El Santo Padre Francisco ha recibido esta mañana en audiencia, a una delegación de la Fundación "Arena di Verona".
Publicamos a continuación las palabras que el Papa dirigió a los presentes durante el encuentro:
Saludo del Santo Padre
Excelencia, distinguidas autoridades
queridos amigos, ¡bienvenidos!
Me alegra acogerlos con ocasión de las celebraciones del centenario del "renacimiento" de la Arena de Verona, que comenzó en 1913 con la gran representación de Aida, de Giuseppe Verdi, y ha continuado hasta hoy. Cien temporadas de actividad artística del más alto nivel, que han recogido y mantenido vivo un precioso legado del pasado, para transmitirlo aún más rico a las generaciones futuras. Y esto es muy hermoso: es una forma inteligente, creativa y concreta de gratitud y caridad.
El legado del que hablamos es multiforme. El mismo edificio de la Arena, en primer lugar, tiene una historia de veinte siglos, y se ha conservado a lo largo del tiempo precisamente porque siempre ha sido un lugar vivo. Como sucede a menudo, se ha adaptado a diversos usos, protagonista de fortunas alternas: valorizado, en algunos periodos, en su función original de lugar de espectáculo; degradado, en otros, a usos más humildes, hasta el punto de correr el riesgo, en ocasiones, de quedar reducido incluso a una cantera de piedra. Sin embargo, siempre ha sido rescatado por el cariño con el que los veroneses han protegido su supervivencia, volviendo a restaurarlo una y otra vez. Y así llegó a principios del siglo XX para acoger el nacimiento de lo que se convertiría en la hermosa aventura del Festival, ahora ya centenario.
Cuánto trabajo en todo eso, cuánta dedicación y cuánto esfuerzo: desde el de quienes construyereon y reconstruyeron las estructuras, al de los autores y artistas, al de los organizadores de los diferentes actos y al de todo aquellos, muchos, quizá la mayoría, que trabajaron, como suele decirse, “entre bastidores”. Pensando en eso, me viene a la mente lo que dice de la Iglesia San Pablo cuando la compara con un cuerpo que tiene muchos miembros: cada parte es complementaria de las demás en su función específica (cf. 1 Co 12, 1-27). Cien años de arte, en efecto, no pueden ser producidos por una sola persona, ni siquiera por un pequeño grupo de elegidos: requieren la contribución de una gran comunidad, cuyo trabajo va más allá de la existencia misma de los individuos, y en la que quienes trabajan saben que están construyendo algo no sólo para sí mismos, sin también para los que vendrán después. Por eso, al mirarlos, veo juntos a ustedes a la multitud aún más numerosa de hombres y mujeres que los han precedido y que ustedes, idealmente, traen aquí: una multitud siempre presente, incluso en el escenario, en cada representación, que nos recuerda lo importnate que es, en el arte como en la vida, ser humildes y generosos. Humildad y generosidad: !dos virtudes del verdadero artista de las que nos habla su historia!
Así que los animo a continuar este trabajo, y a hacerlo con amor, no tanto por el éxito personal, sino por la alegría de dar algo hermoso a los demás. ¡Regalar felicidad a través del arte, difundir serenidad, comunicar armonía! Todos lo necesitamos tanto. Los bendigo de todo corazón. Y por favor, no se olviden de rezar por mí.