La
audiencia general de esta mañana ha tenido lugar a las 9,25 en la
Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano.
En
vísperas del Triduo Pascual, el Papa ha hablado de la Pasión de
Cristo en estas semanas de preocupación por la pandemia que está
haciendo sufrir tanto al mundo.
Después
de resumir la catequesis en varios idiomas, el Santo Padre ha
saludado a los fieles.
La
audiencia general ha terminado con el rezo del Pater Noster y la
bendición apostólica.
Catequesis
del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
estas semanas de preocupación por la pandemia que está haciendo
sufrir tanto al mundo, entre las muchas preguntas que nos hacemos,
también puede haber preguntas sobre Dios: ¿Qué hace ante nuestro
dolor? ¿Dónde está cuando todo se tuerce? ¿Por qué no resuelve
nuestros problemas rápidamente? Son preguntas que nos hacemos sobre
Dios.
Nos
sirve de ayuda el relato de la Pasión de Jesús, que nos acompaña
en estos días santos. Tambien allí en efecto, se adensan tantos
interrogantes. La gente, después de haber recibido triunfalmente a
Jesús en Jerusalén, se preguntaba si liberaría por fin al
pueblo de sus enemigos (cf. Lc 24,21). Ellos esperaban a un Mesías
poderoso, triunfador con la espada. En cambio, llega uno manso y
humilde de corazón, que llama la conversión y a la misericordia. Y
precisamente la multitud, que antes lo había aclamado, es la que
grita: "¡Sea crucificado! (Mt 27:23). Los que lo seguían,
confundidos y asustados, lo abandonan. Pensaban: si esta es la suerte
de Jesús, el Mesías no es Él, porque Dios es fuerte, Dios es
invencible.
Pero,
si seguimos leyendo el relato de la Pasión, encontramos un hecho
sorprendente. Cuando Jesús muere, el centurión romano, que no era
creyente, no era judío sino pagano, que le había visto sufrir en la
cruz, y le había escuchado perdonar a todos, que había sentido de
cerca su amor sin medida, confiesa: "Verdaderamente este hombre
era el Hijo de Dios" (Mc 15,39). Dice, precisamente, lo
contrario de los demás. Dice que Dios está allí, que
verdaderamente es Dios.
Hoy
podemos preguntarnos: ¿Cuál es el verdadero rostro de Dios?
Habitualmente proyectamos en Él lo que somos, a toda potencia:
nuestro éxito, nuestro sentido de la justicia, e incluso nuestra
indignación. Pero el Evangelio nos dice que Dios no es así. Es
diferente y no podíamos conocerlo con nuestras fuerzas. Por eso se
acercó a nosotros, vino a nuestro encuentro y precisamente en la
Pascua se reveló completamente. ¿Y dónde se reveló completamente?
En la cruz. Allí aprendemos los rasgos del rostro de Dios. No
olvidemos, hermanos y hermanas,que la cruz es la cátedra de Dios.
Nos hará bien mirar al Crucificado en silencio y ver quién es
nuestro Señor: El que no señala a nadie con el dedo, ni siquiera
contra los que le están crucificando, sino que abre los brazos a
todos; el que no nos aplasta con su gloria, sino que se deja desnudar
por nosotros; el que no nos ama por decir, sino que nos da la vida en
silencio; el que no nos obliga, sino que nos libera; el que no nos
trata como a extraños, sino que toma sobre sí nuestro mal, toma
sobre sí nuestros pecados. Y, para liberarnos de los prejuicios
sobre Dios, miremos al Crucificado. Y luego abramos el Evangelio. En
estos días, todos en cuarentena, en casa, confinados, tomemos dos
cosas en la mano: el crucifijo, mirémoslo; y abramos el evangelio.
Será para nosotros -por decirlo así- como una gran liturgia
doméstica porque estos días no podemos ir a la iglesia. ¡crucifijo
y evangelio!
En
el Evangelio leemos que cuando la gente va donde está Jesús para
hacerlo rey, por ejemplo, después de la multiplicación de los
panes, él se va (cf. Jn 6:15). Y cuando los demonios quieren revelar
su divina majestad, los silencia (cf. Mc 1, 24-25). ¿Por qué?
Porque Jesús no quiere que se le malinterprete, no quiere que la
gente confunda al verdadero Dios, que es amor humilde, con un dios
falso, un dios mundano, espectacular, y que se impone con la fuerza.
No es un ídolo. Es Dios que se ha hecho hombre, como cada uno de
nosotros, y se expresa como un hombre, pero con la fuerza de su
divinidad. En cambio, ¿cuando se proclama solemnemente en el
Evangelio la identidad de Jesús?... Cuando el centurión dice:
"Verdaderamente era el Hijo de Dios". Se dice allí,
apenas cuando acaba de dar su vida en la cruz, porque ya no cabe
equivocación: Se ve que Dios es omnipotente en el amor, y no de otra
manera. Es su naturaleza, porque está hecho así. Él es el Amor.
Tú
podrías objetar: "¿Qué hago de un Dios tan débil, que muere?
Preferiría un Dios fuerte, un Dios poderoso". Pero, sabes, el
poder de este mundo pasa, mientras el amor permanece. Sólo el amor
guarda la vida que tenemos, porque abraza nuestras fragilidades y las
transforma. Es el amor de Dios que en la Pascua sanó nuestro pecado
con su perdón, que hizo de la muerte un pasaje de vida, que cambió
nuestro miedo en confianza, nuestra angustia en esperanza. La Pascua
nos dice que Dios puede convertir todo en bien. Que con Él podemos
confiar verdaderamente en que todo saldrá bien. Y esta no es una
ilusión, porque la muerte y resurrección de Jesús no son una
ilusión: ¡fue una verdad! Por eso en la mañana de Pascua se nos
dice: "¡No tengáis miedo!" (cf. Mt 28,5). Y las
angustiosas preguntas sobre el mal no se esfuman de repente, pero
encuentran en el Resucitado la base sólida que nos permite no
naufragar.
Queridos
hermanos y hermanas, Jesús cambió la historia acercándose a
nosotros y la convirtió, aunque todavía marcada por el mal, en
historia de salvación. Ofreciendo su vida en la Cruz, Jesús también
derrotó a la muerte. Desde el corazón abierto del Crucificado, el
amor de Dios llega a cada uno de nosotros. Podemos cambiar nuestras
historias acercándonos a Él, acogiendo la salvación que nos
ofrece. Hermanos y hermanas, abrámosle todo el corazón en la
oración, esta semana, estos días: con el crucifijo y con el
evangelio. No os olvidéis: crucifijo y evangelio. La liturgia
doméstica será esta. Abrámosle todo el corazón en nuestra
oración. Dejemos que su mirada se pose sobre nosotros y
comprenderemos que no estamos solos, sino que somos amados, porque el
Señor no nos abandona y nunca se olvida de nosotros. Y con estos
pensmientos os deseo una Santa Semana y una Santa Pascua.
Saludos
en español
Saludo
cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta
catequesis a través de los medios de comunicación social. En estos
días santos en que conmemoramos la Pasión del Señor Jesús, que
con su cruz ha vencido a la muerte y nos ha dado vida, pidámosle con
fe que convierta nuestro miedo en confianza, nuestra angustia en
esperanza y nos haga experimentar la cercanía de su amor infinito.
Que el Crucificado nos conceda ser cada vez más hermanos y nos
sostenga con su presencia. Que Dios los bendiga.