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Intervención del Santo Padre Francisco en el encuentro sobre el tema: "La teología después de Veritatis gaudium en el contexto del Mediterráneo", organizado por la Pontificia Facultad de Teología del Sur de Italia (Nápoles, 20-21 de junio de 2019), 21.06.2019

El Santo Padre Francisco se ha desplazado esta mañana a Nápoles para participar en el encuentro organizado por la Pontificia Facultad de Teología del sur de Italia - Sección de San Luis: "La teología después de Veritatis gaudium en el contexto del Mediterráneo "(20-21 de junio de 2019).

El Papa Francisco fue recibido por el cardenal arzobispo de Nápoles y Gran Canciller de la Facultad Pontificia, Crescenzio Sepe, el obispo de Nola, S.E. Mons. Francesco Marino, el Superior General de la Compañía de Jesús, Padre Arturo Sosa Abascal, S.I,  el Vicecanciller de la Facultad y Superior Provincial de los Jesuitas, Padre Gianfranco Matarazzo, S.I., el Decano de la Facultad, don Gaetano Castello, el vicepresidente, Padre Giuseppe Di Luccio, S.I., el Superior de la Comunidad, Padre Domenico Marafioti, S.I., y por el Rector del Pontificio Seminario de Campania, el Padre Francesco Beneduce, S.I.
La sesión pública del encuentro tuvo lugar en la plaza frente a la Facultad. Después de  las intervenciones del segundo día de los trabajos, el Santo Padre pronunció el discurso que publicamos a continuación.

Discurso del Santo Padre

Queridos estudiantes y profesores,
Queridos hermanos obispos y sacerdotes,
Señores cardenales
:

Estoy contento al encontrarme hoy con vosotros participando en este Congreso. Devuelvo con afecto el saludo al querido hermano el Patriarca Bartolomé, un gran precursor de la Laudato si’ —por años precursor—, que ha deseado contribuir a la reflexión con su mensaje personal. Gracias al querido hermano Bartolomé.

El Mediterráneo es desde siempre lugar de tránsito, de intercambio y, en ocasiones, también de conflicto. Conocemos tantos. Este lugar nos coloca hoy ante una serie de cuestiones, a menudo dramáticas. Estas se pueden traducir en algunas preguntas que nos hemos hecho en el encuentro interreligioso de Abu Dhabi: ¿Cómo cuidarnos recíprocamente en la única familia humana? ¿Cómo alimentar una convivencia tolerante y pacífica que se traduzca en auténtica fraternidad? ¿Cómo hacer para que en nuestras comunidades prevalezca la acogida del otro, de quien es distinto a nosotros porque pertenece a una tradición religiosa y cultural diversa a la nuestra? ¿Cómo pueden ser las religiones caminos de hermandad y no muros de separación? Estas y otras cuestiones han de ser interpretadas a varios niveles, y piden un esfuerzo generoso de escucha, de estudio y de confrontación a fin de promover procesos de liberación, de paz, de fraternidad y de justicia. Debemos convencernos: Se trata de iniciar procesos, no de hacer definiciones de espacios, ocupar espacios… Iniciar procesos.

Una teología de la acogida y del diálogo

A lo largo de este Congreso habéis analizado en primer lugar contradicciones y dificultades en el espacio del Mediterráneo, y os habéis preguntado después acerca de las soluciones más adecuadas. Para ello, os preguntáis qué teología es apropiada en el contexto en donde vivís y trabajáis. Diría que la teología, de manera especial en un contexto de este tipo, está llamada a ser una teología de la acogida que sirva para desarrollar un diálogo sincero con las instituciones sociales y civiles, con centros universitarios y de investigación, con las autoridades religiosas y con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir pacíficamente una sociedad inclusiva y fraterna y también para custodiar la creación.

Cuando en el Proemio de Veritatis gaudium se menciona la profundización del kerigma y el diálogo como criterios para renovar los estudios, se quiere decir que estos se encuentran al servicio del camino de una Iglesia que pone cada vez más en su centro la evangelización. No la apologética, no los manuales —como hemos escuchado—: evangelizar. En el centro está la evangelización, que no quiere decir proselitismo. En el diálogo con las culturas y las religiones, la Iglesia anuncia la Buena Noticia de Jesús y la práctica del amor evangélico que Él predicaba como una síntesis de toda la enseñanza de la Ley, de las visiones de los Profetas y de la voluntad del Padre. El diálogo es más que nada un método de discernimiento y de anuncio de la Palabra de amor que se dirige a toda persona y que desea habitar en el corazón de cada uno. Solamente en la escucha de esta Palabra y en la experiencia del amor que ella comunica se puede discernir la actualidad del kerigma. El diálogo, de este modo intenso, es una forma de acogida.

