La
audiencia general de esta mañana ha tenido lugar, a las 9,15, en la
Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano.
El Papa,
continuando el ciclo de catequesis sobre la oración
se ha centrado en el argumento “La
oración de acción de gracias” (Lectura: 1
Ts
5,16-19).
Después de
resumir su catequesis en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado
a los fieles en diversos idiomas y ha lanzado un llamamiento por las
víctimas del terremoto de Croacia.La audiencia general ha terminado
con el rezo del Pater Noster y la bendición apostólica.
Catequesis
del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Quisiera detenerme hoy en la oración de acción de gracias. Y
hago referencia a un episodio del evangelista Lucas. Mientras Jesús
estaba en camino, se le acercaron diez leprosos que imploran:
«¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» (17,13). Sabemos
que, para los enfermos de lepra, al sufrimiento físico se le unía
la marginación social y la marginación religiosa. Eran marginados.
Jesús no rehúye el encuentro con ellos. A veces va más allá de
los límites impuestos por la ley y toca al enfermo —que no se
podía hacer —, lo abraza, lo sana. En este caso no hay contacto. A
distancia, Jesús les invita a presentarse donde los sacerdotes (v.
14), los cuales estaban encargados, según la ley, de certificar la
sanación. Jesús no dice otra cosa. Ha escuchado su oración, ha
escuchado su grito de piedad, y les manda enseguida donde los
sacerdotes.
Los diez se fían, no se quedan ahí hasta el momento de ser
sanados, no: se fían y van enseguida, y mientras están yendo se
curan, los diez. Los sacerdotes habrían por tanto podido constatar
su sanación y devolverles a la vida normal. Pero aquí viene el
punto más importante: de ese grupo, solo uno, antes de ir donde los
sacerdotes, vuelve atrás a dar las gracias a Jesús y alabar a Dios
por la gracia recibida. Solo uno, los otros nueve siguen el camino. Y
Jesús nota que ese hombre era un samaritano, una especie de “hereje”
para los judíos de la época. Jesús comenta: «¿No ha habido quien
volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?» (17,18). ¡Es
conmovedora la historia!
Este pasaje, por así decir, divide el mundo en dos: quien no da
las gracias y quien da las gracias; quien toma todo como si se le
debiera, y quien acoge todo como don, como gracia. El Catecismo
escribe: «Todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en
ofrenda de acción de gracias» (n. 2638). La oración de acción de
gracias comienza siempre desde aquí: del reconocerse precedidos por
la gracia. Hemos sido pensados antes de que aprendiéramos a pensar;
hemos sido amados antes de que aprendiéramos a amar; hemos sido
deseados antes de que en nuestro corazón surgiera un deseo. Si
miramos la vida así, entonces el “gracias” se convierte en el
motivo conductor de nuestras jornadas. Muchas veces olvidamos también
decir “gracias”.
Para nosotros cristianos el dar las gracias ha dado nombre al
Sacramento más esencial que hay: la Eucaristía. La palabra griega,
de hecho, significa precisamente esto: acción de gracias. Los
cristianos, como todos los creyentes, bendicen a Dios por el don de
la vida. Vivir es ante todo haber recibido la vida. Todos nacemos
porque alguien ha deseado para nosotros la vida. Y esto es solo la
primera de una larga serie de deudas que contraemos viviendo. Deudas
de reconocimiento. En nuestra existencia, más de una persona nos ha
mirado con ojos puros, gratuitamente. A menudo se trata de
educadores, catequistas, personas que han desempeñado su rol más
allá de la medida pedida por el deber. Y han hecho surgir en
nosotros la gratitud. También la amistad es un don del que estar
siempre agradecidos.
Este “gracias” que debemos decir continuamente, este gracias
que el cristiano comparte con todos, se dilata en el encuentro con
Jesús. Los Evangelios testifican que el paso de Jesús suscita a
menudo alegría y alabanza a Dios en aquellos que lo encontraban. Las
narraciones de la Navidad están llenas de orantes con el corazón
ensanchado por la llegada del Salvador. Y también nosotros hemos
sido llamados a participar en esta inmensa exultación. Lo sugiere
también el episodio de los diez leprosos sanados. Naturalmente todos
estaban felices por haber recuperado la salud, pudiendo así salir de
esa interminable cuarentena forzada que les excluía de la comunidad.
Pero entre ellos hay uno que a la alegría añade alegría: además
de la sanación, se alegra por el encuentro sucedido con Jesús. No
solo está libre del mal, sino que ahora también posee la certeza de
ser amado. Este es el núcleo: cuando tú das gracias, expresas la
certeza de ser amado. Y este es un paso grande: tener la certeza de
ser amado. Es el descubrimiento del amor como fuerza que gobierna el
mundo. Dante diría: el Amor «que mueve el sol y las otras
estrellas» (Paraíso, XXXIII, 145). Ya no somos viajeros
errantes que vagan por aquí y por allá, no: tenemos una casa,
vivimos en Cristo, y desde esta “casa” contemplamos el resto del
mundo, y este nos aparece infinitamente más bello. Somos hijos del
amor, somos hermanos del amor. Somos hombres y mujeres de gracia.
Por tanto, hermanos y hermanas, tratemos de estar siempre en la
alegría del encuentro con Jesús. Cultivemos la alegría. Sin
embargo el demonio, después de habernos engañado —con cualquier
tentación—, nos deja siempre tristes y solos. Si estamos en
Cristo, ningún pecado y ninguna amenaza nos podrán impedir nunca
continuar con alegría el camino, junto a tantos compañeros de
viaje.
Sobre todo, no dejemos de agradecer: si somos portadores de
gratitud, también el mundo se vuelve mejor, quizá solo un poco,
pero es lo que basta para transmitirle un poco de esperanza. El mundo
necesita esperanza y con la gratitud, con esta actitud de decir
gracias, nosotros transmitimos un poco de esperanza. Todo está
unido, todo está conectado y cada uno puede hacer su parte allá
donde se encuentra. El camino de la felicidad es el que San Pablo ha
descrito al final de una de sus cartas: «Orad constantemente.
En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús,
quiere de vosotros. No extingáis el Espíritu» (1Ts
5,17-19). No apagar el Espíritu, ¡buen programa de vida! No apagar
el Espíritu que tenemos dentro que nos lleva a la gratitud.
Saludos en español
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a
responder a esta alegría del encuentro con Jesús como nos pide el
apóstol san Pablo, dando gracias en cualquier situación y siendo
perseverantes en la oración. Y a todos les deseo un año nuevo lleno
de la Presencia misericordiosa de Dios. Que el Señor los bendiga.
LLAMAMIENTO
Ayer un terremoto provocó víctimas y daños enormes en Croacia.
Expreso mi cercanía a los heridos y a quienes han sido
golpeados por el terremoto y rezo en particular por quienes han
perdido la vida y por sus familiares. Espero que las autoridades del
país, ayudadas por la Comunidad internacional, puedan aliviar pronto
los sufrimientos de la querida población croata.