drogi, w którą należy wyruszyć wspólnie ze wszystkimi Kanadyjczykami, w prawdzie i sprawiedliwości, dążąc do uzdrowienia i pojednania i będąc stale ożywianymi nadzieją.

Tę „historię bólu i pogardy”, wywodzącą się z mentalności kolonizacyjnej, „niełatwo uleczyć”. Jednocześnie aktualna jest przestrzega, że „kolonizacja nie ustaje, ale w wielu miejscach przekształca się, zmienia swe szaty i skrywa się” (Adhort. apost. Querida Amazonia, 16). To jest przypadek kolonizacji ideologicznych. Podobnie jak kiedyś, mentalność kolonizacyjna lekceważyła konkretne życie ludzi, narzucając im ustalone modele, tak i dziś nie brakuje kolonizacji ideologicznych, które są sprzeczne z realiami ludzkiej egzystencji, tłumią naturalne przywiązanie do wartości ludów, usiłując wykorzenić ich tradycje, historię i więzi religijne. Chodzi o mentalność, która rzekomo przezwyciężając „mroczne karty historii”, robi miejsce dla kultury unieważniania, która ocenia przeszłość tylko na podstawie pewnych aktualnych kategorii. W ten sposób zaszczepia się modę kulturową, która ujednolica, czyni wszystko takim samym, nie toleruje różnic i skupia się jedynie na chwili obecnej, na potrzebach i prawach jednostek, często zaniedbując obowiązki wobec najsłabszych i najbardziej wrażliwych: ubogich, migrantów, osób starszych, chorych, nienarodzonych. To oni są zapomniani w społeczeństwach dobrobytu; są oni, przy ogólnej obojętności, wyrzucani jak suche liście do spalenia.

Tymczasem, bogate, wielobarwne korony drzew klonowych przypominają nam o znaczeniu całości, o rozwijaniu wspólnot ludzkich, które nie są homologiczne, ale prawdziwie otwarte i inkluzywne. I tak, jak każdy liść jest niezbędny do wzbogacenia listowia, tak każda rodzina, podstawowa komórka społeczeństwa, musi być doceniana, ponieważ „przyszłość ludzkości idzie poprzez rodzinę!” (św. Jan Paweł II, Adhort. apost. Familiaris consortio, 86). Jest ona pierwszą konkretną rzeczywistością społeczną, ale zagraża jej wiele czynników: przemoc domowa, pogoń za pracą, mentalność indywidualistyczna, niepohamowane dążenie do kariery, bezrobocie, samotność młodych, porzucenie starszych i chorych... Ludy rdzenne mogą nas wiele nauczyć w kwestii opieki i ochrony rodziny, w której od dziecka uczymy się rozpoznawać co jest dobre, a co złe, mówić prawdę, dzielić się, naprawiać krzywdy, zaczynać od nowa, wspierać się, godzić się ze sobą. Niech zło, jakiego doświadczyły ludy tubylcze, a czego teraz wstydzimy się, posłuży nam dzisiaj za przestrogę, aby troska i prawa rodziny nie były odrzucane w imię ewentualnych potrzeb produkcyjnych i indywidualnych korzyści.

Powróćmy do obrazu klonowego liścia. W czasach wojny żołnierze używali go jako bandaża i opatrunku na rany. Dziś, w obliczu bezsensownego szaleństwa wojny, znów musimy łagodzić skrajności przeciwstawieństw i leczyć rany nienawiści. Świadek tragicznej przemocy z przeszłości powiedziała niedawno, że „pokój ma swój sekret: nigdy nikogo nie nienawidzić. Jeśli chcesz żyć, nie możesz nigdy nienawidzić” (Intervista a E. Bruck, in Avvenire, 8 marzo 2022). Nie potrzebujemy dzielenia świata na przyjaciół i wrogów, dystansowania się i zbrojenia po zęby: to nie wyścig zbrojeń i strategie odstraszania przyniosą pokój i bezpieczeństwo. Nie trzeba pytać, jak kontynuować wojny, ale jak je zakończyć. I jak zapobiec ponownemu wykorzystaniu narodów, jako zakładników w kleszczach, przerażających zimnych wojen, które nadal rozszerzają się. Trzeba polityk kreatywnych, dalekowzrocznych, potrafiących wyjść poza schematy stron, aby dać odpowiedzi na wyzwania globalne.

