Audiencia a los presidentes y directores nacionales de Cáritas América Latina y el Caribe , 15.01.2025
Esta mañana, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco recibió a los presidentes y directores nacionales de Cáritas de América Latina y el Caribe.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa dirigió a los presentes en la reunión:
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos en el episcopado, estimados directores nacionales de Cáritas de Latinoamérica y el Caribe, señoras y señores:
Es para mí una enorme satisfacción recibirlos hoy aquí, en el que es el segundo curso de formación promovido por Cáritas de América Latina y el Caribe. Lo es porque supone la consolidación de procesos que se dirigen a crear esa cultura del cuidado que hemos querido llamar “salvaguardia”.
En el diccionario de la Real Academia de la Lengua se define esta palabra como “custodia, amparo, garantía”, e imagino que todos ustedes piensan esos conceptos cuando se habla de ella. Junto a esta acepción, sin embargo, aparece otra que me ha llamado poderosamente la atención: «señal que en tiempo de guerra se pone, por orden de los comandantes militares, a la entrada de los pueblos o a las puertas de las casas, para que sus soldados no les hagan daño». Como supongo que les habrá pasado también a ustedes, me han venido en seguida a la mente los textos del profeta Ezequiel (9,4) y del Apocalipsis (7,3). El Señor pide a su ángel: «marca con una T la frente de los hombres que gimen y se lamentan por todas las abominaciones que se cometen». El Señor nos pide a nosotros, sus enviados, sus ángeles en el sentido de misión, por más que no de pureza, que pongamos la señal de su bendita cruz en la frente de todos aquellos que vienen a nuestras Cáritas, gimiendo y lamentándose por tantas injusticias, incluso abominaciones, perpetradas contra ellos.
Poner “virtualmente” esta señal en cada asistido, en cada profesional, en cada ser humano que encontramos, es reconocer en él su dignidad de hermano en Cristo, de redimido por la sangre del Salvador, ver en él la llaga abierta del Redentor que nos ofrece su mano tendida para que reconozcamos el misterio de su encarnación.
Es también asumir el imperativo ineludible del Señor que nos conmina: «no toquen a mis ungidos» (Sal 105,15). En este sentido la salvaguardia es un nombre divino, es Cristo mismo escrito en la frente de cada hombre y mujer y, como en un espejo, en el corazón de cada uno de los que, en nuestra fragilidad, queremos ser portadores de su amor, en pequeños gestos de caridad y de cuidado.
Que Jesús premie todos sus esfuerzos, que el Espíritu Santo guíe sus trabajos y que la Virgen Santa los cubra con su manto, para que aprendan de ella a llevar el cuidado y la salvaguardia a todos los hombres.
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