Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco in Canada - Incontro con le Popolazioni Indigene e con i Membri della Comunità Parrocchiale presso la Chiesa del Sacro Cuore, 25.07.2022


Incontro con le popolazioni indigene e con i membri della Comunità Parrocchiale presso la Chiesa del Sacro Cuore

Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Traduzione in lingua araba

Nel pomeriggio, lasciato il St. Joseph Seminary, il Santo Padre Francesco si è trasferito in auto alla Chiesa del Sacro Cuore, dove – alle ore 16.45 (00.45 ora di Roma) – ha incontrato le Popolazioni Indigene e i Membri della Comunità Parrocchiale.

Al Suo arrivo è stato accolto all’ingresso della chiesa dal Parroco, Padre Susai Jesu, O.M.I., ed è entrato accompagnato dal suono dei tamburi.

Dopo le parole di benvenuto del parroco e la testimonianza di due parrocchiani membri del Consiglio e l’esecuzione di un canto indigeno, il Papa ha pronunciato il Suo discorso.

Dopo la recita del Padre Nostro e la Benedizione finale, Papa Francesco ha salutato alcuni fedeli che hanno portato in dono al Papa alcuni dei simboli delle comunità locali. Quindi, prima di lasciare la Chiesa del Sacro Cuore, il Santo Padre ha benedetto la statua di Santa Kateri Tekakwitha, prima indigena del Nord America ad essere stata proclamata santa dalla Chiesa cattolica.

Al termine dell’incontro il Papa è rientrato in auto al St. Joseph Seminary dove ha cenato in privato.

Pubblichiamo di seguito il discorso che il Santo Padre ha rivolto ai presenti nel corso dell’incontro:

Discorso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!

Estoy contento de poder encontrarme con ustedes y volver a ver los rostros de varios representantes indígenas que hace algunos meses fueron a visitarme a Roma. Aquel encuentro fue muy significativo para mí. Ahora estoy en la casa de ustedes, como amigo y peregrino, estoy en sus tierras, en el templo donde se reúnen para alabar a Dios como hermanos y hermanas. En Roma, después de escucharlos, les dije que «un proceso de sanación eficaz requiere acciones concretas» (Discurso a las delegaciones de los pueblos indígenas de Canadá, 1 abril 2022). Me alegra ver que en esta parroquia, en la que confluyen personas de diversas comunidades de las First Nations, de los Métis y de los Inuit, junto con gente no indígena de los barrios locales y diversos hermanos y hermanas inmigrantes, dicho proceso ya ha comenzado. Esta es una casa para todos, abierta e inclusiva, tal como debe ser la Iglesia, familia de los hijos de Dios donde la hospitalidad y la acogida, valores típicos de la cultura indígena, son esenciales; donde cada uno debe sentirse bienvenido, independientemente de la propia historia y de sus circunstancias vitales. Quisiera también decirles gracias por la cercanía concreta a tantos pobres, esto me toca mucho, —que también son numerosos en este rico país— por medio de vuestra caridad, esto es lo que desea Jesús, que nos ha dicho y nos repite siempre en el Evangelio: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40). Es Jesús el que está.

Y al mismo tiempo, no debemos olvidar que también en la Iglesia el trigo se mezcla con la cizaña. Y también en la Iglesia. Y precisamente a causa de esa cizaña quise realizar esta peregrinación penitencial, y comenzarla esta mañana haciendo memoria del mal que sufrieron los pueblos indígenas por parte de muchos cristianos y con dolor pedir perdón. Me duele pensar que algunos católicos hayan contribuido a las políticas de asimilación y desvinculación que transmitían un sentido de inferioridad, sustrayendo a comunidades y personas sus identidades culturales y espirituales, cortando sus raíces y alimentando actitudes prejuiciosas y discriminatorias, y que eso también se haya hecho en nombre de una educación que se suponía cristiana. La educación siempre debe partir del respeto y de la promoción de los talentos que ya están en las personas. No es ni puede ser nunca algo elaborado previamente que se impone, porque educar es la aventura de explorar y descubrir juntos el misterio de la vida. Gracias a Dios, en parroquias como ésta, día tras día, se construyen por medio del encuentro las bases para la sanación y reconciliación. Sanación, reconciliación. Quiero decir algo que no esta escrito ahí, quiero agradecer de manera especial el trabajo que hicieron los señores Obispos para lograr que pudiera venir aquí, que ustedes pudieran ir allá, una conferencia episcopal unida hace gestos grandes, da muchos frutos, muchas gracias a la conferencia episcopal.

Reconciliación. Esta tarde quisiera compartir algunas reflexiones sobre esta palabra. ¿Qué nos sugiere Jesús cuando habla de reconciliación? o ¿cuándo nos inspira la reconciliación? ¿Qué significado tiene hoy para nosotros la reconciliación? Queridos amigos, la reconciliación obrada por Cristo no fue un acuerdo de paz exterior, una especie de compromiso para contentar a las partes. Tampoco fue una paz caída del cielo, que llegó por imposición de lo alto o por absorción del otro. El apóstol Pablo explica que Jesús reconcilia poniendo juntos, haciendo de dos realidades distantes una única realidad, una sola cosa, un solo pueblo. Y, ¿cómo lo hace? Por medio de la cruz (cf. Ef 2,14). Es Jesús quien nos reconcilia entre nosotros en la cruz, es Jesús quien nos reconcilia entre nosotros en la cruz, en aquel árbol de la vida, como les gustaba decir a los primeros cristianos. La cruz árbol de la vida.

Ustedes, queridos hermanos y hermanas indígenas, tienen mucho que enseñarnos sobre el significado vital del árbol que, unido a la tierra por las raíces, da oxígeno por medio de las hojas y nos nutre con sus frutos. Y es hermoso ver la simbología del árbol representada en la fisonomía de esta iglesia, donde un tronco une a la tierra un altar sobre el cual Jesús nos reconcilia en la Eucaristía, «acto de amor cósmico» que «une el cielo y la tierra, abraza todo lo creado» (Carta enc. Laudato si’, 236). Este simbolismo litúrgico me recuerda un pasaje estupendo pronunciado por san Juan Pablo II en este país, y dice así: «Cristo anima el centro mismo de cada cultura, por lo que el cristianismo no sólo comprende a todos los pueblos indígenas, sino que el mismo Cristo, en los miembros de su cuerpo, es indígena» (Liturgia de la Palabra con los indígenas de Canadá, 15 septiembre 1984). Y es Él quien en la cruz reconcilia, vuelve a unir lo que parecía impensable e imperdonable, abraza a todos y a todo. Todos y todo. Los pueblos indígenas atribuyen un fuerte significado cósmico a los puntos cardinales, estos no sólo se conciben como puntos de referencia geográfica sino también como dimensiones que abrazan la realidad en su conjunto e indican el camino para sanarla, representada por la llamada “rueda de la medicina”. Este templo hace propia esa simbología de los puntos cardinales y les atribuye un significado cristológico. Jesús, por medio de las extremidades de su cruz, abraza los puntos cardinales y reúne a los pueblos más lejanos, Jesús sana y pacifica todo (cf. Ef 2,14). Allí cumple el designio de Dios: “reconciliar todas las cosas” (cf. Col 1,20).

Hermanos, hermanas, ¿qué significa esto para el que lleva dentro heridas tan dolorosas? Comprendo el cansancio al ver cualquier perspectiva de reconciliación en quien ha sufrido tremendamente a causa de hombres y mujeres que tenían que dar testimonio de vida cristiana. Nada puede borrar la dignidad violada, el mal sufrido, la confianza traicionada. Y tampoco debe borrarse nunca la vergüenza de nosotros creyentes. Pero es necesario empezar de nuevo. Y Jesús no nos propone palabras y buenos propósitos, sino que nos propone la cruz, ese amor escandaloso que se deja atravesar los pies y las muñecas por los clavos y traspasar la cabeza por las espinas. Esta es la dirección a seguir, mirar juntos a Cristo, el amor traicionado y crucificado por nosotros; ver a Jesús, crucificado en tantos alumnos de las escuelas residenciales. Si queremos reconciliarnos entre nosotros y dentro de nosotros, reconciliarnos con el pasado, con las injusticias sufridas y con la memoria herida, con sucesos traumáticos que ningún consuelo humano puede sanar, si queremos reconciliarnos realmente hay que levantar la mirada a Jesús crucificado, hay que obtener la paz en su altar. Porque, precisamente, es en el árbol de la cruz donde el dolor se transforma en amor, la muerte en vida, la decepción en esperanza, el abandono en comunión, la distancia en unidad. La reconciliación no es tanto una obra nuestra, es un regalo, es un don que brota del Crucificado, es paz que viene del Corazón de Jesús, es una gracia que hay que pedir. La reconciliación es una gracia que hay que pedir.

Hay otro aspecto de la reconciliación del que quisiera hablarles. El apóstol Pablo explica que Jesús, por medio de la cruz, nos ha reconciliado en un solo cuerpo (cf. Ef 2,14). ¿De qué cuerpo habla? Habla de la Iglesia, la Iglesia es este cuerpo vivo de reconciliación. Pero, si pensamos en el dolor imborrable experimentado en este lugar por tantas personas en el seno de instituciones eclesiales, sólo se experimenta rabia, sólo se experimenta vergüenza. Eso sucedió cuando los creyentes se dejaron mundanizar y, más que promover la reconciliación, impusieron su propio modelo cultural. Esta mentalidad, hermanos y hermanas, tarda en morir, incluso desde el punto de vista religioso. De hecho, parecería más conveniente inculcar a Dios en las personas, en lugar de permitir que las personas se acerquen a Dios. Una contradicción. Pero no funciona nunca, porque el Señor no obra así, él no obliga, no sofoca ni oprime; sino que ama, libera, deja libres. Él no sostiene con su Espíritu a quienes someten a los demás, a quienes confunden el Evangelio de la reconciliación con el proselitismo. Porque no se puede anunciar a Dios de un modo contrario a Dios. Sin embargo, ¡cuántas veces ha sucedido en la historia! Mientras Dios se presenta sencilla y humildemente, nosotros tenemos la tentación de imponerlo y de imponernos en su nombre. Es la tentación mundana de hacerlo bajar de la cruz para manifestarlo con el poder y la apariencia. Pero Jesús reconcilia en la cruz, no bajando de la cruz. Y allí, alrededor de la cruz, estaban los que pensaban en sí mismos y tentaban a Cristo repitiéndole que se salvara a sí mismo (cf. Lc 23,35-36), sin pensar en los demás. Hermanos y hermanas, en nombre de Jesús, que esto no vuelva a pasar en la Iglesia. Que Jesús sea anunciado como Él desea, en la libertad y en la caridad, y que cada persona crucificada que encontremos no sea para nosotros un caso que resolver, sino un hermano o una hermana a quien amar, carne de Cristo a la que amar. ¡Que la Iglesia, Cuerpo de Cristo, sea cuerpo vivo de reconciliación!

La misma palabra reconciliación es prácticamente sinónimo de Iglesia. El término, en efecto, significa “hacer un concilio nuevo”, reconciliación. Hacer un concilio nuevo. Por eso, la Iglesia es la casa donde conciliarse nuevamente, donde reunirse para volver a comenzar y crecer juntos. Es el lugar donde se deja de pensar como individuos para reconocerse hermanos mirándose a los ojos, acogiendo las historias y la cultura del otro, dejando que la mística del estar juntos tan agradable al Espíritu Santo favorezca la sanación de la memoria herida. Este es el camino, no decidir por los otros, no encasillar a todos dentro de esquemas prestablecidos, sino ponerse ante el Crucificado y ante el hermano para aprender a caminar juntos. Esta es la Iglesia —y ojalá fuese siempre así—, la Iglesia no un conjunto de ideas y preceptos que inculcar a la gente, la Iglesia es una casa acogedora para todos. Y ojalá sea siempre así. La Iglesia es un templo con las puertas siempre abiertas. Lo escuchamos de estos dos hermanos nuestros, que dicen esta parroquia es así: un templo con las puertas siempre abiertas, donde todos nosotros, templos vivos del Espíritu, nos encontramos, servimos y nos reconciliamos. Queridos hermanos y hermanas, los gestos y las visitas pueden ser importantes, pero la mayor parte de las palabras y de las actividades de reconciliación ocurren a nivel local, en comunidades como ésta, donde las personas y las familias caminan a la par, día tras día. Rezar juntos, ayudar juntos, compartir las historias de vida, las alegrías y las luchas comunes abre la puerta a la obra reconciliadora de Dios.

Hay una imagen conclusiva que nos puede ayudar. En este templo, sobre el altar y el sagrario, vemos las cuatro estacas de una típica tienda indígena —supe que se llama tipi—. La tienda tiene un gran significado bíblico. Cuando Israel caminaba en el desierto, Dios habitaba en una tienda que se instalaba cada vez que el pueblo se detenía. Era la Tienda del Encuentro. Nos recuerda que Dios camina con nosotros y le gusta encontrarnos juntos, reunidos, en concilio. Y cuando se hace hombre, el Evangelio dice, literalmente, que “puso su tienda entre nosotros” (cf. Jn 1,14). Dios es el Dios de la cercanía, en Jesús nos enseña el lenguaje de la compasión y de la ternura. Esto se debe entender cada vez que vamos a la iglesia, donde Él está presente en el tabernáculo, palabra que significa precisamente tienda. Dios pone su tienda entre nosotros, nos acompaña en nuestros desiertos; no vive en palacios celestiales, sino en nuestra Iglesia, y desea que sea casa de reconciliación.

