Esta tarde a las 17.30 en la Sala Regia del Palacio Apostólico, ha tenido lugar una celebración penitencial durante la cual S.E. Mons. Philip Naameh, arzobispo de Tamale y presidente de la conferencia episcopal de Ghana ha pronunciado la homilía que publicamos a continuación:
Publicamos a continuación el texto preparado por S.E. Mons. Naameh:
Homilía
Queridos hermanos, queridas hermanas:
El Evangelio del Hijo Pródigo es bien conocido por nosotros. A menudo lo hemos relatado, y a menudo hemos predicado sobre ello. Casi se da por sentado en nuestras asambleas y comunidades, para dirigirse a los pecadores y animarlos a arrepentirse. Tal vez ya lo hacemos tan rutinariamente que olvidamos algo importante. Nos olvidamos fácilmente de aplicar esta escritura a nosotros mismos, para vernos como somos, es decir, como hijos pródigos.
Al igual que el hijo pródigo del Evangelio, también nosotros hemos exigido nuestra herencia, la hemos recibido, y ahora estamos ocupados desperdiciándola. La actual crisis de abusos es una expresión de ello. El Señor nos ha confiado la gestión de los bienes de la salvación, confía en que cumpliremos su misión, proclamaremos la Buena Nueva y ayudaremos a establecer el reino de Dios. Pero, ¿qué hacemos? ¿Hacemos justicia a lo que se nos ha confiado? Sin duda, no podremos responder a esta pregunta con un sí sincero. Con demasiada frecuencia hemos callado, hemos mirado para otro lado, hemos evitado los conflictos, hemos sido demasiado petulantes para enfrentarnos a los lados oscuros de nuestra Iglesia. De este modo, hemos derrochado la confianza depositada en nosotros, especialmente en lo que se refiere a los abusos en el ámbito de la responsabilidad de la Iglesia, que es ante todo nuestra responsabilidad. No hemos brindado a las personas la protección a la que tienen derecho, hemos destruido las esperanzas y las personas han sido vejadas masivamente tanto en cuerpo como en alma.
El hijo pródigo en el Evangelio lo pierde todo, no solo su herencia, sino también su estatus social, su buena posición, su reputación. No debemos sorprendernos si sufrimos un destino similar, si la gente habla mal de nosotros, si hay desconfianza hacia nosotros, si algunos amenazan con retirar su apoyo material. No debemos quejarnos de ello, sino preguntarnos qué debemos hacer de forma diferente. Nadie puede eximirse, nadie puede decir: pero yo personalmente no he hecho nada malo. Somos una fraternidad, somos responsables no solo de nosotros mismos, sino también de todos los demás miembros de nuestra fraternidad, y de la fraternidad en su conjunto.
¿Qué debemos hacer de forma diferente y por dónde empezar? Miremos de nuevo al hijo pródigo en el Evangelio. Para él la situación empieza a mejorar cuando decide ser muy humilde, realizar tareas muy sencillas, y no exigir ningún privilegio. Su situación cambia a medida que se reconoce a sí mismo, admite haber cometido un error, se lo confiesa a su padre, habla abiertamente de ello y está dispuesto a aceptar las consecuencias. De este modo, el Padre experimenta una gran alegría por el regreso de su hijo pródigo y facilita la aceptación mutua de los hermanos.
¿Podemos nosotros también hacer esto? ¿Estamos dispuestos a hacerlo? La reunión actual revelará esto, debe revelar esto, si queremos mostrar que somos hijos dignos del Señor, nuestro Padre Celestial. Como hemos escuchado y debatido hoy y en los dos días anteriores, esto incluye asumir responsabilidades, demostrar que rendimos cuentas y establecer transparencia.
Tenemos un largo camino por delante para aplicar todo esto de forma sostenible y adecuada. Hemos hecho diferentes progresos, y hemos alcanzado diferentes velocidades. La reunión actual fue solo un paso entre muchos. No debemos creer que solo porque hayamos empezado a cambiar algo juntos, todas las dificultades han sido eliminadas. Como el hijo que regresa a casa en el Evangelio, todavía no se ha logrado todo, al menos, todavía tiene que ganarse a su hermano de nuevo. También debemos hacer lo mismo: ganarnos a nuestros hermanos y hermanas en las asambleas y comunidades, recuperar su confianza y restablecer su voluntad de cooperar con nosotros, para contribuir a establecer el reino de Dios.