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VIAGGIO APOSTOLICO DI SUA SANTITÀ BENEDETTO XVI A SANTIAGO DE COMPOSTELA E BARCELONA (6 - 7 NOVEMBRE 2010) (IV), 06.11.2010


SANTA MESSA IN OCCASIONE DELL’ANNO GIUBILARE COMPOSTELANO NELLA PLAZA DEL OBRADOIRO DI SANTIAGO DE COMPOSTELA 

  OMELIA DEL SANTO PADRE

  TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

  TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

  TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE

  TRADUZIONE IN LINGUA TEDESCA

Nel pomeriggio, lasciato l’Arcivescovado, il Santo Padre Benedetto XVI raggiunge in auto la Plaza del Obradoiro di Santiago de Compostela, dove, alle ore 16.30, presiede la Santa Messa in occasione dell’Anno Giubilare Compostelano. Sono presenti alla Celebrazione i Principi delle Asturie. I fedeli e i pellegrini che non hanno trovato posto in Plaza del Obradoiro seguono la Santa Messa sui megaschermi nelle piazze vicine.
Nel corso della Celebrazione Eucaristica, introdotta dal saluto dell’Arcivescovo di Santiago de Compostela, S.E. Mons. Julián Barrio Barrio, dopo la proclamazione del Santo Vangelo il Papa pronuncia l’omelia che riportiamo di seguito:

  OMELIA DEL SANTO PADRE

En gallego:

Benqueridos irmáns en Xesucristo:
Dou gracias a Deus polo don de poder estar aquí, nesta espléndida praza chea de arte, cultura e significado espiritual. Neste Ano Santo, chego como peregrino entre os peregrinos, acompañando a tantos deles que veñen ata aquí sedentos da fe en Cristo Resucitado. Fe anunciada e transmitida fielmente polos Apóstolos, como Santiago o Maior, ao que se venera en Compostela desde tempo inmemorial.

[Amadísimos Hermanos en Jesucristo:
Doy gracias a Dios por el don de poder estar aquí, en esta espléndida plaza repleta de arte, cultura y significado espiritual. En este Año Santo, llego como peregrino entre los peregrinos, acompañando a tantos como vienen hasta aquí sedientos de la fe en Cristo resucitado. Fe anunciada y transmitida fielmente por los Apóstoles, como Santiago el Mayor, a quien se venera en Compostela desde tiempo inmemorial.]

Agradezco las gentiles palabras de bienvenida de Monseñor Julián Barrio Barrio, Arzobispo de esta Iglesia particular, y la amable presencia de Sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias, de los Señores Cardenales, así como de los numerosos Hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio. Vaya también mi saludo cordial a los Parlamentarios Europeos, miembros del intergrupo "Camino de Santiago", así como a las distinguidas Autoridades Nacionales, Autonómicas y Locales que han querido estar presentes en esta celebración. Todo ello es signo de deferencia para con el Sucesor de Pedro y también del sentimiento entrañable que Santiago de Compostela despierta en Galicia y en los demás pueblos de España, que reconoce al Apóstol como su Patrón y protector. Un caluroso saludo igualmente a las personas consagradas, seminaristas y fieles que participan en esta Eucaristía y, con una emoción particular, a los peregrinos, forjadores del genuino espíritu jacobeo, sin el cual poco o nada se entendería de lo que aquí tiene lugar.

Una frase de la primera lectura afirma con admirable sencillez: «Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor» (Hch 4,33). En efecto, en el punto de partida de todo lo que el cristianismo ha sido y sigue siendo no se halla una gesta o un proyecto humano, sino Dios, que declara a Jesús justo y santo frente a la sentencia del tribunal humano que lo condenó por blasfemo y subversivo; Dios, que ha arrancado a Jesucristo de la muerte; Dios, que hará justicia a todos los injustamente humillados de la historia.

«Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen» (Hch 5,32), dicen los apóstoles. Así pues, ellos dieron testimonio de la vida, muerte y resurrección de Cristo Jesús, a quien conocieron mientras predicaba y hacía milagros. A nosotros, queridos hermanos, nos toca hoy seguir el ejemplo de los apóstoles, conociendo al Señor cada día más y dando un testimonio claro y valiente de su Evangelio. No hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos. Así imitaremos también a San Pablo que, en medio de tantas tribulaciones, naufragios y soledades, proclamaba exultante: «Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que esa fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros» (2 Co 4,7).

Junto a estas palabras del Apóstol de los gentiles, están las propias palabras del Evangelio que acabamos de escuchar, y que invitan a vivir desde la humildad de Cristo que, siguiendo en todo la voluntad del Padre, ha venido para servir, «para dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,28). Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser. Un servicio que no se mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y vistoso, sino porque hace presente el amor de Dios a todos los hombres y en todas sus dimensiones, y da testimonio de Él, incluso con los gestos más sencillos. Al proponer este nuevo modo de relacionarse en la comunidad, basado en la lógica del amor y del servicio, Jesús se dirige también a los «jefes de los pueblos», porque donde no hay entrega por los demás surgen formas de prepotencia y explotación que no dejan espacio para una auténtica promoción humana integral. Y quisiera que este mensaje llegara sobre todo a los jóvenes: precisamente a vosotros, este contenido esencial del Evangelio os indica la vía para que, renunciando a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances, como tantas veces os proponen, y asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente y ser semilla de esperanza.

Esto es lo que nos recuerda también la celebración de este Año Santo Compostelano. Y esto es lo que en el secreto del corazón, sabiéndolo explícitamente o sintiéndolo sin saber expresarlo con palabras, viven tantos peregrinos que caminan a Santiago de Compostela para abrazar al Apóstol. El cansancio del andar, la variedad de paisajes, el encuentro con personas de otra nacionalidad, los abren a lo más profundo y común que nos une a los humanos: seres en búsqueda, seres necesitados de verdad y de belleza, de una experiencia de gracia, de caridad y de paz, de perdón y de redención. Y en lo más recóndito de todos esos hombres resuena la presencia de Dios y la acción del Espíritu Santo. Sí, a todo hombre que hace silencio en su interior y pone distancia a las apetencias, deseos y quehaceres inmediatos, al hombre que ora, Dios le alumbra para que le encuentre y para que reconozca a Cristo. Quien peregrina a Santiago, en el fondo, lo hace para encontrarse sobre todo con Dios que, reflejado en la majestad de Cristo, lo acoge y bendice al llegar al Pórtico de la Gloria.

Desde aquí, como mensajero del Evangelio que Pedro y Santiago rubricaron con su sangre, deseo volver la mirada a la Europa que peregrinó a Compostela. ¿Cuáles son sus grandes necesidades, temores y esperanzas? ¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia a esa Europa, que ha recorrido en el último medio siglo un camino hacia nuevas configuraciones y proyectos? Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como ésta: que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida. Solo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre. Bien comprendió esto Santa Teresa de Jesús cuando escribió: "Sólo Dios basta".

Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Con esto se quería ensombrecer la verdadera fe bíblica en Dios, que envió al mundo a su Hijo Jesucristo, a fin de que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna (cf. Jn 3,16).

El autor sagrado afirma tajante ante un paganismo para el cual Dios es envidioso o despectivo del hombre: ¿Cómo hubiera creado Dios todas las cosas si no las hubiera amado, Él que en su plenitud infinita no necesita nada? (cf. Sab 11,24-26). ¿Cómo se hubiera revelado a los hombres si no quisiera velar por ellos? Dios es el origen de nuestro ser y cimiento y cúspide de nuestra libertad; no su oponente. ¿Cómo el hombre mortal se va a fundar a sí mismo y cómo el hombre pecador se va a reconciliar a sí mismo? ¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra? Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla? Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo.

Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones: además de la bíblica, fundamental en este orden, también las de época clásica, medieval y moderna, de las que nacieron las grandes creaciones filosóficas y literarias, culturales y sociales de Europa.

Ese Dios y ese hombre son los que se han manifestado concreta e históricamente en Cristo. A ese Cristo que podemos hallar en los caminos hasta llegar a Compostela, pues en ellos hay una cruz que acoge y orienta en las encrucijadas. Esa cruz, supremo signo del amor llevado hasta el extremo, y por eso don y perdón al mismo tiempo, debe ser nuestra estrella orientadora en la noche del tiempo. Cruz y amor, cruz y luz han sido sinónimos en nuestra historia, porque Cristo se dejó clavar en ella para darnos el supremo testimonio de su amor, para invitarnos al perdón y la reconciliación, para enseñarnos a vencer el mal con el bien. No dejéis de aprender las lecciones de ese Cristo de las encrucijadas de los caminos y de la vida, en el que nos sale al encuentro Dios como amigo, padre y guía. ¡Oh Cruz bendita, brilla siempre en tierras de Europa!

Dejadme que proclame desde aquí la gloria del hombre, que advierta de las amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riquezas originarios, por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles y pobres. No se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre su hijo y no se sirve al hombre sin preguntarse por quién es su Padre y responderle a la pregunta por él. La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo.

Queridos amigos, levantemos una mirada esperanzadora hacia todo lo que Dios nos ha prometido y nos ofrece. Que Él nos dé su fortaleza, que aliente a esta Archidiócesis compostelana, que vivifique la fe de sus hijos y los ayude a seguir fieles a su vocación de sembrar y dar vigor al Evangelio, también en otras tierras.

En gallego:

Que Santiago, o Amigo do Señor, acade abundantes bendicións para Galicia, para os demais pobos de España, de Europa e de tantos outros lugares alén mar onde o Apóstolo e sinal de identidade cristiá e promotor do anuncio de Cristo. Amén!

[Que Santiago, el amigo del Señor, alcance abundantes bendiciones para Galicia, para los demás pueblos de España, de Europa y de tantos otros lugares allende los mares, donde el Apóstol es signo de identidad cristiana y promotor del anuncio de Cristo. Amén!]

[01541-XX.01] [Testo originale: Plurilingue]

  TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

In gallego:

Amatissimi fratelli in Gesù Cristo.
Rendo grazie a Dio per il dono di poter essere qui, in questa splendida piazza ricolma di arte, cultura e significato spirituale. In questo Anno Santo, giungo come pellegrino tra i pellegrini, accompagnando tanti che vengono fin qui assetati della fede in Cristo risorto. Fede annunciata e trasmessa fedelmente dagli Apostoli, come san Giacomo il Maggiore, che si venera a Compostela da tempo immemorabile.

In spagnolo:

Sono grato per le gentili parole di benvenuto di Monsignor Julián Barrio Barrio, Arcivescovo di questa Chiesa particolare, e per la cortese presenza delle Loro Altezze Reali i Principi delle Asturie, dei Signori Cardinali, così come dei numerosi Fratelli nell’Episcopato e nel Sacerdozio. Il mio saluto cordiale giunga anche ai Parlamentari Europei, membri dell’intergruppo "Camino de Santiago", come pure alle Autorità Nazionali, Regionali e Locali che hanno voluto essere presenti a questa celebrazione. Tutto ciò è segno di deferenza verso il Successore di Pietro e anche del profondo sentimento che san Giacomo di Compostela risveglia in Galizia e negli altri luoghi della Spagna, la quale riconosce l’Apostolo come suo Patrono e protettore. Un caloroso saluto anche alle persone consacrate, seminaristi e fedeli che partecipano a questa Eucaristia e, con un’emozione particolare, ai pellegrini, costruttori del genuino spirito giacobeo, senza il quale si capirebbe poco o nulla di quello che qui si svolge.

Una frase della prima lettura afferma con ammirevole semplicità: "Con grande forza gli apostoli davano testimonianza della risurrezione del Signore Gesù" (At 4,33). In effetti, al punto di partenza di tutto ciò che il cristianesimo è stato e continua ad essere non si trova un’iniziativa o un progetto umano, ma Dio, che dichiara Gesù giusto e santo di fronte alla sentenza del tribunale umano che lo condannò come blasfemo e sovversivo; Dio, che ha strappato Gesù Cristo dalla morte; Dio, che farà giustizia a tutti quelli che sono ingiustamente gli umiliati della storia.

"Di questi fatti siamo testimoni noi e lo Spirito Santo, che Dio ha dato a quelli che gli obbediscono" (At 5,32), dicono gli apostoli. Così infatti essi diedero testimonianza della vita, morte e resurrezione di Cristo Gesù, che conobbero mentre predicava e compiva miracoli. A noi, cari fratelli, spetta oggi seguire l’esempio degli apostoli, conoscendo il Signore ogni giorno di più e dando una testimonianza chiara e valida del suo Vangelo. Non vi è maggior tesoro che possiamo offrire ai nostri contemporanei. Così imiteremo anche san Paolo che, in mezzo a tante tribolazioni, naufragi e solitudini, proclamava esultante: "Noi […] abbiamo questo tesoro in vasi di creta, affinché appaia che questa straordinaria potenza appartiene a Dio, e non viene da noi" (2Cor 4,7).

Insieme a queste parole dell’Apostolo dei gentili, vi sono le parole stesse del Vangelo che abbiamo appena ascoltato, e che invitano a vivere secondo l’umiltà di Cristo, il quale, seguendo in tutto la volontà del Padre, è venuto per servire, "e dare la propria vita in riscatto per molti" (Mt 20, 28). Per i discepoli che vogliono seguire e imitare Cristo, servire il fratello non è più una mera opzione, ma parte essenziale del proprio essere. Un servizio che non si misura in base ai criteri mondani dell’immediato, del materiale e dell’apparente, ma perché rende presente l’amore di Dio per tutti gli uomini e in tutte le loro dimensioni, e dà testimonianza di Lui, anche con i gesti più semplici. Nel proporre questo nuovo modo di relazionarsi nella comunità, basato sulla logica dell’amore e del servizio, Gesù si rivolge anche ai "capi dei popoli", perché dove non vi è impegno per gli altri sorgono forme di prepotenza e sfruttamento che non lasciano spazio a un’autentica promozione umana integrale. E vorrei che questo messaggio giungesse soprattutto ai giovani: proprio a voi, questo contenuto essenziale del Vangelo indica la via perché, rinunciando a un modo di pensare egoistico, di breve portata, come tante volte vi si propone, e assumendo quello di Gesù, possiate realizzarvi pienamente ed essere seme di speranza.

