“Christus vivit”
Cristo vive. Él es nuestra esperanza y la juventud más hermosa de este mundo. Todo lo que toca se hace joven, se hace nuevo, se llena de vida. Por lo tanto, las primeras palabras que quiero dirigir a cada joven cristiano son: ¡Él vive y te quiere vivo!”.
Así comienza la Exhortación Apostólica post-sinodal “Christus vivit” de Francisco, firmada el lunes 25 de marzo en la Santa Casa de Loreto y dirigida “a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios”. En el documento, compuesto por nueve capítulos divididos en 299 párrafos, el Papa explica que se dejó “inspirar por la riqueza de las reflexiones y diálogos del Sínodo” de los jóvenes, celebrado en el Vaticano en octubre de 2018.
Capítulo primero: “¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los jóvenes?”
Francisco recuerda que “en una época en que los jóvenes contaban poco, algunos textos muestran que Dios mira con otros ojos” (6) y presenta brevemente figuras de jóvenes del Antiguo Testamento: José, Gedeón (7), Samuel (8), el rey David (9), Salomón y Jeremías (10), la joven sierva hebrea de Naamán y la joven Rut (11). Luego pasamos al Nuevo Testamento.
El Papa recuerda que “Jesús, el eternamente joven, quiere darnos un corazón siempre joven” (13) y añade: “Notamos que a Jesús no le gustaba que los adultos miraran con desprecio a los más jóvenes o los mantuvieran a su servicio de manera despótica. Al contrario, preguntaba: “El que es mayor entre vosotros, se hace como el más joven” (Lc 22,26). Para él, la edad no establecía privilegios, y que alguien fuera más joven no significaba que valiera menos. Francisco afirma: “No hay que arrepentirse de gastar la propia juventud en ser buenos, en abrir el corazón al Señor, en vivir de otra manera” (17).
Capítulo segundo: “Jesucristo siempre joven”.
El Papa aborda el tema de los años de juventud de Jesús y recuerda la historia evangélica que describe al Nazareno “en su adolescencia, cuando regresó con sus padres a Nazaret, después de que lo perdieron y lo encontraron en el Templo”. (26). No debemos pensar, escribe Francisco, que “Jesús era un adolescente solitario o un joven que pensaba en sí mismo. Su relación con la gente era la de un joven que compartía la vida de una familia bien integrada en el pueblo”, “nadie lo consideraba extraño o separado de los demás” (28). El Papa señala que el adolescente Jesús, “gracias a la confianza de sus padres... se mueve libremente y aprende a caminar con todos los demás” (29). Estos aspectos de la vida de Jesús, no deben ser ignorados en la pastoral juvenil, “para no crear proyectos que aíslen a los jóvenes de la familia y del mundo, o que los conviertan en una minoría seleccionada y preservada de todo contagio”. En cambio, se necesitan “proyectos que los fortalezcan, los acompañen y los proyecten hacia el encuentro con los demás, el servicio generoso y la misión” (30).
Jesús “no les ilumina a ustedes jóvenes, desde lejos o desde fuera, sino desde su propia juventud, que comparte con ustedes” y en él se reconocen muchos aspectos típicos de los corazones jóvenes (31). Cerca de Él “podemos beber de la verdadera fuente, que mantiene vivos nuestros sueños, nuestros planes, nuestros grandes ideales, y que nos lanza al anuncio de una vida digna de ser vivida” (32); “El Señor nos llama a encender estrellas en la noche de otros jóvenes” (33).
Francisco habla entonces de la juventud de la Iglesia y escribe: “Pidamos al Señor que libere a la Iglesia de los que quieren envejecerla, que la quieren anclada en el pasado, que la quieren lenta e inmóvil. También le pedimos que la libere de otra tentación: creer que es joven porque se rinde a todo lo que el mundo le ofrece, creer que se renueva porque esconde su mensaje y se mezcla con los demás. No. Ella es joven cuando es ella misma, cuando recibe cada día la fuerza siempre nueva de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, de la presencia de Cristo y de la fuerza de su Espíritu” (35).
Es verdad que “los miembros de la Iglesia no tenemos que ser ‘bichos raros’”, pero al mismo tiempo, “tenemos que atrevernos a ser distintos, a mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, a testimoniar la belleza, de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la justicia y el bien común, del amor a los pobres, de la amistad social” (36). La Iglesia puede ser tentada a perder su entusiasmo y buscar “una falsa seguridad mundana”. Son precisamente los jóvenes los que pueden ayudarla a permanecer joven” (37).
El Papa volvió entonces a una de sus enseñanzas más queridas y explicó que la figura de Jesús debe ser presentada “de una manera atractiva y eficaz”, dijo: “Por eso, la Iglesia no debe estar demasiado concentrada en sí misma, sino que debe reflejar sobre todo a Jesucristo. Esto significa que debe reconocer humildemente que algunas cosas concretas deben cambiar” (39).
La exhortación reconoce que hay jóvenes que sienten la presencia de la Iglesia “como molesta e incluso irritante”. Una actitud que tiene sus raíces “en razones serias y respetables: escándalos sexuales y económicos; la falta de preparación de los ministros ordenados que no saben interceptar adecuadamente la sensibilidad de los jóvenes;... el papel pasivo asignado a los jóvenes dentro de la comunidad cristiana; el esfuerzo de la Iglesia por dar cuenta de sus posiciones doctrinales y éticas frente a la sociedad” (40).
