Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Viaggio Apostolico del Santo Padre Francesco in Colombia (6-11 settembre 2017) – Santa Messa e Beatificazione a Villavicencio, 08.09.2017


Santa Messa e Beatificazione a Villavicencio

Parole del Santo Padre al termine della S. Messa a Villavicencio

Parole a braccio del Santo Padre ai militari e alle forze dell’ordine all’aeroporto di CALAM, a Bogotà

 

Santa Messa e Beatificazione a Villavicencio

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Questa mattina, lasciata la Nunziatura Apostolica, il Santo Padre Francesco si è trasferito in auto all’aeroporto militare CATAM di Bogotá. Al Suo arrivo ha salutato e ha benedetto un gruppo di oltre 400 persone tra reduci, militari, agenti di polizia e cappellani militari, accompagnati dall’Ordinario militare della Colombia, S.E. Mons. Fabio Suescún Mutis. Quindi è salito a bordo di un A321 dell’Avianca alla volta di Villavicencio.

Al Suo arrivo alla Base Aerea “Luis Gómez Niño-Apiay” di Villavicencio Papa Francesco è stato accolto dall’Arcivescovo della Città e Presidente della Conferenza Episcopale della Colombia, S.E. Mons. Óscar Urbina Ortega. Erano inoltre presenti: il Governatore; il Sindaco, che ha consegnato le Chiavi della Città; i Comandanti dell’Esercito, della Polizia e della Base Aerea Apiay. Nel frattempo sono stati eseguiti canti e danze del folklore del Paese alla presenza di alcune centinaia di fedeli e delle famiglie residenti nella Base.

Il Santo Padre si è recato in auto al Terreno di Catama. Dopo aver girato in papamobile tra i fedeli, il Papa ha raggiunto la sagrestia accompagnato da un gruppo di abitanti della regione degli Llanos Orientali. Quindi, alle ore 10.15, nella memoria liturgica della Natività della Beata Vergine Maria, ha presieduto la Santa Messa nel corso della quale ha avuto luogo la Beatificazione dei Servi di Dio Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Vescovo di Arauca, e Pedro María Ramírez Ramos, sacerdote diocesano. Erano presenti numerosi fedeli provenienti dalle regioni degli Llanos e dai villaggi indigeni, oltre a vittime della violenza.

A conclusione della Santa Messa, dopo il saluto dell’Arcivescovo di Villavicencio, S.E. Mons. Óscar Urbina Ortega, il Papa ha espresso parole di vicinanza per le popolazione colpite dal terremoto in Messico e dall’uragano Irma. Dopo la benedizione finale Papa Francesco ha salutato in sagrestia una piccola delegazione di vittime della disastrosa alluvione che ha colpito la città di Mocoa ed ha offerto al loro Vescovo un contributo economico. Quindi si è trasferito in auto al Compound Maloca del Joropo.

 

Pubblichiamo di seguito il testo dell’omelia del Papa e le parole al termine della Santa Messa, e le parole a braccio rivolte ai militari all’aeroporto di CALAM a Bogotá:

Omelia del Santo Padre

¡Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, es el nuevo amanecer que ha anunciado la alegría a todo el mundo, porque de ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios! (cf. Antífona del Benedictus). La festividad del nacimiento de María proyecta su luz sobre nosotros, así como se irradia la mansa luz del amanecer sobre la extensa llanura colombiana, bellísimo paisaje del que Villavicencio es su puerta, como también en la rica diversidad de sus pueblos indígenas.

María es el primer resplandor que anuncia el final de la noche y, sobre todo, la cercanía del día. Su nacimiento nos hace intuir la iniciativa amorosa, tierna, compasiva, del amor con que Dios se inclina hasta nosotros y nos llama a una maravillosa alianza con Él que nada ni nadie podrá romper.

María ha sabido ser transparencia de la luz de Dios y ha reflejado los destellos de esa luz en su casa, la que compartió con José y Jesús, y también en su pueblo, su nación y en esa casa común a toda la humanidad que es la creación.

En el Evangelio hemos escuchado la genealogía de Jesús (cf. Mt 1,1-17), que no es una simple lista de nombres, sino historia viva, historia de un pueblo con el que Dios ha caminado y, al hacerse uno de nosotros, nos ha querido anunciar que por su sangre corre la historia de justos y pecadores, que nuestra salvación no es una salvación aséptica, de laboratorio, sino concreta, de vida que camina. Esta larga lista nos dice que somos parte pequeña de una extensa historia y nos ayuda a no pretender protagonismos excesivos, nos ayuda a escapar de la tentación de espiritualismos evasivos, a no abstraernos de las coordenadas históricas concretas que nos toca vivir. También integra en nuestra historia de salvación aquellas páginas más oscuras o tristes, los momentos de desolación y abandono comparables con el destierro.

La mención de las mujeres —ninguna de las aludidas en la genealogía tiene la jerarquía de las grandes mujeres del Antiguo Testamento— nos permite un acercamiento especial: son ellas, en la genealogía, las que anuncian que por las venas de Jesús corre sangre pagana, las que recuerdan historias de postergación y sometimiento. En comunidades donde todavía arrastramos estilos patriarcales y machistas es bueno anunciar que el Evangelio comienza subrayando mujeres que marcaron tendencia e hicieron historia.

Y en medio de eso, Jesús, María y José. María con su generoso sí permitió que Dios se hiciera cargo de esa historia. José, hombre justo, no dejó que el orgullo, las pasiones y los celos lo arrojaran fuera de esta luz. Por la forma en que está narrado, nosotros sabemos antes que José lo que ha sucedido con María, y él toma decisiones mostrando su calidad humana antes de ser ayudado por el ángel y llegar a comprender todo lo que sucedía a su alrededor. La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda por cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio.

Este pueblo de Colombia es pueblo de Dios; también aquí podemos hacer genealogías llenas de historias, muchas de amor y de luz; otras de desencuentros, agravios, también de muerte. ¡Cuántos de ustedes pueden narrar destierros y desolaciones!, ¡cuántas mujeres, desde el silencio, han perseverado solas y cuántos hombres de bien han buscado dejar de lado enconos y rencores, queriendo combinar justicia y bondad! ¿Cómo haremos para dejar que entre la luz? ¿Cuáles son los caminos de reconciliación? Como María, decir sí a la historia completa, no a una parte; como José, dejar de lado pasiones y orgullos; como Jesucristo, hacernos cargo, asumir, abrazar esa historia, porque ahí están ustedes, todos los colombianos, ahí está lo que somos y lo que Dios puede hacer con nosotros si decimos sí a la verdad, a la bondad, a la reconciliación. Y esto sólo es posible si llenamos de la luz del Evangelio nuestras historias de pecado, violencia y desencuentro.

La reconciliación no es una palabra abstracta; si eso fuera así, sólo traería esterilidad, más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz. Es necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección, sin esperar que lo hagan los otros. ¡Basta una persona buena para que haya esperanza! ¡Y cada uno de nosotros puede ser esa persona! Esto no significa desconocer o disimular las diferencias y los conflictos. No es legitimar las injusticias personales o estructurales. El recurso a la reconciliación no puede servir para acomodarse a situaciones de injusticia. Más bien, como ha enseñado san Juan Pablo II: «Es un encuentro entre hermanos dispuestos a superar la tentación del egoísmo y a renunciar a los intentos de pseudo justicia; es fruto de sentimientos fuertes, nobles y generosos, que conducen a instaurar una convivencia fundada sobre el respeto de cada individuo y de los valores propios de cada sociedad civil» (Carta a los obispos de El Salvador, 6 agosto 1982). La reconciliación, por tanto, se concreta y consolida con el aporte de todos, permite construir el futuro y hace crecer la esperanza. Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación será un fracaso.