Quisiera recalcar que «el discernimiento espiritual no excluye las aportaciones de los saberes humanos, existenciales, psicológicos, sociológicos y morales. Pero los trasciende. Y ni siquiera tiene suficiente con las sabias normas de la Iglesia. Recordamos siempre que el discernimiento es una gracia […] —un don—. El discernimiento, en fin, conduce a la fuente misma de la vida que no muere, es decir, “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a aquel que has enviado, Jesucristo (Jn 17,3)» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 170).

Las escuelas de teología se renuevan con la práctica del discernimiento y con un modo dialógico de proceder, capaz de crear un correspondiente clima espiritual y de práctica intelectual. Se trata de un diálogo tanto en el planteamiento de los problemas como en la búsqueda conjunta de las vías de solución. Un diálogo capaz de integrar el criterio vivo de la Pascua de Jesús con el movimiento de la analogía, que lee ––en la realidad, en la creación y en la historia–– nexos, signos y referencias teologales. Esto conlleva la asunción hermenéutica del misterio del camino de Jesús, que lo conduce a la cruz y a la resurrección y al don del Espíritu. Asumir esta lógica jesuana y pascual es indispensable para comprender cómo la realidad histórica es interrogada por la revelación del misterio del amor de Dios. De aquel Dios que en la historia de Jesús —en cada ocasión y dentro de todas las contradicciones–– se manifiesta más grande en el amor y en la capacidad de reparar el mal.

Ambos movimientos son necesarios y complementarios: un movimiento desde lo bajo hacia lo alto que puede dialogar, con sentido de escucha y discernimiento, con cada instancia humana e histórica, teniendo en cuenta todo el espesor de lo humano; y un movimiento desde lo alto hacia lo bajo ––donde “lo alto” es la posición elevada de Jesús sobre la cruz–– que permite, al mismo tiempo, discernir los signos del Reino de Dios en la historia y comprender de manera profética los signos del anti-Reino que desfiguran el alma y la historia humana. Es un método que permite ––en una dinámica constante–– confrontarse con toda instancia humana y comprender qué luz cristiana ilumina las llagas de la realidad y qué energías suscita el Espíritu del Crucificado Resucitado, en cada ocasión, aquí y ahora.

El modo de proceder dialógico es la vía para llegar allí donde se forman los paradigmas, los modos de sentir, los símbolos, las representaciones de las personas y de los pueblos. Llegar allí ––como “etnógrafos espirituales” del alma de los pueblos, decimos–– para dialogar en profundidad y, si es posible, para contribuir a su desarrollo con el anuncio del Evangelio del Reino de Dios, cuyo fruto es la maduración de una fraternidad siempre más extensa e inclusiva. Diálogo y anuncio del Evangelio que pueden tomar cuerpo en los modos trazados por Francisco de Asís en la Regla no bulada, justo el día después de su viaje por el oriente mediterráneo. Para Francisco hay una primera modalidad en donde, simplemente, se vive como cristianos: «Un modo es que no litiguen ni disputen, sino que se mantengan sujetos a toda criatura humana por amor de Dios y confiesen ser cristianos» (XVI: FF 43). Existe después un segundo estadio en donde, dóciles siempre a los signos, a la acción del Señor Resucitado y a su Espíritu de paz, se anuncia la fe cristiana como manifestación en Jesús del amor de Dios por todos los hombres. Me llama mucho la atención aquel consejo de san Francisco a sus frailes: «Predicad el Evangelio; si fuera necesario también con palabras». Esto es el testimonio.

