La audiencia general de esta mañana ha tenido lugar en la Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano.
El Papa ha iniciado un nuevo ciclo de catequesis sobre la oración (Mc 10, 46-52)
Después de resumir su meditación en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado a los fieles y a continuación ha lanzado un llamamiento dirigido al mundo del trabajo y, en particular, en favor de los trabajadores explotados.
La audiencia general ha terminado con el rezo del Pater Noster y la bendición apostólica.
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy comenzamos un nuevo ciclo de catequesis sobre el tema de la oración. La oración es el aliento de la fe, es su expresión más adecuada. Como un grito que sale del corazón de los que creen y se confían a Dios.
Pensemos en la historia de Bartimeo, un personaje del Evangelio (cf. Mc 10, 46-52 y par.) y, os lo confieso, para mí el más simpático de todos. Era ciego y se sentaba a mendigar al borde del camino en las afueras de su ciudad, Jericó. No es un personaje anónimo, tiene un rostro, un nombre: Bartimeo, es decir, "hijo de Timeo". Un día escucha que Jesús pasaría por allí. Efectivamente, Jericó era una cruce de caminos de personas, continuamente atravesada por peregrinos y mercaderes. Entonces Bartimeo se pone a la espera: hará todo lo posible para encontrar a Jesús. Mucha gente hacía lo mismo, recordemos a Zaqueo, que se subió a un árbol. Muchos querían ver a Jesús, él también.
Este hombre entra, pues, en los Evangelios como una voz que grita a pleno pulmón. No ve; no sabe si Jesús está cerca o lejos, pero lo siente, lo percibe por la multitud, que en un momento dado aumenta y se avecina... Pero está completamente solo, y a nadie le importa. ¿Y qué hace Bartimeo? Grita. Y sigue gritando. Utiliza la única arma que tiene: su voz. Empieza a gritar: "¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!" (v. 47). Y sigue así, gritando.
Sus gritos repetidos molestan, no resultan educados, y muchos le reprenden, le dicen que se calle. “Pero sé educado, ¡no hagas eso!”. Pero Bartimeo no se calla, al contrario, grita todavía más fuerte: "¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!" (v. 47). (v. 47). Esa testarudez tan hermosa de los que buscan una gracia y llaman, llaman a la puerta del corazón de Dios. Él grita, llama. Esa frase: "Hijo de David", es muy importante, significa "el Mesías", confiesa al Mesías- es una profesión de fe que sale de la boca de ese hombre despreciado por todos.
Y Jesús escucha su grito. La oración de Bartimeo toca su corazón, el corazón de Dios, y las puertas de la salvación se abren para él. Jesús lo manda a llamar. Él se levanta de un brinco y los que antes le decían que se callara ahora lo conducen al Maestro. Jesús le habla, le pide que exprese su deseo - esto es importante - y entonces el grito se convierte en una petición: "¡Que vea!". (cfr.v. 51).
Jesús le dice: "Vete, tu fe te ha salvado" (v. 52). Reconoce a ese hombre pobre, inerme y despreciado todo el poder de su fe, que atrae la misericordia y el poder de Dios. La fe es tener las dos manos levantadas, una voz que clama para implorar el don de la salvación. El Catecismo afirma que "la humildad es la base de la oración" (Catecismo de la Iglesia Católica, 2559). La oración nace de la tierra, del humus -del que deriva "humilde", "humildad"-; viene de nuestro estado de precariedad, de nuestra constante sed de Dios (cf. ibid., 2560-2561).
La fe, como hemos visto en Bartimeo, es un grito; la no fe es sofocar ese grito. Esa actitud que tenía la gente para que se callara: no era gente de fe, en cambio, él si. Sofocar ese grito es una especie de "ley del silencio". La fe es una protesta contra una condición dolorosa de la cual no entendemos la razón; la no fe es limitarse a sufrir una situación a la cual nos hemos adaptado. La fe es la esperanza de ser salvado; la no fe es acostumbrarse al mal que nos oprime y seguir así.
Queridos hermanos y hermanas, empezamos esta serie de catequesis con el grito de Bartimeo, porque quizás en una figura como la suya ya está escrito todo . Bartimeo es un hombre perseverante. Alrededor de él había gente que explicaba que implorar era inútil, que era un vocear sin respuesta, que era ruido que molestaba y basta, que por favor dejase de gritar:pero él no se quedó callado. Y al final consiguió lo que quería.
Más fuerte que cualquier argumento en contra, en el corazón de un hombre hay una voz que invoca. Todos tenemos esta voz dentro. Una voz que brota espontáneamente, sin que nadie la mande, una voz que se interroga sobre el sentido de nuestro camino aquí abajo, especialmente cuando nos encontramos en la oscuridad: "¡Jesús, ten compasión de mí! ¡Jesús, ten compasión mi!". Hermosa oración, ésta.
Pero ¿estas palabras no están quizás esculpidas en la creación entera?. Todo invoca y suplica para que el misterio de la misericordia encuentre su cumplimiento definitivo. No rezan sólo a los cristianos: comparten el grito de la oración con todos los hombres y las mujeres. Pero el horizonte todavía puede ampliarse: Pablo dice que toda la creación "gime y sufre los dolores del parto" (Rom 8:22). Los artistas se hacen a menudo intérpretes de este grito silencioso de la creación, que pulsa en toda criatura y emerge sobre todo en el corazón del hombre, porque el hombre es un "mendigo de Dios" (cf. CIC, 2559). Hermosa definición del hombre: “mendigo de Dios”. Gracias.
Saludos en español
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Pidamos a Jesús, el buen Pastor, que nos conceda ser hombres y mujeres de oración, que con confianza y perseverancia presentemos al Padre compasivo nuestras necesidades y las de todos nuestros hermanos. Pasado mañana, 8 de mayo, se celebra en Argentina la fiesta de Nuestra Señora de Luján. Que ella, Madre de Dios y Madre nuestra, interceda por nosotros y nos obtenga de su Hijo las gracias necesarias en este tiempo de dificultad que el mundo atraviesa. Que Dios los bendiga.
Llamamiento del Santo Padre
En ocasión del primero de mayo, he recibido diversos mensajes sobre el trabajo y sus problemas. En particular, me impactó el de los trabajadores rurales, muchos de ellos migrantes, que trabajan en el campo italiano. Lamentablemente, muchos son duramente explotados. Es verdad que la crisis actual nos afecta a todos pero la dignidad de las personas debe ser siempre respetada. Por eso, sumo mi voz al reclamo de estos trabajadores y de todos los trabajadores explotados. Espero que la crisis sea una oportunidad de poner en el centro de nuestras preocupaciones la dignidad de las personas y la dignidad del trabajo.