Hay jóvenes que “piden una Iglesia que escuche más, que no condene continuamente al mundo. No quieren ver una Iglesia silenciosa y tímida, pero tampoco quieren verla siempre en guerra por dos o tres temas que la obsesionan. Para ser creíble a los ojos de los jóvenes, a veces la Iglesia necesita recuperar la humildad y simplemente escuchar, reconocer en lo que otros dicen una luz que pueda ayudarla a descubrir mejor el Evangelio” (41). Por ejemplo, una Iglesia demasiado temerosa puede criticar constantemente “todos los discursos sobre la defensa de los derechos de la mujer, y señalar constantemente los riesgos y los posibles errores de esos reclamos”, mientras que una Iglesia “viva puede reaccionar prestando atención a las legítimas reivindicaciones de las mujeres”, mientras que “no esté de acuerdo con todo lo que propongan algunos grupos feministas”. (42).
Francisco presenta entonces a “María, la chica de Nazaret”, y su sí como el de “los que quieren comprometerse y arriesgarse, los que quieren apostarlo todo, sin otra garantía que la certeza de saber que son portadores de una promesa”. Y les pregunto a cada uno de ustedes: ¿sienten que están llevando una promesa?” (44). Para María, “las dificultades no eran motivo para decir “no”, y al ponerse en juego, se convirtió en “la influencer de Dios”. El corazón de la Iglesia también está lleno de jóvenes santos. El Papa recuerda a San Sebastián, a San Francisco de Asís, a Santa Juana de Arco, al Beato mártir Andrew Phû Yên, a Santa Kateri Tekakwitha, a Santo Domingo Salvador, a Santa Teresa del Niño Jesús, al Beato Ceferino Namuncurá, al Beato Isidoro Bakanja, al Beato Pier Giorgio Frassati, al Beato Marcel Callo y a la joven Beata Chiara Badano.
Capítulo tercero: “Tú eres la hora de Dios”.
No podemos limitarnos a decir, dice Francisco, que “los jóvenes son el futuro del mundo: son el presente, lo enriquecen con su aportación” (64). Por eso es necesario escucharlos, aunque “a veces prevalece la tendencia a dar respuestas preenvasadas y recetas preparadas, sin dejar que las preguntas de los jóvenes surjan en su novedad y capten su provocación” (65).
“Hoy los adultos corremos el riesgo de hacer una lista de desastres, de defectos en la juventud de nuestro tiempo... ¿Cuál sería el resultado de esta actitud? Una distancia cada vez mayor” (66). Quien está llamado a ser padre, pastor y guía juvenil debe tener la capacidad de “identificar caminos donde otros sólo ven muros, es saber reconocer posibilidades donde otros sólo ven peligros”. Esta es la mirada de Dios Padre, capaz de valorar y alimentar las semillas del bien sembradas en los corazones de los jóvenes. Por lo tanto, el corazón de cada joven debe ser considerado “tierra sagrada”““. (67). Francisco también nos invita a no generalizar, porque “hay una pluralidad de mundos juveniles” (68).
Hablando de lo que les sucede a los jóvenes, el Papa recuerda a los jóvenes que muchos de ellos viven en contextos de guerra, explotados y víctimas de secuestros, del crimen organizado, de la trata de seres humanos, de la esclavitud y la explotación sexual, de la violación. Y también están los que viven de la delincuencia y la violencia (72). “Muchos jóvenes son ideologizados, instrumentalizados y utilizados como carne de matadero o como fuerza de choque para destruir, intimidar o ridiculizar a otros. Y lo peor es que muchos se convierten en sujetos individualistas, enemigos y desconfiados de todos, presa fácil de propuestas deshumanizadoras y planes destructivos elaborados por grupos políticos o poderes económicos” (73). Aún más numerosos son los que sufren formas de marginación y exclusión social por razones religiosas, étnicas o económicas. Francis cita a las adolescentes y las jóvenes que “se embarazan y el flagelo del aborto, así como la propagación del VIH, las diferentes formas de adicción (drogas, juegos de azar, pornografía, etc.) y la situación de los niños y jóvenes de la calle” (74). Todas estas situaciones hacen doblemente dolorosas y difíciles la vida de las mujeres. “No podemos ser una Iglesia que no llora ante estos dramas de sus hijos e hijas jóvenes. Nunca debemos acostumbrarnos a ello.... Lo peor que podemos hacer es aplicar la receta del espíritu mundano que consiste en anestesiar a los jóvenes con otras noticias, con otras distracciones, con banalidad” (75). El Papa invita a los jóvenes a aprender a llorar por sus compañeros que están peor que ellos (76).
Es verdad, explica Francisco, que “los poderosos proporcionan alguna ayuda, pero a menudo a un alto costo. En muchos países pobres, la ayuda económica de algunos países más ricos u organismos internacionales suele estar vinculada a la aceptación de propuestas occidentales en materia de sexualidad, matrimonio, vida o justicia social. Esta colonización ideológica es particularmente perjudicial para los jóvenes”. (78). El Papa también advierte contra la cultura actual que presenta el modelo juvenil de belleza y utiliza cuerpos jóvenes en la publicidad. Él afirma: “no es un elogio para los jóvenes. Sólo significa que los adultos quieren robar a los jóvenes para sí mismos” (79).
