Publicamos a continuación el texto del
Mensaje que el Santo Padre Francisco envía a los jóvenes del mundo
con motivo de la XXXVI Jornada Mundial de la Juventud que se
celebrará a nivel diocesano el 21 de noviembre de 2021, Domingo de
Cristo Rey, sobre el tema "¡Levántate! Te hago testigo de las
cosas que has visto" (cf. Hch 26,16):
Mensaje del Santo Padre
“¡Levántate!
Te hago testigo de las cosas que has visto” (cf. Hch 26,16)
Queridos
jóvenes:
Una
vez más quisiera tomarlos de la mano para continuar juntos la
peregrinación espiritual que nos conduce hacia la Jornada Mundial de
la Juventud de Lisboa en el 2023.
El
año pasado, un poco antes de que se propagara la pandemia, firmé el
mensaje con el lema “Joven, a ti te digo, ¡levántate!” (cf. Lc
7,14). En su providencia, el Señor ya nos quería preparar para la
durísima prueba que estábamos a punto de vivir.
En
el mundo entero se tuvo que afrontar el sufrimiento causado por la
pérdida de tantas personas queridas y por el aislamiento social.
También a ustedes, jóvenes —que por naturaleza se proyectan hacia
el exterior—, la emergencia sanitaria les impidió salir para ir a
la escuela, a la universidad, al trabajo, para reunirse. Se
encontraron en situaciones difíciles, que no estaban acostumbrados a
gestionar. Quienes estaban menos preparados y privados de apoyo se
sintieron desorientados. En muchos casos surgieron problemas
familiares, así como desocupación, depresión, soledad y
dependencias. Sin hablar del estrés acumulado, de las tensiones y
explosiones de rabia, y del aumento de la violencia.
Pero
gracias a Dios este no es el único lado de la medalla. Si la prueba
nos mostró nuestras fragilidades, también hizo que aparecieran
nuestras virtudes, como la predisposición a la solidaridad. En cada
rincón del mundo vimos muchas personas, entre ellas numerosos
jóvenes, luchar por la vida, sembrar esperanza, defender la libertad
y la justicia, ser artífices de paz y constructores de puentes.
Cuando
un joven cae, en cierto sentido cae la humanidad. Pero también es
verdad que cuando un joven se levanta, es como si se levantara el
mundo entero. Queridos jóvenes, ¡qué gran potencialidad hay en sus
manos! ¡Qué fuerza tienen en sus corazones!
Por
eso hoy, una vez más, Dios le dice a cada uno de ustedes:
“¡Levántate!”. Espero de todo corazón que este mensaje nos
ayude a prepararnos para tiempos nuevos, para una nueva página en la
historia de la humanidad. Pero, queridos jóvenes, no es posible
recomenzar sin ustedes. Para volver a levantarse, el mundo necesita
la fuerza, el entusiasmo y la pasión que tienen ustedes. En este
sentido, quisiera que meditemos juntos el pasaje de los Hechos
de los Apóstoles
en el que Jesús le dice a Pablo: “¡Levántate! Te hago testigo de
las cosas que has visto” (cf.
Hch 26,16).
Pablo
testigo ante el rey
El
versículo que inspira el lema de la Jornada Mundial de la Juventud
2021 está tomado del testimonio de Pablo ante el rey Agripa,
mientras se encontraba detenido en la cárcel. Él, que un tiempo fue
enemigo y perseguidor de los cristianos, ahora es juzgado por su fe
en Cristo. Habían pasado unos veinticinco años cuando el Apóstol
narra su historia y el episodio fundamental de su encuentro con
Cristo.
Pablo
confiesa que anteriormente había perseguido a los cristianos hasta
que un día, cuando iba a Damasco para arrestar a algunos de ellos,
una luz “más brillante que el sol” lo envolvió a él y a sus
compañeros de viaje (cf. Hch
26,13), pero solamente él oyó “una voz”. Jesús le dirigió la
palabra y lo llamó por su nombre.
“¡Saulo,
Saulo!”
Profundicemos
juntos este hecho. Llamando a Saulo por su nombre, el Señor le hizo
comprender que lo conocía personalmente. Es como si le dijera: “Sé
quién eres, sé lo que estás tramando, pero a pesar de todo me
dirijo justo a ti”. Lo llamó dos veces, como signo de una vocación
especial y muy importante, como había hecho con Moisés (cf. Ex
3,4) y con Samuel (cf. 1
S
3,10). Cayendo al suelo, Saulo comprendió que era testigo de una
manifestación divina, de una revelación poderosa, que lo sacudió,
pero no lo aplastó, al contrario, lo interpeló personalmente.