El texto evangélico que hemos escuchado culmina llamando a Jesús el Emmanuel, el Dios con nosotros. Así es como comienza, y así es como termina Mateo su Evangelio: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos» (28,21). Esa promesa se cumple también en Colombia: Mons. Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Obispo de Arauca, y el sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, mártir de Armero, son signo de ello, expresión de un pueblo que quiere salir del pantano de la violencia y el rencor.

En este entorno maravilloso, nos toca a nosotros decir sí a la reconciliación; que el sí incluya también a nuestra naturaleza. No es casual que incluso sobre ella hayamos desatado nuestras pasiones posesivas, nuestro afán de sometimiento. Un compatriota de ustedes lo canta con belleza: «Los árboles están llorando, son testigos de tantos años de violencia. El mar está marrón, mezcla de sangre con la tierra» (Juanes, Minas piedras). La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes (cf. Carta enc. Laudato si’, 2). Nos toca decir sí como María y cantar con ella las «maravillas del Señor», porque como lo ha prometido a nuestros padres, auxilia a todos los pueblos y a cada pueblo, auxilia a Colombia que hoy quiere reconciliarse y a su descendencia para siempre.

[01231-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

La tua nascita, Vergine Madre di Dio, è l’alba nuova che ha annunciato la gioia al mondo intero, perché da te è nato il sole di giustizia, Cristo, nostro Dio! (cfr Antifona al Benedictus). La festività della nascita di Maria proietta la sua luce su di noi, così come si irradia la dolce luce dell’alba sulla vasta pianura colombiana, bellissimo paesaggio di cui Villavicencio è la porta, come pure sulla ricca diversità dei suoi popoli indigeni.

Maria è il primo splendore che annuncia la fine della notte e, soprattutto, il giorno ormai vicino. La sua nascita ci fa intuire l’iniziativa amorosa, tenera, compassionevole dell’amore con cui Dio si china fino a noi e ci chiama a una meravigliosa alleanza con Lui, che niente e nessuno potrà rompere.

Maria ha saputo essere trasparenza della luce di Dio e ha riflesso i bagliori di questa luce nella sua casa, che condivise con Giuseppe e Gesù, e anche nel suo popolo, nella sua nazione, e in quella casa comune di tutta l’umanità che è il creato.

Nel Vangelo abbiamo ascoltato la genealogia di Gesù (cfr Mt 1,1-17), che non è una mera lista di nomi, bensì storia viva, storia di un popolo con cui Dio ha camminato e, facendosi uno di noi, ha voluto annunciarci che nel suo sangue scorre la storia di giusti e peccatori, che la nostra salvezza non è una salvezza asettica, di laboratorio, ma concreta, una salvezza di vita che cammina. Questa lunga lista ci dice che siamo piccola parte di una grande storia e ci aiuta a non pretendere protagonismi eccessivi, ci aiuta a sfuggire alla tentazione di spiritualismi evasivi, a non astrarci dalle coordinate storiche concrete che ci tocca vivere. E inoltre include, nella nostra storia di salvezza, quelle pagine più oscure o tristi, i momenti di desolazione e abbandono paragonabili all’esilio.

La menzione delle donne – nessuna di quelle evocate nella genealogia appartiene alla gerarchia delle grandi donne dell’Antico Testamento – ci permette un avvicinamento speciale: sono esse, nella genealogia, quelle che annunciano che nelle vene di Gesù scorre sangue pagano, e a ricordare storie di emarginazione e sottomissione. In comunità dove tuttora trasciniamo atteggiamenti patriarcali e maschilisti, è bene annunciare che il Vangelo comincia evidenziando donne che hanno tracciato una tendenza e hanno fatto storia.

E in mezzo a tutto ciò, Gesù, Maria e Giuseppe. Maria col suo generoso “sì” ha permesso che Dio si facesse carico di questa storia. Giuseppe, uomo giusto, non ha lasciato che l’orgoglio, le passioni e lo zelo lo gettassero fuori da quella luce. Per la modalità della narrazione, noi sappiamo prima di Giuseppe quello che è successo a Maria, e lui prende decisioni dimostrando la sua qualità umana prima ancora di essere aiutato dall’angelo e arrivare a comprendere tutto ciò che accadeva intorno a lui. La nobiltà del suo cuore gli fa subordinare alla carità quanto ha imparato per legge; e oggi, in questo mondo nel quale la violenza psicologica, verbale e fisica sulla donna è evidente, Giuseppe si presenta come figura di uomo rispettoso, delicato che, pur non possedendo tutte le informazioni, si decide per la reputazione, la dignità e la vita di Maria. E nel suo dubbio su come agire nel modo migliore, Dio la ha aiutato a scegliere illuminando il suo giudizio.

Questo popolo della Colombia è popolo di Dio; anche qui possiamo fare genealogie piene di storie, molte piene di amore e di luce; altre di scontri, di offese, anche di morte… Quanti di voi possono raccontare esperienze di esilio e di desolazione! Quante donne, in silenzio, sono andate avanti da sole, e quanti uomini per bene hanno cercato di mettere da parte astio e rancore volendo coniugare giustizia e bontà! Come faremo per lasciare che entri la luce? Quali sono le vie di riconciliazione? Come Maria, dire “sì” alla storia completa, non a una parte; come Giuseppe, mettere da parte passioni e orgoglio; come Gesù Cristo, farci carico, assumere, abbracciare questa storia, perché qui ci siete voi, tutti i colombiani, qui c’è quello che siamo… e quello che Dio può fare con noi se diciamo “sì” alla verità, alla bontà, alla riconciliazione. E questo è possibile solo se riempiamo della luce del Vangelo le nostre storie di peccato, violenza e scontro.

La riconciliazione non è una parola che dobbiamo considerare astratta; se fosse così, porterebbe solo sterilità, porterebbe maggiore distanza. Riconciliarsi è aprire una porta a tutte e ciascuna delle persone che hanno vissuto la drammatica realtà del conflitto. Quando le vittime vincono la comprensibile tentazione della vendetta, quando sconfiggono questa comprensibile tentazione della vendetta, diventano i protagonisti più credibili dei processi di costruzione della pace. Bisogna che alcuni abbiano il coraggio di fare il primo passo in questa direzione, senza aspettare che lo facciano gli altri. Basta una persona buona perché ci sia speranza! Non dimenticatelo: basta una persona buona perché ci sia speranza! E ognuno di noi può essere questa persona! Ciò non significa disconoscere o dissimulare le differenze e i conflitti. Non è legittimare le ingiustizie personali o strutturali. Il ricorso alla riconciliazione concreta non può servire per adattarsi a situazioni di ingiustizia. Piuttosto, come ha insegnato san Giovanni Paolo II, «è un incontro tra fratelli disposti a superare la tentazione dell’egoismo e a rinunciare ai tentativi di pseudo-giustizia; è frutto di sentimenti forti, nobili e generosi, che conducono a instaurare una convivenza fondata sul rispetto di ogni individuo e dei valori propri di ogni società civile» (Lettera ai Vescovi del Salvador, 6 agosto 1982). La riconciliazione, pertanto, si concretizza e si consolida con il contributo di tutti, permette di costruire il futuro e fa crescere la speranza. Ogni sforzo di pace senza un impegno sincero di riconciliazione sarà sempre un fallimento.

Il testo evangelico che abbiamo ascoltato culmina chiamando Gesù l’Emmanuele, che significa il Dio con noi. Così come comincia, ugualmente Matteo conclude il suo Vangelo: «Io sono con voi tutti i giorni fino alla fine dei tempi» (28,20). Gesù è l’Emmanuele che nasce e l’Emmanuele che ci accompagna ogni giorno, è il Dio con noi che nasce e il Dio che cammina con noi fino alla fine del mondo. Tale promessa si realizza anche in Colombia: Mons. Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Vescovo di Arauca, e il sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, martire di Armero, sono segni di questo, l’espressione di un popolo che vuole uscire dal pantano della violenza e del rancore.