Refiriéndose a “los deseos, las heridas y las investigaciones”, Francisco habla de la sexualidad: “En un mundo que sólo hace hincapié en la sexualidad, es difícil mantener una buena relación con el propio cuerpo y vivir en paz las relaciones afectivas. También por esta razón la moralidad sexual es a menudo la causa de “incomprensión y alejamiento de la Iglesia” percibida “como un espacio para el juicio y la condena”, a pesar de que hay jóvenes que quieren discutir estos temas (81). Ante el desarrollo de la ciencia, de las tecnologías biomédicas y de las neurociencias, el Papa recuerda que “pueden hacernos olvidar que la vida es un don, que somos seres creados y limitados, que podemos ser fácilmente explotados por los que tienen el poder tecnológico” (82).
La exhortación se centra entonces en el tema del “entorno digital”, que ha creado “una nueva forma de comunicación” y que “puede facilitar la circulación de información independiente”. En muchos países, la web y las redes sociales son “ya un lugar indispensable para llegar e implicar a los jóvenes”. (87). Pero “es también un territorio de soledad, manipulación, explotación y violencia, hasta el caso extremo de la red oscura. Los medios digitales pueden exponerlos al riesgo de adicción, aislamiento y pérdida progresiva de contacto con la realidad concreta....
Se están extendiendo nuevas formas de violencia a través de los medios sociales, como el ciberacoso. La web es también un canal para difundir la pornografía y explotar a las personas con fines sexuales o a través de los juegos de azar” (88).
No hay que olvidar que en el mundo digital “existen intereses económicos gigantescos”, capaces de crear “mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso democrático”. Existen circuitos cerrados que “facilitan la difusión de información y noticias falsas, fomentando el prejuicio y el odio....”. La reputación de las personas se ve amenazada por juicios sumarios en línea. El fenómeno concierne también a la Iglesia y a sus pastores” (89).
En un documento preparado por 300 jóvenes de todo el mundo antes del Sínodo se afirma que “las relaciones en línea pueden llegar a ser inhumanas” y que la inmersión en el mundo virtual ha favorecido “una especie de “migración digital”, es decir, una distancia de la familia, de los valores culturales y religiosos, que lleva a muchas personas a un mundo de soledad” (90).
El Papa presenta a continuación “los migrantes como paradigma de nuestro tiempo”, y recuerda a los muchos jóvenes que participan en la migración. “La preocupación de la Iglesia concierne en particular a quienes huyen de la guerra, de la violencia, de la persecución política o religiosa, de las catástrofes naturales debidas también al cambio climático y a la extrema pobreza” (91): los jóvenes están en busca de una oportunidad, sueño de un futuro mejor. Otros, migrantes, son “atraídos por la cultura occidental, a veces con expectativas poco realistas que los exponen a grandes desilusiones. Traficantes sin escrúpulos, a menudo vinculados a los carteles de la droga y de las armas, explotan la situación de debilidad de los migrantes.... Cabe señalar la especial vulnerabilidad de los immigrantes menores no acompañados.... En algunos países de llegada, los fenómenos migratorios suscitan alarma y miedo, a menudo fomentados y explotados con fines políticos. Se difunde así una mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma, ante la que hay que reaccionar con decisión” (92). Los jóvenes migrantes también experimentan a menudo un desarraigo cultural y religioso (93). Francisco pide, “en particular a los jóvenes, que no caigan en las redes de los que quieren ponerlos en contra de otros jóvenes que vienen a sus países, describiéndolos como sujetos peligrosos” (94).
El Papa habló también de los abusos contra los niños e hizo suyo el compromiso del Sínodo de adoptar medidas rigurosas de prevención y expresó su gratitud “a quienes tienen el valor de denunciar el mal que han sufrido” (99). El Papa recuerda que, “gracias a Dios,” los sacerdotes que han sido culpables de estos “horribles crímenes no son la mayoría, sino que ésta, está formada por aquellos que ejercen un ministerio fiel y generoso”. Pide a los jóvenes, si ven a un sacerdote en peligro porque ha tomado el camino equivocado, que tengan el valor de recordarle su compromiso con Dios y con su pueblo (100).
Sin embargo, el abuso no es el único pecado en la Iglesia. “Nuestros pecados están ante los ojos de todos, se reflejan sin piedad en las arrugas del rostro milenario de nuestra Madre”, pero la Iglesia no recurre a ninguna cirugía estética, “no tiene miedo de mostrar los pecados de sus miembros”. “Recordemos, sin embargo, que no abandonamos a la Madre cuando está herida” (101). Este momento oscuro, con la ayuda de los jóvenes, “puede ser realmente una oportunidad para una reforma de carácter histórico, para abrirse a un nuevo Pentecostés” (102).
