A las 11:30 horas de esta mañana, en directo streaming desde la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha tenido lugar la conferencia de presentación de la primera Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores y del Mensaje preparado por el Santo Padre para la ocasión. La Jornada, que se celebra el cuarto domingo de julio, cae este año el día 25 y su tema es: "Yo estoy con vosotros todos los días" (cf. Mt 28,20).
Han intervenido Su Eminencia el cardenal Kevin Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida; el Dr. Vittorio Scelzo, Encargado de la pastoral de los ancianos del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida; la Sra. Monique Bodhuin, Presidenta de Vie Montante Internationale, conectada desde Estrasburgo (Francia); la Sra. Maria Sofia Soli, "Viva gli anziani" de la Comunidad de Sant'Egidio; y la Sra. Elena Liotta, "Giovani per la pace" de la Comunidad de Sant'Egidio.
Intervención de S.E. el cardenal Kevin Farrell
La Jornada Mundial de los Abuelos y las Personas Mayores es una fiesta. Sentíamos la necesidad: después de un año tan difícil hay una verdadera necesidad de fiesta, abuelos y nietos, jóvenes y mayores. " Había que hacer fiesta " dice el Padre en la parábola. Se abre una nueva página, tras unos meses dramáticos de dificultades. Y, sin embargo, muchas personas mayores tendrían derecho a quejarse de cómo han sido tratadas -o maltratadas- en estos meses de pandemia. Pero la Iglesia nos invita a dar un paso más y nos habla de ternura. Ternura hacia los mayores porque, como nos recuerda el Santo Padre en el mensaje que hoy les presentamos, el Coronavirus "les ha reservado un trato más duro". Por eso, el Papa espera la visita de un ángel, que baje a consolarlos en su soledad, e imagina que este ángel puede tener el semblante de un joven que visita a un anciano.
Por otro lado, la Jornada también nos habla de la ternura de los abuelos hacia sus nietos, de la guía segura que pueden ser los mayores para tantos jóvenes que se encuentran perdidos, especialmente en una época como la que vivimos, en la que las relaciones humanas se han enrarecido.
La ternura no es sólo un sentimiento privado, que alivia las heridas, sino una forma de relacionarse con los demás, que también debería respirarse en el espacio público. Nos hemos acostumbrado a vivir solos, a no abrazarnos, a considerar al otro un peligro para nuestra salud. Nuestras sociedades, nos dice el Papa en Fratelli tutti, están fragmentadas.
La ternura puede convertirse en una forma de ser, que nace del corazón, de una mirada de compasión, y se traduce en pensamientos y acciones impregnados de auténtica caridad. El cristianismo está hecho de lazos afectivos, de abrazos, de encuentros, y la soledad no tiene nada de normal para un creyente, si su existencia está centrada en su relación con Dios. "Yo estoy contigo todos los días" -el tema de la Jornada que vamos a celebrar- es la promesa que cada uno de nosotros ha recibido del Señor y que cada uno está llamado a repetir a sus hermanos.
La ternura tiene, por tanto, un valor social, que la celebración del Día pretende afirmar. Es un bálsamo que todos necesitamos, y nuestros abuelos pueden ser sus dispensadores. En la sociedad deshilachada y endurecida que está surgiendo de la pandemia, no sólo hay que vacunarse y recuperarse económicamente (aunque es fundamental), sino que hay que volver a aprender el arte de las relaciones. En esto, los abuelos y los mayores pueden ser nuestros maestros. Por eso también son tan importantes.
El mensaje que presentamos hoy es a la vez afectuoso y exigente con los abuelos y las personas mayores. El Santo Padre se dirige a ellos con palabras afectuosas, pero también les anuncia una llamada a "una vocación renovada en un momento crucial de la historia". Hay tres elementos que caracterizan esta llamada: "sueños, memoria y oración". La cercanía del Señor", dice el Papa, "dará la fuerza para emprender un nuevo viaje incluso a los más frágiles de entre nosotros, por los caminos de los sueños, la memoria y la oración". Sin embargo, lo que parece más relevante no es tanto la forma en que se declina esta vocación, sino la circunstancia de que se consideran destinatarios de una llamada específica.