Istotnie, wielkie wyzwania dnia dzisiejszego, takie jak pokój, zmiany klimatyczne, skutki pandemii i migracje międzynarodowe, łączy jedna niezmienna cecha: są globalne, są globalnymi wyzwaniami, dotyczą wszystkich. A jeśli wszystkie one mówią o potrzebie bycia razem, polityka nie może pozostać więźniem interesów partykularnych. Trzeba umieć patrzeć – jak uczy mądrość rdzennych ludów – na siedem przyszłych pokoleń, a nie na doraźne korzyści, terminy wyborcze czy poparcie lobby. A także docenić pragnienia braterstwa, sprawiedliwości i pokoju, żywionych przez pokolenia młodych. Tak, jak dla odzyskania pamięci i mądrości konieczne jest słuchanie starszych, tak dla uzyskania dynamiki i przyszłości konieczna jest akceptacja marzeń młodych. Zasługują oni na lepszą przyszłość niż ta, którą im przygotowujemy, zasługują na włączenie ich w podejmowanie decyzji dotyczących budowy dnia dzisiejszego i jutra, a zwłaszcza na rzecz ochrony wspólnego domu, dla którego cenne są wartości i nauki ludów rdzennych. W związku z tym, chciałbym wyrazić uznanie dla godnego pochwały lokalnego zaangażowania na rzecz ochrony środowiska. Można byłoby wręcz powiedzieć, że symbole zaczerpnięte z natury, takie jak lilia na fladze tej Prowincji Québecu i liść klonu na fladze kraju, potwierdzają ekologiczne powołanie Kanady.

Kiedy właściwa Komisja miała ocenić tysiące otrzymanych szkiców przedstawiających propozycje narodowej flagi, z których wiele zostało złożonych przez zwykłych ludzi, zaskakujące było to, że prawie wszystkie zawierały obraz liścia klonowego. Zebranie się wokół tego wspólnego symbolu jest dla mnie podpowiedzią, by podkreślić kluczowe dla Kanadyjczyków słowa: wielokulturowość. Stanowi ona podstawę spójności społeczeństwa tak różnorodnego, jak kolorowe są korony klonów. Sam liść klonu, charakteryzujący się złożonym kształtem, sugeruje postać wielowymiarową i mówi, że jesteście ludem zdolnym do integrowania, aby ci, którzy przybywają, mogli znaleźć miejsce w tej różnorodnej jedności i wnieść w nią swój oryginalny wkład (por. Evangelii gaudium, 236). Wielokulturowość to ciągłe wyzwanie: to przyjęcie i objęcie różnych obecnych elementów, z jednoczesnym poszanowaniem różnorodności ich tradycji i kultur, bez myślenia, że proces ten jest zakończony raz na zawsze. W tym kontekście, wyrażam uznanie dla waszej wielkoduszności w przyjmowaniu licznych migrantów z Ukrainy i Afganistanu. Trzeba też pracować nad przezwyciężeniem retoryki strachu wobec migrantów, i dać im, zgodnie z możliwościami kraju, realną szansę na odpowiedzialne włączenie się w społeczeństwo. Aby to uczynić, konieczne są prawa i demokracja. Trzeba jednak zmierzyć się z mentalnością indywidualistyczną, pamiętając, że wspólne życie opiera się na założeniach, których sam system polityczny nie jest w stanie wytworzyć. Również w tym kontekście, kultura ludów rdzennych jest bardzo pomocna w przypominaniu nam o znaczeniu wartości społecznych. Także Kościół katolicki, ze swoim wymiarem powszechnym i troską o najsłabszych, ze swoją, zgodną z prawem, służbą na rzecz życia ludzkiego na każdym jego etapie, od poczęcia do naturalnej śmierci, z radością wnosi swój wkład.

