El Santo Padre Francisco se asomó a mediodía a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
Estas fueron las palabras del Papa en la oración mariana:
Antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La escena inicial del Evangelio en la liturgia de hoy (cf. Jn 6,24-35) nos muestra algunas barcas que se dirigen hacia Cafarnaúm: la multitud está yendo a buscar a Jesús. Podríamos pensar que sea algo muy bueno, sin embargo, el Evangelio nos enseña que no basta con buscar a Dios, también hay que preguntarse por qué lo buscamos. De hecho, Jesús dice: «Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado». La gente, efectivamente, había asistido al prodigio de la multiplicación de los panes, pero no había captado el significado de aquel gesto: se había quedado en el milagro exterior y se había quedado en el pan material, solamente allí, sin ir más allá, al significado.
He aquí, una primera pregunta que podemos hacernos: ¿Por qué buscamos al Señor? ¿Por qué busco yo al Señor? ¿Cuáles son las motivaciones de mi fe, de nuestra fe? Necesitamos discernirlo porque entre las muchas tentaciones que tenemos en la vida, entre las tantas tentaciones hay una que podríamos llamar tentación idolátrica. Es la que nos impulsa a buscar a Dios para nuestro propio provecho, para resolver los problemas, para tener gracias a Él lo que no podemos conseguir por nosotros mismos, por interés. Pero así, la fe es superficial y —me permito la palabra— la fe es milagrera: buscamos a Dios para que nos alimente y luego nos olvidamos de Él cuando estamos satisfechos. En el centro de esta fe inmadura no está Dios, sino nuestras necesidades. Pienso en nuestros intereses, en tantas cosas... Es justo presentar nuestras necesidades al corazón de Dios, pero el Señor, que actúa mucho más allá de nuestras expectativas, desea vivir con nosotros ante todo en una relación de amor. Y el verdadero amor es desinteresado, es gratuito: ¡no se ama para recibir un favor a cambio! Eso es interés; y tantas veces en la vida somos interesados.
Nos puede ayudar una segunda pregunta que la multitud dirige a Jesús: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» (v. 28). Es como si la gente, provocada por Jesús, dijera: "¿Cómo podemos purificar nuestra búsqueda de Dios?, ¿cómo pasar de una fe mágica, que sólo piensa en las propias necesidades, a la fe que agrada a Dios?". Y Jesús indica el camino: responde que la obra de Dios es acoger a quien el Padre ha enviado, es decir, acogerle a Él mismo, a Jesús. No es añadir prácticas religiosas u observar preceptos especiales; es acoger a Jesús, es acogerlo en la vida y vivir una historia de amor con Jesús. Será Él quien purifique nuestra fe. No podemos hacerlo por nosotros mismos. Pero el Señor desea una relación de amor con nosotros: antes de las cosas que recibimos y hacemos, está Él para amar. Hay una relación con Él que va más allá de la lógica del interés y del cálculo.
Esto es así con respecto a Dios, pero también en nuestras relaciones humanas y sociales: cuando buscamos sobre todo la satisfacción de nuestras necesidades, corremos el riesgo de utilizar a las personas y explotar las situaciones para nuestros fines. Cuántas veces hemos escuchado de una persona: “Pero esta usa a la gente y luego se olvida”. Usar a las personas por el interés proprio. Está muy mal. Y una sociedad cuyo centro sean los intereses en lugar de las personas es una sociedad que no genera vida. La invitación del Evangelio es ésta: en lugar de preocuparnos sólo por el pan material que nos quita el hambre, acojamos a Jesús como pan de vida y, a partir de nuestra amistad con Él, aprendamos a amarnos entre nosotros. Con gratuidad y sin cálculo. Amor gratuito y sin cálculos, sin usar a la gente, con gratuidad, con generosidad, con magnanimidad.
Recemos ahora a la Virgen Santa, a la que vivió la más bella historia de amor con Dios, para que nos dé la gracia de abrirnos al encuentro con su Hijo.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Saludo de todo corazón a todos vosotros, fieles de Roma y peregrinos de diversos países.
Este domingo, en particular, tengo la alegría de saludar a varios grupos de jóvenes: los de Zoppola, en la diócesis de Concordia-Pordenone, los de Bolonia, que han recorrido la Vía Francígena desde Orvieto hasta Roma, los del campamento itinerante organizado en Roma por las Hermanas Pías Discípulas del Divino Maestro.
También saludo con afecto a los jóvenes y educadores del grupo "Dopo di Noi" de Villa Iris de Gradiscutta di Varmo, en la provincia de Udine. Y veo algunas banderas peruanas y os saludo a vosotros peruanos, que tenéis un nuevo presidente. ¡Que el Señor bendiga siempre vuestro país!
Os deseo a todos un buen domingo y un mes de agosto sereno... demasiado caluroso, ¡pero que sea sereno!
Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!