En la Iglesia, con el Papa Francisco, los abuelos y los mayores tienen un lugar de honor y la Jornada que celebramos pretende reafirmarlo. En la pastoral, cada una de nuestras comunidades está invitada a no considerar a los mayores como clientes de nuestros servicios sociales, sino a considerarlos también como protagonistas de nuestros programas y a valorar su espiritualidad. Poner a los abuelos y a los mayores en el centro, comprender el valor de su presencia es, además, la única alternativa real a la cultura del descarte. Lo contrario del descarte no son sólo las obras de caridad (por muy necesarias que sean), sino la atención pastoral, en la conciencia del valor que representan para las familias, la Iglesia y la sociedad.
Quisiera ahora detenerme en un tema muy del agrado del Santo Padre: la sabiduría de los mayores. La insistencia en la sabiduría no proviene de la idea de que los mayores están dotados de mayor sabiduría que los demás, sino que tienen una sabiduría experiencial, la sabiduría de muchos años de vida.
Las personas mayores son, desde esta perspectiva, un gran recurso para salir de la crisis mejores y no peores. Sobre todo, pueden ayudarnos a comprender que la crisis que vivimos no es la primera ni será la última, y que las vicisitudes de los hombres y mujeres forman parte de una historia que las trasciende. En el mensaje, el Papa dice a todos los ancianos que "es necesario que también vosotros seáis testigos de que es posible salir renovados de una experiencia de prueba" y cita, como ejemplo, la experiencia de la guerra, que tantos han vivido.
No despreciar a la generación anterior significa no dejarse aplastar por el presente. Los obstáculos que hoy vivimos y que parecen insuperables adquieren las proporciones adecuadas si se miran desde la perspectiva del largo plazo.
Es en este sentido que la experiencia de las personas mayores puede ayudar a los jóvenes: ayudarles a leer su propia vida de forma más distanciada y realista, con la prudencia necesaria para tomar buenas decisiones. ¿Cuántas veces un abuelo ha ayudado a un nieto a entender que una aparente gran decepción era un nuevo camino que el Señor estaba trazando bajo sus pasos?
Del mismo modo, el conocimiento de que la Iglesia ha nacido de la experiencia de generaciones de cristianos, que nos han precedido y alimentado con su fe, ¿no debería llevarnos a comprender que las crisis que vivimos son sólo etapas en el camino de un pueblo a través de la historia? El Papa Francisco dedicó algunos pasajes importantes de "Fratelli tutti" precisamente a la necesidad de no perder la conciencia histórica, valorando a los abuelos, que son la voz y la presencia de esta conciencia.
Espero que el Día Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores nos ayude a crecer en el afecto por nuestros abuelos y a descubrirlos como maestros de ternura, guardianes de nuestras raíces y dispensadores de sabiduría. Por nuestra parte, toda la Iglesia repite a cada abuelo y a cada persona mayor: "estaremos contigo todos los días", hasta el fin del mundo.
Intervención del Dr. Vittorio Scelzo
Quisiera darles algunas informaciones sobre la primera Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores, que se celebrará este año por primera vez el 25 de julio, e ilustrar el material que nuestro Dicasterio pone a disposición desde hoy. A partir de las 12 horas, en la página web www.amorislaetitia.va se podrá encontrar el mensaje del Santo Padre para la Jornada, tanto en vídeo como en una versión sencilla para imprimir y regalar a los mayores; también habrá una oración compuesta para la ocasión, algunas sugerencias pastorales sobre cómo celebrar la Jornada, un subsidio litúrgico y una colección de palabras del Santo Padre sobre los ancianos.
Desde el principio imaginamos una Jornda lo más descentralizado posible para hacer llegar el mensaje a todos los abuelos y a todas las personas mayores, incluso a las más solas. Este año, pues, somos conscientes de que muchos estarán todavía imposibilitados para participar en cualquier tipo de cita pública debido a las restricciones por la pandemia. Además, incluso en lugares como Italia, donde la situación sanitaria está mejorando y permitiría ir a la iglesia, muchos mayores siguen teniendo miedo o no pueden hacerlo.
Por ello, la Jornada será una ocasión para vivir la Iglesia en salida. Imaginamos que los nietos entregarán el mensaje del Santo Padre a sus abuelos y que los jóvenes de nuestras parroquias y comunidades eclesiales saldrán a buscar a los mayores solos de sus barrios para decirles "Yo estoy contigo cada día". No es casualidad que el mensaje haya sido firmado por el Santo Padre el día de la Visitación. Ese pasaje del Evangelio describe de manera plástica el curso de la Jornada: una joven que va de prisa a visitar a una pariente mayor para mostrarle su afecto y ayudarla concretamente.