Esta docilidad al Espíritu implica un estilo de vida y de anuncio sin afán de conquista, sin voluntad de proselitismo —esta es la peste— y sin un intento agresivo de confutación. Una modalidad que entra en diálogo “desde dentro” con los hombres y con sus culturas, con sus historias, con sus diferentes tradiciones religiosas; una modalidad que, en coherencia con el Evangelio, comprende también el testimonio hasta el sacrificio de la vida, como demuestran los luminosos ejemplos de Carlos de Foucauld, de los monjes de Tibhirine, del obispo de Orán, Pierre Claverie, y de tantos hermanos y hermanas que, con la gracia de Cristo, han sido fieles, con mansedumbre y humildad, y han muerto con el nombre de Jesús en los labios y la misericordia en el corazón. En este punto pienso, como horizonte y sabiduría, en la no violencia, a la que la teología debe mirar como elemento propio constitutivo. Nos son de ayuda los escritos y la praxis de Martín Luther King y de Lanza del Vasto, así como las de otros “artesanos” de la paz. Nos ayuda y da ánimos la memoria del beato Giustino Russolillo, que fue estudiante de esta Facultad, y de Don Peppino Diana, el joven párroco asesinado por la camorra, que también estudió aquí. Y aquí me gustaría mencionar un síndrome peligroso, que es el “síndrome de Babel”. Pensamos que el “síndrome de Babel” es la confusión que se origina al no entender lo que dice el otro. Este es el primer paso. Pero el verdadero “síndrome de Babel” es no escuchar lo que dice el otro y creer que sé lo que piensa la otra persona y qué es lo que dirá el otro. ¡Esta es la peste!

Ejemplo de diálogo para una teología de la acogida

“Diálogo” no es una fórmula mágica, pero ciertamente la teología siente la ayuda, en su proceso de renovación, cuando lo asume con seriedad, cuando es impulsado y favorecido entre docentes y estudiantes, también con las otras formas del saber y con las otras religiones, en especial con el judaísmo y el islam. Los estudiantes de teología deberían ser educados en el diálogo con el judaísmo y con el islam para comprender las raíces comunes y las diferencias de nuestras identidades religiosas, y contribuir así más eficazmente a la edificación de una sociedad que aprecia la diversidad y favorece el respeto, la fraternidad y la convivencia pacífica.

Educar a los alumnos en esto. He estudiado en el tiempo de la teología decadente, de la escolástica decadente, en el tiempo de los manuales. Entre nosotros se bromeaba, todas las tesis teológicas se probaban con este esquema, un silogismo: 1°. Las cosas parecen ser así. 2°. El catolicismo siempre tiene razón. 3°. Ergo... Esa es una teología de tipo defensivo, apologético, encerrada en un manual. Así bromeábamos, pero era lo que nos presentaban en aquel momento de la escolástica decadente.

Buscar una pacífica convivencia dialógica. Estamos llamados a dialogar con los musulmanes para construir el futuro de nuestras sociedades y de nuestras ciudades; estamos llamados a considerarlos compañeros en la construcción de una convivencia pacífica, también cuando suceden episodios desconcertantes, obra de grupos fanáticos enemigos del diálogo, como la tragedia de la pasada Pascua en Sri Lanka. Ayer, el cardenal de Colombo me dijo esto: “Después de hacer lo que tenía que hacer, me di cuenta de que un grupo de personas, cristianos, querían ir al barrio musulmán para matarlos”. “Invité al imán a ir conmigo en coche, y juntos fuimos allí para convencer a los cristianos de que somos amigos, que esos son extremistas, que no son de los nuestros”. Esta es una actitud de cercanía y de diálogo. Formar a los estudiantes en el diálogo con los judíos implica educarlos en el conocimiento de su cultura, de su modo de pensar, de su lengua, a fin de comprender y vivir mejor nuestras relaciones en el plano religioso. En las facultades teológicas y en las universidades eclesiásticas son muy recomendables los cursos de lengua y cultura árabe y hebrea, del mismo modo que el conocimiento recíproco entre estudiantes cristianos, judíos y musulmanes.

Quisiera poner dos ejemplos concretos sobre cómo el diálogo que caracteriza una teología de la acogida puede aplicarse a los estudios eclesiásticos. El diálogo puede ser, sobre todo, un método de estudio, además de un método de enseñanza. Cuando leemos un texto, dialogamos con él y con el “mundo” del que es expresión; y esto vale también para los textos sagrados, como la Biblia, el Talmud y el Corán. A menudo, después, interpretamos un texto determinado en diálogo con otros textos de su misma época o de otras diversas. Los textos de las grandes tradiciones monoteístas son, en cualquier caso, el resultado de un diálogo. Se pueden encontrar casos de textos que fueron escritos para responder a preguntas sobre cuestiones importantes de la vida, formuladas por textos precedentes. Esta es también una forma de diálogo.

