Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco in Canada - Incontro con le Popolazioni Indigene First Nations, Métis e Inuit, 25.07.2022


Incontro con le Popolazioni Indigene First Nations, Métis e Inuit

Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Traduzione in lingua araba

Alle ore 8.45 di questa mattina (16.45 ora di Roma), dopo aver celebrato la Santa Messa in privato, il Santo Padre Francesco si è trasferito in auto a Maskwacis dove, alle ore 10.00, ha avuto luogo l’incontro con le Popolazioni Indigene First Nations, Métis e Inuit.

Al Suo arrivo, il Papa è stato accolto dal Parroco della chiesa della Madonna dei Sette Dolori e da alcuni anziani nativi delle popolazioni First Nations, Métis e Inuit. Quindi, al suono dei tamburi, ha proseguito insieme a loro fino al cimitero.

Entrato nel cimitero, il Santo Padre si è raccolto per un momento di breve preghiera silenziosa. Quindi si è trasferito al Bear Park Pow-Wow Grounds al cui ingresso è stato accolto da una delegazione di capi indigeni provenienti da tutto il Paese.

Dopo l’ingresso dei capi indigeni e le parole di benvenuto di uno di essi, Papa Francesco ha pronunciato il suo discorso. Al termine del discorso due uomini al ritmo di un suono cadenzato di tamburi hanno donato al Papa un copricapo piumato tipico delle Popolazioni Indigene locali.

Quindi dopo l’esecuzione di un canto e la recita del Padre Nostro, il Papa ha salutato individualmente alcuni anziani nativi.

Al termine dell’incontro con le popolazioni indigene First Nations, Métis e Inuit, il Santo Padre è rientrato in auto al St. Joseph Seminary.

Pubblichiamo di seguito il discorso che il Papa ha pronunciato nel corso dell’incontro:

Discorso del Santo Padre

Señora Gobernadora General,
señor Primer Ministro,
queridos pueblos indígenas de Maskwacis y de esta tierra canadiense,
queridos hermanos y hermanas:

Esperaba que llegara este momento para estar entre ustedes. Desde aquí, desde este lugar tristemente evocativo, quisiera comenzar lo que deseo en mi interior: una peregrinación, una peregrinación penitencial. Llego hasta sus tierras nativas para decirles personalmente que estoy dolido, para implorar a Dios el perdón, la sanación y la reconciliación, para manifestarles mi cercanía, para rezar con ustedes y por ustedes.

Recuerdo los encuentros que tuvimos en Roma hace cuatro meses. En ese momento me entregaron en prenda dos pares de mocasines, signo del sufrimiento padecido por los niños indígenas, en particular de los que lamentablemente no volvieron más a casa desde las escuelas residenciales. Me pidieron que devolviera los mocasines cuando llegara a Canadá; los traje, y lo haré al terminar estas palabras, y quisiera inspirarme precisamente en este símbolo que, en los meses pasados, reavivó en mí el dolor, la indignación y la vergüenza. El recuerdo de esos niños provoca aflicción y exhorta a actuar para que todos los niños sean tratados con amor, honor y respeto. Pero esos mocasines también nos hablan de un camino, de un recorrido que deseamos hacer juntos. Caminar juntos, rezar juntos, trabajar juntos, para que los sufrimientos del pasado dejen el lugar a un futuro de justicia, de sanación y de reconciliación.

Este es el motivo por el que la primera etapa de mi peregrinación entre ustedes se lleva a cabo en esta región que ha visto, desde tiempos inmemoriales, la presencia de los pueblos indígenas. Es un territorio que nos habla, que nos permite hacer memoria.

Hacer memoria. Hermanos y hermanas, ustedes han vivido en esta tierra durante miles de años con estilos de vida que respetaban la misma tierra, heredada de las generaciones pasadas y protegida para las futuras. La trataron como un don del Creador para compartir con los demás y amar en armonía con todo lo que existe, en una viva interconexión entre todos los seres vivos. Así aprendieron a nutrir un sentido de familia y de comunidad, y desarrollaron vínculos fuertes entre las generaciones, honrando a los ancianos y cuidando de los pequeños. ¡Cuántas buenas tradiciones y enseñanzas basadas en la atención a los otros y al amor por la verdad, en la valentía y el respeto, en la humildad, en la honestidad, y en la sabiduría de vida!

Pero, si estos fueron los primeros pasos dados en estos territorios, la memoria nos lleva tristemente a los sucesivos. El lugar en el que nos encontramos hace resonar en mí un grito de dolor, un clamor sofocado que me acompañó durante estos meses. Pienso en el drama sufrido por tantos de ustedes, por sus familias, por sus comunidades, en lo que ustedes compartieron conmigo sobre los sufrimientos padecidos en las escuelas residenciales. Son traumas que, en cierto modo, reviven cada vez que se recuerdan y soy consciente de que también nuestro encuentro de hoy puede despertar recuerdos y heridas, y que muchos de ustedes podrían sentirse mal mientras yo hablo. Pero es justo hacer memoria, porque el olvido lleva a la indiferencia y, como se ha dicho, «lo opuesto al amor no es el odio, es la indiferencia… lo opuesto a la vida no es la muerte, es la indiferencia a la vida o a la muerte» (E. Wiesel). Hacer memoria de las devastadoras experiencias que ocurrieron en las escuelas residenciales nos golpea, nos indigna, nos entristece, pero es necesario.

Es necesario recordar cómo las políticas de asimilación y desvinculación, que también incluían el sistema de las escuelas residenciales, fueron nefastas para la gente de estas tierras. Cuando los colonos europeos llegaron aquí por primera vez, hubo una gran oportunidad de desarrollar un encuentro fecundo entre las culturas, las tradiciones y la espiritualidad. Pero en gran parte esto no sucedió. Y me vuelve a la mente lo que ustedes me contaron, de cómo las políticas de asimilación terminaron por marginar sistemáticamente a los pueblos indígenas; de cómo, también por medio del sistema de escuelas residenciales, sus lenguas, sus culturas fueron denigradas y suprimidas; y de cómo los niños sufrieron abusos físicos y verbales, psicológicos y espirituales; de cómo se los llevaron de sus casas cuando eran chiquitos y de cómo esto marcó de manera indeleble la relación entre padres e hijos, entre abuelos y nietos.

Les agradezco por haber hecho que todo esto entrara en mi corazón, por haber expresado el peso que llevaban dentro, por haber compartido conmigo esta memoria sangrante. Hoy estoy aquí, en esta tierra que, junto a una memoria antigua, custodia las cicatrices de heridas todavía abiertas. Me encuentro entre ustedes porque el primer paso de esta peregrinación penitencial es el de renovar mi pedido de perdón y decirles, de todo corazón, que estoy profundamente dolido: pido perdón por la manera en la que, lamentablemente, muchos cristianos adoptaron la mentalidad colonialista de las potencias que oprimieron a los pueblos indígenas. Estoy dolido. Pido perdón, en particular, por el modo en el que muchos miembros de la Iglesia y de las comunidades religiosas cooperaron, también por medio de la indiferencia, en esos proyectos de destrucción cultural y asimilación forzada de los gobiernos de la época, que finalizaron en el sistema de las escuelas residenciales.

Aunque la caridad cristiana haya estado presente y existan no pocos casos ejemplares de entrega por los niños, con todo, las consecuencias globales de las políticas ligadas a las escuelas residenciales han sido catastróficas. Lo que la fe cristiana nos dice es que fue un error devastador, incompatible con el Evangelio de Jesucristo. Duele saber que ese terreno compacto de valores, lengua y cultura, que confirió a sus pueblos un sentido genuino de identidad, duele saber que haya ha sido erosionado, y que ustedes siguen pagando los efectos. Frente a este mal que indigna, la Iglesia se arrodilla ante Dios y le implora perdón por los pecados de sus hijos (cf. S. Juan Pablo II, Bula Incarnationis mysterium [29 noviembre 1998], 11: AAS 91 [1999], 140). Quisiera repetir con vergüenza y claridad: pido perdón humildemente por el mal que tantos cristianos cometieron contra los pueblos indígenas.

Queridos hermanos y hermanas, muchos de ustedes y de sus representantes han afirmado que las disculpas no son un punto de llegada. Concuerdo perfectamente. Constituyen sólo el primer paso, el punto de partida. También soy consciente de que «mirando hacia el pasado nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado» y «mirando hacia el futuro nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no sólo no se repitan, sino que no encuentren espacios» (Carta al Pueblo de Dios, 20 agosto 2018). Una parte importante de este proceso es hacer una seria búsqueda de la verdad acerca del pasado y ayudar a los supervivientes de las escuelas residenciales a realizar procesos de sanación por los traumas sufridos.

Rezo y espero que los cristianos y la sociedad de esta tierra crezcan en la capacidad de acoger y respetar la identidad y la experiencia de los pueblos indígenas. Espero que se encuentren caminos concretos para conocerlos y valorarlos, aprendiendo a caminar todos juntos. Por mi parte, seguiré animando el compromiso de todos los católicos respecto a los pueblos indígenas. Lo hice en otras ocasiones y en varios lugares, a través de encuentros y llamamientos, y también por medio de una Exhortación Apostólica. Sé que todo esto requiere tiempo y paciencia, se trata de procesos que tienen que entrar en los corazones, y mi presencia aquí y el compromiso de los obispos canadienses son testimonio de la voluntad de avanzar en este camino.

Queridos amigos, esta peregrinación se extiende durante algunos días y llegará a lugares distantes entre sí, sin embargo, no me permitirá responder a muchas invitaciones y visitar centros como Kamloops, Winnipeg, varios lugares en Saskatchewan, en Yukón y en los Territorios del Noroeste. Aunque esto no es posible, sepan que están todos en mi recuerdo y en mi oración. Sepan que conozco el sufrimiento, los traumas y los desafíos de los pueblos indígenas en todas las regiones de este país. Las palabras que pronunciaré a lo largo de este camino penitencial están dirigidas a todas las comunidades y a los indígenas, que abrazo de corazón.