In questo ambiente meraviglioso, tocca a noi dire “sì” alla riconciliazione concreta; che il “sì” comprenda anche la nostra natura. Non è casuale che anche su di essa abbiamo scatenato le nostre passioni possessive, la nostra ansia di dominio. Un vostro compatriota lo canta con bellezza: «Gli alberi stanno piangendo, sono testimoni di tanti anni di violenza. Il mare è marrone, mescola sangue con la terra» (Juanes, Minas piedras). La violenza che c’è nel cuore umano, ferito dal peccato, si manifesta anche nei sintomi di malattia che riscontriamo nel suolo, nell’acqua, nell’aria e negli esseri viventi (cfr Lett. enc. Laudato si’, 2). Tocca a noi dire “sì” come Maria e cantare con lei le “meraviglie del Signore”, perché, come ha promesso ai nostri padri, Egli aiuta tutti i popoli e aiuta ogni popolo, e aiuta la Colombia che oggi vuole riconciliarsi e la sua discendenza per sempre.

[01231-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

Ta naissance, Vierge Mère de Dieu, est la nouvelle aube qui a annoncé la joie au monde entier, car de toi est né le soleil de justice, le Christ, notre Dieu (cf. Antienne du Benedictus) ! La fête de la naissance de Marie projette sa lumière sur nous, comme rayonne la douce lumière de l’aube sur la vaste plaine colombienne, très beau paysage dont Villavicencio est la porte, tout comme dans la riche diversité de ses peuples indigènes.

            Marie est la première splendeur qui annonce la fin de la nuit et surtout la proximité du jour. Sa naissance nous fait pressentir l’initiative amoureuse, tendre et compatissante de l’amour avec lequel Dieu s’incline vers nous et nous appelle à une merveilleuse alliance avec lui que rien ni personne ne pourra rompre.

            Marie a su être la transparence de la lumière de Dieu et a reflété les rayonnements de cette lumière dans sa maison, qu’elle a partagée avec Joseph et Jésus, et également dans son peuple, sa nation et dans cette maison commune à toute l’humanité qu’est la création.

            Dans l’Évangile, nous avons entendu la généalogie de Jésus (Mt 1, 1-17), qui n’est pas une ‘‘simple liste de noms’’, mais une ‘‘histoire vivante’’, l’histoire d’un peuple avec lequel Dieu a marché. Et, en se faisant l’un de nous, ce Dieu a voulu nous annoncer que dans son sang se déroule l’histoire des justes et des pécheurs, que notre salut n’est pas un salut aseptique, de laboratoire, mais un salut concret, un salut de vie qui marche. Cette longue liste nous dit que nous sommes une petite partie d’une histoire vaste et nous aide à ne pas revendiquer des rôles excessifs, elle nous aide à éviter la tentation de spiritualismes évasifs, à ne pas nous détacher des circonstances historiques concrètes qu’il nous revient de vivre. Elle intègre aussi, dans l’histoire de notre salut, ces pages plus obscures ou tristes, les moments de désolation ou d’abandon comparables à l’exil.

            La mention des femmes – aucune de celles citées dans la généalogie n’a le rang des grandes femmes de l’Ancien Testament -  nous permet un rapprochement spécial : ce sont elles, dans la généalogie, qui annoncent que dans les veines de Jésus coule du sang païen, qui rappellent des histoires de rejet et de soumission. Dans des communautés où nous décelons encore des styles patriarcaux et machistes, il est bon d’annoncer que l’Évangile commence en mettant en relief des femmes qui ont marqué leur époque et fait l’histoire.

            Et dans tout cela, Jésus, Marie et Joseph. Marie avec son généreux ‘oui’ a permis que Dieu assume cette histoire. Joseph, homme juste, n’a pas laissé son orgueil, ses passions et les jalousies le priver de cette lumière. Par la forme du récit, nous savons avant Joseph ce qui était arrivé à Marie, et il prend des décisions, révélant sa qualité humaine, avant d’être aidé par l’ange et de parvenir à comprendre tout ce qui se passait autour de lui. La noblesse de son cœur lui fait subordonner à la charité ce qu’il a appris de la loi ; et aujourd’hui, en ce monde où la violence psychologique, verbale et physique envers la femme est patente, Joseph se présente comme une figure d’homme respectueux, délicat qui, sans même avoir l’information complète, opte pour la renommée, la dignité et la vie de Marie. Et, dans son doute sur la meilleure façon de procéder, Dieu l’aide à choisir en éclairant son jugement.

            Ce peuple de Colombie est peuple de Dieu ; ici aussi nous pouvons faire des généalogies remplies d’histoires, pour beaucoup, d’amour et de lumière ; pour d’autres, de désaccords, de griefs, et aussi de mort… Combien d’entre vous ne peuvent-ils pas raconter des exils et des désolations ! Que de femmes, dans le silence, ont persévéré seules et que d’hommes de bien ont tenté de laisser de côté la colère et les rancœurs, en cherchant à associer justice et bonté ! Comment ferons-nous pour laisser entrer de la lumière ? Quels sont les chemins de réconciliation ? Comme Marie, dire oui à l’histoire dans sa totalité, non à une partie ; comme Joseph, laisser de côté les passions et les orgueils ; comme Jésus Christ, prendre sur nous, assumer, embrasser cette histoire, car nous tous les Colombiens, vous êtes impliqués dans cette histoire ; ce que nous sommes s’y trouve… ainsi que ce que Dieu peut faire avec nous si nous disons oui à la vérité, à la bonté, à la réconciliation. Et cela n’est possible que si nous remplissons nos histoires de péché, de violence et de désaccord, de la lumière de l’Évangile.

            La réconciliation n’est pas un mot que nous devons considérer comme abstrait ; s’il en était ainsi, cela ne provoquerait que stérilité, cela provoquerait plus d’éloignement. Se réconcilier, c’est ouvrir une porte à toutes les personnes et à chaque personne, qui ont vécu la réalité dramatique du conflit. Quand les victimes surmontent la tentation compréhensible de vengeance, quand elles surmontent cette tentation compréhensible de vengeance, elles deviennent des protagonistes plus crédibles des processus de construction de la paix. Il faut que quelques-uns se décident à faire le premier pas dans cette direction, sans attendre que les autres le fassent. Il suffit d’une personne bonne pour qu’il y ait de l’espérance ! Ne l’oubliez pas : il suffit d’une personne bonne pour qu’il y ait de l’espérance ! Et chacun de nous peut être cette personne ! Cela ne signifie pas ignorer ou dissimuler les différences et les conflits. Ce n’est pas légitimer les injustices personnelles ou structurelles. Le recours à une réconciliation concrète ne peut servir à s’accommoder de situations d’injustice. Plutôt, comme l’a enseigné saint Jean-Paul II : c’est « une rencontre entre des frères disposés à surmonter la tentation de l’égoïsme et à renoncer aux tentatives de pseudo justice ; c’est un fruit de sentiments forts, nobles et généreux, qui conduisent à instaurer une cohabitation fondée sur le respect de chaque individu et sur les valeurs propres à chaque société civile » (Lettre aux Évêques du Salvador, 6 août 1982). La réconciliation, par conséquent, se concrétise et se consolide par l’apport de tous, elle permet de construire l’avenir et fait grandir cette espérance. Tout effort de paix sans un engagement sincère de réconciliation sera toujours voué à l’échec.