El segundo ejemplo atañe al modo en que el diálogo se puede realizar como hermenéutica teológica en un tiempo y un lugar específico. En nuestro caso: el Mediterráneo al inicio del tercer milenio. No es posible una lectura real de este espacio al margen de un diálogo y sin lanzar un puente ––histórico, geográfico, humano–– entre Europa, África y Asia. Se trata de un espacio en donde la ausencia de paz ha producido múltiples desequilibrios regionales, mundiales, y cuya pacificación, a través de la práctica del diálogo, podría sin embargo contribuir mucho al surgimiento de procesos de reconciliación y de paz. Giorgio La Pira nos diría que, para la teología, el empeño consiste en contribuir a la construcción, en toda la cuenca del Mediterráneo, de una “gran tienda de paz”, donde puedan convivir, en respeto recíproco, los diversos hijos del padre común Abraham. No olvidéis al padre común.

Una teología de la acogida es una teología de la escucha

El diálogo como hermenéutica presupone y comporta la escucha consciente. Esto significa también escuchar la historia y las vivencias de los pueblos que se asoman al espacio del mediterráneo, para poder descifrar los hechos que unen el pasado al presente, y para acoger las heridas, al mismo tiempo que las posibilidades de futuro. Se trata, de manera particular, de acoger el modo en que las comunidades cristianas y las vidas proféticas de las personas individuales han sabido ––también recientemente–– encarnar la fe cristiana en contextos en ocasiones de conflicto, de minoría y de convivencia plural con otras tradiciones religiosas.

Tal escucha debe enraizarse profundamente dentro de las culturas y los pueblos por otro motivo. El Mediterráneo es en verdad el mar del mestizaje —si no comprendemos el mestizaje, nunca comprenderemos el Mediterráneo—; un mar, respecto a los océanos, geográficamente encerrado, pero siempre abierto culturalmente al encuentro, al diálogo y a la inculturación recíproca. Sin embargo, son necesarias narraciones renovadas y compartidas que ––a partir de la escucha de las raíces y del presente–– hablen al corazón de las personas, narraciones en donde sea posible reconocerse de manera constructiva, pacífica y esperanzadora.

La realidad multicultural y plurireligiosa del nuevo Mediterráneo se forma a partir de esas narraciones, en el diálogo que nace de la escucha de las personas y de los textos de las grandes religiones monoteístas, y sobre todo en la escucha de los jóvenes. Pienso en los estudiantes de nuestras facultades de teología, y en los de las universidades “laicas” o de otras inspiraciones religiosas. «Cuando la Iglesia ––y podemos añadir, la teología–– abandona los esquemas rígidos y se abre a una escucha disponible y atenta de los jóvenes, esta empatía la enriquece, porque “permite a los jóvenes donar a la comunidad su propia contribución, ayudándola a acoger sensibilidades nuevas y a formularse preguntas inéditas”» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 65). Acoger sensibilidades nuevas: este es el desafío.

La profundización del kerigma se realiza con la experiencia del diálogo que nace de la escucha y que genera comunión. Jesús mismo ha anunciado el reino de Dios dialogando con toda clase y categoría de personas del judaísmo de su tiempo: con los escribas, los fariseos, los doctores de la ley, los publicanos, los doctos, los simples, los pecadores. Reveló a una mujer samaritana, en la escucha y en el diálogo, el don de Dios y su misma identidad: abrió para ella el misterio de su comunión con el Padre y de la sobreabundante plenitud que surge de aquí. Su divina escucha del corazón humano abre este corazón para acoger, a su vez, la plenitud del Amor y la alegría de la vida. No se pierde nada con el diálogo. Siempre se gana. Con el monólogo, todos perdemos, todos.

Una teología interdisciplinar

Una teología de la acogida que, como método interpretativo de la realidad, adopta el discernimiento y el diálogo sincero, necesita la presencia de teólogos que sepan trabajar juntos y de forma interdisciplinar, superando el individualismo en el trabajo intelectual. Necesitamos teólogos ––hombres y mujeres, presbíteros, laicos y religiosos–– que, enraizados en la historia y en la Iglesia, y, al mismo tiempo, abiertos a las inagotables novedades del Espíritu, sepan huir de las lógicas autorreferenciales, competitivas y, de hecho, cegadoras que a menudo existen también en nuestras instituciones académicas y escondidas, muchas veces, en las escuelas teológicas.