Joaquín, el abuelo de Jesús, que vivía en las afueras de su ciudad, también recibió la visita de un ángel que le comunicó que su oración había sido escuchada (esta es la imagen que hemos elegido como logotipo). Los ángeles existen y nuestros jóvenes pueden convertirse en ellos si ayudan a los mayores a salir del aislamiento. El Papa describe la soledad como un peñasco, pero sabemos que las piedras pesadas pueden rodar.
Se trata de un gesto arraigado en la tradición cristiana -tanto es así que dos de las obras de misericordia son las visitas: la de los enfermos y la de los presos- que hoy adquiere un significado añadido. Durante más de un año, reunirse ha sido casi imposible. Visitar a una persona mayor anciano sola es una forma de recuperar un mínimo de normalidad y de resistirse a la idea de que la soledad es un destino. Evidentemente, instamos a todo el mundo a respetar estrictamente las normas sanitarias de cada país, pero hoy en día en muchos lugares es posible reunirse -con la debida precaución- y no podemos hacernos a la idea de que estar lejos de los demás sea normal.
Durante la visita de los nietos a sus abuelos y de los jóvenes a los mayores solos, se puede entregar el mensaje del Papa o escuchar el vídeo, se puede rezar con la oración preparada para la Jornada y se puede regalar una flor u otro regalo.
En Roma, el 25 de julio a las 10:00 horas, el Santo Padre celebrará una misa con los abuelos y ancianos de su diócesis en la que participará un número limitado de personas, en cumplimiento de la normativa sanitaria que estará en vigor en ese momento. Asimismo, cada diócesis y cada parroquia podría dedicar una de sus misas dominicales a la celebración de la Jornada. Sugerimos que participe el mayor número posible de abuelos y mayores en persona, para que su presencia sea una señal manifiesta de la importancia que tienen en la comunidad. Del mismo modo, en los días anteriores y posteriores al 25 de julio, se pueden organizar celebraciones eucarísticas u oraciones en hospitales o residencias de ancianos. Nuestro deseo es que, efectivamente, todos los abuelos y todas las personas mayores participen en esa Jornada.
El modo en que cada diócesis o comunidad celebrará la Jornada será probablemente -y así lo esperamos- muy diferente y se adaptará a las necesidades pastorales de cada contexto. Cuando ya existe una tradición de este tipo, instamos a que se mantenga. Una sugerencia que nos gustaría hacer es la de dedicar un recuerdo particular a los mayores que han muerto a causa del Coronavirus. Todos sabemos cuántos nos han dejado sin que haya sido posible celebrar sus funerales. Un recuerdo -quizás leyendo sus nombres y encendiendo una vela- podría ser un valioso gesto de reconciliación para cualquier pequeña comunidad.
Poco más de un mes nos separa de la Jornada, un tiempo bastante escaso para empezar a organizar la celebración. Dentro de unos días publicaremos el vídeo de la oración rezada por el Santo Padre junto a personas mayores de todo el mundo (entre ellos está también el obispo más longevo del mundo que tiene 101 años). En estos días lanzaremos una campaña social e invitamos a todos -especialmente a los más jóvenes- a contar las visitas y las iniciativas que surjan utilizando el hashtag #IamWithYouAlways.
Intervención de la Sra. Monique Bodhuin
Estoy muy agradecida a Su Eminencia el cardenal Farrell por el honor que me ha hecho al invitarme a intervenir en esta ocasión en nombre de Vie Montante International (VMI), un movimiento de acción católica con unos cuarenta mil miembros en todos los continentes, cuya misión se basa en tres pilares: la amistad, la espiritualidad y la implicación en la sociedad.
Esta Primera Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores es un acontecimiento fantástico; agradezco al Cardenal y a sus colaboradores la organización de la misma; una primera vez que no puede dejar de tener continuidad.
El mensaje del Santo Padre marca el sentido y el tono de esta jornada; podemos sacar algunas orientaciones y su contenido es una fuente de gran esperanza para todos los mayores.
