La audiencia general de esta mañana tuvo lugar a las 9.15 horas en la Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano.
En su catequesis, en la víspera del Triduo Pascual, el Papa centró su meditación en la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo (Lectura: Is 52, 13-15).
Después de resumir su catequesis en diferentes idiomas, el Santo Padre dirigió unas palabras de saludo a los fieles.
La audiencia general concluyó con el rezo del Pater Noster y la bendición apostólica.
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ya inmersos en el clima espiritual de la Semana Santa,
estamos en la vigilia del Triduo pascual. Desde mañana y hasta el
domingo viviremos los días centrales del Año litúrgico, celebrando el
misterio de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección del Señor. Y
este misterio lo vivimos cada vez que celebramos la Eucaristía. Cuando
nosotros vamos a Misa, no vamos solo a rezar, no: vamos a renovar, a
hacer de nuevo, este misterio, el misterio pascual. Es importante no
olvidar esto. Es como si nosotros fuéramos al Calvario —es lo mismo—
para renovar, para hacer de nuevo el misterio pascual.
La tarde del Jueves Santo, entrando en el Triduo pascual, reviviremos la Misa que se llama in Coena Domini, es
decir la Misa donde se conmemora la Última cena, lo que sucedió allí,
en ese momento. Es la tarde en la que Cristo dejó a sus discípulos el
testamento de su amor en la Eucaristía, pero no como recuerdo, sino como
memorial, como su presencia perenne. Cada vez que se celebra la
Eucaristía, como dije al principio, se renueva este misterio de la
redención. En este Sacramento, Jesús sustituyó la víctima del sacrificio
—el cordero pascual— consigo mismo: su Cuerpo y su Sangre nos donan la
salvación de la esclavitud del pecado y de la muerte. La salvación de
toda esclavitud está ahí. Es la tarde en la que Él nos pide que nos
amemos haciéndonos siervos los unos de los otros, como hizo Él lavando
los pies a los discípulos. Un gesto que anticipa la cruenta oblación en
la cruz. Y de hecho el Maestro y Señor morirá el día después para
limpiar no los pies, sino los corazones y toda la vida de sus
discípulos. Ha sido una oblación de servicio a todos nosotros, porque
con ese servicio de su sacrificio nos ha redimido a todos.
El Viernes Santo es día de penitencia, de ayuno y de oración. A
través de los textos de la Sagrada Escritura y las oraciones
litúrgicas, estaremos como reunidos en el Calvario para conmemorar la
Pasión y la Muerte redentora de Jesucristo. En la intensidad del rito de
la Acción litúrgica se nos presentará el Crucificado para adorar.
Adorando la Cruz, reviviremos el camino del Cordero inocente inmolado
por nuestra salvación. Llevaremos en la mente y en el corazón los
sufrimientos de los enfermos, de los pobres, de los descartados de este
mundo; recordaremos a los “corderos inmolados” víctimas inocentes de las
guerras, de las dictaduras, de las violencias cotidianas, de los
abortos… Delante de la imagen de Dios crucificado llevaremos, en la
oración, los muchos, demasiados crucificados de hoy, que solo desde Él
pueden recibir el consuelo y el sentido de su sufrimiento. Y hoy hay
muchos: no olvidar a los crucificados de hoy, que son la imagen del
Jesús Crucificado, y en ellos está Jesús.
Desde que Jesús tomó sobre sí las llagas de la humanidad y la misma
muerte, el amor de Dios ha regado nuestros desiertos, ha iluminado
nuestras tinieblas. Por que el mundo está en las tinieblas. Hagamos una
lista de todas las guerras que se están combatiendo en este momento; de
todos los niños que mueren de hambre; de los niños que no tienen
educación; de pueblos enteros destruidos por las guerras, el terrorismo.
De tanta, tanta gente que para sentirse un poco mejor necesita de la
droga, de la industria de la droga que mata… ¡Es una calamidad, es un
desierto! Hay pequeñas “islas” del pueblo de Dios, tanto cristiano como
de cualquier otra fe, que conservan en el corazón las ganas de ser
mejores. Pero digámonos la realidad: en este Calvario de muerte, es
Jesús quien sufre en sus discípulos. Durante su ministerio, el Hijo de
Dios había derramado generosamente la vida, sanando, perdonando,
resucitando… Ahora, en la hora del supremo Sacrificio en la cruz, lleva a
cumplimiento la obra encomendada por el Padre: entra en el abismo del
sufrimiento, entra en estas calamidades de este mundo, para redimir y
transformar. Y también para liberarnos a cada uno de nosotros del poder
de las tinieblas, de la soberbia, de la resistencia a ser amados por
Dios. Y esto, solo el amor de Dios puede hacerlo. Por sus llagas hemos
sido sanados (cf. 1 P 2,24), dice el apóstol Pedro, de su muerte
hemos sido regenerados, todos nosotros. Y gracias a Él, abandonado en la
cruz, nunca nadie está solo en la oscuridad de la muerte. Nunca, Él
está siempre al lado: solo hay que abrir el corazón y dejarse mirar por
Él.