En este camino continuo de salida de sí y de encuentro con el otro, es importante que los teólogos sean hombres y mujeres de compasión —subrayo esto: que sean hombres y mujeres de compasión—, tocados por la existencia oprimida de muchos, por las esclavitudes de hoy, por las llagas sociales, por las violencias, por las guerras y por las enormes injusticias sufridas por tantos pobres que viven en las orillas de este “mar común”. Sin comunión y sin compasión, sin el alimento constante de la oración —esto es importante: se puede hacer sólo teología “de rodillas”—, la teología no sólo pierde el alma, sino que pierde también la inteligencia y la capacidad de interpretar cristianamente la realidad. Sin compasión, extraída del Corazón de Cristo, los teólogos corren el riesgo de ser fagocitados por la condición de privilegio de quien se coloca prudentemente fuera del mundo y no comparte nada de arriesgado con la mayoría de la humanidad. La teología de laboratorio, la teología pura y “destilada”; destilada como el agua, el agua destilada que no sabe a nada.

Quisiera ofrecer un ejemplo sobre cómo la interdisciplinariedad que interpreta la historia puede ser una profundización del kerigma y, si es animada por la misericordia, puede abrirse a la trans-disciplinaridad. Me refiero en particular a todos los comportamientos agresivos y guerreros que han marcado el modo de habitar el espacio mediterráneo de pueblos que se decían cristianos. Aquí se enumeran tanto los comportamiento y praxis coloniales que han plasmado el imaginario y las políticas de tales pueblos, como las justificaciones de toda clase de guerras, y también todas las persecuciones realizadas en nombre de una religión o de una pretendida pureza racial o de doctrina. También nosotros hemos hecho estas persecuciones. Recuerdo que en Chanson de Roland, después de ganar la batalla, los musulmanes estaban alineados, todos, frente a la piscina del bautismo, a la pila bautismal. Había allí uno con una espada. Y les hicieron elegir: o el bautismo o adiós. Te vas para el otro mundo. O el bautismo o la muerte. Nosotros hemos hecho esto. Respecto a esta compleja y dolorosa historia, el método de diálogo y de escucha, guiado por el criterio evangélico de la misericordia, puede enriquecer mucho el conocimiento y la relectura interdisciplinar, haciendo emerger también, por contraste, las profecías de paz que el Espíritu no ha dejado nunca de suscitar.

La interdisciplinariedad, como criterio para la renovación de la teología y de los estudios eclesiásticos, comporta el esfuerzo de revisitar y reintegrar continuamente la tradición. Revisitar la tradición y reintegrar. De hecho, la escucha como teólogos cristianos no viene a partir de la nada, sino de un patrimonio teológico que ––precisamente dentro del espacio mediterráneo–– hunde las raíces en las comunidades del Nuevo Testamento, en la rica reflexión de los Padres y en múltiples generaciones de pensadores y testigos. Se trata de la tradición viva que llega hasta nosotros y que puede contribuir a iluminar y descifrar muchas cuestiones contemporáneas. Con la condición, no obstante, de que la relectura se haga con una voluntad sincera de purificación de la memoria, es decir, sabiendo discernir en qué grado se trata de un vehículo de la intención originaria de Dios, revelada en el Espíritu de Jesucristo y, por otro lado, en qué grado es infiel a esta intención misericordiosa y salvífica. No olvidemos que la tradición es una raíz que nos da vida: nos transmite la vida para que nosotros podamos crecer y florecer, fructificar. Tantas veces pensamos en la tradición como en un museo. ¡No! La semana pasada, o la otra, leí una cita de Gustav Mahler que decía: “La tradición es la garantía del futuro, no la guardiana de las cenizas”. ¡Es hermoso! Vivamos la tradición como un árbol que vive, que crece. Ya en el siglo quinto, Vicente de Lérins lo había comprendido bien: el crecimiento de la fe, de la tradición, con estos tres criterios: annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate. Es la tradición; pero sin tradición tú no puedes crecer. La tradición para crecer, como la raíz para el árbol.

