Esta mañana, a su llegada a la nunciatura apostólica el Santo Padre Francisco encontró a los obispos de la Conferencia Episcopal de Japón en el refectorio de la nunciatura apostólica.
Tras el saludo de bienvenida de S.E. Mons. Joseph Mitsuaki Takami, P.S.S., arzobispo de Nagasaki y Presidente de la Conferencia Episcopal Japonesa, el Papa pronunció su discurso y respondió a las preguntas de algunos obispos.
Al final, después de saludar a los obispos individualmente, el Papa Francisco posó para una foto de grupo.
A continuación publicamos el discurso pronunciado por el Santo Padre durante el encuentro con los obispos:
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos Obispos:
Primero de todo tengo que excusarme y pedir disculpas porque entré sin saludar a nadie. ¡Qué mal educados que somos los argentinos! Disculpen por eso. Es un gusto estar aquí entre ustedes. Y, los japoneses, tienen fama de ser metódicos y trabajadores, y la prueba es esta: ¡El Papa baja del avión y lo hacen trabajar enseguida! Muchas gracias.
Y estoy contento por el don de visitar Japón y por la bienvenida que me han brindado. Agradezco especialmente al Arzobispo Takami por sus palabras en nombre de toda la comunidad católica de este país. Estando aquí con ustedes, en este primer encuentro oficial, quiero saludar a cada una y a todas vuestras comunidades, laicos, catequistas, sacerdotes, religiosos, personas consagradas, seminaristas. Y también quiero extender el abrazo y mis oraciones a todos los japoneses en este período marcado por la entronización del nuevo Emperador y el inicio de la era Reiwa.
No sé si sabrán, pero desde joven sentía simpatía y cariño por estas tierras. Han pasado muchos años de aquel impulso misionero cuya realización se hizo esperar. Hoy, el Señor me regala la oportunidad de estar entre ustedes como peregrino misionero tras los pasos de grandes testigos de la fe. Se cumplen 470 años de la llegada de san Francisco Javier al Japón, quien marcó el comienzo de la difusión del cristianismo en esta tierra. En su memoria, quiero unirme a ustedes para dar gracias al Señor por todos aquellos que, a lo largo de los siglos, se dedicaron a sembrar el Evangelio y a servir al pueblo japonés con gran unción y amor; esta entrega le dio un rostro muy particular a la Iglesia nipona. Pienso en los mártires san Pablo Miki y sus compañeros y en el beato Justo Takayama Ukon, que en medio de tantas pruebas dio testimonio hasta su muerte. Esta entrega para mantener viva la fe a través de la persecución ayudó a la pequeña comunidad cristiana a crecer, consolidarse y dar fruto. También pensemos en los “cristianos ocultos”, de la región de Nagasaki, que mantuvieron la fe por generaciones a través del bautismo, la oración y la catequesis; auténticas Iglesias domésticas que resplandecían en esta tierra, quizás sin saberlo, como espejo de la familia de Nazaret.
El camino del Señor nos muestra cómo su presencia se “juega” en la vida cotidiana del pueblo fiel, que busca la manera de seguir haciendo presente su memoria; una presencia silenciosa, memoria viva que recuerda que donde dos o más estén reunidos en su Nombre ahí estará Él, con la fuerza y la ternura de su Espíritu (cf. Mt 18,20). El ADN de vuestras comunidades está marcado por este testimonio, antídoto contra toda desesperanza, que nos señala el camino hacia donde poner la mirada. Ustedes son una Iglesia viva, que se ha mantenido pronunciando el Nombre del Señor y contemplando cómo Él los guiaba en medio de la persecución.
La siembra confiada, el testimonio de los mártires y la paciente expectativa de los frutos que el Señor regala a su tiempo, caracterizaron la modalidad apostólica con la que han sabido acompañar la cultura japonesa. Como resultado, forjaron a lo largo de estos años un rostro eclesial muy apreciado, en general, por la sociedad nipona, gracias a sus numerosas aportaciones al bien común. Este importante capítulo de la historia del país y de la Iglesia universal, ha sido ahora reconocido con la designación de las iglesias y pueblos de Nagasaki y Amakusa como lugares de Patrimonio Cultural Mundial; pero, sobre todo, como memoria viva del alma de vuestras comunidades, esperanza fecunda de toda evangelización.
Este viaje apostólico está marcado por el lema «proteger toda vida», que bien puede simbolizar nuestro ministerio episcopal. El obispo es aquel a quien el Señor llamó de en medio de su pueblo, para devolverlo como pastor capaz de proteger toda vida, lo que determina en cierta medida el escenario a donde debemos apuntar.