En
efecto, sólo un encuentro personal —no anónimo— con Cristo
cambia la vida. Jesús muestra que conoce bien a Saulo, que “conoce
su interior”. Aun cuando Saulo es un perseguidor, aun cuando en su
corazón siente odio hacia los cristianos, Jesús sabe que esto se
debe a la ignorancia y quiere demostrar su misericordia en él. Será
justamente esta gracia, este amor inmerecido e incondicional, la luz
que transformará radicalmente la vida de Saulo.
“¿Quién
eres, Señor?”
Ante
esa presencia misteriosa que lo llama por su nombre, Saulo pregunta:
«¿Quién eres, Señor?» (Hch
26,15). Esta pregunta es sumamente importante, y todos en la vida,
antes o después, nos la tenemos que hacer. No basta haber escuchado
hablar de Cristo a otros, es necesario hablar con Él personalmente.
Esto, básicamente, es rezar. Es hablar a Jesús directamente, aunque
tengamos el corazón todavía desordenado, la mente llena de dudas o
incluso de desprecio hacia Cristo y los cristianos. Me gustaría que
cada joven, desde lo profundo de su corazón, llegara a hacerse esta
pregunta: “¿Quién eres, Señor?”.
No
podemos dar por descontado que todos conocen a Jesús, aun en la era
de internet. La pregunta que muchas personas dirigen a Jesús y a la
Iglesia es justamente esta: “¿Quién eres?”. En todo el relato
de la vocación de san Pablo esta es la única vez en la que él
habla. Y a su pregunta, el Señor responde sin demora: «Yo soy
Jesús, al que tú persigues» (ibíd.).
“Yo
soy Jesús, al que tú persigues”
Por
medio de esta respuesta, el Señor Jesús revela a Saulo un gran
misterio: que Él se identifica con la Iglesia, con los cristianos.
Hasta ahora, Saulo no había visto de Cristo más que a los fieles
que había encerrado en la cárcel (cf. Hch
26,10), cuya condena a muerte él mismo había aprobado (ibíd.).
Y había visto cómo los cristianos respondían al mal con el bien,
al odio con el amor, aceptando las injusticias, la violencia, las
calumnias y las persecuciones sufridas por el nombre de Cristo. Por
eso, si se mira bien, Saulo de algún modo —sin saberlo— había
encontrado a Cristo, ¡lo había encontrado en los cristianos!
Cuántas
veces hemos oído decir: “Jesús sí, la Iglesia no”, como si uno
pudiera ser una alternativa a la otra. No se puede conocer a Jesús
si no se conoce a la Iglesia. No se puede conocer a Jesús si no por
medio de los hermanos y las hermanas de su comunidad. No nos podemos
llamar plenamente cristianos si no vivimos la dimensión eclesial de
la fe.
“Te
lastimas dando golpes contra el aguijón”
Estas
son las palabras que el Señor dirigió a Saulo después de que
cayera al suelo. Parece como si le estuviese hablando de modo
misterioso desde largo tiempo, tratando de atraerlo hacía sí, y
Saulo se estuviera resistiendo. Este mismo dulce “reproche”,
nuestro Señor lo dirige a cada joven que se aleja: “¿Hasta cuándo
huirás de mí? ¿Por qué no escuchas que te estoy llamando? Estoy
esperando tu regreso”. Como el profeta Jeremías, nosotros a veces
decimos: «No volveré a recordarlo» (Jr
20,9). Pero en el corazón de cada uno hay como un fuego ardiente,
aunque nos esforcemos por contenerlo no lo conseguimos, porque es más
fuerte que nosotros mismos.
El
Señor eligió a alguien que incluso lo había perseguido, que había
sido completamente hostil a Él y a los suyos. Pero no existe una
persona que para Dios sea irrecuperable. Por medio del encuentro
personal con Él siempre es posible volver a empezar. Ningún joven
está fuera del alcance de la gracia y de la misericordia de Dios. De
ninguno se puede decir: está demasiado lejos, es demasiado tarde.
¡Cuántos jóvenes tienen la pasión de oponerse e ir
contracorriente, pero llevan escondida en el corazón la necesidad de
comprometerse, de amar con todas sus fuerzas, de identificarse con
una misión! Jesús, en el joven Saulo, ve exactamente esto.
Reconocer
la propia ceguera
Podemos
imaginar que, antes del encuentro con Cristo, Saulo estaba en cierto
sentido “lleno de sí”, se consideraba “grande” por su
integridad moral, por su celo, por sus orígenes y por su cultura.