En esta primera etapa quise hacer espacio a la memoria. Hoy estoy aquí para recordar el pasado, para llorar con ustedes, para mirar la tierra en silencio, para rezar junto a las tumbas. Dejemos que el silencio nos ayude a todos a interiorizar el dolor. Silencio y oración. Ante el mal recemos al Señor del bien; ante la muerte recemos al Dios de la vida. Nuestro Señor Jesucristo hizo de un sepulcro —la última estación de la esperanza ante la cual se habían desvanecido todos los sueños y sólo quedaban el llanto, y el dolor y la resignación— hizo de un sepulcro el lugar del renacimiento, de la resurrección, donde comenzó una historia de vida nueva y de reconciliación universal. No bastan nuestros esfuerzos para sanar y reconciliar, es necesaria su gracia, es necesaria la sabiduría afable y fuerte del Espíritu, la ternura del Consolador. Que Él colme las esperanzas de los corazones. Que Él nos tome de la mano. Que Él nos haga caminar juntos.

[01124-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Signora Governatore Generale,
Signor Primo Ministro,
care popolazioni indigene di Maskwacis e di questa terra canadese,
cari fratelli e care sorelle!

Attendevo di giungere tra voi. È da qui, da questo luogo tristemente evocativo, che vorrei iniziare quanto ho nell’animo: un pellegrinaggio penitenziale. Giungo nelle vostre terre natie per dirvi di persona che sono addolorato, per implorare da Dio perdono, guarigione e riconciliazione, per manifestarvi la mia vicinanza, per pregare con voi e per voi.

Ricordo gli incontri avuti a Roma quattro mesi fa. Allora mi erano state consegnate in pegno due paia di mocassini, segno della sofferenza patita dai bambini indigeni, in particolare da quanti purtroppo non fecero più ritorno a casa dalle scuole residenziali. Mi era stato chiesto di restituire i mocassini una volta arrivato in Canada; li ho portati e lo farò al termine di queste parole, per le quali vorrei prendere spunto proprio da questo simbolo, che ha ravvivato in me nei mesi passati il dolore, l’indignazione e la vergogna. Il ricordo di quei bambini infonde afflizione ed esorta ad agire affinché ogni bambino sia trattato con amore, onore e rispetto. Ma quei mocassini ci parlano anche di un cammino, di un percorso che desideriamo fare insieme. Camminare insieme, pregare insieme, lavorare insieme, perché le sofferenze del passato lascino il posto a un futuro di giustizia, guarigione e riconciliazione.

Ecco perché la prima tappa del mio pellegrinaggio in mezzo a voi si svolge in questa regione che vede, da tempo immemorabile, la presenza delle popolazioni indigene. È un territorio che ci parla, che permette di fare memoria.

Fare memoria: fratelli e sorelle, avete vissuto in questa terra per migliaia di anni con stili di vita che hanno rispettato la terra stessa, ereditata dalle generazioni passate e custodita per quelle future. L’avete trattata come un dono del Creatore da condividere con gli altri e da amare in armonia con tutto quanto esiste, in una vivida interconnessione tra tutti gli esseri viventi. Avete così imparato a nutrire un senso di famiglia e di comunità, e sviluppato legami saldi tra le generazioni, onorando gli anziani e prendendovi cura dei piccoli. Quante buone usanze e insegnamenti, incentrati sull’attenzione agli altri e sull’amore per la verità, sul coraggio e sul rispetto, sull’umiltà e sull’onestà, sulla sapienza di vita!

Ma, se questi sono stati i primi passi mossi in questi territori, la memoria ci porta tristemente a quelli successivi. Il luogo in cui ci troviamo fa risuonare in me un grido di dolore, un urlo soffocato che mi ha accompagnato in questi mesi. Ripenso al dramma subito da tanti di voi, dalle vostre famiglie, dalle vostre comunità; a ciò che avete condiviso con me sulle sofferenze patite nelle scuole residenziali. Sono traumi che, in un certo modo, rivivono ogni volta che vengono rievocati e mi rendo conto che anche il nostro incontro odierno può risvegliare ricordi e ferite, e che molti di voi potrebbero trovarsi in difficoltà mentre parlo. Ma è giusto fare memoria, perché la dimenticanza porta all’indifferenza e, come è stato detto, «l’opposto dell’amore non è l’odio, è l’indifferenza… l’opposto della vita non è la morte, ma l’indifferenza alla vita o alla morte» (E. Wiesel). Fare memoria delle esperienze devastanti avvenute nelle scuole residenziali ci colpisce, ci indigna, ci addolora, ma è necessario.

È necessario ricordare come le politiche di assimilazione e di affrancamento, che comprendevano anche il sistema delle scuole residenziali, siano state devastanti per la gente di queste terre. Quando i coloni europei vi arrivarono per la prima volta, c’era la grande opportunità di sviluppare un fecondo incontro tra culture, tradizioni e spiritualità. Ma in gran parte ciò non è avvenuto. E mi tornano alla mente i vostri racconti: di come le politiche di assimilazione hanno finito per emarginare sistematicamente i popoli indigeni; di come, anche attraverso il sistema delle scuole residenziali, le vostre lingue, le vostre culture sono state denigrate e soppresse; e di come i bambini hanno subito abusi fisici e verbali, psicologici e spirituali; di come sono stati portati via dalle loro case quando erano piccini e di come ciò abbia segnato in modo indelebile il rapporto tra i genitori e i figli, i nonni e i nipoti.

Io vi ringrazio per avermi fatto entrare nel cuore tutto questo, per aver tirato fuori i pesanti fardelli che portate dentro, per aver condiviso con me questa memoria sanguinante. Oggi sono qui, in questa terra che, insieme a una memoria antica, custodisce le cicatrici di ferite ancora aperte. Sono qui perché il primo passo di questo pellegrinaggio penitenziale in mezzo a voi è quello di rinnovarvi la richiesta di perdono e di dirvi, di tutto cuore, che sono profondamente addolorato: chiedo perdono per i modi in cui, purtroppo, molti cristiani hanno sostenuto la mentalità colonizzatrice delle potenze che hanno oppresso i popoli indigeni. Sono addolorato. Chiedo perdono, in particolare, per i modi in cui molti membri della Chiesa e delle comunità religiose hanno cooperato, anche attraverso l’indifferenza, a quei progetti di distruzione culturale e assimilazione forzata dei governi dell’epoca, culminati nel sistema delle scuole residenziali.

Sebbene la carità cristiana fosse presente e vi fossero non pochi casi esemplari di dedizione per i bambini, le conseguenze complessive delle politiche legate alle scuole residenziali sono state catastrofiche. Quello che la fede cristiana ci dice è che si è trattato di un errore devastante, incompatibile con il Vangelo di Gesù Cristo. Addolora sapere che quel terreno compatto di valori, lingua e cultura, che ha conferito alle vostre popolazioni un genuino senso di identità, addolora sapere che è stato eroso, e che voi continuiate a pagarne gli effetti. Di fronte a questo male che indigna, la Chiesa si inginocchia dinanzi a Dio e implora il perdono per i peccati dei suoi figli (cfr S. Giovanni Paolo II, Bolla Incarnationis mysterium [29 novembre 1998], 11: AAS 91 [1999], 140). Vorrei ribadirlo con vergogna e chiarezza: chiedo umilmente perdono per il male commesso da tanti cristiani contro le popolazioni indigene.

Cari fratelli e sorelle, molti di voi e dei vostri rappresentanti hanno affermato che le scuse non sono un punto di arrivo. Concordo perfettamente: costituiscono solo il primo passo, il punto di partenza. Sono anch’io consapevole che, «guardando al passato, non sarà mai abbastanza ciò che si fa per chiedere perdono e cercare di riparare il danno causato» e che, «guardando al futuro, non sarà mai poco tutto ciò che si fa per dar vita a una cultura capace di evitare che tali situazioni non solo non si ripetano, ma non trovino spazio» (Lettera al Popolo di Dio, 20 agosto 2018). Una parte importante di questo processo è condurre una seria ricerca della verità sul passato e aiutare i sopravvissuti delle scuole residenziali a intraprendere percorsi di guarigione dai traumi subiti.

Prego e spero che i cristiani e la società di questa terra crescano nella capacità di accogliere e rispettare l’identità e l’esperienza delle popolazioni indigene. Auspico che si trovino vie concrete per conoscerle e apprezzarle, imparando a camminare tutti insieme. Da parte mia, continuerò a incoraggiare l’impegno di tutti i Cattolici nei riguardi dei popoli indigeni. L’ho fatto in più altre occasioni e in vari luoghi, mediante incontri, appelli e anche attraverso un’Esortazione apostolica. So che tutto ciò richiede tempo e pazienza: si tratta di processi che devono entrare nei cuori, e la mia presenza qui e l’impegno dei Vescovi canadesi sono testimonianza della volontà di procedere in questo cammino.

Cari amici, questo pellegrinaggio si estende per alcuni giorni e toccherà luoghi tra loro distanti, tuttavia non mi permetterà di dare seguito a molti inviti e visitare centri come Kamloops, Winnipeg, vari siti nel Saskatchewan, nello Yukon e nei Territori del Nordovest. Anche se ciò non è possibile, sappiate che siete tutti nei miei pensieri e nella mia preghiera. Sappiate che conosco la sofferenza, i traumi e le sfide dei popoli indigeni in tutte le regioni di questo Paese. Le mie parole pronunciate lungo questo cammino penitenziale sono rivolte a tutte le comunità e le persone native, che abbraccio di cuore.

In questa prima tappa ho voluto fare spazio alla memoria. Oggi sono qui a ricordare il passato, a piangere con voi, a guardare in silenzio la terra, a pregare presso le tombe. Lasciamo che il silenzio ci aiuti tutti a interiorizzare il dolore. Silenzio. E preghiera: di fronte al male preghiamo il Signore del bene; di fronte alla morte preghiamo il Dio della vita. Il Signore Gesù Cristo ha fatto di un sepolcro, capolinea della speranza di fronte al quale erano svaniti tutti i sogni ed erano rimasti solo pianto, dolore e rassegnazione, ha fatto di un sepolcro il luogo della rinascita, della risurrezione, da cui è partita una storia di vita nuova e di riconciliazione universale. Non bastano i nostri sforzi per guarire e riconciliare, occorre la sua Grazia: occorre la sapienza mite e forte dello Spirito, la tenerezza del Consolatore. Sia Lui a colmare le attese dei cuori. Sia Lui a prenderci per mano. Sia Lui a farci camminare insieme.