W tych dniach słyszałem o licznych osobach potrzebujących, które pukają do drzwi parafii. Także w kraju tak rozwiniętym i postępowym jak Kanada, który poświęca wiele uwagi opiece społecznej, nie brakuje bezdomnych, którzy powierzają się kościołom i bankom żywności, by otrzymać niezbędną pomoc i pocieszenie, które – nie zapominajmy –nie są jedynie materialne. Ci bracia i siostry przynaglają nas do uważnego przyjrzenia się pilnej potrzebie zastosowania remedium przeciw radykalnej niesprawiedliwości, która zanieczyszcza nasz świat, sprawiając, że obfitość darów stworzenia jest rozdzielana zbyt nierówno. To skandaliczne, że z bogactwa wytworzonego przez rozwój gospodarczy, nie korzystają wszystkie grupy społeczne. I smutne jest to, że właśnie wśród tubylców często widzimy liczne wskaźniki ubóstwa, z którymi wiążą się inne negatywne dane, takie jak: niski poziom wykształcenia, niełatwy dostęp do mieszkań i opieki zdrowotnej. Niech symbol liścia klonowego, który zazwyczaj widnieje na etykietach produktów tego kraju, będzie dla wszystkich zachętą do podejmowania decyzji gospodarczych i społecznych, mających na celu dzielenie się i troskę o potrzebujących.

To właśnie pracując wspólnie, razem, można stawić czoła dzisiejszym pilnym wyzwaniom. Dziękuję wam za gościnność, uwagę i szacunek, i mówię wam ze szczerym uczuciem, że Kanada i jej mieszkańcy są naprawdę w moim sercu.

[01128-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua araba

الزيارة الرسوليّة إلى كندا

كلمة قداسة البابا فرنسيس

في اللقاء مع السُّلطات المدنيّة، وممثّلي الشّعوب الأصليّة، والسّلك الدبلوماسيّ

في ”قلعة كيبك“

الأربعاء 27 تموز/يوليو 2022

السّيّدة الحاكم العام،

السّيّد رئيس الوزراء،

السُّلطات المدنيّة والدينيّة المحترمين،

ممثّلي الشّعوب الأصليّة الأعزّاء،

أعضاء السّلك الدبلوماسيّ المحترمين،

سيداتي وسادتي،

أحيّيكم تحيّة قلبيّة، وأشكّر السّيّدة ماري سايمون والسّيّد جاستن ترودو لكلماتكم اللطيفة. يسُرُّني أن أخاطبكم، أنتم الذين تحملون مسؤوليّة خدمة سكان هذا البلد الكبير الذي يقدّم، ”من البحر إلى البحر“، تراثَ طبيعةٍ عجيبة. بين الجمال الكثير، أذكّر غابات شجر القيقب الواسعة والمدهشة، التي تُضفِي على المناظر الطبيعيّة الكنديّة ألوانًا وجمالًا فريدًا. أودّ أن أركّز كلمتي على هذا الرّمز المميَّز لهذه البلاد، ورقة شجر القيقب، التي انتشرت بسرعة من بيارق كيبيك حتى أصبحت الشّعار البارز على علم البلاد.