Ciertamente estaba convencido de que hacía lo correcto. Pero, cuando
el Señor se le reveló, “aterrizó” y se encontró ciego. De
repente descubrió que era incapaz de ver, no sólo físicamente sino
también espiritualmente. Sus certezas vacilaron. En su interior
advirtió que aquello que lo había animado con tanta pasión —el
celo por eliminar a los cristianos— había sido una completa
equivocación. Se dio cuenta de que no era el poseedor absoluto de la
verdad, más aún, que estaba lejos de serlo. Y, junto a sus
certezas, cayó también su “grandeza”. De repente se supo
perdido, frágil, “pequeño”.
Esta
humildad —conciencia del propio límite— es fundamental. A quien
piensa que lo sabe todo de sí, de los otros e incluso de las
verdades religiosas, le costará encontrar a Cristo. Saulo,
volviéndose ciego, perdió sus puntos de referencia. Al quedarse
solo en la oscuridad las únicas cosas claras para él fueron la luz
que vio y la voz que sintió. Qué paradoja: justo cuando uno
reconoce que está ciego es cuando comienza a ver.
Después
de la revelación en el camino de Damasco, Saulo preferirá ser
llamado Pablo, que significa “pequeño”. No se trata de un
“nombre de usuario” o de un “nombre artístico” —tan en
boga hoy incluso entre la gente común—, fue el encuentro con
Cristo el que lo hizo sentirse realmente así, derribando el muro que
le impedía conocerse de verdad. Él mismo afirmó de sí: «Porque
yo soy el más insignificante de los apóstoles, incluso indigno de
llamarme apóstol por haber perseguido a la Iglesia de Dios» (1
Co
15,9).
A
santa Teresa de Lisieux, como a otros santos, le gustaba repetir que
la humildad es la verdad. Hoy en día muchas “historias” sazonan
nuestras jornadas, especialmente en las redes sociales, a menudo
construidas artísticamente con mucha producción, con videocámaras
y escenarios diferentes. Se buscan cada vez más los focos del primer
plano, sabiamente orientados, para poder mostrar a los “amigos” y
“seguidores” una imagen de sí que a veces no refleja la propia
verdad. Cristo, luz meridiana, viene a iluminarnos y a restituirnos
nuestra autenticidad, liberándonos de cualquier máscara. Nos
muestra con nitidez lo que somos, porque nos ama tal como somos.
Cambiar
de perspectiva
La
conversión de Pablo no fue un volver para atrás, sino abrirse a una
perspectiva totalmente nueva. En efecto, él continuó el camino
hacia Damasco, pero ya no era el mismo de antes, era una persona
distinta (cf. Hch
22,10). En la vida ordinaria es posible convertirse y renovarse
haciendo las cosas que solemos hacer, pero con el corazón
transformado y con motivaciones diferentes. En este caso, Jesús le
pidió a Pablo expresamente que siguiera hasta Damasco, hacia donde
se dirigía. Pablo obedeció, pero ahora la finalidad y la
perspectiva de su viaje habían cambiado radicalmente. De ahora en
adelante verá la realidad con ojos nuevos. Antes eran los ojos del
perseguidor justiciero, desde ahora serán los del discípulo
testigo. En Damasco, Ananías lo bautizó y lo introdujo en la
comunidad cristiana. En el silencio y en la oración, Pablo
profundizará la propia experiencia y la nueva identidad que le dio
el Señor Jesús.
No
dispersar la fuerza y la pasión de los jóvenes
La
actitud de Pablo antes del encuentro con Jesús resucitado no nos
resulta extraña. ¡Cuánta fuerza y cuánta pasión habitan también
en los corazones de ustedes, queridos jóvenes! Pero si la oscuridad
que los rodea y la que está dentro de ustedes les impide ver
correctamente, corren el riesgo de perderse en batallas sin sentido,
hasta volverse violentos. Y lamentablemente las primeras víctimas
serán ustedes mismos y aquellos que están más cerca de ustedes.
Existe también el peligro de luchar por causas que en el origen
defienden valores justos pero que, llevadas al extremo, se vuelven
ideologías destructivas. ¡Cuántos jóvenes hoy, tal vez empujados
por las propias convicciones políticas o religiosas, terminan por
convertirse en instrumentos de violencia y destrucción en la vida de
muchos! Algunos, nativos digitales, encuentran en el ámbito virtual
y en las redes sociales el nuevo campo de batalla, utilizando sin
escrúpulos el arma de las noticias falsas para esparcir veneno y
destruir a sus adversarios.
Cuando
el Señor irrumpió en la vida de Pablo, no anuló su personalidad,
no borró su celo y su pasión, sino que hizo fructificar sus
talentos para hacer de él el gran evangelizador hasta los confines
de la tierra.
