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Viaggio Apostolico di Papa Francesco a Panamá in occasione della XXXIV Giornata Mondiale della Gioventù (23-28 gennaio 2019) – Incontro con i Vescovi dell’America Centrale nella chiesa di San Francisco de Asís di Panamá, 24.01.2019


Incontro con i Vescovi dell’America Centrale nella chiesa di San Francisco de Asís di Panamá

Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Traduzione in lingua araba

Alle ore 11.15 locali (17.15 ora di Roma), il Santo Padre Francesco ha incontrato i Vescovi dell’America Centrale nella chiesa di San Francisco de Asís.

Al Suo arrivo è stato accolto all’ingresso della chiesa da S.E. Mons. José Domingo Ulloa Mendieta, O.S.A., Arcivescovo di Panamá, e da S.E. Mons. José Luis Escobar Alas, Arcivescovo di San Salvador e Presidente del Segretariato episcopale dell’America Centrale (SEDAC), che riunisce i Vescovi delle Conferenze Episcopali di Panamá, El Salvador, Costa Rica, Guatemala, Honduras e Nicaragua.

Dopo l’indirizzo di benvenuto del Presidente del SEDAC, Papa Francesco ha pronunciato il Suo discorso.

Al termine dell’incontro, dopo aver salutato i Cardinali e i cinque Arcivescovi del SEDAC e dopo la foto di gruppo, il Papa è rientrato alla Nunziatura Apostolica.

Pubblichiamo di seguito il discorso che il Santo Padre ha pronunciato nel corso dell’incontro con i Vescovi dell’America Centrale:

Discorso del Santo Padre

Queridos hermanos:

Gracias Mons. José Luis Escobar Alas, arzobispo de San Salvador, por las palabras de bienvenida que me dirigió en nombre de todos, entre los cuales aquí presentes encuentro un amigo de travesuras juveniles, es muy lindo eso. Me alegra poder encontrarlos y compartir de manera más familiar y directa sus anhelos, proyectos e ilusiones de pastores a quienes el Señor confió el cuidado del pueblo santo. Gracias por la fraterna acogida.

Poder encontrarme con ustedes es también “regalarme” la oportunidad de poder abrazar y sentirme más cerca de vuestros pueblos, poder hacer míos sus anhelos, también sus desánimos y, sobre todo, esa fe “corajuda” que sabe alentar la esperanza y agilizar la caridad. Gracias por permitirme acercarme a esa fe probada pero sencilla del rostro pobre de vuestra gente que sabe que «Dios está presente, no duerme, está activo, observa y ayuda» (S. Óscar Romero, Homilía, 16 diciembre 1979).

Este encuentro nos recuerda un evento eclesial de gran relevancia. Los pastores de esta región fueron los primeros que crearon en América un organismo de comunión y participación que ha dado —y sigue dando todavía— abundantes frutos. Me refiero al Secretariado Episcopal de América Central, el SEDAC. Un espacio de comunión, de discernimiento y de compromiso que nutre, revitaliza y enriquece vuestras Iglesias. Pastores que supieron adelantarse y dar un signo que, lejos de ser un elemento solamente programático, indicó cómo el futuro de América Central —y de cualquier región en el mundo— pasa necesariamente por la lucidez y capacidad que se tenga para ampliar la mirada, unir esfuerzos en un trabajo paciente y generoso de escucha, comprensión, dedicación y entrega, y poder así discernir los horizontes nuevos a los que el Espíritu nos está llevando[1] (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 235).

En estos 75 años desde su fundación, el SEDAC se ha esforzado por compartir las alegrías, las tristezas, las luchas y las esperanzas de los pueblos de Centroamérica, cuya historia se entrelazó y forjó con la historia de vuestra gente. Muchos hombres y mujeres, sacerdotes, consagrados, consagradas y laicos, han ofrecido su vida hasta derramar su sangre por mantener viva la voz profética de la Iglesia frente a la injusticia, el empobrecimiento de tantas personas y el abuso de poder. Recuerdo que, siendo un cura joven, el apellido de algunos de ustedes era mala palabra, y la constancia de ustedes mostró el camino, gracias. Ellos nos recuerdan que «quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 107). Y esto, no como limosna sino como vocación.

Entre esos frutos proféticos de la Iglesia en Centroamérica me alegra destacar la figura de san Óscar Romero, a quien tuve el privilegio de canonizar recientemente en el contexto del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes. Su vida y enseñanza son fuente de inspiración para nuestras Iglesias y, de modo particular, para nosotros obispos, él también fue mala palabra, sospechado, excomulgado en los cuchicheos privados de tantos obispos.

El lema que escogió para su escudo episcopal y que preside su lápida expresa de manera clara su principio inspirador y lo que fue su vida de pastor: “Sentir con la Iglesia”. Brújula que marcó su vida en fidelidad, incluso en los momentos más turbulentos.

Este es un legado que puede transformarse en testimonio activo y vivificante para nosotros, también llamados a la entrega martirial en el servicio cotidiano de nuestros pueblos, y en este legado me gustaría basarme para esta reflexión, sentir con la Iglesia. La reflexión que quiero compartir con ustedes bajo la figura de Romero. Sé que entre nosotros hay personas que lo conocieron de primera mano —como el cardenal Rosa Chávez, de quien el cardenal Quarracino me dijo que era candidato al premio Nobel de fidelidad— así que, Eminencia, si considera que me equivoco con alguna apreciación me puede corregir, no hay problema. Apelar a la figura de Romero es apelar a la santidad y al carácter profético que vive en el ADN de vuestras Iglesias particulares.

Sentir con la Iglesia

1. Reconocimiento y gratitud

Cuando san Ignacio propone las reglas para sentir con la Iglesia perdonen la publicidadbusca ayudar al ejercitante a superar cualquier tipo de falsas dicotomías o antagonismos que reduzcan la vida del Espíritu a la habitual tentación de acomodar la Palabra de Dios al propio interés. Así posibilita al ejercitante la gracia de sentirse y saberse parte de un cuerpo apostólico más grande que él mismo y, a la vez, con la consciencia real de sus fuerzas y posibilidades: ni débil, ni selectivo o temerario. Sentirse parte de un todo, que será siempre más que la suma de las partes (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 235) y que está hermanado por una Presencia que siempre lo va a superar (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 8).

De ahí que me gustaría centrar este primer Sentir con la Iglesia, de la mano de san Óscar, como acción de gracias, o sea gratitud por tanto bien recibido, no merecido. Romero pudo sintonizar y aprender a vivir la Iglesia porque amaba entrañablemente a quien lo había engendrado en la fe. Sin este amor de entrañas será muy difícil comprender su historia y su conversión, ya que fue este único amor el que lo guio hasta la entrega martirial; ese amor que nace de acoger un don totalmente gratuito, que no nos pertenece y que nos libera de toda pretensión y tentación de creernos sus propietarios o los únicos intérpretes. No hemos inventado la Iglesia, ella no nace con nosotros y seguirá sin nosotros. Tal actitud, lejos de abandonarnos a la desidia, despierta una insondable e inimaginable gratitud que lo nutre todo. El martirio no es sinónimo de pusilanimidad o de la actitud de alguien que no ama la vida y no sabe reconocer el valor que tiene. Al contrario, el mártir es aquel que es capaz de darle carne y hacer vida esta acción de gracias.

Romero sintió con la Iglesia porque, en primer lugar, amó a la Iglesia y como madre que lo engendró en la fe y se sintió miembro y parte de ella.

2. Un amor con sabor a pueblo

Este amor, adhesión y gratitud, lo llevó a abrazar con pasión, pero también con dedicación y estudio, todo el aporte y renovación magisterial que el Concilio Vaticano II proponía. Allí encontraba la mano segura en el seguimiento de Cristo. No fue ideólogo ni ideológico; su actuar nació de una compenetración con los documentos conciliares. Iluminado desde este horizonte eclesial, sentir con la Iglesia es para Romero contemplarla como Pueblo de Dios. Porque el Señor no quiso salvarnos aisladamente sin conexión, sino que quiso constituir un pueblo que lo confesara en la verdad y lo sirviera santamente (cf. Const. dogm. Lumen gentium, 9). Todo un Pueblo que posee, custodia y celebra la «unción del Santo» (ibíd., 12) y ante el cual Romero se ponía a la escucha para no rechazar la inspiración (cf. S. Óscar Romero, Homilía, 16 julio 1978). Así nos muestra que el pastor, para buscar y encontrarse con el Señor, debe aprender y escuchar los latidos de su pueblo, percibir “el olor” de los hombres y mujeres de hoy hasta quedar impregnado de sus alegrías y esperanzas, de sus tristezas y angustias (cf. Const. past. Gaudium et spes, 1) y así escudriñar la Palabra de Dios (cf. Const. dogm. Dei Verbum, 13). Escucha del pueblo que le fue confiado, hasta respirar y descubrir a través de él la voluntad de Dios que nos llama (cf. Discurso durante el encuentro para la familia, 4 octubre 2014). Sin dicotomías o falsos antagonismos, porque solo el amor de Dios es capaz de integrar todos nuestros amores en un mismo sentir y mirar.

Para él, en definitiva, sentir con la Iglesia es tomar parte en la gloria de la Iglesia, que es llevar en sus entrañas toda la kénosis de Cristo. En la Iglesia Cristo vive entre nosotros y por eso tiene que ser humilde y pobre, ya que una Iglesia altanera, una Iglesia llena de orgullo, una Iglesia autosuficiente, no es la Iglesia de la kénosis, nos decía él en una homilía del 1 de octubre del 78.

3. Llevar en sus entrañas la kénosis de Cristo

Esta no es solo la gloria de la Iglesia, sino también una vocación, una invitación para que sea nuestra gloria personal y camino de santidad. La kénosis de Cristo no es cosa del pasado sino garantía presente para sentir y descubrir su presencia actuante en la historia. Presencia que no podemos ni queremos callar porque sabemos y hemos experimentado que solo Él es “Camino, Verdad y Vida”. La kénosis de Cristo nos recuerda que Dios salva en la historia, en la vida de cada hombre, que esta es también su propia historia y allí nos sale al encuentro (cf. S. Óscar Romero, Homilía, 7 diciembre 1978). Es importante, hermanos, que no tengamos miedo de acercarnos y tocar las heridas de nuestra gente, que también son heridas nuestras, y esto hacerlo al estilo del Señor. El pastor no puede estar lejos del sufrimiento de su pueblo; es más, podríamos decir que el corazón del pastor se mide por su capacidad de dejarse conmover frente a tantas vidas dolidas y amenazadas. Hacerlo al estilo del Señor significa dejar que ese sufrimiento golpee, marque nuestras prioridades y nuestros gustos, golpee y marque el uso del tiempo y del dinero e incluso la forma de rezar, para poder ungirlo todo y a todos con el consuelo de la amistad de Jesucristo en una comunidad de fe que contenga y abra un horizonte siempre nuevo que dé sentido y esperanza a la vida (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49). La kénosis de Cristo implica abandonar la virtualidad de la existencia y de los discursos para escuchar el ruido y la cantinela de gente real que nos desafía a crear lazos. Permítanme decirlo: las redes sirven para crear vínculos, pero no raíces, son incapaces de darnos pertenencia, de hacernos sentir parte de un mismo pueblo. Sin este sentir, todas nuestras palabras, reuniones, encuentros, escritos serán signo de una fe que no ha sabido acompañar la kénosis del Señor, una fe que se quedó a mitad camino, cuando, peor [aún] —me recuerdo un pensador latinoamericano— no termina siendo una religión de un Dios sin Cristo, de un Cristo sin Iglesia y de una Iglesia sin pueblo.

La kénosis de Cristo es joven

Esta Jornada Mundial de la Juventud es una oportunidad única para salir al encuentro y acercarse aún más a la realidad de nuestros jóvenes. Realidad llena de esperanzas y deseos, pero también hondamente marcada por tantas heridas. Con ellos podremos leer de modo renovado nuestra época y reconocer los signos de los tiempos porque, como afirmaron los padres sinodales, los jóvenes son uno de los “lugares teológicos” en los que el Señor nos da a conocer algunas de sus expectativas y desafíos para construir el mañana (cf. Sínodo sobre los Jóvenes, Doc. final, 64). Con ellos podemos visualizar cómo hacer más visible y creíble el Evangelio en el mundo que nos toca vivir; ellos son como termómetro para saber dónde estamos como comunidad y sociedad.

Ellos portan consigo una inquietud que debemos valorar, respetar, acompañar, y que tanto bien nos hace a todos porque desinstala y nos recuerda que el pastor nunca deja de ser discípulo y siempre está en camino. Esa sana inquietud nos pone en movimiento y nos primerea. Así lo recordaron los padres sinodales al decir: «los jóvenes, en ciertos aspectos, van por delante de los pastores» (ibíd., 66). El pastor en relación a su rebaño no siempre va adelante; por momentos tiene que ir adelante para indicar el camino; por momentos tiene que estar en el medio para olfatear lo que pasa, para entender el rebaño; por momentos tiene que estar detrás para custodiar a los últimos, que no quede ningún rezagado y sea material descartable. Nos tiene que llenar de alegría comprobar cómo la siembra no ha caído en saco roto. Muchas de esas inquietudes e intuiciones de los jóvenes han crecido en el seno familiar alimentadas por alguna abuela o catequista. Hablando de las abuelas, ya es la segunda vez que la veo, la vi ayer y la vi hoy, una viejita así, flacucha, de mi edad o más todavía, con una mitra, se había puesto una mitra que había hecho con cartón y un cartel que decía: “Santidad, las abuelas también hacemos lío”. ¡Una maravilla de pueblo! Y, los jóvenes aprendieron las cosas con la familia o en la parroquia o en la pastoral educativa o juvenil. Esas inquietudes que crecieron en una escucha del Evangelio y en comunidades con fe viva, y ferviente que encuentra tierra donde germinar. ¡Cómo no agradecer tener jóvenes inquietos por el Evangelio! Por supuesto que cansa, por supuesto que a veces molesta. Me viene al pensamiento esa frase que decía un filósofo griego, de sí mismo la decía, yo la digo de los jóvenes: Son como un tábano sobre el lomo de un noble caballo, para que no se duerma (cf. Platón, Apología de Sócrates]. El caballo somos nosotros, ¿no? Esta realidad nos estimula a un mayor compromiso para ayudarlos a crecer ofreciéndoles más y mejores espacios que los engendren al sueño de Dios. La Iglesia por naturaleza es Madre y como tal engendra e incuba vida protegiéndola de todo aquello que amenace su desarrollo. Gestación en libertad y para la libertad. Los exhorto pues, a promover programas y centros educativos que sepan acompañar, sostener y potenciar a sus jóvenes; por favor, “róbenselos” a la calle antes de que sea la cultura de muerte la que, “vendiéndoles humo” y mágicas soluciones se apodere y aproveche de su inquietud y de su imaginación. Y háganlo no con paternalismo, que no lo toleran, no de arriba hacia abajo, porque eso no es tampoco lo que el Señor nos pide, sino como padres, como hermanos a hermanos. Ellos son rostro de Cristo para nosotros y a Cristo no podemos llegar de arriba a abajo, sino de abajo a arriba, nos decía Romero el 2 de septiembre del 79 (cf. S. Óscar Romero, Homilía, 2 septiembre 1979).

Son muchos los jóvenes que dolorosamente han sido seducidos con respuestas inmediatas que hipotecan la vida. Y tantos otros a quienes se les ha dado una ilusión cortoplacista en algunos movimientos y que después, sí, los hacen o pelagianos o suficientes de sí mismos y quedan abandonados a mitad de camino. Nos decían los padres sinodales: por constricción o falta de alternativas los jóvenes se encuentran sumergidos en situaciones altamente conflictivas y de no rápida solución: violencia doméstica, feminicidios —qué plaga que vive nuestro continente en esto, bandas armadas, criminales, tráfico de droga, explotación sexual de menores y de no tan menores, etc., y duele constatar que en la raíz de muchas de estas situaciones se encuentran experiencias de orfandad fruto de una cultura y una sociedad que se fue “desmadrando”, sin madre, los dejó huérfanos. Hogares resquebrajados tantas veces por un sistema económico que no tiene como prioridad las personas y el bien común y que hizo de la especulación “su paraíso” desde donde seguir “engordando” sin importar a costa de quién. Así nuestros jóvenes sin hogar, sin familia, sin comunidad, sin pertenencia, quedan a la intemperie del primer estafador.

No nos olvidemos que «el verdadero dolor que sale del hombre, pertenece en primer lugar a Dios» (Georges Bernanos, Diario de un cura rural, 74). No separemos lo que Él ha querido unir en su Hijo.

El mañana exige respetar el presente dignificando y empeñándose en valorar las culturas de vuestros pueblos. En esto también se juega la dignidad: en la autoestima cultural. Vuestros pueblos no son el “patio trasero” de la sociedad ni de nadie. Tienen una historia rica que ha de ser asumida, valorada y alentada. Las semillas del Reino fueron plantadas en estas tierras. Estamos obligados a reconocerlas, cuidarlas y custodiarlas para que nada de lo bueno que Dios plantó se seque por intereses espurios que por doquier siembran corrupción y crecen con la expoliación de los más pobres. Cuidar las raíces es cuidar el rico patrimonio histórico, cultural y espiritual que esta tierra durante siglos ha sabido “mestizar”. Empéñense y levanten la voz contra la desertificación cultural y contra la desertificación espiritual de vuestros pueblos, que provoca una indigencia radical ya que deja sin esa indispensable inmunidad vital que sostiene la dignidad en los momentos de mayor dificultad. Y los felicito por la iniciativa de que esta Jornada Mundial de la Juventud se haya comenzado con la Jornada de la Juventud Indígena, creo que en la diócesis de David y con la Jornada de la Juventud de origen africana, ese fue un buen paso para hacer ver este plurifacetismo de nuestro pueblo.

En la última carta pastoral, ustedes afirmaban: «Últimamente nuestra región ha sido impactada por la migración hecha de manera nueva, por ser masiva y organizada, y que ha puesto en evidencia los motivos que hacen una migración forzada y los peligros que conlleva para la dignidad de la persona humana» (SEDAC, Mensaje al Pueblo de Dios y a todas las personas de buena voluntad, 30 noviembre 2018).

Muchos de los migrantes tienen rostro joven, buscan un bien mayor para sus familias, no temen arriesgar y dejar todo con tal de ofrecer el mínimo de condiciones que garanticen un futuro mejor. En esto no basta solo la denuncia, sino que debemos también anunciar concretamente una “buena noticia”. La Iglesia, gracias a su universalidad, puede ofrecer esa hospitalidad fraterna y acogedora para que las comunidades de origen y las de destino dialoguen, contribuyan a superar miedos y recelos, y consoliden los lazos que las migraciones, en el imaginario colectivo, amenazan con romper. “Acoger, proteger, promover e integrar” pueblos pueden ser los cuatro verbos con los que la Iglesia, en esta situación migratoria, conjugue su maternidad en el hoy de la historia (cf. Sínodo sobre los Jóvenes, Doc. final, 147). El Vicario general de París, Mons. Benoist de Sinety acaba de sacar un libro que tiene como subtítulo: “Acoger [a] los migrantes, un llamado al coraje” (cf. Il faut que des voix s'élèvent. Accueil des migrants, un appel au courage, París 2018). Una joya ese libro, él está aquí en la Jornada.

Todos los esfuerzos que puedan realizar tendiendo puentes entre comunidades eclesiales, parroquiales, diocesanas, así como por medio de las Conferencias Episcopales serán un gesto profético de la Iglesia que en Cristo es «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Const. dogm. Lumen gentium, 1). Y así la tentación de quedarnos en la sola denuncia se disipa y se hace anuncio de la Vida nueva que el Señor nos regala.

Recordemos la exhortación de san Juan: «Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios? Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3,17-18).

Todas estas situaciones plantean preguntas, son situaciones que nos llaman a la conversión, a la solidaridad y a una acción educativa incisiva en nuestras comunidades. No podemos quedar indiferentes (cf. Sínodo sobre los Jóvenes, Doc. final, 41-44). El mundo descarta, el espíritu del mundo descarta, lo sabemos y padecemos; la kénosis de Cristo no, la hemos experimentado y la seguimos experimentando en propia carne por el perdón y la conversión. Esta tensión nos obliga a preguntarnos continuamente: ¿dónde queremos pararnos?

La kénosis de Cristo es sacerdotal

Es conocida la amistad y el impacto que generó el asesinato del P. Rutilio Grande en la vida de Mons. Romero. Fue un acontecimiento que marcó a fuego su corazón de hombre, sacerdote y pastor. Romero no era un administrador de recursos humanos, no gestionaba personas ni organizaciones, Romero sentía, sentía con amor de padre, amigo y hermano. Una vara un poco alta, pero vara al fin para evaluar nuestro corazón episcopal, una vara ante la cual podemos preguntarnos: ¿Cuánto me afecta la vida de mis curas? ¿Cuánto soy capaz de dejarme impactar por lo que viven, por llorar sus dolores, así como festejar y alegrarme con sus alegrías? El funcionalismo y clericalismo eclesial —tan tristemente extendido, que representa una caricatura y una perversión del ministerio— empieza a medirse por estas preguntas. No es cuestión de cambios de estilos, maneras o lenguajes importantes ciertamente— sino sobre todo es cuestión de impacto y capacidad de que nuestras agendas episcopales tengan espacio para recibir, acompañar y sostener a nuestros curas, tengan “espacio real” para ocuparnos de ellos. Y eso hace de nosotros padres fecundos.

En ellos normalmente recae de modo especial la responsabilidad de que este pueblo sea el pueblo de Dios. Ellos están en la línea de fuego. Ellos llevan sobre sus espaldas el peso del día y del calor (cf. Mt 20,12), están expuestos a un sinfín de situaciones diarias que los pueden dejar más vulnerables y, por tanto, necesitan también de nuestra cercanía, de nuestra comprensión y aliento, ellos necesitan de nuestra paternidad. El resultado del trabajo pastoral, la evangelización en la Iglesia y la misión no se basa en la riqueza de los medios y recursos materiales, ni en la cantidad de eventos o actividades que realicemos sino en la centralidad de la compasión: uno de los grandes distintivos que como Iglesia podemos ofrecer a nuestros hermanos. Me preocupa cómo la compasión ha perdido centralidad en la Iglesia, incluso en grupos católicos, o está perdiendo, para no ser tan pesimistas. Incluso en medios de comunicación católicos la compasión no está, el cisma, la condena, el ensañamiento, la valoración de sí mismo, la denuncia de la herejía... No se pierda en nuestra Iglesia la compasión y que no se pierda en el obispo la centralidad de la compasión. La kénosis de Cristo es la expresión máxima de la compasión del Padre. La Iglesia de Cristo es la Iglesia de la compasión, y eso empieza por casa. Siempre es bueno preguntarnos como pastores: ¿Cuánto impacta en mí la vida de mis sacerdotes? ¿Soy capaz de ser padre o me consuelo con ser mero ejecutor? ¿Me dejo incomodar? Recuerdo las palabras de Benedicto XVI al inicio de su pontificado hablándole a sus compatriotas: «Cristo no nos ha prometido una vida cómoda. Quien busca la comodidad con Él se ha equivocado de camino. Él nos muestra la senda que lleva hacia las cosas grandes, hacia el bien, hacia una vida humana auténtica» (Benedicto XVI, Discurso a los peregrinos alemanes, 25 abril 2005). El obispo tiene que crecer todos los días en la capacidad de dejarse incomodar, de ser vulnerable a sus curas. Estoy pensado en uno, ex obispo de una diócesis grande, muy trabajador, tenía las audiencias en la mañana y era bastante, bastante frecuente que cuando terminaba las audiencias en la mañana y ya no veía la hora de ir a comer, había dos curas ahí que no estaban en la agenda esperándolo, y este volvía atrás y los atendía como si tuviera toda la mañana por delante. Dejarse incomodar y dejar que los fideos se pasen y que la chuleta se enfríe. Dejarse incomodar por los curas.

Sabemos que nuestra labor, en las visitas y encuentros que realizamos ―sobre todo en las parroquias― tiene una dimensión y componente administrativo que es necesario desarrollar. Asegurar que se haga sí, pero eso no es ni sería sinónimo de que seamos nosotros los que lo tenemos que hacer y utilizar el escaso tiempo en tareas administrativas. En las visitas, lo fundamental y lo que no podemos delegar es “el oído”. Hay muchas cosas que hacemos a diario que deberíamos confiarlas a otros. Lo que no podemos encomendar, en cambio, es la capacidad de escuchar, la capacidad de seguir la salud y vida de nuestros sacerdotes. No podemos delegar en otros la puerta abierta para ellos. Puerta abierta que cree condiciones que posibiliten la confianza más que el miedo, la sinceridad más que la hipocresía, el intercambio franco y respetuoso más que el monólogo disciplinador.

Recuerdo esas palabras de beato Rosminiacusado de hereje y hoy beato—: «No hay duda de que solo los grandes hombres pueden formar a otros grandes hombres […]. En los primeros siglos, la casa del obispo era el seminario de los sacerdotes y diáconos. La presencia y la vida santa de su prelado, resultaba ser una lección candente, continua, sublime, en la que se aprendía conjuntamente la teoría en sus doctas palabras y la práctica en asiduas ocupaciones pastorales. Y así se veía crecer a los jóvenes Atanasios junto a los Alejandros» (Antonio Rosmini, Las cinco llagas de la santa Iglesia, 63).

Es importante que el cura encuentre al padre, al pastor en el que “mirarse”, no al administrador que quiere “pasar revista de las tropas”. Es fundamental que, con todas las cosas en las que discrepamos e inclusive los desacuerdos y discusiones que puedan existir (y es normal y esperable que existan), los curas perciban en el obispo a un hombre capaz de jugarse, y dar la cara por ellos, de sacarlos adelante y ser mano tendida cuando están empantanados. Un hombre de discernimiento que sepa orientar y encontrar caminos concretos y transitables en las distintas encrucijadas de cada historia personal. Cuando estaba en Argentina a veces escuchaba gente que decía: “Llamé al obispo —curas, ¿no?—, y la secretaria me dijo que tenía la agenda llena y que llamara dentro de veinte días, y no me preguntó qué quería, nada” —“Quiero ver al obispo. No puede, así que yo lo anoto en la lista”—. Claro, después ya no llamó más el cura y siguió con lo que quería consultarle —bueno o malo— dentro de sí. Esto es, no un consejo sino una cosa que digo del corazón, que tengan la agenda llena, bendito sea Dios, así van a comer tranquilos porque se ganaron el pan, pero si ustedes ven un llamado de un cura hoy, a más tardar mañana llámenlo: “Che, vos me llamaste, qué pasa, ¿podés esperar hasta tal día o no?”. Ese cura desde ese momento sabe que tiene padre.

La palabra autoridad etimológicamente viene de la raíz latina augere que significa aumentar, promover, hacer progresar. La autoridad en el pastor radica especialmente en ayudar a crecer, en promover a sus presbíteros, más que en promoverse a sí mismo —eso lo hace un solterón no un padre—. La alegría del padre/pastor es ver que sus hijos crecieron y que fueron fecundos. Hermanos, que esa sea nuestra autoridad y el signo de nuestra fecundidad.

Y el último punto: La kénosis de Cristo es pobre

Sentir con la Iglesia es sentir con el pueblo fiel, el pueblo sufriente y esperanzador de Dios. Es saber que nuestra identidad ministerial nace y se entiende a la luz de esta pertenencia única y constituyente de nuestro ser. En este sentido quisiera recordar con ustedes lo que san Ignacio nos escribía a los jesuitas: «la pobreza es madre y muro», engendra y contiene. Madre porque nos invita a la fecundidad, a la generatividad, a la capacidad de donación que sería imposible en un corazón avaro o que busca acumular. Y muro porque nos protege de una de las tentaciones más sutiles que enfrentamos los consagrados, la mundanidad espiritual: ese revestir de valores religiosos y “piadosos” el afán de poder y protagonismo, la vanidad e incluso el orgullo y la soberbia. Muro y madre que nos ayuden a ser una Iglesia que sea cada vez más libre porque está centrada en la kénosis de su Señor. Una Iglesia que no quiere que su fuerza esté —como decía Mons. Romero— en el apoyo de los poderosos o de la política, sino que se desprende con nobleza para caminar únicamente tomada de los brazos del crucificado, que es su verdadera fortaleza. Y esto se traduce en signos concretos, en signos evidentes, y esto nos cuestiona y nos impulsa a un examen de conciencia sobre nuestras opciones y prioridades en el uso de los recursos, en el uso de las influencias y posicionamientos. La pobreza es madre y muro porque custodia sobre todo nuestro corazón para que no se deslice en concesiones y compromisos que debilitan la libertad y parresía a la que el Señor nos llama.

Hermanos, antes de terminar pongámonos bajo el manto de la Virgen, recemos juntos para que ella custodie nuestro corazón de pastores y nos ayude a servir mejor al Cuerpo de su Hijo, el santo Pueblo fiel de Dios que camina, vive y reza aquí en Centroamérica. Recémosle a la Madre.

[Oración]

Que Jesús los bendiga, y la Virgen los cuide. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí para que cumpla todo lo que dije.

Muchas gracias.

__________________

[1] Quiero hacer presente la memoria de pastores que, movidos por su celo pastoral y su amor a la Iglesia, dieron vida a este organismo eclesial, como Monseñor Luis Chávez y González, arzobispo de San Salvador, y Monseñor Víctor Sanabria, arzobispo de San José de Costa Rica, entre otros.

[00112-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Cari Fratelli!

Ringrazio Mons. José Luis Escobar Alas, Arcivescovo di San Salvador, per le parole di benvenuto che mi ha rivolto a nome di tutti. Incontro qui degli amici di gioventù: questo è molto bello. Sono felice di potervi incontrare e condividere in modo più familiare e diretto i vostri desideri, progetti e sogni di Pastori ai quali il Signore ha affidato la cura del suo popolo santo. Grazie per l'accoglienza fraterna.

Potermi incontrare con voi significa anche “regalarmi” l’opportunità di abbracciare e sentirmi più vicino alla vostra gente, fare miei i loro desideri, anche il loro scoraggiamento e, soprattutto, quella fede coraggiosa che sa animare la speranza e smuovere la carità. Grazie per avermi permesso di avvicinarmi alla fede provata ma semplice del volto povero della vostra gente che sa che «Dio è presente, non dorme, è attivo, osserva e aiuta» (S. Oscar Romero, Omelia, 16 dicembre 1979).