[01124-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

Madame la Gouverneure Générale,
Monsieur le Premier Ministre,
chers peuples autochtones de Maskwacis et de cette terre canadienne,
chers frères et chères sœurs,

J'attendais ce moment pour être parmi vous. C'est d'ici, de ce lieu tristement évocateur, que je voudrais entamer ce qui habite mon âme : un pèlerinage pénitentiel. Je viens sur vos terres natales pour vous dire personnellement combien je suis affligé, pour implorer de Dieu pardon, guérison et réconciliation, pour vous manifester ma proximité, prier avec vous et pour vous.

Je me souviens des rencontres que j'ai eues à Rome il y a quatre mois. On m'avait remis deux paires de mocassins en gage, signe de la souffrance endurée par les enfants autochtones, surtout par ceux qui, malheureusement, ne revinrent jamais des écoles résidentielles à la maison. Il m’avait été demandé de rendre les mocassins une fois arrivé au Canada; je les ai apportés et je le ferai à la fin de ce discours, pour lequel je voudrais justement m'inspirer de ce symbole qui a ravivé en moi la douleur, l'indignation et la honte durant ces derniers mois. Le souvenir de ces enfants suscite une douleur et incite à agir afin que chaque enfant soit traité avec amour, honneur et respect. Mais ces mocassins nous parlent aussi d'un cheminement, d'un parcours que nous désirons parcourir ensemble. Marcher ensemble, prier ensemble, travailler ensemble, pour que les souffrances du passé cèdent la place à un avenir de justice, de guérison et de réconciliation.

C'est pourquoi la première étape de mon pèlerinage parmi vous se déroule dans cette région qui voit, depuis des temps immémoriaux, la présence des peuples autochtones. C'est un territoire qui nous parle, qui nous permet de faire mémoire.

Faire mémoire: frères et sœurs, vous avez vécu sur cette terre depuis des milliers d'années selon des modes de vie respectueux de la terre elle-même, héritée des générations passées et conservée pour les générations futures. Vous l'avez traitée comme un don du Créateur à partager avec les autres et à aimer en harmonie avec tout ce qui existe, dans une relation mutuelle de vie entre tous les êtres vivants. Vous avez ainsi appris à nourrir un sens de famille et de communauté, et vous avez développé des liens solides entre les générations, en honorant les personnes âgées et en prenant soin des plus petits. Que de bonnes coutumes et d'enseignements, centrés sur l'attention aux autres et sur l'amour de la vérité, sur le courage et le respect, l'humilité et l'honnêteté, sur la sagesse de la vie!

Mais, si tels ont été les premiers pas accomplis sur ces territoires, la mémoire nous ramène tristement aux suivants. L'endroit où nous sommes maintenant fait résonner en moi un cri de douleur, un cri étouffé qui m'a accompagné ces derniers mois. Je repense au drame subi par tant d'entre vous, par vos familles, par vos communautés; à ce que vous m'avez raconté sur les souffrances endurées dans les écoles résidentielles. Ce sont des traumatismes qui, d'une certaine manière, resurgissent chaque fois qu'ils sont rappelés et je me rends compte que même notre rencontre d'aujourd'hui peut réveiller des souvenirs et des blessures, et que beaucoup d'entre vous peuvent se trouver en difficulté au moment où je parle. Mais il est juste de le rappeler, car l'oubli conduit à l'indifférence et, comme on l'a dit, « le contraire de l'amour n'est pas la haine, c'est l'indifférence [...], le contraire de la vie n'est pas la mort, mais l'indifférence à la vie ou à la mort ». (E. Wiesel). Nous souvenir des expériences dévastatrices qui se sont déroulées dans les écoles résidentielles nous frappe, nous indigne et nous fait mal, mais cela est nécessaire.

Il est nécessaire de rappeler à quel point les politiques d'assimilation et d’affranchissement, comprenant également le système des écoles résidentielles, ont été dévastatrices pour les habitants de ces terres. Lorsque les colons européens y sont arrivés pour la première fois, il y avait cette grande opportunité de développer une rencontre fructueuse entre les cultures, les traditions et la spiritualité. Mais dans une large mesure, cela ne s'est pas produit. Et vos récits me reviennent à l'esprit: comment les politiques d'assimilation ont fini par marginaliser systématiquement les peuples autochtones; de même comment, à travers le système des écoles résidentielles, vos langues et vos cultures ont été dénigrées et supprimées; et comment les enfants ont subi des abus physiques et verbaux, psychologiques et spirituels; comment ils ont été éloignés de chez eux quand ils étaient petits et combien cela a marqué de manière indélébile la relation entre parents et enfants, grands-parents et petits-enfants.

Je vous remercie de m’avoir fait entrer au cœur de tout cela, d’avoir extrait les lourds fardeaux que vous portez en vous, d’avoir partagé avec moi ce souvenir poignant. Aujourd'hui, je suis ici, sur une terre qui porte, conjointement à une mémoire ancestrale, les cicatrices de blessures encore ouvertes. Je suis ici parce que la première étape de ce pèlerinage pénitentiel au milieu de vous est celle de renouveler la demande de pardon et de vous dire, de tout mon cœur, que je suis profondément affligé: je demande pardon pour la manière dont, malheureusement, de nombreux chrétiens ont soutenu la mentalité colonisatrice des puissances qui ont opprimé les peuples autochtones. Je suis affligé. Je demande pardon, en particulier, pour la manière dont de nombreux membres de l'Église et des communautés religieuses ont coopéré, même à travers l’indifférence, à ces projets de destruction culturelle et d'assimilation forcée des gouvernements de l'époque, qui ont abouti au système des écoles résidentielles.

Bien que la charité chrétienne ait été présente et qu'il y ait eu de nombreux cas exemplaires de dévouement envers les enfants, les conséquences générales des politiques liées aux écoles résidentielles ont été catastrophiques. Ce que la foi chrétienne nous dit, c'est qu’il s’agissait d’une erreur dévastatrice, incompatible avec l'Évangile de Jésus-Christ. Il est douloureux de savoir que ce socle solide de valeurs, de langue et de culture, qui a donné à vos peuples un authentique sens d'identité, Il est douloureux de savoir qu’il a été érodé, et que vous continuez à en subir les conséquences. Face à ce mal qui indigne, l'Église s'agenouille devant Dieu et implore le pardon des péchés de ses enfants (cf. Saint Jean-Paul II, Bulle Incarnationis mysterium [29 novembre 1998], n. 11: AAS 91 [1999], p. 140). Je voudrais le répéter avec honte et clarté: je demande humblement pardon pour le mal commis par de nombreux chrétiens contre les peuples autochtones.

Chers frères et sœurs, bon nombre d'entre vous et de vos représentants ont affirmé que les excuses ne sont pas un point final. Je suis parfaitement d'accord: elles constituent seulement la première étape, le point de départ. J'ai moi aussi conscience que, «considérant le passé, ce que l’on peut faire pour demander pardon et réparation du dommage causé ne sera jamais suffisant» et que, «considérant l’avenir, rien ne doit être négligé pour promouvoir une culture capable non seulement de faire en sorte que de telles situations ne se reproduisent pas mais encore que celles-ci ne puissent trouver de terrains propices pour être dissimulées et perpétuées» (Lettre au Peuple de Dieu, 20 août 2018). Une partie importante de ce processus consiste à mener une sérieuse recherche sur la vérité du passé et à aider les survivants des écoles résidentielles à entreprendre des chemins de guérison pour les traumatismes subis.

Je prie et j'espère que les chrétiens et la société de cette terre grandiront dans leur capacité à accueillir et à respecter l'identité et l'expérience des peuples autochtones. J'espère que des moyens concrets seront trouvés pour les connaître et les apprécier, en apprenant à avancer tous ensemble. Pour ma part, je continuerai à encourager l'engagement de tous les catholiques à l’égard des peuples autochtones. Je l'ai fait à d’autres occasions et en divers lieux, par des rencontres, des appels et même par une Exhortation apostolique. Je sais que tout cela demande du temps et de la patience: ce sont des processus qui doivent gagner nos cœurs. Ma présence ici et l'engagement des évêques canadiens témoignent de la volonté d'avancer sur cette voie.

Chers amis, ce pèlerinage s'étend sur quelques jours et touchera des lieux distants les uns des autres, toutefois il ne me permettra pas de donner suite à de nombreuses invitations ni de visiter des centres tels que Kamloops, Winnipeg, divers sites en Saskatchewan, au Yukon ou dans les Territoires du Nord-Ouest. Même si ce n'est pas possible, sachez que vous êtes tous dans mes pensées et mes prières. Sachez que je connais les souffrances, les traumatismes et les défis des peuples autochtones dans toutes les régions de ce pays. Mes paroles prononcées tout au long de ce voyage pénitentiel s'adressent à toutes les communautés et à tous les autochtones, que j’embrasse de tout cœur.

Pour cette première étape, j’ai voulu faire place à la mémoire. Aujourd'hui, je suis ici pour me souvenir du passé, pleurer avec vous, regarder la terre en silence et prier sur les tombes. Laissons le silence nous aider tous à intérioriser la douleur. Le silence. Et la prière: face au mal prions le Seigneur du bien et face à la mort prions le Dieu de la vie. Le Seigneur Jésus-Christ a fait d’un tombeau, impasse de l'espérance, devant lequel tous les rêves s'étaient évanouis et où il n’était resté que pleurs, douleur et résignation, il a fait d’un tombeau le lieu de la renaissance, de la résurrection, d'où est partie une histoire de vie nouvelle et de réconciliation universelle. Nos efforts ne suffisent pas pour guérir et réconcilier, nous avons besoin de sa grâce: nous avons besoin de la sagesse douce et forte de l'Esprit, de la tendresse du Consolateur. Qu’Il comble les attentes de nos cœurs. Qu’Il nous prenne par la main. Qu’Il nous fasse marcher ensemble.

[01124-FR.02] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

Madam Governor General,
Mr Prime Minister,
Dear indigenous peoples of Maskwacis and of this land of Canada,
Dear brothers and sisters!

I have been waiting to come here and be with you! Here, from this place associated with painful memories, I would like to begin what I consider a pilgrimage, a penitential pilgrimage. I have come to your native lands to tell you in person of my sorrow, to implore God’s forgiveness, healing and reconciliation, to express my closeness and to pray with you and for you.