Questo è ciò che ci ricorda anche la celebrazione di questo Anno Santo Compostelano. E questo è quello che nel segreto del cuore, sapendolo esplicitamente o sentendolo senza saperlo esprimere a parole, vivono tanti pellegrini che camminano fino a Santiago di Compostela per abbracciare l’Apostolo. La stanchezza dell’andare, la varietà dei paesaggi, l’incontro con persone di altra nazionalità, li aprono a ciò che di più profondo e comune ci unisce agli uomini: esseri in ricerca, esseri che hanno bisogno di verità e di bellezza, di un’esperienza di grazia, di carità e di pace, di perdono e di redenzione. E nel più nascosto di tutti questi uomini risuona la presenza di Dio e l’azione dello Spirito Santo. Sì, ogni uomo che fa silenzio dentro di sé e prende le distanze dalle brame, desideri e faccende immediati, l’uomo che prega, Dio lo illumina affinché lo incontri e riconosca Cristo. Chi compie il pellegrinaggio a Santiago, in fondo, lo fa per incontrarsi soprattutto con Dio, che, riflesso nella maestà di Cristo, lo accoglie e benedice nell’arrivare al Portico della Gloria.

Da qui, come messaggero del Vangelo che Pietro e Giacomo firmarono con il proprio sangue, desidero volgere lo sguardo all’Europa che andò in pellegrinaggio a Compostela. Quali sono le sue grandi necessità, timori e speranze? Qual è il contributo specifico e fondamentale della Chiesa a questa Europa, che ha percorso nell’ultimo mezzo secolo un cammino verso nuove configurazioni e progetti? Il suo apporto è centrato in una realtà così semplice e decisiva come questa: che Dio esiste e che è Lui che ci ha dato la vita. Solo Lui è assoluto, amore fedele e immutabile, meta infinita che traspare dietro tutti i beni, verità e bellezze meravigliose di questo mondo; meravigliose ma insufficienti per il cuore dell’uomo. Lo comprese bene santa Teresa di Gesù quando scrisse: "Solo Dio basta".

È una tragedia che in Europa, soprattutto nel XIX secolo, si affermasse e diffondesse la convinzione che Dio è l’antagonista dell’uomo e il nemico della sua liberà. Con questo si voleva mettere in ombra la vera fede biblica in Dio, che mandò nel mondo suo Figlio Gesù Cristo perché nessuno muoia, ma tutti abbiano la vita eterna (cfr Gv 3,16).

L’autore sacro afferma perentorio davanti a un paganesimo per il quale Dio è invidioso dell’uomo o lo disprezza: come Dio avrebbe creato tutte le cose se non le avesse amate, Lui che nella sua infinita pienezza non ha bisogno di nulla? (cfr Sap 11,24-26). Come si sarebbe rivelato agli uomini se non avesse voluto proteggerli? Dio è l’origine del nostro essere e il fondamento e culmine della nostra libertà, non il suo oppositore. Come l’uomo mortale si può fondare su se stesso e come l’uomo peccatore si può riconciliare con se stesso? Come è possibile che si sia fatto pubblico silenzio sulla realtà prima ed essenziale della vita umana? Come ciò che è più determinante in essa può essere rinchiuso nella mera intimità o relegato nella penombra? Noi uomini non possiamo vivere nelle tenebre, senza vedere la luce del sole. E, allora, com’è possibile che si neghi a Dio, sole delle intelligenze, forza delle volontà e calamita dei nostri cuori, il diritto di proporre questa luce che dissipa ogni tenebra? Perciò, è necessario che Dio torni a risuonare gioiosamente sotto i cieli dell’Europa; che questa parola santa non si pronunci mai invano; che non venga stravolta facendola servire a fini che non le sono propri. Occorre che venga proferita santamente. È necessario che la percepiamo così nella vita di ogni giorno, nel silenzio del lavoro, nell’amore fraterno e nelle difficoltà che gli anni portano con sé.

L’Europa deve aprirsi a Dio, uscire all’incontro con Lui senza paura, lavorare con la sua grazia per quella dignità dell’uomo che avevano scoperto le migliori tradizioni: oltre a quella biblica, fondamentale a tale riguardo, quelle dell’epoca classica, medievale e moderna, dalle quali nacquero le grandi creazioni filosofiche e letterarie, culturali e sociali dell’Europa.

Questo Dio e questo uomo sono quelli che si sono manifestati concretamente e storicamente in Cristo. Cristo che possiamo trovare nei cammini che conducono a Compostela, dato che in essi vi è una croce che accoglie e orienta ai crocicchi. Questa croce, segno supremo dell’amore portato fino all’estremo, e perciò dono e perdono allo stesso tempo, dev’essere la nostra stella polare nella notte del tempo. Croce e amore, croce e luce sono stati sinonimi nella nostra storia, perché Cristo si lasciò inchiodare in essa per darci la suprema testimonianza del suo amore, per invitarci al perdono e alla riconciliazione, per insegnarci a vincere il male con il bene. Non smettete di imparare le lezioni di questo Cristo dei crocicchi dei cammini e della vita, in lui ci viene incontro Dio come amico, padre e guida. O Croce benedetta, brilla sempre nelle terre dell’Europa!

Lasciate che proclami da qui la gloria dell’uomo, che avverta delle minacce alla sua dignità per la privazione dei suoi valori e ricchezze originari, l’emarginazione o la morte inflitte ai più deboli e poveri. Non si può dar culto a Dio senza proteggere l’uomo suo figlio e non si serve l’uomo senza chiedersi chi è suo Padre e rispondere alla domanda su di lui. L’Europa della scienza e delle tecnologie, l’Europa della civilizzazione e della cultura, deve essere allo stesso tempo l’Europa aperta alla trascendenza e alla fraternità con altri continenti, al Dio vivo e vero a partire dall’uomo vivo e vero. Questo è ciò che la Chiesa desidera apportare all’Europa: avere cura di Dio e avere cura dell’uomo, a partire dalla comprensione che di entrambi ci viene offerta in Gesù Cristo.

Cari amici, eleviamo uno sguardo di speranza a tutto ciò che Dio ci ha promesso e ci offre. Che Egli ci doni la sua forza, rinvigorisca quest’Arcidiocesi compostelana, vivifichi la fede dei suoi figli e li aiuti a mantenersi fedeli alla loro vocazione di seminare e dare vigore al Vangelo, anche in altre terre.