Questo incontro ci ricorda un evento ecclesiale di grande rilevanza. I Pastori di questa regione furono i primi a creare in America un organismo di comunione e partecipazione che ha dato - e continua a dare - frutti abbondanti. Mi riferisco al Segretariato Episcopale dell’America Centrale, il SEDAC. Uno spazio di comunione, di discernimento e di impegno che nutre, rivitalizza e arricchisce le vostre Chiese. Pastori che hanno saputo fare passi avanti e dare un segnale che, lungi dall’essere solo un elemento programmatico, ha indicato come il futuro dell’America Centrale – e di qualunque altra regione del mondo – passa necessariamente attraverso la lucidità e la capacità di ampliare la visione, di unire gli sforzi in un lavoro paziente e generoso di ascolto, comprensione, dedizione e impegno, e di poter così discernere i nuovi orizzonti verso i quali lo Spirito ci sta conducendo (cfr Esort. ap. Evangelii gaudium, 235).[1]

In questi 75 anni dalla sua fondazione, il SEDAC ha cercato di condividere le gioie e le tristezze, le lotte e le speranze dei popoli dell’America Centrale, la cui storia è stata intrecciata e forgiata con la storia della vostra gente. Molti uomini e donne, sacerdoti, consacrati, consacrate e laici hanno offerto la vita fino a spargere il loro sangue per mantenere viva la voce profetica della Chiesa di fronte all’ingiustizia, all’impoverimento di tante persone e all’abuso di potere. Ricordo che, quando ero giovane sacerdote, il nome di alcuni di voi era considerato una brutta parola, e la vostra costanza ha indicato la strada: grazie. Essi ci ricordano che «chi desidera veramente dare gloria a Dio con la propria vita, chi realmente anela a santificarsi perché la sua esistenza glorifichi il Santo, è chiamato a tormentarsi, spendersi e stancarsi cercando di vivere le opere di misericordia» (Esort. ap. Gaudete et exsultate, 107). E questo, non come elemosina ma come vocazione.

Tra i frutti profetici della Chiesa in America Centrale sono lieto di evidenziare la figura di Sant’Oscar Romero, che ho avuto il privilegio di canonizzare di recente nel contesto del Sinodo dei Vescovi sui giovani. La sua vita e il suo insegnamento sono fonte costante di ispirazione per le nostre Chiese e, in modo particolare, per noi Vescovi. Anche il suo nome venne considerato una brutta parola: sospettato, scomunicato nelle chiacchiere private di tanti vescovi.

Il motto che ha scelto per il suo stemma episcopale e che sormonta la sua tomba esprime chiaramente il suo principio ispiratore e ciò che è stata la sua vita di Pastore: “Sentire con la Chiesa”. Bussola che ha segnato la sua vita nella fedeltà, anche nei momenti più turbolenti.

Questa è un’eredità che può diventare una testimonianza attiva e vivificante per noi, chiamati a nostra volta alla dedizione martiriale nel servizio quotidiano alla nostra gente; e su questa eredità vorrei basarmi per questa riflessione che desidero condividere con voi: “sentire con la Chiesa”. La riflessione che voglio condividere con voi, sulla figura di Romero. So che tra noi ci sono persone che lo hanno conosciuto in prima persona — come il Cardinale Rosa Chávez… Il cardinale Quarracino diceva che era candidato al Premio Nobel per la fedeltà! E quindi, Eminenza, se pensa che io mi sbagli in qualche osservazione mi può correggere, non c’è problema. Appellarsi alla figura di Romero significa appellarsi alla santità e al carattere profetico che vive nel DNA delle vostre Chiese particolari.

Sentire con la Chiesa

1. Riconoscenza e gratitudine

Quando S. Ignazio propone le regole per sentire con la Chiesa – scusate la pubblicità – cerca di aiutare l’esercitante a superare qualsiasi tipo di false dicotomie o antagonismi che possano ridurre la vita dello Spirito alla abituale tentazione di adattare la Parola di Dio al proprio interesse. Così permette all’esercitante la grazia di sentirsi e sapersi parte di un corpo apostolico più grande di lui e, nello stesso tempo, con la consapevolezza reale delle sue forze e delle sue possibilità: né debole né selettivo o temerario. Sentirsi parte di un tutto, che sarà sempre più della somma delle parti (cfr Esort. ap. Evangelii gaudium, 235) e che è accompagnato da una Presenza che sempre lo supererà (cfr Esort. ap. Gaudete et exsultate, 8).

Quindi vorrei concentrare questo primo “Sentire con la Chiesa”, ricevuto da Sant’Oscar, come ringraziamento, ossia gratitudine per il tanto bene ricevuto e non meritato. Romero ha potuto sintonizzarsi e imparare a vivere la Chiesa perché amava intimamente chi lo aveva generato nella fede. Senza questo amore intimo sarà molto difficile comprendere la sua storia e la sua conversione, poiché è stato questo medesimo unico amore a guidarlo fino a donarsi nel martirio; quell’amore che nasce dall’accogliere un dono totalmente gratuito, che non ci appartiene e che ci libera da ogni pretesa e tentazione di crederci i suoi proprietari o gli unici interpreti. Non abbiamo inventato la Chiesa, non è nata con noi e andrà avanti senza di noi. Tale atteggiamento, lungi dall’abbandonarci all’apatia, suscita un’insondabile e inimmaginabile gratitudine che dà nutrimento a tutto. Il martirio non è sinonimo di pusillanimità o l'atteggiamento di qualcuno che non ama la vita e non sa riconosce il suo valore. Al contrario, il martire è colui che è in grado di incarnare e tradurre in vita questo rendimento di grazie.

Romero ha sentito con la Chiesa perché, prima di tutto, ha amato la Chiesa come madre che lo ha generato nella fede e si è sentito membro e parte di essa.

2. Un amore che sa di popolo

Questo amore, fatto di adesione e gratitudine, lo ha portato ad abbracciare con passione, ma anche con dedizione e studio, tutto l’apporto e il rinnovamento magisteriale che il Concilio Vaticano II proponeva. Lì trovava la mano sicura per seguire Cristo. Non è stato ideologo né ideologico; la sua azione è nata da una compenetrazione con i documenti conciliari. Illuminato da questo orizzonte ecclesiale, sentire con la Chiesa significa per Romero contemplarla come Popolo di Dio. Perché il Signore non ha voluto salvarci ciascuno isolato e separato, ma ha voluto costituire un popolo che lo confessasse nella verità e lo servisse nella santità (cfr Cost. dogm. Lumen gentium, 9). Un Popolo intero che possiede, custodisce e celebra l’“unzione del Santo” (ibid., 12) e davanti al quale Romero si poneva in ascolto per non rifiutare la sua ispirazione (cfr S. Oscar Romero, Omelia, 16 luglio 1978). Così ci mostra che il Pastore, per cercare e incontrare il Signore, deve imparare e ascoltare il battito del cuore del suo popolo, sentire l’“odore” degli uomini e delle donne di oggi fino a rimanere impregnato delle sue gioie e speranze, delle sue tristezze e angosce (cfr Cost. past. Gaudium et spes, 1) e così comprendere in profondità la Parola di Dio (cfr Cost. dogm. Dei Verbum, 13). Ascolto del popolo a lui affidato, fino a respirare e scoprire per mezzo di esso la volontà di Dio che ci chiama (cfr Discorso nella veglia in preparazione al Sinodo sulla famiglia, 4 ottobre 2014). Senza dicotomie o falsi antagonismi, perché solo l’amore di Dio è capace di armonizzare tutti i nostri amori in un medesimo sentire e guardare.

Per lui, insomma, sentire con la Chiesa è prendere parte alla gloria della Chiesa, che consiste nel portare nel proprio intimo tutta la kenosis di Cristo. Nella Chiesa Cristo vive tra di noi, e perciò essa dev’essere umile e povera, perché una Chiesa arrogante, una chiesa piena di orgoglio, una Chiesa autosufficiente non è la Chiesa della kenosis (cfr S. Oscar Romero, Omelia, 1° ottobre 1978).

3. Portare dentro di sé la kenosis di Cristo

Questa non è solo la gloria della Chiesa, ma anche una vocazione, un invito affinché sia nostra gloria personale e via di santità. La kenosis di Cristo non è una cosa del passato ma una garanzia attuale per sentire e scoprire la sua presenza operante nella storia. Presenza che non possiamo e non vogliamo tacere perché sappiamo e abbiamo sperimentato che solo Lui è “Via, Verità e Vita”. La kenosis di Cristo ci ricorda che Dio salva nella storia, nella vita di ogni uomo, che questa è anche la sua storia e lì ci viene incontro (cfr Id., Omelia, 7 dicembre 1978). È importante, fratelli, che non abbiamo paura di accostare e toccare le ferite della nostra gente, che sono anche le nostre ferite, e questo farlo nello stile del Signore. Il pastore non può stare lontano dalla sofferenza del suo popolo; anzi, potremmo dire che il cuore del pastore si misura dalla sua capacità di commuoversi di fronte a tante vite ferite e minacciate. Farlo nello stile del Signore significa lasciare che questa sofferenza colpisca e contrassegni le nostre priorità e i nostri gusti, colpisca e contrassegni l’uso del tempo e del denaro e anche il modo di pregare, per poter ungere tutto e tutti con la consolazione dell’amicizia di Gesù in una comunità di fede che contenga e apra un orizzonte sempre nuovo che dia senso e speranza alla vita (cfr Esort. ap. Evangelii gaudium, 49). La kenosis di Cristo esige di abbandonare la virtualità dell’esistenza e dei discorsi per ascoltare il rumore e il richiamo costante di persone reali che ci provocano a creare legami. E, lasciatemelo dire, le reti servono a creare contatti ma non radici, non sono in grado di darci appartenenza, di farci sentire parte di uno stesso popolo. Senza questo sentire, tutto il nostro parlare, riunirci, incontrarci, scrivere sarà segno di una fede che non ha saputo accompagnare la kenosis del Signore, una fede che è rimasta a metà strada, quando, peggio ancora – mi ricordo un pensatore latinoamericano – non finisce per essere una religione con un Dio senza Cristo, un Cristo senza Chiesa e una Chiesa senza popolo.

La kenosis di Cristo è giovane

Questa Giornata Mondiale della Gioventù è un’occasione unica per andare incontro e avvicinarsi ancora di più alla realtà dei nostri giovani, realtà piena di speranze e desideri, ma anche profondamente segnata da tante ferite. Con loro potremo leggere in modo rinnovato la nostra epoca e riconoscere i segni dei tempi perché, come hanno affermato i Padri sinodali, i giovani sono uno dei “luoghi teologici” in cui il Signore ci fa conoscere alcune delle sue aspettative e delle sue sfide per costruire domani (cfr Sinodo sui Giovani, Documento finale, 64). Con loro possiamo vedere meglio come rendere il Vangelo più accessibile e credibile nel mondo in cui viviamo; essi sono come un termometro per sapere a che punto siamo come comunità e come società.

Essi portano dentro una inquietudine che dobbiamo apprezzare, rispettare, accompagnare; e quanto bene fa a tutti noi, perché ci smuove e ci ricorda che il Pastore non smette mai di essere un discepolo ed è sempre in cammino. Questa sana inquietudine ci mette in movimento e ci precede. Questo hanno ricordato i Padri sinodali quando hanno detto: «I giovani, per certi aspetti, precedono i Pastori» (ibid., 66). Il Pastore, rispetto al suo gregge, non sempre cammina davanti: a volte deve andare avanti per indicare la strada; a volte deve stare in mezzo per “fiutare” cosa succede, per capire il gregge; a volte deve stare indietro per proteggere gli ultimi, che nessuno resti indietro e diventi materiale di scarto. A volte deve riempirci di gioia constatare che la semina non è andata a vuoto. Molte di quelle aspirazioni e intuizioni dei giovani si sono sviluppate in seno alla famiglia, nutrite da una nonna o da una catechista. Parlando delle nonne, già è la seconda volta che la vedo: l’ho vista ieri e la vedo oggi, una vecchietta, magrolina, della mia età o anche di più, con mitra, si era messa una mitra che si era fatta col cartone, e un cartello che diceva: “Santità, anche le nonne fanno chiasso”. Una meraviglia di gente! E i giovani hanno imparato le cose in famiglia o nella parrocchia, nella pastorale educativa o giovanile. Desideri che sono cresciuti nell’ascolto del Vangelo e in comunità con fede viva e fervente che trova terra per germogliare. Come non ringraziare di avere giovani desiderosi di Vangelo! Certo che stancano, certo che a volte danno fastidio. Mi viene in mente questa frase che diceva un filosofo greco, la diceva di sé stesso, a proposito dei giovani: “[I giovani] sono come un tafano sulla groppa di un nobile cavallo, perché non si addormenti” (cfr Platone, Apologia di Socrate). Il cavallo siamo noi! Questa realtà ci stimola a un maggiore impegno per aiutarli a crescere offrendo loro spazi maggiori e migliori che li generino al sogno di Dio. La Chiesa per sua natura è Madre e come tale genera e incuba la vita proteggendola da tutto ciò che può minacciare il suo sviluppo. Gestazione nella libertà e per la libertà. Vi esorto pertanto a promuovere programmi e centri educativi che sappiano accompagnare, sostenere e responsabilizzare i vostri giovani; per favore, “rubateli” alla strada prima che sia la cultura della morte che, “vendendo loro fumo” e soluzioni magiche, catturi e sfrutti la loro inquietudine e la loro immaginazione. E fatelo non con paternalismo, perché non lo sopportano, non dall’alto in basso, perché non è nemmeno questo che il Signore ci chiede, ma come padri, come fratelli verso fratelli. Essi sono volto di Cristo per noi e a Cristo non possiamo arrivare dall’alto in basso, ma dal basso in altro (cfr S. Oscar Romero, Omelia, 2 settembre 1979).

Sono molti i giovani che purtroppo sono stati sedotti con risposte immediate che ipotecano la vita. E tanti altri ai quali è stata data un’illusione di corto respiro in alcuni movimenti, e che poi li rendono o pelagiani o convinti di bastare a sé stessi, e poi li abbandonano a metà strada. Ci dicevano i Padri sinodali: per costrizione o mancanza di alternative essi i giovani si trovano immersi in situazioni fortemente conflittuali e senza rapida soluzione: violenza domestica, femminicidio – che piaga vive il nostro continente in questo senso! – bande armate e criminali, traffico di droga, sfruttamento sessuale di minori e non più minori, e così via; e fa male vedere che, alla base di molte di queste situazioni, c’è un’ ci sono esperienze di orfanezza frutto di una cultura e di una società che è “impazzita” [se fue “desmadrando”] – senza madre, li ha resi orfani. Famiglie molto spesso logorate da un sistema economico che non mette al primo posto le persone e il bene comune e che ha fatto della speculazione il suo “paradiso” dove continuare a ingrassare non importa a spese di chi. E così i nostri giovani senza il calore di una casa, senza famiglia, senza comunità, senza appartenenza, sono lasciati in balìa del primo truffatore.

Non dimentichiamo che «un vero dolore che esce dall’uomo, appartiene anzitutto a Dio» (G. Bernanos, Diario di un curato di campagna, Milano 1998, 72). Non separiamo ciò che Egli ha voluto unire nel suo Figlio!

Il futuro esige che si rispetti il presente riconoscendo la dignità delle culture dei vostri popoli e impegnandosi a valorizzarle. Anche in questo si gioca la dignità: nell’autostima culturale. La vostra gente non è la “serie B” della società e di nessuno. Ha una storia ricca che va accettata, apprezzata e incoraggiata. I semi del Regno sono stati piantati in queste terre. Abbiamo il dovere di riconoscerli, prendercene cura e proteggerli perché niente di quello che Dio ha piantato di buono si secchi a causa di interessi falsi che diffondono dappertutto la corruzione e crescono spogliando i più poveri. Avere cura delle radici è tutelare il ricco patrimonio storico, culturale e spirituale che questa terra per secoli ha saputo amalgamare. Impegnatevi e alzate la voce contro la desertificazione culturale, e contro la desertificazione spirituale dei vostri popoli, che produce un’indigenza radicale perché lascia senza quella indispensabile immunità vitale che mantiene la dignità nei momenti di maggiore difficoltà. E mi congratulo con voi per l’iniziativa di iniziare questa Giornata Mondiale della Gioventù con la Giornata della gioventù indigena – credo nella diocesi di David – e con la Giornata della gioventù di origine africana: questo è stato un buon passo per mostrare le molte sfaccettature del nostro popolo.

Nell’ultima lettera pastorale, voi affermate: «Ultimamente la nostra regione è stata colpita dalla migrazione fatta in un modo nuovo, essendo di massa e organizzata, e ciò ha messo in evidenza i motivi che causano una migrazione forzata e i pericoli che essa comporta per la dignità della persona umana» (SEDAC, Messaggio al Popolo di Dio e a tutti gli uomini di buona volontà, 30 novembre 2018).

Molti dei migranti hanno volto giovane, cercano qualcosa di meglio per le loro famiglie, non temono di rischiare e lasciare tutto pur di offrire le condizioni minime che garantiscano un futuro migliore. Su questo non basta solo la denuncia, ma dobbiamo anche annunciare concretamente una “buona notizia”. La Chiesa, grazie alla sua universalità, può offrire quell’ospitalità fraterna e accogliente in modo che le comunità di origine e quelle di arrivo dialoghino e contribuiscano a superare paure e diffidenze e rafforzino i legami che le migrazioni, nell’immaginario collettivo, minacciano di spezzare. “Accogliere, proteggere, promuovere e integrare” la gente possono essere i quattro verbi con cui la Chiesa, in questa situazione migratoria, coniuga la sua maternità nell’oggi della storia (cfr Sinodo sui Giovani, Documento finale, 147). Il Vicario generale di Parigi, Mons. Benoist de Sinety, ha appena pubblicato un libro che ha come sottotitolo: “Accogliere i migranti, un appello al coraggio” (cfr Il faut que des voix s’élèvent. Accueil des migrants, un appel au courage, Paris 2018). È una gioia, questo libro. Lui è qui, alla Giornata.

Tutti gli sforzi che potrete compiere gettando ponti tra comunità ecclesiali, parrocchiali, diocesane, come pure mediante le Conferenze episcopali saranno un gesto profetico della Chiesa che in Cristo è «segno e strumento dell’intima unione con Dio e dell’unità di tutto il genere umano» (Cost. dogm. Lumen gentium, 1). E così la tentazione di limitarsi alla mera denuncia svanisce e si attua l’annuncio della Vita nuova che il Signore ci dona.

Ricordiamo l’esortazione di San Giovanni: «Se uno ha ricchezze di questo mondo e, vedendo il suo fratello in necessità, gli chiude il proprio cuore, come rimane in lui l’amore di Dio? Figlioli, non amiamo a parole né con la lingua, ma con i fatti e nella verità» (1 Gv 3,17-18).

Tutte queste situazioni pongono domande, sono situazioni che ci chiamano alla conversione, alla solidarietà e a un’azione educativa incisiva nelle nostre comunità. Non possiamo rimanere indifferenti (cfr Sinodo sui Giovani, Documento finale, 41-44). Il mondo scarta, lo spirito del mondo scarta, lo sappiamo e ne soffriamo; la kenosis di Cristo no, l’abbiamo sperimentato e continuiamo a sperimentarlo nella nostra stessa carne con il perdono e la conversione. Questa tensione ci costringe a chiederci continuamente: da che parte vogliamo stare?

La kenosis di Cristo è sacerdotale

Sono ben noti l’amicizia di Mons. Romero con il P. Rutilio Grande e l’impatto che l’assassinio di quest’ultimo ebbe sulla sua vita. È stato un avvenimento che ha marchiato a fuoco il suo cuore di uomo, di sacerdote e di pastore. Romero non era un amministratore di risorse umane, non gestiva persone o organizzazioni, Romero sentiva, sentiva con amore di padre, amico e fratello. Una misura un po’ alta, ma una misura utile per valutare il nostro cuore episcopale, una misura davanti alla quale possiamo chiederci: quanto mi tocca la vita dei miei preti? Quanto riesco a lasciarmi colpire da ciò che vivono, dal piangere i loro dolori, dal festeggiare e gioire per le loro gioie? Il funzionalismo ecclesiale e il clericalismo – così tristemente diffuso, che rappresenta una caricatura e una perversione del ministero – si comincia a misurarlo con queste domande. Non è questione di cambiamenti negli stili, nelle maniere o nel linguaggio – tutte cose certamente importanti –, ma soprattutto è una questione di impatto e della capacità che i nostri programmi episcopali abbiano spazio per ricevere, accompagnare e sostenere i nostri sacerdoti, abbiano “spazio reale” per occuparci di loro. Questo fa di noi dei padri fecondi.

Su di loro normalmente ricade in modo speciale la responsabilità che questo popolo sia il popolo di Dio. Loro sono in prima linea. Portano sulle spalle il peso della giornata e il caldo (cfr Mt 20,12), sono esposti a una serie di situazioni quotidiane che possono renderli più vulnerabili e, pertanto, hanno anche bisogno della nostra vicinanza, della nostra comprensione e dell’incoraggiamento, hanno bisogno della nostra paternità. Il risultato del lavoro pastorale, dell’evangelizzazione nella Chiesa e della missione non si basa sulla ricchezza dei mezzi e sulle risorse materiali, o sulla quantità di eventi o attività che realizziamo, ma sulla centralità della compassione: una delle grandi caratteristiche che come Chiesa possiamo offrire ai nostri fratelli. Mi preoccupa come la compassione abbia perso la sua centralità nella Chiesa. Anche i gruppi cattolici l’hanno persa – o la stanno perdendo, per non essere pessimisti. Anche nei mezzi di comunicazione cattolici, la compassione non c’è. C’è lo scisma, la condanna, la cattiveria, l’accanimento, la sopravvalutazione di sé, la denuncia dell’eresia… Che non si perda nella nostra Chiesa la compassione, e non si perda nel vescovo la centralità della compassione. La kenosis di Cristo è l’espressione massima della compassione del Padre. La Chiesa di Cristo è la Chiesa della compassione, e questo inizia a casa. È sempre buona cosa chiederci come pastori: quanto mi tocca la vita dei miei sacerdoti? Sono capace di essere un padre o mi consolo con l’essere un mero esecutore? Mi lascio scomodare? Ricordo le parole di Benedetto XVI all’inizio del suo pontificato parlando ai suoi connazionali: «Cristo non ci ha promesso una vita comoda. Chi cerca la comodità con Lui ha sbagliato strada. Egli ci mostra il percorso che porta alle cose grandi, al bene, a una vita umana autentica» (Discorso ai pellegrini tedeschi, 25 aprile 2005). Il vescovo deve crescere ogni giorno nella capacità di lasciarsi scomodare, di essere vulnerabile per i suoi preti. Penso a un vescovo, un vescovo emerito di una diocesi grande, gran lavoratore, faceva le udienze tutti i giorni al mattino e spesso, molto spesso, quando finiva le udienze del mattino e non vedeva l’ora di andare a mangiare, c’erano lì due preti che non erano nell’agenda ad aspettarlo. E lui tornava indietro e li ascoltava come se avesse tutta la mattina davanti. Lasciarsi scomodare e lasciare che la pasta si scuocia e che la bistecca si raffreddi. Lasciarsi scomodare dai sacerdoti.

Sappiamo che il nostro lavoro, nelle visite e negli incontri che svolgiamo, specialmente nelle parrocchie, ha una dimensione e una componente amministrativa che è necessario portare avanti. Bisogna assicurarsi che venga fatto, ma questo non significa che spetti a noi utilizzare il poco tempo che abbiamo in adempimenti amministrativi. Nelle visite, la cosa fondamentale e che non possiamo delegare è l’ascolto. Ci sono tante cose che facciamo ogni giorno che dovremmo affidare ad altri. Quello che non possiamo delegare, invece, è la capacità di ascoltare, la capacità di seguire la salute e la vita dei nostri sacerdoti. Non possiamo delegare ad altri la porta aperta per loro. Porta aperta per creare le condizioni che rendano possibile la fiducia più che la paura, la sincerità più che l’ipocrisia, lo scambio franco e rispettoso più che il monologo disciplinare.

Ricordo le parole del beato Rosmini – accusato di eresia e oggi beato –: «Certo, solo grandi uomini possono formare altri grandi uomini […]. Nei primi secoli, la casa del vescovo era il seminario dei preti e dei diaconi; la presenza e la santa conversazione del loro prelato era un’infuocata lezione, continua, sublime, dove si apprendeva la teoria nelle sue dotte parole, congiunta alla pratica nelle sue assidue occupazioni pastorali. E in tal modo accanto agli Alessandri si vedevano allora crescere bellamente i giovani Atanasi» (Delle cinque piaghe della santa Chiesa, Brescia 1966, 40).

È importante che il sacerdote trovi il padre, il pastore in cui “rispecchiarsi” e non l’amministratore che vuole “passare in rivista le truppe”. È fondamentale che, con tutte le cose in cui ci differenziamo e anche quelle in cui non siamo d’accordo e le discussioni che possono esserci (ed è normale e auspicabile che ci siano), i preti vedano nel vescovo un uomo capace di spendersi ed esporsi per loro, di farli andare avanti e tendere loro la mano quando si trovano impantanati. Un uomo di discernimento che sappia orientare e trovare vie concrete e praticabili nei diversi incroci di ogni storia personale. Quando ero in Argentina, a volte sentivo persone che dicevano: “Ho chiamato il vescovo – preti – e la segretaria mi ha detto che aveva l’agenda piena, che richiamassi tra venti giorni, adesso era tutto pieno; e non mi ha chiesto cosa volevo, niente”. “Vorrei vedere il Vescovo” – “Non può, la metto in lista”. È chiaro che dopo il prete non ha chiamato più, ed è andato avanti con quello che voleva chiedergli – bene o male – dentro di sé. Questo è non un consiglio, ma una cosa vi dico dal cuore: se avete l’agenda piena, ringraziamo Dio, così mangerete tranquilli perché vi siete guadagnati il pane; ma se vedete la chiamata di un prete, oggi, al massimo domani dovete chiamarlo e dirgli: “Mi hai chiamato, che succede? Puoi aspettare fino al tal giorno o no?”. Quel prete da quel momento sa che ha un padre.

La parola autorità deriva etimologicamente dalla radice latina augere che significa aumentare, promuovere, far progredire. L’autorità del Pastore consiste in particolare nell’aiutare a crescere, nel promuovere i suoi presbiteri, piuttosto che nel promuovere sé stesso – questo lo fa uno scapolo, non un padre –. La gioia del padre/pastore è vedere che i suoi figli sono cresciuti e sono stati fecondi. Fratelli, che sia questa la nostra autorità e il segno della nostra fecondità.

L’ultimo punto: la kenosis di Cristo è povera

Fratelli, Sentire con la Chiesa è sentire con il popolo fedele, il popolo di Dio che soffre e spera. È sapere che la nostra identità ministeriale nasce e si capisce alla luce di questa appartenenza unica e costitutiva del nostro essere. In questo senso, vorrei ricordare con voi ciò che Sant’Ignazio scriveva a noi gesuiti: «la povertà è madre e muro», genera e sostiene. Madre, perché ci chiama alla fecondità, alla generatività, alla capacità di donazione che sarebbe impossibile in un cuore avaro o che cerca di accumulare. E muro, perché ci protegge da una delle tentazioni più sottili che noi consacrati dobbiamo affrontare, la mondanità spirituale: il rivestire di valori religiosi e “pii” la sete di potere e di protagonismo, la vanità e persino l’orgoglio e la superbia. Muro e madre che ci aiutano ad essere una Chiesa sempre più libera perché centrata nella kenosis del suo Signore. Una Chiesa che non vuole che la sua forza stia – come diceva Mons. Romero – nell’appoggio dei potenti o della politica, ma che si svincoli con nobiltà per camminare sorretta unicamente dalle braccia del Crocifisso, che è la sua vera forza. E questo si traduce in segni concreti ed evidenti; questo ci interroga e ci spinge ad un esame di coscienza sulle nostre scelte e priorità nell’uso delle risorse, nell’uso delle influenze e delle posizioni. La povertà è madre e muro perché custodisce il nostro cuore perché non scivoli in concessioni e compromessi che indeboliscono la libertà e la parresia a cui il Signore ci chiama.

Fratelli, Prima di concludere, mettiamoci sotto il manto della Vergine, preghiamo insieme perché ella custodisca i nostri cuori di Pastori e ci aiuti a servire meglio il Corpo di suo Figlio, il santo Popolo fedele di Dio che cammina, vive e prega qui in America Centrale. Preghiamo la Madre.

[Ave o Maria...]

Gesù vi benedica e la Vergine Maria vi protegga. E, per favore, non dimenticatevi di pregare per me, perché possa fare tutto quello che ho detto.

Grazie!

___________________

[1] Voglio tener presente la memoria di Pastori che, spinti dal loro zelo pastorale e dal loro amore per la Chiesa, hanno dato vita a questo organismo ecclesiale, come Mons. Luis Chávez y González, Arcivescovo di San Salvador, e Mons. Victor Sanabria, arcivescovo di San José di Costa Rica, tra gli altri.

[00112-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

Chers frères :

Merci à Mgr José Luis Escobar Alas, archevêque de San Salvador, pour les paroles de bienvenue qu’il m’a adressées au nom de tous, parmi lesquels ici présents, je retrouve un ami de jeunesse : c’est très beau. Je me réjouis de pouvoir vous rencontrer et échanger avec vous, de manière plus familière et directe, sur les aspirations, les projets et les idées des pasteurs à qui le Seigneur a confié le soin du peuple saint. Merci pour l’accueil fraternel.

Pouvoir me retrouver avec vous est aussi "m’offrir" l’opportunité de pouvoir étreindre et me sentir plus proche de vos peuples, de pouvoir faire miens leurs désirs, leurs découragements aussi et, surtout, cette foi "courageuse" qui sait stimuler l’espérance et faciliter la charité. Merci de me permettre de me rapprocher de cette foi éprouvée mais simple du visage pauvre de votre peuple qui sait que « Dieu est présent, qu’il ne dort pas, qu’il agit, observe et aide » (Saint Oscar Romero, Homélie, 16 décembre 1979).

Cette rencontre nous rappelle un évènement ecclésial de grande importance. Les pasteurs de cette région furent les premiers à créer en Amérique un organisme de communion et de participation qui a donné – et continue toujours à donner – des fruits abondants. Je fais référence au Secrétariat Épiscopal d’Amérique Centrale, le SEDAC. Un espace de communion, de discernement et d’engagement qui nourrit, revitalise et enrichit vos Églises. Des pasteurs qui ont su anticiper et donner un signe qui, loin d’être un élément seulement programmatique, a indiqué comment l’avenir de l’Amérique Centrale – et de n’importe quelle région dans le monde – passe nécessairement par la lucidité et la capacité à élargir le regard, à unir les efforts dans un travail patient et généreux d’écoute, de compréhension, de dévouement et de don, et à pouvoir ainsi discerner les nouveaux horizons vers lesquels l’Esprit nous conduit[1] (cf. Exhort. Ap. Evangelii gaudium, n.235).

Durant les 75 années depuis sa fondation, le SEDAC s’est efforcé de partager les joies, les tristesses, les luttes et les espérances des peuples d’Amérique Centrale, dont l’histoire est liée à celle de votre peuple fidèle et l’a forgée. Beaucoup d’hommes et de femmes, de prêtres, de personnes consacrées et de laïcs ont offert leur vie jusqu’à verser leur sang pour maintenir vive la voix prophétique de l’Église face à l’injustice, à l’appauvrissement de tant de personnes et à l’abus de pouvoir. Je me rappelle que, étant jeune prêtre, le nom de certains d’entre vous était considéré comme un mauvais mot, et votre constance a montré le chemin : merci. Ils nous rappellent que « celui qui veut vraiment rendre gloire à Dieu par sa vie, celui qui désire réellement se sanctifier pour que son existence glorifie le Saint, est appelé à se consacrer, à s’employer, et à s’évertuer à essayer de vivre les œuvres de miséricorde » (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, n.107). Et cela, non pas comme une aumône mais comme une vocation.