            Le texte évangélique que nous avons entendu atteint son sommet en appelant Jésus l’Emmanuel, c’est-à-dire : le Dieu-avec-nous. C’est ainsi que Matthieu commence, c’est ainsi qu’il termine son Évangile : « Et moi, je suis avec vous tous les jours jusqu’à la fin du monde » (28, 20). Jésus est l’Emmanuel qui naît et l’Emmanuel qui nous accompagne chaque jour, le Dieu avec nous qui naît et le Dieu qui marche avec nous jusqu’à la fin du monde. Cette promesse se réalise également en Colombie : Mgr Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Évêque d’Arauca, et le Père Pedro Maria Ramirez Ramos, en sont des signes, l’expression d’un peuple qui veut sortir du bourbier de la violence et de la rancœur.

            Dans ce décor merveilleux, il nous revient de dire oui à une réconciliation concrète. Que le oui inclue également notre nature ! Ce n’est pas un hasard si, y compris contre elle, nous avons déchaîné nos passions possessives, notre volonté de domination. Un de vos compatriotes le chante admirablement : « Les arbres pleurent, ils sont témoins de tant d’années de violence. La mer est brune, mélange de sang et de terre » (Juanes, Minas piedras). La violence qu’il y a dans le cœur humain, blessé par le péché, se manifeste aussi à travers les symptômes de maladies que nous observons dans le sol, dans l’eau, dans l’air et dans les êtres vivants (cf. Lettre encyclique Laudato si’, n. 2). Il nous revient de dire oui comme Marie et de chanter avec elle les « merveilles du Seigneur », car il l’a promis à nos pères, il aide tous les peuples et il aide chaque peuple, et il aide la Colombie qui veut se réconcilier aujourd’hui et sa descendance pour toujours.

[01231-FR.02] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

“Your birth, O Virgin Mother of God, is the new dawn that proclaims joy to the whole world, for from you has been born the sun of justice, Christ our God” (cf. Antiphon for the Benedictus). The feast of the birth of Mary shines its light over us, just as the gentle light of dawn radiates above the vast Colombian plain, this beautiful landscape whose gateway is Villavicencio, and shines its light too upon the rich diversity of its indigenous peoples.

Mary is the first light who announces night’s end, and above all, the impending day. Her birth helps us to understand the loving, tender, compassionate plan of love in which God reaches down and calls us to a wonderful covenant with him, that nothing and no one will be able to break.

Mary knew how to transmit God’s light, and she reflected the rays of that light in her home which she shared with Joseph and Jesus, reflecting it also in her people, her country and that home which is common to all mankind: creation.

In the Gospel, we have heard the genealogy of Jesus (Mt 1:1-17), which is not a “simple list of names”, but rather a “living history”, the history of the people that God journeyed with; by making himself one of us, God wanted to announce that the history of the just and of sinners runs through his blood, that our salvation is not a sterile entity found in a laboratory, but rather something concrete, a salvation of life that moves forward. This long list tells us that we are a small part of a vast history, and it helps us not to claim excessive importance for ourselves; it helps us elude the temptation of over-spiritualizing things; it helps us not withdraw from the concrete historical realities in which we live. It also integrates in our history of salvation those pages which are the darkest and saddest, moments of desolation and abandonment comparable to exile.

The mention of women – though none of those referred to in the genealogy has the category of the great women of the Old Testament – allows us a particular rapprochement: it is they, in the genealogy, who tell us that pagan blood runs through the veins of Jesus, and who recall the stories of scorn and subjugation. In communities where we are still weighed down with patriarchal and chauvinistic customs, it is good to note that the Gospel begins by highlighting women who were influential and made history.

And within all this we see Jesus, Mary and Joseph. Mary with her generous yes permitted God to take charge of that history. Joseph, the just man, did not allow his pride, passions or zeal to expel him from that light. The narration lets us know, before Joseph is even aware, what has happened to Mary. His decision, made before the angel helped him to understand what was happening around him, shows his human qualities. The nobility of Joseph’s heart is such that what he learned from the law he made dependent on charity; and today, in this world where psychological, verbal and physical violence towards women is so evident, Joseph is presented as a figure of the respectful and sensitive man. Even though he does not understand the wider picture, he makes a decision favouring Mary’s good name, her dignity and her life. In his hesitation as how best to act, God helped him by enlightening his judgment.

The people of Colombia are God’s people; here too we can write genealogies full of stories, many of love and light; others of disagreement, insults, even of death… How many of you can tell of exile and grief! How many women, in silence, have persevered alone, and how many good men have tried to put aside spite and resentment, hoping to bring together justice and kindness! How can we best allow the light in? What are the true paths of reconciliation? Like Mary, by saying yes to the whole of history, not just to a part of it. Like Joseph, by putting aside our passions and pride. Like Jesus Christ, by taking hold of that history, assuming it, embracing it. That is who you are, that is who Colombians are, that is where you find your identity. God can do all this if we say yes to truth, to goodness, to reconciliation, if we fill our history of sin, violence and rejection with the light of the Gospel.

Reconciliation is not a word that we should regard as abstract; if it were, then it would only bring sterility and greater distance. Reconciliation means opening a door to every person who has experienced the tragic reality of conflict. When victims overcome the understandable temptation to vengeance, when they overcome this understandable temptation, they become the most credible protagonists for the process of building peace. What is needed is for some to courageously take the first step in that direction, without waiting for others to do so. We need only one good person to have hope! And each of us can be that person! Don’t forget: we need only one good person to have hope! This does not mean ignoring or hiding differences and conflicts. This is not to legitimize personal and structural injustices. Recourse to real reconciliation cannot merely serve to accommodate unjust situations. Instead, as Saint John Paul II taught: “[Reconciliation] is rather a meeting between brothers who are disposed to overcome the temptation to egoism and to renounce the attempts of pseudo-justice. It is the fruit of sentiments that are strong, noble and generous that lead to establishing a coexistence based on respect for each individual and on the values that are proper to each civil society” (Letter to the Bishops of El Salvador, 6 August 1982). Reconciliation, therefore, becomes substantive and is consolidated by the contribution of all; it enables us to build the future, and makes that hope grow. Every effort at peace without a sincere commitment to reconciliation is always destined to fail.

The Gospel text we have heard culminates in Jesus being called Emmanuel, which translated means: God-with-us. That is how the Gospel of Mathew both begins and ends: “I will be with you always, to the close of the age” (Mt 28:20). Jesus is the Emmanuel who is born and the Emmanuel who accompanies us daily, the God-with-us who is born, and the God who walks with us until the end of the world. This promise is fulfilled also in Colombia: Monsignor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Bishop of Arauca, and the martyred priest of Armero, Pedro María Ramírez Ramos, are signs of this, the expression of a people who wish to rise up out of the swamp of violence and bitterness.

In these beautiful surroundings, it is up to us to say yes to a concrete reconciliation; may our yes also include the natural environment. It is not by chance that even on nature we have unleashed our desire to possess and to subjugate. One of your countrymen sings this in a beautiful way: “The trees are weeping, they are witnesses to so many years of violence. The sea is brown, a mixture of blood and earth” (Juanes, Minas Piedras). “The violence present in our hearts, wounded by sin, is also reflected in the symptoms of sickness evident in the soil, in the water, in the air and in all forms of life” (Laudato Si’, 2). We need to say yes with Mary, and sing with her “the wonders of the Lord”, for he has promised this to our fathers, he helps all nations and peoples, he helps Colombia which today wishes to be reconciled; it is a promise made also to its descendants forever.