Jesús crucificado resucitado, que habitas en este pueblo que es tuyo Señor, que deseas resplandecer a través de nuestras comunidades y nuestras culturas, Jesús tómanos de la mano y, también en los desiertos de la historia, guía nuestros pasos por el camino de la reconciliación. Amén.

[01125-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Cari fratelli e sorelle, buonasera!

Sono felice di essere tra voi e di rivedere i volti di diversi rappresentanti indigeni che pochi mesi fa sono venuti a trovarmi a Roma. Quella visita ha significato molto per me: ora sono io a casa vostra, come amico e pellegrino, sono nella vostra terra, nel tempio dove vi trovate per lodare Dio come fratelli e sorelle. A Roma, dopo avervi ascoltato, vi dissi che «un efficace processo di risanamento richiede azioni concrete» (Discorso alle delegazioni dei popoli indigeni del Canada, 1° aprile 2022). Sono lieto di vedere che in questa parrocchia, nella quale confluiscono persone di diverse comunità delle First Nations, dei Métis e degli Inuit, insieme a gente non indigena dei quartieri locali e a diversi fratelli e sorelle immigrati, tale processo è già iniziato. Questa è una casa per tutti, aperta e inclusiva, così come dev’essere la Chiesa, famiglia dei figli di Dio dove l’ospitalità e l’accoglienza, valori tipici della cultura indigena, sono essenziali: dove ognuno deve sentirsi benvenuto, indipendentemente dalle vicende trascorse e dalle circostanze di vita individuali. E vorrei anche dirvi grazie per la vicinanza concreta a tanti poveri – questo mi tocca molto – che sono numerosi anche in questo ricco Paese, attraverso la carità: è ciò che desidera Gesù, il quale ci ha detto e ci ripete sempre nel Vangelo: «Tutto quello che avete fatto a uno solo di questi miei fratelli più piccoli, l’avete fatto a me» (Mt 25,40). È Gesù lì presente.

E al tempo stesso, non dobbiamo dimenticare che anche nella Chiesa al grano buono si mescola la zizzania. Anche nella Chiesa. E proprio a causa di questa zizzania ho voluto intraprendere questo pellegrinaggio penitenziale, e cominciarlo stamani facendo memoria del male subito dalle popolazioni indigene da parte di tanti cristiani e chiedendone perdono con dolore. Mi ferisce pensare che dei cattolici abbiano contribuito alle politiche di assimilazione e affrancamento che veicolavano un senso di inferiorità, derubando comunità e persone delle loro identità culturali e spirituali, recidendo le loro radici e alimentando atteggiamenti pregiudizievoli e discriminatori, e che ciò sia stato fatto anche in nome di un’educazione che si supponeva cristiana. L’educazione deve partire sempre dal rispetto e dalla promozione dei talenti che già ci sono nelle persone. Non è e non può mai essere qualcosa di preconfezionato da imporre, perché educare è l’avventura di esplorare e scoprire insieme il mistero della vita. Grazie a Dio, in parrocchie come questa, attraverso l’incontro, si costruiscono giorno dopo giorno le basi per la guarigione e la riconciliazione. Guarigione, riconciliazione. Vorrei dire una cosa che non è scritta qui. Voglio ringraziare in modo speciale per il lavoro che hanno fatto i Vescovi per far sì che io potessi venire qui, e che voi siate potuti venire là [a Roma]. Una Conferenza episcopale unita fa gesti grandi, dà molto frutti. Tante grazie alla Conferenza episcopale!

Riconciliazione: è su questa parola che stasera vorrei condividere alcune riflessioni. Che cosa ci suggerisce Gesù quando parla di riconciliazione? O quando ci ispira la riconciliazione? Che significato ha per noi oggi la riconciliazione? Cari amici, la riconciliazione operata da Cristo non è stata un accordo di pace esterno, una sorta di compromesso per accontentare le parti. Nemmeno è stata una pace calata dal cielo, arrivata per imposizione dall’alto o per assorbimento dell’altro. L’Apostolo Paolo spiega che Gesù riconcilia mettendo insieme, facendo di due realtà distanti un’unica realtà, una cosa sola, un solo popolo. E come fa? Per mezzo della croce (cfr Ef 2,14). È Gesù che ci riconcilia fra di noi sulla croce, su quell’albero di vita, come amavano chiamarlo gli antichi cristiani. La croce, albero della vita.

Voi, cari fratelli e sorelle indigeni, avete molto da insegnare sul significato vitale dell’albero che, congiunto alla terra dalle radici, dà ossigeno attraverso le foglie e ci nutre con i suoi frutti. Ed è bello vedere la simbologia dell’albero rappresentata nella fisionomia di questa chiesa, dove un tronco congiunge al terreno un altare sul quale Gesù ci riconcilia nell’Eucaristia, «atto di amore cosmico» che «unisce il cielo e la terra, abbraccia […] tutto il creato» (Lett. enc. Laudato si’, 236). Questo simbolismo liturgico mi ricorda un passaggio stupendo pronunciato da San Giovanni Paolo II in questo Paese: «Cristo anima il centro stesso di ogni cultura, per cui non solo il cristianesimo interessa tutte le popolazioni indiane, ma Cristo, nei membri del suo corpo, è egli stesso indiano» (Liturgia della Parola con gli Indiani del Canada, 15 settembre 1984). Ed è Lui che sulla croce riconcilia, rimette insieme ciò che sembrava impensabile e imperdonabile, abbraccia tutti e tutto. Tutti e tutto: le popolazioni indigene attribuiscono un forte significato cosmico ai punti cardinali, intesi non solo come punti di riferimento geografico ma anche come dimensioni che abbracciano la realtà intera e indicano la via per risanarla, rappresentata dalla cosiddetta “ruota della medicina”. Questo tempio fa propria tale simbologia dei punti cardinali e vi attribuisce un significato cristologico. Gesù, attraverso le estremità della sua croce, abbraccia i punti cardinali e riunisce i popoli più distanti, Gesù risana e pacifica tutto (cfr Ef 2,14). Lì compie il disegno di Dio: “riconciliare tutte le cose” (cfr Col 1,20).

Fratelli, sorelle, che cosa vuol dire questo per chi porta dentro ferite tanto dolorose? Immagino la fatica, in chi ha sofferto tremendamente a causa di uomini e donne che dovevano dare testimonianza di vita cristiana, a vedere qualsiasi prospettiva di riconciliazione. Nulla può cancellare la dignità violata, il male subìto, la fiducia tradita. E nemmeno la vergogna di noi credenti deve mai cancellarsi. Ma occorre ripartire e Gesù non ci propone parole e buoni propositi, ma ci propone la croce, quell’amore scandaloso che si lascia infilzare i piedi e i polsi dai chiodi e trafiggere la testa di spine. Ecco la direzione da seguire: guardare insieme Cristo, l’amore tradito e crocifisso per noi; guardare Gesù, crocifisso in tanti alunni delle scuole residenziali. Se vogliamo riconciliarci tra di noi e dentro di noi, riconciliarci con il passato, con i torti subiti e con la memoria ferita, con vicende traumatiche che nessuna consolazione umana può risanare, se vogliamo riconciliarci veramente lo sguardo va alzato a Gesù crocifisso, la pace va attinta al suo altare. Perché è proprio sull’albero della croce che il dolore si trasforma in amore, la morte in vita, la delusione in speranza, l’abbandono in comunione, la distanza in unità. La riconciliazione non è tanto un’opera nostra, è un regalo, è un dono che sgorga dal Crocifisso, è pace che viene dal Cuore di Gesù, è una grazia che va chiesta. La riconciliazione è una grazia che va chiesta.

C’è un altro aspetto della riconciliazione di cui vorrei parlarvi. L’Apostolo Paolo spiega che Gesù, per mezzo della croce, ci ha riconciliati in un solo corpo (cfr Ef 2,14). Di quale corpo parla? Parla della Chiesa: la Chiesa è questo corpo vivente di riconciliazione. Ma, se pensiamo al dolore incancellabile provato in questi luoghi da tanti all’interno di istituzioni ecclesiali, viene solo da provare rabbia, viene solo da provare vergogna. Ciò è avvenuto quando i credenti si sono lasciati mondanizzare e, anziché promuovere la riconciliazione, hanno imposto il loro modello culturale. Questo atteggiamento, fratelli e sorelle, è duro a morire, anche dal punto di vista religioso. Infatti, sembrerebbe più conveniente inculcare Dio nelle persone, anziché permettere alle persone di avvicinarsi a Dio – una contraddizione. Ma non funziona mai, perché il Signore non agisce così: egli non costringe, non soffoca e non opprime; sempre, invece, ama, libera e lascia liberi. Egli non sostiene con il suo Spirito chi assoggetta gli altri, chi confonde il Vangelo della riconciliazione con il proselitismo. Perché non si può annunciare Dio in un modo contrario a Dio. Eppure, quante volte è successo nella storia! Mentre Dio semplicemente e umilmente si propone, noi abbiamo sempre la tentazione di imporlo e di imporci in suo nome. È la tentazione mondana di farlo scendere dalla croce per manifestarlo con la potenza e l’apparenza. Ma Gesù riconcilia sulla croce, non scendendo dalla croce. Giù, attorno alla croce, c’erano quelli che pensavano a sé stessi e tentavano Cristo ripetendogli di salvare sé stesso (cfr Lc 23,35.36), senza pensare agli altri. Fratelli e sorelle, in nome di Gesù, non capiti più nella Chiesa di fare così. Gesù sia annunciato come Egli desidera, nella libertà e nella carità, e ogni persona crocifissa che incontriamo non sia per noi un caso da risolvere, ma un fratello o una sorella da amare, carne di Cristo da amare. La Chiesa, Corpo di Cristo, sia corpo vivente di riconciliazione!

La stessa parola riconciliazione è praticamente sinonimo di Chiesa. Il termine, infatti, significa “fare di nuovo un concilio”: riconciliazione, fare un concilio nuovo. La Chiesa è la casa dove conciliarsi nuovamente, dove riunirsi per ripartire e crescere insieme. È il luogo dove si smette di pensarsi come individui per riconoscersi fratelli guardandosi negli occhi, accogliendo le storie e la cultura dell’altro, lasciando che la mistica dell’insieme, tanto gradita allo Spirito Santo, favorisca la guarigione della memoria ferita. Questa è la via: non decidere per gli altri, non incasellare tutti all’interno di schemi prestabiliti, ma mettersi davanti al Crocifisso e davanti al fratello per imparare a camminare insieme. Questa è la Chiesa e questo sia: il luogo dove la realtà è sempre superiore all’idea. Questa è la Chiesa e questo sia: non un insieme di idee e precetti da inculcare alla gente; la Chiesa è una casa accogliente per tutti! Questo è la Chiesa e questo sia: un tempio con le porte sempre aperte, come abbiamo sentito da questi due nostri fratelli, che questa parrocchia è così: un tempio con le porte sempre aperte, dove tutti noi, templi vivi dello Spirito, ci incontriamo, ci serviamo e ci riconciliamo. Cari fratelli e sorelle, i gesti e le visite possono essere importanti, ma la maggior parte delle parole e delle attività di riconciliazione avvengono a livello locale, in comunità come questa, dove le persone e le famiglie camminano fianco a fianco, giorno dopo giorno. Pregare insieme, aiutare insieme, condividere storie di vita, gioie e lotte comuni apre la porta all’opera riconciliatrice di Dio.

C’è un’immagine conclusiva che ci può aiutare. In questo tempio, sopra l’altare e il tabernacolo, vediamo i quattro pali di una tipica tenda indigena, che ho saputo chiamarsi tepee. La tenda ha un grande significato biblico. Quando Israele camminava nel deserto, Dio dimorava in una tenda che veniva allestita ogni volta che il popolo si fermava: era la Tenda del Convegno. Ci ricorda che Dio cammina con noi e ama incontrarci insieme, in convegno, in concilio. E quando si fa uomo, il Vangelo dice, letteralmente, che “pose la sua tenda in mezzo a noi” (cfr Gv 1,14). Dio è Dio della vicinanza, in Gesù ci insegna la lingua della compassione e della tenerezza. Questo si deve cogliere ogni volta che veniamo in chiesa, dove Egli è presente nel tabernacolo, parola che significa proprio tenda. Dio dunque pianta la sua tenda tra di noi, ci accompagna nei nostri deserti: non abita in palazzi celesti, ma nella nostra Chiesa, che desidera sia casa di riconciliazione.

Gesù, crocifisso risorto, che abiti in questo popolo che è tuo, Signore, che desideri risplendere attraverso le nostre comunità e le nostre culture, Gesù, prendici per mano e, anche nei deserti della storia, guida i nostri passi sulla via della riconciliazione. Amen.

[01125-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

Chers frères et sœurs, bonsoir !