Parmi les fruits prophétiques de l’Église en Amérique Centrale, je me réjouis de mentionner la figure de saint Oscar Romero, que j’ai eu le privilège de canoniser récemment dans le contexte du Synode des Évêques sur les jeunes. Sa vie et son enseignement sont une source d’inspiration pour nos Églises et, d’une manière particulière, pour nous-mêmes, évêques, mais furent aussi considérés comme une mauvaise parole : il fut suspecté, excommunié, dans les messes basses de nombreux évêques.

La devise qu’il a choisie pour son blason épiscopal et qui se trouve sur sa pierre tombale, exprime de manière claire son principe inspirateur et ce qu’a été sa vie de pasteur : "Sentir avec l’Église". Une boussole qui a orienté sa vie dans la fidélité, y compris dans les moments les plus troublés.

C’est un héritage qui peut se transformer en témoignage actif et vivifiant pour nous-mêmes, également appelés au don du martyr dans le service quotidien de nos peuples, et je voudrais m’appuyer sur cet héritage pour cette réflexion, "sentir avec l’Eglise". La réflexion que je veux partager avec vous sur la figure de Romero. Je sais qu’il en est parmi nous qui l’ont connu en personne – comme le cardinal Rosa Chavez, dont le cardinal Quarracino m’a dit qu’il était candidat au prix Nobel de la fidélité - – c’est pourquoi, Eminence, si vous pensez que je me trompe avec telle ou telle appréciation, vous pouvez me corriger, ce n’est pas un problème. Recourir à la figure de Romero, c’est invoquer la sainteté et le caractère prophétique qui vit dans l’ADN de vos Églises particulières.

Sentir avec l’Église

1. Reconnaissance et gratitude

Quand saint Ignace propose les principes pour sentir avec l’Église – pardonnez-moi pour la publicité -, il cherche à aider celui qui fait les Exercices à dépasser tout type de fausses dichotomies ou d’antagonismes qui réduisent la vie de l’Esprit à la tentation habituelle d’adapter la Parole de Dieu à son intérêt personnel. Ainsi il rend possible pour celui qui fait les Exercices la grâce de se sentir et de se savoir faire partie d’un corps apostolique plus grand que lui-même et, en même temps, avec la conscience réelle de ses forces et de ses potentialités : ni faible, ni sélectif ou téméraire. Se sentir partie d’un tout, qui sera toujours plus que la somme des parties (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, n.235) et qui est uni à une Présence qui toujours va le dépasser (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, n.8).

D’où le fait que je souhaite axer ce premier Sentir avec l’Eglise de saint Oscar, comme une action de grâce, autrement dit une reconnaissance pour tant de bien reçu, non mérité. Romero a pu rejoindre et apprendre à vivre l’Eglise parce qu’il aimait tendrement celle qui l’avait engendré dans la foi. Sans cet amour venu de ses entrailles, il serait plus difficile de comprendre son histoire et sa conversion, puisque ce fut ce même amour qui l’a conduit jusqu’au don du martyr ; cet amour qui naît de l’accueil d’un don totalement gratuit, qui ne nous appartient pas et qui nous libère de toute prétention et de toute tentation de nous en croire propriétaires et uniques interprètes. Nous n’avons pas inventé l’Église, elle n’est pas née avec nous et elle continuera sans nous. Une telle attitude, loin de nous abandonner à la paresse, éveille une insondable et inimaginable reconnaissance qui nourrit tout. Le martyre n’est pas synonyme de pusillanimité ou de l’attitude de celui qui n’aime pas la vie et qui ne sait pas reconnaître la valeur de celle-ci. Au contraire, le martyr est celui qui est capable de lui donner chair et de vivre concrètement cette action de grâce.

Romero a senti avec l’Église parce que, en premier lieu, il a aimé l’Église comme une mère qui l’a engendré dans la foi et qu’il s’est senti membre et partie d’elle.

2. Un amour au goût de peuple

Cet amour, adhésion et reconnaissance, l’a conduit à étreindre avec passion, mais également avec dévouement et réflexion, tout l’apport et le renouveau magistériel que le Concile Vatican II a proposé. Là, il a trouvé l’assurance de vivre la suite du Christ. Il ne fut ni idéologue ni idéologique ; son action est née d’une intégration des documents conciliaires. Illuminé par cet horizon ecclésial, sentir avec l’Église est pour Romero la contempler comme Peuple de Dieu. Parce que le Seigneur n’a pas voulu nous sauver isolément hors de tout lien mutuel, mais il a voulu former un peuple qui le confesse en vérité et le serve dans la sainteté (cf. Const. Dogm. Lumen Gentium, n.9). Un Peuple qui possède, garde et célèbre « l’onction du Saint » (ibid. n.12) et auprès duquel Romero se mettait à l’écoute pour ne pas repousser l’inspiration (cf. S. Oscar Romero, Homélie, 16 juillet 1978). Ainsi il nous montre que le pasteur, pour chercher et trouver le Seigneur, doit apprendre à écouter le pouls de son peuple, sentir "l’odeur" des hommes et des femmes d’aujourd’hui jusqu’à rester imprégné de leurs joies et de leurs espérances, de leurs tristesses et de leurs angoisses (cf. Const. dogm. Gaudium et spes, n.1) et ainsi scruter la Parole de Dieu (cf. Const. dogm. Dei Verbum, n.13). Une écoute du peuple qui lui a été confié, jusqu’à respirer et découvrir à travers lui la volonté de Dieu qui nous appelle (cf. Discours durant la rencontre pour les familles, 4 octobre 2014). Sans dichotomie ou faux antagonismes, parce que seul l’amour de Dieu est capable d’intégrer tous nos amours dans un même sentir et un même regard.

Pour lui, en définitive, sentir avec l’Église, c’est participer à la gloire de l’Église qui est de porter dans ses entrailles toute la kénose du Christ. Dans l’Église, le Christ vit parmi nous et, pour cette raison, elle doit être humble et pauvre, parce qu’une Église hautaine, une Église pleine d’orgueil, une Église autosuffisante, n’est pas l’Église de la kénose, comme il nous le disait dans une homélie du 1er octobre 1978.

3. Porter dans ses entrailles la kénose du Christ

Cela n’est pas seulement la gloire de l’Église, mais aussi une vocation, une invitation à être notre gloire personnelle et notre chemin de sainteté. La kénose du Christ n’est pas de l’histoire ancienne mais une garantie actuelle pour sentir et découvrir sa présence agissante dans l’histoire. Présence que nous ne pouvons pas ni ne voulons taire, parce nous savons et nous avons fait l’expérience que Lui seul est "Chemin, Vérité et Vie". La kénose du Christ nous rappelle que Dieu sauve dans l’histoire, dans la vie de chaque homme, que c’est également sa propre histoire et que là il vient à notre rencontre (cf. S. Oscar Romero, Homélie, 7 décembre 1978). C’est important, frères, que nous n’ayons pas peur de toucher et de nous approcher des blessures de notre peuple, qui sont aussi nos blessures, et de le faire à la manière du Seigneur. Le pasteur ne peut pas rester éloigné de la souffrance de son peuple ; de plus, nous pourrions dire que le cœur du pasteur se juge à sa capacité à se laisser toucher face à tant de vies blessées et menacées. Le faire à la manière du Seigneur signifie laisser cette souffrance frapper, marquer nos priorités et nos préférences, frapper et marquer l’emploi du temps et l’utilisation de l’argent, y compris la manière de prier, pour pouvoir oindre tout et tous avec la consolation de l’amitié de Jésus-Christ, dans une communauté de foi qui contient et ouvre un horizon toujours nouveau qui donne sens et espérance à la vie (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, n.49). La kénose du Christ implique d’abandonner la virtualité de l’existence et des discours pour écouter le bruit et la rengaine des personnes réelles qui nous défie de créer des liens. Permettez-moi de vous le dire : les réseaux servent à créer des liens mais pas des racines, ils sont incapables de nous donner une appartenance, de nous faire sentir partie d’un même peuple. Sans ce sentir, toutes nos paroles, nos réunions, nos rencontres, et nos écrits seront le signe d’une foi qui n’a pas su accompagner la kénose du Seigneur, une foi qui est restée à mi-chemin, quand, plus grave encore, - je me rappelle un penseur latino-américain – elle ne finit pas par être une religion avec un Dieu sans Christ, avec un Christ sans Eglise et avec une Eglise sans peuple.

La kénose du Christ est jeune

Ces Journées Mondiales de la Jeunesse sont une occasion unique pour sortir à la rencontre et s’approcher davantage de la réalité de nos jeunes. Une réalité pleine d’espérance et de désirs, mais aussi profondément marquée par tant de blessures. Avec eux, nous pourrons déchiffrer, de manière renouvelée, notre époque et reconnaître les signes des temps parce que, comme l’ont affirmé les pères synodaux, les jeunes sont un des "lieux théologiques" dans lesquels le Seigneur nous donne à connaître certaines de ses attentes et de ses défis pour construire demain (cf. Synode sur les Jeunes, doc. fin., n.64). Avec eux, nous pouvons imaginer comment rendre plus visible et plus crédible l’Évangile dans le monde où nous devons vivre ; ils sont comme un thermomètre pour savoir où nous en sommes comme communauté et comme société.

Ils portent avec eux une inquiétude que nous devons valoriser, respecter, accompagner, et qui nous fait tant de bien à tous parce qu’elle nous désinstalle et nous rappelle que le pasteur ne cesse jamais d’être disciple et qu’il est toujours en chemin. Cette saine inquiétude nous met en mouvement et nous devance. Comme l’ont rappelé les pères synodaux en disant : « les jeunes, à certains égards, sont en avance sur leurs pasteurs » (ibid., n.66). Le pasteur en relation avec son peuple ne passe pas toujours devant ; parfois il doit passer devant pour indiquer le chemin ; parfois il doit être au milieu pour sentir ce qui se passe, pour comprendre le peuple ; parfois il doit rester à l’arrière, pour protéger les derniers et pour que personne ne soit laissé pour compte et ne devienne un matériel jetable. Nous devons être comblés de joie de constater comment le semis n’est pas tombé dans l’oreille d’un sourd. Beaucoup des préoccupations et des intuitions des jeunes ont grandi dans le cadre familial, alimentées par une grand-mère ou une catéchiste. En parlant des grands-mères, c’est la deuxième fois que je la vois, je l’ai vue hier et je l’ai vue aujourd’hui, une vieille femme, maigre, de mon âge ou plus encore, avec une mitre, elle s’était mis une mitre qu’elle avait faite avec du carton et une pancarte qui disait : "Sainteté, les grands-mères aussi font du vacarme". Une merveille du peuple ! Et, les jeunes ont appris ces choses avec la famille ou dans le cadre de la paroisse, de la pastorale éducative ou des jeunes. Ces préoccupations qui ont grandi dans une écoute de l’Evangile et dans des communautés à la foi vive, fervente qui trouve une terre où germer. Comment ne pas remercier les jeunes soucieux pour l’Evangile ! Bien évidemment que ça fatigue, bien évidemment que parfois ça dérange. Il me vient à l’esprit ce qu’a dit un philosophe grec, ce qu’il l’a dit de lui-même, je le dis des jeunes : ils sont comme une mouche sur la croupe d’un noble cheval, pour qu’il ne s’endorme pas (cf. Platon, Apologie de Socrate). Nous sommes le cheval, non ? Cette réalité nous stimule à un plus grand engagement pour les aider à grandir, en leur offrant plus et de meilleurs espaces qui les engendrent au rêve de Dieu. L’Eglise par nature est Mère et comme telle, elle engendre et fait éclore la vie en la protégeant de tout ce qui menace son développement. Gestation de la liberté et pour la liberté. Je vous invite donc à promouvoir des programmes et des centres éducatifs qui sachent accompagner, soutenir et renforcer vos jeunes ; s’il vous plait, des jeunes "récupérés" dans la rue, avant que la culture de mort, "en leur vendant de la fumée" et des solutions magiques, ne s’empare et ne profite de leur inquiétude et de leur esprit. Et faites-le non pas avec paternalisme, qu’ils ne tolèrent pas, non pas du haut vers le bas, parce que ce n’est pas non plus ce que le Seigneur nous demande, mais comme des pères, comme de frères à frères. Ils sont le visage du Christ pour nous, et nous ne pouvons pas aller au Christ du haut vers le bas, mais du bas vers le haut, nous disait Romero le 2 septembre 1979 (cf. S. Oscar Romero, Homélie, 2 septembre 1979).

Ils sont nombreux les jeunes qui ont été douloureusement séduits par des réponses immédiates qui hypothèquent la vie. Et tant d’autres auxquels a été donnée une illusion à court terme dans certains mouvements, qui ensuite en ont fait des pélagiens ou des convaincus de se suffire à eux-mêmes et qui les abandonnent à mi-chemin. Les pères synodaux nous l’ont dit : par durcissement ou par manque d’alternatives, les jeunes se trouvent plongés dans des situations très conflictuelles qui n’ont pas de solution à court terme : violence domestique, homicides contre les femmes – quel fléau vit notre continent à ce sujet ! –, bandes armées, criminelles, trafic de drogue, exploitation sexuelle des mineurs et de non mineurs, etc., et ça fait mal de constater qu’à la racine de beaucoup de ces situations, se trouvent des expériences d’orphelin, fruit d’une culture et d’une société qui est partie "dans tous les sens", sans mère, et les laisse orphelins. Des foyers brisés tant de fois par un système économique qui n’a pas comme priorité les personnes et le bien commun et qui a fait de la spéculation "son paradis" d’où il continue à "s’engraisser", sans se soucier aux dépens de qui. Ainsi nos jeunes sans domicile, sans famille, sans communauté, sans appartenance, sont à découvert pour le premier escroc.

N’oublions pas que « la véritable souffrance qui sort de l’homme appartient en premier lieu à Dieu » (Georges Bernanos, Journal d’un curé de campagne). Ne séparons pas ce que Lui a voulu unir en son Fils.

Demain exige de respecter le présent, en rendant dignes et en s’obstinant à valoriser les cultures de vos peuples. Là aussi se joue la dignité : dans la fierté culturelle. Vos peuples ne sont pas "l’arrière-cour" de la société, ni de personne. Ils ont une histoire riche qui doit être assumée, valorisée et confortée. Les semences du Royaume ont été plantées dans cette terre. Nous avons le devoir de les reconnaître, de veiller sur elles, de les protéger, pour que rien de ce que Dieu a planté de bon ne se dessèche à cause d’intérêts illégitimes qui, en tous lieux, sèment la corruption et se développent avec l’exploitation des plus pauvres. Prendre soin des racines, c’est prendre soin du riche patrimoine historique, culturel et spirituel que cette terre durant des siècles a su "métisser". Obstinez-vous et élevez la voix contre la désertification culturelle et contre la désertification spirituelle de vos peuples, qui provoque une indigence radicale puisqu’elle les laisse sans cette indispensable immunité vitale qui soutient la dignité dans les moments de plus grande difficulté. Et je vous félicite pour l’initiative de commencer ces Journées Mondiales de la Jeunesse par les Journées de la Jeunesse indigène, je crois dans le diocèse de David, et par les Journées de la Jeunesse d’ascendance africaine, ça a été une bonne initiative pour faire voir les nombreuses facettes de notre peuple.

Dans votre dernière lettre pastorale, vous avez affirmé : « Dernièrement, notre région a été impactée par la migration vécue d’une manière nouvelle, parce qu’elle est massive et organisée, et qu’elle a mis en évidence les raisons qui en font une migration forcée avec les risques qu’elle implique pour la dignité de la personne humaine » (SEDAC, Message au Peuple de Dieu et à toutes les personnes de bonne volonté, 30 novembre 2018).

Beaucoup de migrants ont un visage jeune, ils recherchent un bien plus grand pour leurs familles, ils n’ont pas peur de risquer et de tout laisser, afin de leur offrir le minimum de conditions qui leur garantissent un avenir meilleur. A ce sujet, il ne suffit pas seulement de dénoncer, mais nous devons aussi annoncer concrètement une "bonne nouvelle". L’Église, grâce à son universalité, peut offrir cette hospitalité fraternelle et accueillante, pour que les communautés d’origine et celles d’accueil dialoguent et contribuent à dépasser les peurs et les méfiances, et consolident les liens que les migrations, dans l’imaginaire collectif, menacent de rompre. "Accueillir, protéger, promouvoir et intégrer" les peuples, peuvent être les quatre verbes avec lesquels l’Église, dans cette situation migratoire, conjugue sa maternité dans l’aujourd’hui de l’histoire (cf. Synode sur les jeunes, Doc. fin., n.147). Le Vicaire général de Paris, Mgr Benoist de Sinety, vient de publier un livre qui a comme sous-titre : "Accueillir les migrants, un appel au courage" (cf. Il faut que des voix s’élèvent. Accueil des migrants, un appel au courage, Paris 2018). Ce livre est une joie. Lui est ici, aux Journées.

Tous les efforts que vous pouvez accomplir pour jeter des ponts entre les communautés ecclésiales, paroissiales, diocésaines, ainsi que par l’intermédiaire des Conférences épiscopales, seront un geste prophétique de l’Église qui dans le Christ est « le signe et le moyen de l’union intime avec Dieu et de l’unité de tout le genre humain » (Cons. dogm. Lumen gentium, n.1). Et ainsi la tentation d’en rester à la seule dénonciation se dissipe et se fait annonce de la Vie nouvelle que le Seigneur nous offre.

Rappelons-nous l’exhortation de saint Jean : « Celui qui a de quoi vivre en ce monde, s’il voit son frère dans le besoin sans faire preuve de compassion, comment l’amour de Dieu pourrait-il demeurer en lui ? Petits enfants, n’aimons pas en paroles ni par des discours, mais par des actes et en vérité » (1 Jn 3, 17-18).

Toutes ces situations posent des questions, elles sont des situations qui nous appellent à la conversion, à la solidarité et à une action éducative qui pénètre dans nos communautés. Nous ne pouvons pas rester indifférents (cf. Synode sur les jeunes, Doc. fin., n.41-44). Le monde exclut, l’esprit du monde exclut, nous le savons et nous en souffrons ; la kénose du Christ n’exclut pas, nous en avons fait l’expérience et nous continuons d’en faire l’expérience dans notre propre chair avec le pardon et la conversion. Cette tension nous oblige à nous interroger continuellement : où voulons-nous nous arrêter ?

La kénose du Christ est sacerdotale

L’impact qu’a eu le meurtre du P. Rutilio Grande dans la vie de Mgr Romero est connu, ainsi que l’amitié qu’il lui portait. Ce fut un évènement qui a marqué au fer son cœur d’homme, de prêtre et de pasteur. Romero n’était pas un administrateur de ressources humaines, il ne gérait pas des personnes ni des organismes, Romero sentait, il sentait avec l’amour d’un père, d’un ami et d’un frère. Une barre un peu haute, mais une barre dans le but d’évaluer notre cœur épiscopal, une barre face à laquelle nous pouvons nous interroger : quand est-ce que je suis affecté par la vie de mes prêtres ? Quand suis-je capable de me laisser toucher par ce qu’ils vivent, de pleurer de leurs souffrances, ainsi que de fêter leurs joies et de m’en réjouir ? Le fonctionnalisme et le cléricalisme ecclésial – si tristement répandus et qui représentent une caricature et une perversion du ministère – commencent à être évalués par ces questions. Il n’est pas question de changement de style, de manière ou de langage –cela est important certainement –, mais surtout, il est question de l’impact et de la capacité de nos agendas épiscopaux à avoir de l’espace pour recevoir, accompagner et soutenir nos prêtres, un "espace réel" pour nous occuper d’eux. Et c’est ce qui fait de nous des pères féconds.

C’est à eux normalement qu’incombe de manière spéciale la responsabilité de faire que ce peuple soit le peuple de Dieu. Ils sont sur la ligne de tir. Ils portent sur leurs épaules le poids du jour et de la chaleur (cf. Mt 20,12), ils sont exposés à une multitude de situations quotidiennes qui peuvent les rendre plus vulnérables et, pour cette raison, ils ont besoin également de notre proximité, de notre compréhension et de notre encouragement, ils ont besoin de notre paternité. Le résultat du travail pastoral, de l’évangélisation dans l’Église et de la mission, ne repose pas sur la richesse des ressources et des moyens matériels, ni sur le nombre d’évènements ou d’activités que nous réalisons, mais sur la centralité de la compassion : une des plus grandes marques distinctives que nous puissions offrir comme Église à nos frères. Je suis inquiet de ce que la compassion ait perdu une place centrale dans l’Eglise, notamment dans des groupes catholiques, ou qu’elle soit en train de la perdre, pour ne pas être trop pessimiste. Même dans les moyens de communication catholiques, il n’y a plus de compassion, mais il y a le schisme, la condamnation, l’acharnement, la valorisation de soi-même, la dénonciation de l’hérésie… Que ne se perde pas dans notre Eglise la compassion, et que ne se perde pas dans l’évêque la place centrale de la compassion.   La kénose du Christ est l’expression maximale de la compassion du Père. L’Église du Christ est l’Église de la compassion, et cela commence à la maison. Il est toujours bon de nous interroger comme pasteurs : quel impact a en moi la vie de mes prêtres ? Suis-je capable d’être un père ou bien est-ce que je me console d’être un simple exécutant ? Est-ce que je me laisse déranger ? Je me rappelle les paroles de Benoît XVI au début de son pontificat, s’adressant à ses compatriotes : « Le Christ ne nous a pas promis une vie facile. Celui qui cherche la facilité avec Lui, s’est trompé de chemin. Lui, il nous montre la voie qui nous conduit vers de grandes choses, vers le bien, vers une vie humaine authentique » (Benoît XVI, Discours aux pèlerins allemands, 25 avril 2005). L’évêque doit grandir chaque jour dans la capacité à se laisser déranger, à être sensible à ses prêtres. Je pense à un évêque, évêque émérite d’un grand diocèse, grand travailleur, qui avait les audiences chaque jour le matin, et il arrivait souvent, très souvent, que, ayant terminé les audiences du matin, sans avoir vu l’heure d’aller manger, il y eut là deux prêtres qui n’étaient pas sur son agenda et qui l’attendaient, et il revenait en arrière et il les écoutait comme s’il avait toute la matinée devant lui. Se laisser déranger et laisser les pâtes et la côtelette se refroidir. Se laisser déranger par les prêtres.

Nous savons que notre travail, dans les visites et les rencontres que nous accomplissons – surtout dans les paroisses – ont une dimension et une composante administrative qu’il est nécessaire de réaliser. S’assurer que cela se fait, oui, mais cela ne veut pas et ne voudrait pas dire que nous devions le faire et utiliser le temps limité en tâches administratives. Dans les visites, l’essentiel et ce que nous ne pouvons pas déléguer, c’est "l’oreille". Il y a beaucoup de choses que nous faisons tous les jours et que nous devrions confier à d’autres. Ce que nous ne pouvons pas confier, en revanche, c’est la capacité d’écouter, la capacité de suivre l’état de santé et la vie de nos prêtres. Nous ne pouvons pas déléguer à d’autres la porte ouverte à leur intention. Porte ouverte qui crée les conditions permettant la confiance plus que la peur, la sincérité plus que l’hypocrisie, l’échange franc et respectueux plus que le monologue disciplinaire.

Je me rappelle ces paroles du bienheureux Rosmini – accusé d’hérésie et aujourd’hui bienheureux - : « Il ne fait aucun doute que seuls les grands hommes peuvent former d’autres grands hommes […] Dans les premiers siècles, la maison de l’évêque c’était le séminaire des prêtres et des diacres. La présence et la vie sainte de leur prélat s’avérait être une leçon brûlante, continue, sublime, dans laquelle on apprenait conjointement la théorie dans ses doctes paroles et la pratique dans ses occupations pastorales assidues. Et ainsi on voyait grandir le jeune Athanase auprès d’Alexandre » (Antonio Rosmini, Les cinq plaies de la sainte Eglise, p.63).

Il est important que le prêtre trouve le père, le pasteur dans lequel "se regarder", non pas l’administrateur qui veut "passer les troupes en revue ". Il est fondamental, avec toutes les choses sur lesquelles nous sommes en désaccord, y compris les différends et les débats qui peuvent exister (et il est normal et attendu qu’ils existent), que les prêtres perçoivent dans l’évêque un homme capable de se risquer et de s’engager pour eux, de les faire avancer et d’être une main tendue quand ils sont enlisés. Un homme de discernement qui sache orienter et trouver des chemins concrets et praticables aux différents carrefours de chaque histoire personnelle. Quand j’étais en Argentine, j’entendais parfois des personnes qui disaient : "J’ai appelé l’évêque – des prêtres, non ? – et la secrétaire m’a dit qu’il avait l’agenda rempli et de rappeler d’ici vingt jours ; et elle ne m’a pas demandé ce que je voulais, rien". "Je voudrais voir l’évêque. Il ne peut pas, donc je vous inscris sur la liste". C’est clair, après cela, le prêtre n’a plus appelé, et il a continué avec celui qui voulait bien l’interroger – bien ou mal – sur lui-même. Ce n’est pas un conseil, mais quelque chose que je vous dis avec le cœur : si vous avez l’agenda rempli, béni soit Dieu, ainsi vous allez manger tranquilles parce que vous avez gagné votre pain ; mais si vous voyez qu’un prêtre vous a appelé, aujourd’hui, pas plus tard que demain, appelez-le : "tu m’as appelé, qu’est-ce qui se passe ? Peux-tu attendre jusqu’à tel jour ou pas ?". Ce prêtre, à partir de ce moment, sait qu’il a un père.

Le mot autorité étymologiquement vient de la racine latine augere qui signifie augmenter, promouvoir, faire progresser. L’autorité du pasteur consiste en particulier à aider à grandir, à promouvoir ses prêtres, plus qu’à se promouvoir lui-même – cela un célibataire le fait, pas un père –. La joie du père/pasteur est de voir que ses fils ont grandi et qu’ils ont été féconds. Frères, que cela soit notre autorité et le signe de notre fécondité.

La kénose du Christ est pauvre

Sentir avec l’Eglise, c’est sentir avec le peuple fidèle, le peuple souffrant et espérant en Dieu. C’est savoir que notre identité ministérielle nait et se comprend à la lumière de cette appartenance unique et constitutive de notre être. Dans ce sens, j’aimerais vous rappeler ce que saint Ignace nous écrivait aux jésuites : « la pauvreté est une mère et un mur », elle engendre et elle contient. Mère parce qu’elle nous invite à la fécondité, à engendrer, à être capables de donner, chose impossible d’un cœur avare et qui cherche à accumuler. Et un mur parce qu’elle nous protège de l’une des tentations les plus subtiles à laquelle nous sommes confrontés, nous les consacrés, à savoir la mondanité spirituelle : c’est-à-dire, revêtir de valeurs religieuses et "pieuses" l’appât du pouvoir et le fait de vouloir se mettre en avant, la vanité, y compris l’orgueil et l’arrogance. Un mur et une mère qui nous aident à être une Eglise qui soit toujours plus libre parce qu’elle est centrée sur la kénose de son Seigneur. Une Eglise qui ne veut pas que sa force soit – comme l’a dit Mgr Romero – dans le soutien des puissants ou de la politique, mais résulte de la noblesse à cheminer uniquement dans les bras du crucifié, qui est sa véritable force. Et cela se traduit en signes concrets, en signes visibles, cela nous remet en question et nous pousse à un examen de conscience sur nos options et nos priorités dans l’utilisation des ressources, dans l’utilisation des influences et des positionnements. La pauvreté est une mère et une barrière parce qu’elle garde en particulier notre cœur pour qu’il ne glisse pas vers des concessions et des engagements qui affaiblissent la liberté et la "parresia” de ce à quoi le Seigneur nous appelle.

Frères, avant de terminer, mettons-nous sous le manteau de la Vierge, prions ensemble pour qu’elle garde notre cœur de pasteurs et nous aide à mieux servir le Corps de son Fils, le saint Peuple fidèle de Dieu qui chemine, vit et prie ici en Amérique Centrale. Prions la Mère.

[Ave Maria…]

Que Jésus vous bénisse et que la Vierge vous garde. Et, s’il vous plait, n’oubliez pas de prier pour moi, pour que je me conforme à tout ce que j’ai dit.

Merci beaucoup.

_____________________

[1] Je veux rendre présente la mémoire de pasteurs qui, mus par leur zèle pastoral et leur amour de l’Église, ont donné vie à cet organisme ecclésial, comme Mgr Luis Chavez y Gonzalez, archevêque de San Salvador, et Mgr Victor Sanabria, archevêque de San José de Costa Rica, parmi d’autres.

[00112-FR.02] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

Dear Brothers,

I thank Archbishop José Luis Escobar Alas of San Salvador for his words of welcome in the name of all, among whom I find also present a friend of impish antics in youth, which is something good.  I find here some old friends: this is a wonderful thing.  I am happy to be able to be with you and to share in a closer and more direct way your hopes, projects and dreams as pastors to whom the Lord has entrusted the care of the holy people.  Thank you for your fraternal welcome.

Meeting with you also gives me the opportunity to embrace your peoples and feel closer to them, to make my own their aspirations, but also their disappointments, and above all the unshakable faith that restores hope and encourages charity.  Thank you for letting me be close to that tested yet simple faith seen on the faces of your people, who, though poor, know that “God is here; he is not sleeping, he is active, he watches and helps” (SAINT OSCAR ROMERO, Homily, 16 December 1979).

This meeting reminds us of an important ecclesial event.  The bishops of this region were the first in America to create a means of communion and participation that continues to bear rich fruit: the Episcopal Secretariat of Central America (SEDAC).  It has provided a forum for sharing, discernment and agreement that nurtures, revitalizes and enriches your Churches.  Farsighted bishops gave a sign that, far from being merely programmatic, showed that the future of Central America – or of any area of the world – necessarily depends on clear thinking and the ability to broaden horizons and to join in a patient and generous effort to listen, understand, engage and involve.  And, as a result, to discern the new horizons to which the Spirit is leading us (cf. Evangelii Gaudium, 235).[1]

In the seventy-five years since its establishment, SEDAC has sought to share in the joys and sorrows, the struggles and the dreams of the peoples of Central America, whose history has been interwoven with and forged by the history of your own faithful.  Many men and women, priests, consecrated and lay, have devoted their lives and even shed their blood to keep the Church’s prophetic voice alive in the face of injustice, the spread of poverty, and the abuse of power.  I remember as a young priest how some of your surnames were a bad word, and how your perseverance indicated the way: thank you!   They remind us that “those who really wish to give glory to God by their lives, who truly long to grow in holiness, are called to be single-minded and tenacious in their practice of the works of mercy” (Gaudete et Exsultate, 107).  And this, not simply as almsgiving, but as a true vocation.

Among these prophetic fruits of the Church in Central America, I am happy to mention Saint Oscar Romero, whom I recently had the privilege of canonizing during the Synod on Young People.  His life and his teachings remain a source of inspiration for our Churches and, in a special way, for us as bishops.  He too was a bad word, suspected, excommunicated by the secretive gossip of many bishops.    His episcopal motto, inscribed on his tombstone, clearly expresses the principle that guided his life as a pastor: to think with the Church.  It was the compass for his life and fidelity, even in times of great turmoil.

His legacy can become an active and life-giving witness for us, who are likewise called to the daily martyrdom of serving our people, and on it, I would like to base the reflection, thinking with the Church.  It is a reflection that I wish to share with you with the figure of Romero very much in mind. I know that some among us knew Archbishop Romero personally, like Cardinal Rosa Chávez, of whom Cardinal Quarracino told me of his candidature for the Nobel Prize for Fidelity!  Your Eminence, if you think that I am mistaken in any of my assessments, you can correct me, without hesitation.  To appeal to the figure of Romero is to appeal to the holiness and prophetic character present in the DNA of your particular Churches.