Francisco recuerda a los jóvenes que, al igual que en la mañana de la resurrección, ante todas las situaciones oscuras y dolorosas, hay una salida. Y afirma: aunque el mundo digital puede exponernos a muchos riesgos, hay jóvenes que saben ser creativos y brillantes en estas áreas. Como el Venerable Carlo Acutis, que “supo utilizar las nuevas técnicas de comunicación para transmitir el Evangelio” (105), no cayó en la trampa y dijo: “Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”. “No dejes que esto te suceda” (106), advierte el Papa. “No dejen que la esperanza y la alegría les roben, no dejen que les narcoticen y les usen como esclavos de sus intereses” (107), busquen el gran objetivo de la santidad. “Ser joven no sólo significa buscar placeres pasajeros y éxito superficial. Para que los jóvenes alcancen su meta en el camino de la vida, la juventud debe ser un tiempo de donación generosa, de ofrenda sincera” (108). “Si eres joven, pero te sientes débil, cansado o decepcionado, pide a Jesús que te renueve” (109). Pero recordando siempre que “es muy difícil luchar contra... las trampas y tentaciones del diablo y del mundo egoísta si estamos aislados” (110). Por ello se necesita una vida comunitaria.
Capítulo cuarto: “El gran anuncio para todos los jóvenes” (110).
El Papa anuncia a todos los jóvenes tres grandes verdades. La primera: “Dios que es amor” y por tanto “Dios te ama, no lo dudes nunca”. (112) y puedes “arrojarte con seguridad en los brazos de tu Padre divino” (113). Francisco afirma que la memoria del Padre “no es un “disco duro” que registra y archiva todos nuestros datos, su memoria es un tierno corazón de compasión, que se alegra de borrar definitivamente todo rastro de nuestro mal....”. Porque él te ama. Trata de permanecer un momento de silencio dejándote querer por Él” (115). Y su amor es el que “sabe más de ascensos que de caídas, de reconciliación que, de prohibición, de dar nuevas oportunidades que, de condenar, del futuro que del pasado” (116).
La segunda verdad es que “Cristo te salva”. “Nunca olvides que Él perdona setenta veces siete. Vuelve a llevarnos sobre sus hombros una y otra vez” (119). Jesús nos ama y nos salva porque “sólo lo que amamos puede salvarse”. Sólo lo que abrazamos puede ser transformado.
El amor del Señor es mayor que todas nuestras contradicciones, todas nuestras debilidades y todas nuestras mezquindades” (120). Y “su perdón y salvación no son algo que hayamos comprado o debamos adquirir a través de nuestras obras o esfuerzos. Él nos perdona y nos libera libremente” (121). La tercera verdad es que “¡Él vive! “Debemos recordar esto.... porque corremos el riesgo de tomar a Jesucristo sólo como un buen ejemplo del pasado, como un recuerdo, como alguien que nos salvó hace dos mil años. Esto no nos haría ningún bien, nos dejaría como antes, no nos liberaría” (124). Si “Él vive, esto es una garantía de que el bien puede entrar en nuestras vidas…”. Entonces podemos dejar de quejarnos y mirar hacia adelante, porque con Él siempre podemos mirar hacia adelante” (127).
En estas verdades aparece el Padre y aparece Jesús. Y donde están, también está el Espíritu Santo. “Cada día invocas al Espíritu Santo... No pierdes nada y Él puede cambiar tu vida, iluminarla y darle una mejor dirección. No te mutila, no te quita nada, al contrario, te ayuda a encontrar lo que necesitas de la mejor manera” (131).
Capítulo quinto: “Los caminos de la juventud”.
“El amor de Dios y nuestra relación con el Cristo vivo no nos impiden soñar, no nos piden que estrechemos nuestros horizontes. Al contrario, este amor nos estimula, nos estimula, nos proyecta hacia una vida mejor y más bella”.
La palabra “inquietud” resume muchas de las aspiraciones del corazón de los jóvenes”. (138). Pensando en un joven, el Papa ve a aquel que tiene los pies siempre enfrente del otro, dispuesto a salir, a disparar, siempre lanzado hacia delante (139). La juventud no puede seguir siendo un “tiempo suspendido”, porque es la “edad de elección” en el ámbito profesional, social, político y también en la elección de la pareja o en la de tener los primeros hijos. La ansiedad “puede convertirse en un gran enemigo cuando nos lleva a rendirnos porque descubrimos que los resultados no son inmediatos. Los mejores sueños se ganan con esperanza, paciencia y compromiso, renunciando a la prisa. Al mismo tiempo, no debemos bloquearnos ante la inseguridad, no debemos tener miedo de correr riesgos y cometer errores” (142).
Francisco invita a los jóvenes a no observar la vida desde el balcón, a no pasar la vida frente a una pantalla, a no ser reducidos a vehículos abandonados y a no mirar al mundo como turistas: “¡Deja que te escuchen! Aleja los miedos que te paralizan... ¡vive!” (143). Los invita a “vivir el presente” disfrutando con gratitud de cada pequeño don de la vida sin “ser insaciables” y “obsesionados con los placeres sin límite”. (146). En efecto, vivir el presente “no significa lanzarse a una disolución irresponsable que nos deja vacíos e insatisfechos” (147).
“No conocerás la verdadera plenitud de ser joven si... no vives la amistad con Jesús” (150). La amistad con él es indisoluble porque no nos abandona (154). y al igual que con nuestro amigo “hablamos, compartimos las cosas más secretas, con Jesús, también conversamos”. Al orar, “jugamos su juego, dejamos espacio para que él pueda actuar, entrar y ganar”. (155). “No priven a su juventud de esta amistad”, “vivirán la hermosa experiencia de saberse siempre acompañados”, como decían los discípulos de Emaús (156). San Óscar Romero decía: “El cristianismo no es un conjunto de verdades en las que hay que creer, de leyes que hay que observar, de prohibiciones. Esto resulta repugnante. El cristianismo es una persona que me amó tanto como para reclamar mi amor. El cristianismo es Cristo”.
