Esta mañana, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia a los participantes en el G7 Inclusión y Discapacidad y les dirigió el discurso que publicamos a continuación:
Discurso del Santo Padre
Señoras y Señores Ministros
Señoras y Señores Delegados,
Disculpen la hora, pero esta mañana había muchas cosas que hacer. Los saludo con gratitud y estima por su compromiso con la promoción de la dignidad y los derechos de las personas con discapacidad. Una vez, hablando de personas con discapacidad, alguien me dijo: “¡Pero ten cuidado, porque todos tenemos una discapacidad!”.
Todos nosotros. Es cierto. Esta reunión, con ocasión del G7, es un signo concreto de la voluntad de construir un mundo más justo, un mundo más inclusivo, donde cada persona, con sus capacidades, pueda vivir plenamente y contribuir al crecimiento de la sociedad. En lugar de hablar de “discapacidades”, hablemos de capacidades diferentes. Pero todo el mundo tiene capacidades. Recuerdo por ejemplo un grupo que vino aquí, de una empresa, un restaurante; tanto los cocineros como los que servían el comedor, todos eran chicos y chicas con discapacidades. Y sin embargo todos lo hicieron muy bien. Muy bien. Doy las gracias a la ministra italiana de discapacidades, la honorable Alessandra Locatelli que está presente hoy por promover esta importante iniciativa. Gracias.
Ayer ustedes firmaron “La Carta de Solfagnano”, fruto de su trabajo sobre temas fundamentales como la inclusión, la accesibilidad, la vida independiente y el empoderamiento de las personas. Estos temas coinciden con la visión de la Iglesia sobre la dignidad humana. En efecto, cada persona es parte integrante de la familia universal y nadie debe ser víctima de la cultura del descarte, nadie. Esta cultura genera prejuicios y causa daños a la sociedad.
En primer lugar, la inclusión de las personas con discapacidad debe ser reconocida como una prioridad por todos los países. No me gusta tanto esta palabra: 'discapacidad'. Me gusta más la otra: 'capacidades diferentes'. Lamentablemente, en algunas naciones sigue habiendo dificultades para reconocer la igual dignidad de estas personas (cf. Carta Encíclica Fratelli tutti, 98). Hacer que el mundo sea inclusivo significa no sólo adaptar las estructuras, sino cambiar la mentalidad, para que las personas con discapacidad sean consideradas a todos los efectos participantes en la vida social. No hay verdadero desarrollo humano sin la contribución de los más vulnerables. En este sentido, la accesibilidad universal se convierte en un gran objetivo a perseguir, de forma que se eliminen todas las barreras físicas, sociales, culturales y religiosas, permitiendo a todos aprovechar sus talentos y contribuir al bien común. Y esto en todas las etapas de la existencia, desde la infancia hasta la vejez. Me duele cuando la gente vive con esa cultura de descarte de los viejos. Los ancianos son sabiduría y se les descarta como si fueran zapatos feos.
Garantizar servicios adecuados a las personas con discapacidad no es sólo una cuestión de asistencia - esa política de asistencialismo: no, no es eso - sino de justicia y respeto a su dignidad. Todos los países, por tanto, tienen el deber de garantizar las condiciones para que cada persona pueda desarrollarse integralmente, en comunidades inclusivas (cf. Fratelli tutti, 107).
Por ello, es importante trabajar juntos para que las personas con discapacidad puedan elegir su propio camino en la vida, liberándolas de las cadenas de los prejuicios. La persona humana -recordémoslo- nunca debe ser un medio, ¡siempre un fin! Esto significa, por ejemplo, aprovechar al máximo las capacidades de cada persona, ofreciéndole oportunidades de un trabajo digno. Una forma grave de discriminación es excluir a alguien de la posibilidad de trabajar (cf. Fratelli tutti, 162). El trabajo es dignidad, es la unción de la dignidad. Si se excluye la posibilidad, se les quita eso. Lo mismo puede decirse de la participación en la vida cultural y deportiva: es una ofensa a la dignidad humana.
Las nuevas tecnologías también pueden ser poderosas herramientas de inclusión y participación, si se hacen accesibles a todos. Deben orientarse hacia el bien común, al servicio de una cultura del encuentro y la solidaridad. La tecnología debe utilizarse con sabiduría, para que no cree más desigualdades, sino que se convierta en un medio para acabar con ellas.
Por último, el tema de la inclusión debe tener en cuenta las urgencias de nuestra casa común. No podemos ignorar las emergencias humanitarias relacionadas con las crisis climáticas y los conflictos que afectan de manera desproporcionada a las personas más vulnerables, incluidas las personas con discapacidad (cf. Carta Encíclica Laudato si', 25). Es nuestro deber garantizar que las personas con discapacidad no se queden atrás en estas situaciones, que estén protegidas, que reciban la asistencia adecuada. Debemos construir un sistema de prevención y respuesta de emergencia que tenga en cuenta sus necesidades específicas y garantice que nadie quede excluido de la protección y la asistencia.
Señoras y señores, considero su trabajo como un signo de esperanza, para un mundo que con demasiada frecuencia olvida a las personas con discapacidad o que desgraciadamente las despide antes de nacer: ven la radiografía y ... al remitente. Los animo a seguir por este camino, inspirados por la fe y la convicción de que cada persona es un don; cada persona es un don precioso para la sociedad. San Francisco de Asís, testigo de un amor sin límites por los más frágiles, nos recuerda que la verdadera riqueza se encuentra en el encuentro con los demás - esa cultura del encuentro que hay que desarrollar -, especialmente con aquellos a los que una falsa cultura del bienestar tiende a descartar. Entre las víctimas del descarte están los abuelos, los ancianos, en la residencia de ancianos. Es algo muy malo. Hay una historia muy bonita. Cuenta que el abuelo solía vivir con la familia. Pero el abuelo se hizo viejo y en la mesa comía, se ensuciaba... Un día papá mandó hacer una mesa en la cocina y dijo: “El abuelo comerá en la cocina, así podremos invitar a gente”. Pasa el tiempo y un día papá llega a casa del trabajo y encuentra a su hijo de cinco años jugando con las mesas. [Le dice]: “¿Qué estás haciendo?” – “Estoy haciendo una mesita” – “¿Una mesita? ¿Por qué?” – “Para ti, papá. Cuando seas viejo”. Lo que hacemos con los ancianos, nuestros hijos lo harán con nosotros. No lo olvidemos. Juntos, podemos construir un mundo en el que la dignidad de cada persona sea plenamente reconocida y respetada.
Que Dios los bendiga y los acompañe siempre, a todos ustedes. Muchas gracias.