Thinking with the Church

1. Recognition and gratitude

When Saint Ignatius sets out the rules for thinking with the Church – forgive the publicity - he tries to help the retreatant overcome any type of false dichotomy or antagonism that would reduce the life of the Spirit to the habitual temptation to make God’s word serve our own interest.  This can give the retreatant the grace to recognize that he is part of an apostolic body greater than himself, while at the same time being aware of his own strengths and abilities: an awareness that is neither feeble nor selective or rash.  To feel part of a whole that is always more than the sum of its parts (cf. Evangelii Gaudium, 235), and is linked to a Presence that will always transcend him (cf. Gaudete et Exsultate, 8).

So I would like to focus this preliminary thinking with the Church, along with Saint Oscar, on thanksgiving, or rather gratitude, for all the unmerited blessings we have received.  Romero instinctively knew how to understand and appreciate the Church, because he loved her deeply as the wellspring of his faith.  Without this deep love, it would be difficult to understand the story of his conversion.  It was that same love that led him to martyrdom: a love born of receiving an utterly free gift, one that does not belong to us but instead frees us from any pretension or temptation to think that we are its proprietors or its sole interpreters.  We did not invent the Church; she was not born with us and she will carry on without us.  This attitude, far from encouraging sloth, awakens and sustains boundless and unimaginable gratitude.  Martyrdom has nothing to do with faintheartedness or the attitude of those who do not love life and cannot recognize its value.  On the contrary, the martyr is one who is capable of incarnating and living fully this act of thanksgiving.

Romero “thought with the Church”, because before all else he loved the Church as a mother who had brought him to birth in the faith.  He felt a member and a part of her.

2. A love flavoured by people

This love, loyalty and gratitude brought him to embrace passionately but also with hard work and study, the currents of renewal authoritatively proposed by the Second Vatican Council.  There he found a firm guide for Christian discipleship.  He was neither an ideologue nor ideological; his actions were born of a thorough familiarity with the Council documents.  Against this ecclesial horizon, thinking with the Church meant, for Romero, contemplating her as the People of God.  For the Lord did not want to save us alone and apart from others, but to establish a people who would profess him in truth and serve him in sanctity (cf. Lumen Gentium, 9).  A people that as a whole possesses, guards and celebrates the “anointing of the Holy One” (ibid., 12), and to whom Romero carefully listened, so as not to be deprived of the inspiration (cf. SAINT OSCAR ROMERO, Homily, 16 July 1978).  In this way, Romero showed us that the pastor, in order to seek and discover the Lord, must learn to listen to the heartbeat of his people.  He must smell the “odour” of the sheep, the men and women of today, until he is steeped in their joys and hopes, their sorrows and their anxieties (cf. Gaudium et Spes, 1), and in so doing ponder the word of God (cf. Dei Verbum, 13).  His must be an approach that listens to the people entrusted to his care, to the point of identifying with them and discovering from them the will of God who calls us (cf. Address at the Meeting on the Family, 4 October 2014).  An approach free of dichotomies or false antagonisms, for only the love of God is capable of integrating all our loves in a single feeling and gaze.

For Romero, in a word, to think with the Church means to take part in the Church’s glory, which is to live, heart and soul, the kenosis of Christ.  In the Church, as the saint expressed in his homily of 1 October 1978, Christ lives among us, and so she must be humble and poor, since an aloof, prideful and self-sufficient Church is not the Church of kenosis.

3. Living, heart and soul, the kenosis of Christ

This is not only the Church’s glory, but also a vocation, a summons to make it our personal glory and our path of holiness.  Christ’s kenosis is not a thing of the past, but a present pledge that we can sense and discover his presence at work in history.  A presence that we neither can nor want to silence, since we know from experience that he alone is “the Way, the Truth and the Life”.  Christ’s kenosis reminds us that God saves in history, in the life of each person, and that this is also his own history, from which he comes forth to meet us (cf. SAINT OSCAR ROMERO, Homily, 7 December 1978).  It is important, brothers, that we not be afraid to draw near and touch the wounds of our people, which are our wounds too, and to do this in the same way that the Lord himself does.  A pastor cannot stand aloof from the sufferings of his people; we can even say that the heart of a pastor is measured by his ability to be moved by the many lives that are hurting or threatened.  To do this as the Lord does, means allowing this suffering to have an impact on our priorities and our preferences, influencing vigorously the use of our time and money, and even our way of praying.  In this way, we will be able to anoint everything and everyone with the consoling friendship of Jesus Christ within a community of faith that contains and opens a constantly new horizon that gives meaning and hope to life (cf. Evangelii Gaudium, 49).  Christ’s kenosis involves giving up “virtual” ways of living and speaking, in order to listen to the sounds and repeated cries of real people who challenge us to build relationships.  Allow me to say this: networks help to build relationships, but not roots; they are incapable of giving us a sense of belonging, of making us feel part of a single people.  Without this sense, all our words, meetings, gatherings and writings will be the sign of a faith that failed to accompany the Lord’s kenosis, a faith that stopped halfway along the road.  Where, even worse – recalling the words of a Latin-American author – we will be the sign of a faith in God without Christ, a Christ without a church, a church without a people.

Christ’s kenosis is young

This World Youth Day is a unique opportunity to go out to encounter and draw even closer to the experiences of our young people, so full of hope and desires, but also many hurts and scars.  With them, we can interpret our world in a new way and recognize the signs of the times.  For as the Synod Fathers affirmed, young people are one of the “theological sources” in which the Lord makes us know some of his expectations and challenges for the shaping of the future (cf. SYNOD ON YOUNG PEOPLE, Final Document, 64).  With them, we can envision how to make the Gospel more visible and credible in the world in which we live.  They are like a barometer for knowing where we stand as a community and as a society.

Young people bring with them a restlessness that we need to appreciate, respect and accompany.  This is good for us, because it unsettles us and reminds us that a pastor never stops being a disciple and a wayfarer.  This healthy restlessness both prods and precedes us.  The Synod Fathers recognized this: “Young people, in certain aspects, go ahead of their pastors” (ibid., 66).  The pastor in relation to his flock does not always go ahead; sometimes he must do so to indicate the way to the faithful; sometimes he must stay in the middle to appreciate what is happening, to understand his own; sometimes he must stay at the rear to protect the vulnerable so that none are left behind in danger of becoming disposable material.  We should rejoice to see how the seed sown has not fallen on deaf ears.  Many of the concerns and insights of young people took root in the family, encouraged by a grandmother or a catechist.  Speaking of grandmothers, it’s already the second time I see her, yesterday and today, an elderly lady, thin, around my age, who had put on a mitre made of cardboard and with a sign that said “Holiness, we grandmothers also know how to “make a mess”.  What a wonderful people!  Young people learned much in the family as too in the parish and in educational and youth programmes.  They then grew through hearing the Gospel within lively and fervent faith communities that provided rich soil in which they could flourish.  How can we not be grateful to have young people concerned with the Gospel!  Of course this is tiring and at times testing.  A phrase from a Greek philosopher comes to mind which he himself applied to young people: “they are like horseflies on the back of a noble horse, preventing the horse from sleeping” (cf. Plato, The Apology of Socrates).  Aren’t we the horses?  This reality encourages us to help them grow by providing them with more and better opportunities to be part of God’s dream.  The Church is naturally a Mother, and as such, she engenders life, bears it in her womb and protects it from all that threatens its growth: a “gestation” that takes place in freedom and for freedom.  So I urge you to promote programmes and educational centres that can accompany, support and empower your young people.  Please, snatch them from the streets before the culture of death can entice their young minds, taking advantage of their restlessness, selling them its smoke and mirrors, or offering its chimerical “solutions” to all their problems.  Do so not paternalistically, looking down from on high – which they hate – because that is not what the Lord asks of us, but as true fathers and brothers to all.  Young people are the face of Christ for us, and, as Romero said in his homily of 2 September 1979, we cannot reach Christ by descending from above, but by rising up from below.

Sadly, many young people have been taken in by easy answers that end up costing dearly.  And there are so many others who have been offered short-sighted illusions within some movements that convert them into Pelagianists or self-sufficient individuals only to be abandoned halfway on the journey.  As the Synod Fathers noted, young people find themselves boxed in and lacking opportunities, amid highly conflictual situations with no quick solution: domestic violence, the killing of women – our continent is experiencing a plague of this – armed gangs and criminals, drug trafficking, the sexual exploitation of minors and young people, and so on.  It is painful to observe that at the root of many of these situations are experiences of being “orphaned”; without a mother, they are orphaned as the fruit of a culture and a society run amok.  Often families have been broken by an economic system that did not prioritize persons and the common good, but made speculation its “paradise”, without worrying about who would end up paying the price.  And so we see our young people without a home, without a family, without a community, without a sense of belonging, easy prey to the first charlatan who comes along.

Let us not forget that “man’s true pain belongs first to God” (George Bernanos, Diary of a Country Priest).  Let us not separate what he wanted to unite in his Son.

The future demands that we respect the present, by ennobling it and working to value and preserve the cultures of your peoples.  Here too, dignity is at stake: in cultural self-esteem.  Your peoples are not the “backyard” of society or of anyone.  They have a rich history that needs to be appropriated, valued and encouraged.  The seeds of the Kingdom were sown in these lands.  We must recognize them, care for them and watch over them, so that none of the good that God has planted will languish, prey to spurious interests that sow corruption and grow rich by plundering the poor.  Caring for these roots means caring for the rich historical, cultural and spiritual heritage that this land has for centuries been able to harmonize.  Continue to speak out against the cultural and spiritual desertification of your towns that causes a radical poverty, since it weakens their power of resistance, the necessary and vital immunity that preserves their dignity at times of great difficulty.  I congratulate you for the initiative whereby this World Youth Day started with the Day of Indigenous Youth – in the Diocese of David I believe – and with the Day of Youth for those of African descent.  That was a good step in showing the multifaceted nature of our people.     

In your most recent Pastoral Letter, you pointed out that, “our region has recently been affected by a new kind of migration, massive and organized.  This has called attention to the reasons for forced migration and to the dangers it entails for the dignity of the human person” (SEDAC, Message to the People of God and All Persons of Good Will, 30 November 2018).

Many migrants have young faces; they are seeking a better life for their families.  Nor are they afraid to take risks and to leave everything behind in order to offer them the minimum conditions for a better future.  Realizing this is not enough; we need also to clearly proclaim a message that is “good news”.  The Church, by virtue of her universality, can provide the fraternal hospitality and acceptance that can enable the communities of origin and of destination to dialogue and to help overcome fears and suspicions, and thus to consolidate the very bonds that migrations – in the collective imagination – threaten to break.  “Welcoming, protecting, promoting and integrating” people can be the four words with which the Church, in this situation of mass migration, expresses her motherhood in the history of our time (cf. SYNOD ON YOUNG PEOPLE, Final Document, 147).  The Vicar General of Paris, Monsignor Benoist de Sinety, has just published a book on welcoming immigrants (cf. Il faut que des voix s’élèvent. Accueil des migrants, un appel au courage, Paris 2018).  It is a call to courage, a real gem, and he is here for this World Youth Day.

Every effort made to build bridges between ecclesial, parish and diocesan communities, and between your episcopal conferences, will be a prophetic gesture on the part of the Church, which is, in Christ, “a sign and instrument both of communion with God and of the unity of the entire human race” (Lumen Gentium, 1).  This will help eliminate the temptation simply to call attention to the problem, and become instead a proclamation of the new life that the Lord gives us.

Let us recall the words of Saint John: “If anyone has the world’s goods and sees his brother in need, yet closes his heart against him, how does God’s love abide in him?  Little children, let us not love in word or speech but in deed and in truth” (1 Jn 3:17-18).

All of these situations raise questions; they are situations summoning us to conversion, solidarity and decisive efforts to educate our communities.  We cannot remain indifferent (cf. SYNOD ON YOUNG PEOPLE, Final Document, 41-44).  Whereas the world, the spirit of the world, discards people, as we are painfully aware, Christ’s kenosis does not.  We have experienced this, and we continue to experience it in our own flesh through forgiveness and conversion.  This tension requires that we constantly ask ourselves, “Where do we wish to stand?”

The kenosis of Christ is priestly

We all know about Archbishop Romero’s friendship with Father Rutilio Grande, and how much he was affected by his assassination.  It seared his heart as a man, a priest and a pastor.  Romero was no human resources manager; that was not how he dealt with individuals or organizations, but as a father, a friend and a brother.  He can serve as a yardstick, however daunting, to help us measure our own hearts as bishops and ask, “How much does the life of my priests affect me?  How much do I let myself be impacted by what they experience, grieving when they suffer and celebrating their joys?  The extent of ecclesial functionalism and clericalism – which represent a caricature and perversion of ministry – can start to be measured by these questions.  This has to do not with changes in style, habits or language – all of which are certainly important – but above all with the time we bishops make to receive, accompany and sustain our priests, “real time” to care for them.  That is what makes us good fathers.

Our priests are normally the ones responsible for making their flock the people of God.  They are on the front lines.  They shoulder the burden and the heat of the day (cf. Mt 20:12), exposed to an endless number of daily situations that can wear them down.  So they need our closeness, our understanding and encouragement; they need our fatherhood.  The outcome of our pastoral work, evangelization and mission does not depend on the material means and resources at our disposal, or on the number of our events and activities, but on the centrality of compassion: this is one of the unique things that we, the Church, can offer our brothers and sisters.  I am worried about how the compassion of Christ has lost a central place in the Church, even among Catholic groups, or is being lost – not to be so pessimistic.  Even in the Catholic media there is a lack of compassion.  There is schism, condemnation, cruelty, exaggerated self-praise, the denouncing of heresy…  May compassion never be lost in our Church and may the centrality of compassion never be lost in the life of a bishop.  Christ’s kenosis is the supreme expression of the Father’s compassion.  Christ’s Church is the Church of compassion, and that begins at home.  It is always good to ask ourselves as pastors, “How much does the life of my priests affect me?”  Am I able to be a father, or am I content to be a mere executive?  Do I allow myself to be bothered?  I think back on what Benedict XVI told his compatriots at the beginning of his pontificate: “Christ did not promise us an easy life.  Those looking for comfort have dialled the wrong number.  Rather, he shows us the way to great things, to goodness, to an authentic human life” (BENEDICT XVI, Address to German Pilgrims, 25 April 2005).  The bishop must grow in his ability, daily, to let himself be bothered, to be vulnerable to his priests.  I am thinking of a former bishop of a large diocese, hard-working, who received visitors all morning.  It often happened that when he finished receiving and was looking forward to his lunch, two priests would be waiting there, not in his diary.  The bishop went back and listened to them as if he had the whole morning ahead of him.  To allow ourselves to be bothered and to let the spaghetti be overcooked and the meat grow cold.  To allow ourselves to be bothered by our priests.

We know that our work, our visits and meetings – especially in parishes – have a necessarily administrative component.  This is part of our responsibility, but it does not mean that we should spend all our limited time on administrative tasks.  When visiting, the most important thing – the one thing we cannot delegate – is “listening”.  Many of our everyday tasks we ought to entrust to others.  What we cannot delegate, however, is the ability to listen, the ability to keep track of the good health and the lives of our priests.  We cannot delegate to others the door that must be open to them.  An open door that invites trust rather than fear, sincerity rather than hypocrisy, a frank and respectful exchange rather than a stern monologue.

I recall the words of Blessed Rosmini, who was accused of heresy and is today blessed: “There is no doubt that only great men can form other great men…  In the early centuries, the bishop’s house was the seminary of priests and deacons.  The presence and saintly life of their prelate turned out to be a radiant, constant and sublime lesson, in which one learned theory from his learned words and practice from his diligent pastoral outreach.  So the young Athanasius learned from Alexander, and so many others in like manner” (ANTONIO ROSMINI, The Five Wounds of the Holy Church).

It is important that the parish priest encounter a father, a shepherd in whom he can see a reflection of himself, not an administrator concerned about “reviewing the troops”.  It is essential that, despite differing viewpoints and even eventual disagreements and arguments (which are normal and to be expected), priests should perceive their bishop as someone who is unafraid to get involved, to confront them, to encourage them and be an outstretched hand when they are bogged down.  A man of discernment able to guide and to find practical and possible ways to move forward during the difficult times in each person’s life.  When I was in Argentina, sometimes I would hear some say: “I called the bishop – priests called – and the secretary told me that his diary was full and that I should call in three weeks’ time.  I was not asked why I was calling but told only that the bishop couldn’t receive me and that I would be put on the list”.  Of course the priest concerned did not call again and kept his request to the bishop, good or bad, to himself.  I offer this to you, not so much as advice, but rather as something that comes from the heart; yes, do have your diaries full, God be praised, knowing that you have earned your meal, but if you see that a priest has called today, then call him back tomorrow, latest, and say: “You called me.  What’s up?  Do you need me now or can you wait for such and such a day?  That priest will know from that day on that he has a father.          

The word “authority” is derived from the Latin root augere: “to increase, promote, advance”.  The authority of a pastor is based on his ability to help others to grow, to give priority to his priests rather than himself (for that would simply make him a confirmed bachelor, not a father).  The joy of a father and pastor lies in seeing his children grow and become fruitful.  Brothers, let this be our authority and the sign of our fruitfulness.

And the final point: The kenosis of Christ is poor

Thinking with the Church means thinking with our faithful people, the suffering and hope-filled people of God.  It means realizing that our ministerial identity is born and understood in the light of this unique and constitutive sense of our identity.  Here I would repeat to you the words Saint Ignatius wrote to the Jesuits: “Poverty is a mother and a wall”; it gives birth and it encloses.  A mother, because it asks us to be fruitful, to give life, to be able to give of ourselves in a way impossible for hearts that are selfish or avaricious.  A wall because it shields us from one of the most subtle temptations we can face as consecrated persons.  That is spiritual worldliness, which puts a religious and “pious” veneer over the desire for power and influence, over vanity and even pride and arrogance.  A wall and a mother that can help us be a Church that is increasingly free because centred in the kenosis of her Lord.  A Church that does not want her strength to be – as Archbishop Romero used to say – in the backing of the powerful or political leaders – but advances with noble detachment, relying only on the true strength born of the embrace of the crucified Jesus.  This translates into clear, practical and visible signs, it challenges us and calls us to examine our consciences about our decisions and priorities in the use of our resources, influence and position.  Poverty is a mother and a wall because, above all, it keeps our hearts from slipping into concessions and compromises that sap the freedom and courage that the Lord demands of us.

Brothers, as we now conclude, let us place ourselves beneath the mantle of the Blessed Virgin.  Together let us ask her to keep watch over our hearts as shepherds.  May she help us to be ever better servants of the body of her Son, the holy and faithful people of God that journeys, lives and prays here in Central America.  Let us pray to Our Mother.

[Hail Mary]

May Jesus bless you and may Our Lady protect you.  And please, do not forget to pray for me so that I can fulfil all that I have told you.

Thank you very much.

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1 Here I would call to mind those bishops, who, motivated by pastoral zeal and love for the Church, established this ecclesial body, like Archbishop Luis Chávez y González of San Salvador and Archbishop Víctor Sanabria of San José de Costa Rica, among others.

[00112-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Liebe Brüder,

ich danke Erzbischof José Luis Escobar Alas von San Salvador für die Begrüßungsworte, die er im Namen aller an mich gerichtet hat. Unter den hier Anwesenden finde ich einen Freund aus der Zeit jugendlicher Ausgelassenheit, das ist sehr schön. Ich bin froh, euch treffen zu können und auf eine familiärere und direktere Weise eure Wünsche, Pläne und Träume als Hirten, denen der Herr die Sorge für sein heiliges Volk anvertraut hat, teilen zu können. Vielen Dank für den brüderlichen Empfang.

Mich mit euch treffen zu können „schenkt“ mir auch die Möglichkeit, eure Völker zu umarmen und mich ihnen näher zu fühlen, mir ihre Wünsche wie auch ihre Bekümmernisse, aber vor allem diesen „mutigen“ Glauben zu eigen zu machen, der die Hoffnung zu ermutigen und die Nächstenliebe zu fördern weiß. Danke, dass ihr mir erlaubt, mich dem bewährten, doch einfachen Glauben des armen Gesichtes eurer Leute anzunähern. Sie wissen: »Gott ist da, er schläft nicht, er handelt, beobachtet und hilft« (Óscar Romero, Homilie, 16. Dezember 1979).

Dieses Treffen erinnert uns an ein kirchliches Ereignis von großer Relevanz. Die Hirten dieser Region waren die ersten, die in Amerika ein Organ der Gemeinschaft und der Beteiligung geschaffen haben, das reichlich Früchte trug und weiterhin trägt. Ich beziehe mich auf das Sekretariat der Bischöfe Zentralamerikas SEDAC. Ein Raum für Gemeinschaft, Unterscheidung und Verpflichtung, der eure Kirchen nährt, revitalisiert und bereichert. Hirten, die wussten, wie man vorangeht und ein Zeichen setzt, das – weit davon entfernt, ein nur programmatisches Element zu sein – aufzeigte, dass die Zukunft Zentralamerikas – und jeder Region der Welt – zwingend die Klarheit und die Fähigkeit voraussetzt, die es braucht, um den Blick zu weiten, die Anstrengungen in einer geduldigen und großzügigen Arbeit des Zuhörens, des Verstehens, des Engagements und der Hingabe zu vereinen und damit in der Lage zu sein, die neuen Horizonte zu erkennen, zu denen der Geist uns führt[1] (siehe Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 235).

In diesen 75 Jahren seit seiner Gründung hat das SEDAC sich bemüht, die Freuden und Sorgen, die Kämpfe und Hoffnungen der Völker Mittelamerikas zu teilen, deren Geschichte mit der Geschichte eurer Leute verknüpft und zusammen geschmiedet ist. Viele Männer und Frauen, Priester, Gottgeweihte und Laien, haben ihr Leben eingesetzt und sogar ihr Blut vergossen, um die prophetische Stimme der Kirche angesichts der Ungerechtigkeit, der Verarmung so vieler Menschen und des Machtmissbrauchs lebendig zu erhalten. Ich erinnere mich, dass, als ich ein junger Priester war, der Name von einigen von euch berüchtigt war, und eure Beständigkeit hat den Weg gezeigt: danke. Sie erinnern uns daran: »Wer in Wahrheit Gott mit seinem Leben ehren möchte, wer sich wirklich nach der Heiligung sehnt, damit sein Dasein Gott, den Heiligen, verherrlicht, der ist berufen, sich voll Leidenschaft zu verzehren und abzuplagen im Bemühen, die Werke der Barmherzigkeit zu leben« (Apostolisches Schreiben Gaudete et exsultate, 107). Und das nicht als Almosen, sondern als Berufung.

Ich freue mich, unter diesen prophetischen Früchten der Kirche in Mittelamerika die Figur des heiligen Óscar Romero hervorzuheben, den ich vor kurzem im Rahmen der Bischofssynode über die jungen Menschen heiligsprechen durfte. Sein Leben und seine Lehre sind eine Inspirationsquelle für unsere Kirchen und, in besonderer Weise, für uns Bischöfe. Auch sein Name war berüchtigt, er wurde in den privaten Unterhaltungen vieler Bischöfe verdächtigt, exkommuniziert.

Das Motto, das er für sein bischöfliches Wappen gewählt hat und das auf seinem Grabstein steht, drückt das Prinzip seiner Inspiration und sein Leben als Hirt aus: „Sentire cum Ecclesia“ – „Mit der Kirche fühlen“. Ein Kompass, der sein Leben in Treue ausrichtete, auch in den turbulentesten Momenten.

Dies ist ein Vermächtnis, das zu einem aktiven und lebensspendenden Zeugnis für uns werden kann, die wir ebenso aufgerufen sind zur märtyrergleichen Hingabe im täglichen Dienst an unseren Völkern. Auf dieses Vermächtnis möchte ich mich für diese Überlegungen stützen: „sentire cum Ecclesia“. Das ist die Überlegung, die ich mit euch über die Figur Romero anstellen möchte. Ich weiß, dass es unter uns Menschen gibt, die ihn persönlich gekannt haben – wie Kardinal Rosa Chávez … Kardinal Quarracino sagte, er war ein Kandidat für den Treuenobelpreis! Wenn also Sie, Eminenz, meinen, dass ich mich bei einer Einschätzung irre, dann können Sie mich korrigieren, das ist kein Problem. Sich auf die Figur von Romero zu berufen bedeutet, sich auf die Heiligkeit und den prophetischen Charakter zu berufen, der in der DNA eurer Teilkirchen lebt.

Sentire cum Ecclesia

1. Anerkennung und Dankbarkeit

Wenn der heilige Ignatius von Loyola die Regeln für das „Sentire cum Ecclesia“ vorschlägt – Entschuldigung für die Werbung –, versucht er, dem Exerzitanten dabei zu helfen, jegliche Art von falschen Dichotomien oder Gegensätzen zu überwinden, die das Leben des Geistes auf die gewöhnlich auftretende Versuchung reduzieren, das Wort Gottes dem Eigeninteresse anzupassen. Dies ermöglicht dem Exerzitanten die Gnade, sich als Teil eines apostolischen Körpers zu erfahren, der größer ist als er selbst, und sich gleichzeitig seiner Stärken und Möglichkeiten wirklich bewusst zu sein: weder schwach noch selektiv oder tollkühn. Sich als Teil eines Ganzen zu erfahren, das immer mehr ist als die Summe seiner Teile (vgl. Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 235) und das von einer Präsenz begleitet wird, die es immer überragen wird (vgl. Apostolisches Schreiben Gaudete et exsultate, 8).

Daher möchte ich in den Mittelpunkt dieses ersten „Sentire cum Ecclesia“ aus der Hand des heiligen Oscar die Danksagung beziehungsweise Dankbarkeit für so viel Gutes stellen, das wir unverdient empfangen haben. Romero konnte sich darauf einstellen und es lernen, die Kirche zu leben, weil er sie inniglich liebte, die ihn im Glauben hervorgebracht hatte. Ohne diese Liebe im Innersten wird es sehr schwierig sein, seine Geschichte und Bekehrung zu verstehen, da es diese eine Liebe war, die ihn zum Martyrium führte; diese Liebe, die durch das Empfangen einer völlig unentgeltlichen Gabe entsteht, die uns nicht gehört und die uns von aller Anmaßung und Versuchung befreit, uns für ihre Besitzer oder einzige Dolmetscher zu halten. Wir haben die Kirche nicht erfunden, sie entsteht nicht mit uns und wird ohne uns weitergehen. Solch eine Haltung, weit davon entfernt, uns der Untätigkeit hinzugeben, weckt eine unermessliche und unvorstellbare Dankbarkeit, die alles nährt. Das Martyrium ist nicht ein Synonym für Kleinmütigkeit oder die Haltung eines Menschen, der das Leben nicht liebt und seinen Wert nicht zu erkennen vermag. Im Gegenteil, der Märtyrer ist derjenige, der in der Lage ist, diese Danksagung Fleisch werden zu lassen und ins Leben umzusetzen.

Romero fühlte mit der Kirche, weil er die Kirche in erster Linie als die Mutter liebte, die ihn im Glauben hervorgebracht hatte, und sich als Glied und Teil von ihr fühlte.

2. Liebe, die nach Volk schmeckt

Diese Liebe, Verbundenheit und Dankbarkeit veranlassten ihn, mit Leidenschaft, aber auch mit Hingabe und Studium aufzugreifen, was das Zweite Vatikanische Konzil als Beitrag und Erneuerung des Lehramts vorgeschlagen hatte. Dort fand er die sichere Hand in der Nachfolge Christi. Er war weder Ideologe noch ideologisch; sein Handeln entsprang einer Durchdringung der Konzilsdokumente. Im Licht dieses kirchlichen Horizonts bedeutet „sentire cum Ecclesia“ für Romero, sie als Volk Gottes zu betrachten. Denn der Herr wollte uns nicht einzeln und ohne Verbindung retten, sondern wollte uns zu einem Volk machen, das ihn in Wahrheit anerkennen und ihm in Heiligkeit dienen soll (vgl. Dogmatische Konstitution Lumen gentium, 9). Ein ganzes Volk, das die »Salbung von dem Heiligen« besitzt, bewahrt und feiert (ebd., 12) und dem Romero zugehört hat, um seine Inspiration nicht zurückzuweisen (vgl. Óscar Romero, Homilie, 16. Juli 1978). Dies zeigt uns, dass der Hirt, um den Herrn zu suchen und ihm zu begegnen, die Herzschläge seines Volkes kennenlernen und auf sie hören muss, den „Geruch“ der Männer und Frauen von heute wahrnehmen muss, bis er von ihren Freuden und Hoffnungen, ihrer Trauer und Angst geprägt ist (vgl. Pastoralkonstitution Gaudium et spes, 1), und so das Wort Gottes erforschen muss (vgl. Dogmatische Konstitution Dei Verbum, 13). Es geht um ein Hören auf das Volk, das ihm anvertraut ist, bis er durch es den Willen Gottes, der uns ruft, geatmet und entdeckt hat (vgl. Ansprache bei der Gebetsvigil zur Vorbereitung auf die Bischofssynode über die Familie, 4. Oktober 2014). Ohne Dichotomien oder falsche Gegensätze, denn nur die Liebe Gottes ist in der Lage, alle Bereiche unserer Liebe in ein einziges Fühlen und Schauen zu integrieren.

Kurz gesagt, „sentire cum Ecclesia“ bedeutet für ihn, an der Herrlichkeit der Kirche teilzuhaben, welche die ganze Kenosis Christi in ihrem Innersten tragen soll. In der Kirche lebt Christus unter uns, und sie muss daher demütig und arm sein, da eine hochmütige Kirche, eine Kirche voller Stolz, eine sich selbst genügende Kirche nicht die Kirche der Kenosis ist. So sagte er es uns in einer Predigt am 1. Oktober 1978.