El Papa, hablando de crecimiento y maduración, indica la importancia de buscar “un desarrollo espiritual”, de “buscar al Señor y guardar su Palabra”, de mantener “la “conexión” con Jesús... porque no crecerás en felicidad y santidad sólo con tu fuerza y tu mente” (158). Incluso el adulto debe madurar sin perder los valores de la juventud: “En cada momento de la vida podemos renovar y aumentar nuestra juventud. Cuando comencé mi ministerio como Papa, el Señor amplió mis horizontes y me dio una juventud renovada. Lo mismo le puede suceder a un matrimonio que lleva muchos años casado, o a un monje en su monasterio” (160). Crecer “significa conservar y alimentar las cosas más preciosas que la juventud te da, pero al mismo tiempo significa estar abierto a purificar lo que no es bueno” (161).
“Pero os recuerdo que no serán santos y no se sentirán realizados copiando a los demás”. “deben descubrir quiénes son y desarrollar su manera personal de ser santos” (162). Francisco propone “caminos de fraternidad” para vivir la fe, recordando que “el Espíritu Santo quiere empujarnos a salir de nosotros mismos, a abrazar a los demás. Por eso, es mejor vivir juntos nuestra fe y expresar nuestro amor en una vida comunitaria” (164) que ayude a superar “la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros problemas, en nuestros sentimientos heridos, en nuestras quejas y en nuestra comodidad” (166). Dios “ama la alegría de los jóvenes y los invita sobre todo a la alegría que se vive en la comunión fraterna” (167).
El Papa habló entonces de los “jóvenes comprometidos”, afirmando que a veces pueden correr “el riesgo de encerrarse en pequeños grupos...”. Sienten que están viviendo en amor fraterno, pero quizás su grupo se ha convertido en una simple extensión de su ego. Esto se agrava si la vocación del laico se concibe sólo como un servicio dentro de la Iglesia..., olvidando que la vocación del laico es ante todo caridad en la familia y caridad social o política” (168).
Francisco propone “que los jóvenes vayan más allá de los grupos de amigos y construyan la amistad social, buscando el bien común. La enemistad social destruye. Y una familia es destruida por la enemistad. Una aldea es destruida por la enemistad. El mundo es destruido por la enemistad. Y la mayor enemistad es la guerra. Hoy vemos que el mundo está siendo destruido por la guerra. Porque somos incapaces de sentarnos y hablar” (169).
“El compromiso social y el contacto directo con los pobres siguen siendo una ocasión fundamental para el descubrimiento o la profundización de la fe y el discernimiento de la propia vocación” (170). El Papa cita el ejemplo positivo de los jóvenes de las parroquias, grupos y movimientos que “tienen la costumbre de ir a acompañar a los ancianos y a los enfermos, o a visitar las zonas pobres” (171).
Mientras que “otros jóvenes participan en programas sociales destinados a la construcción de viviendas para personas sin hogar, o a la recuperación de áreas contaminadas, o a la recolección de ayuda para los más necesitados”. Sería bueno que esta energía comunitaria se aplicara no sólo a acciones esporádicas sino de manera estable”.
Los estudiantes universitarios “pueden unirse de manera interdisciplinaria para aplicar sus conocimientos a la resolución de problemas sociales, y en esta tarea pueden trabajar codo con codo con jóvenes de otras Iglesias o de otras religiones” (172). Francisco anima a los jóvenes a comprometerse: “Quiero alentarte a este compromiso, porque sé que «tu corazón, corazón joven, quiere construir un mundo mejor. Sigo las noticias del mundo y veo que tantos jóvenes, en muchas partes del mundo, han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Los jóvenes en la calle. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas del cambio. Ustedes son los que tienen el futuro. Por ustedes entra el futuro en el mundo. A ustedes les pido que también sean protagonistas de este cambio”. Y añade: “sean luchadores por el bien común, sean servidores de los pobres, sean protagonistas de la revolución de la caridad y del servicio, capaces de resistir las patologías del individualismo consumista y superficial”. (174).
Los jóvenes están llamados a ser “misioneros valientes”, testimoniando en todas partes el Evangelio con su propia vida, lo que no significa “hablar de la verdad, sino vivirla” (175). La palabra, sin embargo, no debe ser silenciada: Hay que “Ser capaz de ir contra corriente y saber compartir a Jesús, comunicar la fe que Él te ha dado” (176). ¿A dónde envía Jesús? “No hay límites: nos envía a todos. El Evangelio es para todos y no para algunos. No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos”. Y añade: “Y a ustedes, jóvenes, los quiere como sus instrumentos para derramar luz y esperanza, porque quiere contar con vuestra valentía, frescura y entusiasmo”. (177). Y no se puede esperar que “la misión sea fácil y cómoda” (178).
Capítulo sexto: “Jóvenes con raíces”.
