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Las palabras del Papa en la oración del ángelus, 01.11.2020

El Santo Padre Francisco se ha asomado a mediodía a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico para rezar el ángelus con los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro.

Estas han sido sus palabras antes de la oración mariana:

Antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En esta solemne fiesta de Todos los Santos, la Iglesia nos invita a reflexionar sobre la gran esperanza, la gran esperanza que se funda en la Resurrección de Cristo: Cristo ha resucitado y también nosotros estaremos con Él. Los santos y los beatos son los testigos más autorizados de la esperanza cristiana, porque la han vivido plenamente en su existencia, entre alegrías y sufrimientos, poniendo en práctica las Bienaventuranzas que Jesús predicó y que hoy resuenan en la liturgia (cf. Mt 5,1-12a). Las Bienaventuranzas evangélicas son, en efecto, el camino de la santidad. Me refiero ahora a dos Bienaventuranzas, la segunda y la tercera.

La segunda es esta: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados" (v. 4). Parecen palabras contradictorias, porque el llanto no es un signo de alegría y felicidad. Motivos de llanto y de sufrimiento son la muerte, la enfermedad, las adversidades morales, el pecado y los errores: simplemente la vida cotidiana, frágil, débil y marcada por las dificultades. Una vida a veces herida y probada por la ingratitud y la incomprensión. Jesús proclama bienaventurados a los que lloran por estas situaciones  y, a pesar de todo, confían en el Señor y se ponen a su sombra. No son indiferentes ni tampoco endurecen sus corazones en el dolor, sino que esperan con paciencia en el consuelo de Dios. Y ese consuelo lo experimentan ya en esta vida.

En la tercera Bienaventuranza Jesús afirma: "Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra" (v. 5). Hermanos y hermanas ¡la mansedumbre! La mansedumbre es característica de Jesús, que dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). Mansos son aquellos que tienen dominio de sí, que dejan sitio al otro, que lo escuchan y lo respetan en su forma de vivir, en sus necesidades y en sus demandas. No pretenden someterlo ni menospreciarlo, no quieren sobresalir y dominarlo todo, ni imponer sus ideas e intereses en detrimento de los demás. Estas personas, que la mentalidad mundana no aprecia, son en cambio preciosas a los ojos de Dios, que les da en herencia la tierra prometida, es decir, la vida eterna. También esta bienaventuranza  comienza aquí abajo y se cumplirá en el Cielo, en  Cristo. La mansedumbre. En este momento de la vida, también mundial, donde hay tanta agresividad...Y también en la vida cotidiana, lo primero que sale de nosotros es la agresión, la defensa. Necesitamos mansedumbre para avanzar en el camino de la santidad. Escuchar, respetar, no agredir: mansedumbre.

Queridos hermanos y hermanas, elegir la pureza, la mansedumbre y la misericordia; elegir confiarse al Señor en la pobreza de espíritu y en la aflicción; esforzarse por la justicia y la paz, todo esto significa ir a contracorriente de la mentalidad de este mundo, de la cultura de la posesión, de la diversión sin sentido, de la arrogancia hacia los más débiles. Los santos y los beatos han seguido este camino evangélico. La solemnidad de hoy, que celebra a Todos los Santos, nos recuerda la vocación personal y universal a la santidad, y nos propone los modelos seguros de este camino, que cada uno recorre de manera única, de manera irrepetible. Basta pensar en la inagotable variedad de dones e historias concretas que se dan entre los santos y las santas: no son iguales, cada uno tiene su personalidad y ha desarrollado su vida en la santidad según su propia personalidad y cada uno de nosotros puede hacerlo, ir por ese camino. Mansedumbre, mansedumbre por favor e iremos a la santidad. 

Esta inmensa familia de fieles discípulos de Cristo tiene una madre, la Virgen María. Nosotros la veneramos con el título de Reina de todos los Santos, pero es sobre todo la Madre, que enseña a cada uno a acoger y seguir a su Hijo. Que nos ayude a alimentar el deseo de santidad recorriendo el camino de las Bienaventuranzas.

Después del Ángelus

Ayer en Hartford en los Estados Unidos de América, fue proclamado beato Michael McGivney, sacerdote diocesano y fundador de los Caballeros de Colón. Comprometido con la evangelización, se prodigó para atender las demandas de los necesitados, promoviendo la ayuda mutua. Que su ejemplo nos impulse a todos a testimoniar cada vez más el evangelio de la caridad. Un aplauso para el nuevo beato.

En este día de fiesta no olvidemos lo que está sucediendo en Nagorno-Karabaj donde a los enfrentamientos armados se suceden frágiles treguas, con un aumento trágico de las víctimas, destrucción de viviendas, infraestructuras y lugares de culto, involucración cada vez más grande de la población civil. ¡Es trágico!

Quisiera reiterar mi sincero llamamiento a los dirigentes de las partes en conflicto a “intervenir lo antes posible para parar el derramamiento de sangre inocente” (Enc.  Fratelli tutti 192). Que no piensen en resolver la controversia que les enfrenta con la violencia sino esforzándose en entablar negociaciones sinceras con la ayuda de la comunidad internacional. Por mi parte, estoy cerca de todos los que sufren e invito a pedir la intercesión de los santos para que haya una paz estable en la región.

También rezamos por las poblaciones del área del Mar Egeo, que hace dos días fueron sacudidas por un fuerte terremoto.

Saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios países, en particular saludo a los participantes en la Carrera de los Santos promovida por la Fundación “Don Bosco en todo el mundo”, que este año también compiten a distancia e individualmente. Aunque se lleve a cabo en pequeños grupos para respetar la distancia impuesta por la pandemia, este evento deportivo da una dimensión de fiesta popular a la celebración religiosa de Todos los Santos. Gracias por vuestra iniciativa y vuestra presencia.

Mañana por la tarde celebraré la misa en sufragio de los difuntos en el Cementerio Teutónico, lugar de sepultura de la Ciudad del Vaticano. Me uno así espiritualmente a los que en estos días en observancia de las normas sanitarias, que es importante, van a rezar a las tumbas de sus seres queridos en todas partes del mundo.

Os deseo a todos una buena fiesta en la compañía espiritual de los santos. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.