El Santo Padre Francisco se asomó a mediodía a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
Estas han sido sus palabras en la oración mariana:
Antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este segundo domingo de Adviento el Evangelio nos habla de Juan el Bautista, el precusor de Jesús (cf. Mc 1,1-8), y nos lo describe como «voz del que grita en el desierto» (v. 3). El desierto, lugar vacío, donde no se comunica, y la voz, medio para hablar, parecen dos imágenes contradictorias, pero en el Bautista se conjugan.
El desierto. Juan predica allí, a orillas del río Jordán, cerca del punto en el que su pueblo, muchos siglos antes, entró en la tierra prometida (cf. Jos 3,1-17). Haciendo así es como si dijera: para escuchar a Dios debemos volver al lugar en el que durante cuarenta años Él acompañó, protegió y educó a su pueblo, en el desierto. Este es el lugar del silencio y de la esencialidad, donde uno no puede permitirse entretenerse con cosas inútiles, sino que es necesario concentrarse en lo que es indispensable para vivir.
Y esto es un reclamo siempre actual: para proceder en el camino de la vida es necesario despojarse del “de más”, porque vivir bien no quiere decir llenarse de cosas inútiles, sino liberarse de lo superfluo, para excavar en profundidad dentro de uno mismo, para captar lo que es verdaderamente importante ante Dios. Solo si, a través del silencio y la oración hacemos espacio a Jesús, que es la Palabra del Padre, sabremos liberarnos de la contaminación de las palabras vanas y de la palabrería. El silencio y la sobriedad – en las palabras, en el uso de las cosas, de los medios y de las redes – no son solo “adornos” o virtudes, son elementos esenciales de la vida cristiana.
Y vamos a la segunda imagen, la voz. Esta es el instrumento con el que manifestamos lo que pensamos y llevamos en el corazón. Entendemos entonces que está muy vinculada con el silencio, porque expresa lo que madura dentro, de la escucha de lo que el Espíritu sugiere. Hermanos y hermanas, si no se sabe callar, es difícil que se tenga algo bueno que decir; en cambio, cuanto más atento es el silencio, más fuerte es la palabra. En Juan el Bautista esa voz está ligada a la autenticidad de su experiencia y a la limpidez de su corazón.
Podemos preguntarnos: ¿Qué lugar tiene el silencio en mis días? ¿Es un silencio vacío, tal vez opresivo, o un espacio de escucha, de oración, donde custodiar el corazón? ¿Mi vida es sobria o llena de cosas superfluas? Incluso si quiere decir ir a contracorriente, valoremos el silencio, la sobriedad y la escucha. Que María, Virgen del silencio, nos ayude a amar el desierto, para convertirnos en voces creíbles que anuncian su Hijo que viene.
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Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Hace 75 años, el 10 de diciembre de 1948, se firmaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Esta es como una vía maestra, sobre la que se han dado muchos pasos adelante, pero faltan todavía tantos, y a veces, desafortunadamente, se vuelve atrás. ¡El compromiso con los derechos humanos nunca se acaba! A este respecto, estoy cerca de todos aquellos que, sin proclamas, en la vida concreta de cada día luchan y pagan en persona por defender los derechos de los que no cuentan.
Me alegro por la liberación de un número significativo de prisioneros armenios y azeríes. Contemplo con gran esperanza esta señal positiva para las relaciones entre Armenia y Azerbaiyán, para la paz en el Cáucaso meridional, y animo a las partes y a sus líderes a concluir cuanto antes el Tratado de paz.
Dentro de algunos días se concluirán los trabajos de la COP 28 sobre el clima, que se están llevando a cabo en Dubái. Os pido que recéis para que se llegue a buenos resultados para el cuidado de nuestra casa común y la tutela de las poblaciones.
Y continuamos rezando por las poblaciones que sufren a causa de la guerra. Vamos hacia la Navidad: ¿seremos capaces, con la ayuda de Dios, de dar pasos concretos de paz? No es fácil, lo sabemos. Ciertos conflictos tienen raíces históricas profundas. Pero tenemos también el testimonio de hombres y mujeres que han trabajado con sabiduría y paciencia por la convivencia pacífica. ¡Sigamos su ejemplo! Hagamos todo lo posible por afrontar y eliminar las causas de los conflictos. Y mientras tanto – a propósito de los derechos humanos – que se proteja a los civiles, los hospitales y los lugares de culto, que se libere a los rehenes y se garantice la ayuda humanitaria. No nos olvidemos de la martirizada Ucrania, Palestina, Israel.
Aseguro mi oración también por las víctimas del incendio ocurrido hace dos días en el hospital de Tívoli.
Os saludo con afecto a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de otras partes del mundo, en particular a los fieles de San Nicola Manfredi, a los scout adultos de Scafati y a los grupos de jóvenes de Nevoli, Gerenzano y Rovigo.
Os deseo a todos un feliz domingo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!