Esta
mañana el Santo Padre ha recibido en audiencia a las monjas clarisas
del monasterio de Santa Clara de Paganica (L'Aquila, Italia) .
Publicamos
a continuación el saludo que les ha dirigido durante la audiencia.
Saludo
del Santo Padre
Queridas
hermanas
Me
complace daros la bienvenida y saludo de todo corazón a todas y a
cada una de vosotras Os agradezco el apoyo que me dais con vuestras
oraciones, y en particular el regalo del cirio pascual que habéis
decorado para la capilla de la Casa Santa Marta. A través de este
símbolo de Cristo, luz del mundo, estáis presentes espiritualmente
en las celebraciones que se realizan en esa capilla.
Vuestra
comunidad de Paganica, una localidad de L'Aquila, vivió la tragedia
del terremoto de 2009, durante la cual vuestro monasterio quedó
destruido, la abadesa Madre Gemma Antonucci murió bajo los escombros
y otras hermanas resultaron heridas. Sin embargo, Dios os hizo salir
fortalecidas de ese drama y, como el grano de trigo que debe morir
para dar fruto, así fue también para vuestra comunidad monástica.
Habéis experimentado un gran dolor, pero también el cuidado amoroso
del Padre celestial y la solidaridad de tantas personas.
Aquella
noche lo perdisteis todo, menos a Dios y la fraternidad. A partir de
estos dos puntos firmes volvisteis a empezar con valentía. Al
principio os instalasteis en una estructura provisional y, diez años
después del terremoto, regresasteis al monasterio, reconstruido y
restaurado. Ahora vuestra comunidad es floreciente, formada por doce
monjas, todas jóvenes. Este es el mensaje que habéis dado a la
gente: frente a la tragedia es necesario volver a empezar desde Dios
y desde la solidaridad fraterna. Muchas gracias por esto.
Queridas
hermanas, no os canséis de ser una presencia orante y consoladora
para apoyar a la población, muy probada por la terrible experiencia
y todavía necesitada de consuelo y ánimo. Que el ejemplo de la
beata Antonia os ayude a ser siempre mujeres pobres y alegres por
amor a Cristo pobre. Fieles al carisma recibido de santa Clara y san
Francisco, responded con generosidad al deseo que Dios ha puesto en
vuestros corazones, viviendo vuestra vida de mujeres consagradas en
total adhesión al Evangelio.
Os
doy las gracias por esta visita. Invoco sobre vuestro camino la luz y
la fuerza del Espíritu Santo y os acompaño con la bendición
apostólica que os imparto de corazón. Y, por favor, seguid rezando
por mí y por toda la Iglesia. Gracias.