Esta tarde, Jueves Santo, a las 18:00, el Santo Padre Francisco ha presidido, en el Altar de la Cátedra, de la basílica de San Pedro, la santa misa "en la Cena del Señor", que marca el inicio del Triduo Pascual.
La procesión inicial fue desde el Altar de la Confesión hasta el Altar de la Cátedra, pasando por el lado del "Altar de San José". Durante la celebración, debido a la actual crisis sanitaria, el rito del lavado de pies y la procesión ofertoria no tiene lugar. Además, se omite la reserva del Santísimo Sacramento.
En la basílica estaban la imagen de la Salus Populi Romani y el Crucifijo de San Marcelo.
Después de la proclamación del Santo Evangelio, el Papa ha pronunciado una homilía improvisada cuyo texto reproducimos a continuación.
Homilía del Santo Padre
La Eucaristía, el servicio, la unción.
La realidad que vivimos hoy en esta celebración: el Señor que quiere permanecer con nosotros en la Eucaristía.
Y nosotros nos convertimos siempre en sagrarios del Señor; llevamos al
Señor con nosotros, hasta el punto de que Él mismo nos dice que si no
comemos su cuerpo y bebemos su sangre, no entraremos en el Reino de los
Cielos. Este es el misterio del pan y del vino, del Señor con nosotros,
en nosotros, dentro de nosotros.
El servicio. Ese gesto que es una condición para entrar en el
Reino de los Cielos. Servir, sí, a todos. Pero el Señor, en aquel
intercambio de palabras que tuvo con Pedro (cf. Jn 13,6-9), le
hizo comprender que para entrar en el Reino de los Cielos debemos dejar
que el Señor nos sirva, que el Siervo de Dios sea siervo de nosotros. Y
esto es difícil de entender. Si no dejo que el Señor sea mi siervo, que
el Señor me lave, me haga crecer, me perdone, no entraré en el Reino de
los Cielos.
Y el sacerdocio. Hoy quisiera estar cerca de los sacerdotes,
de todos los sacerdotes, desde el recién ordenado hasta el Papa. Todos
somos sacerdotes: los obispos, todos... Somos ungidos, ungidos por el Señor; ungidos para celebrar la Eucaristía, ungidos para servir.
Hoy no hemos tenido la Misa Crismal —espero que podamos tenerla antes
de Pentecostés, de lo contrario tendremos que posponerla hasta el año
que viene—, sin embargo, no puedo dejar pasar esta Misa sin recordar a
los sacerdotes. Sacerdotes que ofrecen su vida por el Señor, sacerdotes
que son servidores. En estos días, más de sesenta han muerto aquí, en
Italia, atendiendo a los enfermos en los hospitales, juntamente con
médicos, enfermeros, enfermeras... Son “los santos de la puerta de al
lado”, sacerdotes que dieron su vida sirviendo. Y pienso en los que
están lejos. Hoy recibí una carta de un sacerdote franciscano, capellán
de una prisión lejana, que cuenta cómo vive esta Semana Santa con los
prisioneros. Sacerdotes que van lejos para llevar el Evangelio y morir
allí. Un obispo me dijo que lo primero que hacía cuando llegaba a un
lugar de misión, era ir al cementerio, a la tumba de los sacerdotes que
murieron allí, jóvenes, por la peste y enfermedades de aquel lugar: no
estaban preparados, no tenían los anticuerpos. Nadie sabe sus nombres:
sacerdotes anónimos. Los curas de los pueblos, que son párrocos en
cuatro, cinco, siete pueblos de montaña; van de uno a otro, y conocen a
la gente... Una vez, uno de ellos me dijo que sabía el nombre de todas
las personas de los pueblos. “¿En serio?”, le dije. Y él me dijo: “¡Y
también el nombre de los perros!”. Conocen a todos. La cercanía
sacerdotal. Sacerdotes buenos, sacerdotes valientes.
Hoy os llevo en mi corazón y os llevo al altar. Sacerdotes
calumniados. Muchas veces sucede hoy, que no pueden salir a la calle
porque les dicen cosas feas, con motivo del drama que hemos vivido con
el descubrimiento de las malas acciones de sacerdotes. Algunos me
dijeron que no podían salir de la casa con el clergyman porque
los insultaban; y ellos seguían. Sacerdotes pecadores, que junto con los
obispos y el Papa pecador no se olvidan de pedir perdón y aprenden a
perdonar, porque saben que necesitan pedir perdón y perdonar. Todos
somos pecadores. Sacerdotes que sufren crisis, que no saben qué hacer,
se encuentran en la oscuridad...
Hoy todos vosotros, hermanos sacerdotes, estáis conmigo en el altar,
vosotros, consagrados. Sólo os digo esto: no sed tercos como Pedro.
Dejaos lavar los pies. El Señor es vuestro siervo, está cerca de
vosotros para fortaleceros, para lavaros los pies.
Y así, con esta conciencia de la necesidad de ser lavado, ¡sed
grandes perdonadores! ¡Perdonad! Corazón de gran generosidad en el
perdón. Es la medida con la que seremos medidos. Como has perdonado,
serás perdonado: la misma medida. No tened miedo de perdonar. A veces
hay dudas... Mirad a Cristo, mirad al Crucificado. Allí está el perdón
para todos. Sed valientes, incluso arriesgando en el perdón para
consolar. Y si no podéis dar el perdón sacramental en ese momento, al
menos dad el consuelo de un hermano que acompaña y deja la puerta
abierta para que [esa persona] regrese.
Doy gracias a Dios por la gracia del sacerdocio, todos nosotros
agradecemos. Doy gracias a Dios por vosotros, sacerdotes. ¡Jesús os ama!
Sólo os pide que os dejéis lavar los pies.