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Visita del Santo Padre al Santuario Franciscano de Greccio, 01.12.2019

Esta tarde, el Santo Padre Francisco se desplazó en helicóptero, desde el helipuerto del Vaticano, al Santuario Franciscano de Greccio, en la diócesis de Rieti donde aterrizó  a las 15,40

Antes de trasladarse al Santuario en auto, el Santo Padre saludó a algunas personas enfermas y discapacitadas, acompañadas por sus familias, que lo esperaban en la plazoleta donde aterrizó su helicóptero.

A su llegada al Santuario, el Papa fue recibido por el obispo de Rieti, S.E. Mons. Domenico Pompili, por el Guardián del Santuario franciscano, el Padre Francesco Rossi, y por el Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, S.E. Mons. Rino Fisichella. Luego el Santo Padre se dirigió a la gruta del Santuario, donde, después de un momento de oración, firmó la Carta Apostólica Admirabile signum sobre el significado y el valor del belén y habló con los frailes y las monjas allí presentes.

Luego, después de saludar al coro de niños de la escuela primaria, que cantó una pieza del musical "Forza venite gente", que narra la vida de San Francisco, y a algunos personajes de la representación histórica del belén vestidos con trajes tradicionales, en la iglesia del Santuario, el Papa presidió la Celebración de la Palabra. Antes de la bendición final, después de que el Santo Padre la hubiera dado a los presentes, se leyó la Carta Apostólica Admirabile Signum.

Al final, a las 17.05 horas, el Papa Francisco salió de Greccio en helicóptero para regresar al Vaticano.

Publicamos a continuación la breve meditación del Papa durante la Celebración de la Palabra:

Meditación del Santo Padre

¡Cuántos pensamientos se amontonan en la mente en este lugar santo! Y sin embargo, ante la roca de estos montes tan queridos por San Francisco, lo que estamos llamados a hacer es, ante todo, redescubrir la sencillez.

El belén, que San Francisco realizó por primera vez en este pequeño espacio, a imitación de la angosta gruta de Belén, habla por sí mismo. Aquí no hay necesidad de multiplicar las palabras, porque la escena ante nuestros ojos expresa la sabiduría que necesitamos para captar lo esencial.

Ante el belén descubrimos lo importante que es para nuestra vida, a menudo agitada, encontrar momentos de silencio y oración. Silencio, para contemplar la belleza del rostro del niño Jesús, el Hijo de Dios nacido en la pobreza de un establo. Oración, para expresar el "gracias" maravillados por este inmenso regalo de amor que nos es dado.

En este sencillo y maravilloso signo del belén, que la piedad popular ha acogido y transmitido de generación en generación, se manifiesta el gran misterio de nuestra fe: Dios nos ama hasta el punto de compartir nuestra humanidad y nuestra vida. Nunca nos deja solos; nos acompaña con su presencia escondida, pero no invisible. En toda circunstancia, tanto en la alegría como en el dolor, Él es el Emmanuel, Dios con nosotros.

Como los pastores de Belén, aceptemos la invitación a ir a la cueva, a ver y reconocer el signo que Dios nos ha dado. Entonces nuestro corazón estará lleno de alegría, y podremos llevarla donde haya tristeza; estará lleno de esperanza, para compartirla con los que la han perdido.

Identifiquémonos con María, que puso a su Hijo en el pesebre, porque no había lugar en una casa. Con ella y con San José, su esposo, miremos al Niño Jesús. Que su sonrisa, surgida en la noche, disipe la indiferencia y abra los corazones a la alegría del que se siente amado por el Padre que está en los cielos.