Esta mañana, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco recibió en Audiencia a los miembros del Movimiento de los Focolares, con motivo del 80° aniversario de su fundación.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa les dirigió durante la Audiencia:
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, !bienvenidos!
Saludo el cardenal Farrel, vuestra presidenta, doctora Margaret Karram, el co-presidente, don Jesús Morán, los miembros del Consejo general, los delegados de las áreas geográficas y todos ustedes.
Les estoy muy agradecido por haber venido mientras celebran el 80 aniversario de la fundación del Movimiento de los Focolares, también conocido como Obra de María.
Coincide con el día en que la Sierva de Dios Chiara Lubich decidió consagrarse totalmente al Señor. De una inspiración que recibió en un contexto absolutamente ordinario de la vida -mientras iba a hacer la compra para su familia- surgió un acto radical de entrega a Dios, como respuesta a la llamada que había sentido dulce y fuerte en su corazón. Era el 7 de diciembre de 1943, en Trento, en plena guerra; en la misma víspera de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, el "sí" de María se convirtió en el "sí" de Chiara, generando una ola de espiritualidad que se extendió por todo el mundo, para decir a todos que es hermoso vivir el Evangelio con una simple palabra: unidad.
En estos ochenta años, ustedes han hecho resonar este mensaje en medio de los jóvenes, de las comunidades, de las familias, de las personas de vida consagrada, de los sacerdotes y de los obispos; y también en diversos ambientes sociales: del mundo de la educación al de la economía, del del arte y de la cultura al de la información y de los medios de comunicación; y en particular en los ámbitos del ecumenismo y del diálogo interreligioso. Así, ustedes han sido un instrumento activo de un gran florecimiento de obras, de iniciativas, de proyectos y, sobre todo, de "renacimientos", de conversiones, de vocaciones, de vidas entregadas a Cristo y a nuestros hermanos y hermanas. Por todo esto, hoy, queremos dar gracias a Dios.
En febrero de 2021, dirigiéndome a vuestra Asamblea General, subrayé tres actitudes importantes para vuestro camino: vivir vuestro carisma con fidelidad dinámica, acoger los momentos de crisis como oportunidades para madurar y encarnar vuestra espiritualidad con coherencia y realismo (Discurso, 6 de febrero de 2021). Quiero recordarlas hoy para animarlos a vivirlas y promoverlas según tres líneas: madurez eclesial, fidelidad al carisma y compromiso por la paz.
En cuanto a la primera actitud, les invito a trabajar para que se realice cada vez más el sueño de una Iglesia plenamente sinodal y misionera. Comiencen por vuestras comunidades, fomentando en ellas un estilo de participación y corresponsabilidad, incluso a nivel de gobierno. Que los "focolares" incrementen en su interior, y difundan a su alrededor, un clima de escucha recíproca y de calor de familia, en el que nos respetemos y cuidemos unos a otros, con particular atención a los más débiles y necesitados de apoyo. Será para ello útil perseguir formas de participación y consulta recíprocas a todos los niveles, prestando especial atención a la comunicación y al diálogo sincero.
En cuanto a la segunda línea, la fidelidad al carisma, quisiera recordarles algunas palabras de su fundadora: " Deja a quien te sigue solo el Evangelio. Si haces así, el ideal de la unidad permanecerá [...]. Lo que permanece y permanecerá siempre es el Evangelio, que no sufre el desgaste del tiempo" (C. LUBICH, en "La Parola di Dio", Roma 2011, 112-113). Siembren la unidad llevando el Evangelio, sin perder nunca de vista la obra de encarnación que Dios sigue queriendo realizar en nosotros y en torno a nosotros por medio de su Espíritu, para que Jesús sea buena noticia para todos, ninguno excluido, y "que todos sean uno" (Jn. 17,21).
Esto nos lleva hasta la tercera línea: el compromiso por la paz. Después de dos milenios de cristianismo, de hecho, el anhelo de unidad sigue tomando, en muchas partes del mundo, la forma de un grito desgarrador que exige una respuesta. Chiara lo escuchó durante la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, y decidió dar toda su vida para que ese "testamento de Jesús" se hiciera realidad. Hoy, lamentablemente, el mundo sigue desgarrado por muchos conflictos y sigue necesitando artesanos de fraternidad y de paz entre los pueblos y las naciones. Chiara decía: "Ser amor y difundirlo es el fin general de la Obra de María" (Vigilia de Pentecostés, Plaza de San Pedro, 30 de mayo de 1998); y sabemos que sólo del amor nace el fruto de la paz. Por eso les pido que sean testigos y constructores de la paz que Cristo alcanzó con su cruz, derrotando la enemistad. Piensen que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta ahora, las guerras no han cesado. Y no somos conscientes del drama de la guerra. Les haré una confesión. Cuando fui en 2014 a Redipuglia para el centenario de la Primera Guerra, y vi aquel cementerio, lloré, lloré. ¡Cuánta destrucción! Y cada 2 de noviembre voy a celebrar en algún cementerio, incluso la última vez en el Cementerio de la Commonwealth, y veo la edad de los soldados: 22, 24, 18, 30... Todas las vidas rotas. Por la guerra. Y la guerra no termina. Y en la guerra todos pierden, todos. Sólo ganan los fabricantes de armas. Y si no se fabricaran armas durante un año, se acabaría el hambre en el mundo. Esto es terrible. Debemos reflexionar sobre este drama.
Antes de concluir, quisiera hacerles una última invitación, apropiada en este tiempo de Adviento: la de la vigilancia. La insidia de la mundanidad espiritual siempre está al acecho. Por lo tanto, es necesario que también ustedes sepan reaccionar con decisión, coherencia y realismo. Acordémonos que la incoherencia entre lo que decimos ser y lo que realmente somos es el peor anti-testimonio que podemos dar a los demás. Y el remedio es siempre volver al Evangelio, raíz de nuestra fe y de vuestra historia: al Evangelio de la humildad, del servicio desinteresado, de la sencillez.
Queridos hermanos y hermanas, como ya hemos recordado, ustedes son la Obra de María: es Ella quien los ha acompañado estos ochenta años y saben bien que nunca dejará de hacerlo. Que la Virgen de Nazaret sea, entonces, la fuente de vuestro consuelo y de vuestra fuerza, para que sean apóstoles de la unidad al servicio de la Iglesia y de la humanidad. Gracias por lo que son y por lo que hacen. Continúen vuestro camino con confianza. Los bendigo a todos de corazón. Y les encomiendo: no se olviden de rezar por mí.