In gallego:

Che san Giacomo, l’amico del Signore, ottenga abbondanti benedizioni per la Galizia, per le altre genti della Spagna, dell’Europa e di tanti altri luoghi al di là dei mari, dove l’Apostolo è segno di identità cristiana e promotore dell’annuncio di Cristo. Amen!

[01541-01.01] [Testo originale: Plurilingue]

  TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

In Galician:

My Dear Brothers and Sisters in Jesus Christ,
I give thanks to God for the gift of being here in this splendid square filled with artistic, cultural and spiritual significance. During this Holy Year, I come among you as a pilgrim among pilgrims, in the company of all those who come here thirsting for faith in the Risen Christ, a faith proclaimed and transmitted with fidelity by the apostles, among whom was James the Great, who has been venerated at Compostela from time immemorial.

In Spanish:

I extend my gratitude to the Most Reverend Julián Barrio Barrio, Archbishop of this local church, for his words of welcome, to their Royal Highnesses the Prince and Princess of Asturias for the kind presence, and likewise to the Cardinals and to my many Brother Bishops and priests here today. My greeting also goes to members of the Camino de Santiago group of the European Parliament, as well as to the national, regional and local authorities who are attending this celebration. This is eloquent of respect for the Successor of Peter and also of the profound emotion that Saint James of Compostela awakens in Galicia and in the other peoples of Spain, which recognizes the Apostle as its patron and protector. I also extend warm greetings to the consecrated persons, seminarians and lay faithful who take part in this Eucharistic celebration, and in a very special way I greet the pilgrims who carry on the genuine spirit of Saint James, without which little or nothing can be understood of what takes place here.

With admirable simplicity, the first reading states: "The apostles gave witness to the resurrection of the Lord with great power" (Acts 4:33). Indeed, at the beginning of all that Christianity has been and still is, we are confronted not with a human deed or project, but with God, who declares Jesus to be just and holy in the face of the sentence of a human tribunal that condemned him as a blasphemer and a subversive; God who rescued Jesus from death; God who will do justice to all who have been unjustly treated in history.

The apostles proclaim: "We are witnesses to these things and so is the Holy Spirit whom God gives to those who are obedient to him" (Acts 5:32). Thus they gave witness to the life, death and resurrection of Christ Jesus, whom they knew as he preached and worked miracles. Brothers and sisters, today we are called to follow the example of the apostles, coming to know the Lord better day by day and bearing clear and valiant witness to his Gospel. We have no greater treasure to offer to our contemporaries. In this way, we will imitate Saint Paul who, in the midst of so many tribulations, setbacks and solitude, joyfully exclaimed: "We have this treasure in earthenware vessels, to show that such transcendent power does not come from us" (2 Cor 4:7).

Beside these words of the Apostle of the Gentiles stand those of the Gospel that we have just heard; they invite us to draw life from the humility of Christ who, following in every way the will of his Father, came to serve, "to give his life in ransom for many" (Mt 20:28). For those disciples who seek to follow and imitate Christ, service of neighbour is no mere option but an essential part of their being. It is a service that is not measured by worldly standards of what is immediate, material or apparent, but one that makes present the love of God to all in every way and bears witness to him even in the simplest of actions. Proposing this new way of dealing with one another within the community, based on the logic of love and service, Jesus also addresses "the rulers of the nations" since, where self-giving to others is lacking, there arise forms of arrogance and exploitation that leave no room for an authentic integral human promotion. I would like this message to reach all young people: this core content of the Gospel shows you in particular the path by which, in renouncing a selfish and short-sighted way of thinking so common today, and taking on instead Jesus’ own way of thinking, you may attain fulfilment and become a seed of hope.

The celebration of this Holy Year of Compostela also brings this to mind. This is what, in the secret of their heart, knowing it explicitly or sensing it without being able to express it, so many pilgrims experience as they walk the way to Santiago de Compostela to embrace the Apostle. The fatigue of the journey, the variety of landscapes, their encounter with peoples of other nationalities - all of this opens their heart to what is the deepest and most common bond that unites us as human beings: we are in quest, we need truth and beauty, we need an experience of grace, charity, peace, forgiveness and redemption. And in the depth of each of us there resounds the presence of God and the working of the Holy Spirit. Yes, to everyone who seeks inner silence, who keeps passions, desires and immediate occupations at a distance, to the one who prays, God grants the light to find him and to acknowledge Christ. Deep down, all those who come on pilgrimage to Santiago do so in order to encounter God who, reflected in the majesty of Christ, welcomes and blesses them as they reach the Pórtico de la Gloria.

From this place, as a messenger of the Gospel sealed by the blood of Peter and James, I raise my eyes to the Europe that came in pilgrimage to Compostela. What are its great needs, fears and hopes? What is the specific and fundamental contribution of the Church to that Europe which for half a century has been moving towards new forms and projects? Her contribution is centred on a simple and decisive reality: God exists and he has given us life. He alone is absolute, faithful and unfailing love, that infinite goal that is glimpsed behind the good, the true and the beautiful things of this world, admirable indeed, but insufficient for the human heart. Saint Teresa of Jesus understood this when she wrote: "God alone suffices".

Tragically, above all in nineteenth century Europe, the conviction grew that God is somehow man’s antagonist and an enemy of his freedom. As a result, there was an attempt to obscure the true biblical faith in the God who sent into the world his Son Jesus Christ, so that no one should perish but that all might have eternal life (cf. Jn 3:16).

The author of the Book of Wisdom, faced with a paganism in which God envied or despised humans, puts it clearly: how could God have created all things if he did not love them, he who in his infinite fullness, has need of nothing (cf. Wis 11:24-26)? Why would he have revealed himself to human beings if he did not wish to take care of them? God is the origin of our being and the foundation and apex of our freedom, not its opponent. How can mortal man build a firm foundation and how can the sinner be reconciled with himself? How can it be that there is public silence with regard to the first and essential reality of human life? How can what is most decisive in life be confined to the purely private sphere or banished to the shadows? We cannot live in darkness, without seeing the light of the sun. How is it then that God, who is the light of every mind, the power of every will and the magnet of every heart, be denied the right to propose the light that dissipates all darkness? This is why we need to hear God once again under the skies of Europe; may this holy word not be spoken in vain, and may it not be put at the service of purposes other than its own. It needs to be spoken in a holy way. And we must hear it in this way in ordinary life, in the silence of work, in brotherly love and in the difficulties that years bring on.

Europe must open itself to God, must come to meet him without fear, and work with his grace for that human dignity which was discerned by her best traditions: not only the biblical, at the basis of this order, but also the classical, the medieval and the modern, the matrix from which the great philosophical, literary, cultural and social masterpieces of Europe were born.