Una teología en red

La teología, tras Veritatis gaudium es una teología en red y, en el contexto del Mediterráneo, en solidaridad con todos los “náufragos” de la historia. En el trabajo teológico que nos corresponde recordamos a san Pablo y el camino del cristianismo en los orígenes, que conecta el oriente con el occidente. Aquí, muy cerca de donde Pablo desembarcó, es imposible no recordar que los viajes del Apóstol estuvieron marcados por fuertes críticas, como sucedió en el naufragio en el centro del Mediterráneo (Hch 27,9ss). Naufragio que hace pensar al sufrido por Jonás. Pero Pablo no huye, y puede incluso pensar que Roma era su Nínive. Puede pensar que está ante la oportunidad de enmendar la actitud derrotista de Jonás, redimiendo su huida. Ahora que el cristianismo occidental ha aprendido de muchos errores y críticas del pasado, puede retornar a sus fuentes, esperando ser capaz de testimoniar la Buena Noticia a los pueblos del oriente y del occidente, del norte y del sur. La teología ––teniendo la mente y el corazón fijos en “Dios clemente y piadoso” (cf. Jon 4,2)–– puede ayudar a la Iglesia y a la sociedad civil a retomar el camino en compañía de tantos náufragos, animando a los pueblos del Mediterráneo a rechazar toda tentación de reconquista y de clausura de la identidad. Ambas nacen, se alimentan y crecen por el miedo. La teología no se puede hacer en un ambiente de miedo.

El trabajo de las facultades teológicas y de las universidades eclesiásticas contribuye a la edificación de una sociedad justa y fraterna, donde el cuidado de la creación y la construcción de la paz son resultado de la colaboración entre instituciones civiles, eclesiales e interreligiosas. Se trata, antes de nada, de un trabajo en “red evangélica”, es decir, en comunión con el Espíritu de Jesús que es Espíritu de paz, Espíritu de amor en la obra de la creación y en el corazón de los hombres y las mujeres de buena voluntad de toda raza, cultura y religión. En analogía al lenguaje que Jesús emplea para hablar del Reino, la interdisciplinariedad y el tejido de redes quieren favorecer el discernimiento de la presencia del Espíritu del Resucitado en la realidad. A partir de la comprensión de la Palabra de Dios en su contexto mediterráneo original, es posible discernir los signos de los tiempos en nuevos contextos.

La teología después de “Veritatis gaudium” en el contexto del Mediterráneo

He subrayado mucho Veritatis gaudium .Quisiera agradecer aquí públicamente, porque está presente, a Mons. Zani, que fue uno de los artífices de este documento. ¡Gracias! ¿Cuál es entonces la tarea de la teología después de Veritatis gaudium en el contexto del Mediterráneo? El punto es, ¿cuál es la tarea? La teología debe sintonizar con el Espíritu de Jesús Resucitado, con su libertad de ir por el mundo y de llegar a las periferias, también a las del pensamiento. Corresponde a los teólogos la tarea de favorecer siempre de manera renovada el encuentro de las culturas con las fuentes de la Revelación y de la Tradición. Las antiguas arquitecturas del pensamiento, las grandes síntesis teológicas del pasado son canteras de sabiduría teológica, pero no pueden aplicarse mecánicamente a las cuestiones actuales. Se trata de conocerlas y amarlas para buscar otras vías. Gracias a Dios, las fuentes primeras de la Teología, es decir, la Palabra de Dios y el Espíritu Santo, son inagotables y siempre fecundas; por eso se puede y se debe trabajar en la dirección de un “Pentecostés teológico” que permita a las mujeres y los hombres de nuestro tiempo escuchar “en la propia lengua” una reflexión cristiana que responda a su búsqueda de sentido y de vida plena. Para que esto suceda son indispensables algunos presupuestos.

En primer lugar, es necesario partir del Evangelio de la misericordia, del anuncio hecho por Jesús mismo y de los contextos originarios de la evangelización. La teología nace en medio de seres humanos concretos, a los que encuentra con la mirada y el corazón de Dios, que va en su búsqueda con amor misericordioso. Hacer teología es también un acto de misericordia. Me gustaría repetir aquí, en esta ciudad donde no sólo hay episodios de violencia sino que conserva muchas tradiciones y muchos ejemplos de santidad —además de una obra maestra de Caravaggio sobre las obras de misericordia y el testimonio del santo médico José Moscati— me gustaría repetir lo que he escrito a la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina: «También los buenos teólogos, como los buenos pastores, huelen a pueblo y a calle y, con su reflexión, derraman ungüento y vino en las heridas de los hombres. Que la teología sea expresión de una Iglesia que es “hospital de campo”, que vive su misión de salvación y curación en el mundo. La misericordia no es sólo una actitud pastoral, sino la sustancia misma del Evangelio de Jesús. Os animo a que estudiéis cómo, en las diferentes disciplinas ––dogmática, moral, espiritualidad, derecho, etc.–– se puede reflejar la centralidad de la misericordia. Sin misericordia, nuestra teología, nuestro derecho, nuestra pastoral, corren el riesgo de caer en la mezquindad burocrática o en la ideología, que por su propia naturaleza quiere domesticar el misterio»[1]. La teología, por el camino de la misericordia, se defiende de domesticar el misterio.