Je suis heureux d’être parmi vous et de revoir un bon nombre des divers représentants autochtones qui sont venus me voir à Rome il y a quelques mois. Cette visite m’a beaucoup marqué : aujourd’hui, je suis dans votre maison, en ami et pèlerin, je suis sur votre terre, au moment où vous vous retrouvez pour louer Dieu comme frères et sœurs. À Rome, après vous avoir écoutés, je vous disais qu’un « processus de réhabilitation efficace nécessite des actions concrètes » (Discours aux délégations des peuples autochtones du Canada, 1er avril 2022). Je suis heureux de voir que dans cette paroisse, que fréquentent ensemble des personnes des différentes communautés des First Nations, des Métis et des Inuits, mélangés avec les personnes non-autochtones des quartiers locaux et avec divers frères et sœurs immigrés, ce processus a déjà commencé. C’est une maison pour tous, ouverte et inclusive, comme doit l’être l’Église, famille des enfants de Dieu où l’hospitalité et l’accueil, valeurs typiques de la culture autochtone, sont essentiels : où chacun doit se sentir bienvenu, indépendamment des événements du passé et des circonstances de chaque vie. Je voudrais aussi vous dire merci pour la proximité concrète avec tant de pauvres – je suis très touché – qu’ils sont aussi nombreux dans ce pays riche, par votre charité : c’est cela que Jésus désire, lui qui nous a dit et qui nous répète sans cesse dans l’Évangile : « chaque fois que vous l’avez fait à l’un de ces plus petits de mes frères, c’est à moi que vous l’avez fait » (Mt 25, 40). C’est Jésus qui est là présent.

Et en même temps, nous ne devons pas oublier que dans l’Église aussi, la zizanie se mêle au bon grain. Même dans l’Église. C’est précisément à cause de cette zizanie que j’ai voulu entreprendre ce pèlerinage pénitentiel, et je l’ai commencé ce matin en faisant mémoire du mal subi par les peuples autochtones de la part de plusieurs chrétiens et en demandant pardon avec douleur. Cela me fait de la peine de penser que des catholiques aient contribué aux politiques d’assimilation e d’affranchissement qui véhiculaient un sens d’infériorité, spoliant les communautés et les personnes de leurs identités culturelles et spirituelles, arrachant leurs racines et alimentant des attitudes préjudiciables et discriminatoires, et que tout cela ait été aussi fait au nom d’une éducation supposée chrétienne. L’éducation doit commencer par le respect et la promotion des talents qui existent déjà dans les personnes. Elle n’est pas et ne pourra jamais être quelque chose de préfabriqué à imposer, parce qu’éduquer est l’aventure d’exploration et de découverte en commun du mystère de la vie. Grâce à Dieu, dans des paroisses comme celle-ci, par la rencontre, s’édifient jour après jour les bases pour la guérison et la réconciliation. Guérison, réconciliation. Je voudrais dire quelque chose qui n’est pas écrit ici. Je veux remercier de façon spéciale les évêques pour le travail qu’ils ont accompli pour que je puisse venir ici, et pour que vous ayez pu venir là [à Rome]. Une Conférence épiscopale unie fait de grands gestes, elle porte beaucoup de fruits. Merci beaucoup à la Conférence épiscopale !

Réconciliation : c’est sur ce mot que je voudrais partager ce soir quelques réflexions. Que nous suggère Jésus quand il parle de réconciliation ? ou quand il nous inspire la réconciliation ? que signifie pour nous aujourd’hui la réconciliation ? Chers amis, la réconciliation opérée par le Christ n’a pas été un accord de paix extérieur, une sorte de compromis pour contenter les parties. Cela n’a pas été non plus une paix tombée du ciel, arrivée par une imposition d’en-haut ou par absorption de l’autre. L’apôtre Paul explique que Jésus réconcilie en mettant ensemble, faisant de deux réalités distantes une réalité unique, une seule chose, un seul peuple. Et comment fait-il ? Par la croix (cf. Ep 2, 14). C’est Jésus qui nous réconcilie entre nous sur la croix, sur cet arbre de vie, comme aimaient à le dire les premiers chrétiens. La croix, arbre de vie.

Vous, chers frères et sœurs autochtones, vous avez beaucoup à nous apprendre sur la signification vitale de l’arbre qui, uni à la terre par les racines, donne de l’oxygène par les feuilles et nous nourrit de ses fruits. Et il est beau de voir la symbolique de l’arbre représenté dans la physionomie de cette église, où un tronc unit le sol et l’autel sur lequel Jésus nous réconcilie dans l’Eucharistie, « acte d’amour cosmique » qui « unit le ciel et la terre, embrasse […] toute la création » (Lett. enc. Laudato si’ n. 236). Ce symbolisme liturgique me rappelle des paroles magnifiques prononcées par Jean-Paul II dans ce pays : « Le Christ anime le cœur même de chaque culture, c’est pour cela que non seulement le christianisme concerne toutes les populations indiennes, mais le Christ, dans les membres de son corps, est lui-même indien » (Liturgie de la Parole avec les Indiens du Canada, 15 septembre 1984). Et c’est Lui qui sur la croix réconcilie, remet ensemble ce qui semblait impensable et impardonnable, et embrasse tous et tout. Tous et tout : les peuples autochtones attribuent une importante signification cosmique aux points cardinaux qui sont compris non seulement comme des points de référence géographique mais aussi comme des dimensions qui embrassent la réalité entière et indiquent la voie pour la guérir, représentée par la « roue de la médecine ». Ce temple fait sien cette symbolique des points cardinaux et leur attribue une signification christologique. Jésus, par les extrémités de sa croix, embrasse les points cardinaux et réunit les peuples les plus éloignés, Jésus guérit et pacifie tout (cf. Ep 2, 14). Là, il accomplit le dessein de Dieu : « tout réconcilier » (cf. Col 1, 20).

Frères, sœurs, que signifie cela pour celui qui porte au plus intime ces blessures si douloureuses ? J’imagine la réticence, chez celui qui a souffert terriblement à cause des hommes et des femmes qui devaient donner un témoignage de vie chrétienne, devant une quelconque perspective de réconciliation. Personne ne peut effacer la dignité violée, le mal subi, la confiance trahie. Et même notre honte à nous, croyants, ne doit jamais s’effacer. Mais il faut repartir et Jésus ne nous propose pas des paroles et des bonnes intentions, mais il nous propose la croix, cet amour scandaleux qui se laisse clouer les pieds et les poignets et transpercer d’épines la tête. C’est bien la direction à suivre : regarder ensemble le Christ, l’amour trahi et crucifié pour nous ; regarder Jésus, crucifié dans de nombreux élèves des écoles résidentielles. Si nous voulons nous réconcilier entre nous et en nous-mêmes, nous réconcilier avec le passé, avec les torts subis et avec la mémoire blessée, avec des évènements traumatisants qu’aucune consolation humaine ne peut guérir, si nous voulons nous réconcilier vraiment, notre regard doit s’élever vers Jésus crucifié, la paix doit être puisée sur son autel. Parce que c’est sur l’arbre de la croix que la douleur se transforme en amour, la mort en vie, la déception en espérance, l’abandon en communion, la distance en unité. La réconciliation n’est pas tant notre œuvre, elle est un cadeau, c’est un don qui jaillit du Crucifié, que la paix qui vient du cœur de Jésus, qu’une grâce qui doit être demandée. La réconciliation est une grâce qu’il faut demander.

Je voudrais maintenant parler d’un autre aspect de la réconciliation. L’apôtre Paul explique que Jésus, par la croix, nous a réconciliés en un seul corps (cf. Ep 2, 14). De quel corps parle-t-il ? Il parle de l’Église : l’Église est ce corps vivant de réconciliation. Mais, si nous pensons à la douleur indélébile vécue dans ces endroits par tant de personnes au sein des institutions ecclésiales, nous n’éprouvons que colère, nous n’éprouvons que honte. Cela s’est produit lorsque les croyants se sont laissés prendre par la mondanité et, au lieu de promouvoir la réconciliation, ils ont imposé leur modèle culturel. Cette attitude, frères et sœurs, est difficile à éliminer, y compris du point de vue religieux. De fait, il semblerait plus facile d’inculquer Dieu dans les personnes, plutôt que de permettre aux personnes de se rapprocher de Dieu – une contradiction. Mais cela ne fonctionne jamais, parce que le Seigneur n’agit pas ainsi : il ne contraint pas, n’étouffe pas et n’opprime pas ; par contre, il aime toujours, libère et laisse libre. Il ne soutient pas de son Esprit celui qui assujettit les autres, qui confond l’Évangile de la réconciliation avec du prosélytisme. Parce que l’on ne peut annoncer Dieu d’une manière contraire à Dieu. Et pourtant, combien de fois cela s’est-il produit dans l’histoire ! Alors que Dieu se propose simplement et humblement, nous avons toujours la tentation de l’imposer et de nous imposer en son nom. C’est la tentation mondaine de le faire descendre de la croix pour le manifester par la puissance et l’apparence. Mais Jésus réconcilie sur la croix, et non pas en descendant de la croix. En bas, autour de la croix, il y avait ceux qui pensaient à eux-mêmes et tentaient le Christ en lui enjoignant de se sauver lui-même (cf. Lc 23, 35-36), sans penser aux autres. Frères et sœurs, au nom de Jésus, il ne faut plus agir ainsi dans l’Église. Que Jésus soit annoncé comme il le désire, dans la liberté et la charité, et que chaque personne crucifiée que nous rencontrons ne soit plus pour nous un cas à régler, mais un frère ou une sœur à aimer, chair du Christ à aimer. Que l’Église, Corps du Christ, soit un corps vivant de réconciliation !

Le même mot réconciliation est pratiquement synonyme d’Église. Le terme signifie, en effet, « faire de nouveau un concile » : réconciliation, faire un nouveau concile. L’Église est la maison où l’on se réconcilie, où l’on se réunit pour repartir et grandir ensemble. Elle est le lieu où nous arrêtons de nous penser comme individus pour nous reconnaître comme des frères qui se regardent dans les yeux, accueillant les histoires et la culture de l’autre, en laissant la mystique de l’ensemble, si agréable à l’Esprit Saint, favoriser la guérison de la mémoire blessée. C’est cela le chemin : ne pas décider pour les autres, ne pas ranger tout le monde dans des schémas prédéterminés, mais se mettre devant le Crucifié et devant le frère pour apprendre à marcher ensemble. C’est cela l’Église, c’est ce qu’elle devrait être : le lieu où la réalité est toujours supérieure à l’idée. C’est cela l’Église et c’est ce qu’elle devrait être : non pas un ensemble d’idées et de préceptes à inculquer aux gens ; l’Église est une maison accueillante pour tous ! C’est cela l’Église et c’est ce qu’elle devrait être : un temple avec les portes toujours ouvertes, comme nous l’avons entendu de ces deux frères, que cette paroisse est ainsi : un temple avec des portes toujours ouvertes, où nous tous, temples vivants de l’Esprit, nous rencontrons, nous servons et nous nous réconcilions. Chers frères et sœurs, les gestes et les visites peuvent être importants, mais la plupart des paroles et des activités de réconciliation ont lieu au niveau local, dans des communautés comme celle-ci, où les personnes et les familles cheminent côte-à-côte, jour après jour. Prier ensemble, aider ensemble, partager des histoires de vie, des joies et des luttes communes, tout cela ouvre la porte à l’œuvre réconciliatrice de Dieu.

Voici une image conclusive qui peut nous aider. Dans ce temple, sur l’autel et le tabernacle, nous voyons les quatre poteaux d’une tente indienne typique, que l’on appelle tepee. La tente a une grande signification biblique. quand Israël marchait dans le désert, Dieu demeurait dans une tente qui était montée chaque fois que le peuple s’arrêtait : c’était la Tente de la Rencontre. Elle nous rappelle que Dieu chemine avec nous et aime nous rencontrer ensemble, en assemblée, en communauté. Et lorsqu’il se fait homme, l’Évangile dit, littéralement, qu’il « a posé sa tente au milieu de nous » (cf. Jn 1, 14). Dieu est le Dieu de la proximité, en Jésus il nous enseigne la langue de la compassion et de la tendresse. Cela doit être présent à notre esprit chaque fois que nous venons à l’église, où Il est présent dans le tabernacle, mot qui signifie d’ailleurs tente. Dieu a donc planté sa tente au milieu de nous et nous accompagne dans nos déserts : il n’habite pas dans des palais célestes, mais dans notre Église, qui désire être une maison de réconciliation.

Jésus, crucifié ressuscité, toi qui habites dans ce peuple, qui est tien, Seigneur, toi qui désires resplendir à travers nos communautés et nos cultures, Jésus, prends-nous par la main et, même dans les déserts de l’histoire, guide nos pas sur le chemin de la réconciliation. Amen.

[01125-FR.02] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

Dear brothers and sisters, good evening!

I am happy to be here among you and to see once again the faces of the various indigenous representatives who came to visit me in Rome several months ago. That visit meant a lot to me, and now I have come to visit your home, as a friend and pilgrim in your land, in this church where you gather to praise God as brothers and sisters. In Rome, after I listened to your stories, I stated that “any truly effective process of healing requires concrete actions” (Address to Representatives Indigenous Peoples in Canada, 1 April 2022). So I am pleased to see that in this parish, where people of different communities of the First Nations, the Métis and the Inuit come together with nonindigenous people from the local area and many of our immigrant brothers and sisters, this process has already begun. This place is a house for all, open and inclusive, just as the Church should be, for it is the family of the children of God, where hospitality and welcome, typical values of the indigenous culture, are essential. A home where everyone should feel welcome, regardless of past experiences and personal life stories. I also want to thank you for the concrete closeness you show to many poor people – it is very moving – for they are numerous, even in this rich country, through your works of charity. That is what Jesus asks of us, for as he tells us over and over in the Gospel: “Just as you did it to one of the least of these who are members of my family, you did it to me” (Mt 25:40). Jesus is there present.