حدث هذا في زمن قريب نسبيًّا، إلّا أنّ شجر القيقب يحتفظ بذكرى أجيال ماضيّة عديدة، في زمن بعيد، قبل وصول المستعمرين إلى الأراضي الكنديّة. كان السّكان الأصليّون يستخرجون النسغ الذي يصنعون منه مشروبات مغذيّة. يقودنا هذا إلى التفكير في اجتهادهم، الذي كان دائمًا حريصًا على حمايّة الأرض والبيئة، والإخلاص لرؤيّة متناغمة للخليقة: فهي كتاب مفتوح يعلِّم الإنسان أن يحِبَّ الخالق وأن يعيش في انسجام مع الكائنات الحيّة الأخرى. أمور كثيرة نتعلَّمُها من هذا، من المقدرة على الإصغاء إلى الله والناس والطبيعة. نحن بحاجة إلى هذا بصورة خاصّة في زوبعة جنون عالم اليوم، الذي يتميَّز ”بالتسارع“ المستمّر، ما يجعل التنميّة البشريّة حقًّا، المستدامة والمتكاملة، أمرًا صعبًا، (راجع رسالة عامة بابوية، كُنْ مُسَبَّحًا، 18)، وينتهي بنا الأمر إلى صنع ”مجتمعِ تعَبٍ وخيبةِ أمل“، يكافح ليكتشف من جديد معنى التأمّل، والطّعم الحقيقيّ للعلاقات، وروحانيّة الجماعة. كم نحتاج إلى الإصغاء بعضنا إلى بعض وإلى الحوار، لنخرج من الفرديّة السائدة، ومن الأحكام المتسرّعة، ومن تفشي العدوان، ومن الميل إلى تقسيم العالم إلى صالحين وأشرار. الورق الكبير على شجر القيقب الذي يمتص الهواء الملوَّث، ويعيد إلينا الأكسجين، يدعونا إلى الاندهاش أمام جمال الخليقة، وإلى أن نسمح لأنفسنا بالانجذاب إلى قيَم الخلاص الموجودة في ثقافات السّكان الأصليّين: إنّها مصدر إلهام لنا جميعًا ويمكن أن تُسهم في علاج العادات الضّارة الكامنة في الاستغلال. استغلال الخليقة والعلاقات والوقت، وتنظيم النشاط البشريّ على أساس الرّبح والفائدة فقط.

ومع ذلك، فقد لاقت هذه التعالّيم الحيويّة في الماضي معارضة عنيفة. أفكّر قبل كلّ شيء في سياسات الاستيعاب والمحميات، بما في ذلك أيضًا نظام المدارس الداخليّة الإجباريّة، التي الحقت ضرّرًا بالغًا بعائلات عديدة من السّكان الأصليّين، ودمّرت لغتهم وثقافتهم ورؤيتهم للعالم. في ذلك النظام المؤسف الذي روجت له السّلطات الحكوميّة في ذلك الوقت، والذي فصل العديد من الأطفال عن عائلاتهم، شاركت أيضًا مؤسّسات كاثوليكيّة محليّة عديدة. لهذا أعبّر عن خجلي وحزني، ومع أساقفة هذا البلد، أجدّد طلبي للمغفرة عن الإساءة التي ارتكبها العديد من المسيحيّين ضد السّكان الأصليّين. لكلّ هذا أطلب المغفرة. إنّه لأمر مأساويّ أنّ الذي حدث في تلك الفترة التاريخيّة كان بسبب تغليب روح العالم، على روح الإنجيل. إن كان الإيمان المسيحيّ لعب دورًا أساسيًّا في تكوين أسمى المـٌثُل في كندا، والتي تتميّز بالرغبة في بناء بلد أفضل للجميع، فمن الضّروريّ، مع الاعتراف بخطايانا، والالتزام معًا لتحقيق ما أعرف أنّكم جميعًا متفقون عليه، وهو: تعزيز الحقوق المشروعة للسّكان الأصليّين واتخاذ الإجراءات للشفاء والمصالحة بينهم وبين الشّعوب غير الأصليّة في البلاد. ويظهر هذا في التزامكم بالاستجابة بالصّورة الكافيّة لنداءات لجنة الحقيقة والمصالحة، وكذلك الاهتمام بالاعتراف بحقوق الشّعوب الأصليّة.