La cita de Mateo que abre el mensaje del Santo Padre, "Yo estoy contigo todos los días", está llena de ternura; esta cercanía al Señor a la que nos remiten las palabras de Mateo puede traducirse en la vida cotidiana de los mayores en algunos gestos sencillos: como cuando estrechan la mano de los niños y les dan confianza para caminar, es la alegría de los juegos y las risas de los pequeños lo que alegra su soledad y rompe el silencio de las horas que son siempre las mismas. Depende de cada uno de nosotros encontrar la manera de expresar la presencia afectuosa y la ternura sincera que los mayores necesitan para alimentar sus ganas de vivir.
Sus ganas de vivir han sido minadas durante más de un año por la pandemia; mucho antes de que el virus Covid-19 transtornase el mundi, el Papa Francisco no perdía la oportunidad de decir a la Iglesia y al mundo que el cuidado de los mayores es el deber de todo hombre y mujer digno de ese nombre: para él, una civilización que descuida a sus mayores es una civilización perdida... Los mayores han pagado un precio muy alto por la pandemia: los que vivían solos han experimentado una situación de mayor aislamiento, las medidas muy restrictivas en las instituciones, en las residencias y en las casas de reposo han debilitado su voluntad de vivir, y qué decir del sufrimiento de a los que, ingresados en el hospital, se les han prohibido las visitas y han muerto solos y abandonados. ¿Cómo puede nuestra conciencia de cristianos no ser desafiada por estas situaciones?
Con esta Primera Jornada de los Abuelos y de los Mayores, queremos decir a los abuelos y a los mayores que tienen un lugar en nuestro corazón y que forman parte de pleno derecho de la comunidad eclesial; este acontecimiento nos invita a ser portadores de un mensaje de cercanía, a jugar el papel de ángeles -la palabra griega "angelos", de la que deriva, significa "el que anuncia". Seremos realmente esos ángeles -con motivo de la Jornada- si nos damos cuenta de que estamos llamados a serlo durante las semanas siguientes, sólo así daremos a este día su pleno significado.
En las palabras del Santo Padre encuentro los objetivos del congreso internacional organizado en Roma a finales de enero de 2020, titulado "La riqueza de los años". Este Congreso se basó en algunas ideas fuertes: tener en cuenta los carismas de la tercera edad, dar a las personas mayores la plena ciudadanía en la comunidad eclesial, permitirles desempeñar el papel que su experiencia humana, hecha de alegrías pero también de dificultades que han atravesado y superado, así como su vida de fe, les permite tener en relación con las generaciones más jóvenes.
Las palabras del Santo Padre subrayan la importancia del diálogo intergeneracional; asimismo, el Año de la Familia, que comenzó el 19 de marzo, nos invita a reflexionar sobre esta misma dimensión, ya que los abuelos forman parte de la familia. Los abuelos tienen un papel crucial en la familia, sea cual sea, como testigos de la vida para las generaciones más jóvenes: su testimonio se basa en sus raíces, en la memoria que llevan, en su experiencia de vida, que les ayuda a comprender lo esencial, en su "saber estar", en su relación con Cristo, que da sentido a su vida.
Es sobre este vínculo intergeneracional, entre abuelos y nietos, pero también, más ampliamente, entre jóvenes y mayores, que el MCR, el Mouvement Chrétien des Retraités, la rama francesa de la VMI, construyó su jornada del 25 de julio; me gustaría decir unas palabras al respecto: un título "Le temps du goûter", un lema "jóvenes y mayores, compartamos nuestros sueños... y construyamos el mundo del mañana". Este proyecto ha dado lugar a una colaboración entre la VMI y el MCR y será objeto de una presentación oficial el 6 de julio en Taizé, en presencia de Frére Alois y en la que también participaré.
La realización de este evento no debe hacernos olvidar a quienes no han podido participar en la jornada; es necesario ir hacia ellos, hacia esas personas aisladas que necesitan particularmente una presencia: leer con ellos el mensaje del Santo Padre, rezar con ellos la oración del Santo Padre que habla de la presencia indefectible del Señor en su vida cotidiana. Es una forma de incluir a los ancianos aislados en la comunidad pastoral y reconocer su dignidad como hijos e hijas amados de Dios. Y no tenemos que detenernos allí....
Para mí, esta primera celebración de los abuelos y de los mayores es sólo un punto de partida; conlleva una dimensión de apertura al futuro: para ser fieles a nuestra misión de bautizados "es necesario ponerse en camino y, sobre todo, salir de sí mismo para emprender algo nuevo", como escribe el Santo Padre. La novedad podría consistir:
en estructuras de formación para vivir mejor el arte de ser abuelos o simplemente mayores: el reto es ser auténticos "transmisores y despertadores de la fe"
en estructuras transversales en las que los mayores y los jóvenes se encuentren para hablar sinceramente sobre el "arte de vivir", sobre el que los mayores tienen mucho que decir, pero también sobre el deseo que todo joven lleva dentro, para construir esa alianza entre jóvenes y mayores que pide el Papa Francisco.