Yet we must not forget that in the Church too, the wheat is mixed with weeds. And precisely because of those weeds, I wanted to make this penitential pilgrimage, which I began this morning by recalling the wrong done to the indigenous peoples by many Christians and by asking with sorrow for forgiveness. It pains me to think that Catholics contributed to policies of assimilation and enfranchisement that inculcated a sense of inferiority, robbing communities and individuals of their cultural and spiritual identity, severing their roots and fostering prejudicial and discriminatory attitudes; and that this was also done in the name of an educational system that was supposedly Christian. Education must always start from respect and the promotion of talents already present in individuals. It is not, nor can it ever be, something pre-packaged and imposed. For education is an adventure, in which we explore and discover together the mystery of life. Thanks be to God, for in parishes like this, day by day, through encounter, foundations are being laid for healing and reconciliation. Here I would add another point. In a special way, I want to thank the Bishops for their work in making my visit possible, as well as your visit to Rome. A united Episcopal Conference is able to do great things and produce much fruit. Many thanks to the Episcopal Conference!

Reconciliation. This evening, I would like to share with you some reflections on this word. What does Jesus tell us when he speaks about reconciliation, or when he prompts us towards it? What does reconciliation mean for us today? Dear friends, the reconciliation brought by Christ was no agreement to preserve outward peace, a sort of gentlemen’s agreement meant to keep everyone happy. Nor was it a peace that dropped down from heaven, imposed from on high, or by assimilating the other. The Apostle Paul tells us that Jesus reconciles by bringing together, by making two distant groups one: one reality, one soul, one people. And how does he do that? Through the cross (cf. Eph 2:14). Jesus reconciles us with one another on the cross, on the “tree of life”, as the ancient Christians loved to call it.

You, my dear indigenous brothers and sisters, have much to teach us about the symbolism and vital meaning of the tree. Joined to the earth by its roots, a tree gives oxygen through its leaves and nourishes us by its fruit. It is impressive to see how the symbolism of the tree is reflected in the architecture of this church, where a tree trunk symbolically unites the earth below and the altar on which Jesus reconciles us in the Eucharist in “an act of cosmic love” that “joins heaven and earth, embracing […] all creation” (Laudato Si’, 236). This liturgical symbolism reminds me of the magnificent words spoken by Saint John Paul II in this country: “Christ animates the very centre of all culture. Thus, not only is Christianity relevant to the Indian people, but Christ, in the members of his Body, is himself Indian” (Liturgy of the Word with the Native Peoples of Canada, 15 September 1984). On the cross, Christ reconciles and brings back together everything that seemed unthinkable and unforgivable; he embraces everyone and everything. Everyone and everything! The indigenous peoples attribute a powerful cosmic significance to the cardinal points, seen not only as geographical reference points but also as dimensions that embrace all reality and indicate the way to heal it, as embodied by the so-called “medicine wheel”. This church appropriates that symbolism of the cardinal points and gives it a Christological meaning. Jesus, through the four extremities of his cross, has embraced the four cardinal points and has brought together the most distant peoples; Jesus has brought healing and peace to all things (cf. Eph 2:14). On the cross, he accomplished God’s plan: “to reconcile all things” (cf. Col 1:20).

Dear brothers and sisters, what meaning does this have for people who bear within their hearts such painful wounds? I can only imagine the effort it must take, for those who have suffered so greatly because of men and women who should have set an example of Christian living, even to think about reconciliation. Nothing can ever take away the violation of dignity, the experience of evil, the betrayal of trust. Or take away our own shame, as believers. Yet we need to set out anew, and Jesus does not offer us nice words and good intentions, but the cross: the scandalous love that allows his hands and feet to be pierced by nails, and his head to be crowned with thorns. This is the way forward: to look together to Christ, to love betrayed and crucified for our sake; to look to Christ, crucified in the many students of the residential schools. If we truly want to be reconciled with one another and with ourselves, to be reconciled with the past, with wrongs endured and memories wounded, with traumatic experiences that no human consolation can ever heal, our eyes must be lifted to the crucified Jesus; peace must be attained at the altar of his cross. For it is precisely on the tree of the cross that sorrow is transformed into love, death into life, disappointment into hope, abandonment into fellowship, distance into unity. Reconciliation is not merely the result of our own efforts; it is a gift that flows from the crucified Lord, a peace that radiates from the heart of Jesus, a grace that must be sought.

There is another aspect of reconciliation that I would like to mention. The Apostle Paul explains that Jesus, by means of the cross, has reconciled us in one body (cf. Eph 2:14). What body is he talking about? He is talking about the body of the Church. The Church is this living body of reconciliation. If we think of the lasting pain experienced in these places by so many people within ecclesial institutions, we feel nothing but anger, nothing but shame. That happened because believers became worldly, and rather than fostering reconciliation, they imposed their own cultural models. This attitude, brothers and sisters, dies hard, also from the religious standpoint. Indeed, it may seem easier to force God on people, rather than letting them draw near to God. This is contradictory and never works, because that is not how the Lord operates. He does not force us, he does not suppress or overwhelm; instead, he loves, he liberates, he leaves us free. He does not sustain with his Spirit those who dominate others, who confuse the Gospel of our reconciliation with proselytism. One cannot proclaim God in a way contrary to God himself. And yet, how many times has this happened in history! While God presents himself simply and quietly, we always have the temptation to impose him, and to impose ourselves in his name. It is the worldly temptation to make him come down from the cross and show himself with power. Yet Jesus reconciles us on the cross, not by coming down from the cross. At the foot of the cross, were those who thought only of themselves and kept tempting Christ, telling him to save himself (cf. Lk 23:35.36) and not think of others. Brothers and sisters, in the name of Jesus, may this never happen again in the Church. May Jesus be preached as he desires, in freedom and charity. In every crucified person whom we meet, may we see not a problem to be solved, but a brother or sister to be loved, the flesh of Christ to be loved. May the Church, the Body of Christ, be a living body of reconciliation!

The word “reconciliation” is in fact practically synonymous with the word “Church”. It comes from the word “council”, and it means “meet again in council”. The Church is the house where we “conciliate” anew, where we meet to start over and to grow together. It is the place where we stop thinking as individuals and acknowledge that we are brothers and sisters of one another. Where we look one another in the eye, accept the other’s history and culture, and allow the mystique of togetherness, so pleasing to the Holy Spirit, to foster the healing of wounded memories. This is the way: not to decide for others, not to pigeonhole everyone within our preconceived categories, but to place ourselves before the crucified Lord and before our brothers and sisters, in order to learn how to walk together. That is what the Church is, and should always be – the place where reality is always superior to ideas. That is what the Church is, and always should be – not a set of ideas and precepts to drill into people; the Church is a welcoming home for everyone! That is what the Church is, and ever should be: a building with doors always open. We heard from our brother and sister that this parish is just that: a building with doors always open, where all of us, as living temples of the Spirit, encounter one another, serve one another and are reconciled with one another. Dear brothers and sisters: gestures and visits can be important, but most words and deeds of reconciliation take place at the local level, in communities like this, where individuals and families travel side-by-side, day by day. To pray together, to help one another, to share life stories, common joys and common struggles: this is what opens the door to the reconciling work of God.

One final image can help us in this. Here, in this church, above the altar and tabernacle, we see the four poles of a typical indigenous tent, a teepee. This teepee has deep biblical symbolism. When Israel journeyed in the desert, God dwelt in a tent that was set up every time that the people stopped and camped: it was the Tent of Meeting. The teepee reminds us that God accompanies us on our journey and loves to meet us together, in assembly, in council. And when he became man, the Gospel tells us, he literally “pitched his tent among us” (cf. Jn 1:14). God is a God of closeness, and in Jesus he teaches us the language of compassion and tender love. That is what we should call to mind every time that we enter a church, where Jesus is present in the tabernacle, a word that itself originally meant “tent”. Therefore, God has placed his tent in our midst; he accompanies us through our deserts. He does not dwell in heavenly mansions, but in our Church, which he wants to be a house of reconciliation.

Lord Jesus, crucified and risen, you dwell here, in the midst of your people, and you want your glory to shine forth through our communities and in our cultures. Jesus, take us by the hand, and even through the deserts of history, continue to guide our steps on the way of reconciliation. Amen.

[01125-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Liebe Brüder und Schwestern, guten Abend!

Mir ist es eine Freude, unter euch zu sein und die Gesichter mehrerer indigener Vertreter wieder zu sehen, die mich vor einigen Monaten in Rom besucht haben. Dieser Besuch hat mir viel bedeutet: Jetzt bin ich bei euch zu Hause, als Freund und Pilger, bin in eurem Land, in dem Gotteshaus, in dem ihr euch einfindet, um Gott als Brüder und Schwestern zu loben. Nachdem ich euch zugehört hatte, sagte ich in Rom zu euch, dass »ein wirksamer Heilungsprozess konkrete Maßnahmen erfordert« (Ansprache an die Delegationen der indigenen Völker Kanadas, 1. April 2022). Ich freue mich zu sehen, dass in dieser Pfarrgemeinde, in der Menschen aus verschiedenen Gemeinschaften der First Nations, der Métis und Inuit gemeinsam mit Menschen nicht-indigener Bevölkerungen aus den lokalen Stadtteilen und einigen immigrierten Brüdern und Schwestern zusammenkommen, dieser Prozess bereits begonnen hat. Dies ist ein Haus für alle, offen und inklusiv, so wie es auch die Kirche sein muss, eine Familie der Kinder Gottes, in der Gastfreundschaft und Annahme, typische Werte der indigenen Kultur, von wesentlicher Bedeutung sind: Hier muss sich jeder willkommen fühlen, unabhängig von der Vorgeschichte und den individuellen Lebensumständen. Und ich möchte euch danken für eure konkrete Nähe durch die Nächstenliebe zu so vielen Armen – das berührt mich sehr - sie sind auch in diesem reichen Land zahlreich: Das ist es, was Jesus wünscht, der uns gesagt hat und uns im Evangelium immer wieder sagt: »Was ihr für einen meiner geringsten Brüder getan habt, das habt ihr mir getan« (Mt 25,40). Es ist Jesus, der dort gegenwärtig ist.

Und gleichzeitig muss gesagt werden, dass sich auch in der Kirche das Unkraut unter den guten Weizen mischt. Auch in der Kirche. Und genau aufgrund dieses Unkrauts wollte ich diese Pilgerfahrt der Buße unternehmen und sie heute Morgen beginnen, indem ich an das Böse erinnere, das den indigenen Bevölkerungen von so vielen Christen angetan wurde, und sie mit großem Kummer um Vergebung bitte. Es verletzt mich, wenn ich daran denke, dass Katholiken zu einer Politik der Assimilation und Entrechtung beitragen haben, die ein Gefühl der Minderwertigkeit vermittelte, indem es Gemeinschaften und Menschen ihrer kulturellen und spirituellen Identität beraubte, ihre Wurzeln abschnitt und vorurteilsbehaftete und diskriminierende Haltungen nährte, und dass dies auch im Namen einer Erziehung geschah, von der man annahm, dass sie christlich sei. Erziehung muss immer von der Achtung und Förderung der in den Personen bereits vorhandenen Talente ausgehen. Sie ist nicht und kann nie etwas Vorgefertigtes sein, das man aufzwingt, denn die Erziehung ist das Abenteuer, das Geheimnis des Lebens gemeinsam zu erkunden und zu entdecken. Gott sei Dank werden in Pfarreien wie dieser durch die Begegnung Tag für Tag die Grundlagen für Heilung und Versöhnung geschaffen. Heilung, Versöhnung. Ich möchte etwas sagen, was hier nicht steht. Ich möchte mich besonders für die Arbeit bedanken, die die Bischöfe geleistet haben, damit ich hierher kommen konnte und damit ihr dorthin [nach Rom] kommen konntet. Eine geeinte Bischofskonferenz macht große Gesten, trägt große Früchte. Vielen Dank an die Bischofskonferenz!

Versöhnung: Zu diesem Wort möchte ich heute Abend einige Überlegungen teilen. Was rät uns Jesus diesbezüglich, wenn er von Versöhnung spricht? Oder wenn er uns zur Versöhnung anregt? Was bedeutet Versöhnung für uns heute? Liebe Freunde, die Versöhnung, die Christus herbeigeführt hat, war kein äußeres Friedensabkommen, eine Art Kompromiss, um die Parteien zufrieden zu stellen. Es war auch kein vom Himmel gefallener Friede, der gekommen ist, weil er von oben auferlegt wurde oder andere absorbiert wurden. Der Apostel Paulus erklärt, dass Jesus versöhnt, indem zusammenführt, indem er aus zwei entfernte Wirklichkeiten eine einzige Wirklichkeit, ein einziges Volk macht. Und wie vollbringt er das? Durch das Kreuz (vgl. Eph 2,14). Jesus ist es, der uns miteinander am Kreuz versöhnt, an diesem Baum des Lebens, wie die frühen Christen ihn gerne nannten. Das Kreuz, der Lebensbaum.