يريد الكرسيّ الرّسوليّ والجماعات الكاثوليكيّة المحليّة أن يعزّزوا بصورة عمليّة ثقافات الشّعوب الأصليّة، من خلال مسارات روحيّة محدّدة ومناسبة، تشمل الاهتمام بالتقاليد الثقافيّة والعادات واللغات والإجراءات التربوية الخاصّة، بحسب روح إعلان الأمّم المتّحدة في حقوق الشّعوب الأصليّة. إنّ رغبتنا هي تجديد وتقويّة العلاقة بين الكنيسة والشّعوب الأصليّة في كندا، وقد تميّزت حتى الآن بمحبّة أثمرت ثمارًا يانعة، ولو حملت، للأسف، جروحًا التي نحن في صدّد العمل لفهمها وعلاجها. أنا ممتن جدًّا لأني التقيت واستمعت إلى العديد من السّكان الأصليّين في الأشهر الأخيرة في روما، ولأنّني قادر الآن على تجدّيد العلاقات الوثيقة الجميلة معهم هنا في كندا. لقد تركَتْ تلك اللحظات التي عشناها معًا أثرًا في داخليّ والعزم الثابت لمتابعة السّخط والخجل أمام الآلام التي عانى منها السّكان الأصليّون. والقيام بمسيرة أخويّة صابرة، يجب القيام بها مع جميع الكنديّين بحسب الحقيقة والعدل، ومعًا نعمل من أجل الشّفاء والمصالحة، يحدونا الأمل دائما ببلوغ الأفضل.

"قصة الألم والاحتقار" هذه، التي نشأت عن عقليّة استعماريّة، "لا تَشفَى بسهولة". وفي الوقت نفسه، تحذِّرنا أنّ "الاستعمار لا يتوقَّف، بل، يتبدَّل، في بعض المناطق، ويضع قناعًا، ويختبئ" (الإرشاد الرّسوليّ ما بعد السينودس، الأمازون الحبيب، 16). هذا هو الحال مع الاستعمار الأيديولوجيّ. في الماضيّ، تجاهلت العقليّة الاستعماريّة الحياة الواقعيّة للناس، وفرضت أنماط ثقافيّة محدّدة. اليوم أيضًا ليس غائبًا الاستعمار الأيديولوجيّ الذي يتعارض مع الواقع الموجود، ويخنق تمسّك الشّعوب الطبيعيّ بقِيَمِها. ويحاول اقتلاع تقاليدها وتاريخها وروابطها الدينيّة. إنّها عقليّة، تفترض أنّها تجاوزت صفحات التاريخ المظلمة، ولها أن تفسح المجال ”لثقافة الإلغاء“ التي تقيِّم الماضيّ فقط على أساس بعض القوالب الفكريّة الحاضرة، التي تفرض التسويّة الشاملة، كلّ واحد مثل الآخر، فلا تسمح بأي اختلاف، وتركّز كلّ شيء على اللحظة الحالية، وعلى احتياجات وحقوق الأفراد. وتتجاهل مرارًا الواجبات تجاه الأضعفين والأكثر هشاشة: الفقراء والمهاجرين وكبار السّنّ والمرضى، والذين لم يولدوا بعد... كلّ هؤلاء هم المنسِيُّون في مجتمعات الرَّفاه. هم الذين، في اللامبالاة العامة، يتِمّ التخلّص منهم مثل الأوراق الجافة التي تُحرَق.

الأوراق الغنية متعددة الألوان على أشجار القيقب تذكّرنا، عكس ذلك، بأهميّة الجماعة، وضرورة مواصلة العمل لتقدّم الجماعات البشريّة غير المتجانسة، ولكنها منفتحة وشاملة الجميع حقًا. وكما أنّ كلّ ورقة هي أساسيّة لإثراء الفروع، كذلك كلّ عائلة، الخليّة الأساسيّة في المجتمع، يجب تقديرها، لأن "مستقبل البشريّة يمرّ بالعائلة" (القدّيس يوحنا بولس الثاني، الإرشاد الرّسوليّ، وظائف العائلة المسيحيّة في عالم اليوم، 86). إنّها أوّل واقع اجتماعيّ ملموس، لكن عوامل عديدة تهدّدها، هي: العنف المنزليّ، وجنون العمل، والعقليّة الفرديّة، وطلب جامح للمناصب، والبطالة، وعزلة الشّباب، والتخلّي عن كبار السّنّ والعُجَّز... السّكان الأصليّون يعلِّموننا عن حضانة العائلة وحمايتها، حيث يتعلَّمون منذ الطفولة معرفة ما هو صواب وما هو خطأ، وقول الحقيقة، والمشاركة، وتصحيح الأخطاء، والبدء من جديد، والتّشجيع المتبادل، والمصالحة. الضرّر الذي عانى منه السّكان الأصليّون، والذي نخجل منه الآن، ليكن لنا اليوم بمثابة تحذير، حتى لا يتمّ التخلّي عن رعاية العائلة وحقوقها باسم أيّ مقتضيات إنتاجيّة ومصالح فرديّة.

