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Mensaje al XL Encuentro para la Amistad entre los Pueblos (Rimini, 18 - 24 de agosto de 2019), 17.08.2019

Con ocasión de la 40ª edición del Encuentro de la Amistad entre los Pueblos, que se abre mañana en Rímini con el tema "Nació tu nombre de lo que mirabas", el Santo Padre Francisco ha enviado el siguiente mensaje al obispo de Rímini, S.E. Mons. Francesco Lambiasi, a través del Cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin:

Mensaje

Vaticano, 16 de agosto de 2019

A Su Excelencia Reverendísima Mons. Francesco Lambiasi, obispo de Rimini

Excelencia Reverendísima,

Con ocasión del XL Encuentro para la Amistad entre los Pueblos, me es grato enviarle a Usted, a los organizadores, a los voluntarios y a todos los que participarán en él, los saludos y los mejores deseos del Sumo Pontífice.

El tema elegido este año está tomado de un poema de San Juan Pablo II, que hace referencia a la Verónica, que se abre paso entre la multitud para enjugar el rostro de Jesús en el camino de la cruz: "Nació tu nombre de lo que mirabas" (K. Wojtyła, "III. El nombre", en Id, Todas las obras literarias, Milán 2001, 155). El Siervo de Dios Don Luigi Giussani comentaba así este verso poético: "Imaginemos la multitud, Cristo que pasa con la cruz, y ella que mira a Cristo y abriéndose un hueco entre la multitud  mirándolo. Todos la miran. Ella que no tenía rostro, era una mujer como las demás, adquirió un nombre, es decir, rostro, personalidad en la historia, por el cual todavía la recordamos, por lo que miraba. […] Amar es afirmar al otro" (La convenienza umana della fede, Milán 2018, 159-160).

"Fu mirado y entonces vio; [...] si no hubiera sido mirado, no habría visto" (San Agustín, Discursos, 174, 4.4), dice san Agustín a propósito de Zaqueo. Esta es la verdad que la Iglesia anuncia al hombre desde hace dos mil años. Cristo nos amó, dio su vida por nosotros, por cada uno de nosotros, para afirmar nuestro rostro único e irrepetible. Pero, ¿por qué es tan importante que este anuncio resuene de nuevo hoy? Porque muchos de nuestros contemporáneos caen bajo los golpes de las pruebas de la vida, y se encuentran solos y abandonados. Y a menudo son tratados como números de  una estadística. Pensemos en los miles de personas que cada día huyen de las guerras y de la pobreza: antes que números, son rostros, personas, nombres e historias. Nunca debemos olvidarlo, especialmente cuando la cultura del descarte margina, discrimina y explota, amenazando la dignidad de la persona.

¡Cuántos olvidados tienen una necesidad urgente de ver el rostro del Señor para encontrarse de nuevo consigo mismos! El hombre de hoy vive a menudo en la inseguridad, caminando como a tientas, extraño a sí mismo; parece que no tuviera consistencia, hasta el punto de dejarse aferrar fácilmente por el miedo. Pero entonces, ¿qué esperanza puede haber en este mundo? ¿Cómo puede el hombre encontrarse a sí mismo y volver a tener esperanza? No puede lograrlo sólo a través del razonamiento o la estrategia. He aquí, pues, el secreto de la vida, el que nos hace salir del anonimato: fijar la mirada en el rostro de Jesús y familiarizarnos con Él. Mirar a Jesús purifica nuestra vista y nos prepara para mirar todo con ojos nuevos. Al encontrar a Jesús, al mirar al Hijo del Hombre, los pobres y los sencillos se encuentran a sí mismos, se sienten amados en lo más profundo por un Amor sin medida. Pensemos en el tiempo en que el Sin Nombre de “Los novios” estaba frente al Cardenal Federigo que lo abraza: "El Innominado, desprendiéndose de aquel abrazo, volvió a taparse los ojos con una mano, y, levantando el rostro, exclamó: "¡Dios es verdaderamente grande! Dios es verdaderamente bueno, ahora me conozco, comprendo quien soy" (A. Manzoni, Los novios). También nosotros hemos sido mirados, elegidos, abrazados, como nos recuerda el profeta Ezequiel en la maravillosa alegoría de la historia de amor con su pueblo: "Eras hija de extranjeros, fuiste apartada; pero yo pasé, te lavé y te llevé conmigo" (cf. Ez 16). Nosotros también éramos "extranjeros", y el Señor vino, nos dio una identidad y un nombre.

En una época en la que las personas  a menudo no tienen rostro, son figuras anónimas porque no tienen a nadie en quien posar los ojos, la poesía de San Juan Pablo II nos recuerda que existimos porque estamos relacionados. Al Papa Francisco le gusta subrayarlo refiriéndose al Evangelio de la vocación de Mateo: " Un día, como otro cualquiera, mientras estaba sentado en la mesa de recaudación de los impuestos, Jesús pasaba, lo vio, se acercó y le dijo: «“Sígueme”. Y él, levantándose, lo siguió. Jesús lo miró. Qué fuerza de amor tuvo la mirada de Jesús para movilizar a Mateo como lo hizo; qué fuerza han de haber tenido esos ojos para levantarlo. […]  Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida" (Homilía, Plaza de la Revolución, Holguín [Cuba], 21 de septiembre de 2015).

Esto es lo que hace del cristiano una presencia en el mundo diferente de todas los demás, porque lleva consigo el anuncio del que -sin saberlo- los hombres y mujeres de nuestro tiempo tienen más sed: Está entre nosotros Aquél que es la esperanza de la vida. Seremos "originales" si nuestro rostro es el espejo del rostro de Cristo resucitado. Y esto será posible si crecemos en la conciencia a la que Jesús invitaba a sus discípulos, como aquella vez después de enviarlos en misión: "Los setenta y dos regresaron llenos de alegría" por los milagros que habían hecho; pero Jesús les dice: "Alegraos más bien porque vuestros nombres están escritos en el cielo" (cf. Lc 10,20-21). Este es el milagro de los milagros. Este es el origen de la alegría profunda que nada ni nadie puede quitarnos: nuestro nombre está escrito en el cielo, y no por nuestros méritos, sino por un don que cada uno de nosotros ha recibido con el Bautismo. Un don que estamos llamados a compartir con todos, sin excluir a nadie. Esto significa ser discípulos misioneros.

El Santo Padre Francisco espera que el Encuentro sea siempre un lugar hospitalario, donde la gente pueda "mirar los rostros", experimentando su propia identidad inconfundible. Es la manera más bella de celebrar este aniversario, mirando hacia adelante sin nostalgia ni miedos, siempre sostenidos por la presencia de Jesús, sumergidos en su cuerpo que es la Iglesia. ¡Qué el recuerdo grato de estos cuatro decenios de compromiso altruista y de trabajo apostólico creativo suscite nuevas energías, para un testimonio de fe abierto a los vastos horizontes de las emergencias contemporáneas!

Su Santidad invoca la protección maternal de la Virgen María y envía de corazón la bendición apostólica a Su Excelencia y a toda la comunidad del Encuentro.

Añado mi propio deseo personal y aprovecho la circunstancia para confirmar mi respeto a Su Excelencia Reverendísima

Pietro Card. Parolin

Secretario de Estado