Ihr, liebe indigene Brüder und Schwestern, habt viel zu lehren über die lebenswichtige Bedeutung des Baumes, der durch seine Wurzeln mit der Erde verbunden ist, durch seine Blätter Sauerstoff spendet und uns mit seinen Früchten ernährt. Und es ist schön, die Symbolik des Baumes in der Physiognomie dieser Kirche dargestellt zu sehen, wo ein Stamm den Boden mit einem Altar verbindet, auf dem Jesus uns in der Eucharistie versöhnt, ein »Akt der kosmischen Liebe«, der »Himmel und Erde vereint, die ganze Schöpfung umarmt« (Enzyklika Laudato si', 236). Diese liturgische Symbolik erinnert mich an eine wunderbare Passage, die der heilige Johannes Paul II. in diesem Land formuliert hat: »Christus beseelt das Zentrum jeder Kultur, so dass das Christentum nicht nur alle indianischen Völker betrifft, sondern Christus in den Gliedern seines Leibes selbst indianisch ist« (Wortgottesdienst mit den Ureinwohnern Kanadas, 15. September 1984). Und er ist es, der am Kreuz versöhnt, der wieder zusammenfügt, was undenkbar und unverzeihlich schien, der alle und alles umarmt. Alle und alles: Die indigenen Bevölkerungen schreiben den Himmelsrichtungen eine starke kosmische Bedeutung zu, die nicht nur als geografische Bezugspunkte verstanden werden, sondern als Dimensionen, die die gesamte Realität umfassen und den Weg zu ihrer Heilung weisen, dargestellt durch das sogenannte „Medizinrad“. Dieses Gotteshaus greift die Symbolik der Himmelsrichtungen auf und gibt ihr eine christologische Bedeutung. Jesus umarmt durch die äußersten Enden seines Kreuzes die Himmelsrichtungen und führt die entferntesten Völker zusammen, Jesus heilt alles und stiftet überall Frieden (vgl. Eph 2,14). Dort erfüllt er den Plan Gottes: „alles zu versöhnen“ (vgl. Kol 1,20).

Brüder und Schwestern, was bedeutet das für diejenigen, die solch schmerzhafte Wunden in sich tragen? Ich kann mir die Mühe derer vorstellen, jegliche Aussicht auf Versöhnung zu sehen, die wegen der Männer und Frauen, die ein Zeugnis christlichen Lebens geben sollten, so sehr gelitten haben. Nichts kann die verletzte Würde, den erlittenen Schmerz und das verratene Vertrauen auslöschen. Auch sollte die Scham von uns Glaubenden niemals ausgelöscht werden. Aber es ist notwendig, wieder zu beginnen, und Jesus schlägt nicht Worte und gute Vorsätze vor, sondern er schlägt uns das Kreuz vor, diese anstoßerregende Liebe, die sich von Nägeln in Füßen und Handgelenken und von Dornen in den Kopf durchbohren lässt. Das ist die Richtung, die wir einschlagen müssen: gemeinsam auf Christus schauen, die Liebe, die für uns verraten und gekreuzigt wurde; auf Jesus schauen, der in so vielen Schülern der Residential Schools gekreuzigt wurde. Wenn wir uns untereinander und in uns selbst mit der Vergangenheit versöhnen wollen, mit erlittenem Unrecht und mit verletzten Erinnerungen, mit traumatischen Ereignissen, die kein menschlicher Trost heilen kann; wenn wir uns wirklich versöhnen wollen, dann müssen wir unseren Blick zum gekreuzigten Jesus erheben und den Frieden von seinem Altar erlangen. Denn gerade am Baum des Kreuzes verwandelt sich der Schmerz in Liebe, der Tod in Leben, die Enttäuschung in Hoffnung, die Verlassenheit in Gemeinschaft, die Distanz in Einheit. Die Versöhnung ist nicht so sehr unser Werk, sie ist ein Geschenk, sie ist eine Gabe, die aus dem Gekreuzigten hervorströmt, sie ist Frieden, der aus dem Herzen Jesu kommt, sie ist eine Gnade, die erbeten werden muss. Die Versöhnung ist eine Gnade, die erbeten werden muss

Es gibt noch einen weiteren Aspekt der Versöhnung, über den ich zu euch sprechen möchte. Der Apostel Paulus erklärt, dass Jesus uns durch das Kreuz in einem einzigen Leib versöhnt hat (vgl. Eph 2,14). Von welchem Leib spricht er? Er spricht von der Kirche: Die Kirche ist der lebendige Leib der Versöhnung. Aber wenn wir an den unauslöschlichen Schmerz denken, den so viele Menschen an diesen Orten innerhalb von kirchlichen Einrichtungen erfahren haben, kann man nur Wut empfinden, kann man nur Scham empfinden. Dies geschah, als die Gläubigen sich verweltlichen ließen und, anstatt die Versöhnung zu fördern, ihr kulturelles Modell aufgezwängt haben. Diese Haltung, Brüder und Schwestern, ist hartnäckig, auch vom religiösen Standpunkt aus. In der Tat scheint es bequemer zu sein, Gott den Menschen einzuprägen, als den Menschen die Möglichkeit zu geben, sich Gott zu nähern – das ist ein Widerspruch. Aber das funktioniert nie, denn der Herr geht nicht so vor: Er zwingt nicht, er erstickt nicht und er unterdrückt nicht; sondern er liebt immer, er befreit und lässt frei. Er unterstützt mit seinem Geist nicht diejenigen, die andere unterdrücken, die das Evangelium der Versöhnung mit Proselytismus verwechseln. Denn man kann Gott nicht auf eine Weise verkünden, die im Widerspruch zu Gott steht. Doch wie oft ist das in der Geschichte schon passiert! Während Gott sich einfach und demütig anbietet, sind wir immer versucht, ihn aufzuerlegen und uns in seinem Namen aufzudrängen. Es ist die weltliche Versuchung, ihn vom Kreuz herunterzuholen, um ihn mit Macht und äußerem Glanz kundzutun. Aber Jesus versöhnt am Kreuz, nicht indem er vom Kreuz herabsteigt. Dort unten, um das Kreuz herum, waren diejenigen, die an sich selbst dachten und Christus in Versuchung führten, indem sie ihm sagten, er solle sich selbst retten (vgl. Lk 23,35.36), ohne an die anderen zu denken. Brüder und Schwestern, im Namen Jesu, es möge in der Kirche nicht mehr vorkommen, das man so handelt. Jesus soll so verkündet werden, wie er es wünscht, in Freiheit und Nächstenliebe, und möge jeder gekreuzigte Mensch, dem wir begegnen, für uns kein Fall sein, den wir lösen müssen, sondern ein Bruder oder eine Schwester, die wir lieben sollen, Fleisch Christi, das wir lieben sollen. Möge die Kirche, der Leib Christi, ein lebendiger Leib der Versöhnung sein!

Das Wort Wiederversöhnung (riconciliazione) selbst ist praktisch ein Synonym für Kirche. Der Begriff bedeutet in der Tat „wieder einen Rat zur veranstalten“: riconciliazione, ein neues Konzil machen Die Kirche ist das Haus, in dem wir uns wieder versammeln, wo wir zusammenkommen, um neu anzufangen und gemeinsam zu wachsen. Sie ist der Ort, an dem wir aufhören, uns als Individuen zu betrachten, um uns als Geschwister zu erkennen, indem wir einander in die Augen schauen, die Geschichten und die Kultur des anderen annehmen und zulassen, dass die Mystik des Miteinanders, die dem Heiligen Geist so wohlgefällig ist, die Heilung der verwundeten Erinnerung voranbringt. Das ist der Weg: nicht für andere zu entscheiden, nicht alle in vorgefertigte Schemata zu stecken, sondern sich vor den Gekreuzigten und vor den Bruder zu stellen, um zu lernen, gemeinsam zu gehen. Das ist die Kirche und das soll sie sein: der Ort, an dem die Wirklichkeit immer über der Idee steht. Das ist die Kirche und das soll sie sein: nicht eine Gesamtheit von Ideen und Vorschriften, die den Menschen eingeschärft werden sollen; die Kirche ist ein Haus, das alle aufnimmt! Das ist die Kirche und das soll sie sein: ein Gotteshaus mit Türen, die immer offenstehen, so wie wir es von diesen unseren zwei Geschwistern gehört haben, dass diese Pfarrei so ist: ein Gotteshaus mit immer offenen Türen, in dem wir uns alle als lebendige Tempel des Geistes treffen, dienen und versöhnen. Liebe Brüder und Schwestern, Gesten und Besuche mögen wichtig sein, aber die meisten Worte und Aktivitäten der Versöhnung finden vor Ort statt, in Gemeinschaften wie dieser, wo Menschen und Familien Tag für Tag Seite an Seite leben. Zusammen zu beten, zusammen zu helfen, Lebensgeschichten, Freuden und gemeinsame Kämpfe auszutauschen, öffnet die Tür zu Gottes versöhnendem Wirken.

Es gibt ein abschließendes Bild, das uns helfen kann. In diesem Gotteshaus sehen wir oberhalb des Altars und des Tabernakels die vier Stangen eines typischen indigenen Zeltes, das, wie ich gelernt habe, Tipi genannt wird. Das Zelt hat eine große biblische Bedeutung. Als Israel durch die Wüste zog, wohnte Gott in einem Zelt, das immer dann aufgestellt wurde, wenn das Volk anhielt: das Zelt der Begegnung. Es erinnert uns daran, dass Gott mit uns geht und es liebt, uns gemeinsam zu begegnen, in einer Zusammenkunft, in einem Rat. Und als er Mensch wurde, sagt das Evangelium wortwörtlich, dass er »sein Zelt mitten unter uns aufgeschlagen hat« (vgl. Joh 1,14). Gott ist ein Gott der Nähe, in Jesus lehrt er uns die Sprache des Mitgefühls und der Zärtlichkeit. Das müssen wir jedes Mal begreifen, wenn wir in die Kirche kommen, wo er im Tabernakel anwesend ist, ein Wort, das wirklich Zelt bedeutet. Gott schlägt also sein Zelt unter uns auf, begleitet uns in unseren Wüsten: Er wohnt nicht in himmlischen Palästen, sondern in unserer Kirche, die er zu einem Haus der Versöhnung machen will.

Gekreuzigter und auferstandener Jesus, der du unter diesem Volk, das dein ist, wohnst; Herr, der du durch unsere Gemeinschaften und Kulturen aufleuchten willst; Jesus, nimm uns an der Hand und lenke auch in den Wüsten der Geschichte unsere Schritte auf dem Weg der Versöhnung. Amen.

[01125-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

Queridos irmãos e irmãs, boa tarde!

Estou feliz por me encontrar no vosso meio e rever os rostos de vários representantes indígenas que, há poucos meses, me foram visitar a Roma. Foi muito significativa para mim aquela visita: agora estou eu na vossa casa, como amigo e peregrino, estou na vossa terra, no templo onde vos reunis para louvar a Deus como irmãos e irmãs. Em Roma, depois de vos ter escutado, disse que «um processo de cura eficaz requer gestos concretos» (Discurso às Delegações dos Povos Indígenas do Canadá, 1 de abril de 2022). Apraz-me ver que nesta paróquia, para onde confluem pessoas das diferentes comunidades das Firts Nations, dos Métis e dos Inuit juntamente com população não indígena da localidade e diversos irmãos e irmãs imigrantes, tal processo já começou. Esta é uma casa para todos, aberta e inclusiva como deve ser a Igreja, família dos filhos de Deus, onde a hospitalidade e o acolhimento – valores típicos da cultura indígena – são essenciais; onde se deve sentir bem-vindo cada um, independentemente das vicissitudes passadas e das circunstâncias individuais da vida. Uma coisa que me toca muito e vos quero agradecer: a proximidade concreta a tantos pobres (que são numerosos também neste país rico) através da caridade. É o que deseja Jesus, o Qual nos disse e continua a repetir no Evangelho: «Sempre que fizestes isto a um destes meus irmãos mais pequeninos, a Mim mesmo o fizestes» (Mt 25, 40). Neles Jesus está presente.

E ao mesmo tempo não devemos esquecer que, também na Igreja, a cizânia se mistura com o trigo bom. Mesmo na Igreja. Foi precisamente por causa dessa cizânia que desejei fazer esta peregrinação penitencial e iniciá-la, esta manhã, recordando o mal sofrido pelas populações indígenas, da parte de tantos cristãos, e pedindo perdão lamentando-o. Custa-me pensar que católicos tenham contribuído para as políticas de assimilação e alforria que transmitiam um sentido de inferioridade, despojando comunidades e pessoas das suas identidades culturais e espirituais, cortando as suas raízes e alimentando atitudes preconceituosas e discriminatórias, e que isso tenha sido feito também em nome duma educação que se supunha cristã. A educação deve partir sempre do respeito e da promoção dos talentos que já existem nas pessoas. Não é, nem jamais poderá ser, algo pré-confecionado que se há de impor, porque educar é a aventura de explorar e descobrir, juntos, o mistério da vida. Graças a Deus, através do encontro em paróquias como esta, edificam-se dia após dia as bases para a cura e a reconciliação. Cura, reconciliação. Gostaria de dizer algo que não está escrito aqui. Quero agradecer de maneira especial o trabalho que fizeram os Bispos para eu poder vir aqui e para vós poderdes ir lá [a Roma]. Uma Conferência Episcopal unida faz gestos grandes, dá muito fruto. Muito obrigado à Conferência Episcopal!

Reconciliação: sobre esta palavra quero, nesta tarde, partilhar algumas reflexões. Que nos sugere Jesus quando fala de reconciliação? Ou quando nos incute a reconciliação? Que significado tem a reconciliação para nós hoje? Queridos amigos, a reconciliação realizada por Cristo não foi um acordo externo de paz, uma espécie de compromisso para contentar as várias partes. Tampouco foi uma paz caída do Céu, chegada por imposição do alto ou por apropriação do outro. O apóstolo Paulo explica que Jesus reconcilia juntando, fazendo de duas realidades distantes uma única realidade, uma coisa só, um só povo. E como o faz? Por meio da cruz (cf. Ef 2, 14-16). É Jesus que nos reconcilia uns com os outros na cruz, naquela árvore da vida, como gostavam de lhe chamar os antigos cristãos. A cruz, árvore da vida.