[01231-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Deine Geburt, Jungfrau und Gottesgebärerin, ist der neue Morgen, der der ganzen Welt Freude gebracht hat. Denn aus dir ging hervor die Sonne der Gerechtigkeit, Christus, unser Gott (vgl. Benedictus-Antiphon). Das Fest der Geburt Mariens wirft sein Licht auf uns, so wie das sanfte Morgenlicht die weite Ebene Kolumbiens durchflutet, diese wunderbare Landschaft, deren Eintrittstor Villavicencio ist; so wie es ebenso in der reichen Verschiedenheit der indigenen Völker erstrahlt.

            Maria ist der erste Lichtschein, der das Ende der Nacht und vor allem den nahen Tag ankündigt. Ihre Geburt lässt uns die liebevolle, zärtliche, erbarmende Initiative der Liebe erahnen, mit der Gott sich bis zu uns herabneigt und uns zu einem wunderbaren Bund mit ihm ruft, den nichts und niemand zerstören können wird.

            Maria war für das Licht Gottes durchlässig und hat den Schein dieses Lichts in ihrem Haus widergespiegelt, das sie mit Josef und Jesus teilte, wie auch in ihrem Volk, in ihrem Land und in jenem gemeinsamen Haus der ganzen Menschheit, das die Schöpfung ist.

            Im Evangelium haben wir den Stammbaum Jesu gehört (vgl. Mt 1,1-17), der nicht eine bloße Auflistung von Namen ist, sondern lebendige Geschichte, die Geschichte eines Volks, mit dem Gott auf dem Weg ist. Dadurch, dass er zu einem von uns wurde, verkündete er uns, dass in seinem Blut die Geschichte der Gerechten und Sünder fließt, dass unser Heil nicht ein steriles Heil aus dem Labor ist, sondern konkret, ein Heil des Lebens, das unterwegs ist. Diese lange Liste sagt uns, dass wir ein kleiner Teil einer großen Geschichte sind. Sie hilft uns, nicht den Anspruch zu erheben, ganz im Mittelpunkt stehen zu müssen, und sie hilft uns, der Versuchung einer Flucht in eine Spiritualisierung zu widerstehen und uns nicht von den historischen Gegebenheiten zu lösen, in denen wir zu leben haben. Darüber hinaus schließt sie in unsere Heilsgeschichte die dunkleren oder traurigeren Seiten ein, die Augenblicke der Trostlosigkeit und der Verlassenheit, die der Verbannung ähnlich sind.  

            Die Erwähnung der Frauen – keine von den im Stammbaum genannten Frauen gehört der Hierarchie der großen Frauengestalten des Alten Testaments an – erlaubt uns eine besondere Annäherung: Sie verkünden im Stammbaum, dass in den Adern Jesu auch heidnisches Blut fließt, und sie erinnern uns an Geschichten der Ausgrenzung und der Unterwerfung. In Gemeinschaften, in denen wir immer noch patriarchalische und chauvinistische Haltungen mit uns tragen, ist es gut zu sagen, dass das Evangelium mit der Hervorhebung von Frauen beginnt, die eine Richtung vorgegeben haben und Geschichte geschrieben haben.

            Und inmitten all dessen: Jesus, Maria und Josef. Maria machte durch ihr großherziges „Ja“ möglich, dass Gott diese Geschichte auf sich lud. Josef, der Gerechte, ließ nicht zu, dass Stolz, Leidenschaft oder Übereifer ihn von diesem Licht ausschlossen. Aufgrund des Aufbaus der Erzählung wissen wir vor Josef, was Maria geschehen ist. Und er trifft Entscheidungen, durch die er seine menschliche Größe unter Beweis stellt, noch bevor der Engel ihm half, all das, was sich um ihn herum zutrug, begreifen zu können. Der Edelmut seines Herzens lässt ihn das, was er vom Gesetz gelernt hat, der Liebe unterordnen. Heute stellt sich Josef dieser Welt, in der die psychische, verbale und physische Gewalt gegenüber der Frau offenkundig ist, als Gestalt eines respektvollen und feinfühligen Mannes dar, der, obwohl er nicht im Besitz aller Informationen ist, sich zugunsten des guten Rufs, der Würde und des Lebens Marias entscheidet. Und in seinem Zweifel, wie er am besten handeln soll, half ihm Gott bei der Wahl mit dem Licht der Gnade für sein Urteil.

            Dieses Volk Kolumbiens ist Gottes Volk; auch hier können wir Stammbäume mit ihren Geschichten erstellen; viele sind voll von Liebe und Licht; andere von Auseinandersetzungen, Beleidigungen und auch Tod … Wie viele von euch können von Erfahrungen der Verbannung und der Trostlosigkeit erzählen! Wie viele Frauen sind in Stille allein weitergegangen und wie viele gute Menschen haben versucht, Missgunst und Groll beiseite zu lassen, indem sie Gerechtigkeit mit Güte verbanden. Wie können wir das Licht eintreten lassen? Welches sind die Wege zur Versöhnung? Wie Maria „Ja“ zur ganzen Geschichte sagen und nicht nur zu einem Teil; wie Josef, Leidenschaften und Stolz beiseitelegen; wie Jesus Christus diese Geschichte auf uns laden, annehmen, umarmen,– weil ihr euch, alle Kolumbianer, darin befindet –, weil hier das ist, was wir sind … und das, was Gott für uns tun kann, wenn wir „Ja“ zur Wahrheit, zur Güte, zur Versöhnung sagen. Dies ist nur dann möglich, wenn wir unsere Geschichten der Sünde, der Gewalt, der Konflikte mit dem Licht des Evangeliums erfüllen.

            Versöhnung ist nicht ein Wort, das wir abstrakt auffassen müssten; wenn dem so wäre, würde sie nur Sterilität bringen, würde zu größerer Distanz führen. Sich versöhnen heißt, allen und jedem Menschen, welche das Drama des Konflikts erlebt haben, eine Tür zu öffnen. Wenn die Opfer die verständliche Versuchung zur Rache überwinden, wenn sie diese verständliche Versuchung zur Rache besiegen, werden sie zu den glaubwürdigsten Vertretern der Prozesse zum Aufbau des Friedens. Es ist nötig, dass einige den Mut fassen, den ersten Schritt in diese Richtung zu tun, ohne darauf zu warten, dass die anderen es tun. Es genügt ein guter Mensch, damit es Hoffnung gibt! Vergesst es nicht: Es reicht ein guter Mensch, und es gibt Hoffnung! Und ein jeder von uns kann dieser Mensch sein! Dies bedeutet nicht, Unterschiede und Konflikte zu verkennen oder zu verschleiern. Es bedeutet nicht, persönliche oder strukturelle Ungerechtigkeiten zu legitimieren. Der Rückgriff auf die konkrete Versöhnung darf nicht dazu dienen, sich Situationen der Ungerechtigkeit zu fügen. Vielmehr ist sie, wie der heilige Johannes Paul II. lehrte, »eine Übereinkunft zwischen Brüdern, die bereit sind, die Versuchungen des Egoismus zu überwinden und das Streben nach Pseudogerechtigkeit aufzugeben; sie ist die Frucht entschlossener, edler und großzügiger Empfindungen, die dazu anleiten, eine Übereinkunft zu erzielen, die sich auf die Anerkennung jedes einzelnen Menschen sowie auf die Werte der zivilen Gesellschaft gründet« (Brief an die Bischöfe von El Salvador, 6. August 1982). Die Versöhnung konkretisiert und verfestigt sich demnach durch den Beitrag aller, sie ermöglicht, die Zukunft aufzubauen und Hoffnung wachsen zu lassen. Jede Friedensbemühung ohne eine ehrliche Verpflichtung zur Versöhnung wird immer scheitern.

