Publicamos a continuación el Mensaje que el Santo Padre Francisco envió al Prof. Klaus Schwab, Presidente Ejecutivo del Foro Económico Mundial, con ocasión del encuentro anual que tendrá lugar en Davos, Suiza, del 15 al 19 de enero de 2024:
Mensaje del Santo Padre
Al Presidente Ejecutivo del Foro Económico Mundial
La reunión anual de este año del Foro Económico Mundial tiene lugar en un clima muy preocupante de inestabilidad internacional. Su Foro, cuyo objetivo es orientar y reforzar la voluntad política y la cooperación mutua, ofrece una importante oportunidad para que las múltiples partes interesadas exploren vías innovadoras y eficaces para construir un mundo mejor. Espero que sus debates tengan en cuenta la urgente necesidad de avanzar en la cohesión social, la fraternidad y la reconciliación entre grupos, comunidades y Estados, con el fin de abordar los retos que tenemos ante nosotros.
Lamentablemente, al mirar a nuestro alrededor, nos encontramos con un mundo cada vez más lacerado, en el que millones de personas -hombres, mujeres, padres, madres, niños-, cuyos rostros nos son en su mayoría desconocidos, siguen sufriendo, entre otras cosas por los efectos de conflictos prolongados y guerras reales. Estos sufrimientos se ven exacerbados por el hecho de que "las guerras modernas ya no tienen lugar únicamente en campos de batalla claramente definidos, ni implican únicamente a soldados. En un contexto en el que parece que ya no se respeta la distinción entre objetivos militares y civiles, no hay conflicto que no acabe de alguna manera golpeando indiscriminadamente a la población civil" (Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 8 de enero de 2024).
La paz que anhelan los pueblos de nuestro mundo no puede ser sino fruto de la justicia (cf. Isaías 32, 17). Por consiguiente, no basta con dejar a un lado los instrumentos bélicos, sino que hay que afrontar las injusticias que son la raíz de los conflictos. Entre las más significativas está el hambre, que sigue asolando regiones enteras del mundo, mientras otras se caracterizan por un excesivo desperdicio de alimentos. La explotación de los recursos naturales sigue enriqueciendo a unos pocos mientras deja a poblaciones enteras, que son las beneficiarias naturales de esos recursos, en un estado de indigencia y pobreza. Tampoco podemos ignorar la explotación generalizada de hombres, mujeres y niños obligados a trabajar por salarios bajos y privados de perspectivas reales de desarrollo personal y crecimiento profesional. ¿Cómo es posible que en el mundo actual la gente siga muriendo de hambre, sea explotada, condenada al analfabetismo, carezca de atención médica básica y se quede sin techo?
El proceso de globalización, que ya ha demostrado claramente la interdependencia de las naciones y los pueblos del mundo, tiene por tanto una dimensión fundamentalmente moral, que debe hacerse sentir en los debates económicos, culturales, políticos y religiosos que pretenden configurar el futuro de la comunidad internacional. En un mundo cada vez más amenazado por la violencia, la agresión y la fragmentación, es esencial que los Estados y las empresas se unan para promover modelos de globalización con visión de futuro y éticamente sólidos, que por su propia naturaleza deben implicar la subordinación de la búsqueda del poder y el beneficio individual, ya sea político o económico, al bien común de nuestra familia humana, dando prioridad a los pobres, los necesitados y los que se encuentran en situaciones más vulnerables.
Por su parte, el mundo de los negocios y las finanzas opera ahora en contextos económicos cada vez más amplios, en los que los Estados nacionales tienen una capacidad limitada para gobernar los rápidos cambios en las relaciones económicas y financieras internacionales. Esta situación exige que las propias empresas se guíen cada vez más no sólo por la búsqueda de un beneficio justo, sino también por elevadas normas éticas, especialmente con respecto a los países menos desarrollados, que no deberían estar a merced de sistemas financieros abusivos o usureros. Un enfoque previsor de estas cuestiones resultará decisivo para alcanzar el objetivo de un desarrollo integral y solidario de la humanidad. El auténtico desarrollo debe ser global, compartido por todas las naciones y en todas las partes del mundo, o retrocederá incluso en áreas marcadas hasta ahora por un progreso constante.
Al mismo tiempo, es evidente la necesidad de una acción política internacional que, mediante la adopción de medidas coordinadas, pueda perseguir eficazmente los objetivos de paz mundial y auténtico desarrollo. En particular, es importante que las estructuras intergubernamentales puedan ejercer eficazmente sus funciones de control y orientación en el sector económico, ya que la consecución del bien común es un objetivo fuera del alcance de los Estados individuales, incluso de los dominantes en términos de poder, riqueza y fuerza política. Las organizaciones internacionales también tienen el reto de garantizar la consecución de esa igualdad que es la base del derecho de todos a participar en el proceso de pleno desarrollo, con el debido respeto a las diferencias legítimas.
Espero, pues, que los participantes en el Foro de este año sean conscientes de la responsabilidad moral que cada uno de nosotros tiene en la lucha contra la pobreza, la consecución de un desarrollo integral para todos nuestros hermanos y la búsqueda de una convivencia pacífica entre los pueblos. Este es el gran desafío que nos plantea el tiempo presente. Y si, en la persecución de estos objetivos, "nuestros días parecen mostrar signos de un cierto retroceso", no es menos cierto que "cada nueva generación debe retomar las luchas y las conquistas de las generaciones pasadas, poniendo las miras aún más altas... El bien, junto con el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de realizarse cada día" (Exhort. ap. Laudate Deum, 34).
Con estos sentimientos, dirijo mi oración de buenos deseos para las deliberaciones del Foro, e invoco con mucho gusto sobre todos los participantes la abundancia de las bendiciones divinas.
Vaticano, 15 de enero de 2024
FRANCISCO