3. Die Kenosis Christi im Innersten tragen

Dies ist nicht nur der Ruhm der Kirche, sondern auch eine Berufung, eine Einladung, auf dass es unser persönlicher Ruhm und Weg der Heiligkeit sei. Die Kenosis Christi ist nicht etwas aus der Vergangenheit, sondern präsente Garantie, um ihre aktive Präsenz in der Geschichte zu fühlen und zu entdecken. Eine Präsenz, die wir nicht zum Schweigen bringen können oder wollen, weil wir wissen und erfahren haben, dass nur er „Weg, Wahrheit und Leben“ ist. Die Kenosis Christi erinnert uns daran, dass Gott in der Geschichte, im Leben eines jeden Menschen rettet, dass dies auch seine eigene Geschichte ist und er uns dort begegnet (vgl. Óscar Romero, Homilie, 7. Dezember 1978). Es ist wichtig, Brüder, dass wir keine Angst haben, die Wunden unserer Leute zu berühren und sich ihnen zu nähern, die auch unsere Wunden sind, und dies auf die Art des Herrn zu tun. Der Hirt kann nicht fern bleiben vom Leid seines Volkes; wir können vielmehr sagen, dass das Herz des Hirten an seiner Fähigkeit gemessen wird, sich von so vielen verletzten und bedrohten Leben bewegen zu lassen. Es auf die Art des Herrn zu tun bedeutet, zuzulassen, dass dieses Leid unsere Prioritäten und unsere Geschmäcker anstößt und prägt, dass es die Nutzung der Zeit und die Verwendung des Geldes und auch die Form des Betens anstößt und prägt, um alles und jeden mit dem Trost der Freundschaft Jesu Christi in einer Gemeinschaft des Glaubens zu salben, der einen immer neuen Horizont enthält und öffnet, der dem Leben Sinn und Hoffnung gibt (vgl. Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 49). Die Kenosis Christi beinhaltet, die virtuelle Dimension des Daseins und der Diskurse aufzugeben, um das Lärmen und die Lieder echter Menschen zu hören, die uns herausfordern, Bindungen zu schaffen. Lasst es mich sagen: Netzwerke dienen dazu, Verbindungen zu schaffen, aber keine Wurzeln; sie sind nicht in der Lage, uns Zugehörigkeit zu geben, uns dazu zu bringen, dass wir uns als Teil ein und desselben Volkes fühlen. Ohne dieses Gefühl werden alle unsere Worte, Treffen, Begegnungen und Schriften ein Zeichen eines Glaubens sein, der mit der Kenosis des Herrn nicht mitzugehen wusste, eines Glaubens, der auf halbem Weg stehen geblieben ist, wenn er, was noch schlimmer wäre – ich denke an einen lateinamerikanischen Denker –, am Ende eine Religion ist mit einem Gott ohne Christus, zu einem Christus ohne Kirche und zu einer Kirche ohne Volk.

Die Kenosis Christi ist jung

Dieser Weltjugendtag ist eine einzigartige Gelegenheit, der Realität unserer jungen Menschen zu begegnen und sich ihr noch mehr anzunähern; eine Realität voller Hoffnungen und Wünsche, aber auch tief gezeichnet von vielen Wunden. Mit ihnen können wir unsere Epoche auf eine neue Art lesen und die Zeichen der Zeiten erkennen, denn die jungen Menschen sind, wie die Synodenväter gesagt haben, einer jener „theologischen Orte“, an denen uns der Herr manche seiner Erwartungen und Herausforderungen für die Gestaltung der Zukunft erkennen lässt (vgl. Bischofssynode über die Jugendlichen, Abschlussdokument, 64). Mit ihnen können wir veranschaulichen, wie wir das Evangelium sichtbarer und glaubwürdiger machen können in der Welt, in der wir leben; sie sind wie ein Thermometer, um zu wissen, wo wir als Gemeinschaft und Gesellschaft stehen.

Sie tragen eine Unruhe mit sich, die wir wertschätzen, respektieren, begleiten müssen; sie tut uns allen so gut, weil sie aufrüttelt und uns daran erinnert, dass der Hirt niemals aufhört, ein Jünger zu sein, und immer unterwegs ist. Diese gesunde Unruhe setzt uns in Bewegung und geht uns voraus. Daran haben die Synodenväter erinnert, als sie sagten: »In mancher Hinsicht können sie den Hirten voraus sein« (ebd., 66). In Bezug auf seine Herde muss der Hirt nicht immer vorne gehen: Manchmal muss er vorne gehen, um den Weg zu zeigen; gelegentlich muss er in der Mitte der Herde sein, um zu riechen, was los ist, um die Herde zu verstehen; mitunter muss er hinten bleiben, um die Letzten zu beschützen, damit keiner zurückbleibt und zum Ausschussmaterial wird. Es muss uns mit Freude erfüllen zu erfahren, dass die Saat nicht auf taube Ohren gestoßen ist. Viele dieser Unruhen und Intuitionen der jungen Menschen sind im Schoße der Familie gewachsen, genährt von einer Großmutter oder einem Katechisten. Da ich gerade von Großmüttern spreche: Es ist schon das zweite Mal, dass ich sie sehe; gestern habe ich sie gesehen und heute – eine alte schlanke Frau meines Alters oder auch etwas älter, mit einer Mitra. Sie hat sich eine Mitra aus Karton gemacht und aufgesetzt und dazu ein Schild mit der Aufschrift: „Heiligkeit, auch die Großmütter machen Lärm.“ Was für wunderbare Leute! Und die jungen Menschen haben es in der Familie gelernt oder in der Gemeinde, in der Bildungs- oder Jugendpastoral. Unruhen, die durch das Hören des Evangeliums gewachsen sind und in Gemeinschaften mit lebendigem, leidenschaftlichem Glauben, der Erde zum Keimen findet. Wie kann man nicht dafür danken, dass junge Menschen unruhig sind für das Evangelium! Natürlich strengen sie an, natürlich sind sie manchmal lästig. Mir kommt ein Wort in den Sinn, das ein griechischer Philosoph über sich selbst sagte, ich beziehe es auf die jungen Menschen: „Sie sind wie eine stechende Bremse auf dem Rücken eines edlen Pferdes, damit es nicht einschläft“ (vgl. Platon, Apologie des Sokrates, 30e-31a). Das Pferd sind wir! Diese Realität regt uns zu einem stärkeren Engagement an, um ihnen beim Wachsen zu helfen, indem man ihnen größere und bessere Räume bietet, die in ihnen den Traum Gottes hervorbringen. Die Kirche ist von Natur aus Mutter und als solche zeugt und hilft sie zum Leben und schützt es vor all dem, was seine Entwicklung gefährdet. Schwangerschaft in Freiheit und für die Freiheit. Ich fordere euch daher dringend auf, Bildungsprogramme und -zentren zu fördern, die wissen, wie sie eure jungen Menschen begleiten, unterstützen und fördern. Bitte, „raubt“ sie der Straße, bevor die Kultur des Todes sich durch den „Verkauf von Rauch und magischen Lösungen“ ihrer Unruhe und ihrer Fantasie bemächtigt und sie ausnutzt. Und tut es nicht mit Paternalismus, den sie nicht hinnehmen, nicht von oben nach unten, denn das ist es ebenso wenig, was der Herr von uns verlangt, sondern als Väter, wie Brüder zu Brüdern. Sie sind für uns das Antlitz Christi, und wir können Christus nicht von oben nach unten erreichen, sondern von unten nach oben. So sagte uns Romero am 2. September 1979 (vgl. Óscar Romero, Homilie, 2. September 1979).

Es gibt viele junge Menschen, die leider verführt worden sind mit sofortigen Antworten, die das Leben mit einer Hypothek belasten. Und viele andere, denen in einigen Bewegungen kurzfristige Hoffnungen geboten wurden, und die sie dann entweder zu Pelagianern machen oder davon überzeugen, dass sie sich selbst genügen, und die sie später auf halbem Weg zurücklassen. Die Synodenväter sagten uns: Aufgrund von Zwängen oder fehlenden Alternativen befinden sich die jungen Menschen in Situationen, die äußerst konfliktreich sind und für die es keine schnelle Lösung gibt: häusliche Gewalt, Feminizid – was für eine Plage erlebt hier der Kontinent! –, bewaffnete kriminelle Banden, Drogenhandel, sexuelle Ausbeutung von Minderjährigen und nicht mehr Minderjährigen usw.; es schmerzt feststellen zu müssen, dass die Wurzel vieler dieser Situationen in den Erfahrungen von Verwaisung liegt, was die Frucht einer Kultur und Gesellschaft ist, die „aus dem Ruder gelaufen ist“, ohne Mutter, das hat sie zu Waisen gemacht. Ebenso Familien, die so oft von einem wirtschaftlichen System zerrüttet wurden, das nicht die Menschen und das Gemeinwohl in den Vordergrund stellt, sondern die Spekulation zu „seinem Paradies“ gemacht hat, von wo aus man sich weiter „mästet“, ungeachtet auf wessen Kosten. So bleiben unsere jungen Menschen ohne Zuhause, ohne Familie, ohne Gemeinschaft und ohne Zugehörigkeit, dem erstbesten Betrüger ausgesetzt.

Vergessen wir nicht: »Ein wahrer Schmerz, der von einem Menschen ausgeht, gehört […] zunächst einmal Gott an« (Georges Bernanos, Tagebuch eines Landpfarrers, Einsiedeln-Freiburg i.Br. 2007, S. 103). Trennen wir nicht, was Gott in seinem Sohn vereinen wollte.

Die Zukunft erfordert es, die Gegenwart zu respektieren und sich für die Würdigung der Kulturen eurer Völker einzusetzen. Darin steht auch die Würde auf dem Spiel: im kulturellen Selbstwertgefühl. Eure Völker sind nicht der „Hinterhof“ der Gesellschaft oder sonst jemandes. Sie haben eine reiche Geschichte, die angenommen, geschätzt und gefördert werden muss. Die Samen des Reiches Gottes wurden in diesen Ländern eingepflanzt. Wir sind verpflichtet, sie anzuerkennen, für sie zu sorgen und sie zu schützen, damit nichts von dem Guten, das Gott gepflanzt hat, aufgrund unechter Interessen vertrocknet, die überall Korruption säen und unter Ausbeutung der Ärmsten wachsen. Für die Wurzeln zu sorgen bedeutet, für das reiche historische, kulturelle und spirituelle Erbe Sorge zu tragen, das dieses Land seit Jahrhunderten „zu vermischen“ wusste. Setzt euch ein und erhebt die Stimme gegen die kulturelle Verödung und die spirituelle Verödung eurer Völker; diese ruft nämlich eine radikale Bedürftigkeit hervor, da sie einen ohne die unverzichtbare lebenswichtige Immunität lässt, die hingegen die Würde in den Momenten größerer Schwierigkeiten bewahrt. Und ich gratuliere euch zu der Initiative, diesen Weltjugendtag mit dem Jugendtag der indigenen Völker – ich glaube in der Diözese David – und mit dem Jugendtag der jungen Menschen afrikanischer Herkunft zu beginnen. Dies war ein gelungener Schritt, um die vielen Facetten unseres Volkes sichtbar zu machen.

Im letzten Hirtenbrief habt ihr betont: »In letzter Zeit war unsere Region von einer neuen Art der Migration betroffen, die massiv und organisiert ist, und dies hat die Gründe für eine erzwungene Migration und die damit verbundenen Gefahren für die Würde der menschlichen Person deutlich gemacht« (SEDAC, Botschaft an das Volk Gottes und an alle Menschen guten Willens, 30. November 2018).

Viele der Migranten haben ein junges Gesicht, suchen nach einem besseren Wohl für ihre Familien, haben keine Angst, alles zu riskieren und zu verlassen, um ein Minimum an Bedingungen zu erreichen, die eine bessere Zukunft garantieren. Hierbei genügt die öffentliche Anklage allein nicht, sondern wir müssen auch konkret eine „gute Nachricht“ verkünden. Dank ihrer Universalität kann die Kirche diese solidarische Aufnahme und Gastfreundschaft anbieten, damit die Gemeinschaften am Herkunftsort und am Ankunftsort miteinander in Dialog treten und dazu beitragen, Ängste und Misstrauen zu überwinden und Bindungen zu stärken, die durch die Migration – in der kollektiven Vorstellung – zu zerreißen drohen. Menschen „aufnehmen, beschützen, fördern und integrieren“ können die vier Verben sein, mit denen die Kirche in dieser Migrationssituation ihre Mutterschaft in der heutigen Geschichte konjugiert (vgl. Bischofssynode über die Jugendlichen, Abschlussdokument, 147). Der Generalvikar von Paris Msgr. Benoist de Sinety hat eben erst ein Buch herausgegeben mit dem Untertitel: „Migranten aufnehmen – ein Appell zum Mut“ (vgl. Il faut que des voix s’élèvent. Accueil des migrants, un appel au courage, Paris 2018). Dieses Buch ist eine Freude. Er ist hier auf dem Weltjugendtag.

Alle Anstrengungen, die gemacht werden können, um Brücken zwischen kirchlichen, pfarrlichen und diözesanen Gemeinschaften sowie mithilfe der Bischofskonferenzen zu bauen, werden eine prophetische Geste der Kirche sein. Denn sie ist in Christus »Zeichen und Werkzeug für die innigste Vereinigung mit Gott wie für die Einheit der ganzen Menschheit« (Dogmatische Konstitution Lumen gentium, 1). Und so löst sich die Versuchung auf, uns mit der bloßen öffentlichen Anklage zu begnügen, und das neue Leben, das der Herr uns schenkt, wird verkündigt.

Denken wir an die Ermahnung des heiligen Johannes: »Wenn jemand die Güter dieser Welt hat und sein Herz vor dem Bruder verschließt, den er in Not sieht, wie kann die Liebe Gottes in ihm bleiben? Meine Kinder, wir wollen nicht mit Wort und Zunge lieben, sondern in Tat und Wahrheit«(1Joh 3,17-18).

All diese Situationen werfen Fragen auf. Es sind Situationen, die uns zur Bekehrung, zur Solidarität und zu einer wirksamen Bildungsaktion in unseren Gemeinschaften aufrufen. Wir können nicht gleichgültig bleiben (vgl. Bischofssynode über die Jugendlichen, Abschlussdokument, 41-44). Die Welt wirft weg, der Geist der Welt wirft weg, wir wissen es und erleiden es; die Kenosis Christi wirft jedoch nicht weg, wie wir es durch die Vergebung und Bekehrung am eigenen Leib erfahren haben und weiterhin erfahren. Diese Spannung zwingt uns, uns ständig zu fragen: Auf welcher Seite wollen wir stehen?

Die Kenosis Christi ist priesterlich

Die Freundschaft und die Wirkung, welche die Ermordung von P. Rutilio Grande im Leben von Erzbischof Romero hervorrief, sind allgemein bekannt. Es war ein Ereignis, das sich in das Herz des Menschen, Priesters und Hirten Romero einbrannte. Er war kein Personalverwalter, er führte keine Personen oder Organisationen, Romero fühlte, er fühlte mit der Liebe eines Vaters, Freundes und Bruders. Eine etwas hohe Messlatte, aber eine Messlatte, um am Ende unser bischöfliches Herz zu bewerten, eine Messlatte, vor der wir uns fragen können: Wie sehr bewegt mich das Leben meiner Priester? Wie sehr bin ich fähig, mich von dem, was sie leben, berühren zu lassen, um ihre Schmerzen zu beweinen wie auch zu feiern und mich mit ihren Freuden zu freuen? Den kirchlichen Funktionalismus und Klerikalismus – der traurigerweise so verbreitet ist und eine Karikatur und Perversion des Dienstes darstellt – beginnt man an diesen Fragen zu messen. Es ist keine Frage der Veränderung des Stils, der Weise oder der Sprache – sicherlich alles wichtig –, sondern vor allem ist es eine Frage der Wirkung und Fähigkeit, dass es in unseren bischöflichen Kalendern Platz dafür gibt, unsere Priester zu empfangen, zu begleiten und zu unterstützen, dass es „echten Platz“ gibt, um uns um sie zu kümmern. Das macht aus uns fruchtbare Väter.

In der Regel fällt den Priestern in besonderer Weise die Verantwortung zu, dass dieses Volk das Volk Gottes werde. Sie stehen in der Schusslinie. Sie tragen die Last des Tages und die Hitze auf ihren Schultern (vgl. Mt 20,12), sie sind unzähligen täglichen Situationen ausgesetzt, die sie verletzlicher machen können; daher brauchen sie auch unsere Nähe, unser Verständnis und Ermutigung, sie brauchen unsere Vaterschaft. Das Ergebnis der pastoralen Arbeit, der Evangelisierung in der Kirche und der Mission beruht nicht auf dem Reichtum der materiellen Mittel und Ressourcen, noch auf der Anzahl der von uns durchgeführten Veranstaltungen oder Aktivitäten, sondern auf der zentralen Bedeutung des Mitleidens: eines der großen Unterscheidungsmerkmale, das wir als Kirche unseren Brüdern und Schwestern anbieten können. Es macht mich besorgt, wie das Mitleiden in der Kirche, selbst in den katholischen Gruppen, seine zentrale Bedeutung verloren hat oder gerade verliert, um nicht pessimistisch zu sein. Auch in den katholischen Medien gibt es kein Mitleiden, dafür Schisma, Verurteilung, Wut, Selbstüberbewertung, Häresieanklage … Möge in unserer Kirche das Mitleiden nicht verlorengehen, und möge beim Bischof die zentrale Bedeutung des Mitleidens nicht verloren gehen. Die Kenosis Christi ist der höchste Ausdruck des Mitleidens des Vaters. Die Kirche Christi ist die Kirche des Mitleidens, und das fängt zu Hause an. Es ist immer gut, uns als Hirten zu fragen: Wie sehr berührt mich das Leben meiner Priester? Bin ich fähig, Vater zu sein, oder tröste ich mich damit, ein bloßer Vollstrecker zu sein? Lasse ich mich stören? Ich erinnere mich an die Worte Benedikts XVI. zu Beginn seines Pontifikats, als er zu seinen Landsleuten sprach: »Christus hat uns nicht das bequeme Leben versprochen. Wer Bequemlichkeit will, der ist bei ihm allerdings an der falschen Adresse. Aber er zeigt uns den Weg zum Großen, zum Guten, zum richtigen Menschenleben« (Benedikt XVI., Ansprache an die Pilger aus Deutschland, 25. April 2005). Der Bischof muss jeden Tag in seiner Fähigkeit wachsen, sich stören zu lassen, für seine Priester verletzlich zu sein. Ich denke an einen Bischof, einen emeritierten Bischof einer großen Diözese, einen großen Arbeiter. Jeden Vormittag empfing er die Leute, und oft, sehr oft, wenn die Empfangstermine am Vormittag zu Ende waren und er es kaum abwarten konnte, zum Essen zu gehen, gab es da zwei Priester, die nicht auf seinem Kalender standen und auf ihn warteten. Und er kam zurück und empfing sie, als hätte er den ganzen Vormittag vor sich. Sich stören lassen und zulassen, dass die Nudeln sich zerkochen und das Kotelett kalt wird. Sich von den Priestern stören lassen.

Wir wissen, dass unsere Arbeit bei den Besuchen und Begegnungen – insbesondere in den Pfarrgemeinden – eine administrative Dimension und Komponente hat, die ausgeführt werden muss. Sicherstellen, dass es gemacht wird, ja; aber das ist nicht gleichbedeutend damit und wird es nicht sein, dass wir es sind, die es machen müssen und die die knappe Zeit für administrative Aufgaben nutzen müssen. Bei Besuchen ist das Grundlegende und das, was wir nicht delegieren können, „das Gehör“. Es gibt viele Dinge, die wir jeden Tag machen, mit denen wir andere betrauen sollten. Was wir jedoch nicht übertragen können, ist die Fähigkeit zuzuhören, die Fähigkeit, die Gesundheit und das Leben unserer Priester zu verfolgen. Wir können die offene Tür für sie nicht an andere delegieren. Eine offene Tür, um die Bedingungen zu schaffen für mehr Vertrauen als Angst, mehr Aufrichtigkeit als Heuchelei, mehr offenen und respektvollen Austausch als disziplinierenden Monolog.

Ich denke an diese Worte des seligen Rosmini – der Häresie beschuldigt und heute selig: »Es besteht kein Zweifel, dass nur große Männer andere große Männer bilden können [...]. In den ersten Jahrhunderten war das Bischofshaus das Seminar der Priester und Diakone. Die Gegenwart und das heilige Leben seines Prälaten erwies sich als brennende, fortwährende, sublime Lektion, in der die Theorie in seinen gelehrten Worten und die Praxis in eifrigen pastoralen Beschäftigungen Seite an Seite gelernt wurde. Und so sah man die jungen Athanasier gemeinsam mit den Alexandriern aufwachsen« (Antonio Rosmini, Delle cinque piaghe della santa Chiesa [Die fünf Wunden der heiligen Kirche], Brescia 1966, 40).

Es ist wichtig, dass der Priester dem Vater begegnet, dem Hirten, in dem er sich „widerspiegeln“ kann, und nicht dem Administrator, der „die Truppen zur Inspektion abschreitet“. Es ist von grundlegender Bedeutung, dass bei all den Dingen, mit denen wir nicht einverstanden sind, einschließlich der Meinungsverschiedenheiten und Diskussionen, die es möglicherweise gibt (und es ist normal und zu erwarten, dass es diese gibt), die Priester im Bischof einen Mann wahrnehmen, der fähig ist, sich für sie einzusetzen und den Kopf für sie hinzuhalten, sie voranzubringen und ihnen die Hand entgegenzustrecken, wenn sie untergehen. Einen Mann von Unterscheidungskraft, der Orientierung zu geben weiß und konkrete und gangbare Wege an den verschiedenen Kreuzungen jeder persönlichen Geschichte findet. Als ich in Argentinien war, hörte ich manchmal die Leute sagen: „Ich habe den Bischof angerufen“ – Priester, nicht? – „und die Sekretärin hat mir gesagt, dass sein Kalender voll ist, dass ich in zwanzig Tagen wieder anrufen soll, und sie fragte nicht, was ich wollte, gar nicht.“ – „Ich möchte den Bischof sehen.“ „Es geht nicht, ich setze Sie auf die Liste.“ – Natürlich hat der Priester nachher nicht mehr angerufen und mit dem, was er ihn fragen wollte, bei sich – gut oder schlecht – weitergemacht. Das ist kein Rat, sondern etwas, das ich euch von Herzen sage: Wenn ihr einen vollen Kalender habt, Dank sei Gott, so werdet ihr ruhig essen, denn ihr habt euch euer Brot verdient; aber wenn ihr den Anruf eines Priesters seht, dann müsst ihr ihn heute, spätestens morgen zurückrufen und sagen: „Du hast mich angerufen, was gibt’s? Kannst du damit bis zu dem oder dem Tag warten oder nicht?“ Von dem Moment an weiß dieser Priester, dass er einen Vater hat.

Das Wort Autorität stammt etymologisch von der lateinischen Wurzel augere, was steigern, fördern, fortschreiten lassen bedeutet. Die Autorität des Hirten wurzelt insbesondere darin, dass er hilft zu wachsen, dass er seine Priester fördert, anstatt sich selbst zu fördern – das macht ein Junggeselle, nicht ein Vater. Die Freude des Vaters/Hirten ist es zu sehen, dass seine Kinder wachsen und fruchtbar sind. Brüder, möge dies unsere Autorität und das Zeichen unserer Fruchtbarkeit sein.

Letzter Punkt: Die Kenosis Christi ist arm

„Sentire cum Ecclesia“ heißt mit dem gläubigen Volk zu fühlen, dem leidenden Volk, das auf Gott hofft. Es heißt zu wissen, dass unsere Identität im Dienstamt im Licht dieser einzigartigen und unser Sein stiftenden Zugehörigkeit entsteht und zu verstehen ist. In diesem Sinne möchte ich mit euch daran denken, was der heilige Ignatius uns Jesuiten geschrieben hat: „Die Armut ist Mutter und Mauer“, sie bringt Leben hervor und sie schützt. Mutter, weil sie uns zur Fruchtbarkeit, zur Weitergabe des Lebens, zur Fähigkeit der Hingabe einlädt, die unmöglich wäre für ein Herz, das geizig ist oder nur anzuhäufen sucht. Und Mauer, weil sie uns vor einer der subtilsten Versuchungen schützt, denen geweihte Menschen ausgesetzt sind, nämlich der spirituellen Weltlichkeit: hinter religiösen und „frommen“ Werten versteckt sie Machthunger und Geltungssucht, Eitelkeit wie auch Stolz und Hochmut. Mauer und Mutter – beides hilft uns, eine Kirche zu sein, die immer freier wird, weil die Kenosis ihres Herrn ihre Mitte bildet. Eine Kirche, die nicht will, dass ihre Kraft – wie Erzbischof Romero sagte – auf der Unterstützung durch die Mächtigen oder die Politik beruht. Vielmehr löst sie sich großmütig von allem, um auf ihrem Weg einzig von den Armen des Gekreuzigten gestützt zu werden, der ihre wahre Stärke ist. Und dies schlägt sich in konkreten, in klaren Zeichen nieder; dies stellt uns in Frage und veranlasst uns zu einer Gewissenserforschung, welche unsere Optionen und Prioritäten im Umgang mit den Ressourcen, bei Einflussnahmen und Positionierungen sind. Die Armut ist Mutter und Mauer, weil sie unser Herz davor schützt, nicht in Zugeständnisse und Kompromisse hineinzuschlittern, welche die Freiheit und den Freimut (parrhesía) schwächen, zu denen wir vom Herrn gerufen sind.

Bevor wir schließen, wollen wir uns unter den Mantel der Jungfrau stellen. Lasst uns gemeinsam darum bitten, dass sie unsere Herzen als Hirten schütze und uns helfe, dem Leib ihres Sohnes, dem heiligen gläubigen Gottesvolk, besser zu dienen, das hier in Mittelamerika unterwegs ist, lebt und betet. Beten wir zu unserer Mutter.

[Ave Maria...]

Jesus segne euch, und die Jungfrau Maria behüte euch. Und bitte vergesst nicht, für mich zu beten, damit ich alles, was ich gesagt habe, tun kann.

Vielen Dank.

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[1] Ich möchte die Erinnerung an Hirten wachrufen, die, motiviert durch ihren pastoralen Eifer und ihre Liebe zur Kirche, dieser kirchlichen Einrichtung Leben einhauchten, wie unter anderem Erzbischof Luis Chávez y González von San Salvador und Erzbischof Víctor Sanabria von San José in Costa Rica.

[00112-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

Amados irmãos!

Agradeço ao Arcebispo de São Salvador, D. José Luis Escobar Alas, as palavras de boas-vindas que me dirigiu em nome de todos os presentes, entre os quais tenho a alegria de ver um amigo das nossas traquinices juvenis. Sinto-me feliz por poder encontrar-vos e partilhar, de forma mais familiar e direta, os vossos anseios, projetos e sonhos de pastores a quem o Senhor confiou o cuidado do seu povo santo. Obrigado pela receção fraterna.

Encontrar-me convosco oferece-me também a oportunidade de poder abraçar e sentir-me mais próximo dos vossos povos, poder fazer meus os seus anseios e também os seus desânimos, mas sobretudo aquela fé corajosa que sabe animar a esperança e provocar a caridade. Obrigado por me permitirdes aproximar desta fé provada, mas simples do rosto pobre do vosso povo, que sabe que «Deus está presente, não dorme; está ativo, observa e ajuda» (São Óscar Romero, Homilia, 16/XII/1979).

Este encontro recorda-nos um acontecimento eclesial de grande relevância. Os pastores desta região foram os primeiros a criar na América um organismo de comunhão e participação que deu, e continua a dar, abundantes frutos. Refiro-me ao Secretariado Episcopal da América Central, o SEDAC: um espaço de comunhão, discernimento e empenho que nutre, revitaliza e enriquece as vossas Igrejas. Pastores que souberam progredir, dando um sinal que, longe de ser um elemento apenas programático, indicou como o futuro da América Central – e de qualquer outra região no mundo – passa necessariamente pela lucidez e capacidade que se possui para ampliar a visão, unir esforços num trabalho paciente e generoso de escuta, compreensão, dedicação e empenho, e poder assim discernir os novos horizontes para onde nos está a conduzir o Espírito (cf. Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium, 235).[1]

Nestes setenta e cinco anos passados desde a sua fundação, o SEDAC procurou partilhar as alegrias e tristezas, as lutas e esperanças dos povos da América Central, cuja história se forjou entrelaçando-se com a história do vosso povo. Muitos homens e mulheres, sacerdotes, consagrados, consagradas e leigos ofereceram a vida até ao derramamento do próprio sangue, para manter viva a voz profética da Igreja contra a injustiça, o empobrecimento de tantas pessoas e o abuso do poder. Lembro-me, quando era jovem sacerdote, que o nome de alguns de vós era tido por suspeito, como se fosse uma palavra feia, mas a vossa constância indicou-nos a estrada. Obrigado! Recordais-nos que «quem deseja verdadeiramente dar glória a Deus com a sua vida, quem realmente se quer santificar para que a sua existência glorifique o Santo, é chamado a obstinar-se, gastar-se e cansar-se procurando viver as obras de misericórdia» (Francisco, Exort. ap. Gaudete et exsultate, 107). E fazê-lo, não como esmola, mas como vocação.

Entre tais frutos proféticos da Igreja na América Central, apraz-me destacar a figura de São Óscar Romero, que tive o privilégio de canonizar recentemente no contexto do Sínodo dos Bispos sobre os jovens. A sua vida e magistério são fonte de inspiração para as nossas Igrejas e particularmente para nós, bispos. Também o nome dele se considerava como uma palavra feia: suspeito, excomungado nas bisbilhotices privadas de muitos Bispos.

O lema que escolheu para o brasão episcopal, e campeia na lápide da sua sepultura, expressa claramente o seu princípio inspirador e a realidade da sua vida de pastor: «Sentir com a Igreja». Uma bússola que marcou a sua vida na fidelidade, mesmo nos momentos mais turbulentos.

Este é um legado que pode tornar-se testemunho ativo e vivificante para nós, chamados por nossa vez ao martírio pela entrega diária ao serviço dos nossos povos; e, sobre tal legado, gostaria de me basear nesta reflexão: «sentir com a Igreja» é a reflexão que desejo partilhar convosco, uma reflexão sobre a figura de Romero. Sei que, entre nós, há pessoas que o conheceram pessoalmente – como o cardeal Rosa Chávez… O cardeal Quarracino dizia quer era candidato ao Prémio Nobel para a fidelidade! – de modo que, se me equivocar em alguma observação, Eminência, pode-me corrigir. Não faz mal! Invocar a figura de Romero significa invocar a santidade e o caráter profético que vive no DNA das vossas Igrejas particulares.

Sentir com a Igreja

1. Perceção e gratidão

Santo Inácio, ao propor as regras para sentir com a Igreja – desculpai a publicidade – procura ajudar o exercitante a superar qualquer tipo de falsas dicotomias ou antagonismos que possam reduzir a vida do Espírito, na tentação habitual de acomodar a Palavra de Deus ao próprio interesse. Assim, possibilita ao exercitante a graça de se sentir e saber parte dum corpo apostólico maior do que ele, mas ao mesmo tempo conservando a consciência real das suas forças e possibilidades: não dar parte de fraco, nem se fazer esquisito ou imprudente, mas sentir-se parte de um todo, que será sempre mais do que a soma das partes (cf. Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium, 235) e que está acompanhado por uma Presença que sempre o superará (cf. Francisco, Exort. ap. Gaudete et exsultate, 8).

Por isso, na esteira de São Óscar, gostaria de colocar, no centro deste primeiro ponto do sentir com a Igreja, a perceção e a gratidão por tanto bem recebido, sem o merecer. Romero foi capaz de sintonizar e aprender a viver a Igreja, porque amava intimamente quem o gerara na fé. Sem este amor íntimo, será muito difícil entender a sua história e conversão, dado que foi este o único amor que o guiou até à entrega no martírio; um amor, que brota da perceção de receber um dom totalmente gratuito, que não nos pertence, libertando-nos de toda a pretensão e tentação de nos considerarmos seus proprietários ou os únicos intérpretes. Não inventamos a Igreja: esta não nasceu connosco e continuará sem nós. Tal atitude, longe de nos abandonar à apatia, desperta uma insondável e extraordinária gratidão que tudo alimenta. O martírio não é sinónimo de pusilanimidade nem a atitude de alguém que não ama a vida nem sabe reconhecer o seu valor. Pelo contrário, o mártir é aquele que é capaz de encarnar e traduzir na vida esta ação de graças.

