La
audiencia general de esta mañana ha tenido lugar, a las 9,15, en la
Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano.
El Papa,
continuando el ciclo de catequesis sobre la oración
se ha centrado en el argumento “La
oración de la Iglesia naciente” (Lectura: At
4,23-24.29.31).
Después de
resumir su catequesis en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado
a los fieles en diversos idiomas. La audiencia general ha terminado
con el rezo del Pater Noster y la bendición apostólica.
Catequesis
del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los primeros pasos de la Iglesia en el mundo estuvieron marcados
por la oración. Los escritos apostólicos y la gran narración de
los Hechos de los Apóstoles nos devuelven la imagen de una
Iglesia en camino, una Iglesia trabajadora, pero que encuentra en las
reuniones de oración la base y el impulso para la acción misionera.
La imagen de la comunidad primitiva de Jerusalén es punto de
referencia para cualquier otra experiencia cristiana. Escribe Lucas
en el Libro de los Hechos: «Acudían asiduamente a la enseñanza de
los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las
oraciones» (2,42). La comunidad persevera en la oración.
Encontramos aquí cuatro características esenciales de la vida
eclesial: la escucha de la enseñanza de los apóstoles, primero;
segundo, la custodia de la comunión recíproca; tercero, la fracción
del pan y, cuarto, la oración. Estas nos recuerdan que la existencia
de la Iglesia tiene sentido si permanece firmemente unida a Cristo,
es decir en la comunidad, en su Palabra, en la Eucaristía y en la
oración. Es el modo de unirnos, nosotros, a Cristo. La predicación
y la catequesis testimonian las palabras y los gestos del Maestro; la
búsqueda constante de la comunión fraterna preserva de egoísmos y
particularismos; la fracción del pan realiza el sacramento de la
presencia de Jesús en medio de nosotros: Él no estará nunca
ausente, en la Eucaristía es Él. Él vive y camina con nosotros. Y
finalmente la oración, que es el espacio del diálogo con el Padre,
mediante Cristo en el Espíritu Santo.
Todo lo que en la Iglesia crece fuera de estas “coordenadas”,
no tiene fundamento. Para discernir una situación tenemos que
preguntarnos cómo, en esta situación, están estas cuatro
coordenadas: la predicación, la búsqueda constante de la comunión
fraterna —la caridad—, la fracción del pan —es decir la vida
eucarística— y la oración. Cualquier situación debe ser valorada
a la luz de estas cuatro coordenadas. Lo que no entra en estas
coordenadas está privado de eclesialidad, no es eclesial. Es Dios
quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras. La Iglesia no es un
mercado, la Iglesia no es un grupo de empresarios que van adelante
con esta nueva empresa. La Iglesia es obra del Espíritu Santo, que
Jesús nos ha enviado para reunirnos. La Iglesia es precisamente el
trabajo del Espíritu en la comunidad cristiana, en la vida
comunitaria, en la Eucaristía, en la oración, siempre. Y todo lo
que crece fuera de estas coordenadas no tiene fundamento, es como una
casa construida sobre arena (cfr. Mt 7, 24-27). Es Dios
quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras. Es la palabra de
Jesús la que llena de sentido nuestros esfuerzos. Es en la humildad
que se construye el futuro del mundo.
A veces, siento una gran tristeza cuando veo alguna comunidad que,
con buena voluntad, se equivoca de camino porque piensa que hace
Iglesia en mítines, como si fuera un partido político: la mayoría,
la minoría, qué piensa este, ese, el otro… “Esto es como un
Sínodo, un camino sinodal que nosotros debemos hacer”. Yo me
pregunto: ¿dónde está el Espíritu Santo, ahí? ¿Dónde está la
oración? ¿Dónde el amor comunitario? ¿Dónde la Eucaristía? Sin
estas cuatro coordenadas, la Iglesia se convierte en una sociedad
humana, un partido político —mayoría, minoría—, los cambios se
hacen como si fuera una empresa, por mayoría o minoría… Pero no
está el Espíritu Santo. Y la presencia del Espíritu Santo está
precisamente garantizada por estas cuatro coordenadas. Para valorar
una situación, si es eclesial o no es eclesial, preguntémonos si
están estas cuatro coordenadas: la vida comunitaria, la oración, la
Eucaristía… [la predicación], cómo se desarrolla la vida en
estas cuatro coordenadas. Si falta esto, falta el Espíritu, y si
falta el Espíritu nosotros seremos una bonita asociación
humanitaria, de beneficencia, bien, bien, también un partido,
digamos así, eclesial, pero no está la Iglesia. Y por esto la
Iglesia no puede crecer por estas cosas: crece no por proselitismo,
como cualquier empresa, crece por atracción. ¿Y quién mueve la
atracción? El Espíritu Santo. No olvidemos nunca esta palabra de
Benedicto
XVI. “La Iglesia no crece por proselitismo, crece por
atracción”. Si falta el Espíritu Santo, que es lo que atrae a
Jesús, ahí no está la Iglesia. Hay un bonito club de amigos, bien,
con buenas intenciones, pero no está la Iglesia, no hay sinodalidad.