La misión en estas tierras estuvo marcada por una fuerte búsqueda de inculturación y diálogo, que permitió el desarrollo de nuevas modalidades independientes a las desarrolladas en Europa. Sabemos que, desde el inicio, se usaron escritos, el teatro, la música y todo tipo de medios, en su gran mayoría en idioma japonés. Este hecho demuestra el amor que los primeros misioneros sentían por estas tierras. Proteger toda vida significa, en primer lugar, tener esa mirada contemplativa capaz de amar la vida de todo el pueblo que les fue confiado, para reconocer en él ante todo un don del Señor. «Porque sólo lo que se ama puede ser salvado. Sólo lo que se abraza puede ser transformado» (XXXIV Jornada Mundial de la Juventud, Panamá, Vigilia de oración, 26 enero 2019). Principio de encarnación capaz de ayudar a posicionarnos ante toda vida como un don gratuito, por sobre otras consideraciones, válidas pero secundarias. Proteger toda vida y anunciar el Evangelio no son dos cosas separadas ni contrapuestas: se reclaman, se necesitan. Ambas significan estar atentos velar ante todo aquello que hoy pueda estar impidiendo, en estas tierras, el desarrollo integral de las personas confiadas a la luz del Evangelio de Jesús.
Sabemos que la Iglesia en Japón es pequeña y los católicos son una minoría, pero esto no debe restarle valor a vuestro compromiso con una evangelización que, en vuestra situación particular, la palabra más fuerte y clara que puedan brindar es la de un testimonio humilde, cotidiano y de diálogo con otras tradiciones religiosas. La hospitalidad y el cuidado que muestran a los numerosos trabajadores extranjeros, que representan más de la mitad de los católicos de Japón, no sólo sirve como testimonio del Evangelio en medio de la sociedad japonesa, sino que también certifica la universalidad de la Iglesia, demostrando que nuestra unión con Cristo es más fuerte que cualquier otro vínculo o identidad, y es capaz de llegar y alcanzar a todas las realidades.
Una Iglesia martirial puede hablar con mayor libertad, especialmente al abordar cuestiones urgentes de paz y justicia en nuestro mundo. Mañana visitaré Nagasaki e Hiroshima donde rezaré por las víctimas del bombardeo catastrófico de estas dos ciudades, y me haré eco de vuestros propios llamados proféticos al desarme nuclear. Deseo encontrar a aquellos que aún sufren las heridas de este trágico episodio de la historia humana, así como a las víctimas del “triple desastre”. Su sufrimiento continuado es un recordatorio elocuente a nuestro deber humano y cristiano de ayudar a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, y de ofrecer a todos el mensaje evangélico de esperanza, curación y reconciliación. Recordemos que el mal no hace acepción de personas y no pregunta sobre pertenencias; simplemente irrumpe con su vehemencia destructora, como ha sucedido recientemente con el devastador tifón que ha provocado tantas víctimas y daños materiales. Encomendemos a la misericordia del Señor a los que han muerto, a sus familiares, y a todos los que han perdido sus casas y bienes materiales. Que no tengamos miedo a desarrollar siempre, aquí y en todo el mundo, una misión capaz de levantar la voz y defender toda vida como un don preciado del Señor.
Los animo, pues, en sus esfuerzos para garantizar que la comunidad católica en Japón ofrezca un testimonio claro del Evangelio en medio de toda la sociedad. El apreciado apostolado educativo de la Iglesia representa un gran recurso para la evangelización, y demuestra el compromiso con las más amplias corrientes intelectuales y culturales; la calidad de su contribución dependerá naturalmente del fomento de su identidad y misión.
Somos conscientes de que existen diversos flagelos que atentan contra la vida de algunas personas de vuestras comunidades, que están marcadas, por diversas razones, por la soledad, la desesperación y el aislamiento. El aumento del número de suicidios en vuestras ciudades, así como el “bulismo” (ijime), y diversas formas de auto exigencia, están creando nuevos tipos de alienación y desorientación espiritual. ¡Cómo afecta esto especialmente a los jóvenes! Los invito a que les presten especial atención a ellos y a sus necesidades, busquen priorizar espacios donde la cultura de la eficacia, el rendimiento y el éxito se vea visitada por la cultura de un amor gratuito y desinteresado capaz de brindar a todos, y no sólo a los que “llegaron”, posibilidades de una vida feliz y lograda. Con su celo, ideas y energías, así como con una buena formación y bien acompañados, vuestros jóvenes pueden ser una fuente importante de esperanza para sus contemporáneos, y dar un testimonio vital de la caridad cristiana. Una búsqueda creativa, inculturada e ingeniosa del kerigma puede tener mucho eco en tantas vidas anhelantes de compasión.
Sé que la mies es mucha y los obreros son pocos. Los estimulo a buscar, desarrollar y fomentar una misión capaz de involucrar a las familias y a promover una formación capaz de alcanzar a las personas allí donde se encuentren, asumiendo siempre la realidad: el punto de partida para todo apostolado nace del lugar donde las personas están en sus rutinas y quehaceres, no en lugares artificiales. Allí, tenemos que llegar al alma de las ciudades, de los trabajos, de las universidades para acompañar con el Evangelio de la compasión y la misericordia a los fieles que nos fueron confiados.
Nuevamente gracias por la oportunidad que me regalan de poder visitar y celebrar con vuestras Iglesias locales. Pedro quiere confirmarlos en la fe, pero Pedro también viene a tocar y a dejarse renovar en las huellas de tantos mártires testigos de la fe; recen para que el Señor me regale esta gracia.
Y pido al Señor que los bendiga y, en ustedes, bendiga a vuestras comunidades. Muchas gracias.