This God and this man were concretely and historically manifested in Christ. It is this Christ whom we can find all along the way to Compostela for, at every juncture, there is a cross which welcomes and points the way. The cross, which is the supreme sign of love brought to its extreme and hence both gift and pardon, must be our guiding star in the night of time. The cross and love, the cross and light have been synonymous in our history because Christ allowed himself to hang there in order to give us the supreme witness of his love, to invite us to forgiveness and reconciliation, to teach us how to overcome evil with good. So do not fail to learn the lessons of that Christ whom we encounter at the crossroads of our journey and our whole life, in whom God comes forth to meet us as our friend, father and guide. Blessed Cross, shine always upon the lands of Europe!

Allow me here to point out the glory of man, and to indicate the threats to his dignity resulting from the privation of his essential values and richness, and the marginalization and death visited upon the weakest and the poorest. One cannot worship God without taking care of his sons and daughters; and man cannot be served without asking who his Father is and answering the question about him. The Europe of science and technology, the Europe of civilization and culture, must be at the same time a Europe open to transcendence and fraternity with other continents, and open to the living and true God, starting with the living and true man. This is what the Church wishes to contribute to Europe: to be watchful for God and for man, based on the understanding of both which is offered to us in Jesus Christ.

Dear friends, let us raise our eyes in hope to all that God has promised and offers us. May he give us his strength; may he reinvigorate the Archdiocese of Santiago de Compostela; may he renew the faith of his sons and daughters and assist them in fidelity to their vocation to sow and strengthen the Gospel, at home and abroad.

In Galician:

May Saint James, the companion of the Lord, obtain abundant blessings for Galicia and the other peoples of Spain, elsewhere in Europe and overseas, wherever the Apostle is a sign of Christian identity and a promoter of the proclamation of Christ. Amen!

[01541-02.01] [Original text: Plurilingual]

  TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE

En galicien:

Chers frères et sœurs en Jésus-Christ,
Je rends grâce à Dieu pour le don qu’il me fait d’être ici, sur cette splendide place, haut-lieu de l’art, de la culture et riche de signification spirituelle. En cette Année Sainte, je viens en pèlerin parmi les pèlerins, accompagnant tous ceux qui viennent ici assoiffés de la foi dans le Christ ressuscité. Foi annoncée et transmise fidèlement par les Apôtres, comme saint Jacques le Majeur, qui est vénéré à Compostelle depuis des temps immémoriaux.

En espagnol:

Je suis reconnaissant pour les aimables paroles de bienvenue de Monseigneur Julien Barrio Barrio, Archevêque de cette église locale et pour la présence courtoise de Leurs Altesses Royales le Prince et la Princesse des Asturies, de Messieurs les Cardinaux, ainsi que des nombreux Frères dans l’épiscopat et dans le sacerdoce. Mon salut cordial rejoint également les Parlementaires européens, membres de l’intergroupe ‘Camino de Santiago’, et aussi les Autorités nationales, régionales et locales qui ont voulu être présentes à cette célébration. C’est là une marque de déférence envers le Successeur de Pierre et aussi un signe du profond sentiment que Saint-Jacques-de-Compostelle éveille en Galice et en d’autres lieux de l’Espagne, qui reconnaît l’Apôtre comme son Patron et Protecteur. J’adresse un chaleureux salut aussi aux personnes consacrées, aux séminaristes et aux fidèles qui participent à cette Eucharistie et, avec une émotion particulière, aux pèlerins, artisans de l’authentique esprit jacquin sans lequel on ne comprendrait pas grand-chose ou rien de ce qui se déroule en ce lieu.

Une phrase de la première lecture affirme avec une admirable simplicité : «  Avec beaucoup de puissance, les apôtres rendaient témoignage à la résurrection du Seigneur Jésus » (Ac 4, 33). En effet, au point de départ de tout ce que le christianisme a été et continue d’être ne se trouve pas une initiative ou un projet humain, mais Dieu, qui déclare Jésus juste et saint devant la sentence du tribunal humain qui le condamne comme blasphémateur et subversif ; Dieu, qui a arraché Jésus Christ à la mort ; Dieu qui fera justice à tous ceux qui sont injustement les humiliés de l’histoire.

« Nous sommes témoins de ces choses, nous et l’Esprit Saint que Dieu a donné à ceux qui lui obéissent » (Ac 5, 32), disent les apôtres. Ainsi, ils donneront eux-mêmes le témoignage de la vie, de la mort et de la résurrection du Christ Jésus qu’ils connurent pendant qu’il prêchait et accomplissait des miracles. A nous, chers frères et sœurs, il incombe aujourd’hui de suivre l’exemple des apôtres, en connaissant le Seigneur chaque jour davantage et en donnant un témoignage clair et courageux de l’Evangile. Il n’y a pas de plus grand trésor que nous puissions offrir à nos contemporains. Ainsi nous imiterons aussi saint Paul qui, au milieu de tant de tribulations, dans les naufrages et les moments de solitude proclamait en exultant : « Ce trésor, nous le portons en des vases d’argile, pour que cet excès de puissance soit de Dieu et ne vienne pas de nous » (2 Co 4,7).

À ces paroles de l’Apôtre des gentils, sont liées les paroles mêmes de l’Evangile que nous venons d’entendre et qui invitent à vivre selon l’humilité du Christ qui, suivant en tout la volonté du Père, est venu pour servir « et donner sa propre vie en rançon pour une multitude » (Mt 20, 28). Pour les disciples qui veulent suivre et imiter le Christ, servir leurs frères n’est pas une simple option, mais une part essentielle de leur être. Un service qui ne se mesure pas sur la base des critères du monde, de l’immédiat, du matériel et de l’apparence, mais qui rend présent l’amour de Dieu pour tous les hommes et dans toutes ses dimensions et qui Lui rend témoignage même à travers les gestes les plus simples. En proposant ce nouveau mode de relation dans la communauté, basé sur la logique de l’amour et du service, Jésus s’adresse aussi aux « chefs des peuples », parce que là où il n’y a pas un engagement pour les autres surgissent des formes de pouvoir absolu et d’exploitation qui ne laissent pas de place à une authentique promotion humaine intégrale. Et je voudrais que ce message rejoigne avant tout les jeunes : c’est précisément à eux que le contenu essentiel de l’Evangile indique la voie pour que, renonçant à un mode de pensée égoïste, à court terme, comme tant de fois cela vous est proposé, et assumant celui de Jésus, vous puissiez vous réaliser pleinement et être germe d’espérance.