En segundo lugar, es necesaria una rigurosa asunción de la historia dentro de la teología, como espacio abierto al encuentro con el Señor. «La capacidad de entrever la presencia de Cristo y el camino de la Iglesia en la historia nos hacen humildes, y nos apartan de la tentación de refugiarse en el pasado para evitar el presente. Ésta ha sido la experiencia de tantos estudiosos que empezaron siendo, no digo ateos, pero sí un poco agnósticos, y han encontrado a Cristo. Porque la historia no puede entenderse sin esta fuerza»(2)

Es necesaria la libertad teológica. Sin la posibilidad de experimentar caminos nuevos no se crea nada de nuevo, y no se deja espacio a la novedad del Espíritu del Resucitado: «A cuantos sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecer una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que tal variedad ayuda a manifestar y a desarrollar mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 40). Esto comporta también una revisión adecuada de la ratio studiorum. Sobre la libertad de reflexión teológica haría una distinción. Entre los estudiosos, es necesario seguir adelante con libertad; después, en última instancia, será el magisterio el que diga algo, pero no se puede hacer una teología sin libertad. Sin embargo, en la predicación al Pueblo de Dios, por favor, no hiráis la fe del Pueblo de Dios con cuestiones controvertidas. Que las cuestiones controvertidas queden solamente entre los teólogos. Es vuestra tarea. Pero al Pueblo de Dios es necesario darle la sustancia que alimente la fe, y no que la relativice.

Finalmente, es indispensable dotarse de estructuras ligeras y flexibles, que manifiesten la prioridad dada a la acogida y al diálogo, al trabajo inter- y trans- disciplinar y en red. Los estatutos, la organización interna, el método de enseñanza, el plan de estudios, deberían reflejar la fisonomía de la Iglesia “en salida”. Todo debe orientarse en los horarios y en los modos que se favorezca lo más posible la participación de aquellos que desean estudiar teología: además de los seminaristas y los religiosos, también los laicos y las mujeres, tanto laicas como religiosas. En particular, la contribución que las mujeres están dado y pueden dar a la teología es indispensable y ha de apoyarse, como hacéis en esta Facultad, donde existe una buena participación de mujeres docentes y estudiantes.

Que este bellísimo lugar, sede de la Facultad teológica dedicada a san Luis, cuya fiesta celebramos hoy, sea símbolo de una belleza para compartir, abierta a todos. Sueño con facultades teológicas donde se viva la convivialidad de las diferencias, donde se practique una teología del diálogo y de la acogida, donde se experimente el modelo poliédrico del saber teológico, en lugar de una esfera estática y desencarnada. Donde la investigación teológica sea capaz de promover un esforzado y fascinante proceso de inculturación.

Conclusión

Los criterios del Proemio de la Constitución Apostólica Veritatis gaudium son criterios evangélicos. El kerigma, el diálogo, el discernimiento, la colaboración, la red —agregaría también la parresia, que fue citada como criterio, que es la capacidad de estar al límite, junto a la hypomoné, el tolerar, estar en el límite para seguir adelante— son todos elementos y criterios que traducen el modo en que el Evangelio ha sido vivido y anunciado por Jesús y mediante el cual puede ser transmitido hoy por sus discípulos.

La teología después de Veritatis gaudium es una teología kerigmática, una teología del discernimiento, de la misericordia y de la acogida, que se lanza al diálogo con la sociedad, las culturas y las religiones para la construcción de la convivencia pacífica de personas y pueblos. El Mediterráneo es la matriz histórica, geográfica y cultural de la acogida kerigmática practicada con el diálogo y con la misericordia. De esta investigación teológica, Nápoles es ejemplo y laboratorio destacado. ¡Buen trabajo!

 

[1] Carta al Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina en el centenario de la Facultad de Teología, 3 marzo 2015.

[2] Discurso a los participantes en el congreso de la Asociación de profesores de Historia de la Iglesia, 12 de enero de 2019.