I recall the meetings we had in Rome four months ago. At that time, I was given two pairs of moccasins as a sign of the suffering endured by indigenous children, particularly those who, unfortunately, never came back from the residential schools. I was asked to return the moccasins when I came to Canada; I brought them, and I will return them at the end of these few words, in which I would like to reflect on this symbol, which over the past few months has kept alive my sense of sorrow, indignation and shame. The memory of those children is indeed painful; it urges us to work to ensure that every child is treated with love, honour and respect. At the same time, those moccasins also speak to us of a path to follow, a journey that we desire to make together. We want to walk together, to pray together and to work together, so that the sufferings of the past can lead to a future of justice, healing and reconciliation.

That is why the first part of my pilgrimage among you takes place in this region, which from time immemorial has seen the presence of indigenous peoples. These are lands that speak to us; they enable us to remember.

To remember: brothers and sisters, you have lived on these lands for thousands of years, following ways of life that respect the earth which you received as a legacy from past generations and are keeping for those yet to come. You have treated it as a gift of the Creator to be shared with others and to be cherished in harmony with all that exists, in profound fellowship with all living beings. In this way, you learned to foster a sense of family and community, and to build solid bonds between generations, honouring your elders and caring for your little ones. A treasury of sound customs and teachings, centred on concern for others, truthfulness, courage and respect, humility, honesty and practical wisdom!

Yet if those were the first steps taken in these lands, the path of remembrance leads us, sadly, to those that followed. The place where we are gathered renews within me the deep sense of pain and remorse that I have felt in these past months. I think back on the tragic situations that so many of you, your families and your communities have known; of what you shared with me about the suffering you endured in the residential schools. These are traumas that are in some way reawakened whenever the subject comes up; I realize too that our meeting today can bring back old memories and hurts, and that many of you may feel uncomfortable even as I speak. Yet it is right to remember, because forgetfulness leads to indifference and, as has been said, “the opposite of love is not hatred, it’s indifference… and the opposite of life is not death, it’s indifference” (E. WIESEL). To remember the devastating experiences that took place in the residential schools hurts, angers, causes pain, and yet it is necessary.

It is necessary to remember how the policies of assimilation and enfranchisement, which also included the residential school system, were devastating for the people of these lands. When the European colonists first arrived here, there was a great opportunity to bring about a fruitful encounter between cultures, traditions and forms of spirituality. Yet for the most part that did not happen. Again, I think back on the stories you told: how the policies of assimilation ended up systematically marginalizing the indigenous peoples; how also through the system of residential schools your languages and cultures were denigrated and suppressed; how children suffered physical, verbal, psychological and spiritual abuse; how they were taken away from their homes at a young age, and how that indelibly affected relationships between parents and children, grandparents and grandchildren.

I thank you for making me appreciate this, for telling me about the heavy burdens that you still bear, for sharing with me these bitter memories. Today I am here, in this land that, along with its ancient memories, preserves the scars of still open wounds. I am here because the first step of my penitential pilgrimage among you is that of again asking forgiveness, of telling you once more that I am deeply sorry. Sorry for the ways in which, regrettably, many Christians supported the colonizing mentality of the powers that oppressed the indigenous peoples. I am sorry. I ask forgiveness, in particular, for the ways in which many members of the Church and of religious communities cooperated, not least through their indifference, in projects of cultural destruction and forced assimilation promoted by the governments of that time, which culminated in the system of residential schools.

Although Christian charity was not absent, and there were many outstanding instances of devotion and care for children, the overall effects of the policies linked to the residential schools were catastrophic. What our Christian faith tells us is that this was a disastrous error, incompatible with the Gospel of Jesus Christ. It is painful to think of how the firm soil of values, language and culture that made up the authentic identity of your peoples was eroded, and that you have continued to pay the price of this. In the face of this deplorable evil, the Church kneels before God and implores his forgiveness for the sins of her children (cf. JOHN PAUL II, Bull Incarnationis Mysterium [29 November 1998), 11: AAS 91 [1999], 140). I myself wish to reaffirm this, with shame and unambiguously. I humbly beg forgiveness for the evil committed by so many Christians against the indigenous peoples.

Dear brothers and sisters, many of you and your representatives have stated that begging pardon is not the end of the matter. I fully agree: that is only the first step, the starting point. I also recognize that, “looking to the past, no effort to beg pardon and to seek to repair the harm done will ever be sufficient” and that, “looking ahead to the future, no effort must be spared to create a culture able to prevent such situations from happening” (Letter to the People of God, 20 August 2018). An important part of this process will be to conduct a serious investigation into the facts of what took place in the past and to assist the survivors of the residential schools to experience healing from the traumas they suffered.

I trust and pray that Christians and civil society in this land may grow in the ability to accept and respect the identity and the experience of the indigenous peoples. It is my hope that concrete ways can be found to make those peoples better known and esteemed, so that all may learn to walk together. For my part, I will continue to encourage the efforts of all Catholics to support the indigenous peoples. I have done so on other occasions and in various places, through meetings, appeals and also through the writing of an Apostolic Exhortation. I realize that all this will require time and patience. We are speaking of processes that must penetrate hearts. My presence here and the commitment of the Canadian Bishops are a testimony to our will to persevere on this path.

Dear friends, this pilgrimage is taking place over several days and in places far distant from one another; even so, it will not allow me to accept the many invitations I have received to visit centres like Kamloops, Winnipeg and various places in Saskatchewan, Yukon and the Northwest Territories. Although it is not possible, please know that all of you are in my thoughts and in my prayer. Know that I am aware of the sufferings and traumas, the difficulties and challenges, experienced by the indigenous peoples in every region of this country. The words that I speak throughout this penitential journey are meant for every native community and person. I embrace all of you with affection.

On this first step of my journey, I have wanted to make space for memory. Here, today, I am with you to recall the past, to grieve with you, to bow our heads together in silence and to pray before the graves. Let us allow these moments of silence to help us interiorize our pain. Silence. And prayer. In the face of evil, we pray to the Lord of goodness; in the face of death, we pray to the God of life. Our Lord Jesus Christ took a grave, which seemed the burial place of every hope and dream, leaving behind only sorrow, pain and resignation, and made it a place of rebirth and resurrection, the beginning of a history of new life and universal reconciliation. Our own efforts are not enough to achieve healing and reconciliation: we need God’s grace. We need the quiet and powerful wisdom of the Spirit, the tender love of the Comforter. May he bring to fulfilment the deepest expectations of our hearts. May he take us by the hand and enable us to advance together on our journey.

[01124-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Frau Generalgouverneurin,
Herr Premierminister,
liebe indigene Bevölkerungen von Maskwacis und dieses kanadischen Bodens,
liebe Brüder und liebe Schwestern!

Ich habe darauf gewartet, zu euch zu gelangen. Von hier aus, von diesem traurig stimmenden Ort, möchte ich mit dem beginnen, was ich innerlich beabsichtige: eine Bußwallfahrt. Ich komme in eure Heimat, um euch persönlich zu sagen, dass ich voller Kummer bin, und um Gott um Vergebung, Heilung und Versöhnung zu bitten, um euch meine Nähe zu zeigen, um mit euch und für euch zu beten.

Ich erinnere mich an die Begegnungen, die vor vier Monaten in Rom stattgefunden haben. Damals waren mir zwei Paar Mokassins als Pfand überreicht worden, die Zeichen für das Leid der indigenen Kinder sind, insbesondere derjenigen, die aus den Residential Schools leider nicht mehr nach Hause zurückkehrten. Man hatte mich gebeten, die Mokassins bei meiner Ankunft in Kanada zurückzugeben; ich habe sie mitgebracht und werde dies am Ende dieser Ansprache tun, bei der ich dieses Symbol als Ausgangspunkt nehmen möchte, das in mir in den letzten Monaten Schmerz, Empörung und Scham hervorgerufen hat. Die Erinnerung an diese Kinder erfüllt uns mit Trauer und ruft zum Handeln auf, damit jedes Kind mit Liebe, Würde und Respekt behandelt wird. Aber diese Mokassins erzählen uns auch von einer Reise, einem Weg, den wir gemeinsam beschreiten wollen. Gemeinsam gehen, gemeinsam beten, gemeinsam arbeiten, damit die Leiden der Vergangenheit einer Zukunft der Gerechtigkeit, Heilung und Versöhnung Platz machen.

Deshalb findet die erste Etappe meiner Pilgerreise unter euch in dieser Region statt, in der seit jeher die indigenen Bevölkerungen anwesend sind. Es ist ein Gebiet, das zu uns spricht, das uns gestattet, zu gedenken.

Gedenken: Brüder und Schwestern, ihr lebt seit Tausenden von Jahren auf diesem Boden mit einer Lebensweise, die die Erde selbst respektiert und die ihr von früheren Generationen geerbt habt und für künftige Generationen bewahrt. Ihr habt sie als ein Geschenk des Schöpfers behandelt, das mit anderen geteilt und in Harmonie mit allem, was existiert, geliebt werden soll, in einer lebendigen Verbindung zwischen allen Lebewesen. So habt ihr gelernt, einen Familien- und Gemeinschaftssinn zu pflegen und starke Bindungen zwischen den Generationen zu entwickeln, indem ihr die älteren Menschen ehrt und euch um die Kleinen sorgt. Wie viele gute Bräuche und Lehren, die sich auf die Aufmerksamkeit für die anderen und die Liebe zur Wahrheit, auf Mut und Respekt, auf Demut und Ehrlichkeit, auf Lebensweisheit stützen!