لنَعُد إلى ورق شجرة القيقب. في زمن الحرب، استخدمه الجنود كضمادات وعلاج للجروح. اليوم، في مواجهة جنون الحروب الخرقاء، نحتاج مرّة أخرى إلى ما يليِّن إلى أقصّى حد، تطرف المعارضات وتضميد جراح الكراهية. قالت مؤخرًا شاهدة على أعمال العنف الماضيّة المأساوية إنّ "السّلام له سِرٌّ: لا تكره أحدًا أبدًا. إن أردْتَ أن تعيش فيجب ألّا تكره أبدًا" (مقابلة مع E. Bruck، في جريدة Avvenire، 8 آذار/ مارس 2022). لسنا بحاجة إلى تقسيم العالم إلى أصدقاء وأعداء، ونبتعد بعضُنا عن بعض، ونعود إلى أقصى درجات التسلُّح: لن يكون السّباق إلى التسلُّح ولا إستراتيجيات الردع هي التي تجلب السّلام والأمن. لا داعي لأن نسأل كيف تستمّر الحروب، ولكن كيف نوقفها، وكيف نمنع من أن تكون الشّعوب رهينة في قبضة الحروب الباردة الرهيبة التي ما زالت تتوسع. نحن بحاجة إلى سياسات مبتكرة وبعيدة النظر، تعرف كيف نخرج من مخططات الأطراف، وكيف نجد الجواب معًا للتحديّات العالميّة.

في الواقع، إنّ التحديّات الكبرى اليوم، مثل السّلام وتغيّر المناخ وآثار الأوبئة، والهجرة الدوليّة، كلّها تشترك في ظاهرة واحدة ثابتة: إنّها تحديّات عالميّة وتؤثر على الجميع. وكلّها تشير إلى ضرورة وجود الجماعة. ومن ثمّ، لا يمكن للسياسة أن تظلّ أسيرة المصالح الحزبيّة. يجب أن نعرف كيف ننظر، كما تعلِّمُنا حكمة الشّعوب الأصليّة، إلى الأجيال السّبعة القادمة، وليس إلى ما يناسبنا اليوم، أو إلى مواعيد الانتخابات، أو مساندة الجماعات الضاغطة اللوبي (lobby). يجب أيضًا تقدير الرّغبة في الأخُوّة والعدل والسّلام للأجيال الشّابة. وكما أنّه من الضّروريّ الاستماع إلى القدامى، لاستعادة الذاكرة والحكمة، يجب أيضًا أن نعانق أحلام الشّباب، لننطلق ونضمن المستقبل. يستحق الشّباب مستقبلًا أفضل من الذي نحن في صدّد إعداده لهم. ويستحقون أن يشاركوا في الخيارات لبناء اليوم وغدًا، ولا سيّما من أجل حماية بيتنا المشترك، وإنّ تعالّيم الشّعوب الأصليّة لها قيمة ثمينة لهذا البيت المشترك. وفي هذا الصدد، أودّ أن أعرب عن تقديري للالتزام المحلي الجدير بالثناء تجاه البيئة. يمكن القول إن الشّعارات المستمدة من الطبيعة، مثل الزنبقة في علم مقاطعة كيبيك هنا، وورقة شجرة القيقب في كلّ كندا، تؤكّد أنّ كندا لها دعوة إيكولوجيّة.

