El cardenal Giovanni Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y Delegado Especial de la Orden Soberana Hospitalaria y Militar de San Juan de Jerusalén de Rodas y Malta ha celebrado esta mañana la santa misa en la iglesia romana de Santa María en Aventino, con motivo de la fiesta de la Natividad de San Juan Bautista, patrono de la Orden de Malta. Publicamos a continuación amplios fragmentos de la homilía pronunciada por el purpurado durante la celebración.
“La devoción de los miembros de la Orden de Malta a San Juan Bautista es una antigua tradición. Su figura siempre ha sido vista como una figura ejemplar, no tanto por sus rasgos ascéticos, sino por su estilo, por su misión. Un estilo y una misión que son siempre actuales y que pueden resumirse así: nunca está en el centro, pero es uno que siempre está en una posición que señala, que deja espacio a Cristo. La suya es una apariencia fuerte y elocuente, pero está en silencio ante la voz del Señor que viene; la suya es verdadera grandeza delante de Dios, pero se hace pequeña, disminuye, para que Cristo crezca. Y luego su actitud moral: la audacia de una palabra franca, la indignación por el mal y el egoísmo como una manifestación de su pasión por Dios y por su prójimo, siendo consciente de tener que pagar por cada palabra pronunciada, su despego con respecto a los hombres de poder. Finalmente, el único deseo que lo habitaba: ver realizadas las acciones del Mesías".
"El recuerdo de la figura de Juan el Bautista no puede dejarnos indiferentes, es una oportunidad preciosa para renovar el propósito de inspirar nuestra vida personal y nuestra obra en la Iglesia y en el mundo en aquel que se puso al servicio de Jesús, preparando el camino. Hoy nos toca a nosotros encontrar la inteligencia y la fuerza para preparar un camino para el Señor, de modo que sea posible percibir su presencia dentro de la Iglesia y, por lo tanto, también dentro de nuestra Orden. Ante un mundo cada vez más secularizado, una sociedad que elimina los valores cristianos, nosotros los creyentes, y especialmente aquellos que ostentan el título público de pertenecer a una Orden eclesiástica como la de la Orden de Malta, están llamados a dar con su propio testimonio de vida respuestas creíbles y atrayentes. El mundo, pobre de Dios, sediento de verdad, necesita más que nunca gente que muestren el camino para encontrar una vida salvada, una vida significativa. Todos debemos ser conscientes de que pertenecer a la Orden de Malta no es un privilegio, no es un título honorífico del que presumir ante el mundo, sino un don de Dios, que hay que recibir con gratitud y humildad. El don en la economía de la salvación siempre está acompañado por la asignación de una misión. Una persona bautizada no puede mantener la fe para sí misma, sino que debe compartirla con los demás. Un miembro de la Orden de Malta no puede contemplarse a sí mismo y los éxitos logrados, sino que debe esforzarse diariamente para asimilar el carisma y dejarse llevar por la preocupación de vivir sus características específicas de manera coherente: la tuitio fidei y el obsequium pauperum. Queridos hermanos, no podemos dispersar los dones de Dios, no podemos derrochar la obra de Dios que se nos ha dado. Frente a Dios, debemos preguntarnos si cada uno de nosotros contribuye a garantizar que la Orden de Malta refleje el carisma original en su esencia y si el compromiso de reforma en vigor tiene como objetivo hacer visible, incluso en sus estructuras organizativas, la misión que el Señor le ha encomendado. Una misión que debe contar con personas límpidas, generosas, desinteresadas, fieles a la Iglesia y apasionadas por Dios".
"Son numerosas las actividades caritativas y de asistencia que los miembros de la Orden llevan a cabo en todo el mundo y de las cuales se puede estar justamente orgulloso. Permitidme recordaros que a través de estas actividades están llamados a ser precursores y centinelas en las lindes de los desiertos modernos de la humanidad. A imitación de San Juan Bautista, desterrad de vuestro corazón la tentación de manipularlas para obtener consenso en torno a vosotros, haced, en cambio, que sirvan para indicar siempre y solo a Jesucristo como la única razón de vuestra misión y la única esperanza del mundo. Entonces vuestro testimonio será verdaderamente auténtico, profundo, cristianamente creíble".
"Pidamos al Señor el don de la perseverancia, para dar testimonio de la fe en Cristo con palabras y gestos de esperanza y caridad. A todos se nos pide que seamos cada día, en los diversos entornos existenciales (familia, trabajo, lugares de reunión y ocio), testigos alegres de los dones del Jesús resucitado y, sobre todo, de la nueva vida que nos dio en su resurrección. ¡Que este sea vuestro deseo constante! Os lo deseo de corazón, mientras os doy las gracias por vuestro precioso servicio al Evangelio y a la Iglesia, enriquecido por la fidelidad perseverante al Santo Padre, por quien queremos orar en esta santa misa, como un signo de devoción filial hacia su persona y de sincera adhesión a su magisterio”.