Concluyo citando al Santo Padre porque estas pocas palabras están llenas de esperanza para el futuro y dan una orientación: "¿Quién, si no los jóvenes, puede tomar los sueños de los ancianos y llevarlos adelante? Pero para ello es necesario seguir soñando".
Intervención de la Sra. María Sofía Soli
En primer lugar, me gustaría agradecer la oportunidad concedida para dar hoy aquí mi testimonio como persona mayor. Mi especial agradecimiento al Papa Francisco, que ha querido dedicar esta extraordinaria Jornada Mundial a todos los mayores, abuelos y abuelas, en un momento marcado por la tragedia de la pandemia, que ha visto sucumbir a muchos de nosotros, a menudo en soledad, sin el consuelo de un abrazo, un último adiós o de la bendición en una ceremonia fúnebre.
Hoy, cuando el mal parece alejarse sentimos con demasiada fuerza la necesidad de dar nuestra contribución para no "desperdiciar esta crisis", para orientar a la humanidad hacia un futuro mejor, con menos egoísmo y oposición y más fraternidad. Sí, el futuro. Porque los mayores no miran sólo hacia el pasado. El cansancio o la fragilidad no nos impiden soñar, por nuestros nietos, por las generaciones venideras. Nunca hay un momento en el que tirar la toalla o pensar sólo en uno mismo. Cada edad necesita expresar una vida para los demás. Cada época tiene su vocación. Y qué precioso es que el Papa Francisco nos lo haya señalado con tanta claridad en su mensaje: 'custodiar las raíces, transmitir la fe a los jóvenes y cuidar a los pequeños'. "Una vocación renovada también para vosotros", añadió el Papa, "en un momento crucial de la historia.
Esta invitación -lo digo con convicción- nos exige un cambio a nosotros, los mayores, que a menudo creemos, a veces incluso con obstinación, que ya no podemos cambiar, que ya somos lo que somos, que ya no somos útiles para nadie. Ayudar a las personas mayores que se sienten solas, hacerles compañía aunque sea con una llamada telefónica, me hace sentir que sigo siendo muy útil a mi edad. En cambio, a menudo nos dejamos llevar por la melancolía, el resentimiento, la tristeza. Hace tiempo el propio Papa nos dijo: "Os recomiendo que habléis con los jóvenes, pero no para regañarles, no: para escucharles, y luego sembrar algo. Este diálogo es el futuro".
A los mayores nos duele mucho que nos digan que lo que se nos da -recursos, atención, cuidados- se les quita a los jóvenes. Este no es ni puede ser el caso. Nuestros nietos son parte de nosotros, son nuestra prolongación hacia el futuro, son la vida que no se acaba, son nuestra verdadera y gran riqueza. Qué triste es un mundo que separa a las generaciones y no las deja convivir. ¡Cómo hemos sufrido por esto durante la pandemia! También por eso no nos gusta estar confinados en lugares de reposo, en residencias de ancianos, donde las visitas, cuando se permiten, son programadas; donde los afectos están restringidos; donde nos sentimos excluidos de la vida.
Queremos honrar nuestra edad sembrando con toda la energía que nos queda los tres pilares de los que habla el Papa Francisco en su mensaje: sueños, memoria, oración. Mientras a nuestro alrededor el mundo parece encogerse, es hermoso ampliar la mirada de nuestro corazón con nuestros sueños, y transmitirlos a los que vendrán después de nosotros, sabiendo que sin memoria no hay futuro. La memoria no es un fin en sí misma, no nos hace prisioneros del pasado. Como dice el Papa, son los cimientos de una casa en construcción.
