El Santo Padre Francisco se asomó a mediodía a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para el rezo del Regina Caeli con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
Estas han sido las palabras del Papa antes de la oración mariana.
Antes del Regina Cæli
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este quinto domingo de Pascua (Jn 15,1-8), el Señor se presenta como la vid verdadera y habla de nosotros como los sarmientos que no pueden vivir sin permanecer unidos a Él. Y dice así: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos» (v. 5). No hay vid sin sarmientos, y viceversa. Los sarmientos no son autosuficientes, sino que dependen totalmente de la vid, que es la fuente de su existencia.
Jesús insiste en el verbo “permanecer”. Lo repite siete veces en el pasaje del Evangelio de hoy. Antes de dejar este mundo e ir al Padre, Jesús quiere asegurar a sus discípulos que pueden seguir unidos a él. Dice: «Permanezcan en mí y yo en ustedes» (v. 4). Este permanecer no es una permanencia pasiva, un “adormecerse” en el Señor, dejándose mecer por la vida. No, no. No es esto. El “permanecer en Él”, el permanecer en Jesús que nos propone es una permanencia activa, y también recíproco. ¿Por qué? Porque sin la vid los sarmientos no pueden hacer nada, necesitan la savia para crecer y dar fruto; pero también la vid necesita los sarmientos, porque los frutos no brotan del tronco del árbol. Es una necesidad recíproca, es una permanencia recíproca para dar fruto. Nosotros permanecemos en Jesús y Jesús permanece en nosotros.
En primer lugar, lo necesitamos a Él. El Señor quiere decirnos que antes de la observancia de sus mandamientos, antes de las bienaventuranzas, antes de las obras de misericordia, es necesario estar unidos a Él, permanecer en Él. No podemos ser buenos cristianos si no permanecemos en Jesús. Y, en cambio, con Él lo podemos todo (cf. Flp 4,13). Con él lo podemos todo.
Pero también Jesús, como la vid con los sarmientos, nos necesita. Tal vez nos parezca audaz decir esto, por lo que debemos preguntarnos: ¿en qué sentido Jesús necesita de nosotros? Él necesita de nuestro testimonio. El fruto que, como sarmientos, debemos dar es el testimonio de nuestra vida cristiana. Después de que Jesús subió al Padre, es tarea de los discípulos, es tarea nuestra, seguir anunciando el Evangelio con la palabra y con obras. Y los discípulos —nosotros, discípulos de Jesús— lo hacen dando testimonio de su amor: el fruto que hay que dar es el amor. Unidos a Cristo, recibimos los dones del Espíritu Santo, y así podemos hacer el bien al prójimo, hacer el bien a la sociedad, a la Iglesia. Por sus frutos se reconoce el árbol. Una vida verdaderamente cristiana da testimonio de Cristo.
¿Y cómo podemos lograrlo? Jesús nos dice: «Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá» (v. 7). También esto es audaz: la seguridad de que aquello que nosotros pidamos se nos concederá. La fecundidad de nuestra vida depende de la oración. Podemos pedir que pensemos como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús. Y así, amar a nuestros hermanos y hermanas, empezando por los más pobres y sufrientes, como Él lo hizo, y amarlos con Su corazón y dar en el mundo frutos de bondad, frutos de caridad, frutos de paz.
Encomendémonos a la intercesión de la Virgen María. Ella permaneció siempre unida a Jesús y dio mucho fruto. Que Ella nos ayude a permanecer en Cristo, en su amor, en su palabra, para dar testimonio del Señor resucitado en el mundo.
Después del Regina Caeli
Queridos hermanos y hermanas:
El pasado viernes, en Caracas, Venezuela, fue beatificado José Gregorio Hernández Cisneros, fiel laico. Era un médico lleno de ciencia y de fe: supo reconocer en los enfermos el rostro de Cristo y, como el Buen Samaritano, los ayudaba con caridad evangélica. Que su ejemplo nos ayude a cuidar a los que sufren en cuerpo y espíritu. Un aplauso para el nuevo beato…
Envío mis mejores deseos a nuestros hermanos y hermanas de las Iglesias ortodoxas y de las Iglesias católicas orientales y latinas que hoy, según el calendario juliano, celebran la solemnidad de la Pascua. Que el Señor Resucitado los llene de luz y de paz y conforte a las comunidades que viven situaciones particularmente difíciles. ¡Feliz Pascua para ellos!
Hemos entrado en el mes de mayo en el que la piedad popular expresa de muchas maneras la devoción a la Virgen María. Este año estará marcado por un maratón de oración en importantes santuarios marianos para implorar el fin de la pandemia. Ayer por la tarde fue la primera etapa en la Basílica de San Pedro. En este contexto hay una iniciativa que me importa mucho: la de la Iglesia birmana, que nos invita a rezar por la paz reservando un Ave María del rosario diario por Myanmar. Cada uno de nosotros se dirige a la mamá cuando está en necesidad o en dificultad; nosotros, en este mes, pedimos a nuestra Madre del Cielo que hable al corazón de todos los dirigentes de Myanmar para que encuentren el valor de recorrer el camino del encuentro, la reconciliación y la paz.
Con tristeza expreso mi cercanía al pueblo de Israel por el accidente que tuvo lugar el pasado viernes en el monte Merón, causando la muerte de 45 personas y numerosos heridos. Les aseguro mi recuerdo en la oración por las víctimas de esta tragedia y por sus familias.
Mis pensamientos se dirigen también hoy a la Asociación Meter, a la que animo a continuar con su compromiso con los niños víctimas de la violencia y la explotación.
Y, por último, saludo cordialmente a todos los aquí presentes, queridos romanos y peregrinos de varios países. Saludo en particular a los miembros del Movimiento Político por la Unidad fundado por Chiara Lubich hace 25 años: mis mejores deseos y buen trabajo al servicio de la buena política.
Y les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Disfruten de su almuerzo y hasta pronto.