Romero sentiu com a Igreja, porque, antes de mais nada, amou a Igreja como mãe que o gerou na fé, considerando-se membro e parte dela.

2. Um amor, com sabor a povo

Este amor, feito de adesão e gratidão, levou-o a abraçar, com paixão mas também com dedicação e estudo, toda a contribuição e renovação propostas pelo magistério do Concílio Vaticano II. Nele encontrava a mão segura para seguir Cristo. Não foi ideólogo nem ideológico; a sua ação nasceu duma compenetração sobre os documentos conciliares. Iluminado por este horizonte eclesial, sentir com a Igreja significa para Romero contemplá-la como Povo de Deus. Com efeito, o Senhor não quis salvar-nos permanecendo cada um isolado e separado, mas quis constituir um povo que O confessasse na verdade e O servisse na santidade (cf. Const. dogm. Lumen gentium, 9). Um povo que, na sua totalidade, possui, guarda e celebra a «unção do Santo» (Ibid., 12), e perante o qual Romero se colocava à escuta para não recusar a inspiração d’Ele (cf. São Óscar Romero, Homilia, 16/VII/1978). Mostra-nos assim que o pastor, para procurar e encontrar o Senhor, deve aprender e escutar as pulsações do coração do seu povo, sentir «o odor» dos homens e mulheres de hoje até ficar impregnado das suas alegrias e esperanças, tristezas e angústias (cf. Const. past. Gaudium et spes, 1) e, deste modo, compreender em profundidade a Palavra de Deus (cf. Const. dogm. Dei Verbum, 13). Deve escutar o povo que lhe foi confiado até respirar e descobrir, através dele, a vontade de Deus que nos chama (cf. Francisco, Discurso na Vigília de Oração pelo Sínodo sobre a Família, 4/X/2014). Deve escutar sem dicotomias nem falsos antagonismos, porque só o amor de Deus é capaz de harmonizar todos os nossos amores num mesmo sentir e olhar.

Em suma, para ele, sentir com a Igreja é tomar parte na glória da Igreja, que consiste em trazer no próprio íntimo toda a kenosis de Cristo. Na Igreja, Cristo vive no meio de nós e, por isso, ela deve ser humilde e pobre, pois uma Igreja arrogante, uma Igreja cheia de orgulho, uma Igreja autossuficiente não é a Igreja da kenosis (cf. São Óscar Romero, Homilia, 1/X/1978).

3. Trazer dentro de si mesmo a kenosis de Cristo

Esta não é apenas a glória da Igreja, mas também uma vocação, um convite para fazermos dela a nossa glória pessoal e caminho de santidade. A kenosis de Cristo não é algo do passado, mas garantia atual para sentir e descobrir a sua presença operante na história; uma presença que não podemos nem queremos silenciar, porque sabemos e experimentamos que só Ele é «Caminho, Verdade e Vida». A kenosis de Cristo lembra-nos que Deus salva na história, na vida de cada ser humano, já que a mesma é também a sua história e, nela, vem ao nosso encontro (cf. São Óscar Romero, Homilia, 7/XII/1978). Irmãos, é importante não ter medo de nos aproximarmos e tocarmos as feridas do nosso povo, que são também as nossas feridas, e fazê-lo segundo o estilo do Senhor. O pastor não pode estar longe do sofrimento do seu povo; mais ainda, poderíamos dizer que o coração do pastor se mede pela sua capacidade de deixar-se comover à vista de tantas vidas feridas e ameaçadas. Fazê-lo segundo o estilo do Senhor significa deixar que este sofrimento toque e marque as nossas prioridades e gostos, toque e marque o uso do tempo e do dinheiro e inclusive a forma de rezar, para podermos ungir tudo e todos com a consolação da amizade de Jesus numa comunidade de fé que possua e abra um horizonte sempre novo que dê sentido e esperança à vida (cf. Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium, 49). A kenosis de Cristo exige que se abandone a virtualidade da existência e dos discursos para escutar o rumor e o apelo constante de pessoas reais que nos desafiam a criar laços. E – permiti que vos diga – as redes servem para criar vínculos, mas não raízes; são incapazes de nos conferir pertença, de nos fazer sentir parte de um mesmo povo. E, sem este sentir, todas as nossas palavras, reuniões, encontros, escritos serão sinal duma fé que não soube acompanhar a kenosis do Senhor, uma fé que ficou a meio do caminho, se é que, pior ainda – recordo-me dum pensador latino-americano –, não acaba por ser uma religião com um Deus sem Cristo, um Cristo sem Igreja e uma Igreja sem povo.

A kenosis de Cristo é jovem

Esta Jornada Mundial da Juventude é uma oportunidade única para sair ao encontro e aproximar-se ainda mais da realidade dos nossos jovens, realidade cheia de esperanças e sonhos, mas também profundamente marcada por tantas feridas. Com eles, poderemos ler de forma renovada a nossa época e reconhecer os sinais dos tempos, pois, como afirmaram os Padres Sinodais, os jovens são um dos «lugares teológicos» onde o Senhor nos dá a conhecer algumas das suas expetativas e desafios para construir o futuro (cf. Sínodo sobre os Jovens, Documento final, 64). Com eles, poderemos ver melhor como tornar o Evangelho mais acessível e credível no mundo em que vivemos; são uma espécie de termómetro para saber a que ponto estamos como comunidade e como sociedade.

Os jovens trazem dentro uma inquietude que devemos apreciar, respeitar, acompanhar e que faz muito bem a todos nós, porque nos provoca lembrando-nos que o pastor nunca deixa de ser discípulo e está a caminho. Esta sã inquietude coloca-nos em movimento, antecipando-nos. Assim no-lo recordaram os Padres Sinodais ao dizer que, «em certos aspetos, os jovens podem estar mais adiantados do que os pastores» (Ibid., 66). Em relação ao seu rebanho, o Pastor nem sempre caminha à frente: umas vezes, deve ir à frente para indicar a estrada; outras vezes, deve estar no meio para «farejar» o que acontece, para compreender o rebanho; outras vezes ainda, deve caminhar na retaguarda para proteger os últimos, ver que ninguém fique para trás tornando-se material de descarte. Deve-nos encher de alegria constatar que a sementeira não foi em vão. Muitas das aspirações e intuições, que formam tal inquietude dos jovens, desenvolveram-se dentro da família, alimentadas por uma avó ou uma catequista. A propósito de avós, é já a segunda vez que vejo uma: vi-a ontem e voltei a vê-la hoje! Uma velhinha, magra, da minha idade ou até mais, com mitra (enfiara uma mitra que fizera de papelão) e um letreiro que dizia: «Santidade, as avós também fazem barulho». Uma maravilha de pessoa! E os jovens aprenderam as coisas em família ou na paróquia, na pastoral educativa ou juvenil; desejos, que cresceram na escuta do Evangelho e em comunidades de fé viva e fervorosa onde este encontra terra onde germinar. Quanto devemos agradecer pelo facto de haver jovens desejosos de Evangelho! Cansam, é verdade; às vezes, incomodam. Vem-me ao pensamento esta frase que um filósofo grego, falando de si mesmo, dizia a propósito dos jovens: «[Os jovens] são como um moscardo no dorso de um nobre cavalo, para que não se adormente» (cf. Platão, Apologia de Sócrates). O cavalo somos nós! Esta realidade estimula-nos a um esforço maior para ajudá-los a crescer, oferecendo-lhes espaços maiores e melhores que os possam gerar segundo o sonho de Deus. A Igreja, por sua natureza, é Mãe e, como tal, gera e resguarda a vida protegendo-a de tudo o que possa ameaçar o seu desenvolvimento: uma gestação na liberdade e para a liberdade. Por isso, exorto-vos a promover programas e centros educativos que saibam acompanhar, apoiar e responsabilizar os vossos jovens; por favor, «roubai-os» à rua, antes que a cultura de morte, «vendendo-lhes fumo» e soluções mágicas, se apodere e aproveite da sua inquietude e da sua imaginação. Fazei-o, não com paternalismo, porque não o suportam, nem como quem olha de cima para baixo, pois também não é isso o que o Senhor nos pede, mas como pais, como de irmão para irmão. São rosto de Cristo para nós e, a Cristo, não O podemos olhar de cima para baixo, mas de baixo para cima (cf. São Óscar Romero, Homilia, 2/IX/1979).

Infelizmente, há muitos jovens que foram seduzidos por respostas imediatas que hipotecam a vida. E muitos outros a quem foi dada uma ilusão mesquinha em alguns movimentos, tornando-os então ou pelagianos ou convencidos de bastar-se a si mesmos, para depois os abandonarem no meio do caminho. Diziam-nos os Padres Sinodais que os jovens, por constrição ou falta de alternativas, se encontram mergulhados em situações altamente conflituosas e sem solução à vista: violência doméstica, feminicídio – uma chaga, que aflige o nosso continente –, bandas armadas e criminosas, tráfico de droga, exploração sexual de menores e de tantos que já não o são, etc. Custa constatar que, na raiz de muitas destas situações, estão experiências de orfandade, fruto de uma cultura e uma sociedade transviada: sem mãe, tornou-os órfãos. Lares desfeitos devido tantas vezes a um sistema económico que deixou de ter como prioridade as pessoas e o bem comum, fazendo da especulação o «seu paraíso» onde continuar a «engordar» sem se importar à custa de quem. Assim, os nossos jovens sem o calor duma casa, nem família, nem comunidade, nem pertença são deixados à mercê do primeiro vigarista que lhes apareça.

Não nos esqueçamos que «uma verdadeira dor que sai do homem pertence, antes de tudo, a Deus» (Georges Bernanos, Diario de un cura rural, 74). Não separemos o que Ele quis unir no seu Filho.

O futuro exige que se respeite o presente, reconhecendo a dignidade das culturas dos vossos povos e esforçando-se por valorizá-las. Também nisto se joga a dignidade: na autoestima cultural. Os vossos povos não são o «horto» da sociedade nem de ninguém; têm uma história rica que deve ser aceite, valorizada e incentivada. Nestas terras, foram plantadas as sementes do Reino; temos obrigação de as identificar, cuidar e proteger para que nenhum bem plantado por Deus definhe devido a interesses espúrios que, por todo o lado, semeiam corrupção e crescem despojando os mais pobres. Cuidar das raízes é tutelar o rico património histórico, cultural e espiritual que esta terra soube amalgamar ao longo dos séculos. Comprometei-vos e erguei a voz contra a desertificação cultural, contra a desertificação espiritual dos vossos povos, que provoca uma indigência radical, pois deixa-os sem a indispensável imunidade vital que sustenta a dignidade nos momentos de maior dificuldade. E congratulo-me convosco pela iniciativa de começar esta Jornada Mundial da Juventude pela Jornada da juventude indígena – penso que na diocese de David – e a Jornada da juventude de origem africana: foi um bom passo para mostrar as muitas facetas do nosso povo.

Na última carta pastoral, afirmáveis: «Ultimamente a nossa região tem sofrido o impacto da migração realizada de forma nova, por ser maciça e organizada, e que evidenciou os motivos que levam a uma migração forçada e os perigos que cria para a dignidade da pessoa humana» (SEDAC, Mensagem ao Povo de Deus e a todas as pessoas de boa vontade, 30/XI/2018).

Muitos dos migrantes têm rosto jovem; procuram um bem maior para a própria família, não temendo arriscar e deixar tudo para lhe oferecer o mínimo de condições que garantam um futuro melhor. Aqui não basta a denúncia, mas devemos também anunciar concretamente uma «boa nova». Graças à sua universalidade, a Igreja pode oferecer uma hospitalidade fraterna e acolhedora, de modo que as comunidades de origem e destino dialoguem e contribuam para superar medos e difidências e fortalecer os laços que as migrações, no imaginário coletivo, ameaçam romper. «Acolher, proteger, promover e integrar» as pessoas podem ser os quatro verbos com que a Igreja, nesta situação migratória, conjugue a sua maternidade no momento atual da história (cf. Sínodo sobre os Jovens, Documento final, 147). O Vigário-Geral de Paris, Mons. Benoist de Sinety, acaba de publicar um livro com o subtítulo «Acolher os migrantes, um apelo à coragem» (cf. Il faut que des voix s’élèvent. Accueil des migrants, un appel au courage, Paris 2018). É uma maravilha, este livro. Ele está aqui, na Jornada.

Todos os esforços que puderdes realizar para lançar pontes entre as comunidades eclesiais, paroquiais, diocesanas, bem como através das Conferências Episcopais, constituem um gesto profético da Igreja, que, em Cristo, é «o sacramento, ou sinal, e o instrumento da íntima união com Deus e da unidade de todo o género humano» (Const. dogm. Lumen gentium, 1). Assim dissipa-se a tentação de ficar apenas pela denúncia e realiza-se o anúncio da Vida nova que o Senhor nos dá.

Lembremo-nos da exortação de São João: «Se alguém possuir bens deste mundo e, vendo o seu irmão com necessidade, lhe fechar o seu coração, como é que o amor de Deus pode permanecer nele? Meus filhinhos, não amemos com palavras nem com a boca, mas com obras e com verdade» (1 Jo 3, 17-18).

Todas estas situações nos interpelam; são situações que nos chamam à conversão, à solidariedade e a uma ação educativa incisiva nas nossas comunidades. Não podemos ficar indiferentes (cf. Sínodo sobre os Jovens, Documento final, 41-44). O mundo descarta, o espírito do mundo descarta: sabemo-lo e lamentamo-lo. A kenosis de Cristo, não: já o experimentamos e continuamos a experimentar na própria carne com o perdão e a conversão. Esta tensão constringe-nos a questionar-nos sem cessar: de que parte queremos estar?

A kenosis de Cristo é sacerdotal

São bem conhecidos a amizade do Arcebispo Romero com o Padre Rutilio Grande e o impacto que o assassínio deste teve na sua vida; foi um acontecimento que marcou profundamente o seu coração de homem, sacerdote e pastor. Romero não era um administrador de recursos humanos, não geria pessoas nem organizações; Romero sentia, sentia com amor de pai, amigo e irmão. Uma medida um pouco alta, mas útil para avaliar o nosso coração episcopal, uma medida à vista da qual podemos interrogar-nos: quanto me afeta a vida dos meus sacerdotes? Que impacto deixo ter em mim aquilo que vivem, chorando com as suas dores, congratulando-me e regozijando-me com as suas alegrias? Comecemos a medir o funcionarismo e clericalismo eclesiais – infelizmente tão difusos, constituindo uma caricatura e uma perversão do ministério – por estes interrogativos. Não é questão de mudar estilos, hábitos ou linguagem (certamente importantes); é questão sobretudo de impacto e capacidade de espaço, nos nossos programas episcopais, para receber, acompanhar e sustentar os nossos sacerdotes: um «espaço real» para nos ocuparmos deles. Isto faz de nós pais fecundos.

Normalmente recai sobre eles, duma maneira especial, a responsabilidade de fazer com que este povo seja o povo de Deus. Eles encontram-se na primeira linha: carregam sobre si o cansaço do dia e o seu calor (cf. Mt 20, 12), estão sujeitos a inumeráveis situações diárias que podem deixá-los mais vulneráveis e, por isso, precisam também da nossa proximidade, da nossa compreensão e encorajamento, precisam da nossa paternidade. O resultado do trabalho pastoral, da evangelização na Igreja e da missão não se baseiam na riqueza dos meios e recursos materiais, nem na quantidade de eventos ou atividades que realizamos, mas na centralidade da compaixão: um dos grandes distintivos que podemos, como Igreja, oferecer aos nossos irmãos. Preocupa-me ver como a compaixão perdeu a sua centralidade na Igreja. Até mesmo os grupos católicos a perderam – ou estão a perdê-la, para não sermos pessimistas. Mesmo nos meios de comunicação social católicos, a compaixão não existe. Há a estigmatização, a condenação, a maldade, a obstinação, a supervalorização de si mesmo, a denúncia de heresia... Oxalá não se perca a compaixão na nossa Igreja; oxalá não se perca, no Bispo, a centralidade da compaixão. A kenosis de Cristo é a expressão máxima da compaixão do Pai. A Igreja de Cristo é a Igreja da compaixão; e isto começa em casa. É sempre bom perguntar-nos como pastores: que impacto tem em mim a vida dos meus sacerdotes? Sou capaz de ser um pai ou consolo-me com ser um mero executor? Deixo que me incomodem? Lembro-me das palavras de Bento XVI quando falava aos seus compatriotas no início do pontificado: «Cristo não nos prometeu uma vida confortável. Quem deseja comodidades, com Ele errou direção. Mas Ele mostra-nos o caminho rumo às coisas grandes, o bem, rumo à vida humana autêntica» (Discurso às Delegações e peregrinos alemães, 25/IV/2005). O bispo deve crescer todos os dias na sua capacidade de se deixar incomodar, de ser vulnerável aos seus padres. Estou a pensar num Bispo, um Bispo emérito duma diocese grande, grande trabalhador; recebia em audiência todos os dias de manhã e frequentemente, com muita frequência, quando terminava as audiências da manhã e com uma vontade enorme de ir comer, acontecia estarem ali à espera dele dois padres sem audiência marcada na agenda. Então voltava para trás e escutava-os como se tivesse a manhã toda à sua frente. Deixar-se incomodar e deixar que a massa acabe recozida e o bife frio. Deixar-se incomodar pelos sacerdotes.

Sabemos que o nosso trabalho, nas visitas e encontros que realizamos, sobretudo nas paróquias, tem uma dimensão e uma componente administrativas, a que é necessário atender. É preciso certificar-se que seja feito, mas isto não significa que caiba a nós mesmos utilizar em tarefas administrativas o pouco tempo que temos. O fundamental nas visitas e que não podemos delegar, é a escuta. Há muitas coisas que fazemos todos os dias e que deveríamos confiar a outrem. Aquilo que, ao contrário, não podemos delegar é a capacidade de ouvir, a capacidade de acompanhar a saúde e a vida dos nossos sacerdotes. Não podemos delegar noutros a porta aberta para eles; uma porta aberta para criar as condições que tornem possível a confiança mais do que o medo, a sinceridade mais do que a hipocrisia, o intercâmbio franco e respeitoso mais do que o monólogo disciplinar.

Vêm-me à memória estas palavras do Beato Rosmini – acusado de heresia e hoje é Beato –: «Não há dúvida de que apenas os grandes homens podem formar outros grandes homens (…). Nos primeiros séculos, a casa do bispo era o seminário dos sacerdotes e diáconos. A presença e a santa conversação do seu prelado revelavam-se uma lição candente, contínua, sublime, na qual se aprendia conjuntamente a teoria nas suas doutas palavras e a prática nas assíduas ocupações pastorais. E foi assim que os jovens “atanásios” cresceram junto dos “alexandres” » (António Rosmini, Las cinco llagas de la santa Iglesia, 63).

É importante que o pároco encontre o pai, o pastor no qual «se vê espelhado» e não o administrador que quer «passar revista às tropas». Com todas as coisas em que nos diferenciamos e até mesmo aquelas em que não estamos de acordo e as discussões que possam haver – sendo normal e desejável que existam –, é fundamental que os padres sintam o bispo como um homem capaz de gastar-se e expor-se por eles, fazê-los caminhar para diante e estender-lhes a mão quando estão empantanados; como um homem de discernimento que saiba orientar e encontrar caminhos concretos e praticáveis nas várias encruzilhadas de cada história pessoal. Quando eu estava na Argentina, às vezes ouvia padres dizerem: «Telefonei para o bispo, e a secretária disse-me que ele tinha a agenda cheia, que voltasse a chamar dali a vinte dias; e nem me perguntou que queria… «Queria ver o Bispo» – «Não pode; coloco-o na lista de espera». É claro que, depois, o padre não voltou a chamar e continuou com aquilo que lhe queria perguntar – bem ou mal – dentro de si. Isto não é um conselho, mas algo que vos digo do coração: se tendes a agenda cheia, agradeçamos a Deus! Assim comereis em paz, porque ganhastes o pão; mas, se virdes o telefonema dum padre, hoje, no máximo amanhã, deveis chamá-lo para lhe dizer: «Chamaste, que se passa? Pode esperar até tal dia ou não?» Aquele padre, a partir de então, sabe que tem um pai.

Etimologicamente, o termo «autoridade» deriva da raiz latina augere que significa aumentar, promover, fazer progredir. No pastor, a autoridade consiste de modo particular em ajudar a crescer, em promover os seus presbíteros, em vez de se promover a si mesmo (isto faz dele um solteirão, não um pai). A alegria do pai/pastor é ver que os seus filhos cresceram e tornaram-se fecundos. Irmãos, seja esta a nossa autoridade e o sinal da nossa fecundidade.

Último ponto: a kenosis de Cristo é pobre

Sentir com a Igreja é sentir com o povo fiel, o povo de Deus que sofre e espera; é saber que a nossa identidade ministerial nasce e compreende-se à luz desta pertença única e constitutiva do nosso ser. Neste sentido, gostaria de recordar convosco o que Santo Inácio nos escrevia a nós, jesuítas: «A pobreza é mãe e muro», gera e preserva. Mãe, porque nos chama à fecundidade, à geração, à capacidade de doação que seria impossível num coração avarento ou empenhado a acumular. E muro, porque nos protege duma das mais subtis tentações que nós, consagrados, temos de enfrentar: a mundanidade espiritual, o revestir de valores religiosos e «piedosos» a ambição de poder e protagonismo, a vaidade e, inclusivamente, o orgulho e a soberba. Muro e mãe, que nos ajudam a ser uma Igreja cada vez mais livre, porque está centrada na kenosis do seu Senhor. Uma Igreja, que não deseja que a sua força esteja – como dizia D. Romero – no apoio dos poderosos ou da política, mas que disso se despreende com nobreza para caminhar sustentada unicamente pelos braços do Crucificado, que é a sua verdadeira força. E isto traduz-se em sinais concretos e evidentes; isto interpela-nos e impele-nos a um exame de consciência a propósito das nossas opções e prioridades no uso dos recursos, no uso das influências e posições. A pobreza é mãe e muro, porque guarda o nosso coração para que não escorregue em concessões e comprometimentos que enfraquecem a liberdade e parresia a que nos chama o Senhor.

Antes de terminar, coloquemo-nos sob o manto da Virgem, rezemos juntos para que Ela guarde o nosso coração de pastores e nos ajude a servir melhor o Corpo de seu Filho, o santo Povo fiel de Deus que caminha, vive e reza aqui na América Central. Invoquemos a Mãe

[Ave, Maria…]

Que Jesus vos abençoe e a Virgem vos proteja! E, por favor, não vos esqueçais de rezar por mim, para que possa fazer tudo aquilo que disse. Muito obrigado!

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[1] Apraz-me recordar pastores como o Arcebispo de São Salvador, D. Luis Chávez y González, e o Arcebispo de São José da Costa Rica, D. Víctor Sanabria, entre outros, que, impelidos pelo seu zelo pastoral e amor à Igreja, deram vida a este organismo eclesial.

[00112-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

Drodzy bracia,

Dziękuję arcybiskupowi José Luis Escobar Alasowi, Arcybiskupowi San Salvador, za słowa powitania, które skierował do mnie w imieniu wszystkich. Spotykam tu przyjaciół z młodości: to bardzo piękne… Cieszę się, że mogę się z wami spotkać i dzielić w sposób bardziej rodzinny i bezpośredni wasze pragnienia, plany i marzenia pasterzy, którym Pan powierzył troskę o swój święty lud. Dziękuję za braterskie przyjęcie.

Możliwość spotkania z wami oznacza także „podarowanie mi” szansy objęcia i poczucia się bliżej waszego ludu, utożsamienia z jego pragnieniami, a także rozczarowaniami, a zwłaszcza tej mężnej wiary, która potrafi podsycać nadzieję i poruszyć miłosierdzie. Dziękuję, że pozwoliliście mi zbliżyć się do sprawdzonej, lecz prostej wiary w ubogim obliczu waszego ludu, który wie, że „Bóg jest obecny, nie śpi, jest aktywny, patrzy i pomaga” (Św. Oskar Romero, Homilía, 16 diciembre 1979).

To spotkanie przypomina nam wydarzenie kościelne o wielkim znaczeniu. Pasterze tego regionu jako pierwsi stworzyli w Ameryce organizm komunii i partycypacji, który wydał i nadal wydaje obfite owoce. Mam na myśli Sekretariat Episkopatów Ameryki Środkowej (SEDAC). Jest to miejsce komunii, rozeznania i zaangażowania, które rozwija, ożywia i ubogaca wasze Kościoły. Pasterze ci potrafili uczynić kroki naprzód i dając znak, że nie był to jedynie element programowy, wskazali zarazem, że przyszłość Ameryki Środkowej – a zatem każdego innego regionu świata –wymaga koniecznie czujności i zdolności do poszerzenia swej wizji, połączenia wysiłków w cierpliwej i wielkodusznej pracy słuchania, zrozumienia, poświęcenia i zaangażowania, by móc w ten sposób rozeznać nowe horyzonty, do których prowadzi nas Duch (por. Adhort. ap. Evangelii gaudium, 235).[1]

W ciągu tych 75 lat od swego powstania, SEDAC starała się dzielić radości i smutki, zmagania i nadzieje narodów Ameryki Środkowej, których historia przeplatała się i kształtowała wraz z dziejami waszego ludu. Wielu mężczyzn i kobiet, księży, osób konsekrowanych i świeckich poświęcało swoje życie, aż do przelania swej krwi, aby podtrzymać proroczy głos Kościoła w obliczu niesprawiedliwości, zubożenia wielu osób i nadużycia władzy. Pamiętam, że gdy byłem młodym księdzem, imię niektórych z was było uważane za brzydkie słowo, a wasza wytrwałość wskazała drogę: dziękuję. Oni przypominają nam, że „kto naprawdę chce swoim życiem oddać chwałę Bogu, kto naprawdę pragnie się uświęcić, aby jego życie oddawało cześć Świętemu, jest powołany do umartwiania się, poświęcania i trudzenia się, starając się żyć uczynkami miłosierdzia” (adhort. ap. Gaudete i exsultate, 107). I to nie na kształt jałmużny, ale jako powołanie.

Wśród tych proroczych owoców Kościoła w Ameryce Środkowej z radością podkreślam postać św. Oskara Romero, którego miałem przywilej niedawno kanonizować podczas Synodu Biskupów na temat młodzieży. Jego życie i nauczanie są stałym źródłem natchnienia dla naszych Kościołów, a w sposób szczególny dla nas, biskupów. Również jego imię było uważane za brzydkie słowo: podejrzewany, ekskomunikowany w prywatnych plotkach wielu biskupów.

Zawołanie, jakie wybrał dla swego herbu biskupiego i jakie znajduje się nad jego grobem, jasno wyraża jego zasadę przewodnią oraz to, czym było jego życie jako pasterza: „Sentire cum Ecclesia” (pl. „Odczuwać z Kościołem”). Jest to kompas, który naznaczał jego życie wiernością, nawet w chwilach najbardziej burzliwych.

Jest to dziedzictwo, które może stać się dla nas, będących z kolei powołanymi również do męczeńskiego poświęcenia w codziennej posłudze dla naszego ludu, świadectwem aktywnym i ożywiającym. To na tym dziedzictwie chciałbym się oprzeć w tej refleksji: „odczuwać z Kościołem”. W refleksji, którą chcę się z wami podzielić, o postaci Romero. Wiem, że są wśród nas ludzie, którzy znali go osobiście, jak kardynał Rosa Chavez… Kardynał Quarracino mówił, że był kandydatem do Nagrody Nobla za wierność! Tak, Eminencjo, jeśli uważasz, że się mylę w niektórych ocenach, możesz mnie poprawić, nie ma problemu. Odwołanie się do postaci Romero oznacza odwołanie się do świętości i proroczego charakteru, który żyje w DNA waszych Kościołów partykularnych.

Odczuwać z Kościołem

1. Uznanie i wdzięczność

Kiedy św. Ignacy proponuje reguły, by odczuwać z Kościołem – wybaczcie reklamę – stara się dopomóc w ćwiczeniu się w przezwyciężaniu wszelkiego rodzaju fałszywych dychotomii i antagonizmów, które mogą sprowadzić życie Ducha do częstej pokusy dostosowania Słowa Bożego do własnych interesów. Tak pozwala to osobie doświadczającej łaski poczuć się i mieć świadomość przynależenia do ciała apostolskiego większego od niej samej, a jednocześnie z rzeczywistą świadomością swoich sił i swoich możliwości: nie czuć się ani słabą, ani selektywną, ani nierozważną. Chodzi o poczucie się częścią pewnej całości, która będzie zawsze większa, niż suma części (por. adhort. ap. Evangelii gaudium, 235), i której towarzyszy Obecność, która ją będzie zawsze przewyższała (por. adhort. ap. Gaudete et exsultate, 8).

Właśnie dlatego chciałbym umieścić w centrum to pierwsze „Sentire cum Ecclesia” otrzymane od św. Oskara, jako dziękczynienie i wdzięczność za tak wielkie dobro przyjęte, a niezasłużone. Romero był w stanie dostroić się i nauczyć się życia w Kościele, ponieważ bardzo głęboko kochał tego, który zrodził go w wierze. Bez tej głębokiej miłości bardzo trudno byłoby zrozumieć jego dzieje i nawrócenie, ponieważ to właśnie ta jedyna miłość poprowadziła go do męczeństwa. Ta miłość, która rodzi się z przyjęcia daru całkowicie bezinteresownego, który do nas nie należy i który uwalnia nas od wszelkiego zadęcia i pokus, by uważać się za jego właścicieli lub wyłącznych interpretatorów. Nie wymyśliliśmy Kościoła, nie narodził się wraz z nami i będzie szedł naprzód bez nas. Taka postawa, nie pozostawiając nas w apatii, budzi niezgłębioną i niewyobrażalną wdzięczność, która ożywia wszystko. Męczeństwo nie jest równoznaczne z małodusznością lub postawą kogoś, kto nie kocha życia i nie potrafi uznać posiadanej wartości. Wręcz przeciwnie, męczennikiem jest ten, kto jest w stanie ucieleśnić i przełożyć to dziękczynienie na życie.

Romero odczuwał z Kościołem, ponieważ przede wszystkim kochał Kościół jako matkę, która go zrodziła w wierze i poczuł się jego członkiem i częścią.

2. Miłość ze smakiem ludu

Ta miłość, przywiązanie i wdzięczność skłoniły go do przyjęcia z pasją, ale także z poświęceniem i studium, cały wkład i odnowę Magisterium, jaką zaproponował Sobór Watykański II. Tam znalazł pewną dłoń w naśladowaniu Chrystusa. Nie był ideologiem ani człowiekiem ideologicznym. Jego działanie zrodziło się z zaznajomienia się z dokumentami soborowymi. Dla Romero, oświeconego tą perspektywą kościelną „odczuwanie z Kościołem” oznaczało rozważanie go, jako ludu Bożego. Pan nie chciał bowiem zbawić każdego z nas w izolacji i oddzielnie, ale zechciał utworzyć lud, który wyznawałby Go w prawdzie i służyłby Mu w świętości (por. Konst. dogmat. Lumen gentium, 9). Cały lud, który posiada, strzeże i celebruje „namaszczenie od Świętego” (por. tamże, 12), a przed którym Romero stawał w zasłuchaniu, by nie odrzucać Jego natchnień (por. S. Oscar Romero, Homilía, 16 julio 1978). W ten sposób ukazuje nam, że pasterz, by poszukiwać i spotkać Pana musi nauczyć się i słuchać rytmu serca swego ludu, odczuć „woń” mężczyzn i kobiet dnia dzisiejszego, aż po nasączenie jego radościami i nadziejami, smutkami i lękami (por. Konst. duszp. Gaudium et spes, 1), i w ten sposób dogłębnie zrozumieć Słowo Boże (por. Konst. dogm. Dei Verbum, 13). Słuchanie ludu jemu powierzonego, aż po oddychanie i odkrycie przez niego woli Boga, który nas wzywa (por. Homilia podczas czuwania modlitewnego na placu św. Piotra, 4 października 2014 r. w. L’ Osservatore Romano wyd. pl. n. 10 (366)/2014 s. 7). Bez dychotomii i fałszywych antagonizmów, ponieważ tylko miłość Boga może zharmonizować wszystkie nasze miłości w tym samym poczuciu i spojrzeniu.

