Esta mañana, en el Aula Pablo VI, el Santo Padre Francisco se ha reunido con los empleados de la Santa Sede y de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano, con sus respectivas familias, para felicitarles la Navidad.
Publicamos a continuación las palabras de saludo que el Papa dirigió a los presentes durante la audiencia:
Saludo del Santo Padre:
Queridas hermanas, queridos hermanos, buenos días, ¡bienvenidos!
Me alegra que podamos intercambiarnos las felicitaciones navideñas. En primer lugar, expreso mi gratitud a cada uno de ustedes por el trabajo que realizan, tanto en beneficio de la Ciudad del Vaticano como de la Iglesia universal. Como cada año, vienen con sus familias, y por eso me gustaría reflexionar un momento, brevemente, con ustedes precisamente sobre estos dos valores: trabajo y familia.
Primero: el trabajo. Lo que ustedes hacen es ciertamente mucho. Pasando por las calles y los patios de la Ciudad del Vaticano, por los pasillos y las oficinas de los diversos dicasterios y en los distintos lugares de servicio, la sensación es la de estar en una gran colmena. E incluso ahora hay quienes trabajan para hacer posible este encuentro y no han podido venir: ¡démosles las gracias!
Hoy están aquí en un ambiente festivo, con la vivacidad de la celebración en sus corazones, la vivacidad de las sonrisas. En cambio, el resto del año, la vida es más ordinaria, no se trata de celebración, sino de trabajo continuo, pero siempre con una sonrisa en el corazón. Al fin y al cabo, se trata de dos caras diferentes de la misma belleza: la de quien construye con los demás y para los demás algo bueno para todos. Jesús mismo nos lo mostró: Él, el Hijo de Dios, que por amor a nosotros se hizo humildemente aprendiz de carpintero en la escuela de José (cf. Lc 2, 51-52; San Pablo VI, Homilía en Nazaret, 5 de enero de 1964). En Nazaret poca gente lo sabía, casi nadie, pero en el taller del carpintero, junto con muchas otras cosas y a través de ellas, ¡la salvación del mundo estaba siendo construida por artesanos! ¿Han pensado en esto: en que la salvación fue construida «por artesanos»? Y lo mismo, en un sentido similar, se aplica a ustedes, que, con su trabajo diario, en las escondidas Nazaret de sus tareas particulares, contribuyen a llevar a toda la humanidad a Cristo y a extender su reino por todo el mundo (cf. Concilio Ecuménico Vat. II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 34-36).
Y llegamos al segundo punto: la familia. Da alegría verlos juntos, incluso con niños: ¡qué hermosos! San Juan Pablo II dijo que, para la Iglesia, la familia es como «su cuna» (Exhortación apostólica Familiaris consortio, 22 de noviembre de 1981, 15). ¡Amen a la familia, por favor! Y es cierto: la familia, en efecto, fundada y arraigada en el Matrimonio, es el lugar donde se genera la vida - ¡y qué importante es, hoy en día, acoger la vida! -. Luego es la primera comunidad donde, desde la infancia, uno se encuentra con la fe, la Palabra de Dios y los Sacramentos, donde se aprende a cuidarse unos a otros y a crecer en el amor, a todas las edades. La fe debe transmitirse en la familia, y San Pablo le dijo a Timoteo: «Tu madre, tu abuela...» (cf. 2 Tm 1,5). La fe se transmite en la familia. Por tanto, los animo -padres, hijos, abuelos y nietos son de gran importancia-, los animo a permanecer siempre unidos, cerca unos de otros y en torno al Señor: en el respeto, en la escucha, en el cuidado mutuo.
Hay una cosa que me gustaría subrayar sobre la familia. Una pregunta que hago a los padres que tienen hijos pequeños: ¿juegan con sus hijos? ¿Juega con sus hijos? Es importante tumbarse en el suelo con el niño, con la niña, ¡jugar con los niños! Luego, otra cosa: ¿visitan a sus abuelos? ¿Los abuelos son de la familia o viven en una residencia de ancianos sin que nadie les visite? Puede que los abuelos estén en la residencia de ancianos, ¡pero vaya a visitarlos! Que los sientan siempre presente. Siempre unidos, les recomiendo, también en la oración juntos, porque sin oración no se puede seguir adelante, ni siquiera en la familia. ¡Enseñen a los niños a rezar! Y a este respecto, durante estos días, les sugiero que encuentren algún momento para reunirse en torno al Pesebre, dar gracias a Dios por sus dones, pedirle ayuda para el futuro y renovar el afecto mutuo ante el Niño Jesús.
Queridos amigos, gracias por este encuentro y por todo lo que hacen. Les deseo todo lo mejor para la Santa Navidad y para el año que está a punto de comenzar: el Año Santo de la Esperanza. ¡La esperanza también crece en la familia! Les bendigo y les encomiendo: no olviden rezar por mí. Y si alguien tiene alguna dificultad especial, por favor, que hable, que se la diga a los responsables, porque queremos resolver todas las dificultades. Y esto se hace dialogando y no gritando o callando. Hay diálogo, ¡siempre! «Señor administrador, cardenal, Papa, padre, tengo esta dificultad. ¿Puede ayudarme a resolverla?» Y trataremos de resolver las dificultades juntos.
Gracias, muchas gracias y ¡Feliz Navidad!