Voilà ce que nous rappelle aussi la célébration de cette Année Sainte compostellane. Et c’est ce que, dans leur secret du cœur, le sachant explicitement ou le sentant sans savoir l’exprimer en paroles, vivent tant de pèlerins qui cheminent jusqu’à Saint Jacques de Compostelle pour embrasser l’Apôtre. La fatigue de la marche, la variété des paysages, la rencontre avec des personnes d’une autre nationalité les ouvrent à ce qui nous unit aux hommes  dans ce qu’il y a de plus profond et de plus commun : nous sommes des êtres en recherche, des êtres qui ont besoin de la vérité et de la beauté, qui ont besoin de faire une expérience de grâce, de charité et de paix, de pardon et de rédemption. Et au plus profond de tous, résonne la présence de Dieu et l’action de l’Esprit-Saint. Oui, la personne qui fait silence en elle-même et prend de la distance par rapport aux convoitises, aux désirs et à l’action immédiats, la personne qui prie, Dieu l’illumine pour qu’elle le rencontre et reconnaisse le Christ. Qui accomplit le pèlerinage à Santiago, au fond, le fait pour rencontrer par-dessus tout Dieu, manifesté dans la majesté du Christ, qui l’accueille et le bénit à son arrivée au Pórtico de la Gloria.

De ce lieu, en messager de l’Evangile que Pierre et Jacques signèrent de leur propre sang, je désire porter mon regard vers l’Europe qui vint en pèlerinage à Compostelle. Quelles sont ses grandes nécessités, ses craintes et ses espérances ? Quelle est la contribution spécifique et fondamentale de l’Eglise à cette Europe qui, au cours du dernier demi-siècle, a parcouru un chemin vers de nouvelles configurations et vers des projets ? Son apport est centré sur une réalité aussi simple et décisive que celle-ci : Dieu existe et c’est Lui qui nous a donné la vie. Lui seul est l’absolu, l’amour fidèle et immuable, le terme infini qui transparaît derrière tous les biens, derrière la vérité et la beauté merveilleuses de ce monde ; merveilleuses mais insuffisantes pour le cœur de l’homme. Sainte Thérèse de Jésus le comprit bien quand elle écrivit : « Dieu seul suffit ! »

Il est tragique qu’en Europe, surtout au XIX° siècle, se soit affirmée et ait été défendue la conviction que Dieu est le rival de l’homme et l’ennemi de sa liberté. On voulait ainsi mettre une ombre sur la vraie foi biblique en Dieu qui envoie son Fils Jésus dans le monde pour que personne ne meure mais que tous aient la vie éternelle (cf. Jn 3, 16).

L’auteur sacré affirme de façon péremptoire devant un paganisme pour lequel Dieu est jaloux de l’homme et le méprise : comment Dieu aurait-il créé toutes les choses s’il ne les avait pas aimées, Lui qui, dans son infinie plénitude, n’a besoin de rien ? (cf. Sg 11, 24-26). Comment se serait-il révélé aux hommes s’il n’avait pas voulu les protéger ? Dieu est à l’origine de notre être et il est le fondement et le sommet de notre liberté, et non son adversaire. Comment l’homme mortel peut-il être son propre fondement et comment l’homme pécheur peut-il se réconcilier avec lui-même ? Comment est-il possible que soit devenu public le silence sur la réalité première et essentielle de la vie humaine ? Comment se peut-il que ce qui est le plus déterminant en elle soit enfermé dans la sphère privée ou relégué dans la pénombre ? Nous les hommes nous ne pouvons vivre dans les ténèbres, sans voir la lumière du soleil. Alors, comment est-il possible que soit nié  à Dieu, soleil des intelligences, force des volontés et boussole de notre cœur, le droit de proposer cette lumière qui dissipe toute ténèbre ? Pour cela, il est nécessaire que Dieu recommence à résonner joyeusement sous le ciel de l’Europe ; que cette parole sainte ne soit jamais prononcée en vain ; qu’elle ne soit pas faussée et utilisée à des fins qui ne sont pas les siennes. Il convient qu’elle soit proclamée saintement ! Il est nécessaire que nous la percevions aussi dans la vie de chaque jour, dans le silence du travail, dans l’amour fraternel et dans les difficultés que les années apportent avec elles.

L’Europe doit s’ouvrir à Dieu, sortir sans peur à sa rencontre, travailler avec sa grâce pour la dignité de l’homme que les meilleures traditions avaient découverte : la tradition biblique – fondement de cet ordre -, et les traditions classique, médiévale et moderne desquelles naquirent les grandes créations philosophiques et littéraires, culturelles et sociales de l’Europe.

C’est ce Dieu et c’est cet homme qui se sont manifestés concrètement et historiquement dans le Christ. C’est ce Christ, que nous pouvons trouver sur le chemin qui conduit à Compostelle, par le fait que sur ce chemin, il y a une croix qui accueille et oriente aux carrefours. Cette croix, signe suprême de l’amour porté jusqu’à l’extrême, et en cela, don et pardon en même temps, doit être l’étoile qui nous guide dans la nuit du temps. La Croix et l’amour, la Croix et la lumière ont été synonymes dans notre histoire, parce que le Christ s’est laissé clouer sur elle pour nous donner le suprême témoignage de son amour, pour nous inviter au pardon et à la réconciliation, pour nous enseigner à vaincre le mal par le bien. Ne cessez pas d’apprendre les leçons de ce Christ des carrefours des chemins et de la vie, en Lui nous rencontrons Dieu comme ami, père et guide. O croix bénie, brille toujours sur les terres d’Europe !

Permettez que je proclame depuis ce lieu la gloire de l’homme, que j’avertisse des menaces envers sa dignité par la privation de ses valeurs et de ses richesse originaires, par la marginalisation ou la mort infligée aux plus faibles et aux plus pauvres ! On ne peut rendre un culte à Dieu sans protéger l’homme, son fils, et on ne sert pas l’homme sans s’interroger sur qui est son Père et sans répondre à la question sur lui. L’Europe de la science et des technologies, l’Europe de la civilisation et de la culture, doit être en même temps l’Europe ouverte à la transcendance et à la fraternité avec les autres continents, ouverte au Dieu vivant et vrai à partir de l’homme vivant et vrai. Voilà ce que l’Eglise désire apporter à l’Europe : avoir soin de Dieu et avoir soin de l’homme, à partir de la compréhension qui, de l’un et l’autre, nous est offerte en Jésus Christ.

Chers amis, nous élevons un regard d’espérance vers tout ce que Dieu nous a promis et nous offre. Qu’il nous donne sa force, qu’il stimule cet Archidiocèse de Compostelle, qu’il vivifie la foi de ses enfants et les aide à rester fidèles à leur vocation de semer et de donner vigueur à l’Evangile aussi sur d’autres terres.

En galicien:

Que saint Jacques, l’ami du Seigneur, obtienne d’abondantes bénédictions pour la Galice, pour les autres peuples de l’Espagne, de l’Europe et de tant d’autres lieux par delà les mers où l’Apôtre est signe d’identité chrétienne et promoteur de l’annonce du Christ ! Amen!