Francisco dice que le duele “ver que algunos proponen a los jóvenes construir un futuro sin raíces, como si el mundo empezara ahora” (179). Si alguien “te hace una propuesta y te dice que ignores la historia, que no atesores la experiencia de los ancianos, que desprecies todo lo que ha pasado y que mires sólo hacia el futuro que te ofrece, ¿no es ésta una forma fácil de atraerte con su propuesta de hacerte hacer solo lo que él te dice? Esa persona necesita que estés vacío, desarraigado, desconfiado de todo, para que puedas confiar sólo en sus promesas y someterte a sus planes. Así funcionan las ideologías de colores diferentes, que destruyen (o de-construyen) todo lo que es diferente y de esta manera pueden dominar sin oposición” (181).
Los manipuladores utilizan también la adoración de la juventud: “El cuerpo joven se convierte en el símbolo de este nuevo culto, por lo que todo lo que tiene que ver con ese cuerpo es idolatrado y deseado sin límites, y lo que no es joven se mira con desprecio. Pero esta es un arma que acaba degradando en primer lugar a los jóvenes”. (182). “Queridos jóvenes, no dejen que usen su juventud para fomentar una vida superficial, que confunde la belleza con la apariencia” (183), porque hay una belleza en el trabajador que vuelve a casa, sucio del trabajo, en la esposa anciana que cuida de su marido enfermo, en la fidelidad de las parejas que se aman en el otoño de la vida.
“Hoy se promueve una espiritualidad sin Dios, una afectividad sin comunidad y sin compromiso con los que sufren, un miedo a los pobres vistos como seres peligrosos, y una serie de ofertas que pretenden hacerles creer en un futuro paradisíaco que siempre se postergará para más adelante” (184).
El Papa invita a los jóvenes a no dejarse dominar por esta ideología que conduce a “auténticas formas de colonización cultural” (185) que erradica a los jóvenes de las afiliaciones culturales y religiosas de las que proceden y tiende a homogeneizarlos transformándolos en “sujetos manipulables en serie” (186).
Lo fundamental es “tu relación con los ancianos”, que ayuda a los jóvenes a descubrir la riqueza viva del pasado, en su memoria. “La Palabra de Dios recomienda que no perdamos el contacto con los ancianos, para que podamos recoger su experiencia” (188). Esto “no significa que debas estar de acuerdo con todo lo que dicen, ni que debas aprobar todas sus acciones”, es “simplemente una cuestión de estar abierto a recoger la sabiduría que se comunica de generación en generación” (190). “Al mundo nunca le ha servido y nunca le servirá la ruptura entre generaciones... Es la mentira que te hace creer que sólo lo nuevo es bueno y bello”. La relación entre generaciones “constituye marcos de referencia para cimentar sólidamente una sociedad nueva. Como dice el refrán: “Si el joven supiese y el viejo pudiese, no habría cosa que no se hiciese”. (191).
Hablando de “sueños y visiones”, Francisco observa: “Si jóvenes y viejos se abren al Espíritu Santo, juntos producen una maravillosa combinación. Los ancianos sueñan y los jóvenes tienen visiones” (192); si “los jóvenes están arraigados en los sueños de los ancianos, logran ver el futuro” (1). (193). Por lo tanto, es necesario “arriesgarse juntos”, caminar juntos jóvenes y viejos: las raíces “no son anclajes que nos atan”, sino “un punto de arraigo que nos permite crecer y responder a nuevos desafíos”. (200).
Capítulo séptimo: “La pastoral juvenil”.
El Papa explica que la pastoral juvenil ha sido asaltada por los cambios sociales y culturales y que “los jóvenes, en sus estructuras habituales, a menudo no encuentran respuestas a sus preocupaciones, a sus necesidades, a sus problemas y a sus heridas” (202). Los mismos jóvenes “son actores de la pastoral juvenil, acompañados y guiados, pero libres para encontrar nuevos caminos con creatividad y audacia”. Necesitamos “hacer uso de la astucia, el ingenio y el conocimiento que los propios jóvenes tienen de la sensibilidad, el lenguaje y los problemas de otros jóvenes”. (203). La pastoral juvenil debe ser flexible, y es necesario “invitar a los jóvenes a acontecimientos que de vez en cuando les ofrezcan un lugar donde no sólo reciban formación, sino que también les permitan compartir sus vidas, celebrar, cantar, escuchar testimonios concretos y experimentar el encuentro comunitario con el Dios vivo” (204).
La pastoral juvenil sólo puede ser sinodal, es decir, capaz de configurar un “camino común”, e implica dos grandes líneas de acción: la primera es la investigación y la segunda el crecimiento.
Para la primera, Francisco confía en la capacidad de los propios jóvenes para “encontrar formas atractivas de invitar”: “Sólo tenemos que estimular a los jóvenes y darles libertad de acción”. Más importante aún es que “cada joven encuentre el valor de sembrar el primer anuncio en esa tierra fértil que es el corazón de otro joven” (210).
Se debe dar prioridad al “lenguaje de la cercanía, el lenguaje del amor desinteresado, relacional, existencial, que toca el corazón”, acercándose a los jóvenes “con la gramática del amor, no con el proselitismo” (211).
En cuanto al crecimiento, Francisco advierte contra proponer a los jóvenes afectados por una intensa experiencia de Dios “encuentros de “formación” en los que sólo se abordan cuestiones doctrinales y morales....”. El resultado es que muchos jóvenes se aburren, pierden el fuego del encuentro con Cristo y la alegría de seguirlo”. (212). Si todo proyecto de formación “debe incluir ciertamente una formación doctrinal y moral”, es igualmente importante “que se centre” en el kerigma, es decir, “la experiencia fundadora del encuentro con Dios a través de Cristo muerto y resucitado” y en el crecimiento “en el amor fraterno, en la vida comunitaria, en el servicio” (213).
