La audiencia general de esta mañana ha tenido lugar, a las 9,15, en la Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano.
El Papa ha dedicado la catequesis a su reciente viaje apostólico a Irak (Lecturas Gen 12,1.4; 15,5-6)
Después de resumir su catequesis en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado a los fieles en diversos idiomas. La audiencia general ha terminado con el rezo del Pater Noster y la bendición apostólica.
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos días pasados el Señor me ha concedido visitar Irak, realizando un proyecto de San Juan Pablo II.
Nunca un Papa había estado en la tierra de Abrahán; la Providencia ha
querido que esto sucediera ahora, como signo de esperanza después de
años de guerra y terrorismo y durante una dura pandemia.
Después de esta visita, mi alma está llena de gratitud. Gratitud a
Dios y a todos aquellos que la han hecho posible: al presidente de la
República y al Gobierno de Irak; a los patriarcas y a los obispos del
país, junto a todos los ministros y los fieles de las respectivas
Iglesias; a las Autoridades religiosas, empezando por el Gran Ayatolá
Al-Sistani, con quien tuve un encuentro inolvidable en su casa en Nayaf.
Sentí con fuerza el sentido penitencial de esta peregrinación: no
podía acercarme a ese pueblo atormentado, a esa Iglesia mártir, sin
tomar sobre mí, en nombre de la Iglesia católica, la cruz que ellos
llevan desde hace años; una cruz grande, como esa colocada en la entrada
de Qaraqosh. Lo sentí de forma particular viendo las heridas todavía
abiertas de las destrucciones, y más todavía encontrando y escuchando a
los testigos supervivientes de la violencia, la persecución, el exilio… Y
al mismo tiempo vi en torno a mí la alegría de acoger al mensajero de
Cristo; vi la esperanza de abrirse a un horizonte de paz y de
fraternidad, resumido en las palabras de Jesús que eran el lema de la
visita: «Vosotros sois todos hermanos» (Mt 23,8). Encontré
esta esperanza en el discurso del presidente de la República, la
encontré en muchos saludos y testimonios, en los cantos y en los gestos
de la gente. La leí en los rostros luminosos de los jóvenes y en los
ojos vivaces de los ancianos. La gente que esperaba al Papa desde hacía
cinco horas, de pie…; también mujeres con niños en brazos… Esperaba, y
en sus ojos había esperanza.
El pueblo iraquí tiene derecho a vivir en paz, tiene derecho a
encontrar la dignidad que le pertenece. Sus raíces religiosas y
culturales son milenarias: Mesopotamia es cuna de civilización; Bagdad
ha sido en la historia una ciudad de importancia primordial, que albergó
durante siglos la biblioteca más rica del mundo. ¿Y qué la destruyó? La
guerra. La guerra siempre es el monstruo que, con el cambio de épocas,
se transforma y continúa devorando a la humanidad. Pero la respuesta a
la guerra no es otra guerra, la respuesta a las armas no son otras
armas. Y yo me he preguntado: ¿quién vendía las armas a los terroristas?
¿Quién vende hoy las armas a los terroristas, que están realizando
masacres en otros lugares, pensemos en África por ejemplo? Es una
pregunta que yo quisiera que alguien respondiera. La respuesta no es la
guerra, la respuesta es la fraternidad. Este es el desafío para Irak,
pero no solo: es el desafío para tantas regiones de conflicto y, en
definitiva, es el desafío para el mundo entero: la fraternidad. ¿Seremos
capaces nosotros de hacer fraternidad entre nosotros, de hacer una
cultura de hermanos? ¿O seguiremos con la lógica iniciada por Caín, la
guerra? Fraternidad, fraternidad.
Por esto nos hemos encontrado y hemos rezado, cristianos y musulmanes, con representantes de otras religiones, en Ur,
donde Abrahán recibió la llamada de Dios hace unos cuatro mil años.
Abrahán es padre en la fe porque escuchó la voz de Dios que le prometía
una descendencia, dejó todo y partió. Dios es fiel a sus promesas y
todavía hoy guía nuestros pasos de paz, guía los pasos de quien camina
en la Tierra con la mirada dirigida al Cielo. Y en Ur, estando juntos
bajo ese cielo luminoso, el mismo cielo en el cual nuestro padre Abrahán
nos vio a nosotros, su descendencia, nos pareció que resonaba todavía
en los corazones esa frase: Vosotros sois todos hermanos.
Un mensaje de fraternidad llegó desde el encuentro en la catedral siro-católica de Bagdad,
donde en 2010 fueron asesinadas cuarenta y ocho personas, entre las
cuales dos sacerdotes, durante la celebración de la misa. La Iglesia en
Irak es una Iglesia mártir y en ese templo, que lleva inscrito en la
piedra el recuerdo de esos mártires, resonó la alegría del encuentro: mi
asombro de estar en medio de ellos se fusionaba con su alegría de tener
al Papa con ellos.
Lanzamos un mensaje de fraternidad desde Mosul y desde Qaraqosh,
sobre el río Tigris, en las ruinas de la antigua Nínive. La ocupación
del Estado Islámico causó la fuga de miles y miles de habitantes, entre
los cuales muchos cristianos de diferentes confesiones y otras minorías
perseguidas, especialmente los yazidíes. Se ha destruido la antigua
identidad de estas ciudades. Ahora se está tratando de reconstruir con
mucho esfuerzo; los musulmanes invitan a los cristianos a volver, y
juntos restauran iglesias y mezquitas. Fraternidad, está ahí. Y sigamos,
por favor, rezando por estos hermanos y hermanas nuestros tan probados,
para que tengan fuerza de volver a comenzar. Y pensando en tantos
iraquíes emigrados quisiera decirles: habéis dejado todo, como Abrahán:
como él, custodiad la fe y la esperanza, y sed creadores de amistad allá
donde estéis. Y, si podéis, volved.
Un mensaje de fraternidad vino de las dos Celebraciones eucarísticas: la de Bagdad, en rito caldeo, y la de Erbil,
ciudad donde fui recibido por el presidente de la región y su primer
ministro, por las autoridades —agradezco mucho que vinieran a recibirme—
y también fui recibido por el pueblo. La esperanza de Abrahán y de su
descendencia se ha realizado en el misterio que hemos celebrado, en
Jesús, el Hijo que Dios Padre no escatimó, sino que donó para la
salvación de todos: Él, con su muerte y resurrección, nos ha abierto el
paso a la tierra prometida, a la vida nueva donde las lágrimas son
secadas, las heridas sanadas, los hermanos reconciliados.
Queridos hermanos y hermanas, alabemos a Dios por esta histórica
visita y sigamos rezando por esa Tierra y por Oriente Medio. En Irak, no
obstante el fragor de la destrucción y de las armas, las palmas,
símbolo del país y de su esperanza, han seguido creciendo y dando fruto.
Así sucede con la fraternidad: como el fruto de las palmas no hace
ruido, pero es fructífera y nos hace crecer. ¡Dios, que es paz, conceda
un futuro de fraternidad a Irak, a Oriente Medio y al mundo entero!
Saludos en español
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Que el Señor
Jesús, Príncipe de la paz, en quien se cumple la promesa de Dios a
Abrahán y a su descendencia, y que con el misterio de su muerte y
resurrección nos abrió el paso a la tierra prometida, a la vida nueva,
obtenga del Padre para Irak, para Oriente Medio y para el mundo entero
un futuro luminoso de fraternidad y de paz. Muchas gracias.