[01541-03.01] [Texte original: Plurilingue]

  TRADUZIONE IN LINGUA TEDESCA

Galizianisch:

Liebe Brüder und Schwestern in Jesus Christus!
Ich danke Gott für das Geschenk, hier sein zu dürfen, auf diesem herrlichen Platz voller Kunst, Kultur und geistlicher Bedeutung. In diesem Heiligen Jahr komme ich als Pilger unter Pilgern, gemeinsam mit vielen, die hierher kommen und nach dem Glauben an den auferstandenen Christus dürsten, nach dem Glauben, der von den Aposteln wie dem heiligen Jakobus dem Älteren, der seit unvordenklichen Zeiten in Compostela verehrt wird, treu verkündet und weitergegeben wurde.

Spanisch:

Ich danke Erzbischof Julián Barrio Barrio, dem Hirten dieser Teilkirche, für seine freundlichen Worte des Willkommens und Ihren Königlichen Hoheiten, dem Prinzenpaar von Asturien, den Kardinälen wie auch den zahlreichen Mitbrüdern im Bischofs- und Priesteramt für ihre werte Anwesenheit. Einen aufrichtigen Gruß richte ich auch an die Abgeordneten des Europaparlaments, die Mitglieder der Vereinigung „Camino de Santiago" sind, sowie an die Vertreter des öffentlichen Lebens auf nationaler, regionaler und örtlicher Ebene, die heute an dieser Feier zugegen sein wollten. All das ist Zeichen der Verehrung gegenüber dem Nachfolger Petri und auch der tiefen Empfindung, die der heilige Jakobus von Compostela in Galicien und in anderen Orten Spaniens, das diesen Apostel als seinen Patron und Beschützer bekennt, wachruft. Herzlich grüße ich ebenso die Personen des geweihten Lebens, die Seminaristen und Gläubigen, die an dieser Eucharistiefeier teilnehmen, und mit besonderer Gemütsbewegung die Pilger, die den echten „jakobischen" Geist bilden, ohne den man wenig oder nichts von dem, was hier stattfindet, verstehen würde.

Ein Satz aus der ersten Lesung sagt mit bewundernswerter Einfachheit: „Mit großer Kraft legten die Apostel Zeugnis ab von der Auferstehung Jesu, des Herrn" (Apg 4,33). In der Tat findet steht am Ausgangspunkt von all dem, was das Christentum war und weiter ist, nicht eine menschliche Initiative oder ein menschlicher Plan, sondern Gott, der Jesus gerecht und heilig erklärt gegenüber dem Urteil jenes menschlichen Gerichts, das ihn als Gotteslästerer und Umstürzler verurteilte; Gott, der Jesus Christus dem Tod entrissen hat; Gott, der allen Gerechtigkeit verschafft, die ungerechterweise die Gedemütigten der Geschichte sind.

„Zeugen dieser Ereignisse sind wir und der Heilige Geist, den Gott allen verliehen hat, die ihm gehorchen" (Apg 5,32), sagen die Apostel. So gaben sie nämlich Zeugnis vom Leben, vom Tod und von der Auferstehung Jesu Christi, den sie von der Zeit her kannten, als er predigte und Wunder wirkte. An uns liegt es heute, liebe Brüder, dem Beispiel der Apostel zu folgen, den Herrn jeden Tag mehr kennenzulernen und ein klares und gültiges Zeugnis seines Evangeliums zu geben. Es gibt keinen größeren Schatz, den wir unseren Zeitgenossen anbieten können. So ahmen wir auch den heiligen Paulus nach, der inmitten vieler Plagen froh ausrief: „Diesen Schatz tragen wir in zerbrechlichen Gefäßen; so wird deutlich, daß das Übermaß der Kraft von Gott und nicht von uns kommt" (2 Kor 4,7).

Zusammen mit diesen Worten des Völkerapostels sind da die Worte des Evangeliums selbst, das wir soeben vernommen haben, die dazu einladen, nach der Demut Christi zu leben, der in allem dem Willen des Vater gehorchte und gekommen ist, „um zu dienen und sein Leben hinzugeben als Lösegeld für viele" (Mt 20,28). Dem Bruder zu dienen ist für die Jünger, die Christus nachfolgen wollen, nicht eine bloße Option, sondern wesentlicher Teil des eigenen Seins. Es ist ein Dienst, der nicht anhand der weltlichen Kriterien des Unmittelbaren, des Materiellen und des Scheins gemessen wird. Vielmehr macht er die Liebe Gottes zu allen Menschen und in allen Aspekten gegenwärtig und gibt selbst in den einfachsten Gesten Zeugnis von Ihm. Wenn Jesus diese neue Weise der Beziehung in Gemeinschaft auf der Grundlage der Logik der Liebe und des Dienens vorschlägt, wendet er sich auch an die „Herrscher der Völker", denn wo es keinen Einsatz für die anderen gibt, entstehen Formen von Anmaßung und Ausnutzung, die einer echten ganzheitlichen Entwicklung des Menschen keinen Raum lassen. Und ich möchte, daß diese Botschaft vor allem die jungen Menschen erreicht: Gerade euch zeigt dieser wesentliche Inhalt des Evangeliums den Weg, damit ihr im Verzicht auf eine egoistische Denkweise von kurzer Reichweite, die euch oft vorgeschlagen wird, und in der Annahme der Denkweise Jesu euch voll verwirklichen und Samen der Hoffnung sein könnt.

Daran erinnert uns auch die Feier dieses Heiligen Jahres von Compostela. Das ist es, was viele Pilger, die nach Santiago de Compostela gehen, um den Apostel zu umarmen, im Innersten ihres Herzens erleben – deutlich bewußt oder in einem Spüren, ohne es in Worte fassen zu können. Die Beschwerlichkeit des Gehens, der Abwechslungsreichtum der Landschaft, die Begegnung mit Personen anderer Nationalität machen sie offen für das, was uns zutiefst und gemeinsam mit den Menschen verbindet: Wir sind Wesen, die auf der Suche sind, Wesen, die der Wahrheit und Schönheit bedürfen, der Erfahrung von Gnade, Liebe und Frieden, Vergebung und Erlösung. Und ganz tief verborgen in all diesen Menschen hallen Gottes Gegenwart und das Wirken des Heiligen Geistes wider. Ja, jeder Mensch, der in seinem Inneren still wird und sich von seinen Leidenschaften, Wünschen und unmittelbaren Tätigkeiten löst, der Mensch, der betet, den erleuchtet Gott, damit er ihm begegne und Christus erkenne. Wer nach Santiago pilgert, tut das im Grunde, um vor allem Gott zu begegnen, der im Abbild der Majestät Christi ihn bei seiner Ankunft am Portikus der Glorie empfängt und segnet.