Aber wenn dies die ersten Schritte in diesen Gebieten waren, führt uns das Gedächtnis leider zu den nachfolgenden. Der Ort, an dem wir uns jetzt befinden, ruft in mir einen Schmerzensschrei hervor, einen unterdrückten Schrei, der mich in diesen Monaten begleitet hat. Ich denke an die Tragödie, die so viele von euch, eure Familien, eure Gemeinschaften erlitten haben; an das, was ihr mir über das Leid, das ihr in den Residential Schools ertragen musstet, erzählt habt. Dies sind traumatische Erfahrungen, die in gewisser Weise jedes Mal wieder durchlebt werden, wenn sie in Erinnerung gerufen werden, und ich bin mir bewusst, dass auch unsere heutige Begegnung Erinnerungen wachrufen, Wunden aufreißen kann und dass viele von euch Schwierigkeiten haben könnten, während ich spreche. Aber es ist richtig, zu gedenken, denn Vergessen führt zu Gleichgültigkeit, und, wie gesagt wurde, »das Gegenteil der Liebe ist nicht der Hass, sondern die Gleichgültigkeit ... das Gegenteil des Lebens ist nicht der Tod, sondern die Gleichgültigkeit gegenüber dem Leben oder dem Tod« (E. Wiesel, 12. April 1999). Das Gedenken an die verheerenden Erfahrungen in den Residential Schools macht uns betroffen, empört uns, schmerzt uns, aber es ist notwendig.

Es ist notwendig, daran zu erinnern, dass die Politik der Assimilierung und Entrechtung („enfranchisement“), zu der auch das System der Residential Schools gehörte, für die Menschen in diesen Gebieten verheerend war. Als die ersten europäischen Siedler dort ankamen, bot sich die große Chance, eine fruchtbare Begegnung von Kulturen, Traditionen und Spiritualität zu entwickeln. Dies ist jedoch größtenteils nicht geschehen. Und ich erinnere mich erneut an eure Berichte: wie die Assimilationspolitik dazu führte, dass die indigenen Völker systematisch an den Rand gedrängt wurden; wie auch durch das System der Residential Schools eure Sprachen und eure Kulturen verunglimpft und unterdrückt wurden; und wie Kinder körperlich und verbal, psychologisch und spirituell misshandelt wurden; wie sie von klein auf von zu Hause weggeholt wurden und wie dies die Beziehung zwischen Eltern und Kindern, Großeltern und Enkeln unauslöschlich gezeichnet hat.

Ich danke euch, dass ihr all das in mein Herz habt eintreten lassen, dass ihr die schweren Bürden, die ihr tragt, hervorgeholt habt, dass ihr dieses blutende Gedächtnis mit mir geteilt habt. Ich bin heute hier, auf diesem Boden, der neben einem alten Gedächtnis die Narben noch offener Wunden trägt. Ich bin hier, weil der erste Schritt dieser Bußpilgerfahrt unter euch darin besteht, meine Bitte um Vergebung zu erneuern und euch von Herzen zu sagen, dass ich zutiefst betrübt bin: Ich bitte um Verzeihung für die Art und Weise, in der leider viele Christen die Mentalität der Kolonialisierung der Mächte unterstützt haben, die die indigenen Völker unterdrückt haben. Ich bin schmerzlich betrübt. Ich bitte um Vergebung, insbesondere für die Art und Weise, in der viele Mitglieder der Kirche und der Ordensgemeinschaften, auch durch Gleichgültigkeit, an den Projekten der kulturellen Zerstörung und der erzwungenen Assimilierung durch die damaligen Regierungen mitgewirkt haben, die im System der Residential Schools ihren Höhepunkt fanden.

Obgleich die christliche Nächstenliebe zugegen war und es nicht wenige vorbildliche Fälle der Einsatzbereitschaft für die Kinder gab, waren die Folgen der mit den Residential Schools verbundenen Politik insgesamt katastrophal. Der christliche Glaube sagt uns, dass dies ein verheerender Fehler war, der mit dem Evangelium von Jesus Christus unvereinbar ist. Es schmerzt, zu wissen, dass der feste Boden der Werte, der Sprache und der Kultur, der euren Bevölkerungen einen unverfälschten Sinn für die Identität verliehen hat – das schmerzt, zu wissen - ausgehöhlt wurde und dass ihr weiterhin den Preis dafür zahlt. Angesichts dieses empörenden Übels kniet die Kirche vor Gott nieder und bittet um Vergebung für die Sünden ihrer Kinder (vgl. Johannes Paul II, Bulle Incarnationis mysterium [29. November 1998], 11: AAS 91 [1999], 140). Ich möchte dies mit Beschämung und Klarheit wiederholen: Ich bitte demütig um Vergebung für das Böse, das von so vielen Christen an den indigenen Bevölkerungen begangen wurde.

Liebe Brüder und Schwestern, viele von euch und euren Vertretern haben gesagt, dass die Abbitte nicht ein Zielpunkt ist. Ich stimme voll und ganz zu: Sie stellt nur den ersten Schritt dar, den Ausgangspunkt. Ich bin mir auch bewusst: »Wenn wir auf die Vergangenheit blicken, ist es nie genug, was wir tun, wenn wir um Verzeihung bitten und versuchen, den entstandenen Schaden wiedergutzumachen. Schauen wir in die Zukunft, so wird es nie zu wenig sein, was wir tun können, um eine Kultur ins Leben zu rufen, die in der Lage ist, dass sich solche Situationen nicht nur nicht wiederholen, sondern auch keinen Raum finden« (Schreiben an das Volk Gottes, 20. August 2018). Ein wichtiger Teil dieses Prozesses ist, eine ernsthafte Suche nach der Wahrheit über die Vergangenheit durchzuführen und den Überlebenden der Residential Schools zu helfen, Heilungswege von den erlittenen traumatischen Erfahrungen zu beschreiten.

Ich bete und hoffe, dass die Christen und die Gesellschaft in diesem Land in ihrer Fähigkeit wachsen, die Identität und Erfahrung der indigenen Bevölkerungen anzunehmen und zu achten. Ich wünsche mir, dass konkrete Wege gefunden werden, sie kennen und schätzen zu lernen, wobei alle lernen müssen, miteinander zu gehen. Meinerseits werde ich weiterhin zum Einsatz aller Katholiken für die indigenen Völker ermutigen. Ich habe dies bei anderen Gelegenheiten und an verschiedenen Orten getan, durch Begegnungen, Appelle und auch durch ein Apostolisches Schreiben. Ich weiß, dass all dies Zeit und Geduld erfordert: Es handelt sich um Prozesse, die in die Herzen eintreten müssen, und meine Anwesenheit hier und das Engagement der kanadischen Bischöfe sind ein Zeugnis für den Willen, auf diesem Weg voranzuschreiten.

Liebe Freunde, diese Pilgerreise erstreckt sich über mehrere Tage und wird weit voneinander entfernte Orte erreichen. Dennoch wird es mir nicht möglich sein, den vielen Einladungen nachzukommen und Zentren wie Kamloops, Winnipeg, verschiedene Orte in Saskatchewan, dem Yukon und den Gebieten des Nordwestens zu besuchen. Auch wenn das nicht möglich ist, sollt ihr wissen, dass ich mit meinen Gedanken und meinem Gebet bei euch bin. Ihr sollt wissen, dass ich die Leiden, die traumatischen Erfahrungen und die Herausforderungen der indigenen Völker in allen Regionen dieses Landes kenne. Meine Worte, die ich auf diesem Weg der Buße gesprochen habe, richten sich an alle indigenen Gemeinschaften und Personen, die ich von Herzen umarme.

In dieser ersten Phase wollte ich Raum für das Gedächtnis schaffen. Heute bin ich hier, um an die Vergangenheit zu erinnern, um mit euch zu weinen, um in Stille auf die Erde zu blicken, um an den Gräbern zu beten. Lassen wir es zu, dass die Stille uns allen helfe, die Trauer zu verinnerlichen. Schweigen. Und Gebet: Beten wir angesichts des Bösen zum Herrn des Guten; beten wir angesichts des Todes zum Gott des Lebens. Der Herr Jesus Christus hat aus einem Grab, der Endstation der Hoffnung, angesichts dessen sich alle Träume aufgelöst hatten und nur noch Trauer, Schmerz und Resignation zurückblieben, aus einem Grab hat er den Ort der Neugeburt, der Auferstehung gemacht, von dem aus eine Geschichte des neuen Lebens und der universalen Versöhnung ausgegangen ist. Unsere Bemühungen genügen nicht, um zu heilen und zu versöhnen, es bedarf seiner Gnade: Es bedarf der milden und starken Weisheit des Geistes, der Zärtlichkeit des Trösters. Möge er derjenige sein, der die Erwartungen der Herzen erfüllt. Möge er uns an die Hand nehmen. Möge er derjenige sein, der uns gemeinsam gehen lässt.

[01124-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

Senhora Governadora Geral,
Senhor Primeiro-Ministro,
Queridas populações indígenas de Maskwacis e desta terra canadiana,
Queridos irmãos e queridas irmãs!

Aguardava pelo momento de chegar ao vosso meio. Quero iniciar daqui, deste lugar tristemente evocativo, o que tenho em mente fazer: uma peregrinação, uma peregrinação penitencial. Chego às vossas terras nativas para vos exprimir, pessoalmente, o meu pesar, implorar de Deus perdão, cura e reconciliação, manifestar-vos a minha proximidade, rezar convosco e por vós.

Recordo os encontros que tivemos em Roma, há quatro meses. Naquela altura, foram-me entregues, como penhor, dois pares de mocassins, sinal das tribulações sofridas pelas crianças indígenas, particularmente por aquelas que, infelizmente, não mais regressaram a casa das escolas residenciais. Pediram-me para restituir os mocassins quando chegasse ao Canadá; trouxe-os e restituí-los-ei no final destas palavras, inspiradas precisamente neste símbolo que foi reavivando em mim, nos meses passados, o pesar, a indignação e a vergonha. A recordação daqueles meninos infunde consternação e incita a agir para que toda a criança seja tratada com amor, veneração e respeito. Mas estes mocassins falam-nos também dum caminho, dum percurso que desejamos fazer juntos. Caminhar juntos, rezar juntos, trabalhar juntos, para que os sofrimentos do passado dêem lugar a um futuro de justiça, cura e reconciliação.

Por isso mesmo, a primeira etapa da minha peregrinação entre vós desenrola-se nesta região que conhece, desde tempos imemoriais, a presença das populações indígenas. É um território que nos fala, que permite fazer memória.

Fazer memória: irmãos e irmãs, vivestes neste território, durante milhares de anos, com estilos de vida que respeitaram a própria terra, herdada das gerações passadas e guardada para as futuras. Tratastes-la como um dom do Criador que há de ser partilhado com os outros e amado na harmonia com tudo o que existe, numa interconexão vital de todos os seres vivos. Assim aprendestes a nutrir um sentido de família e de comunidade, e desenvolvestes laços sólidos entre as gerações, honrando os idosos e cuidando dos pequeninos. Quantos bons costumes e ensinamentos, centrados na atenção pelos outros e no amor pela verdade, na coragem e no respeito, na humildade e na honestidade, na sabedoria de vida!