عندما أخذت اللجنة المحدّدة تدقّق في آلاف الرسومات التي وصلت إليها لصنع العَلم الوطني، كثير منها أرسلها أشخاص عاديّون، تفاجأَتْ اللجنة أنّ جميعها تقريبًا كانت تحتوي على ورقة القيقب. تشير المشاركة حول هذا الرّمز المشترك إلى التأكيد على كلمة أساسيّة تصف الكنديّين: التعدديّة الثقافيّة. فهي على أساس تماسك المجتمع المركّب والذي تختلف ألوانه مثل اختلاف ألوان أوراق الشجر. ورقة القيقب نفسها، بتعدد نقاطها وجوانبها، تشير إلى شخصيّة متعددة الأوجه وتقول إنّكم شعب قادر على أن تشملوا الجميع، وجميع الوافدين إليكم يمكن أن يجدوا مكانًا في هذه الوَحدة متعددة الوجوه، ويمكن أن يقدّموا فيها مساهمتهم الأصلية (راجع فرح الإنجيل، 236). في التعدديّة الثقافيّة تحدٍّ دائم: فهي ترحّب وتعانق المكونات الموجودة المختلفة، وتحترم في نفس الوقت التنوّع في التقاليد والثقافات، ولا تفكّر أنّ العمليّة قد اكتملت مرّة واحدة وإلى الأبد. إنّي أعبّر، بهذا المعنى، عن تقدّيري لكرمكم في استضافة العديد من المهاجرين الأوكرانيّين والأفغان. من الضّروريّ أيضًا العمل للتغلّب على خطاب الخوف من المهاجرين الوافدين، ويجب منحهم، وفقًا لإمكانيات البلد، إمكانيّة المشاركة بشكل مسؤول في بناء المجتمع. للقيام بذلك، فإنّ الحقوق والديمقراطيّة لا غنى عنها. لكن من الضّروريّ مواجهة العقليّة الفرديّة، مع التذكّر أنّ الحياة المشتركة تقوم على افتراضات لا يستطيع النظام السّياسيّ وحده أن يوفِّرَها. في هذا أيضًا، ثقافة الشّعوب الأصليّة فيها دعم كبير لنتذكّر أهمية قيَم الحياة الجماعيّة. والكنيسة الكاثوليكيّة، بحجمها العالميّ ورعايتها لأكثر الناس هشاشة، مع تقديم الخدمة المشروعة لصالح الحياة البشريّة في كلّ مراحلها، من الحَمل إلى الموت الطبيعي، يسُرُّها أن تقدّم مساهمتها الخاصّة.

سمعت في هذه الأيام أنّ هناك أشخاصًا كثيرين محتاجين يطرقون أبواب الرعايا. حتّى في بلد متقدّم بلغ درجة عاليّة من النمو مثل كندا، والذي يكرّس اهتمامًا كبيرًا للمساعدة الاجتماعيّة، ليسوا قلائل الأشخاص المشرّدون الذين يعتمدون على الكنائس وبنوك التغذيّة، لتلقي المساعدة ووسائل العيش الأساسيّة، - ولا ننسَ- ليست حاجاتهم ماديّة فقط. يقودنا هؤلاء الإخوة والأخوات إلى التفكير للعمل بصورة ملحة على معالجة الظلم الأساسيّ الذي يلوِّث عالمنا، حيث مواهب الخليقة الوافرة تُوزَّع باختلافات صارخة. إنه لَشكٌّ ومعثرةٌ ألّا تذهب الثروة العامة الناتجة عن التنميّة الاقتصاديّة إلى جميع قطاعات المجتمع. ومن المحزن أن تكون معدلات الفقر الكثيرة، في كثير من الأحيان، بين السّكان الأصليّين، وترتبط بهذا مؤشرات سلبيّة أخرى، مثل قلّة الالتحاق بالمدارس، وعدم سهولة الحصول على السكن والرعايّة الصحيّة. إنّ شعار ورقة القيقب، الذي يظهر عادةً على ملصقات منتجات هذا البلد، ليكن حافزًا للجميع لاتخاذ خيارات اقتصاديّة واجتماعيّة تهدف إلى مشاركة المحتاجين ورعايتهم.

بالعمل معًا، يمكن مواجهة التحديّات الملحة اليوم. أشكّركم لضيافتكم، وانتباهكم وتقديركم، وأقول لكم بمودّة صادقة إنّي أحمل كندا وأهلها في قلبي.

[01128-AR.02] [Testo originale: Spagnolo]

[B0560-XX.02]