Vós, queridos irmãos e irmãs indígenas, tendes muito a ensinar sobre o significado vital da árvore, que, unida à terra pelas raízes, nos dá oxigénio através das folhas e nutre com os seus frutos. E é belo ver a simbologia da árvore representada na fisionomia desta igreja, onde um tronco une ao terreno o altar sobre o qual Jesus nos reconcilia na Eucaristia, «ato de amor cósmico» que «une o céu e a terra, abraça (...) toda a criação» (Francisco, Carta enc. Laudato si’, 236). Este simbolismo litúrgico recorda-me uma frase estupenda pronunciada por São João Paulo II neste país: «Trata-se de fazer que Cristo anime o centro mesmo de toda a cultura. Deste modo, não só o cristianismo é relevante para as populações indígenas, mas Cristo, nos membros do seu Corpo, torna-Se Ele mesmo indígena» (Celebração da Palavra com os Índios do Canadá, 15 de setembro de 1984). Ele reconcilia na cruz; une mesmo o que antes parecia impensável e imperdoável; abraça tudo e todos. Tudo e todos: as populações indígenas atribuem um forte significado cósmico aos pontos cardeais, vistos não só como pontos de referência geográfica, mas também como dimensões que abraçam a realidade inteira e indicam o caminho para a sanar, representado pela chamada «roda da medicina». Este templo assume tal simbologia dos pontos cardeais e dá-lhes um significado cristológico. Através das extremidades da sua cruz, Jesus abraça os pontos cardeais e reúne os povos mais distantes, Jesus tudo sana e pacifica (cf. Ef 2, 14-16). Lá cumpre este desígnio de Deus: «reconciliar todas as coisas» (cf. Col 1, 20).

Irmãos, irmãs, que significa isto para quem carrega dentro de si feridas tão dolorosas? Naqueles que sofreram tremendamente por causa de homens e mulheres que deviam dar testemunho de vida cristã, imagino a dificuldade que podem sentir em divisar qualquer perspetiva de reconciliação. A dignidade violada, o mal suportado, a confiança traída, nada os pode cancelar. Tampouco se deve jamais cancelar a vergonha sentida por nós, crentes. Mas é necessário recomeçar, e Jesus propõe-nos, não palavras e bons propósitos, mas a cruz, aquele amor escandaloso que se deixa trespassar os pés e os pulsos por cravos, e perfurar a cabeça de espinhos. Tal é a direção a seguir: olhar juntos para Cristo, o amor traído e crucificado por nós; olhar para Jesus, crucificado em tantos alunos das escolas residenciais. Se queremos verdadeiramente reconciliar-nos entre nós e dentro de nós, reconciliar-nos com o passado, com as injustiças sofridas e com a memória ferida, com vicissitudes traumatizantes que nenhuma consolação humana pode curar, há que elevar o olhar para Jesus crucificado, a paz deve ser bebida do seu altar. Porque é precisamente na árvore da cruz que o sofrimento se transforma em amor, a morte em vida, a deceção em esperança, o abandono em comunhão, a distância em unidade. A reconciliação não é tanto obra nossa, é uma prenda, é um dom que brota do Crucificado, é paz que vem do Coração de Jesus, é uma graça que deve ser implorada. A reconciliação é uma graça que deve ser pedida.

Há outro aspeto da reconciliação, de que vos quero falar. O apóstolo Paulo explica que Jesus, por meio da cruz, nos reconciliou num só corpo (cf. Ef 2, 14-16). De que corpo fala ele? Fala da Igreja: a Igreja é este corpo vivo de reconciliação. Mas, se o nosso pensamento se fixa no sofrimento incancelável suportado nestes lugares por tantos no seio de instituições eclesiais, a única coisa que sentimos é cólera, a única coisa que sentimos é vergonha. Isso aconteceu quando os crentes se deixaram mundanizar e, em vez de promover a reconciliação, impuseram o seu modelo cultural. Este comportamento, irmãos e irmãs, é difícil fazê-lo morrer, mesmo do ponto de vista religioso. De facto, parecer-nos-ia mais conveniente inculcar Deus nas pessoas, do que permitir que as pessoas se aproximem de Deus: uma contradição! Isto, porém, nunca funciona, porque o Senhor não age assim: não força, não sufoca, nem oprime; pelo contrário, sempre ama, liberta e deixa livres. Não sustenta com o seu Espírito quem subjuga os outros, quem confunde o Evangelho da reconciliação com o proselitismo. Pois não se pode anunciar Deus de modo contrário a Deus. E todavia, quantas vezes sucedeu na história! Enquanto Deus se limita humildemente a propor-Se, nós temos sempre a tentação de O impor e de nos impormos em seu nome. É a tentação mundana de fazê-Lo descer da cruz, para O manifestar com a força e a aparência. Mas Jesus reconcilia na cruz, não descendo da cruz. Em terra, à volta da cruz, estavam aqueles que pensavam em si mesmos e tentavam Cristo repetindo-Lhe que Se salvasse a Si mesmo (cf. Lc 23, 35.36), sem pensar nos outros. Irmãos e irmãs, em nome de Jesus, peço que não se volte mais a proceder assim na Igreja. Que Jesus seja anunciado como Ele deseja, na liberdade e na caridade, e cada pessoa crucificada que encontrarmos não seja para nós um caso a resolver, mas um irmão ou irmã a amar, carne de Cristo a amar. Que a Igreja, Corpo de Cristo, seja corpo vivo de reconciliação!

A própria palavra reconciliação é, praticamente, sinónimo de Igreja. Com efeito, o termo significa «fazer de novo concílio»: reconciliação, fazer um concílio novo. A Igreja é a casa onde conciliar-se de novo, onde reunir-se para recomeçar e crescer juntos. É o lugar onde se deixa de imaginar como indivíduos para se reconhecer como irmãos, fixando-se olhos nos olhos, acolhendo as histórias e a cultura do outro, deixando que a mística do conjunto, que muito agrada ao Espírito Santo, favoreça a cura da memória ferida. Este é o caminho: não decidir pelos outros, não encaixar todos dentro de esquemas pré-estabelecidos, mas colocar-se diante do Crucificado e diante do irmão para aprender a caminhar juntos. Isto é a Igreja, e assim deve ser: o lugar onde a realidade é sempre superior à ideia. Isto é a Igreja, e assim deve ser: não um conjunto de ideias e preceitos a incutir nas pessoas; a Igreja é uma casa acolhedora para todos! Isto é a Igreja, e assim deve ser: um templo com as portas sempre abertas, como ouvimos estes nossos dois irmãs dizer, que esta paróquia é um templo com as portas sempre abertas, onde todos nós, templos vivos do Espírito, nos encontramos, servimos e reconciliamos. Queridos irmãos e irmãs, os gestos e as visitas podem ser importantes, mas a maior parte das palavras e atividades de reconciliação verificam-se a nível local, em comunidades como esta, onde as pessoas e as famílias caminham lado a lado, dia após dia. O rezar juntos, auxiliar juntos, partilhar histórias de vida, alegrias e lutas comuns, abre a porta à obra reconciliadora de Deus.

Para concluir, deixo-vos uma imagem que nos pode ajudar. Neste templo, por cima do altar e do sacrário, vemos os quatro pálios duma típica tenda indígena (soube que se chamava tepee). A tenda tem um grande significado bíblico. Quando Israel caminhava pelo deserto, Deus habitava numa tenda que era montada sempre que o povo fazia uma paragem: era a Tenda do Encontro. Isso lembra-nos que Deus caminha connosco e gosta de nos encontrar juntos, em convénio, em concílio. E quando Se fez homem – escreve literalmente o Evangelho – «colocou a sua tenda no meio de nós» (cf. Jo 1, 14). Deus é Deus da proximidade; em Jesus, ensina-nos a linguagem da compaixão e da ternura. Isto deve ser percebido sempre que vimos à igreja, onde Ele está presente no sacrário, no tabernáculo (palavra que significa, precisamente, tenda). Portanto Deus ergue a sua tenda entre nós, acompanha-nos ao longo dos nossos desertos: não habita em palácios celestes, mas na nossa Igreja, desejando que ela seja casa de reconciliação.

Ó Jesus, crucificado e ressuscitado, que habitais neste povo, que é vosso; Senhor, que desejais resplandecer através das nossas comunidades e das nossas culturas; Jesus, tomai-nos pela mão e, mesmo nos desertos da história, guiai os nossos passos pelo caminho da reconciliação. Amen.

[01125-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

Drodzy bracia i siostry,

dobry wieczór!

Cieszę się, że jestem pośród was i ponownie widzę twarze różnych przedstawicieli ludności rdzennej, którzy odwiedzili mnie w Rzymie kilka miesięcy temu. Ta wizyta wiele dla mnie znaczyła: teraz jestem w waszym domu, jako przyjaciel i pielgrzym, jestem na waszej ziemi, w świątyni, w której spotykacie się, by jako bracia i siostry chwalić Boga. W Rzymie, po wysłuchaniu was, powiedziałem wam, że „skuteczny proces uzdrawiania wymaga konkretnych działań” (Przemówienie do delegacji ludów rdzennych Kanady, 1 kwietnia 2022). Cieszę się, widząc, że ten proces już się rozpoczął w tej parafii, w której spotykają się osoby z różnych wspólnot Pierwszych Narodów, Metysów i Inuitów, wraz z mieszkańcami lokalnych dzielnic, którzy nie wywodzą się spośród ludności rdzennej oraz z różnymi braćmi i siostrami imigrantami. To jest dom dla wszystkich, otwarty i inkluzywny, taki, jakim powinien być Kościół, rodzina dzieci Bożych, w którym gościnność i przyjęcie, typowe wartości kultury rdzennej, mają fundamentalne znaczenie: gdzie każdy winien czuć się mile widziany, niezależnie od tego co przeżył i od swych indywidualnych okoliczności życiowych. Chciałbym wam też podziękować za waszą konkretną bliskość okazywaną poprzez miłosierdzie wobec tak wielu ubogich, którzy są liczni nawet w tym bogatym kraju – to bardzo mnie porusza. Tego pragnie Jezus, który powiedział nam i zawsze powtarza w Ewangelii: „Wszystko, co uczyniliście jednemu z tych braci moich najmniejszych, Mnieście uczynili” (Mt 25, 40). Jezus jest tam obecny.

I jednocześnie, nie możemy zapominać, że także w Kościele dobra pszenica jest zmieszana z kąkolem. Także w Kościele. I właśnie z powodu tego chwastu chciałem podjąć tę pielgrzymkę pokutną, rozpoczynając ją dziś rano od przypomnienia zła, doznanego przez rdzenne ludy od wielu chrześcijan, i z wielkim żalem prosząc o wybaczenie. Boli mnie myśl, że katolicy byli zaangażowani w politykę asymilacji i emancypacji, która umacniała poczucie niższości, ograbiając wspólnoty i pojedyncze osoby z ich tożsamości kulturowej i duchowej, odcinając ich korzenie i podsycając postawy uprzedzenia i dyskryminacji, a także, że odbywało się to również w imię edukacji rzekomo chrześcijańskiej. Edukacja musi zawsze zaczynać się od poszanowania i promowania talentów, które już istnieją w człowieku. Nie jest ona i nigdy nie może być czymś, co można odgórnie narzucić, bo wychowanie to przygoda wspólnego poznawania i odkrywania tajemnicy życia. Dzięki Bogu, w takich parafiach jak ta, poprzez spotkania, dzień po dniu budowane są fundamenty uzdrowienia i pojednania. Uzdrowienie, pojednanie. Chciałbym powiedzieć coś, co nie jest tu napisane. Chcę szczególnie podziękować za pracę, jaką wykonali biskupi, abym mógł tu przyjechać i abyście wy mogli przyjechać tam [do Rzymu]. Konferencja Episkopatu zjednoczona, czyni znaczące gesty, przynosi obfite owoce. Wielkie podziękowania dla Konferencji Episkopatu!

Pojednanie: dziś wieczorem chciałbym podzielić się pewnymi refleksjami związanymi z tym słowem. Co sugeruje nam Jezus, gdy mówi o pojednaniu? Lub kiedy inspiruje nas pojednanie? Co pojednanie oznacza dla nas dzisiaj? Drodzy przyjaciele, pojednanie dokonane przez Chrystusa nie było zewnętrznym porozumieniem pokojowym, rodzajem kompromisu, który ma zadowolić strony. Nie był to też pokój zrzucony z nieba, ustanowiony odgórnie lub poprzez podporządkowanie sobie drugiego człowieka. Apostoł Paweł wyjaśnia, że Jezus jedna łącząc razem, przez uczynienie z dwóch odległych rzeczywistości jedną rzeczywistość, jedną rzecz, jeden lud. A jak tego dokonuje? Przez krzyż (por. Ef 2, 14). To jest Jezus, który jedna nas między sobą na krzyżu – na tym drzewie życia, jak lubili go nazywać starożytni chrześcijanie. Krzyż, drzewem życia.