Mas, se estes foram os primeiros passos dados nestes territórios, a memória leva-nos, tristemente, aos seguintes. O lugar, onde agora nos encontramos, faz repercutir em mim um grito de dor, um brado sufocado que me acompanhou nestes meses. Repasso o drama sofrido por muitos de vós, pelas vossas famílias, pelas vossas comunidades; repasso o que partilhastes comigo sobre as tribulações sofridas nas escolas residenciais. São traumas que, de certo modo, revivem sempre que se evocam, dando-me conta de que também o nosso encontro de hoje pode despertar recordações e feridas e muitos de vós poderiam sentir embaraço enquanto falo. Mas é justo fazer memória, porque o esquecimento leva à indiferença e, como já foi dito, «o contrário do amor não é o ódio, é a indiferença (...), o contrário da vida não é a morte, mas a indiferença face à vida ou à morte» (E. Wiesel). Fazer memória das experiências devastadoras que aconteceram nas escolas residenciais impressiona-nos, indigna-nos e entristece-nos, mas é necessário.

É necessário recordar como as políticas de assimilação e alforria, que incluíam o sistema das escolas residenciais, foram devastadoras para as pessoas destas terras. Quando os colonizadores europeus chegaram aqui pela primeira vez, deparava-se-lhes a grande oportunidade de desenvolver um encontro fecundo entre culturas, tradições e espiritualidades. Mas isso, em grande parte, não aconteceu. E voltam-me à mente os vossos relatos: de como as políticas de assimilação acabaram por marginalizar sistematicamente os povos indígenas; de como as vossas línguas e as vossas culturas, também através do sistema das escolas residenciais, foram denegridas e suprimidas; de como as crianças foram submetidas a abusos físicos e verbais, psicológicos e espirituais; de como foram levadas das suas casas quando eram pequeninas e de como isso afetou indelevelmente a relação entre os pais e os filhos, os avós e os netos.

Agradeço-vos por me terdes feito entrar no coração tudo isto, por terdes mostrado os fardos pesados que carregais no vosso íntimo, por terdes partilhado comigo esta memória sanguinolenta. Encontro-me hoje nesta terra que, a par duma memória antiga, guarda as cicatrizes de feridas ainda abertas. Estou aqui, porque o primeiro passo desta peregrinação penitencial no meio de vós é o de vos renovar o pedido de perdão e dizer com todo o coração que o deploro profundamente: peço perdão pelas formas em que muitos cristãos, infelizmente, apoiaram a mentalidade colonizadora das potências que oprimiram os povos indígenas. Sinto pesar. Peço perdão, em particular pelas formas em que muitos membros da Igreja e das comunidades religiosas cooperaram, inclusive através da indiferença, naqueles projetos de destruição cultural e assimilação forçada dos governos de então, que culminaram no sistema das escolas residenciais.

Embora estivesse presente a caridade cristã e tivesse havido não poucos casos exemplares de dedicação às crianças, as consequências globais das políticas ligadas às escolas residenciais foram catastróficas. A fé cristã diz-nos que se tratou dum erro devastador, incompatível com o Evangelho de Jesus Cristo. Pesa saber que sobre aquele terreno compacto de valores, língua e cultura, que conferiu às vossas populações um genuíno sentido de identidade, se tenha abatido a erosão, de que continuais a pagar as consequências. Perante este mal que indigna, a Igreja ajoelha-se diante de Deus e implora o perdão para os pecados dos seus filhos (cf. S. João Paulo II, Bula Incarnationis mysterium, 29 de novembro de 1998, 11: AAS 91, 1999, 140). Desejo reiterá-lo claramente e com vergonha: peço humildemente perdão pelo mal cometido por tantos cristãos contra as populações indígenas.

Queridos irmãos e irmãs, muitos de vós e dos vossos representantes afirmaram que o pedido de desculpa não é ponto de chegada. Concordo perfeitamente: constituem apenas o primeiro passo, o ponto de partida. Estou ciente, também eu, de que, «olhando para o passado, nunca será suficiente o que se faça para pedir perdão e procurar reparar o dano causado», e de que, «olhando para o futuro, nunca será pouco tudo o que for feito para gerar uma cultura capaz de evitar que essas situações não só não aconteçam, mas que não encontrem espaços para serem ocultadas e perpetuadas» (Francisco, Carta ao Povo de Deus, 20 de agosto de 2018). Parte importante deste processo é efetuar uma busca séria da verdade sobre o passado e ajudar os sobreviventes das escolas residenciais a empreender percursos de cura dos traumas sofridos.

Rezo e espero que os cristãos e a sociedade desta terra cresçam na capacidade de acolher e respeitar a identidade e a experiência das populações indígenas. Faço votos de que se encontrem vias concretas para as conhecer e apreciar, aprendendo a caminhar todos juntos. Da minha parte, continuarei a encorajar o empenho de todos os católicos em favor dos povos indígenas. Já o fiz noutras ocasiões e em vários lugares, por meio de encontros, apelos e mesmo através duma Exortação Apostólica. Sei que tudo isto requer tempo e paciência: trata-se de processos que devem penetrar nos corações, e a minha presença aqui e o empenho dos Bispos canadianos dão testemunho da vontade de avançar por este caminho.

Queridos amigos, embora esta peregrinação se estenda por alguns dias e toque lugares distantes entre si, todavia não me permitirá atender a muitos convites recebidos para visitar centros como Kamloops, Winnipeg, vários lugares em Saskatchewan, no Yukon e nos Territórios do Noroeste. Apesar disso não ser possível, sabei que vos tenho a todos no meu pensamento e na minha oração. Sabei que conheço o sofrimento, os traumas e os desafios dos povos indígenas em todas as regiões deste país. As minhas palavras pronunciadas ao longo deste caminho penitencial são dirigidas a todas as comunidades e pessoas nativas, que abraço de coração.

Nesta primeira etapa, quis dar espaço à memória. Hoje, estou aqui a recordar o passado, chorar convosco, contemplar em silêncio a terra, rezar junto das sepulturas. Deixemos que o silêncio nos ajude, a todos, a interiorizar o pesar. Silêncio. E oração: frente ao mal, rezamos ao Senhor do bem; frente à morte, rezamos ao Deus da vida. Dum túmulo – termo último da esperança perante o qual se desvaneceram todos os sonhos ficando apenas pranto, pesar e resignação – o Senhor Jesus Cristo fez o lugar do renascimento, da ressurreição, donde partiu uma história de vida nova e reconciliação universal. Não bastam os nossos esforços para curar e reconciliar, é precisa a sua graça: precisamos da sabedoria serena e forte do Espírito, da ternura do Consolador. Seja Ele a preencher as expetativas dos corações. Seja Ele a tomar-nos pela mão. Seja Ele a fazer-nos caminhar juntos.

[01124-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

Pani Gubernator Generalna,
Panie Premierze,
drodzy rdzenni mieszkańcy Maskwacis i tej kanadyjskiej ziemi,
drodzy bracia i drogie siostry!

Czekałem na to, żeby przybyć do was. To stąd, z tego miejsca o tak smutnej wymowie pragnę rozpocząć to, co noszę w sercu: pielgrzymkę pokutną. Przybywam na wasze rodzinne ziemie, aby osobiście powiedzieć wam, że jestem zasmucony, aby błagać Boga o przebaczenie, uzdrowienie i pojednanie, aby okazać wam moją bliskość, aby modlić się z wami i za was.

Wspominam spotkania, które odbyłem w Rzymie cztery miesiące temu. Dostałem wtedy w zastaw dwie pary mokasynów, znak cierpienia, jakiego doznały dzieci z rdzennych ludów, zwłaszcza te, które niestety więcej nie wróciły do domów ze szkół rezydencjalnych. Poproszono mnie o zwrot tych mokasynów po przyjeździe do Kanady; przywiozłem je i tym gestem zakończę moje słowa, w których chciałbym się odwołać do tego właśnie symbolu, który w ciągu minionych miesięcy na nowo rozpalił we mnie żal, oburzenie i wstyd. Pamięć o tych dzieciach budzi strapienie i wzywa do działania, aby każde dziecko było traktowane z miłością, czcią i szacunkiem. Ale te mokasyny mówią nam również o podróży, o drodze, którą chcemy wspólnie przebyć. O wspólnym podążaniu naprzód, wspólnym modleniu się i wspólnym działaniu, aby cierpienia z przeszłości ustąpiły miejsca przyszłości, która będzie wypełniona sprawiedliwością, uzdrowieniem i pojednaniem.

Z tego właśnie względu pierwszy etap mojej pielgrzymki pośród was odbywa się w tym regionie, który obejmuje, od niepamiętnych czasów, obecność ludów rdzennych. Jest to terytorium, które do nas przemawia, które pozwala nam upamiętniać.

Upamiętnianie: bracia i siostry, żyliście na tej ziemi przez tysiące lat, prowadząc styl życia, który szanował samą ziemię, odziedziczoną po poprzednich pokoleniach i strzeżoną dla przyszłych, które nadejdą. Traktowaliście ją jako dar od Stwórcy, którym należy się dzielić z innymi i który należy kochać w harmonii ze wszystkim, co istnieje, w żywym wzajemnym powiązaniu ze wszystkimi istotami żywymi. W ten sposób nauczyliście się pielęgnować sens rodziny i wspólnoty, rozwinęliście silne więzi między pokoleniami, czcząc starszych i troszcząc się o młodych. Jak wiele tu dobrych zwyczajów i nauk, skupionych na trosce o innych i umiłowaniu prawdy, na odwadze i szacunku, na pokorze i uczciwości, na mądrości życiowej!