Apóstol
de las gentes
Posteriormente,
Pablo será conocido como “el apóstol de las gentes”. ¡Él, que
había sido un escrupuloso fariseo observante de la Ley! He aquí
otra paradoja: el Señor depositó su confianza justamente en aquel
que lo perseguía. Como Pablo, cada uno de nosotros puede sentir en
lo profundo de su corazón esta voz que le dice: “Me fío de ti.
Conozco tu historia y la tomo en mis manos, junto contigo. Aunque a
menudo hayas estado en mi contra, te elijo y te hago mi testigo”.
La lógica divina puede hacer del peor perseguidor un gran testigo.
El
discípulo de Cristo está llamado a ser «luz del mundo» (Mt
5,14). Pablo debe dar testimonio de lo que ha visto, pero ahora está
ciego. ¡Estamos de nuevo ante una paradoja! Pero es justamente a
través de esta experiencia personal que Pablo podrá identificarse
con aquellos a los que el Señor lo envía. En efecto, es constituido
testigo «para abrirles los ojos y que se conviertan de las tinieblas
a la luz» (Hch
26,18).
“¡Levántate
y da testimonio!”
Al
abrazar la vida nueva que nos fue dada en el bautismo, recibimos
también una misión del Señor: “¡Serás mi testigo!”. Es una
misión a la que dedicarse, que lleva a cambiar la vida.
Hoy
la invitación de Cristo a Pablo se dirige a cada una y cada uno de
vosotros, jóvenes: ¡Levántate! No puedes quedarte tirado en el
suelo sintiendo pena de ti mismo, ¡hay una misión que te espera!
También tú puedes ser testigo de las obras que Jesús ha comenzado
a realizar en ti. Por eso, en nombre de Cristo, te digo:
-
Levántate y testimonia tu experiencia de ciego que ha encontrado la
luz, que ha visto el bien y la belleza de Dios en sí mismo, en los
otros y en la comunión de la Iglesia que vence toda soledad.
-
Levántate y testimonia el amor y el respeto que es posible instaurar
en las relaciones humanas, en la vida familiar, en el diálogo entre
padres e hijos, entre jóvenes y ancianos.
-
Levántate y defiende la justicia social, la verdad, la honradez y
los derechos humanos; a los perseguidos, a los pobres y los
vulnerables, a los que no tienen voz en la sociedad y a los
inmigrantes.
-
Levántate y testimonia la nueva mirada que te hace ver la creación
con ojos maravillados, que te hace reconocer la tierra como nuestra
casa común y que te da el valor de defender la ecología integral.
-
Levántate y testimonia que las existencias fracasadas pueden ser
reconstruidas, que las personas que ya han muerto en el espíritu
pueden resurgir, que las personas esclavas pueden volverse libres,
que los corazones oprimidos por la tristeza pueden volver a encontrar
la esperanza.
-
¡Levántate y testimonia con alegría que Cristo vive! Difunde su
mensaje de amor y salvación entre tus coetáneos, en la escuela, en
la universidad, en el trabajo, en el mundo digital, en todas partes.
El
Señor, la Iglesia, el Papa confían en ustedes y los constituyen
testigos para tantos otros jóvenes que encuentran en los “caminos
de Damasco” de nuestro tiempo. No se olviden: «Si uno de verdad ha
hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita
mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede
esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo
cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el
amor de Dios en Cristo Jesús» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium,
120).
¡Levántense
y celebren la JMJ en las Iglesias particulares!
Renuevo
a todos ustedes, jóvenes del mundo, la invitación a formar parte de
esta peregrinación espiritual que nos llevará a celebrar la Jornada
Mundial de la Juventud en Lisboa en 2023. El próximo encuentro, no
obstante, será en vuestras Iglesias particulares, en las diversas
diócesis y heparquías del mundo donde, en la solemnidad de Cristo
Rey, se celebrará la Jornada Mundial de la Juventud 2021 a nivel
local.
Espero
que todos nosotros podamos vivir estas etapas como verdaderos
peregrinos y no como “turistas de la fe”. Abrámonos a las
sorpresas de Dios, que quiere hacer resplandecer su luz en nuestro
camino. Abrámonos a escuchar su voz, también por medio de nuestros
hermanos y hermanas en la fe. De esta manera nos ayudaremos unos a
otros a levantarnos juntos, y en este difícil momento histórico
seremos profetas de tiempos nuevos, llenos de esperanza. Que la
Bienaventurada Virgen María interceda por nosotros.
Roma,
San Juan de Letrán, 14 de septiembre de 2021, Fiesta de la
Exaltación de la Santa Cruz
FRANCISCO