A las 12 horas de hoy, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los aproximadamente 12.000 fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
Estas fueron las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
Hoy el Evangelio nos habla de Jesús que envía a sus discípulos a la misión (cf. Mc 6,7-13). Los envía “de dos en dos” y les recomienda que lleven con ellos solo lo necesario.
Detengámonos un momento en esta imagen: los discípulos son enviados juntos y deben llevar con ellos solo lo necesario.
El Evangelio no se anuncia solos, sino juntos, como una comunidad, y para hacerlo es importante saber custodiar la sobriedad: saber ser sobrios en el uso de las cosas, compartiendo los recursos, las capacidades y los dones, y prescindiendo de lo superfluo, para ser libres y para que todos tengan lo necesario para vivir de manera digna y para contribuir activamente a la misión; y también ser sobrios en los pensamientos y en los sentimientos, abandonando las propias visiones parciales, los prejuicios y las rigideces que, como un equipaje inútil lastran y entorpecen el camino, para favorecer, en cambio, la confrontación y la escucha, haciendo así más eficaz el propio testimonio.
Pensemos, por ejemplo, en lo que sucede en nuestras familias o en nuestras comunidades: cuando nos conformamos con lo necesario, incluso con poco, con la ayuda de Dios, somos capaces de avanzar y de llevarnos bien, compartiendo lo que hay, renunciando todos a algo y apoyándonos mutuamente (cf. Hch 4,32-35). Y esto es ya un anuncio misionero, antes e incluso más que las palabras, porque encarna la belleza del mensaje de Jesús en la concreción de la vida. Una familia o una comunidad que viven de esta forma, de hecho, crean a su alrededor un ambiente rico de amor, en el que es más fácil abrirse a la fe y a la novedad del Evangelio y del que sale mejor, más serenos.
Si, por el contrario, cada uno va por su cuenta, si lo que cuentan son solo las cosas – que nunca son suficientes –, si no nos escuchamos, si prevalecen el individualismo y la envidia, el aire se vuelve pesado, la vida, difícil y los encuentros se convierten más en una ocasión de inquietud, de tristeza y de desaliento que de alegría (cf. Mt 19,22).
Queridos hermanos y hermanas, comunión y sobriedad son valores importantes para nuestra vida cristiana y para nuestro apostolado, valores indispensables para una Iglesia verdaderamente misionera, a todos los niveles.
Preguntémonos, entonces: ¿Yo siento el gusto de anunciar el Evangelio, de llevar, allí donde vivo, la alegría y la luz que proceden del encuentro con el Señor? Para hacerlo, ¿me esfuerzo por caminar junto a los demás, compartiendo con ellos ideas y capacidades, con la mente abierta y el corazón generoso? Y finalmente: ¿Sé cultivar un estilo de vida sobrio y atento a las necesidades de los hermanos?
Que María, Reina de los Apóstoles, nos ayude a ser verdaderos discípulos misioneros, en la comunión y en la sobriedad de vida.