            Der Text des Evangeliums, den wir gehört haben, findet seinen Höhepunkt, wenn Jesus Immanuel, das heißt übersetzt „Gott mit uns“, genannt wird. So wie Matthäus sein Evangelium beginnt, beschließt er es: »Ich bin mit euch alle Tage bis zum Ende der Welt« (28,20). Jesus ist der Immanuel, der geboren wird, und er ist der Immanuel, der uns jeden Tag begleitet. Jesus ist der Gott mit uns, der geboren wird, und der Gott, der mit uns geht bis zum Ende der Welt. Dieses Versprechen verwirklicht sich auch in Kolumbien: der Bischof von Arauca Jesús Emilio Jaramillo Monsalve und der Märtyrerpriester von Armero Pedro María Ramírez Ramos sind Zeichen dafür, der Ausdruck eines Volkes, das dem Morast der Gewalt und des Grolls entkommen will.

            In dieser wunderbaren Umgebung liegt es an uns, „Ja“ zur konkreten Versöhnung zu sagen; und das „Ja“ möge auch unsere Natur einschließen. Es ist kein Zufall, dass wir unsere Besitzgier und unser Herrschaftsstreben auch an ihr ausgelassen haben. Ein Landsmann von euch besingt es schön: »Die Bäume weinen, sie sind Zeugen so vieler Jahre an Gewalt. Das Meer ist braun, es vermischt Blut mit Erde« (Juanes, Minas piedras). Die Gewalt des von der Sünde verwundeten menschlichen Herzens wird auch in den Krankheitssymptomen deutlich, die wir im Boden, im Wasser, in der Luft und in den Lebewesen bemerken (vgl. Enzyklika Laudato si’, 2). Es liegt an uns, wie Maria „Ja“ zu sagen und mit ihr die »Großtaten des Herrn« zu besingen, weil er, der es unseren Vätern verheißen hat, allen Völkern hilft und jedem Volk hilft; er hilft Kolumbien, das sich heute versöhnen will, und seiner Nachkommenschaft auf ewig.

[01231-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

O vosso nascimento, Virgem Mãe de Deus, é a nova aurora que anunciou a alegria ao mundo inteiro, porque de Vós nasceu o Sol de Justiça, Cristo, nosso Deus (cf. Antífona do Benedictus). A festa da Natividade de Maria projeta a sua luz sobre nós, como se irradia a luz suave do amanhecer sobre a vasta planície colombiana, esta paisagem lindíssima de que Villavicencio é a porta, bem como na rica diversidade dos seus povos indígenas.

Maria é o primeiro esplendor que anuncia o fim da noite e, sobretudo, a proximidade do dia. O seu nascimento faz-nos intuir a iniciativa amorosa, terna e compassiva do amor com que Deus Se inclina sobre nós e nos chama para uma aliança maravilhosa com Ele, que nada e ninguém poderá romper.

Maria soube ser transparência da luz de Deus e refletiu os fulgores desta luz na sua casa, que partilhou com José e Jesus, e também no seu povo, na sua nação e na casa comum de toda a humanidade que é a criação.

No Evangelho, ouvimos a genealogia de Jesus (cf. Mt 1, 1-17), que não é uma mera lista de nomes, mas história viva, história dum povo com o qual Deus caminhou e, ao fazer-Se um de nós, quis anunciar que, no seu sangue, corre a história de justos e pecadores, que a nossa salvação não é uma salvação assética, de laboratório, mas concreta, uma salvação de vida que caminha. Esta longa lista diz-nos que somos uma pequena parte duma longa história e ajuda-nos a não pretender protagonismos excessivos, ajuda-nos a fugir da tentação de espiritualismos evasivos, a não abstrair das coordenadas históricas concretas em que nos cabe viver. E também integra, na nossa história de salvação, aquelas páginas mais obscuras ou tristes, os momentos de desolação e abandono comparáveis ao exílio.

A menção das mulheres – nenhuma das referidas na genealogia pertence à hierarquia das grandes mulheres do Antigo Testamento – permite-nos uma abordagem especial: na genealogia, são elas que anunciam que, pelas veias de Jesus, corre sangue pagão, que recordam histórias de marginalização e sujeição. Em comunidades onde ainda se arrastam estilos patriarcais e machistas, é bom anunciar que o Evangelho começa por salientar mulheres que criaram tendência e fizeram história.

E, no meio de tudo isto, Jesus, Maria e José. Maria, com o seu «sim» generoso, permitiu que Deus cuidasse desta história. José, homem justo, não deixou que o orgulho, as paixões e os ciúmes o lançassem fora desta luz. Pela forma como aparece narrado, nós sabemos antes de José aquilo que aconteceu com Maria, e ele toma decisões em que se manifestam as suas qualidades humanas antes de ser ajudado pelo anjo e chegar a entender tudo o que estava a acontecer ao seu redor. A nobreza do seu coração fá-lo subordinar à caridade aquilo que aprendera com a lei; e hoje, neste mundo onde é patente a violência psicológica, verbal e física contra a mulher, José apresenta-se como figura de homem respeitoso, delicado que, mesmo não dispondo de todas as informações, se decide pela honra, dignidade e vida de Maria. E, na sua dúvida sobre o melhor a fazer, Deus ajudou-o a escolher iluminando o seu discernimento.

Este povo da Colômbia é povo de Deus; também aqui podemos fazer genealogias cheias de histórias: muitas, cheias de amor e de luz; outras, de conflitos, ofensas, inclusive de morte... Quantos de vós poderíeis narrar experiências de exílio e desolação! Quantas mulheres, em silêncio, perseveraram sozinhas, e quantos homens de bem procuraram pôr de lado amarguras e rancores, querendo combinar justiça e bondade! Que havemos de fazer para deixar entrar a luz? Quais são os caminhos de reconciliação? Como Maria, dizer «sim» à história completa, e não apenas a uma parte; como José, pôr de lado paixões e orgulho; como Jesus Cristo, cuidar, assumir, abraçar esta história, porque nela vos encontrais vós, todos os colombianos, nela está aquilo que somos... e o que Deus pode fazer connosco se dissermos «sim» à verdade, à bondade, à reconciliação. E isto só é possível, se enchermos com a luz do Evangelho as nossas histórias de pecado, violência e conflito.

A reconciliação não é uma palavra que devemos considerar abstrata; se assim fosse, traria apenas esterilidade, traria maior distância. Reconciliar-se é abrir uma porta a todas e cada uma das pessoas que viveram a realidade dramática do conflito. Quando as vítimas vencem a tentação compreensível da vingança, quando vencem esta tentação compreensível da vingança, tornam-se nos protagonistas mais credíveis dos processos de construção da paz. É preciso que alguns tenham a coragem de dar o primeiro passo nesta direção, sem esperar que o façam os outros. Basta uma pessoa boa, para que haja esperança. Não esqueçais isto: basta uma pessoa boa, para que haja esperança. E cada um de nós pode ser esta pessoa! Isto não significa ignorar ou dissimular as diferenças e os conflitos. Não é legitimar as injustiças pessoais ou estruturais. O recurso à reconciliação concreta não pode servir para se acomodar em situações de injustiça. Pelo contrário, como ensinou São João Paulo II, «é um encontro entre irmãos dispostos a vencer a tentação do egoísmo e a renunciar aos intentos duma pseudo-justiça; é fruto de sentimentos fortes, nobres e generosos, que levam a estabelecer uma convivência fundada sobre o respeito de cada indivíduo e dos valores próprios de cada sociedade civil» (Carta aos Bispos de El Salvador, 6/VIII/1982). Por isso, a reconciliação concretiza-se e consolida-se com a contribuição de todos, permite construir o futuro e faz crescer a esperança. Qualquer esforço de paz sem um compromisso sincero de reconciliação será sempre um fracasso.