Por eso, “la pastoral juvenil debe incluir siempre momentos que ayuden a renovar y profundizar la experiencia personal del amor de Dios y de Jesucristo vivo” (214). Y debe ayudar a los jóvenes “a vivir como hermanos, a ayudarse unos a otros, a hacer comunidades, a servir a los demás, a estar cerca de los pobres” (215).
Las instituciones de la Iglesia deben, por tanto, convertirse en “ambientes adecuados”, desarrollando “la capacidad de acogida”: “En nuestras instituciones debemos ofrecer a los jóvenes lugares apropiados, que puedan manejar a su antojo y donde puedan entrar y salir libremente, lugares que los acojan y a los que puedan acudir espontánea y confiadamente para encontrarse con otros jóvenes tanto en momentos de sufrimiento o de aburrimiento, como cuando deseen celebrar sus alegrías” (218).
Francisco describe entonces “la pastoral de las instituciones educativas”, afirmando: “La escuela es sin duda una plataforma para acercarse a los niños y a los jóvenes”, pero la escuela tiene “una urgente necesidad de autocrítica”. Y recuerda que “hay algunas escuelas católicas que parecen estar organizadas sólo para preservación. La escuela transformada en un “búnker” que protege de los errores “fuera” es la expresión caricaturesca de esta tendencia”.
Cuando los jóvenes salen, sienten “una discrepancia insuperable entre lo que han enseñado y el mundo en el que se encuentran viviendo”. Mientras que “una de las mayores alegrías de un educador consiste en ver a un alumno que se constituye como una persona fuerte, integrada, protagonista y capaz de dar” (221). La formación espiritual no puede separarse de la formación cultural: “Ésta es vuestra gran tarea: responder a los coros paralizantes del consumismo cultural con opciones dinámicas y fuertes, con la investigación, el conocimiento y el compartir” (223). Entre las “áreas de desarrollo pastoral”, el Papa indica las “expresiones artísticas” (226), la “práctica del deporte” (227) y el compromiso con la protección de la creación (228).
Necesitamos “una pastoral juvenil popular”, “más amplia y flexible, que estimule, en los distintos lugares en los que se mueven concretamente los jóvenes, a aquellos guías naturales y a aquellos carismas que el Espíritu Santo ya ha sembrado entre ellos.
En primer lugar, se trata de no poner tantos obstáculos, normas, controles y marcos obligatorios en el camino de los jóvenes creyentes que son líderes naturales en los barrios y en los diferentes entornos. Debemos limitarnos a acompañarlos y estimularlos” (230).
Al exigir “una pastoral juvenil aséptica, pura, caracterizada por ideas abstractas, alejada del mundo y preservada de toda mancha, reducimos el Evangelio a una propuesta insípida, incomprensible, distante, separada de las culturas juveniles y apta sólo para una élite juvenil cristiana que se siente diferente, pero que en realidad flota aislada, sin vida ni fecundidad” (232).
Francisco nos invita a ser “una Iglesia con las puertas abiertas”, y “ni siquiera es necesario aceptar completamente todas las enseñanzas de la Iglesia para participar en algunos de nuestros espacios dedicados a los jóvenes”. (234)
“También debe haber lugar para todos aquellos que tienen otras visiones de la vida, profesan otras creencias o se declaran extraños al horizonte religioso” (235). El icono de este enfoque nos lo ofrece el episodio evangélico de los discípulos de Emaús: Jesús los interroga, los escucha pacientemente, los ayuda a reconocer lo que viven, a interpretar a la luz de la Escritura lo que han vivido, acepta quedarse con ellos, entra en su noche. Son ellos mismos los que deciden reanudar sin demora el viaje en la dirección opuesta (237).
“Siempre misioneros”. Para que los jóvenes se conviertan en misioneros no es necesario hacer “un largo camino”: “Un joven que peregrina para pedir ayuda a la Virgen e invita a un amigo o a un compañero a acompañarlo, con este sencillo gesto está llevando a cabo una preciosa acción misionera” (239).
La pastoral juvenil “debe ser siempre una pastoral misionera” (240). Y los jóvenes necesitan ser respetados en su libertad, “pero también necesitan ser acompañados” por adultos, empezando por la familia (242) y luego por la comunidad. “Esto implica que los jóvenes sean mirados con comprensión, estima y afecto, y no que sean continuamente juzgados o que se les exija una perfección que no corresponde a su edad” (243).
Faltan personas experimentadas, dedicadas al acompañamiento (244) y “algunas jóvenes perciben una falta de referentes femeninos en la Iglesia” (245).
Lo que esperan de un tutor de pastoral juvenil es que “sea un auténtico cristiano comprometido con la Iglesia y con el mundo; que busque constantemente la santidad; que comprenda sin juzgar; que sepa escuchar activamente las necesidades de los jóvenes y pueda responderles con gentileza; que sea muy bondadoso, y consciente de sí mismo; que reconozca sus límites y que conozca la alegría y el sufrimiento que todo camino espiritual conlleva. Una característica especialmente importante en un mentor, es el reconocimiento de su propia humanidad. Que son seres humanos que cometen errores: personas imperfectas, que se reconocen pecadores perdonados”. (246). Deben saber cómo “caminar juntos” con los jóvenes respetando su libertad.