Ale, o ile tak wyglądały pierwsze kroki podejmowane na tych terenach, o tyle pamięć zasmucająco prowadzi nas ku następnym. Miejsce, w którym teraz jesteśmy sprawia, że rozbrzmiewa we mnie bolesne wołanie, zduszony krzyk, który towarzyszył mi przez te miesiące. Myślę o tragedii, doznanej przez wielu z was, wasze rodziny, wasze wspólnoty; o tym, czym podzieliliście się ze mną na temat cierpienia, jakie znosiliście w szkołach rezydencjalnych. Są to traumy, które w pewnym sensie są przeżywane na nowo za każdym razem, gdy zostają przywołane, i zdaję sobie sprawę, że nawet nasze dzisiejsze spotkanie może obudzić wspomnienia i rany, i że wielu z was trudno będzie słuchać moich słów. Mimo wszystko, upamiętnianie jest słuszne, bo zapomnienie prowadzi do obojętności, a jak powiedziano, „przeciwieństwem miłości nie jest nienawiść, lecz jest nim obojętność... przeciwieństwem życia nie jest śmierć, lecz obojętność na życie lub śmierć” (E. Wiesel). Upamiętnianie druzgocących doświadczeń, które miały miejsce w szkołach rezydencjalnych, porusza nas, oburza, rodzi w nas ból, ale jest konieczne.

Trzeba pamiętać o tym, w jaki sposób polityka asymilacji i emancypacji, która obejmowała system szkół rezydencjalnych, była niszcząca dla mieszkańców tych ziem. Kiedy po raz pierwszy przybyli tam osadnicy europejscy, pojawiła się wielka szansa rozwoju owocnego spotkania między kulturami, tradycjami i duchowościami. Zasadniczo jednak do niego nie doszło. I przypominają mi się wasze opowieści: o tym, jak polityka asymilacji zakończyła się systematyczną marginalizacją rdzennej ludności; także o tym, jak poprzez system szkół rezydencjalnych, wasze języki i wasze kultury były oczerniane i tłamszone; i jak dzieci doznały znęcania się fizycznego i słownego, psychologicznego i duchowego nad sobą; jak, gdy były malutkie, zabierano je z ich domów, i jak odcisnęło się to trwałym piętnem na relacjach między rodzicami a dziećmi, dziadkami a wnukami.

Dziękuję wam, że sprawiliście, iż to wszystko znalazło się w moim sercu, że wydobyliście na światło dzienne brzemiona, które nosicie w sobie, że podzieliliście się ze mną tymi krwawiącymi wspomnieniami. Dziś jestem tu, na tej ziemi, która wraz z dawną pamięcią strzeże śladów ran, które wciąż są otwarte: jestem tu, ponieważ pierwszym krokiem tej pokutnej pielgrzymki pośród was jest ponowna prośba o przebaczenie i powiedzenie wam z serca, że głęboko ubolewam: proszę o przebaczenie za to, w jaki sposób wielu chrześcijan wspierało, niestety, kolonizacyjną mentalność mocarstw, uciskających rdzenne narody. Ubolewam. Proszę o przebaczenie, w szczególności za sposób, w jaki wielu członków Kościoła i wspólnot zakonnych współpracowało, także poprzez obojętność, w tych projektach niszczenia kultury i przymusowej asymilacji, realizowanych przez ówczesne rządy, których kulminacją był system szkół rezydencjalnych.

Chociaż chrześcijańskie miłosierdzie było obecne i niemało było wzorowych przykładów poświęcania się dla dzieci, ogólne konsekwencje polityk związanych ze szkołami rezydencjalnymi okazały się katastrofalne. Wiara chrześcijańska mówi nam, że był to niszczący błąd, nie do pogodzenia z Ewangelią Jezusa Chrystusa. Boli świadomość, że ten solidny fundament wartości, języka i kultury, który dał waszym ludom autentyczne poczucie tożsamości został zniszczony, i boli, że nadal płacicie za to cenę. W obliczu tego oburzającego zła, Kościół klęka przed Bogiem i błaga o przebaczenie za grzechy swoich dzieci (por. Jan Paweł II, Bulla Incarnationis mysterium (29 listopada 1998), 11: AAS 91 (1999), 140). Chciałbym to podkreślić ze wstydem i jasnością: pokornie proszę o przebaczenie za zło popełnione przez tak wielu chrześcijan wobec rdzennej ludności.

Drodzy bracia i siostry, wielu z was i waszych przedstawicieli mówiło, że przeprosiny to nie koniec. W pełni się zgadzam: stanowią one tylko pierwszy krok, punkt wyjścia. Mam też świadomość, że „patrząc w przeszłość, nigdy nie będzie dość proszenia o przebaczenie i prób naprawienia wyrządzonych szkód” oraz że „patrząc w przyszłość, nigdy nie będzie dość tego, co się czyni, aby stworzyć kulturę zdolną do chronienia nie tylko przed powtarzaniem się takich sytuacji, lecz także niedopuszczającą możliwości ich ukrywania i trwania” (List do Ludu Bożego, 20 sierpnia 2018 r.: L'Osservatore Romano, wyd. polskie, n. 8-9 (405)/2018, s. 7). Ważną częścią tego procesu jest przeprowadzenie poważnych poszukiwań prawdy o przeszłości i pomaganie osobom, które przeżyły doświadczenie szkół rezydencjalnych, aby weszły one na drogę uzdrowienia z doznanych traum.

Modlę się i żywię nadzieję, że chrześcijanie i społeczeństwo tej ziemi będą wzrastać w zdolności do przyjęcia i poszanowania tożsamości i doświadczenia ludów tubylczych. Pragnę, aby znaleziono konkretne sposoby, by je poznano i doceniono, ucząc się wspólnego wędrowania. Ze swej strony będę nadal zachęcał do zaangażowania wszystkich katolików na rzecz rdzennych ludów. Czyniłem to przy innych okazjach i w różnych miejscach, poprzez spotkania, apele, a także poprzez adhortację apostolską. Wiem, że to wszystko wymaga czasu i cierpliwości: są to procesy, które, nie wystarczy, że zstąpią z góry, muszą wejść do serc, a moja obecność tutaj i zaangażowanie biskupów kanadyjskich są świadectwem woli podążania tą drogą.

Drodzy przyjaciele, ta pielgrzymka rozciąga się na kilka dni i dotknie miejsc, które są oddalone od siebie, jednak nie pozwoli mi ona na zrealizowanie wielu zaproszeń i odwiedzenie takich ośrodków jak: Kamloops, Winnipeg, różnych miejsc w Saskatchewan, w Jukonie i Terytoriach Północno-Zachodnich. I choć nie jest to możliwe, wiedzcie, że wszyscy jesteście w moich myślach i w mojej modlitwie. Wiedzcie, że znam cierpienie, traumę i wyzwania rdzennej ludności we wszystkich regionach tego kraju. Moje słowa wypowiedziane podczas tej pielgrzymki pokutnej są skierowane do wszystkich rdzennych wspólnot i osób, których ogarniam całym sercem.

W tym pierwszym etapie chciałem stworzyć przestrzeń dla upamiętnienia. Dziś jestem tu, by wspominać przeszłość, by płakać wraz z wami, by w milczeniu patrzeć na ziemię, by modlić się przy grobach. Pozwólmy, aby milczenie pomogło nam wszystkim w przyswojeniu sobie cierpienia. Milczenie. I modlitwa: w obliczu zła módlmy się do Pana dobra; w obliczu śmierci módlmy się do Boga życia. Z grobu, ostatniego przystanku nadziei, przed którym zniknęły wszelkie marzenia i pozostał tylko płacz, ból i rezygnacja, Pan Jezus Chrystus uczynił miejsce odrodzenia, zmartwychwstania, od którego rozpoczęła się historia nowego życia i powszechnego pojednania. Nasze wysiłki nie wystarczą, uzdrowić i pojednać, potrzebna Jego Łaska: potrzebna łagodna i mężna mądrość Ducha, czułość Pocieszyciela. Niech On będzie Tym, który wypełni oczekiwania serc. Niech On weźmie nas za rękę. Niech On będzie Tym, który sprawi, że będziemy szli razem.

[01124-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua araba

الزيارة الرسوليّة إلى كندا

كلمة قداسة البابا فرنسيس

إلى الشّعوب الأصليّة ”الأمّم الأولى“، وميتيس وإنويت

(First Nations, Métis, Inuit)

في ماسكواسيس (Maskwacis)

الاثنين 25 تموز/يوليو 2022

السّيّدة الحاكم العام،

السّيّد رئيس الوزراء،

السّكان الأصليّون الأعزّاء في ماسكواسيس وفي كلّ أرض كندا،

أيّها الإخوة والأخوات الأعزّاء،

انتظرتُ صابرًا حتى آتي بينكم. ومن هنا، من هذا المكان الذي يحمل ذكريات حزينة، أودّ أن أبدأ ما في قلبي: رحلة توبة. أتيت إلى موطنكم الأصلّي لأقول لكم شخصيًّا إني أشعر بحزن، ولأطلب من الله المغفرة والشفاء والمصالحة، ولأعبِّر عن قربي منكم، ولأصلِّي معكم ومن أجلكم.

أتذكّر الاجتماعات التي عُقِدَت في روما منذ أربعة أشهر. قدَّمْتم لي إذاك زوجَي أحذية أطفال، علامةً على المعاناة التي عانى منها أطفال السّكان الأصليّين، وخاصّة الذين للأسف لم يعودوا قط إلى بيوتهم من المدارس الداخليّة الإجباريّة. وطلبتم مني إعادة هذين الحذاءين عند وصولي إلى كندا. لقد أحضرتهما وسأعيدهما إليكم بعد نهاية كلمتي هذه. وأودّ أن أستفيد من هذا الرمز لأبدأ به كلمتي. إنّه رمز أثار فيَّ، في الأشهر الماضيّة، الألم والسّخط والخجل. إنّ ذكرى هؤلاء الأطفال يملأني بحزن، ويحثّنا على اتخاذ الإجراءات اللازمة حتى يعامل كلّ طفل بحبّ وتقدير واحترام. هذه الأحذية تحدِّثنا أيضًا عن رحلة، وعن مسيرة نريد القيام بها معًا. نسير معًا، ونصلّي معًا، ونعمل معًا، حتى تزول آلام الماضيّ، وحتى يحلّ محلّه مستقبل فيه عدل وشفاء ومصالحة.

لهذا، تبدأ المرحلة الأولى من حِجَّتي ورحلة التوبة هذه بينكم، في هذه المنطقة التي شهدت، منذ زمن بعيد، حضور الشّعوب الأصليّة. إنّها منطقة تخاطبنا، وتسمح لنا بأن نتذكّر.