Krótko mówiąc, dla niego odczuwać z Kościołem, to uczestniczyć w chwale Kościoła, która polega na niesieniu w swoim wnętrzu całej kenozy Chrystusa. W Kościele Chrystus żyje pośród nas i dlatego musi być on pokorny i ubogi, ponieważ Kościół wyniosły, Kościół pełen pychy, Kościół samowystarczalny nie jest Kościołem kenozy (por. S. Oscar Romero, Homilía, 1 octubre 1978).

3. Niesienie w sobie kenozy Chrystusa

Jest to nie tylko chwała Kościoła, ale także powołanie, zachęta, aby była naszą chwałą osobistą i drogą świętości. Kenoza Chrystusa nie jest rzeczą z przeszłości, ale aktualnym zapewnieniem, by odczuwać i odkrywać Jego obecność działającą w dziejach. Obecność, której nie możemy i nie chcemy przemilczeć, ponieważ wiemy i doświadczyliśmy, że tylko On jest „Drogą, Prawdą i Życiem”. Kenoza Chrystusa przypomina nam, że Bóg zbawia w historii, w życiu każdego człowieka, jest to również Jego historia i On wychodzi nam na spotkanie (por. S. Oscar Romero, Homilía, 7 diciembre 1978). Bracia, ważne jest, abyśmy nie bali się dotknąć i zbliżyć do ran naszego ludu, które są również naszymi ranami, a trzeba to czynić w stylu Pana. Pasterz nie może być daleko od cierpienia swego ludu. Co więcej, możemy powiedzieć, że serce pasterza jest mierzone jego zdolnością do wzruszania się w obliczu tylu istnień zranionych i zagrożonych. Czynić to w stylu Pana oznacza pozwolić, aby cierpienie to wpłynęło i naznaczyło nasze priorytety i nasze gusty, by wpłynęło i naznaczyło wykorzystanie czasu i pieniędzy, a także nasz sposób modlitwy, by móc namaścić wszystko i wszystkich pociechą przyjaźni z Jezusem Chrystusem we wspólnocie wiary, która zawierałaby i otwierała coraz to nowe horyzonty, nadające życiu sens i nadzieję (por. adhort. ap. Evangelii gaudium, 49). Kenoza Chrystusa wymaga porzucenia wirtualności istnienia i dyskursów, aby wsłuchać się w hałas i śpiew realnych ludzi, którzy wzywają nas do tworzenia więzi. I pozwólcie mi to powiedzieć: sieci służą do tworzenia kontaktów, ale nie korzeni, nie są w stanie dać nam przynależności, sprawić, abyśmy poczuli się częścią tego samego ludu. Bez tego poczucia wszystkie nasze słowa, zgromadzenia, spotkania, pisma będą znakiem takiej wiary, która nie potrafiła towarzyszyć kenozie Pana, wiary, która pozostała w połowie drogi, gdy, co gorsza – wspominam tu latynoamerykańskiego myśliciela – staje się religią z Bogiem bez Chrystusa, z Chrystusem bez Kościoła, z Kościołem bez ludu.

Kenoza Chrystusa jest młoda

Ten Światowy Dzień Młodzieży to wyjątkowa okazja, aby wyjść na spotkanie i przybliżyć się jeszcze bardziej do rzeczywistości naszej młodzieży, rzeczywistości pełnej nadziei i pragnień, ale także głęboko naznaczonej wieloma ranami. Wraz z nią możemy odczytać w nowy sposób naszą epokę i rozpoznawać znaki czasu, ponieważ, jak stwierdzili Ojcowie synodalni, ludzie młodzi są jednym z „miejsc teologicznych”, w których Pan pozwala nam poznać niektóre z Jego oczekiwań i wyzwań dla budowania jutra (por. Synod o młodzieży, Dokument końcowy, 64). Wraz z nimi możemy lepiej zobaczyć, jak sprawić, by Ewangelia była bardziej widoczna i wiarygodna w świecie, w którym żyjemy; są jak termometr, ukazujący gdzie jesteśmy jako wspólnota i jako społeczeństwo.

Młodzi niosą ze sobą troskę, którą musimy doceniać, szanować, której musimy towarzyszyć, a która jest dla nas bardzo korzystna, ponieważ nas porusza i przypomina nam, że pasterz nigdy nie przestaje być uczniem i jest w drodze. Ten zdrowy niepokój wprawia nas w ruch i nas poprzedza. Przypomnieli o tym ojcowie synodalni, kiedy powiedzieli: „Młodzież pod pewnymi względami może wyprzedzić pasterzy” (tamże, 66). Pasterz nie zawsze idzie przed stadem: czasami musi iść z przodu, aby wskazywać drogę; czasami musi być pomiędzy, żeby „wyczuwać” co się dzieje, żeby rozumieć stado; czasami musi być na końcu, aby chronić ostatnich, żeby nikt nie pozostał z tyłu i nie stał się wyrzutkiem. Musi napełnić nas radością, gdy stwierdzamy, że siew nie padł w próżnię. Wiele z tych aspiracji i intuicji ludzi młodych wzrosło w łonie rodziny, podsycane przez jakaś babcię czy katechetkę. Mówiąc o babciach, już po raz drugi ją widzę: widziałem ją wczoraj i widzę dzisiaj, staruszkę, szczuplutką, w moim wieku albo starszą, założyła sobie mitrę, którą zrobiła z kartonu, i ma napis, mówiący: „Wasza Świątobliwość, również babcie robią raban”. Cud ludzki! A młodzi nauczyli się tych rzeczy w rodzinie czy w parafii, w duszpasterstwie wychowawczym czy młodzieżowym. Są to pragnienia, które rozwijały się w słuchaniu Ewangelii oraz we wspólnotach o żywej i żarliwej wierze, która znajduje glebę do wzrastania. Jak nie dziękować, że mamy ludzi młodych pragnących Ewangelii! Oczywiście, że męczą, oczywiście, że czasami przeszkadzają. Przychodzi mi na myśl zdanie, które powiedział grecki filozof, mówiąc o sobie samym, odnośnie do ludzi młodych: „[Młodzi] są jak bąk na zadzie szlachetnego konia, żeby nie zasnął” (por. Platon, Obrona Sokratesa). My jesteśmy koniem! To nas pobudza do większego zaangażowania, aby pomóc im we wzrastaniu, oferując im więcej lepszych przestrzeni, które wprowadzą ich w marzenie Boga. Kościół z natury jest matką i jako taka rodzi i powoduje dojrzewanie życia, chroniąc je przed wszystkim, co zagraża jego rozwojowi. Dojrzewanie w wolności i do wolności. Zachęcam was zatem do promowania programów i ośrodków wychowawczych, które umiałyby towarzyszyć, wspierać i umacniać odpowiedzialność waszej młodzieży; proszę, „wykradajcie” ich ulicy, zanim kultura śmierci będzie „sprzedawać im dym” i magiczne rozwiązania, opęta i wykorzysta ich niepokój i wyobraźnię. I nie czyńcie tego z paternalizmem, bo tego nie znoszą, nie patrząc z góry, ponieważ nie tego chce od nas Pan, ale jako ojcowie, jako bracia. Młodzi są dla nas obliczem Chrystusa i nie możemy dotrzeć do Chrystusa od góry do dołu, ale z dołu do góry (por. S. Oscar Romero, Homilía, 2 septiembre 1979).

Niestety wielu ludzi młodych uwiedziono rozwiązaniami doraźnymi, które obciążają życie. I wielu innych, którym w niektórych ruchach dano iluzję na krótką metę, która potem czyni ich pelagianami albo przekonanymi, że są samowystarczalni, a potem są pozostawieni w połowie drogi. Ojcowie synodalni mówili nam: z powodu przymusu lub braku alternatyw młodzi są głęboko zanurzeni w sytuacjach bardzo konfliktowych i bez szybkiego rozwiązania: przemoc domowa, zabójstwa kobiet – jaką plagę pod tym względem przeżywa nasz kontynent –, gangi uzbrojone i przestępcze, handel narkotykami, seksualne wykorzystywanie małoletnich i trochę starszych, itp. Z bólem zauważamy, że u podstaw wielu z tych sytuacji są doświadczenia osierocenia, będące owocem kultury i społeczeństwa, które „zwariowało” – bez matki, osierociło ich. Rodziny są bardzo często rozbite przez system ekonomiczny, który nie stawia na pierwszym miejscu osób i dobra wspólnego, i który uczynił swój „raj” ze spekulacji, w którym można się stale obławiać obojętnie czyim kosztem. W ten sposób nasi młodzi bez domu, bez rodziny, bez wspólnoty, bez przynależności, zostają pozostawieni na pastwę pierwszego oszusta.

Nie zapominajmy, że „prawdziwy ból człowieka najpierw należy do Boga” (Georges Bernanos, Pamiętnik wiejskiego proboszcza, Warszawa 1961, s. 86). Nie rozdzielajmy tego, co On chciał zjednoczyć w swoim Synu.

Jutro wymaga poszanowania chwili obecnej, respektując godność kultur waszych narodów i dążąc do ich dowartościowania. Także i w tym przypadku w grę wchodzi godność: w poczuciu wartości własnej kultury. Wasi ludzie nie są „zaściankiem” społeczeństwa, ani niczego innego. Mają bogatą historię, którą trzeba zaakceptować, docenić i wspierać. Na tych ziemiach zostały zasiane ziarna Królestwa. Mamy obowiązek je rozpoznać, zatroszczyć się o nie, aby nic z tego dobra, które zasadził Bóg, nie uschło z powodu fałszywych interesów, które wszędzie rozpowszechniają zepsucie i rozwijają się wyzyskując najuboższych. Troska o korzenie, to dbałość o bogate dziedzictwo historyczne, kulturowe i duchowe, które ta ziemia potrafiła wymieszać. Angażujcie się i podnoście głos przeciw pustynnieniu kulturowemu, przeciw pustynnieniu duchowemu swoich narodów, które powoduje radykalną nędzę pozostawiając bez tej istotnej życiowej odporności, która podtrzymuje godność w chwilach największych trudności. Gratuluję wam inicjatywy, by rozpocząć ten Światowy dzień Młodzieży od Dnia młodzieży tubylczej – jak mi się wydaje w diecezji David – i od Dnia młodzieży pochodzenia afrykańskiego: to był dobry krok, aby ukazać wielką złożoność naszego ludu.

W swoim ostatnim liście pasterskim stwierdzacie: „W ostatnim okresie nasz region został dotknięty migracją dokonującą się na nowy sposób, masową i zorganizowaną, a to ewidentnie ukazało motywy powodujące przymusową migrację i zagrożenia jakie ona pociąga za sobą dla godności osoby ludzkiej” (SEDAC, Mensaje al Pueblo de Dios y a todas las personas de buena voluntad, 30 noviembre 2018).

Wielu migrantów ma młodą twarz, szukają większego dobra dla swoich rodzin, nie boją się ryzykować i pozostawić wszystko, aby zapewnić minimum warunków gwarantujących lepszą przyszłość. Nie wystarcza tutaj jedynie oskarżenie, ale musimy także głosić konkretnie „dobrą nowinę”. Kościół poprzez swoją powszechność może zaoferować tę braterską i przyjazną gościnę w taki sposób, aby wspólnoty pochodzenia i wspólnoty przeznaczenia prowadziły dialog i przyczyniły się do przezwyciężenia lęków i podejrzeń oraz umocniły więzy, jakie migracje, w zbiorowej wyobraźni mogą zerwać. „Przyjmować, chronić, promować i integrować” ludzi - mogą być czterema czasownikami, za pomocą których Kościół w tej sytuacji migracyjnej wyraża swoje macierzyństwo w dniu dzisiejszym historii (por. Synod o młodzieży, Dokument końcowy, 147). Wikariusz generalny Paryża, biskup Benoist de Sinety, niedawno opublikował książkę, która ma podtytuł: „Przyjąć migrantów, wezwanie do odwagi” (por. Il faut que des voix s’élèvent. Accueil des migrants, un appel au courage, Paryż 2018).; sprawia radość ta książka. On jest tu, podczas Dnia.

Wszystkie wysiłki, jakie możecie podjąć budując mosty między wspólnotami kościelnymi, parafialnymi, diecezjalnymi, a także poprzez Konferencje Episkopatów, będą proroczym gestem Kościoła, który w Chrystusie jest „znakiem i narzędziem wewnętrznego zjednoczenia z Bogiem i jedności całego rodzaju ludzkiego” (Konst. dogm, Lumen gentium, 1). W ten sposób zanika pokusa, by ograniczyć się jedynie do oskarżenia i dokonuje się głoszenie nowego Życia, które daje nam Pan.

Pamiętajmy o napomnieniu św. Jana: „Jeśliby ktoś posiadał majętność tego świata i widział, że brat jego cierpi niedostatek, a zamknął przed nim swe serce, jak może trwać w nim miłość Boga? Dzieci, nie miłujmy słowem i językiem, ale czynem i prawdą!”(1 J 3,17-18).

Wszystkie te sytuacje stawiają pytania, są sytuacjami, które wzywają nas do nawrócenia, do solidarności i do zdecydowanych działań wychowawczych w naszych wspólnotach. Nie możemy pozostać obojętni (por. Synod o młodzieży, Dokument końcowy, 41-44). Świat odrzuca, duch tego świata odrzuca, wiemy o tym i cierpimy z tego powodu; kenoza Chrystusa nie odrzuca, my tego doświadczyliśmy i nadal doświadczamy w naszym własnym ciele poprzez przebaczenie i nawrócenie. To napięcie zmusza nas do ciągłego zadawania sobie pytania: po której stronie chcemy stać?

Kenoza Chrystusa ma charakter kapłański

Dobrze znana jest przyjaźń arcybiskupa Romero z o. Rutilio Grande i wpływ, jaki zamach na niego wywarł na arcybiskupie. Było to wydarzenie, które na zawsze naznaczyło jego serce człowieka, kapłana i pasterza. Romero nie był zarządcą zasobów ludzkich, nie kierował ludźmi ani organizacjami, Romero czuł, czuł z miłością ojca, przyjaciela i brata. Jest to miara dość wzniosła, miara wobec której możemy zadać sobie pytanie: jak bardzo obchodzi mnie życie moich księży? Na ile pozwalam, by wpływało na mnie to, czym żyją, opłakiwanie ich cierpień, świętowanie i radowanie się z powodu ich radości? Kościelny funkcjonalizm i klerykalizm - tak niestety powszechny, stanowiący karykaturę i wypaczenie posługi - zaczyna się mierzyć tymi pytaniami. Nie jest to sprawa zmiany stylów, manier lub języków, z pewnością wszystkie te rzeczy są ważne, ale przede wszystkim jest to kwestia oddziaływania i zdolności do tego, aby nasze programy biskupie miały miejsce na przyjmowanie, towarzyszenie i wspieranie naszych księży, aby miały „realną przestrzeń”, by się nimi zajmować. To nas czyni płodnymi ojcami.

Zazwyczaj na nich w sposób szczególny spada odpowiedzialność za to, aby ten lud był ludem Bożym. Oni są na pierwszej linii. Niosą na swoich barkach ciężar dnia i spiekoty (por. Mt 20,12), są narażeni na szereg codziennych sytuacji, które mogą ich uczynić bardziej bezbronnymi i dlatego też potrzebują naszej bliskości, naszego zrozumienia i wsparcia, potrzebują naszego ojcostwa. Skutek pracy duszpasterskiej, ewangelizacji w Kościele i misji nie opiera się na bogactwie i zasobach materialnych lub liczbie wydarzeń czy przeprowadzonych działań, ale na centralnym miejscu współczucia: jedna ze wspaniałych cech, które jako Kościół możemy oferować naszym braciom. Niepokoi mnie, jak bardzo współczucie utraciło swoje centralne miejsce w kościele. Również grupy katolickie je utraciły – albo je tracą, żeby nie być pesymistami. Również w katolickich środkach komunikacji społecznej nie ma współczucia. Jest schizma, skazanie, złośliwość, zawziętość, przecenianie siebie, oskarżenie o herezję… Oby w naszym kościele nie zatraciło się współczucie, oby w biskupie nie zatraciło się centralne miejsce współczucia. Kenoza Chrystusa jest najpełniejszym wyrazem współczucia Ojca. Kościół Chrystusowy jest Kościołem współczucia, a to zaczyna się w domu. Zawsze dobrze jest zadać sobie pytanie, jako pasterze: jak bardzo obchodzi mnie życie moich kapłanów? Czy potrafię być ojcem, czy też pocieszam się tym, że jestem zwykłym wykonawcą? Czy pozwalam się niepokoić? Pamiętam słowa Benedykta XVI na początku jego pontyfikatu, gdy mówił do swoich rodaków: „Chrystus nie obiecał nam wygodnego życia. Kto szuka wygód, u Niego ich nie znajdzie, bo pomylił adres. On ukazuje nam jednak drogę do rzeczy wielkich, do dobra, do prawdziwego ludzkiego życia” (Benedykt XVI, Przemówienie do pielgrzymów niemieckich, 25 kwietnia 2005 r., w: L’Osservatore Romano, wyd. pl. n. 6(274)/2005, s.14 ). Biskup musi codziennie wzrastać w zdolności przyjmowania niedogodności, we wrażliwości wobec swoich kapłanów. Myślę o biskupie, o biskupie emerycie w wielkiej diecezji, oddanym pracy, który udzielał audiencji każdego dnia rano i często, bardzo często, gdy kończył poranne audiencje i nie mógł się doczekać, aby coś zjeść, czekali na niego dwaj kapłani, którzy nie byli umówieni. A on wracał i słuchał ich, jakby miał przed sobą jeszcze cały ranek. Pozwolić się niepokoić i pozwolić, żeby makaron się rozgotował a mięso wystygło. Pozwolić kapłanom, żeby niepokoili.

Wiemy, że nasza praca, podczas wizytacji i spotkań, które prowadzimy - szczególnie w parafiach - ma wymiar i składnik administracyjny, który trzeba rozwijać. Trzeba się upewnić, że jest to wykonane, ale to nie jest i nie będzie równoznaczne z tym, że musimy wykorzystywać ograniczony czas na zadania administracyjne. Podczas wizytacji rzeczą fundamentalną, której nie możemy zlecać innym, jest wysłuchiwanie. Istnieje wiele rzeczy, jakie czynimy każdego dnia, a które powinniśmy powierzyć innym. Tym, czego nie możemy natomiast zlecić komuś innemu, jest umiejętność słuchania, umiejętność śledzenia zdrowia i życia naszych kapłanów. Nie możemy delegować innym drzwi otwartych dla nich. Otwartych drzwi, które stwarzają warunki umożliwiające bardziej zaufanie niż strach, szczerość bardziej niż obłudę, otwartą i pełną szacunku wymianę zdań, niż monolog dyscyplinujący.

Pamiętam te słowa błogosławionego Rosminiego – oskarżonego o herezję, a dziś błogosławionego: „Rzecz jasna, że tylko wielcy ludzie mogą kształtować innych wspaniałych ludzi [...]. W pierwszych wiekach dom biskupa stanowił seminarium księży i diakonów. Obecność i święte życie ich biskupa było żarliwą lekcją, stałą, wzniosłą, gdzie uczono się teorii w jego mądrych słowach wraz z praktyką w jego nieustannych zajęciach duszpasterskich. I tak obok młodych Aleksandrów można było wówczas widzieć, jak dorastali młodzi Atanazy” (Antonio Rosmini, Delle cinque piaghe della santa Chiesa, Brescia 1966, 40).

Ważne, aby kapłan znalazł ojca, pasterza w którym mógłby „się przejrzeć”, a nie administratora, który chce „przejrzeć szeregi na odprawie”. Istotne jest, aby ze wszystkimi rzeczami, w których się różnimy, a także, w których się nie zgadzamy, czy nawet dyskusjami, które mogą istnieć (i jest normalne i oczekiwane, że będą), księża dostrzegali w biskupie człowieka zdolnego, by się dla nich poświęcił i naraził, zachęcał ich do pójścia naprzód i wyciągnął do nich rękę, gdy ugrzęzną. Człowieka rozeznania, który potrafi ukierunkować i znajdować konkretne i możliwe do przejścia drogi na różnych rozdrożach każdej historii osobistej. Kiedy byłem w Argentynie, czasem słyszałem, jak ludzie – księża - mówili: „Dzwoniłem do biskupa i sekretarka powiedziała mi, że ma już pełną agendę, żebym zadzwonił za dwadzieścia dni; i nie zapytała, czego chciałem, nic. «Chciałbym zobaczyć się z biskupem» – «Nie może, zapiszę na listę»”. Jasne, że potem ksiądz więcej nie zadzwonił i postąpił z tym, o co chciał zapytać – dobrze czy źle – tak, jak sam uważał. To nie jest rada, ale powiem wam jedną rzecz z serca: jeśli macie pełną agendę, Bogu dzięki, będziecie jedli spokojnie, bo zarobiliście na chleb; ale jeśli dzwoni ksiądz, dziś, najpóźniej nazajutrz musicie oddzwonić i powiedzieć mu: „Dzwoniłeś do mnie, co się dzieje? Możesz zaczekać do tamtego dnia, czy nie?”. Od tego momentu ów ksiądz wie, że ma ojca.

Słowo autorytet pochodzi etymologicznie z łacińskiego korzenia augere, co oznacza powiększenie, promowanie, postęp. Władza pasterza polega przede wszystkim na pomaganiu w rozwoju, w promowaniu swoich kapłanów, a nie w promowaniu samego siebie - to właśnie czyni z niego samotnika, nie ojca. Radość ojca/pasterza polega na dostrzeganiu, że jego dzieci dorosły i były płodne. Bracia, niech to będzie nasz autorytet i znak naszej płodności.

Ostatni punkt: kenoza Chrystusa jest uboga

Odczuwanie z Kościołem, to odczuwanie z wiernym ludem, z ludem Bożym, który cierpi i żywi nadzieję. To świadomość, że nasza tożsamość szafarza rodzi się i pojmuje w świetle tej wyjątkowej i konstytutywnej przynależności naszej istoty. W związku z tym chciałbym przypomnieć to, co święty Ignacy napisał do nas jezuitów: „ubóstwo jest matką i murem”, rodzi i wspiera. Matką, ponieważ wzywa nas do płodności, do generatywności, do zdolności daru z siebie, która byłaby niemożliwa w sercu skąpym lub dążącym do gromadzenia. A murem, ponieważ chroni nas przed jedną z najbardziej subtelnych pokus, jakiej my, osoby konsekrowane, musimy stawić czoło, światowości duchowej: przyobleczenie wartościami religijnymi i „pobożnymi” żądzy władzy i znaczenia, próżności i pychy, a nawet arogancji. Mur i matka, które pomagają nam być Kościołem, który jest coraz bardziej wolny, ponieważ jest skoncentrowany na kenozie swego Pana. Kościół, który nie chce, by jego siła tkwiła - jak powiedział arcybiskup Romero - w poparciu możnych lub polityki, ale który szlachetnie uwolniłby się, aby iść podtrzymywany jedynie ramionami Ukrzyżowanego, będącego jego prawdziwą siłą. A to przekłada się na konkretne i oczywiste znaki. To stawia nam pytania i pobudza do rachunku sumienia odnośnie do naszych decyzji i priorytetów w wykorzystaniu zasobów, wykorzystaniu wpływów i stanowisk. Ubóstwo jest matką i murem, ponieważ strzeże naszych serc, aby nie popadły w ustępstwa i kompromisy, które osłabiają wolność i parezję, do których wzywa nas Pan.

Zanim zakończymy, stańmy pod płaszczem Dziewicy, pomódlmy się razem, aby strzegła naszych serc pasterzy i pomagała nam lepiej służyć ciału jej Syna, pielgrzymującemu świętemu wiernemu ludowi Bożemu, który żyje i modli się tutaj, w Ameryce Środkowej. Módlmy się do Matki.

[Zdrowaś, Maryjo…]

Niech Jezus was błogosławi, a Dziewica was strzeże. I proszę was, nie zapominajcie za mnie się modlić, żebym mógł robić to wszystko, co powiedziałem. Dziękuję!

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[1] Pragnę przypomnieć pasterzy, którzy pobudzeni zapałem duszpasterskim i miłością do Kościoła poświęcili swe życie temu organizmowi kościelnemu, jak między innymi abp Luis Chavez y Gonzalez, arcybiskup San Salvador i abp Víctor Sanabria, arcybiskup stolicy Kostaryki - San José.

[00112-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua araba

أيّها الإخوة الأعزّاء!

أشكر مونسنيور خوسيه لويس إسكوبار ألاس، رئيس أساقفة سان سلفادور، على كلمات الترحيب التي وجّهها إلي باسم الجميع. ألتقي هنا ببعض أصدقاء الصبا: وهذا جميل للغاية... يسعدني أن ألتقي بكم وأن أشارككم، بشكل ودّي ومباشر، رغباتكم ومشاريعكم وأحلامكم كرعاة قد عهد الربّ إليهم بشعبه المقدّس. شكرًا على استقبالكم الأخوي.

أن ألتقي بكم يعني أيضًا "أن أمنح نفسي" فرصةَ معانقة شعبكم والشعور بالقرب منهم، وتبنّي رغباتهم، وإحباطهم أيضًا، وقبل كلّ شيء، إيمانهم الشجاع الذي يعرف كيف يحرّك الرجاء ويثير المحبّة. أشكركم لأنكم أتحتم لي الفرصة كي أتقرّب من الإيمان البسيط الظاهر على وجه شعبكم الذي يعرف أن "الله موجود، لا ينام، بل يعمل، ويسهر ويساعد" (القدّيس أوسكار روميرو، عظة، 16 ديسمبر/كانون الأول 1979).

يذكّرنا هذا اللقاء بحدث كنسي ذو أهمّية كبرى. فقد كان رعاة هذه المنطقة أوّل من أنشأ في أمريكا هيئة شركة ومشاركة التي أعطت -وما زالت تعطي- ثمارًا وفيرة. أشير إلى أمانة سرّ أسقفيّة أمريكا الوسطى، السيداك SEDAC. فسحة من التواصل والتمييز والالتزام، تغذّي كنائسكم وتنشّطها. رعاة استطاعوا القيام بخطوات إلى الأمام وإعطاء علامة، بعيدًا عن كونها مجرّد عنصر برنامجي، تشير إلى أن مستقبل أمريكا الوسطى -وأيّ منطقة أخرى من العالم- يمرّ بالضرورة عبر الفطنة والقدرة على توسيع الرؤية، وتوحيد الجهود في عمل صبورٍ وسخّي من الإصغاء والتفهّم والتفاني والالتزام، وبالتالي القدرة على تمييز الآفاق الجديدة التي يقودنا الروح إليها (را. الإرشاد الرسولي فرح الإنجيل، عدد 235) [1].

في هذه السنوات الخمسة والسبعين لتأسيسها، قد حاولت هيئة السيداك SEDAC مشاركة أفراح وأحزان شعوب أمريكا الوسطى وكفاحها ورجاءها، هي التي تشابَك تاريخها بتاريخ شعبكم وصاغه. وقد قدّم العديد من الرجال والنساء، والكهنة، والمكرّسين والمكرّسات، والعلمانيّين، حياتهم حتى بذلِ دمائِهم كي يحافظوا على صوت الكنيسة النبويّ في مواجهة الظلم، وإفقار العديد من الناس، وإساءة استخدام السلطة. أذكر أن اسم البعض منكم، عندما كنت في بدء خدمتي الكهنوتية، كان يُعتبر ككلمة رذيلة، ولكن ثباتكم قد دلّ على السبيل: شكرًا. إنهم يذكّروننا بأن "كلّ مَن يرغب حقًّا في أن يمجّد الله بحياته الخاصّة، ومَن يتوق حقًّا إلى تقديس نفسه كيما تمجّد حياتُه القدّوسَ، هو مدعوّ إلى إرهاق نفسه، وبذلها وإتعابها محاولًا أن يعيش أعمال الرحمة" (الإرشاد الرسولي افرحوا وابتهجوا، 107). يعيش هذا، لا كزكاة، بل كرسالة.

من بين الثمار النبوية للكنيسة في أمريكا الوسطى، يسعدني أن أسلّط الضوء على شخصيّة القدّيس أوسكار روميرو، الذي كان لي الشرف بأن أعلن قداسته مؤخّرًا في إطار سينودس الأساقفة حول الشبيبة. إن حياته وتعليمه يشكّلان مصدرًا دائمًا لإلهام كنائسنا، ولا سيّما لنا نحن الأساقفة. واسمه أيضًا كان يعتبر كلمة رذيلة: مشتبه به، ومحروم من الشركة وفقًا لثرثرة العديد من الأساقفة.

إن الرمز الذي اختاره لشعاره الأسقفي، والمكتوب على قبره، يعبّر بوضوح عن مبدئه المُلهِم وعمّا كانت حياته كراعٍ: "التضامن مع الكنيسة". لقد كانت البوصلة التي طبعت حياته بالأمانة، حتى في اللحظات العصيبة.

إنه ميراث يمكن أن يصبح شهادة ناشطة وحيويّة بالنسبة لنا، نحن المدعوّين بدورنا إلى تفانٍ مطبوع ببذل الذات في خدمة شعبنا اليوميّة؛ وأودّ أن أستند على هذا الميراث في هذا التأمّل: "التضامن مع الكنيسة". التأمّل الذي أودّ أن أشارككم به حول شخصيّة روميرو. أعلم أن هناك في وسطنا أشخاص عرفوه شخصيّا -مثل الكاردينال روزا شافيز... كان يقول الكادينال كواراتشينو إنه كان مرشّحًا لجائزة نوبل للأمانة!- وبالتالي، صاحب النيافة، إذا كنتم تعتقدون أني مخطئ في بعض الملاحظات فبإمكانكم تصحيحي، دون أيّ مشكلة. إن مناشدة شخصيّة روميرو تعني مناشدة القداسة ومناشدة الطابع النبوي الذي يحيا في الـحِمْضُ النَوَوِيّ الخاصّ بكنائسكم.

التعاطف مع الكنيسة

1. امتنان وشكر

عندما اقترحَ القدّيس اغناطيوس قواعد التعاطف مع الكنيسة –آسف على الدعاية -، حاول أن يساعد مَن يريد عيشها في التغلّب على أيّ نوع من الانقسامات الخاطئة أو التناقضات التي قد تحصر الحياة الروحيّة في الميل المعتاد إلى تكييف كلمة الله مع المصالح الخاصّة. وهكذا، يسمح للذي يعيشها بنعمة الشعور والإدراك بأنّه جزء من جسم رسوليّ أكبر منه مع الوعي الحقيقي، في الوقت عينه، لقوّته وإمكانيّاته: ليس ضعيفًا، لكنّه ليس انتقائيًا ولا جريئًا. الشعور بأنه جزء من الكلّ الذي يبقى على الدوام أكبر من مجموع الأجزاء (را. الإرشاد الرسولي فرح الإنجيل، 235) والذي يصحبه حضورٌ يتفوّق عليه على الدوام (الإرشاد الرسولي افرحوا وابتهجوا، 8).