Y por último, la oración. La Escritura, cuya lectura y meditación tanto recomienda el Papa Francisco, sostiene nuestra fe, porque el Señor "no desatiende la súplica del huérfano, ni a la viuda, cuando da rienda suelta a su lamento. El que acude en su ayuda es acogido con benevolencia, su oración llega hasta las nubes". Como personas mayores también podemos aprender a rezar de forma diferente. La oración para nosotros los ancianos puede ser nuestro servicio a los demás. No sólo por los que conozco y están cerca de mí, sino también por los enfermos, por los presos, por las víctimas de la miseria y de la guerra. Con la oración podemos encontrar la mejor manera de viajar, de llegar a muchos lugares del mundo. Olivier Clément, un teólogo que conocí a través de la Comunidad de Sant'Egidio, escribía: "Una civilización en la que la gente ya no reza es una civilización en la que la vejez ya no tiene sentido. Y esto es aterrador: necesitamos ante todo ancianos que recen, porque para eso está la vejez". La oración de nosotros, los mayores, los abuelos y las abuelas, expresa un sentimiento maternal hacia otros que llevan una vida más activa que la nuestra. Es como decir: "Mis pensamientos están contigo. Te acompaño con mi recuerdo y mi oración...".
Gracias por vuestra atención.
Intervención de la Sra. Elena Liotta
Me llamo Elena. La primera vez que me invitaron a visitar a algunas mujeres mayores en una institución del centro de Roma, yo acababa de empezar la escuela secundaria. Puedo decir que recibí la gracia de la amistad con los mayores desde muy joven. Descubrí un mundo desconocido y fascinante aunque aparentemente lejano: caminamos a velocidades opuestas, nosotros nos sentimos como el principio, ellos parecen el final. Y sin embargo, en mi amistad con ellos encontré un tesoro: la necesidad y la alegría de detenerse y escuchar; la belleza de un encuentro verdadero, no mediado por el distanciamiento que imponen las redes sociales. Aprendí a caminar junto a los más frágiles, a ajustar el ritmo, sin la prisa por perseguir compromisos y oportunidades que al final te dejan insatisfecho y con un vacío interior. En un mundo que idolatra el dinero y el éxito personal como medida de bienestar, he aprendido a valorar cada momento vivido junto a los que te quieren. En largas conversaciones con ellos descubrí mis raíces, cómo era Roma antes de que yo naciera, el duro trabajo de una generación que reconstruyó Italia, sacrificando su presente para darme a mí y a muchos hijos y nietos un futuro mejor. Los mayores son Historia entre nosotros.
Estos meses de la pandemia han sido muy difíciles: para los mayores que han sufrido la soledad, sobre todo para los ingresados en las residencias, mantenidos en un aislamiento forzado durante demasiado tiempo; pero también para nosotros, que los queremos, que nos sentimos como sus nietos adoptivos, casi como Juan que se convirtió en hijo de María bajo la cruz. Ciertamente, las videollamadas y muchas nuevas tecnologías nos han ayudado a no olvidar rostros y voces, a tener noticias, a hacer sentir nuestro afecto, pero no han podido sustituir la belleza, la alegría, la inmediatez de las visitas. La soledad hace daño a todo el mundo, pero para las personas mayores puede ser letal. Durante estos meses de pandemia he pensado a menudo en el estado de los ancianos de la residencia, confinados en sus camas, entre el terror a caer enfermos y la angustia del aislamiento: la primera vez que nos encontramos con algunos de ellos, tardaron varios minutos en reconocerme. Así que, con paciencia, reconstruimos la historia de nuestra amistad, las circunstancias de nuestro primer encuentro, las cosas que solíamos hacer juntos antes de que el covid-19 cambiara nuestras vidas, como la cita semanal para rezar, los paseos por el centro de Roma. Nos reconocimos y nos encontramos a través del recuerdo de una amistad construida a lo largo de los años. Volver a verlos después de más de ocho meses fue una inmensa alegría, una verdadera resurrección.
Podemos salir mejores de la pandemia, como nos recuerda a menudo el Papa. Pero para nosotros, los jóvenes, esto significa asumir la responsabilidad de salir de nuestra concentración en nosotros mismos, de nuestra egolatría, y construir redes y vínculos entre generaciones. La alianza entre jóvenes y mayores es una gracia no sólo para quienes la viven, sino para toda una sociedad enferma de presentismo, incapaz de visiones de futuro porque sin memoria, como semillas que caen en terreno pedregoso e improductivo. Sin memoria, cuando el presente parece oscuro y carente de perspectivas esperanzadoras, es difícil imaginar el futuro y soñar. Sin memoria las tormentas parecen gigantescas e imposibles de superar. La alianza entre jóvenes y mayores es el gran recurso para afrontar las tormentas y soñar con un futuro diferente, un futuro mejor para todos.