O texto do Evangelho, que ouvimos, culmina chamando a Jesus o Emanuel, que significa Deus connosco. E como começa, assim termina Mateus o seu Evangelho: «Eu estarei sempre convosco até ao fim dos tempos» (28, 20). Jesus é o Emanuel que nasce e o Emanuel que nos acompanha todos os dias, é o Deus connosco que nasce e o Deus que caminha connosco até ao fim do mundo. Esta promessa realiza-se também na Colômbia: D. Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Bispo de Arauca, e o sacerdote Pedro Maria Ramírez Ramos, mártir de Armero, são sinal disso, expressão dum povo que quer sair do pântano da violência e do rancor.

Neste ambiente maravilhoso, cabe a nós dizer «sim» à reconciliação concreta; e, neste «sim», incluamos também a natureza. Não é por acaso que, inclusive sobre ela, se tenham desencadeado as nossas paixões possessivas, a nossa ânsia de domínio. Um vosso compatriota canta-o com primor: «As árvores estão a chorar, são testemunhas de tantos anos de violência. O mar aparece acastanhado, mistura de sangue com a terra» (Juanes, Minhas Pedras). A violência que existe no coração humano, ferido pelo pecado, manifesta-se também nos sintomas de doença que notamos no solo, na água, no ar e nos seres vivos (cf. Francisco, Carta enc. Laudato si’, 2). Cabe-nos dizer «sim» como Maria e cantar com Ela as «maravilhas do Senhor», porque, como prometeu aos nossos pais, Ele ajuda todos os povos e ajuda cada povo, e ajuda a Colômbia que hoje quer reconciliar-se e à sua descendência para sempre.

***

[No final da Celebração, o Papa recordou as vítimas do terremoto no México e do furacão Irma, convidando os fiéis à oração]

Agradeço as palavras que D. Oscar Urbina Ortega, Arcebispo de Villavicencio, me dirigiu em nome de todos vós.

Neste momento, desejo manifestar a minha solidariedade espiritual a quantos sofrem as consequências do terremoto desta noite que atingiu o México, causando mortes e enormes danos materiais. Asseguro a minha oração por aqueles que perderam a vida e pelas suas famílias.

Além disso, acompanho de perto a evolução do furacão Irma que está fustigando a área do Caribe, deixando atrás dele numerosas vítimas e imensos danos materiais, e causando também milhares de desalojados. Trago-os no meu coração e rezo por eles.

A vós, peço que vos unais comigo nestas intenções; e, por favor, não vos esqueçais de rezar por mim.

[01231-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

            Twoje narodzenie, Bogarodzico Dziewico, zwiastowało radość całemu światu; z Ciebie się narodziło Słońce sprawiedliwości, Chrystus, który jest naszym Bogiem (por. Antyfona do Benedictus). Uroczystość narodzenia Maryi Panny rzuca swe światło na nas, jak wspaniałe światło jutrzenki promieniuje na rozległą równinę kolumbijską, przepiękny krajobraz, którego bramą jest Villavicencio, jak również na bogatą różnorodność jego tubylczych ludów.

            Maryja jest pierwszym blaskiem głoszącym kres nocy, a przede wszystkim zbliżanie się dnia. Jej narodziny każą nam wyczuć kochającą, czułą, współczującą inicjatywę miłości, z jaką Bóg pochyla się nad nami i wzywa nas do cudownego przymierza z Nim, którego nic ani nikt nie będzie mógł zerwać.

            Maryja potrafiła być przejrzystością światła Bożego i odzwierciedlała blask tego światła w swoim domu, który dzieliła z Józefem i Jezusem, a także w swym ludzie, w swym narodzie i w tym wspólnym domu całej ludzkości, jakim jest stworzenie.

            W Ewangelii usłyszeliśmy rodowód Jezusa (por. Mt 1, 1-17), który nie jest „zwykłym wykazem imion”, ale „żywą historią”, historią ludu, z którym Bóg wędrował i – stawszy się jednym z nas – zechciał nam ogłosić, że ze względu na Jego krew biegnie historia sprawiedliwych i grzeszników, że nasze zbawienie nie jest zbawieniem sterylnym, laboratoryjnym, ale konkretnym, zbawieniem biegnącego życia. Ten długi spis mówi nam, że stanowimy małą cząstkę wielkich dziejów i pomaga nam, byśmy nie usiłowali przesadnie stawać się bohaterami wydarzeń, pomaga nam unikać pokusy pokrętnych duchowości, by nie odrywać się od konkretnych współrzędnych historycznych, w jakich wypada nam żyć. Ponadto włącza w naszą historię zbawienia te ciemniejsze lub smutniejsze karty, chwile rozpaczy i  opuszczenia, porównywalne z wygnaniem.

            Odniesienie do kobiet – żadna ze wspomnianych w rodowodzie nie występuje w hierarchii wielkich kobiet Starego Testamentu – pozwala nam na szczególne podejście: to one w rodowodzie głoszą, że w żyłach Jezusa płynie krew pogańska, to one przypominają historie odrzucenia i poddania. We wspólnotach, w których jeszcze ciągną się style patriarchalne i męskiego szowinizmu, warto głosić, że Ewangelia zaczyna się od podkreślenia roli kobiet, które naznaczyły tendencję i tworzyły historię.

            A pośród tego wszystkiego są Jezus, Maryja i Józef. Maryja swym wielkodusznym „tak” pozwoliła, aby Bóg wziął na siebie tę historię. Józef – mąż sprawiedliwy – nie dopuścił do tego, aby duma, namiętności i gorliwość wyrzuciły go poza to światło. Dzięki formie, w jakiej zostało to opowiedziane, wiemy wcześniej niż Józef to, co stało się z Maryją, a on podejmuje decyzje, ukazując swoją osobowość, zanim jeszcze pomoże mu w tym anioł i zrozumie wszystko to, co wydarzyło się wokół niego. Szlachetność jego serca sprawi, że podporządkuje miłości to, czego nauczyło go prawo. A dziś na tym świecie, w którym oczywista jest psychologiczna, słowna i fizyczna przemoc wobec kobiet, Józef jawi się jako postać mężczyzny okazującego szacunek, delikatnego, który – choć nie wie wszystkiego – decyduje się mając na względzie opinię, godność i życie Maryi. I w jego wątpliwościach, jak działać najlepiej, Bóg dopomógł mu w wyborze, rozświetlając jego osąd.

            Mieszkańcy Kolumbii są ludem Bożym. Również tutaj możemy szukać informacji o przodkach, pełnych historii, wiele z nich wypełnionych miłością i światłem; innych – konfliktami, poniżeniami, także śmiercią... Ilu z was może opowiedzieć o wygnaniu i rozpaczy! Ileż kobiet w milczeniu trwało w samotności i iluż dobrych mężczyzn próbowało odłożyć na bok złość i gniew, chcąc połączyć sprawiedliwość i dobroć! Co uczynimy, aby pojawiło się światło? Jakie drogi prowadzą do pojednania? Tak jak Maryja trzeba powiedzieć „tak” pełnej historii, „nie” – jej części; jak Józef odłożyć na bok namiętności i pychę; jak Jezus wziąć na siebie ciężar, podjąć i objąć tę historię, bo tu wszyscy jesteście Kolumbijczykami, tu jest to, czym jesteśmy... i to, co Bóg może uczynić z nami, jeśli powiemy „tak” prawdzie, dobru, pojednaniu. A to możliwe jest tylko wtedy, jeśli wypełniamy światłem Ewangelii nasze historie grzechu, przemocy i konfliktu.

