El Santo Padre Francisco se asomó hoy a las 12 horas a la ventana de su estudio del Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los aproximadamente doce mil fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
Estas han sido las palabras del Papa en la oración mariana:
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
Hoy el Evangelio de la liturgia (Jn 6,41-51) nos habla de la reacción de los Judíos ante la afirmación de Jesús, que dice: «He bajado del cielo» (Jn 6,38). Se escandalizan.
Estos murmuran entre ellos: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?» (Jn 6,42). Y así murmuran. Prestemos atención a lo que dicen. Están convencidos de que Jesús no puede venir del cielo, porque es hijo de un carpintero y porque su madre y sus parientes son gente común, personas conocidas, normales, como tantos otros. ¿Cómo podría Dios manifestarse de manera tan ordinaria?, dicen. Están bloqueados en su fe por su idea preconcebida sobre sus orígenes humildes y también bloqueados por la presunción, por tanto, de que no tienen nada que aprender de Él. Las ideas preconcebidas y la presunción, ¡cuánto daño nos hacen! Impiden un diálogo sincero, un acercamiento entre hermanos: ¡cuidado con las ideas preconcebidas y la presunción! Tienen sus esquemas rígidos y no hay lugar en sus corazones para lo que no encaja en ellos, para lo que no pueden catalogar y archivar en las estanterías polvorientas de sus certezas. Y esto es cierto: muchas veces nuestras certezas están cerradas, polvorientas, como los libros viejos.
Y, sin embargo, son personas que cumplen la ley, dan limosnas, respetan los ayunos y los tiempos de la oración. Además, Cristo ya ha realizado varios milagros (cf. Jn 2,1-11; 4,43-54; 5,1-9; 6,1-25). ¿Cómo es que esto no les ayuda a reconocer en Él al Mesías? ¿Por qué no les ayuda? Porque realizan sus prácticas religiosas no tanto para escuchar al Señor, sino más bien para encontrar en estas una confirmación a lo que ellos piensan. Están cerrados a la Palabra del Señor y buscan una confirmación a sus propios pensamientos. Lo demuestra el hecho de que no se preocupan siquiera de pedir a Jesús una explicación: se limitan a murmurar entre ellos contra Él (cf. Jn 6,41), como para tranquilizarse mutuamente sobre lo que están convencidos, y se cierran, están cerrados como en una fortaleza impenetrable. Y así no son capaces de creer. La cerrazón del corazón, ¡cuánto daño hace, cuánto daño hace!
Prestemos atención a todo esto, porque a veces nos puede suceder lo mismo también a nosotros, en nuestra vida y en nuestra oración: es decir, puede suceder que en lugar de escuchar realmente lo que el Señor tiene que decirnos, busquemos en Él y en los demás solo una confirmación de lo que pensamos nosotros, una confirmación de nuestras convenciones, de nuestros juicios, que son prejuicios. Pero este modo de dirigirnos a Dios no nos ayuda a encontrar a Dios, a encontrarlo de verdad, ni a abrirnos al don de su luz y de su gracia, para crecer en el bien, para hacer su voluntad y para superar los cierres y las dificultades. Hermanos y hermanas, la fe y la oración cuando son verdaderas abren la mente y el corazón, no los cierran. Cuando encuentras a una persona que, en la mente, en la oración está cerrada, esa fe y esa oración no son verdaderas.
Preguntémonos, entonces: ¿En mi vida de fe soy capaz de callar realmente en mi interior y de escuchar a Dios? ¿Estoy dispuesto a acoger su voz más allá de mis esquemas y venciendo también, con su ayuda, mis miedos?
Que María nos ayude a escuchar con fe la voz del Señor y a cumplir con valentía su voluntad.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Hemos recordado estos días el aniversario del bombardeo atómico de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Mientras seguimos encomendando al Señor las víctimas de aquellos sucesos y de todas las guerras, renovemos nuestra intensa oración por la paz, especialmente para la martirizada Ucrania, para Oriente Medio, Palestina, Israel, Sudán y Myanmar.
Recuerdo hoy la fiesta de Santa Clara: dirijo un pensamiento afectuoso a todas las Clarisas y en particular a las de Vallegloria, a las que me une una hermosa amistad.
Recemos también por las víctimas del trágico accidente aéreo sucedido en Brasil.
Y os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de tantos países, en particular al grupo de alumnos del Seminario menor de Bérgamo, que han llegado a pie desde Asís, en un peregrinaje de algunos días de camino. ¿Os habéis cansado? ¿No? Muy bien. ¡Sois buenos!
Os deseo a todos un feliz domingo. Y también a vosotros, muchachos de la Inmaculada: ¡feliz domingo! Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí: también vosotros, brasileños, allí, que os veo bien. A todos, ¡gracias! Buen almuerzo y hasta pronto.