Esta mañana en el Palacio Apostólico Vaticano, el Papa Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en el Congreso en torno a la Venerable María de Jesús de Ágreda, promovido por la Pontificia Academia Mariana Internacional, y les ha dirigido las palabras de saludo que publicamos a continuación:
Saludo del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas:
Les doy la bienvenida y me gusta poder recibirlos con ocasión este Congreso Internacional en torno a María de Jesús de Ágreda, un evento que se celebra en el marco de la cátedra de Santa Beatriz de Silva, la fundadora de ustedes [Concepcionistas franciscanas], que está medio olvidada. Esta cátedra, instituida por la Pontificia Academia Mariana Internacional, es una hermosa iniciativa, no sólo por lo que representa en favor del estudio del misterio de la Inmaculada Concepción, sino también por nacer bajo el impulso de una Orden contemplativa femenina. Me alegra por ello poder saludar a las Madres Concepcionistas –¡que en Argentina están! – que han venido con este motivo.
Madre Ágreda fue una mujer excepcional que ustedes han querido definir como “enamorada de la Escritura”, “mística mariana” y “evangelizadora de América”. Estos títulos me hicieron reflexionar sobre las tres lecciones que la mujer contemplativa puede dar a la Iglesia. La primera lección: el silencio, la actitud de escucha, para acoger en el corazón la voz del Amado, Palabra eterna del Padre, y es una actitud de todos, pero especialmente femenina. La mujer sabe escuchar y tiene una especial vocación a la escucha. Sorprende como, incluso sin una formación específica, algunas hermanas alcanzaron un notable conocimiento de la Escritura y, en la escuela de la oración, han bebido de ella como de una fuente viva. Por eso, llamarlas “enamoradas” de la Escritura es una expresión que va más allá que alabar el uso de la misma en sus escritos, es ver a Cristo mismo que les habla y nos habla a través de su Palabra, pidiéndonos que a ejemplo de María conservemos todo en nuestro corazón (cf. Lc 2,51).
La segunda lección es la mística, que es un trato con Dios que nace de esa actitud de escucha, de esa lectura encarnada de la Sagrada Escritura. Una experiencia, podemos decir, extática, sí, pero entendiendo que “éxtasis” quiere decir salir de sí, salir de nuestras comodidades, del yo egoísta que busca siempre dominarnos. Se trata de hacer espacio a Dios, para que, dóciles al Espíritu Santo, el aposentador del Rey, podamos recibirlo en nuestra casa. Ese es el ejemplo de María, que lo acogió en su Corazón inmaculado antes que en su seno virginal. En este sentido, los contemplativos nos enseñan, a través de un camino de ascesis, abandono y fidelidad, el gozo de vivir sólo para Él. Y a veces la contemplación se hace en silencio, delante del Señor, en silencio. Y en este mundo que siempre está lleno de cosas, de palabras, de noticias, es toda una industria de la comunicación externa, la comunicación interna, en silencio, es tan necesaria.
La tercera lección es la misión. Madre Ágreda y las religiosas concepcionistas, que fueron las primeras claustrales en llegar a América –no sé si vinieron con Cristóbal Colón, pero por allí más o menos–, nos dan prueba de este espíritu misionero de la vida contemplativa, que más tarde pondrá de relieve santa Teresa del Niño Jesús. No es casual que otra gran mística, santa Rosa de Lima, sea la primera santa del continente.
Es comprensible que la Madre Ágreda sintiera el llamado del Señor de rezar por aquellas almas que aún no lo conocían, y que esta oración fuese fecunda en el alma de aquellos que, al decir de los misioneros, se encontraron bien dispuestos a recibir el bautismo. Normalmente no somos conscientes de la fuerza de la oración de intercesión en nuestras vidas, como se dice que los indios lo fueron de la intervención de la Madre Ágreda. Pero, como María nos enseña en las bodas de Caná, también nosotros podemos reconocer de donde viene el vino nuevo a través de los que nos sostienen con su oración y nos edifican con su ejemplo. Y no se olviden del gran gesto de María, que nos lo revela en las bodas de Caná. María nunca señala a sí misma, María señala al Hijo, “¡Hagan lo que Él les diga!”. Ella nos lleva a Jesús, lo engendra en nosotros. Y esa actitud tan linda tenemos que imitarla nosotros, también señalando al Señor.
Ahora pidamos la bendición.