Esta mañana, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los seminaristas de las diócesis de Pamplona, Tudela, San Sebastián y Redemptoris Mater.
Publicamos a continuación el discurso del Papa a los presentes en la audiencia:
Discurso del Santo Padre
Señores obispos,
querida hermana —es la única—,
queridos hermanos:
Buen día, los acojo con gusto a ustedes seminaristas de Pamplona y San Sebastián. Vuestro arzobispo tenía mucha ilusión por esta audiencia y me decía que ustedes apelaban al cariño que yo tengo por las cárceles, de tal manera que les concediera también esta audiencia. El seminario no es una cárcel, es un lugar donde aprender que un sacerdote es un hombre, un ser humano que quiere redimir , como vuestro arzobispo mercedario, un redentor de cautivos; porque un sacerdote no puede ser otra cosa que una imagen viva de Jesús, el Redentor con mayúsculas.
Eso significa muchas cosas, pero una muy precisa es que debemos descender a las cárceles; a las cárceles gubernativas, ciertamente, a ofrecer a quienes están en ellas el aceite del consuelo y el vino de la esperanza, pero también a todas aquellas prisiones que encarcelan a hombres y mujeres de nuestra sociedad: las prisiones ideológicas, las morales, las que crean la explotación, el desaliento, la ignorancia y el olvido de Dios.
Vuelvo sobre las cárceles; por favor vayan a las cárceles, vayan, comprométanse. Desde que soy obispo, el jueves santo, el lavatorio de los pies lo hago en una cárcel. Ellos son los que más necesitan que les lavemos los pies, como diciéndoles: “mirá, yo te lavo los pies porque yo soy peor que vos, pero yo tuve la suerte de que no me agarraron”.
Recuerdo que, en un lavatorio de los pies —era de mujeres la cárcel esa—, lavaba los pies de una mujer y cuando iba a pasar a la otra, me agarró la mano, se me acercó al oído y me dijo “padre, yo mate a mi hijo”: Los dramas internos en la conciencia de los que viven en una cárcel. Cuando sean curas, vayan a las cárceles, es una prioridad. Y todos nosotros podemos decir eso que yo siento: ¿Por qué ellos y no yo?
Ustedes van a recibir la unción sacerdotal y es para liberar cautivos, a cuantos están encadenados, sin darse cuenta (cf. Lc 4,18). Encadenados por tantas cosas: por la cultura, por la sociedad, por los vicios, por los pecados escondidos.
Bueno, ustedes van a tener este escrito. Yo se lo dejo al obispo, para que se lo haga conocer. Así, no pierdo el tiempo en algo que en un rato ya no van a escuchar. Mejor vayan haciendo preguntas.
Segunda parte del discurso entregada al Arzobispo.
En el capítulo cuarto de su Evangelio, san Lucas hace una buena meditación para la preparación de los futuros sacerdotes, que les propongo: nos habla de docilidad al Espíritu, de hacer desierto para encontrar a Dios, vaciándonos de tantas cosas que llevamos como lastres. Nos anima a no tener miedo a enfrentarnos con la tentación de un ministerio idolátrico donde estemos en el centro, buscando el poder material o el aplauso.
Continua el capítulo diciendo que Jesús fue a Nazaret, su tierra, consciente de que a los ojos del mundo no era más que el hijo de José, uno como nosotros. No olviden nunca estas raíces, no se olviden que son hijos del Pueblo. También nos enseña este texto de Lucas que en nuestro apostolado no podemos hacer distinción de personas por más que sean extranjeros o incluso enemigos, porque para Dios todos somos sus hijos. Cuando miremos al hermano reconozcamos en él su disposición a recibir la gracia que el Señor le ofrece.
En otro pasaje el Señor se duele indignado de la dureza del corazón de sus contemporáneos que no entienden la solicitud de Jesús por liberar a una mujer atada por un mal espíritu durante muchos años (cf. Lc 13,16). Ustedes, por el contrario, estén siempre listos para bendecir, para liberar, y cuando sientan paralizadas las manos que Él ungió, extiéndanlas con confianza como el tullido del Evangelio de Marcos (cf. 3,5). Es lo que Jesús hizo en la Cruz, grabando nuestra llaga en su Corazón y en su brazo, destruyendo con su amor nuestra muerte y cruzando con su Pasión el abismo que nos separaba de Dios (cf. Cant 8,6).
Sean así valientes, desprendidos e incansables para llevar la misericordia divina que el Señor tan generosamente ha derramado en ustedes al elegirlos para este ministerio. Que Él los bendiga y la Virgen Santa los cuide.