Leyendo los Hechos de los Apóstoles descubrimos entonces cómo el
poderoso motor de la evangelización son las reuniones de oración,
donde quien participa experimenta en vivo la presencia de Jesús y es
tocado por el Espíritu. Los miembros de la primera comunidad —pero
esto vale siempre, también para nosotros hoy— perciben que la
historia del encuentro con Jesús no se detuvo en el momento de la
Ascensión, sino que continúa en su vida. Contando lo que ha dicho y
hecho el Señor —la escucha de la Palabra—, rezando para entrar
en comunión con Él, todo se vuelve vivo. La oración infunde luz y
calor: el don del Espíritu hace nacer en ellos el fervor.
Al respecto, el Catecismo
tiene una expresión muy profunda. Dice así: «El Espíritu Santo,
que recuerda así a Cristo ante su Iglesia orante, conduce a ésta
también hacia la Verdad plena, y suscita nuevas formulaciones que
expresarán el insondable Misterio de Cristo que actúa en la vida,
los sacramentos y la misión de su Iglesia» (n. 2625). Esta es la
obra del Espíritu en la Iglesia: recordar a Jesús. Jesús mismo lo
ha dicho: Él os enseñará y os recordará. La misión es recordar a
Jesús, pero no como un ejercicio mnemónico. Los cristianos,
caminando por los senderos de la misión, recuerdan a Jesús
haciéndolo presente nuevamente; y de Él, de su Espíritu, reciben
el “impulso” para ir, para anunciar, para servir. En la oración,
el cristiano se sumerge en el misterio de Dios que ama a cada hombre,
ese Dios que desea que el Evangelio sea predicado a todos. Dios es
Dios para todos, y en Jesús todo muro de separación es
definitivamente derrumbado: como dice San Pablo, Él es nuestra paz,
es decir «el que de los dos pueblos hizo uno» (Ef 2,14).
Jesús ha hecho la unidad.
Así la vida de la Iglesia primitiva está marcada por una
sucesión continua de celebraciones, convocatorias, tiempos de
oración tanto comunitaria como personal. Y es el Espíritu que
concede fuerza a los predicadores que se ponen en viaje, y que por
amor de Jesús surcan los mares, enfrentan peligros, se someten a
humillaciones.
Dios dona amor, Dios pide amor. Esta es la raíz mística de toda
la vida creyente. Los primeros cristianos en oración, pero también
nosotros que venimos varios siglos después, vivimos todos la misma
experiencia. El Espíritu anima todo. Y todo cristiano que no tiene
miedo de dedicar tiempo a la oración puede hacer propias las
palabras del apóstol Pablo: «La vida que vivo al presente en la
carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a
sí mismo por mí» (Gal 2, 20). La oración te hace
consciente de esto. Solo en el silencio de la adoración se
experimenta toda la verdad de estas palabras. Tenemos que retomar el
sentido de la adoración. Adorar, adorar a Dios, adorar a Jesús,
adorar al Espíritu. El Padre, el Hijo y el Espíritu: adorar. En
silencio. La oración de la adoración es la oración que nos hace
reconocer a Dios como principio y fin de toda la historia. Y esta
oración es el fuego vivo del Espíritu que da fuerza al testimonio y
a la misión. Gracias.
Saludos en español
Saludo
cordialmente a los fieles de lengua española. El próximo domingo
iniciará el Adviento, tiempo litúrgico que nos ayuda a prepararnos
para la Navidad. Los animo, por lo tanto, a dedicar momentos a la
oración, meditando a la luz de la Palabra de Dios, para que el
Espíritu Santo que la habita vaya iluminando el camino a seguir y
transformando el corazón, en la espera del Nacimiento de Nuestro
Señor Jesucristo. Que Dios los bendiga.