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Audiencia general , 05.02.2020

La audiencia general de este miércoles ha tenido lugar en el Aula Pablo VI donde el Papa ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo.

 

El Santo Padre, continuando el ciclo de  catequesis dedicado a las Bienaventuranzas ha hablado hoy de la primera de ellas: “Bienaventurados los pobres de espíritu” (Pasaje bíblico del Evangelio según san Mateo 11, 28-30)

Tras resumir su discurso en diversas lenguas, el Papa ha saludado a los grupos de fieles presentes.

La audiencia general ha terminado con el canto del  Pater Noster  y la bendición apostólica.

Catequesis del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy nos confrontamos con la primera de las ocho Bienaventuranzas del Evangelio de Mateo. Jesús comienza a proclamar su camino hacia la felicidad con un anuncio paradójico: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (5:3). Un camino sorprendente, y un extraño objeto de bienaventuranza, la pobreza.

Debemos preguntarnos: ¿qué significa aquí "pobres"? Si Mateo usara sólo esta palabra, el significado sería simplemente económico, es decir, indicaría a las personas que tienen pocos o ningún medio de subsistencia y necesitan la ayuda de otros.

Pero el Evangelio de Mateo, a diferencia de Lucas, habla de "pobres de espíritu". ¿Qué significa esto? El espíritu, según la Biblia, es el aliento de vida que Dios comunicó a Adán; es nuestra dimensión más íntima, digamos la dimensión espiritual, la más íntima, la que nos hace personas humanas, el núcleo más profundo de nuestro ser. Entonces los "pobres de espíritu" son aquellos que son y se sienten pobres, mendigos, en lo más profundo de su ser. Jesús los proclama bienaventurados, porque el Reino de los Cielos les pertenece.

¡Cuántas veces nos han dicho lo contrario! Tienes que ser algo en la vida, ser alguien... Tienes que hacerte un nombre... De ahí surgen la soledad y la infelicidad: si tengo que ser "alguien", estoy en competencia con otros y vivo en una preocupación obsesiva por mi ego. Si no acepto ser pobre, odio todo lo que me recuerda mi fragilidad. Porque esta fragilidad me impide convertirme en una persona importante, una persona rica no sólo de dinero, sino de fama, de todo.

Cada uno, frente a sí mismo, sabe que, por mucho que lo intente, siempre permanece radicalmente incompleto y vulnerable. No hay ningún truco para cubrir esta vulnerabilidad. Cada uno de nosotros es vulnerable dentro. Tiene que ver dónde. ¡Pero cómo se vive mal si se rechazan los límites! Se vive mal. No se digiere el límite. Está ahí. Las personas orgullosas no piden ayuda, no pueden pedir ayuda porque tienen que ser autosuficientes. Y cuántos de ellos necesitan ayuda, pero el orgullo les impide pedir ayuda. ¡Y qué difícil es admitir un error y pedir perdón! Cuando doy algún consejo a los recién casados, que me dicen cómo llevar bien su matrimonio, les digo: "Hay tres palabras mágicas: Permiso, gracias, disculpa". Son palabras que provienen de la pobreza de espíritu. No tienes que ser invasivo, pide permiso: "¿Te parece bien hacer esto?", así  hay diálogo en la familia,  marido y mujer hablan. "Hiciste esto por mí, gracias, lo necesitaba". Luego,  siempre se cometen errores, se resbala: "Disculpa". Y normalmente, las parejas, los nuevos matrimonios, los que están aquí y tantos, me dicen: "La tercera es la más difícil", pedir disculpa, pedir perdón. Porque el orgulloso no puede hacerlo. No puede disculparse: siempre tiene razón. No es pobre de espíritu. En cambio, el Señor no se cansa de perdonar; somos nosotros los que desgraciadamente nos cansamos de pedir perdón (cf. Ángelus 17 de marzo de 2013). El cansancio de pedir perdón: ¡es una enfermedad fea!

¿Por qué es difícil pedir perdón? Porque humilla nuestra imagen hipócrita. Y sin embargo, vivir tratando de ocultar las carencias propias es agotador y angustioso. Jesucristo nos dice: ser pobre es una oportunidad para la gracia; y nos muestra el camino para salir de esta fatiga. Se nos da el derecho de ser pobres de espíritu, porque este es el camino del Reino de Dios.

Pero hay algo fundamental que reiterar: No debemos transformarnos para hacernos pobres de espíritu, no debemos hacer ninguna transformación porque ¡ya somos pobres! Somos pobres... o más claramente: ¡somos "pobres" de espíritu! Necesitamos todo. Todos somos pobres de espíritu, somos mendigos. Es la condición humana.

El Reino de Dios es de los pobres de espíritu. Hay quienes tienen los reinos de este mundo: tienen bienes y comodidades. Pero son reinos que terminan. El poder de los hombres, incluso los más grandes imperios, pasan y desaparecen. Muchas veces vemos en las noticias o en los periódicos que ese gobernante fuerte y poderoso o ese gobierno que ayer estaba allí y hoy ya no está, ha caído. Las riquezas de este mundo desaparecen, y también el dinero. Los ancianos nos enseñaron que el sudario no tenía bolsillos. Eso es cierto. Nunca he visto un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre. Nadie se lleva nada. Estas riquezas se quedan aquí.

El Reino de Dios es de los pobres de espíritu. Hay quienes tienen los reinos de este mundo, tienen bienes y comodidades. Pero sabemos cómo terminan. Reina realmente quien sabe cómo amar al verdadero bien más que a sí mismo. Y ese es el poder de Dios.

¿En qué se ha mostrado Cristo poderoso? En que fue capaz de hacer lo que los reyes de la tierra no hacen: dar su vida por los hombres. Y ese es el verdadero poder. Poder de la hermandad, poder de la caridad, poder del amor, poder de la humildad. Eso es lo que hizo Cristo.

En esto reside la verdadera libertad: quien tiene este poder de humildad, de servicio, de hermandad es libre. Al servicio de esta libertad está la pobreza alabada por las Bienaventuranzas.

Porque hay una pobreza que debemos aceptar, la de nuestro ser, y una pobreza que debemos buscar en cambio, la concreta, de las cosas de este mundo, para ser libres y poder amar. Siempre debemos buscar la libertad de corazón, la libertad que está enraizada en la pobreza de nosotros mismos.

Saludos en español

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor que nos dé la fuerza de reconocernos pobres, de aceptar nuestros límites, de sabernos necesitados de otro. Sólo así seremos capaces de acoger el amor que el Señor derrama en nuestros corazones y sentir la dicha de testimoniarlo ante el mundo. Que el Señor los bendiga. Gracias.