Wy, drodzy bracia i siostry z ludów rdzennych, możecie nas wiele nauczyć o życiodajnym znaczeniu drzewa, które, złączone z ziemią poprzez swe korzenie, daje tlen dzięki swym liściom i karmi nas swoimi owocami. Wspaniale jest też dostrzec symbolikę drzewa przedstawioną w fizjonomii tego kościoła, gdzie pień łączy z ziemią ołtarz, na którym Jezus jedna nas w Eucharystii, „akcie kosmicznej miłości”, który „jednoczy niebo i ziemię, obejmuje (…) całe stworzenie” (Enc. Laudato si', 236). Ta symbolika liturgiczna przywodzi mi na myśl wspaniały fragment wypowiedzi św. Jana Pawła II w tym kraju: „Chrystus ożywia centrum całej kultury. Tak więc nie tylko chrześcijaństwo jest związane z ludem indiańskim, ale Chrystus, w członkach swojego Ciała sam staje się Indianinem” (Liturgia Słowa z Indianami Kanady (15 września 1984): Nauczanie papieskie, VII, 2, Poznań 2002, s. 264). I to On jedna na krzyżu, łączy na nowo to, co wydawało się niewyobrażalne i niewybaczalne, ogarnia wszystkich i wszystko. Wszystkich i wszystko: ludy rdzenne przypisują wielkie znaczenie kosmiczne tzw. „punktom kardynalnym”, rozumianym nie tylko jako geograficzne punkty odniesienia, ale jako wymiary obejmujące całą rzeczywistość i wskazujące drogę do jej uzdrowienia, reprezentowane przez tzw. „koło medyczne”. Ta świątynia podejmuje tę symbolikę punktów kardynalnych i nadaje im znaczenie chrystologiczne. Jezus krańcami swojego krzyża obejmuje punkty kardynalne i jednoczy najbardziej odległe ludy, Jezus uzdrawia i czyni wszystko pokojem (por. Ef 2, 14). Tam wypełnia Boży plan: „aby wszystko pojednać” (por. Kol 1, 20).

Bracia, siostry, co to oznacza dla tych, którzy noszą w sobie tak bolesne rany? Wyobrażam sobie, jak trudno jest dostrzec jakąkolwiek perspektywę pojednania tym osobom, które doznały tak wielu cierpień od mężczyzn i kobiet, którzy powinni dawać świadectwo życia chrześcijańskiego. Nic nie może wymazać doświadczenia pogwałconej godności, doznanej krzywdy, zdradzonego zaufania. Nigdy też nie może się zatrzeć wstyd nasz, wierzących. Trzeba jednak zacząć od nowa, a Jezus nie proponuje nam słów i dobrych postanowień, ale proponuje nam krzyż, tę skandaliczną miłość, która pozwala na przebicie sobie stóp i nadgarstków gwoździami i okaleczenie głowy cierniem. Oto kierunek, w którym należy podążać: spoglądać razem na Chrystusa, na miłość zdradzoną i ukrzyżowaną dla nas; spojrzeć na Jezusa, ukrzyżowanego w tak wielu wychowankach szkół rezydencjalnych. Jeśli między sobą i wewnątrz nas samych, chcemy pojednać się z przeszłością, z doznanymi krzywdami i ze zranionymi wspomnieniami, z traumatycznymi wydarzeniami, których nie może uleczyć żadna ludzka pociecha, jeżeli chcemy naprawdę pojednać się, nasze spojrzenie musi być wzniesione ku Jezusowi ukrzyżowanemu, a pokój należy czerpać z jego ołtarza. Ponieważ właśnie to na drzewie krzyża cierpienie przemienia się w miłość, śmierć w życie, rozczarowanie w nadzieję, opuszczenie w komunię, oddalenie w jedność. Pojednanie to nie tyle nasze dzieło, jest to prezent, to dar, który wypływa z Ukrzyżowanego, to pokój, który płynie z Serca Jezusa, to łaska, o którą trzeba prosić. Pojednanie to łaska, o którą trzeba prosić.

Jest jeszcze jeden aspekt pojednania, o którym chciałbym powiedzieć. Apostoł Paweł wyjaśnia, że Jezus przez krzyż pojednał nas w jedno ciało (por. Ef 2, 14). O jakim ciele mówi? Mówi o Kościele: Kościół jest tym żywym ciałem pojednania. Kiedy jednak pomyślimy o nieusuwalnym cierpieniu, jakiego doświadczyło w tych miejscach wiele osób, wewnątrz instytucji kościelnych, można jedynie poczuć złość, można jedynie poczuć wstyd. Stało się tak, gdy wierzący dali się zeświecczyć i zamiast promować pojednanie, narzucili swój własny wzorzec kulturowy. Taka postawa, bracia i siostry, zanika z trudem, także z religijnego punktu widzenia. Istotnie, wygodniejsze wydaje się wpojenie w ludzi Boga, niż pozwolenie ludziom, by zbliżyli się do Niego – to jest sprzeczność. Ale to się nigdy nie udaje, ponieważ Pan nie przychodzi w ten sposób: nie przymusza, nie tłumi i nie uciska; natomiast zawsze miłuje, wyzwala i pozostawia wolnymi. Nie wspiera swoim Duchem tych, którzy podporządkowują sobie innych, tych, którzy mylą Ewangelię pojednania z prozelityzmem. Nie można bowiem głosić Boga w sposób, który jest sprzeczny z Bogiem. A jednak, ileż razy działo się tak w historii! Podczas gdy Bóg zwyczajnie i pokornie proponuje Siebie, my zawsze mamy pokusę, by narzucać Go, i w Jego imię narzucać siebie. Jest to pokusa światowa, by sprawić, że zejdzie On z krzyża, by objawić Go poprzez władzę i pozory. Jednak Jezus dokonuje pojednania na krzyżu, a nie przez zejście z krzyża. Na dole, wokół krzyża, byli ci, którzy myśleli o sobie samych i kusili Chrystusa, powtarzając Mu, żeby ocalił siebie (por. Łk 23, 35-36), nie myśląc o innych. Bracia i siostry, w imię Jezusa, niech w Kościele nie powtórzy się takie postępowanie. Niech Jezus będzie głoszony tak, jak On chce, w wolności i miłości, a każda osoba ukrzyżowana, którą spotykamy, niech nie będzie dla nas przypadkiem do rozwiązania, lecz bratem lub siostrą, których należy miłować, ciałem Chrystusa, które należy kochać. Niech Kościół, Ciało Chrystusa będzie żyjącym ciałem pojednania!

Samo słowo pojednanie jest praktycznie synonimem Kościoła. Termin ten w rzeczywistości oznacza „uczynienie na nowo soboru”: pojednanie, czynić nowy sobór. Kościół jest domem, gdzie można pojednać się na nowo, gdzie można spotkać się, aby zacząć od nowa i razem wzrastać. Jest miejscem, w którym przestajemy myśleć o sobie jako o jednostkach, aby uznać się za braci, patrząc sobie w oczy, przyjmując historię i kulturę innego człowieka, pozwalając, aby mistyka wspólnoty, tak miła Duchowi Świętemu, sprzyjała uzdrowieniu zranionej pamięci. To jest droga: nie decydować za innych, nie szufladkować wszystkich w ustalonych schematach, ale stanąć przed Ukrzyżowanym i przed bratem, aby nauczyć się podążać razem. Taki jest Kościół i niech takim będzie: miejscem, gdzie rzeczywistość zawsze przewyższa ideę. Taki jest Kościół i niech takim będzie: nie zbiorem idei i nakazów do wpojenia ludziom; Kościół jest domem gościnnym dla wszystkich! Taki jest Kościół i niech takim będzie: świątynią o zawsze otwartych drzwiach, jak usłyszeliśmy od tych dwóch naszych braci, że ta parafia jest taka: świątynia z zawsze otwartymi drzwiami, w której my wszyscy, żywe świątynie Ducha, spotykamy się, służymy sobie nawzajem i jednamy się ze sobą. Drodzy bracia i siostry, gesty i wizyty mogą być ważne, ale większość słów i działań pojednania dzieje się lokalnie, we wspólnotach takich jak ta, gdzie pojedyncze osoby i rodziny podążają ramię w ramię, dzień po dniu. Wspólna modlitwa, wspólna pomoc, dzielenie się historiami życia, wspólnymi radościami i zmaganiami – to wszystko otwiera drzwi do pojednawczego dzieła Boga.

Jest taki obrazek podsumowujący, który może nam pomóc. W tej świątyni, ponad ołtarzem i tabernakulum widzimy cztery słupy typowego namiotu tubylczego, który, jak się dowiedziałem, nazywany był tepee. Namiot ma wielkie znaczenie biblijne. Kiedy Izrael szedł przez pustynię, Bóg mieszkał w namiocie, który był rozbijany zawsze, kiedy lud się zatrzymywał: był to Namiot Spotkania. Przypomina on nam, że Bóg idzie z nami i bardzo lubi spotykać nas wspólnie, gdy się zbieramy, by obradować. A kiedy Bóg stał się człowiekiem, Ewangelia mówi dosłownie, że „rozbił swój namiot pośród nas” (por. J 1, 14). Bóg jest Bogiem bliskości, w Jezusie uczy nas języka współczucia i czułości. Trzeba to rozumieć za każdym razem, gdy przychodzimy do kościoła, gdzie On jest obecny w tabernakulum; to słowo oznacza właśnie namiot. Bóg zatem rozbija swój namiot pośród nas, towarzyszy nam w naszych pustyniach: nie mieszka w pałacach niebieskich, ale w naszym Kościele i pragnie, by ten stał się domem pojednania.

Jezu, ukrzyżowany i zmartwychwstały, który mieszkasz w tym ludzie, który jest Twój; Panie, który pragniesz jaśnieć poprzez nasze wspólnoty i kultury, Jezu, weź nas za rękę i nawet na pustyniach historii prowadź nasze kroki na drodze pojednania. Amen.

[01125-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua araba

الزيارة الرسوليّة إلى كندا

كلمة قداسة البابا فرنسيس

إلى الشّعوب الأصليّة وإلى أعضاء الجماعة الرّعويّة

في كنيسة قلب يسوع الأقدس في إدمونتون

الاثنين 25 تموز/يوليو 2022

أيّها الإخوة والأخوات الأعزّاء، مساء الخير!

يسُرُّني أن أكون معكم وأن أرى من جديد وجوه الكثيرين من ممثلّي السّكان الأصليّين الذين جاؤوا لزيارتي في روما قبل أشهر قليلة. تلك الزيارة تعني لي الشيء الكثير: والآن أنا عندكم في بيتكم، صديقًا وحاجًّا، وأنا في أرضكم، في بيت الله الذي تجتمعون فيه إخوةً وأخوات، لتسبحوا الله. في روما، بعد الاستماع إليكم، قلت لكم إنّ "مسيرة شفاء ناجعة تتطلّب أعمالًا ملموسة" (كلمة إلى وفود الشّعوب الأصليّة في كندا، 1 نيسان/أبريل 2022). يسُرُّني أن أرى أنّ المسيرة بدأت في هذه الرعيّة، التي تجمع أشخاصًا من جماعات مختلفة من الفيرست نيشين والميتيس والإنويت (First Nations, Métis e Inuit)، جنبًا إلى جنب مع أشخاص من غير السّكان الأصليّين في الأحياء المحليّة، والعديد من الإخوة والأخوات المهاجرين. هذا بيت للجميع، مفتوح وشامل الكلّ، تمامًا كما يجب أن تكون الكنيسة، عائلة أبناء الله حيث الضيافة والترحيب أمر أساسيّ، وهي القيَم المميّزة في ثقافة الشّعوب الأصليّة: وحيث يجب أن يشعر كلّ واحد أنه مرحَّبٌ به، بغضِّ النظر عن الأحداث الماضيّة وظروف الحياة الفرديّة. أريد أيضًا أن أقول لكم شكرًا لقربكم من الفقراء الكثيرين، بصورة عمليّة، بأعمال المحبّة - وهذا يمسني كثيرًا - فهم كثيرون أيضًا في هذا البلد الغني: هذا ما يريده يسوع، الذي قال لنا وكرَّر مرارًا في الإنجيل: "كلّما صنعتم شيئًا من ذلك لواحد من إخوتي هؤلاء الصّغار، فلي قد صنعتموه" (متّى 25، 40). إنّه يسوع حاضر هناك.

وفي الوقت نفسه، يجب ألّا ننسى أنّ الزؤان في الكنيسة اختلط مع القمح الجيّد. حتى في الكنيسة. وبسبب هذا الزؤان بالتّحديد، أردت أن أقوم برحلة الحج والتوبة هذه، وأن أبدأ هذا الصّباح بذكرى الإساءة التي لحقت بالشّعوب الأصليّة على يد مسيحيّين كثيرين، وبطلب المغفرة بألم. يؤلمني أن أفكّر أنّ الكاثوليك ساهموا في سياسات الاستيعاب والتحرر المبنيّة على فرض الإحساس بالدونيّة، وسلبوا الجماعات والأشخاص هوياتهم الثقافيّة والروحيّة، فقطعوا جذورهم وغذَّوا تجاههم مواقف تحيُّز وتفرقة، وأن هذا تمَّ أيضًا باسم تربية كان من المفترض أن تكون مسيحيّة. التربية تبدأ دائمًا باحترام وتعزيز المواهب الموجودة من قَبلُ في الإنسان. ليست ولا يمكن أبدًا أن تكون شيئًا معَدًّا من قبل ومفروضًا، لأنّ التربية هي مغامرة استكشاف واكتشاف سرّ الحياة معًا. الحمد لله، لأنّ أسّس الشّفاء والمصالحة تُبنى باللقاء، يومًا بعد يوم، في رعايا مثل هذه. الشّفاء والمصالحة. أودّ أن أقول شيئًا غير مكتوب هنا. أودّ أن أشكر بطريقة خاصّة العمل الذي قام به الأساقفة حتى أتمكن من المجيء إلى هنا، وحتى تتمكنوا من المجيء إلى هناك [إلى روما]. إنّ مجلس أساقفة موحّد يقدّم أعمالًا كبيرة، ويؤتي ثمارًا كثيرة. شكرًا جزيلًا لمجلس الأساقفة!