Von hier aus möchte ich als Botschafter des Evangeliums, das Petrus und Jakobus mit ihrem Blut bekräftigten, einen Blick auf Europa werfen, das nach Compostela pilgerte. Welche sind die großen Bedürfnisse, Ängste und Hoffnungen Europas? Was ist der besondere und grundlegende Beitrag der Kirche für dieses Europa, das in den letzten fünfzig Jahren einen Weg hin zu neuen Gestaltungsformen und Entwürfen zurückgelegt hat? Ihr Beitrag geht um eine Wirklichkeit so einfach und entscheidend wie diese: Gott existiert, und er hat uns das Leben gegeben. Er allein ist absolut, er ist treue und unvergängliche Liebe, unendliches Ziel, das hinter allem Guten, hinter aller wunderbaren Wahrheit und Schönheit dieser Welt durchscheint – alles wunderbar, aber für das Herz des Menschen nicht genug. Dies hat die heilige Teresa von Jesus gut erfaßt, als sie schrieb: „Gott allein genügt."

Es ist eine Tragödie, daß sich in Europa, besonders im 19. Jahrhundert, die Überzeugung durchsetzte und verbreitete, daß Gott der Gegenspieler des Menschen und der Feind seiner Freiheit sei. Damit wollte man den wahren biblischen Glauben an Gott verdunkeln, der seinen Sohn Jesus Christus in die Welt gesandt hat, damit keiner zugrunde gehe, sondern alle das ewige Leben haben (vgl. Joh 3,16).

Gegenüber einem Heidentum, dem zufolge Gott den Menschen beneidet und verachtet, bekräftigt der Verfasser des Buches der Weisheit entschieden: Weshalb hätte Gott alles erschaffen, wenn er es nicht geliebt hätte, Er, der in seiner unbegrenzten Fülle keiner Sache bedarf? (vgl. Weish 11,24-26). Weshalb hätte er sich den Menschen offenbart, wenn er sie nicht hätte beschützen wollen? Gott ist der Ursprung unseres Seins und das Fundament und der Gipfel unserer Freiheit, nicht ihr Gegner. Wie kann der sterbliche Mensch sich auf sich selbst gründen, und wie kann der sündige Mensch sich mit sich selbst versöhnen? Wie ist es möglich, daß über diese erste und wesentliche Wahrheit des menschlichen Lebens in der Öffentlichkeit geschwiegen wird? Wie kann das, was im Leben am meisten maßgebend ist, in die bloße Privatsphäre verwiesen oder in den Halbschatten verbannt werden? Wir Menschen können nicht im Finstern leben, ohne das Licht der Sonne zu sehen. Und wie ist es nun möglich, daß Gott, der Sonne des Verstandes, der Kraft des Willens und dem Magnet unserer Herzen, das Recht abgesprochen wird, dieses Licht anzubieten, das jede Finsternis vertreibt? Es ist deshalb notwendig, daß der Name Gottes unter dem Himmel Europas freudig wieder erklingt; daß dieses heilige Wort nie achtlos ausgesprochen wird; daß es nie verdreht wird und für ihm fremde Zwecke verwendet wird. Es muß heilig ausgesprochen werden. Es ist erforderlich, daß wir es so im täglichen Leben, im Schweigen der Arbeit, in der brüderlichen Liebe und in den Schwierigkeiten, die die Jahre mit sich bringen, wahrnehmen.

Europa muß sich Gott öffnen, muß ohne Angst heraustreten hin zur Begegnung mit Ihm, muß mit seiner Gnade für die Würde des Menschen arbeiten, die von den besten Traditionen erschlossen worden ist: Neben der biblischen, die diesbezüglich grundlegend ist, sind dies die Traditionen der Antike, des Mittelalters und der Neuzeit, aus denen die großen philosophischen und literarischen, kulturellen und sozialen Schöpfungen Europas hervorgingen.

Dieser Gott und dieser Mensch sind es, die sich in Christus konkret und historisch kundgetan haben. Diesen Christus können wir auf den Wegen finden, die nach Compostela führen, da auf ihnen stets ein Kreuz ist, das an den Kreuzungen einen empfängt und einem die Richtung weist. Dieses Kreuz, Zeichen der höchsten Liebe, die bis zum äußersten ging, und deshalb Gabe und Vergebung zugleich, muß unser Leitstern in der Nacht der Zeit sein. Kreuz und Liebe, Kreuz und Licht sind Synonyme unserer Geschichte, weil sich Christus in dieser Geschichte annageln ließ, um uns das höchste Zeugnis seiner Liebe zu geben, um uns zu Vergebung und Versöhnung einzuladen, um uns zu lehren, das Böse durch das Gute zu besiegen. Hört nicht auf, die Lehre dieses Christus der Kreuzungen auf den Lebenswegen zu lernen. In ihm kommt uns Gott entgegen als Freund, Vater und Führer. O gesegnetes Kreuz, leuchte immerzu in den Ländern Europas!

Laßt mich von hier aus die Größe des Menschen verkünden und vor den Bedrohungen seiner Würde durch die Aberkennung seiner ursprünglichen Werte und Reichtümer, durch Ausgrenzung oder Tod, die den Schwächsten und Ärmsten zugefügt werden, warnen. Man kann Gott keine Verehrung erweisen, ohne den Menschen als sein Kind zu beschützen, und man kann dem Menschen nicht dienen, ohne zu fragen, wer sein Vater sei, und auf diese Frage Antwort zu geben. Das Europa der Wissenschaft und Technologien, das Europa der Zivilisation und Kultur muß zugleich ein Europa sein, daß offen ist für die Transzendenz wie auch für die Brüderlichkeit mit den anderen Kontinenten, offen für den lebendigen und wahren Gott vom lebendigen und wahren Menschen her. Das ist es, was die Kirche Europa bringen will: auf Gott und auf den Menschen zu achten aus dem Wissen heraus, daß uns beides in Jesus Christus dargeboten wird.

Liebe Freunde, richten wir einen hoffnungsvollen Blick auf alles, was Gott uns versprochen hat und uns anbietet. Er schenke uns seine Kraft, stärke die Erzdiözese Compostela, belebe den Glauben seiner Kinder und helfe ihnen, ihrer Berufung treu zu bleiben, das Evangelium auszusäen und ihm Nachruck zu verleihen, auch in anderen Ländern.

Galizianisch:

Der heilige Jakobus, der Freund des Herrn, erwirke reichen Segen für Galicien, für die anderen Völker Spaniens, Europas und vieler anderer Orte jenseits des Meeres, wo der Apostel Zeichen christlicher Identität und Förderer der Verkündigung Christi ist. Amen!

[01541-05.01] [Originalsprache: Mehrsprachig]

 

Al termine della Celebrazione Eucaristica, il Santo Padre saluta il Sig. Mariano Rajoy Brey, Presidente del Partito Popolare e capo dell’opposizione, con la Consorte.

Quindi si trasferisce in auto all’aeroporto internazionale Lavacolla di Santiago de Compostela da dove, preso congedo dai Principi delle Asturie, alle ore 19.15 parte a bordo di un Iberia A321 alla volta di Barcelona.

All’arrivo all’aeroporto internazionale di El Prat (Barcelona), previsto per le ore 21.00, il Papa è accolto da alcune Autorità locali. Subito dopo raggiunge in auto l’Arcivescovado di Barcelona, ove pernotta.

[B0679-XX.01]