Capítulo octavo: “Vocación”.
“Lo fundamental es discernir y descubrir que lo que Jesús quiere de cada joven es sobre todo su amistad” (250). La vocación es una llamada al servicio misionero de los demás, “porque nuestra vida en la tierra alcanza su plenitud cuando se convierte en ofrenda” (254).
“Para realizar nuestra vocación es necesario desarrollarnos, hacer crecer y cultivar todo lo que somos. No se trata de inventarse, de crearse de la nada, sino de descubrirse a la luz de Dios y de hacer florecer el propio ser” (257). Y “este “ser para los demás” en la vida de cada joven está normalmente ligado a dos cuestiones fundamentales: la formación de una nueva familia y el trabajo” (258).
En cuanto al “amor y la familia”, el Papa escribe que “los jóvenes sienten fuertemente la llamada al amor y sueñan con encontrar a la persona adecuada con la que formar una familia” (259), y el sacramento del matrimonio “envuelve este amor con la gracia de Dios, enraizándolo en Dios mismo” (260). Dios nos creó sexualmente, él mismo creó la sexualidad, que es su don, y por lo tanto “no hay tabúes”. Es un don que el Señor da y “tiene dos objetivos: amarse unos a otros y generar vida”. Es una pasión.... El verdadero amor es apasionado” (261).
Francisco observa que “el aumento de las separaciones, de los divorcios... puede causar grandes sufrimientos y crisis de identidad en los jóvenes. A veces tienen que asumir responsabilidades que no son proporcionales a su edad” (262). A pesar de todas las dificultades, “quiero decirles.... que vale la pena apostar por la familia y que en ella encontrarán los mejores incentivos para madurar y las mejores alegrías para compartir. No dejes que te roben la oportunidad de amar seriamente” (263). “Creer que nada puede ser definitivo es un engaño y una mentira... Les pido que sean revolucionarios, les pido que vayan contra corriente” (264).
En cuanto al trabajo, el Papa escribe: “Invito a los jóvenes a no esperar vivir sin trabajo, dependiendo de la ayuda de los demás. Esto no es bueno, porque “el trabajo es una necesidad, es parte del sentido de la vida en esta tierra, del camino hacia la madurez, el desarrollo humano y la realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre un remedio temporal para las emergencias” (269).
Después de observar cómo los jóvenes experimentan, en el mundo del trabajo, formas de exclusión y de marginación (270), afirma con respecto al desempleo juvenil: “Es una cuestión... que la política debe considerar prioritaria, sobre todo hoy en día, cuando la velocidad del desarrollo tecnológico, junto con la obsesión por reducir los costes laborales, puede llevar rápidamente a la sustitución de innumerables puestos de trabajo por maquinaria” (271). Y a los jóvenes les dice: “Es verdad que no puedes vivir sin trabajo y que a veces tendrás que aceptar lo que encuentras, pero nunca renunciar a tus sueños, nunca enterrar definitivamente una vocación, nunca renunciar” (272).
Francisco concluye este capítulo hablando de “vocaciones a una consagración especial”. En el discernimiento de una vocación no se debe excluir la posibilidad de consagrarse a Dios....”. ¿Por qué excluirlo? Ten la certeza de que si reconoces una llamada de Dios y la sigues, será lo que dé plenitud a tu vida” (276).
Capítulo noveno: “El discernimiento”.
El Papa recuerda que “sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en títeres a merced de las tendencias del momento” (279). “Una expresión de discernimiento es el compromiso de reconocer la propia vocación. Es una tarea que requiere espacios de soledad y silencio, porque es una decisión muy personal que nadie más puede tomar en nuestro lugar” (283). “El don de la vocación será, sin duda, un don exigente. Los dones de Dios son interactivos, y para disfrutarlos hay que ponerse en juego, hay que arriesgarse” (289).
Se requieren tres sensibilidades de quienes ayudan a los jóvenes en su discernimiento. La primera es la atención a la persona: “se trata de escuchar al otro que se nos da a sí mismo con sus propias palabras” (292).
La segunda consiste en discernir, es decir, “se trata de captar el punto correcto en el que se discierne la gracia de la tentación” (293). La tercera consiste “en escuchar los impulsos que el otro experimenta “adelante”.
Es la escucha profunda de “donde el otro realmente quiere ir”““. (294). Cuando uno escucha al otro de esta manera, “en algún momento debe desaparecer para dejar que siga el camino que ha descubierto. Desaparecer como el Señor desaparece de la vista de sus discípulos” (296). Debemos “despertar y acompañar los procesos, no imponer caminos”. Y estos son procesos de personas que siempre son únicas y libres. Por eso es difícil crear libros de cocina” (297).
La exhortación concluye con “un deseo” del Papa Francisco: “Queridos jóvenes, me alegrará verles correr más rápido que los que son lentos y temerosos. Corran y sean atraídos por ese rostro tan amado, que adoramos en la Sagrada Eucaristía y reconocemos en la carne de nuestro hermano que sufre.... La Iglesia necesita de su impulso, de sus intuiciones, de su fe... Y cuando lleguen a donde todavía no hemos llegado, tengan la paciencia de esperar por nosotros”. (299).