المصالحة: حول هذه الكلمة أودّ أن أشاركّكم هذا المساء بعض الأفكار. ماذا يقترح علينا يسوع عندما يتكلّم على المصالحة؟ أو عندما يلهمنا المصالحة؟ ماذا تعني المصالحة لنا اليوم؟ أيّها الأصدقاء الأعزّاء، المصالحة التي حقَّقها يسوع المسيح لم تكن اتفاقيّة سلام خارجيّة، ونوعًا من التسوية لإرضاء الأطراف. ولم تكن سلامًا نزل من السماء، مفروضًا من فوق، أو يقضي بذوبان الآخر واستيعابه. يشرح الرّسول بولس أنّ يسوع صنع المصالحة من خلال الجمع، فجعل واقعَين بعيدَين الواحد عن الآخر واقعًا واحدًا، شيئًا واحدًا، وشعبًا واحدًا. وكيف صنع ذلك؟ بواسطة الصّليب (راجع أفسس 2، 14). يسوع هو الذي يصالحنا بعضنا مع بعض على الصّليب، على شجرة الحياة، كما أحبّ المسيحيّون القدماء أن يسَمُّوا الصّليب. الصّليب، شجرة الحياة.

أنتم، أيّها الإخوة والأخوات الأصليّون الأعزّاء، لديكم الكثير لتعلِّمونا إياه عن مفهوم الحياة في الشجرة التي تضرب جذورها في الأرض، وبأوراقها تمنح الأكسجين، وتغذِّينا بثمارها. ومن الجميل أن نرى رمزيّة الشجرة ممثلّة في ملامح هذه الكنيسة، حيث الجذع يربط المذبح بالأرض، وعليه يسوع يصالحنا في الإفخارستيا، وهو "فِعلُ حُبٍّ كونيّ يوحِّد السماء والأرض، ويعانق [...] كلّ الخليقة "(رسالة عامة بابوية، كُنْ مُسَبَّحًا، 236). تذكّرني هذه الرمزيّة الليتورجيّة بقولٍ بليغٍ أعلنه القدّيس يوحنا بولس الثاني في هذا البلد: "المسيح هو قلب كلّ ثقافة، ولهذا، فإنّ المسيحيّة لا تهُمُّ فقط جميع الشّعوب الهندية، بل المسيح، في أعضاء جسده، هو نفسه هندي" (ليتورجيا الكلمة مع هنود كندا، 15 أيلول/سبتمبر 1984). هو الذي يصنع المصالحة على الصّليب، ويجمع معًا ما كان يبدو أنّه لا يمكن تصوُّرُه ولا مغفرتُه، إنّه يعانق الكلَّ وكلَّ شيء. الكلُّ وكلُّ شيء: تنسب الشّعوب الأصليّة معنى كونيًا قويًّا إلى الجهات الأربع، وترى فيها ليس فقط مرجعيَّة جغرافيّة، بل ترى أيضًا أنّها أبعاد تعانق الواقع بأكمله، وتشير إلى طريقة علاجِه، ممثَّلةً بما يُسَمّى ”بعجلة الطب“. وتنطبق هذه الرمزيّة في الجهات الأربع على هذا البيت، بيت الله، وهو يُضفِي عليها معنى كريستولوجيًا. يسوع، بالجهات الأربع في صليبه، يعانق جهات العالم الأربع، ويجمع بين أبعدِ شعوب الأرض. إنّه أبرأ ومنح السّلام. (راجع أفسس 2، 14). لقد تمَّم خطة الله: ”أن يصالح كلّ شيء“ (راجع قولوسي 1، 20).

أيّها الإخوة والأخوات، ماذا يعني هذا الكلام لمن يحمل في داخله كلّ هذه الجراح الكثيرة المؤلمة؟ أتخيّل الجهد والألم الذي يحمله من تألّم ألما كبيرًا بسبب رجال ونساء كان عليهم أن يعطوا شهادة لحياة مسيحيّة، حتى يروا أيّة إمكانيّة للمصالحة. لا شيء يمكن أن يلغي الكرامة المغتصبة، والشّرّ الذي تمَّ، وخيانة الثقة. والخجل فينا نحن المؤمنين يجب ألّا يُمحَى أبدًا. لكن من الضروري أن نبدأ من جديد، ويسوع لا يقدِّم لنا كلمات ونوايا حسنة، بل يقدِّم لنا الصّليب، ذلك الحبّ الذي يبدو شكًّا ومعثرة، الذي يسمح بأن تُسَمَّرَ رِجلَاه ويداه، وبأن تُغرَزَ الأشواك في رأسه. هذا هو الاتجاه الذي يجب اتباعه: النظر إلى المسيح معًا، إلى الحبّ الذي تعرَّض للخيانة والصّلب من أجلنا. ننظر إلى يسوع المصلوب في الطلاب الكثيرين في المدارس الداخليّة الإجباريّة. إن أردنا أن نتصالح فيما بيننا وفي داخلنا، وإن أردنا أن نتصالح مع الماضيّ، ومع الأخطاء التي تحمَّلَها الكثيرون، ومع الذاكرة الجريحة، ومع الأحداث الصّادمة التي لا يمكن لأيّة تعزيّة بشريّة أن تشفيها، إن أردنا أن نتصالح حقًا يجب أن نرفع أنظارنا إلى يسوع المصلوب، حتى نستمّد السّلام من مذبحه. لأنّه على شجرة الصّليب بالتحديد يتحوّل الألم إلى حبّ، والموت إلى حياة، وخيبة الأمل إلى رجاء، وتركُ الجميع لنا إلى شركة مع الجميع، والمسافة إلى وَحدة. ليست المصالحة عملًا نعمله نحن، إنّها هبةٌ تتدفَّق من المصلوب، إنّها سلامٌ ينبع من قلب يسوع، إنّها نعمةٌ يجب أن نطلبها. المصالحة نعمة يجب أن نطلبها.

هناك وجه آخر للمصالحة أوَدُّ أن أكلّمَكم فيه. شرح الرّسول بولس أنّ يسوع صالَحَنا بالصّليب وصنع منَّا جسدًا واحدًا (راجع أفسس 2، 14). عن أيّ جسد يتكلَّم؟ يتكلَّم عن الكنيسة: الكنيسة هي جسد المصالحة الحيّ هذا. لكن إذا فكَّرنا في الألم الذي لا يُمحَى في هذه الأماكن الذي حمله الكثيرون داخلَ مؤسَّساتٍ كنسيّة، فإنّنا لا نشعر إلّا بالغضب والخجل. حدث هذا عندما سمح المؤمنون لأنفسهم بأن يكونوا دنيويّين، وبدلًا من العمل على المصالحة، فرضوا نموذجهم الثقافيّ. هذا السّلوك، أيّها الإخوة والأخوات، لا يموت بسهولة، حتى من وجهة نظر دينيّة. في الواقع، يبدو أنّه من الأنسب ”أن نفرض الله“ على الناس، بدلًا من أن ندعو الناس إلى أن يقتربوا من الله. وهذه الطريقة لا تنجح، لأنّ الله لا يتصرّف بهذه الطريقة: فهو لا يُكرِه، ولا يَخنَق، ولا يظلم. بل هو دائمًا يحِبّ ويحرِّر ويتركنا أحرارًا. إنّه لا يؤيِّد بروحه الذين يُخضِعون الآخرين، والذين يخلطون بين إنجيل المصالحة وبين اقتناص الأتباع. لأنّه لا يمكن أن نبشِّر بالله بطريقة مناقضة لله. ومع ذلك، كم مرة حدث ذلك في التاريخ! الله يقدِّم نفسه ببساطة وتواضع، ونحن تراودنا دائمًا التجربة لأن نفرضه فرضًا، ونفرض أنفسنا أيضًا باسمه. إنّه الإغراء الدنيويّ أن نجعله ينزل عن الصّليب، حتى يظهر بالسّلطان والمظاهر. لكن يسوع يتصالح على الصّليب، وليس بنزوله عن الصّليب. هناك حول الصّليب، كان الذين يفكّرون في أنفسهم، وكانوا يجرِّبون المسيح ويقولون له أن يخلِّص نفسه (راجع لوقا 23، 35. 36)، دون التفكير في الآخرين. أيّها الإخوة والأخوات، يجوز ألّا يحدث هذا من جديد في الكنيسة باسم يسوع. لتكن البشارة بيسوع كما يريد هو في الحريّة والمحبّة، وكلّ إنسان مصلوب نلتقي به لا يكن لنا حالة يجب وجود الحلّ لها، بل ليكن أخًا أو أختًا يجب أن نحبَّهما، هما جسد المسيح الذي يجب أن نحِبَّه. لتكن الكنيسةُ جسدُ المسيح، جسدًا حيًّا للمصالحة!

إنّ كلمة المصالحة نفسها هي في الواقع مرادف للكنيسة. اللفظة، في الواقع، (في الأصل اللاتيني: riconciliatio)، تعني ”البدء من جديد بإقامة مجمع للتشاور“. الكنيسة هي البيت التي يمكننا أن نجتمع فيه من جديد، نجتمع معًا لننطلق من جديد وننمو معًا. إنّه المكان الذي نتوقّف فيه عن التفكّير في أنفسنا كأفراد، لنعرف أنفسنا إخوة، وننظر كلّ واحد في عيني أخيه، ونستمع إلى قصصنا المتبادلة ونرحب بثقافة الآخر، ونترك لروحانيّة الجماعة، موضوع سرور الرّوح القدس، أن تعمل على شفاء الذاكرة الجريحة. هذه هي الطريقة: لا نقرِّرْ بدل غيرنا، ولا نصنِّفْ كلّ واحد ضمن أنماط محدّدة مسبقًا، بل لنضَعْ أنفسنا أمام الصّليب وأمام أخينا لنتعلَّم أن نسير معًا. هذه هي الكنيسة وهكذا يجب أن تكون: المكان حيث يكون الواقع فوق الفكرة. هذه هي الكنيسة وهكذا يجب أن تكون: ليست مجموعة أفكار ومبادئ نغرسها في الناس، بل بيت يرحِّب بالجميع! هذه هي الكنيسة وهكذا يجب أن تكون: هيكل أبوابه دائمًا مُشرَعَة، كما سمعنا من هذين الأخوين لنا، أنّ هذه الرّعية هي على هذا النحو: هيكل أبوابه دائمًا مُشرَعَة، حيث نلتقي جميعًا، نحن هياكلَ الرّوح الحيّة، ونخدم بعضنا بعضًا ونتصالح. أيّها الإخوة والأخوات الأعزّاء، يمكن أن تكون الأعمال والزيارات مهمّة، لكن معظم الكلام والأنشطة للمصالحة تتمّ محليًّا، في جماعات مثل هذه، حيث يسير الأفراد والعائلات جنبًا إلى جنب، يومًا بعد يوم. والصّلاة معًا، ومساعدة بعضنا بعضًا، ومشاركتنا قصص الحياة والأفراح والجهاد المشترك، يفتح الباب أمام عمل الله للمصالحة.

وصورة ختاميّة يمكن أن تساعدنا. في هذه الكنيسة، فوق المذبح وبيت القربان، نرى الأعمدة الأربعة لخيمة نموذجيّة للسكان الأصليّين، وعرفْتُ أنّها تُسَمّى تيبي (tepee). الخيمة لها معنى كبير في الكتاب المقدّس. لمّا كان إسرائيل يسير في الصّحراء، كان الله يسكن معهم في خيمة، وكانت تقام في كلّ مرّة كان الشعب يتوقّف عن المسير: كانت خيمة الاجتماع. إنّها تذكِّرنا أنّ الله يسير معنا، ويُحِبّ أن نلتقي معًا في مؤتمر أو مجمع. ولمّا صار إنسانًا، يقول الإنجيل حرفياً إنّه ”نصب خيمته بيننا“ (راجع يوحنّا 1، 14). الله إلهٌ قريب، وفي يسوع يعلِّمنا لغة الرّحمة والحنان. هذا ما يجب أن نفهمه في كلّ مرّة نأتي فيها إلى الكنيسة، حيث هو حاضر في بيت القربان، وهو يشبه الخيمة. الله ضرب خيمته بيننا، إنّه يرافقنا في صحارينا: لا يعيش في قصور سماويّة، بل في كنيستنا وهو يريد أن تكون بيتًا للمصالحة.

يا يسوع المصلوب والقائم من الموت، الذي تسكن في هذا الشّعب الذي هو شعبك، وتريد أن تتجلّى في جماعاتنا وثقافاتنا، خُذْ بيدنا، وفي صحاري التاريخ أيضًا، أرشد خطواتنا على طريق المصالحة. آمين.

[01125-AR.02] [Testo originale: Spagnolo]

[B0557-XX.02]