Pojednanie nie jest słowem, które powinniśmy uważać za abstrakcyjne; gdyby tak było, przynosiłoby jedynie wyjałowienie, przynosiłoby większy dystans. Pojednać się oznacza otworzyć drzwi wszystkim i każdej osobie, która przeżyła dramatyczną rzeczywistość konfliktu. Gdy ofiary pokonują zrozumiałą pokusę zemsty, kiedy pokonują tę zrozumiałą pokusę zemsty, to stają się najbardziej wiarygodnymi uczestnikami procesów budowania pokoju. Trzeba, by niektórzy odważyli się uczynić pierwszy krok w tym kierunku, nie czekając, aż zrobią to inni. Wystarcza jedna dobra osoba, by była nadzieja! Nie zapominajcie o tym: wystarcza jedna dobra osoba, by była nadzieja! A każdy z nas może być tą osobą! Nie oznacza to nieuznawania lub ukrywania różnic i konfliktów. Nie chodzi o uprawomocnianie niesprawiedliwości osobistych lub strukturalnych.      Odwołanie się do konkretnego pojednania nie może służyć przyzwyczajaniu się do sytuacji niesprawiedliwości. Co więcej, jak uczył św. Jan Paweł II, „jest spotkaniem między braćmi gotowymi do przezwyciężania pokusy egoizmu i do wyrzeczenia się zamysłów zmierzających do pseudosprawiedliwości; jest owocem uczuć mocnych silnych, szlachetnych i szczodrych, które prowadzą do ustanowienia zasad współżycia opartego na poszanowaniu każdej jednostki i na wartościach właściwych każdemu społeczeństwu obywatelskiemu” (List do biskupów Salwadoru, 6 sierpnia 1982, w: Jan Paweł II, Nauczanie papieskie, V,2, Rok 1982, Poznań 1996, s. 249). Zatem pojednanie konkretyzuje się i umacnia dzięki wkładowi wszystkich, pozwala budować przyszłość i sprawia, że wzrasta nadzieja. Wszelki wysiłek pokojowy bez szczerego zaangażowania na rzecz pojednania będzie zawsze fiaskiem.

            Tekst ewangeliczny, którego wysłuchaliśmy, osiąga swój punkt kulminacyjny, nazywając Jezusa Emmanuelem, co znaczy Bogiem z Nami. Mateusz kończy swą Ewangelię tak, jak ją rozpoczyna: „A oto Ja jestem z wami przez wszystkie dni, aż do skończenia świata” (28, 20). Jezus jest Emanuelem, który się rodzi, jest Emanuelem, który nam codziennie towarzyszy, a Bóg z nami, który się rodzi jest Bogiem, który podąża wraz z nami aż po krańce świata. Obietnica ta wypełnia się także w Kolumbii: Jesús Emilio Jaramillo Monsalve – biskup Arauca i kapłan Pedro Maria Ramirez Ramos, męczennik z Armero są tego znakiem, wyrazem ludu, który chce wyjść z bagna przemocy i zła.

            W tym cudownym otoczeniu wypada nam powiedzieć „tak” konkretnemu pojednaniu, zawierającemu w sobie także naszą naturę. Nieprzypadkowo nawet na niej wywarły wpływ nasze zaborcze namiętności, nasza żądza panowania. Pewien wasz rodak pisze o tym pięknie: „Drzewa płaczą, są świadkami wielu lat przemocy. Morze jest brązowe, miesza krew z ziemią” (Juanes, „Minas piedras”). Przemoc, która jest w sercu ludzkim, zranionym przez grzech, ujawnia się także w objawach choroby, którą dostrzegamy na ziemi, w wodzie, powietrzu i w istotach żywych (por. enc. „Laudato si”, 2). Do nas należy powiedzieć „tak”, podobnie jak Maryja, i wraz z Nią wyśpiewywać „wielkie rzeczy Pana”, aby – jak obiecał naszym ojcom, On – pomaga wszystkim ludom i pomaga każdemu ludowi, i pomaga Kolumbii, która chce się dzisiaj pojednać  i jej potomstwo na zawsze.

[01231-PL.01] [Testo originale: polacco]

 

Parole del Santo Padre al termine della S. Messa a Villavicencio

Agradezco las palabras que me ha dirigido monseñor Oscar Urbina Ortega, arzobispo de Villavicencio, en nombre de todos ustedes.

En este momento, deseo manifestar mi cercanía espiritual a todos los que sufren las consecuencias del terremoto que ha azotado a México la noche pasada, provocando muertos y cuantiosos daños materiales. Mi oración por los que han perdido la vida y también por sus familias.

Además, sigo de cerca el desarrollo del huracán Irma que está golpeando el Caribe dejando, a su paso, cuantiosas víctimas e ingentes daños materiales, como también está causando miles de desplazados. Los llevo en mi corazón y rezo por ellos.

A ustedes les pido que se unan a estas intenciones y, por favor, no se olviden de rezar por mí.

[01275-ES.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Ringrazio per le parole che mi ha rivolto Mons. Oscar Urbina Ortega, Arcivescovo di Villavicencio, a nome di tutti voi.

In questo momento, desidero manifestare la mia vicinanza spirituale a tutti coloro che soffrono le conseguenze del terremoto che ha colpito il Messico la scorsa notte, provocando morti e ingenti danni materiali. Assicuro la mia preghiera per coloro che hanno perso la vita e per le loro famiglie.

Inoltre, seguo da vicino lo sviluppo dell’uragano Irma che sta colpendo la zona dei Caraibi lasciando dietro di sé numerose vittime e ingenti danni materiali, come pure causando migliaia di sfollati. Li porto nel mio cuore e prego per loro.

A voi chiedo di unirvi a queste intenzioni; e, per favore, non dimenticatevi di pregare per me.

[01275-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

 

Parole a braccio del Santo Padre ai militari e alle forze dell’ordine all’aeroporto di CALAM, a Bogotá

Buenos días, quiero agradecerles esta presencia de ustedes aquí. Agradecerles también todo lo que han hecho, lo que hacen y lo que seguirán haciendo en estos días durante mi visita. Trabajo añadido. Pero, sobre todo, quiero agradecerles lo que han hecho y lo que hacen por la paz poniendo en juego la vida. Y eso es lo que hizo Jesús: nos pacificó con el Padre, puso en juego su vida y la entregó. Esto los hermana más a Jesús: arriesgar para hacer paz, para lograr paz. Gracias de corazón por todo esto. ¡Gracias! Y ojalá que puedan ver consolidada la paz en este país que se lo merece.

Y ahora, todos juntos, les pido que recemos en silencio por todos los caídos y por todos los que quedaron heridos, algunos que están aquí entre nosotros. Recemos un instante en silencio y después un Ave María a la Virgen.

[Ave Maria y Bendición apostólica]

Y por favor, les pido que recen por mí, no se olviden. Gracias

[01274-ES.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Buongiorno!

Voglio ringraziarvi per la vostra presenza qui. Ringraziarvi anche per tutto quello che avete fatto, che fate e che continuerete a fare in questi giorni, durante la mia visita. Lavoro in più!… Ma soprattutto vorrei ringraziarvi per quello che avete fatto e quello che fate per la pace, mettendo a rischio la vostra vita. Ed è quello che ha fatto Gesù: ci ha riconciliato con il Padre, ha messo a rischio la sua vita e l’ha donata. Questo vi rende ancora più fratelli di Gesù: rischiare [la vita] per la pace, per ottenere la pace. Grazie di cuore per tutto questo. Grazie! Vi auguro di poter vedere consolidata la pace in questo Paese, che se la merita.

E adesso, tutti insieme, vi chiedo di pregare in silenzio per tutti i caduti e per tutti i feriti, di cui alcuni sono qui tra noi. Preghiamo un istante in silenzio, e dopo un’Ave Maria alla Vergine.

[Ave Maria e Benedizione apostolica]

E per favore, vi chiedo di pregare per me, non dimenticatelo!

[01274-ES.01] [Testo originale: Spagnolo]

[B0570-XX.02]