A continuación, publicamos el mensaje que el Santo Padre Francisco ha enviado a los participantes en el curso para responsables de las celebraciones litúrgicas episcopales del Pontificio Ateneo de San Anselmo (24-28 de febrero de 2025):
Mensaje del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Saludo al Padre Abad Primado y al rector del Pontificio Instituto Litúrgico, con los profesores y estudiantes que han seguido esta segunda edición del curso para responsables de las celebraciones litúrgicas episcopales. Me alegra observar que han acogido nuevamente la invitación formulada en la Carta Apostólica Desiderio desideravi, siguiendo estudiando la liturgia, no solo desde el punto de vista teológico, sino también en el ámbito de la práctica celebrativa.
Esta dimensión toca la vida del pueblo de Dios y le revela su verdadera naturaleza espiritual (cf. Const. dogm. Lumen gentium, 9). Por lo tanto, el responsable de las celebraciones litúrgicas no es solo un docente de teología; no es un rubricista que aplica las normas; no es un sacristán que prepara lo necesario para la celebración. Es un maestro puesto al servicio de la oración de la comunidad. Mientras enseña humildemente el arte litúrgico, debe guiar a todos los que celebran, marcando el ritmo ritual y acompañando a los fieles en el acontecimiento sacramental.
Como mistagogo, predispone con sabiduría cada celebración para el bien de la asamblea; traduce en práctica celebrativa los principios teológicos expresados en los libros litúrgicos; acompaña y apoya al obispo en su papel de promotor y custodio de la vida litúrgica (Caeremoniale Episcoporum, 9). Así ayudado, el pastor puede conducir suavemente a toda la comunidad diocesana a ofrecerse al Padre, a imitación de Cristo Señor.
Queridos hermanos y hermanas, cada diócesis mira al obispo y a la catedral como modelos de celebración a imitar. Por lo tanto, los exhorto a proponer y promover un estilo litúrgico que exprese el seguimiento de Jesús, evitando boatos y adornos innecesarios o protagonismos. Los invito a desempeñar su ministerio con discreción, sin presumir de los resultados de su servicio. Y los animo a transmitir estas actitudes a los ministrantes, a los lectores y a los cantores, según las palabras del salmo 115 citadas en el Prólogo de la Regla benedictina: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria» (cf. nn. 29-30).
En cada una de sus tareas, no olviden que el cuidado de la liturgia es ante todo cuidado de la oración, es decir, del encuentro con el Señor. Al proclamar a santa Teresa de Ávila doctora de la Iglesia, san Pablo VI definió su experiencia mística como un amor que se convierte en luz y sabiduría: sabiduría de las cosas divinas y de las cosas humanas (cf. Homilía, 27 de septiembre de 1970). Esta gran maestra de la vida espiritual sea un ejemplo para ustedes: de hecho, preparar y guiar las celebraciones litúrgicas significa conjugar entre sí la sabiduría divina y la sabiduría humana. La primera se adquiere rezando, meditando, contemplando; la segunda viene del estudio, del compromiso de profundizar, de la capacidad de escuchar.
Para tener éxito en estas tareas, les aconsejo tener la mirada dirigida al pueblo, del cual el obispo es pastor y padre: esto les ayudará a comprender las necesidades de los fieles, así como las formas y modalidades para favorecer su participación en la acción litúrgica.
Dado que el culto es obra de toda la asamblea, el encuentro entre la doctrina y la pastoral no es una técnica opcional, sino un aspecto constitutivo de la liturgia, que siempre debe encarnarse, inculturarse, expresando la fe de la Iglesia. En consecuencia, las alegrías y los sufrimientos, los sueños y las preocupaciones del pueblo de Dios poseen un valor hermenéutico que no podemos ignorar (cf. Videomensaje al Congreso Internacional de Teología en la UCA, Buenos Aires, 1-3 de septiembre de 2015). Me gusta recordar, a este respecto, lo que escribió el primer rector del Pontificio Instituto Litúrgico, el abad benedictino Salvatore Marsili. Era 1964: con visión de futuro, invitaba a tomar conciencia del mensaje del Concilio Vaticano II, a la luz del cual no es posible una verdadera pastoral sin liturgia, porque la liturgia es la cumbre a la cual tiende toda la acción de la Iglesia (cfr. S. Marsili, Riforma Liturgica dall'alto, Rivista Liturgica 51 [1964] 77-78).
Al invitarlos a hacer de estas palabras la perspectiva fundamental de su ministerio, deseo que cada uno de ustedes tenga siempre en el corazón al pueblo de Dios, al que acompañan en el culto con sabiduría y amor. Y no se olviden de rezar por mí.
Desde el Policlínico Gemelli, 26 de febrero de 2025.
FRANCISCO