El Sábado Santo es el día del silencio: hay un gran silencio
sobre toda la Tierra; un silencio vivido en el llanto y en el
desconcierto de los primeros discípulos, conmocionados por la muerte
ignominiosa de Jesús. Mientras el Verbo calla, mientras la Vida está en
el sepulcro, aquellos que habían esperado en Él son sometidos a dura
prueba, se sienten huérfanos, quizá también huérfanos de Dios. Este
sábado es también el día de María: también ella lo vive en el llanto,
pero su corazón está lleno de fe, lleno de esperanza, lleno de amor. La
Madre de Jesús había seguido al Hijo a lo largo de la vía dolorosa y se
había quedado a los pies de la cruz, con el alma traspasada. Pero cuando
todo parece haber terminado, ella vela, vela a la espera manteniendo la
esperanza en la promesa de Dios que resucita a los muertos. Así, en la
hora más oscura del mundo, se ha convertido en Madre de los creyentes,
Madre de la Iglesia y signo de la esperanza. Su testimonio y su
intercesión nos sostienen cuando el peso de la cruz se vuelve demasiado
pesado para cada uno de nosotros.
En las tinieblas del Sábado Santo irrumpirán la alegría y la luz con
los ritos de la Vigilia pascual, tarde por la noche, y el canto festivo
del Aleluya. Será el encuentro en la fe con Cristo resucitado y la
alegría pascual se prolongará durante los cincuenta días que seguirán,
hasta la venida del Espíritu Santo. ¡Aquel que había sido crucificado ha
resucitado! Todas las preguntas y las incertidumbres, las vacilaciones y
los miedos son disipados por esta revelación. El Resucitado nos da la
certeza de que el bien triunfa siempre sobre el mal, que la vida vence
siempre a la muerte y nuestro final no es bajar cada vez más abajo, de
tristeza en tristeza, sino subir a lo alto. El Resucitado es la
confirmación de que Jesús tiene razón en todo: en el prometernos la vida
más allá de la muerte y el perdón más allá de los pecados. Los
discípulos dudaban, no creían. La primera en creer y ver fue María
Magdalena, fue la apóstola de la resurrección que fue a contar que había
visto a Jesús, que la había llamado por su nombre. Y después, todos los
discípulos le han visto. Pero, yo quisiera detenerme sobre esto: los
guardias, los soldados, que estaban en el sepulcro para no dejar que
vinieran los discípulos y llevarse el cuerpo, le han visto: le han visto
vivo y resucitado. Los enemigos le han visto, y después han fingido que
no le habían visto. ¿Por qué? Porque fueron pagados. Aquí está el
verdadero misterio de lo que Jesús dijo una vez: “Hay dos señores en el
mundo, dos, no más: dos. Dios y el dinero. Quien sirve al dinero está
contra Dios”. Y aquí está el dinero que hizo cambiar la realidad. Habían
visto la maravilla de la resurrección, pero fueron pagados para callar.
Pensemos en las muchas veces que hombres y mujeres cristianos han sido
pagados para no reconocer en la práctica la resurrección de Cristo, y no
han hecho lo que el Cristo nos ha pedido que hagamos, como cristianos.
Queridos hermanos y hermanas, también este año viviremos las
celebraciones pascuales en el contexto de la pandemia. En muchas
situaciones de sufrimiento, especialmente cuando quienes las sufren son
personas, familias y poblaciones ya probadas por la pobreza, calamidades
o conflictos, la Cruz de Cristo es como un faro que indica el puerto a
las naves todavía en el mar tempestuoso. La Cruz de Cristo es el signo
de la esperanza que no decepciona; y nos dice que ni siquiera una
lágrima, ni siquiera un lamento se pierden en el diseño de salvación de
Dios. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de servirle y de reconocerle
y de no dejarnos pagar para olvidarle.
Saludos en español
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Que en estos
momentos de incerteza y aflicción por la pandemia, la fuerza de Cristo
resucitado afiance nuestra fe, renueve nuestra esperanza y aumente
nuestra caridad. Felices pascuas de Resurrección para todos. Que Dios
los bendiga. Muchas gracias.