نتذكّر: أيّها الإخوة والأخوات، لقد عشتم في هذه الأرض منذ آلاف السّنين بأنماط حياة احترمت الأرض نفسها، التي ورثتموها من الأجيال السابقة وحفظتموها لأجيال المستقبل. عاملتموها على أنّها هبة من الخالق تتقاسمونها مع الآخرين، وتحبّونها بالانسجام مع كلّ الخليقة، في ترابط شديد بين جميع الكائنات الحيّة. وهكذا تعلّمتم أن تغذوا في نفوسكم حِسًّا مرتبطًا بالعائلة والجماعة، وأنشأتم روابط متينة بين الأجيال، فكرَّمْتم كباركم ورعيتم صغاركم. كم من العادات والتعالّيم الصّالحة التي تتركّز على الاهتمام بالآخرين وحبّ الحقيقة، والشّجاعة والاحترام، والتواضع والأمانة، وحكمة الحياة!

هذه كانت الخطوات الأولى في هذه المناطق. لكن الذكرى للأسف تأخذنا إلى ما جاء بعدها. المكان الذي نحن فيه الآن ينتزع مني صرخة ألم تدوّي في داخليّ، صرخة ظلّت مكتومة في صدري ورافقتني في الأشهر الماضيّة. أعود بالذاكرة إلى المأساة التي عانى منها الكثيرون منكم، وعائلاتكم وجماعاتكم، وإلى ما شاركتموني فيه حول مآسي المدارس الداخليّة الإجباريّة. إنّها صدمات، تعود نوعًا ما إلى الحياة في كلّ مرة نذكرها، وأدرك أنّه حتى اجتماعنا اليوم يمكن أن يوقظ الذكريات والجروح، وأنّ الكثيرين منكم قد يشعرون بالضيق الآن وأنا أكلّمكم. لكن من العدل أن نتذكّر، لأنّ النسيان يؤدي إلى اللامبالاة، وكما قيل، "نقيض الحبّ ليس الكراهية، بل اللامبالاة... ونقيض الحياة ليس الموت، بل اللامبالاة تجاه الحياة أو الموت" (إ. فِيزِل - E. Wiesel). ذكرى الخبرات المدمّرة التي حدثت في المدارس الداخليّة الإجباريّة أمر مذهل، يثير الغضب، والوجع، لكنّه ضروريّ.

من الضّروريّ أن نتذكّر كيف كانت مدمّرة، لأهاليّ هذه الأراضيّ، سياسات الاستيعاب والتّحرير، التي شملت أيضًا نظام المدارس الداخليّة الإجباريّة. عندما وصل المستوطنون الأوروبيّون إلى هنا للمرة الأولى، كانت هناك فرصة كبيرة لتطوير لقاء مثمر بين الثقافات والتّقاليد والرّوحانيات. لكن هذا على الأغلب لم يحدث. وتتبادر إلى ذهني قصصكم: كيف أدّت سياسات الاستيعاب إلى تهميش الشّعوب الأصليّة بصورة ممنهجة، وكيف تمّ أيضًا تشويه وإلغاء لغاتكم وثقافاتكم من خلال نظام المدارس الداخليّة الإجباريّة، وكيف تعرّض الأطفال إلى اعتداءات جسديّة ولفظيّة، ونفسيّة وروحيّة. وكيف تمّ اختطافهم بعيدًا عن بيوتهم وأهلهم عندما كانوا صغارًا، وكيف ترك ذلك أثرًا بالغًا لا يمحى في العلاقة بين الآباء والأبناء والأجداد والأحفاد.

أشكّركم لأنّكم أدخلتم كلّ هذا في قلبي، لأنّكم أخرجتم الأحمال الثقيلة التي حملتموها في داخلكم، وشاركتموني في هذه الذكرى الداميّة. اليوم أنا هنا، في هذه الأرض التي تحمل، إلى جانب ذكرياتها العريقة، ندوب جروح ما زالت مفتوحة: أنا هنا، حتى تكون الخطوة الأولى في رحلة الحجّ والتوبة هذه بينكم هي تجديد طلب المغفرة منكم، وحتى أقول لكم، بكلّ قلبي، إني حزين جدًّا. أطلب المغفرة للطرق التي دعم بها، للأسف، العديد من المسحيّين العقليّة الاستعماريّة للسّلطات التي اضطهدت الشّعوب الأصليّة. فأنا متألّم بألمكم. وأطلب المغفرة، ولا سيّما، للطرق التي تعاون بها العديد من أعضاء الكنيسة والجماعات الرهبانيّة، وأيضًا للامبالاة التي أظهروها، في تلك المشاريع المدمّرة للثقافات، وفي الاستيعاب القسري التي لجأت إليها حكومات ذلك الوقت، والتي بلغت ذروتها في نظام المدارس الداخليّة الإجباريّة.

على الرّغم من أنّ المحبّة المسيحيّة كانت حاضرة، وكانت هناك حالات مثاليّة، ليست قليلة، في التفاني من أجل الأطفال، إلّا أنّ النتائج الإجمالية لسياسة المدارس الداخليّة الإجباريّة كانت كارثيّة. ما يقوله لنا الإيمان المسيحيّ هو أنّه كان هناك خطأٌ فادح لا يتَّفق مع إنجيل يسوع المسيح. من المؤلّم أن نعلَم أنّ هذه الأرض المليئة بالقيَم واللغات والثقافة، والتي أعطت شعوبكم إحساسًا عفوِيًّا بالهوية، قد دُمِّرَت، وأنتم ما زلتم تتحملّون النتائج. أمام هذا الشّرّ الذي يثير السّخط، تجثو الكنيسة أمام الله وتطلب المغفرة عن خطايا أبنائها (راجع القدّيس يوحنا بولس الثاني، براءة سرّ التجسّد، [29 تشرين الثاني/نوفمبر 1998]، 11: أعمال الكرسيّ الرّسوليّ 91 [1999]، 140). وأريد أن أكرّر بخجل ووضوح: أطلب بتواضع الصفح عن الشّرّ الذي ارتكبه العديد من المسيحيّين في حقّ الشّعوب الأصليّة.

أيّها الإخوة والأخوات الأعزّاء، قال العديد منكم ومن ممثليكم أنّ الاعتذار ليس نهاية المطاف. أوافق تمامًا: إنّها الخطوة الأولى فقط، ونقطة الانطلاق. أنا أيضًا أدرك أنّه "حين ننظر إلى الماضي، لا يكفي أبدًا ما نفعله لطلب المغفرة ومحاولة إصلاح الضّرر الذي حصل"، وأنّه "حين ننظر إلى المستقبل، لن يكون أبدًا كثيرًا كلّ ما يتمّ فعله لإحياء ثقافة قادرة على تجنب مثل هذه المواقف، ليس فقط تجنُّب تكرارها، بل يجب ألّا يبقى لها أيّة إمكانية" (رسالة إلى شعب الله، 20 آب/أغسطس 2018). جزء مهم من هذه العمليّة هو إجراء بحث جادّ عن الحقيقة حول الماضي ومساعدة الأحياء الباقين من تلك المدارس الداخليّة الإجباريّة، للشروع في مسارات الشّفاء من الصّدمات التي تعرّضوا لها.

أصلّي وآمل أن ينمو المسيحيّون والمجتمع في هذه الأرض في مقدرتهم على التّرحيب بهوية وخبرة الشّعوب الأصليّة واحترامها. آمل أن يتمّ العثور على طرق عمليّة للتعرّف عليهم وتقديرهم، وتعلُّم السّير جميعًا معًا. من ناحيتي، سأستمرّ في تشجيع التزام جميع الكاثوليك تجاه الشّعوب الأصليّة. لقد فعلت ذلك في مناسبات أخرى وفي أماكن مختلفة، في اللقاءات والنداءات وأيضًا في إرشاد رسوليّ خاص. أعلَم أنّ كلّ هذا يتطلّب وقتًا وصبرًا: فهذه عمليّات يجب أن تدخل في القلوب، ووجودي هنا والتزام الأساقفة الكنديّين هما شهادة على إرادتنا للمضيّ قُدُمًا في هذا الطريق.

أيّها الأصدقاء الأعزّاء، رحلة الحج هذه تمتد بضعة أيام، وتشمل أماكن بعيدة، لكنّها لن تسمح لي أن أقبل الدعوات العديدة، وزيارة مراكز مثل كَامْلُو ووِينِيِبيغ (Kamloops, Winnipeg)، ومواقع مختلفة في ساسكاتشوان (Saskatchewan)، ويوكون (Yukon)، والأقاليم الشماليّة الغربيّة. حتى لو لم يكن ذلك ممكنًا، اعلموا أنّكم جميعًا في أفكاري وصلواتي. اعلموا أنّني أعرف آلام وصدمات وتحديّات الشّعوب الأصليّة في جميع مناطق هذا البلد. كلماتي التي قلتها على طول رحلة التوبة هذه موجّهة إلى جميع الجماعات والسّكان الأصليّين، الذين أعانقهم من كلّ قلبي.

في هذه المرحلة الأولى أردت إفساح المجال للذاكرة. أنا هنا اليوم لأتذكّر الماضي، وأبكي معكم، وأنظر إلى الأرض في صمت، ولأصلّي عند القبور. لندع الصّمت يساعدنا جميعًا على استيعاب الألم. الصّمت. والصّلاة. أمام الشّرّ نصلّي إلى ربّ الخير. وأمام الموت، نصلّي إلى إله الحياة. صنع السّيّد المسيح من القبر، بداية الرّجاء. أمامه اختفت كلّ الأحلام ولم يبق سوى البكاء والألم والاستسلام. وهو جعله مكان ولادة جديدة، مكان القيامة، منها انطلقت قصة حياة جديدة ومصالحة كونيّة. جهودنا ليست كافيّة للشفاء والمصالحة، فنحن بحاجة إلى نعمته: نحن بحاجة إلى حكمة الرّوح الوديعة والقويّة، وإلى حنان الرّوح المعزيّ. ليملأ هو توقعات القلوب. وليأخذ هو بيدنا. وليكن هو الذي يجعلنا نسير معًا.

[01124-AR.02] [Testo originale: Spagnolo]

[B0556-XX.02]