أودّ بالتالي أن يكون هذا "التعاطف مع الكنيسة" الأوّل، الذي نلناه من القدّيس أوسكار، بمثابة امتنان، أيّ بمثابة شكر، على الخير الكثير الذي نلناه ودون استحقاق. لقد استطاع روميرو التناغم مع الكنيسة، وتعلّم كيف يعيش الكنيسة لأنّه أحبّ بشدّة الذين انجبوه في الإيمان. ومن الصعب جدًّا فهم تاريخه وتوبته، من دون هذا الحبّ الشديد، لأن هذا الحبّ وحده هو الذي قاده حتى بذل ذاته في الشهادة؛ هذا الحبّ الذي ينبع من قبول هبة مجّانية تمامًا، لا نملكها، وتحرّرنا من أيّ ادّعاء أو ميل للاعتقاد بأننا نملكها أو أننا الناقلون الوحيدون لها. لم نخترع الكنيسة، ولم تولد معنا وستستمرّ من دوننا. إن هذا الموقف، بعيدًا عن أن يكون استسلامًا إلى اللامبالاة، يثير امتنانًا عميقًا لا يمكن تصوّره يغذّي كلّ شيء. فالاستشهاد ليس مرادفًا للجبن أو موقفَ شخصٍ لا يحبّ الحياة ولا يعرف قيمتها. بل إن الشهيد هو الشخص القادر على تجسيد وترجمة هذا الشكر في حياته.

لقد تضامن روميرو مع الكنيسة لأنه، قبل كلّ شيء، قد أحبّ الكنيسة كأمّ انجبته في الإيمان وشعر بأنه عضو وجزء منها.

2. محبة تعرف الشعب

لقد جعله هذا الحبّ، المصنوع من المشاركة والامتنان، يتبنّى بشغف، ولكن أيضًا بتفانٍ ودراسة، كلّ الإسهام والتجديد التعليمي الذي اقترحه المجمع الفاتيكاني الثاني. لقد وجد فيه مرشدًا قويًّا لاتّباع المسيح. لم يكن صانع ايديولوجيات أو ايديولوجيّ، بل إن أعماله هي نتيجة تفاعله مع وثائق المجمع. فالتضامن مع الكنيسة، مستنيرا بهذا الأفق الكنسي، يعني بالنسبة لروميرو أن يتأمّل بها كشعب الله. لأن الربّ لم يشأ أن يخلّصنا كلّ بمفرده أو بانفصال عن الآخرين، ولكنّه أراد أن يبني شعبًا يؤمن به بالحقّ ويخدمه بالقداسة (را. الدستور العقائدي نور الأمم، 9). شعب بأكمله يملك، ويحفظ ويحتفل بـ "مسحة القدّوس" (ن. م.، 12) وأمامه وقف روميرو وقفة إصغاء كيلا يرفض إلهامه (را. القدّيس أوسكار روميرو، عظة، 16 يوليو/تموز 1978). فيبيّن لنا بهذه الطريقة أنه يجب على الكاهن، في بحثه عن الربّ ولقائه به، أن يتعلّم وأن يسمع نبضات قلب شعبه، وأن يتشمّم ''رائحة" رجال ونساء اليوم حتى يتشرّب أفراحهم وآمالهم، حزنهم وقلقهم (را. الدستور الرسولي فرح ورجاء، 1) فيفهم بالتالي كلمة الله بالعمق (را. الدستور العقائدي كلمة الله، 13). يصغي إلى الشعب الذي في عهدته، حتى يستنشق ويكتشف، من خلاله، إرادة الله الذي يدعونا (كلمة البابا خلال سهرة الصلاة التحضيرية للسينودس حول الأسرة، 4 أكتوبر/تشرين الأوّل 2014). بدون انقسامات أو تناقضات خاطئة، لأن محبّة الله وحدها هي التي تستطيع أن تناغم كلّ حبّنا في وحدة الشعور والنظرة.

باختصار، إن التضامن مع الكنيسة بالنسبة له هو المشاركة في مجد الكنيسة، الذي يقضي بأن نحمل في عمق كياننا "التنازل" الكامل الذي عاشه المسيح. إن المسيح يعيش بيننا في الكنيسة، ولذلك عليها أن تكون متواضعة وفقيرة، لأن الكنيسة المتعجرفة، والكنيسة المليئة بالافتخار، والكنيسة المكتفية ذاتيا، ليست بكنيسة "التنازل" (را. القديس أوسكار روميرو، عظة، 1 أكتوبر/تشرين الأوّل 1978).

3. أن نحمل في عمق كياننا "تنازل" المسيح

إن هذا ليس مجد الكنيسة فحسب، بل هو أيضًا رسالة، ودعوة إلى أن يكون مجدنا الشخصي وسبيل القداسة. إن "تنازل" المسيح ليس شيئًا من الماضي، ولكنه ضمانة حاضرة، كي نشعر ونكتشف حضوره العامل في التاريخ. حضور لا نستطيع ولا نريد أن نصمت عنه لأننا نعرف، وقد اختبرنا، أنّه هو وحده "الطريق والحقّ والحياة". إن "تنازل" المسيح يذكّرنا بأن الله يخلّص في التاريخ، في حياة كلّ إنسان، وأن هذا هو أيضًا تاريخه، وفيه يأتي للقائنا (را. نفس الكاتب، عظة، 7 ديسمبر/كانون الأوّل 1978). من المهمّ، أيها الإخوة، ألّا نخاف من التقرّب من جراح شعبنا ومن لمسها، والتي هي أيضًا جراحنا، وأن نصنعه بأسلوب الربّ. لا يقدر الأسقف أن يكون بعيدًا عن معاناة شعبه. بل يمكننا القول إن قلب الراعي يُقاس بقدرته على التأثّر إزاء الكثير من الأرواح المجروحة والمهدّدة. وأن نصنعه بأسلوب الربّ يعني السماح لهذه المعاناة بأن تؤثر وأن تطبع أولويّاتنا وأذواقنا، وأن تؤثر وتطبع كيفيّة استخدام وقتنا ومالنا، وطريقة صلاتنا، كيما نقدر أن نمسح، كلّ شيء، وكلّ شخص، بتعزية صداقة يسوع في جماعة مؤمنة تشمل وتفتح آفاقًا جديدة تعطي معنى ورجاء للحياة (را. الإرشاد الرسولي فرح الإنجيل، 49). إن تنازل المسيح يتطلّب التخلّي عن فلسفة الوجود والخطابات، من أجل الاصغاء إلى صوت أشخاص حقيقيّين وندائهم المستمر، والذين يدفعوننا إلى إنشاء روابط. واسمحوا لي أن أقول إن الشبكات الافتراضية تُستخدم لإنشاء تواصل ولكنها لا تنشئ جذورا، فهي غير قادرة على منحنا الانتماء، على جعلنا نشعر بأننا جزء من شعب واحد. بدون هذا الشعور، يكون كلّ حديثنا، واجتماعنا، ولقائنا، وكتابتنا، علامة على إيمان لم يكن قادرًا على مرافقة تنازل الربّ، إيمان بقي في منتصف الطريق، وأسوأ من ذلك -أتذكّر مفكّرًا من أمريكا اللاتينية- هذا إذا لم ينتهي بكونه دينًا له إله بدون المسيح، ومسيح بدون الكنيسة، وكنيسة بدون الشعب.

تنازل المسيح هو شاب

إن هذا اليوم العالمي للشبيبة هو فرصة فريدة للالتقاء والتقرّب من واقع شبابنا بشكل أكبر، واقع مليء بالآمال والرغبات، إنما مطبوع بعمق أيضًا بالكثير من الجراح. يمكننا أن نقرأ عصرنا معهم بطريقة متجدّدة، ونرى علامات الأزمنة لأن الشبيبة، كما قال آباء السينودس، هم أحد "الأماكن اللاهوتية" التي يعرّفنا الربُّ عبرها بعض تطلّعاته وتحدّياته من أجل بناء الغد (را. سينودس حول الشبيبة، الوثيقة الختامية، 64). ومعهم يمكننا أن نرى بشكل أفضل كيف نجعل الإنجيل سهل المنال وذات مصداقيّة في العالم الذي نعيش فيه. إنهم مثل ميزان حرارة يسمح لنا بمعرفة نقطة وجودنا كجماعة وكمجتمع.

إنهم يحملون في داخلهم قلقًا علينا أن نقدّره، ونحترمه، ونرافقه؛ وكم هو مفيد لنا جميعًا، لأنه يدفعنا للتحرّك ويذكّرنا أن الراعي لا يكفّ أبدًا عن أن يكون تلميذًا وأنه في مسيرة دائمة. هذا القلق السليم يدفعنا للسير ويسبقنا. وهذا ما ذكّر به آباء السينودس عندما قالوا: "إن الشبيبة، في بعض النواحي، يسبقون الرعاة" (ن.م.، 66). فالراعي، مقارنة بقطيعه، لا يسير دائمًا في المقدّمة: عليه أن يسبقه أحيانًا كي يدلّ على الطريق. وعليه أن يبقى في وسطه أحيانا كي "يتنشّق" ما يحدث، ويفهم القطيع. وعليه أحيانًا أخرى أن يسير خلفه كي يحمي الأخيرين، بحيث لا يبقى أحد خلفه ويصبح عرضة للنبذ. علينا أن نمتلئ فرحًا عندما نرى أن الزرع لم يذهب عبثًا. فأكثر تطلّعات الشبيبة هذه ورؤاهم قد نمت في قلب الأسرة، وتغذّت على يد الجدّة أو معلّم الدين. بالحديث عن الجدّات، إنها المرّة الثانية التي أراها فيها: لقد رأيتها بالأمس وأراها اليوم، امرأة عجوز، نحيفة، من عمري أو أكثر، تلبس تاجًا، كانت قد وضعت على رأسها تاجًا مصنوعًا من الكرتون عليه جملة تقول: "صاحب القداسة، الجدّات أيضًا تثير الضجيج". أشخاص رائعين! لقد تعلّم الشبيبة الأشياء في الأسرة، أو في الرعية، أو في العمل الرعوي التربوي أو النشاطات الرعوية الخاصّة بالشبيبة. وقد نمت هذه الرغبات عبر الاصغاء للإنجيل، وفي مجتمع إيمانه حيّ وثابت، يجد الأرض الطيّبة لينبت. وكيف لا نشكر على وجود شبيبة يتوقون إلى الإنجيل! يُتْعِبون بالطبع، وأحيانًا يُزعِجون بالطبع. أتذكّر هذه العبارة التي استخدمها فيلسوف يوناني ليقول عن نفسه، عن الشبيبة: "[الشبيبة] هم مثل النعرة على ظهر حصان نبيل كي لا يغفو" (را. بلاتون، دفاع سقراط). والحصان هو نحن! وهذا الواقع يحفّزنا على التزام أكبر في مساعدتهم على النموّ من خلال توفير مساحات أكبر وأفضل من شأنها أن تولدهم في حلم الله. الكنيسة هي أمّ بطبيعتها، وكأمّ تولّد وتحتضن الحياة وتحميها من كلّ ما يمكنه أن يهدّد نموّها. حَبَلٌ بحرّية ومن أجل الحرّية. لذا فأنا أحثّكم على تشجيع برامج تربويّة ومراكز تربوية تعرف كيف ترافق، وتساند الشبيبة وتعلّمهم حسّ المسؤولية؛ من فضلكم "انتشلوهم" من الطرقات قبل أن تسرق ثقافةُ الموت قلقَهم وخيالَهم وتستخدمهم، إذ "تبيعهم الدخان" وحلول سحريّة. واصنعوا ذلك، لا بسلطة أبويّة، لأنهم لا يتحمّلونها، ولا من فوق إلى أسفل، لأنه ليس حتّى هذا ما يطلبه الربّ منّا، إنما اصنعوه كإخوة. فهم وجه المسيح بالنسبة لنا، ولا يمكننا أن نصل إلى المسيح من فوق إلى أسفل، بل من أسفل إلى فوق (را. القديس أوسكار روميرو، عظة، 2 سبتمبر/أيلول 1979).

هناك العديد من الشبيبة الذين قد أغوتهم، لسوء الحظ، إجابات فوريّة تراهن على حياة. وأُعطي لكثير غيرهم وهمًا قصيرَ النفس، في بعض الحركات، ثمّ حوّلهم إلى بيلاجيين أو إلى أشخاص مكتفين بذواتهم، وثمّ يتخلّون عنهم في منتصف الطريق. لقد قال لنا آباء السينودس: إن الشبيبة، لأنهم مجبرون أو لعدم وجود أيّة بدائل، يجدون أنفسهم منغمسين في أوضاع متضاربة للغاية وبدون حلّ سريع: العنف الأسري، قتل النساء –وكم كبير هو الجرح الذي تعاني منه قارتنا في هذا الأمر!- العصابات المسلّحة والإجرامية، والاتّجار بالمخدّرات، والاستغلال الجنسي للقاصرين وغير القاصرين، وما إلى ذلك؛ ومن المؤلم أن نرى أن هناك، في أساس العديد من هذه الحالات، يُتْمٌ ناتجٌ عن ثقافةٍ ومجتمعٍ قد "فقد صوابه" – دون أمّ، صاروا أيتام. فغالبًا ما تهلك الأسر بسبب نظام اقتصادي لا يضع الناس والصالح العام في المقام الأوّل، بل يجعل من المضاربة "جنّته" حيث يستمرّ في الاغتناء، ولا يهمّ على حساب مَن يكون هذا. وهكذا، يبقى شبابنا دون دفء بيت، ودون أسرة، ودون مجتمع، ودون انتماء، تحت رحمة أوّل من يخدعه.

لا يجب أن ننسى أن "الألم الحقيقي الذي يخرج من الإنسان، هو في المقام الأوّل ملك الله" (ج. بيرنانوس، يوميات كاهن ريف، ميلانو 1998، 72). علينا ألا نفرق ما أراد هو أن يجمعه بابنه!

إن المستقبل يتطلّب احترام الحاضر، والاعتراف بكرامة ثقافات شعوبكم والعمل على تعزيزها. وفي هذا أيضًا توضع الكرامة على المحكّ: في احترام-الذات الثقافي. إن شعوبكم ليسوا "أدنى" من المجتمع أو من أيّ شخص. لديهم تاريخ غنيّ يجب قبوله وتقديره وتشجيعه. وقد زُرِعت بذور الملكوت في هذه الأرض. وعلينا أن نراها، ونعتني بها ونحميها، كي لا يجفّ أيّ شيء مما زرعه الله من صالح، بسبب مصالح كاذبة تنشر الفساد في كلّ مكان، وتنمو إذ تجرّد الفقراء. إن الاعتناء بالجذور هو حماية التراث التاريخي والثقافي والروحي الغني الذي استطاعت هذه الأرض أن تدمجه طيلة القرون. اعملوا إذًا وارفعوا صوتكم ضدّ تصحّر شعوبكم الثقافي وتصحّرهم الروحي، الذي يولّد الحاجة الجذرية، لأنه يحرم من الحصانة الضرورية والحيويّة التي تحافظ على الكرامة في أوقات الشدّة. وأهنئكم على المبادرة، إذ بدأتم هذا اليوم العالمي للشبيبة بيوم شبيبة السكّان الأصليّين –أظن في أبرشية دافيد- وبيوم الشبيبة الذين هم من أصل أفريقي: كانت هذه خطوة جيّدة لإظهار الأوجه المتعدّدة في شعبنا.

لقد أكّدتم في الرسالة الرعوية الأخيرة: "لقد تضرّرت منطقتنا في الآونة الأخيرة من الهجرة التي تمّت بطريقة جديدة، كونها جماهيرية ومنظّمة، وقد سلّط هذا الأمر الضوءَ على الدوافع التي تسبّب الهجرة القسرية وما تحمله من مخاطر لكرامة الإنسان" (سيداك SEDAC، رسالة إلى شعب الله وإلى ذوي النوايا الحسنة، 30 نوفمبر/تشرين الثاني 2018).

إن العديد من المهاجرين ما زالوا في شبابهم، يبحثون عن شيء أفضل لعائلاتهم، ولا يخافون من المخاطرة ومن ترك كلّ شيء بهدف إيجاد الشروط الأدنى التي تضمن مستقبلًا أفضل. لا تكفي الشكوى من هذا، إنما علينا أيضًا أن نعلن بشكل ملموس عن "بشارة سارّة". فالكنيسة تستطيع، بفضل عالميتها، أن تقدّم هذه الضيافة الأخويّة والحفيّة بطريقة تجعل جماعات السكان الأصليّين والجماعات المهاجرة، تتحاور وتساهم في تخطّ المخاوف وعدم الثقة وتقوّي الروابط التي تهدّد الهجراتُ، في الخيال الجماعي، بتفكيكها. ويمكن لـ "استضافة الناس، وحمايتها، ومساندتها، ودمجها" أن تكون الأفعال الأربعة التي تصرّف بها الكنيسة، في حالة الهجرة هذه، فعل أمومتها في تاريخ اليوم (را. سينودس حول الشبيبة، الوثيقة الختامية، 147). لقد نشر مؤخّرًا النائبُ العام لأسقف باريس، مونسنيور بونوا دي سينتي، كتابًا تحت عنوان: "استضافة المهاجرين، دعوة للشجاعة" (را. يجب أن ترتفع الأصوات. استضافة المهاجرين، دعوة للشجاعة، باريس 2018). إنه نداء للشجاعة؛ هذا الكتاب هو فرحة. إنه هنا، يشارك في اليوم العالمي للشبيبة.

إن كلّ الجهود التي باستطاعتكم أن تبذلوها عبر بناء الجسور بين المجتمعات الكنسية والراعوية والأبرشية، كما ومن خلال مجمع الأساقفة، هي بادرة نبوية للكنيسة التي تشكّل في المسيح "العلامة والأداة في الاتّحاد الصّميم بالله ووحدة الجنس البشريّ برمتّه" (الدستور العقائدي نور الأمم، 1). وهكذا يتلاشى الميل إلى الاكتفاء بمجرّد الاستنكار، وتتحقّق البشارة بالحياة الجديدة التي يعطينا إياها الربّ.

لنتذكّر إرشاد القدّيس يوحنا: "مَن كانَت لَه خَيراتُ الدُّنْيا ورأَى بِأَخيهِ حاجَةً فأَغلَقَ أَحشاءَه دونَ أَخيه فكَيفَ تُفيمُ فيه مَحبَّةُ الله؟ يا بَنِيَّ، لا تَكُنْ مَحبَّتُنا بِالكلام ولا بِاللِّسان بل بالعَمَلِ والحَقّ" (1 يو 3، 17- 18).

كلّ هذه المواقف تطرح أسئلة، إنها مواقف تدعونا إلى التوبة والتضامن وإلى عمل تربوي حاسم في مجتمعاتنا. لا يمكننا أن نبقى غير مبالين (را. سينودس الأساقفة حول الشبيبة، الوثيقة الختامية، 41- 44). إن العالم ينبذ، روح العالم ينبذ، نعرف ذلك ونعاني منه؛ أما تنازل السيد المسيح فلا، وقد اختبرناه في جسدنا وما زلنا نختبره عبر المغفرة والتوبة. يفرض علينا هذا التوتر أن نسأل أنفسنا باستمرار: إلى أيّ جانب نريد أن نكون؟

تنازل المسيح هو كهنوتي

إن صداقة مونسنيور روميرو مع الأب روتيليو غراندي، وتأثير اغتيال هذا الأخير على حياته، معروفان جيّدًا. لقد طبع هذا الحدثُ قلبَه بالنار، كرجلٍ وككاهنٍ وكراعٍ. لم يكن روميرو مديرًا للموارد البشرية، ولم يدير الناس أو المنظمات، بل كان روميرو يحمل شعورًا، شعور محبّة الوالد والصديق والأخ. مقياس "مرتفع"، لكنه مقياس مفيد لتقييم قلبنا الأسقفي، وهو مقياس يمكننا أن نتساءل إزاءه: كم أتأثّر بحياة كهنتي؟ إلى أيّ مدى أسمح لنفسي بأن أتأثر لما يعيشونه، من بكائهم لآلامهم، من احتفالهم وسرورهم بأفراحهم؟ وعبر هذه الأسئلة، نحن نبدأ بقياس الوظائفية الكنسية والإكليروسيّة –المنتشرة على نطاق واسع للأسف، والتي تمثل صورة كاريكاتورية وتحريف للخدمة-. إنها ليست مسألة تغييرات في الأنماط والأساليب أو اللغة –كلّها أمور مهمّة بالطبع- ولكن قبل كلّ شيء، هي مسألة تأثير وقدرة برامجنا الأسقفية على إيجاد فسحة لاستقبال كهنتنا ومرافقتهم ودعمهم، وإيجاد فسحة حقيقية للاعتناء بهم. هذا ما يجعل منا آباء خصبين.

مسؤولية أن يكون هذا الشعبُ شعبَ الله تقع على عاتقهم. إنهم في الطليعة. ويحملون على أكتافهم ثقل اليوم والحرارة (را. متى 20، 12)، ويتعرّضون لسلسلة من المواقف اليومية التي يمكن أن تضعفهم وبالتالي يحتاجون إلى قربنا وتفهمنا وتشجيعنا، إنهم بحاجة إلى أبوّتنا. إن نتيجة العمل الرعوي، والتبشير في الكنيسة والرسالة، لا تقوم على غنى الوسائل والموارد المادّية، أو على كمّية الأحداث أو الأنشطة التي نقوم بها، إنما على مركزية التعاطف: إحدى أعظم كبر الخصائص التي نستطيع ككنيسة أن نقدّمها لإخوتنا. لقد فقد التعاطف دوره المركزي في الكنيسة وهذا أمر يقلقني. لقد فقدته حتى الجماعات الكاثوليكية -أو أنها تخسره حاليًّا، كي لا أكون متشائماً. حتى في وسائل الإعلام الكاثوليكية، ليس هناك من تعاطف. هناك انشقاق، وإدانة، وحقد، وغضب، ومبالغة في تقدير الذات، وإدانة لما ينعتوه بالهرطقة... لا يجب أن نفقد هذا التعاطف في كنيستنا، ولا أن تضيع مركزيّة التعاطف عند الأسقف.. إن تنازل المسيح هو العبارة الأعظم عن تعاطف الآب. كنيسة المسيح هي كنيسة التعاطف، وهذا يبدأ في البيت. من الجيد دائمًا أن نسأل أنفسنا كرعاة: كم تؤثّر فيّ حياة كهنتي؟ هل أنا قادر على أن أكون أبًا أو أرتاح لكوني مجرّد منفّذ؟ هل أسمح بأن أُزعَج؟ أذكر كلمات بندكتس السادس عشر في بداية حبريته وهو يتحدّث إلى مواطنيه: "لم يعدنا المسيح بحياة مريحة. ومَن يسعى للراحة معه قد أخطأ. فهو يدلنا على الطريق المؤدّي إلى أشياء عظيمة، إلى الخير، إلى حياة إنسانية حقيقية" (كلمة البابا إلى الحجاج الألمان، 25 أبريل/نيسان 2005). يجب أن تزداد يوميّا قدرةُ الأسقف على الانزعاج، على أن "يضعف" أمام كهنته. أفكّر في أسقف، أسقف فخريّ في أبرشية كبيرة، كان يعمل كثيرًا، فيستقبل الأشخاص يوميّا في الصباح، وغالبًا، عندما تنتهي جلسات الاستماع الصباحية، ويريد الذهاب لتناول الطعام، يجد هناك اثنين من الكهنة في انتظاره، دون موعد. فكان يعود ويستمع إليهما كما لو كان لديه سعة الوقت. أن نسمح لأنفسنا بالانزعاج، وأن نترك المعكرونة تذبل وشرائح اللحم تبرد. نسمح للكهنة بأن يزعجونا.

نحن نعلم أن عملنا، في الزيارات واللقاءات التي نقوم بها، وخاصّة في الأبرشيّات، له بعد ومكوّن إداري نحتاج إلى المضي به قدمًا. يجب التأكّد من إتمامه، ولكن هذا لا يعني أن الأمر متروك لنا كي نستخدم الوقت القليل الذي نملكه في الإجراءات الإدارية. الشيء الأساسيّ في الزيارات، الذي لا يمكننا تفويضه، إنما هو الاصغاء. هناك الكثير من الأشياء التي نقوم بها كلّ يوم يجب أن نعهد بها للآخرين. لكن ما لا يمكننا تفويضه هو القدرة على الاصغاء والقدرة على متابعة صحّة كهنتنا وحياتهم. لا يمكننا أن نفوّض للآخرين الباب المفتوح لهم. باب مفتوح لخلق الظروف التي تجعل الثقة ممكنة أكثر من الخوف، والصدق أكثر من النفاق، والتبادل الصريح والمحترم أكثر من المونولوج التأديبي.

أتذكّر كلمات الطوباوي روزميني –الذي اتُّهِمَ بالهرطقة وهو اليوم طوباوي-: «بالطبع، وحدهم الرجال العظماء يستطيعون تنشئة رجال عظماء آخرين [...]. في القرون الأولى، كان بيت الأسقف هو إكليريكية الكهنة والشمامسة؛ كان حضور أسقفهم ومحادثته المقدّسة درسًا ناريًا، متواصلًا، ساميًا، حيث يتعلّمون النظريّات عبر كلماته الحكيمة، إضافة إلى التطبيق عبر اهتماماته الرعوية الدؤوبة. وهكذا، بجانب أمثال الكسندروس، نرى شبيبة أمثال أثناسيوس ينمون بكلّ جمال" (من جراح الكنيسة المقدسة الخمسة، بريشيا 1966، 40).

من المهمّ أن يجد الكاهن أبًا له، راعيًا "يعكس ذاته" فيه، لا مسؤولًا يريد "استطلاع عسكره". ومن الضروري أن يرى الكهنة في أسقفهم، مع كلّ الأشياء التي نتباين فيها، وحتى تلك التي نختلف عليها، والمناقشات التي قد تحدث (وهو أمر طبيعي ومستصوب)، رجلاً قادرًا على بذل ذاته وأن يخاطر من أجلهم، أن يجعلهم يتقدّمون ويمدّ يده لهم عندما يتعثّرون. رجل تمييزٍ يعرف كيف يوجّه ويجد طرقًا ملموسة وعمليّة في مختلف تقاطعات القصص الشخصية. عندما كنت في الأرجنتين، سمعت أحيانًا أشخاصًا يقولون: "لقد اتصلت بالأسقف -كهنة- وقالت لي السكرتير أن جدول أعماله مليء، ويجب أن أتّصل بها خلال عشرين يومًا. ولم تسألني ماذا أريد، لا شيء". "أود أن أرى الأسقف" - "ليس بإمكانه، أضعك في القائمة". من الواضح أن الكاهن لم يتّصل من ثم، وتابع حياته مع ما أراد أن يسأله -سواء كان جيدًا أم سيئًا- داخل نفسه. هذه ليست نصيحة، إنما أمر أقوله لكم من قلبي: إذا كان جدول أعمالك مليء، نشكر الله، فسوف تأكل بسلام لأنك قد كسبت خبزك. لكن إذا رأيت اتّصالًا من كاهن، اليوم، عليك أن تتّصل به على الأكثر غدًا، وتقول: "لقد اتّصلت بي، ماذا يحدث؟ يمكنك الانتظار حتى ذلك اليوم أم لا؟". فيعرف ذلك الكاهن منذ ذلك الحين أنه لديه أب.

تشتقّ كلمة "السلطة" من الجذر اللاتيني augere الذي يعني زيادة، تعزيز، تقدّم. وتتكوّن سلطة الأسقف بشكل خاص من المساعدة على النموّ، وتشجيع كهنته، بدلًا من الترويج لنفسه -فهذا يجعل منه عانسًا، لا أبًا-. فرحة الأب/الأسقف هي أن يرى أن أولاده قد كبروا وكانوا مثمرين. أيها الإخوة، فلتكن هذه هي سلطتنا وعلامة خصبنا.

النقطة الأخيرة: تنازل المسيح فقير

أن نشعر مع الكنيسة يعني أن نشعر مع المؤمنين، مع شعب الله الذي يعاني ويرجو. يعني أن نعرف أن هويّة خدمتنا تولد وتفهم في ضوء هذا الانتماء الفريد والمكوّن لوجودنا. وبهذا المعنى، أودّ أن أتذكّر معكم ما كتبه القدّيس أغناطيوس لنا نحن اليسوعيّين: "الفقر هو أم وجدار"، يولّد ويدعم. هو أمّ، لأنه يدعونا إلى الخصوبة، إلى الأبوّة، إلى القدرة على العطاء الذي يكون مستحيلًا في قلب بخيل أو في قلب يراكم الأشياء. وجدار، لأنه يحمينا من إحدى التجارب الأكثر دهاء التي نواجهها نحن المكرّسين، الدنيوية الروحية: أن نُلبِسَ العطشَ إلى السلطة والشهرة والغرور وحتى الكبرياء والغطرسة، قيمًا دينية "تقيّة". جدار وأمّ يساعداننا على أن نكون كنيسة أكثر حرّية لأن محورها يكمن في تنازل ربّها. كنيسة لا تريد أن تكمن قوّتها -على حدّ تعبير المونسنيور روميرو- في دعم الأقوياء أو السياسة، إنما تتحرّر بنبل كي تسير، تدعمها فقط أذرع المصلوب، الذي هو قوّتها الحقيقية. وهذا يترجم إلى علامات ملموسة وواضحة. هذا يطرح علينا أسئلة ويدفعنا إلى فحص الضمير حول خياراتنا وأولويّاتنا في استغلال الموارد واستخدام النفوذ والمواقف. الفقر هو أمّ وجدار لأنه يحفظ قلبنا من الانزلاق نحو التنازلات والمساومات التي تقوض الحرّية وواجب الصراحة الذي يدعونا الربّ إليه.

قبل أن نختتم، لنضع أنفسنا في ظلّ حماية العذراء، ولنصلِّ معاً كي تحرس قلوبنا كأساقفة، وتساعدنا على تقديم خدمة أفضل لجسد ابنها، أهل الله القدّيسين الذين يسيرون ويعيشون ويصلّون هنا في أمريكا الوسطى.

لنصلّ للأمّ. "السلام عليك يا مريم..."

ليبارككم يسوع ولتحمكم العذراء. ورجاء لا تنسوا أن تصلّوا من أجلي، كيما أصنع كلّ ما قلته. شكرًا!

[00112-AR.01] [Testo originale: Spagnolo]

[B0060-XX.02]

 

 

[1] أريد أن أسترجع ذكرى رعاة، دفعهم حماسهم الرعوي وحبهم للكنيسة، فوهبوا حياتهم لهذه الهيئة الكنسية، مثل المونسنيور لويس شافيز إي غونزاليز، رئيس أساقفة سان سلفادور، والمونسينيور فيكتور سانابريا، رئيس أساقفة سان خوسيه في كوستاريكا، من بين آخرين.