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Visita del cardenal Secretario de Estado a Irak: misa en la catedral sirio-católica de Altahera en Qaraqosh, 28.12.2018

Publicamos a continuación el texto de la homilía que el cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin ha pronunciado esta mañana durante la santa misa celebrada en la catedral sirio-católica de Altahera en Qaraqosh con Su Beatitud Ignatius Joseph III Younan, Patriarca de los siro-católicos, y  SE. Mons. Yohanna Petros Mouche, arzobispo siro-católico de Mosul, durante su visita a Irak en Navidad (24 al 28 de diciembre):

Homilía del Secretario de Estado

Su Beatitud Ignace Yousif III Younan, Patriarca de Antioquía de los sirios,
Su Excelencia Mons. Yohanna Petros Mouche,
Su Excelencia Mons. Ephrem Yousif Abba
Queridos sacerdotes
Religiosas y religiosas
Distinguidas autoridades
Queridas hermanas y hermanos en Cristo

Me alegra mucho haber venido a esta histórica ciudad de Qaraqosh, de la que tanto hemos oído hablar en los últimos años, por las noticias trágicas que llegaban de este frente de guerra. El Santo Padre me ha pedido que os trajera sus saludos y su bendición apostólica, y que os asegure que os lleva en su corazón y os recuerda cada día en sus oraciones.

También es motivo de gran alegría estar aquí reunidos para la celebración de la Eucaristía en torno a este altar, que se ha convertido en símbolo de vuestro sufrimiento, que, unido al sacrificio de Cristo, se convierte en fuente de paz y salvación para el mundo.

Estamos en una ciudad donde, desde tiempos antiguos, la comunidad cristiana siempre ha vivido la fe con intensidad, incluso en medio de dificultades de todo tipo y persecuciones. Tampoco a vosotros se os han ahorrado  la tribulación, la injusticia, la traición y la destrucción de lo más sagrado que teníais como esta catedral. La Iglesia y el mundo entero han presenciado con incredulidad y horror los eventos del verano de 2014, cuando de un día para otro os visteis  obligados a abandonar todo y huir de vuestros hogares. Con gran ejemplaridad no habéis renegado de vuestra fe. También vosotros, como la sagrada familia de Nazaret, emprendisteis el camino del exilio para salvar las vidas de vuestros hijos, la esperanza del futuro.

Pero en el plan salvífico de Dios, vuestros sacrificios no serán infructuosos. Lo mismo que no ha sido estéril el  testimonio de tantos mártires que, desde los primeros siglos del cristianismo, han mojado esta tierra con su sangre, viviendo la fe heroicamente y hasta el final. Ciertamente han sido un ejemplo y un estímulo para vosotros, en particular san Behnam, a quien tanto amáis  y veneráis no solo en la liturgia, sino también en la vida cotidiana. Él, junto con su hermana santa Sara y sus compañeros, son testigos del hecho de que nada puede separarnos del amor de Cristo (véase Rom 8:35).

La contemplación de este amor misericordioso de Dios que se hizo carne por nosotros nos invita cada año a dar una respuesta coherente, siguiendo las huellas de tantos discípulos de Cristo. Hoy como ayer aparecen las tinieblas  del rechazo de la vida, pero brilla todavía más la luz del amor, que vence el odio e inaugura un mundo nuevo (ver Papa Francisco, Ángelus, 26 de diciembre de 2015).

La respuesta cristiana al don de la filiación divina pasa por el perdón. Y precisamente la palabra de Dios que acabamos de escuchar nos muestra la importancia del perdón y la esperanza que nace de la fe en la construcción de un mundo nuevo.

Nos preguntamos entonces, ¿por qué tengo que perdonar? ¿Por qué tengo que cancelar las deudas? La respuesta es muy simple: porque Dios lo hace. Y vivir el perdón, acerca el hombre a Dios. A través del perdón vencemos el mal con el bien, transformamos el odio en amor y, por lo tanto, hacemos el mundo más limpio. Vosotros sois expertos en el perdón. Es conmovedor saber que muchos han perdonado a quienes les han hecho daño.

El progreso en la fe implica en primer lugar recibir el perdón de Dios. En efecto, cada vez que somos perdonados, nuestros corazones renacen, nacemos de nuevo. Por lo cual una vez perdonados, nosotros también podemos perdonar y amar. Con su perdón, Dios sana las heridas de nuestro corazón y nos regenera en el amor.

Sin embargo, el Papa Francisco nos recuerda que perdonar no es una algo fácil, sino que siempre es muy difícil. "¿Cómo podemos imitar a Jesús? ¿Por dónde comenzar para disculpar las pequeñas o grandes ofensas que sufrimos cada día? Ante todo por la oración, como hizo Esteban. Se comienza por el propio corazón: podemos afrontar con la oración el resentimiento que experimentamos, encomendando a quien nos ha hecho el mal a la misericordia de Dios: «Señor, te pido por él, te pido por ella». Después se descubre que esta lucha interior para perdonar purifica del mal y que la oración y el amor nos liberan de las cadenas interiores del rencor. "(Papa Francisco, Ángelus, 26 de diciembre de 2015).

Queridísimos  hermanos y hermanas,

Que el dolor y la violencia que habéis sufrido nunca se conviertan en rencor y que el pesado yugo del odio nunca caiga sobre vuestros hombros.

El perdón es la base de la reconciliación. "Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. (...) Él nos da la gracia para hacerlo "(Papa Francisco, Homilía en la santa misa en Seúl, 18 de agosto de 2014). El perdón y la reconciliación tienen un gran valor social. Por lo tanto,  vosotros estáis llamados a ofrecer vuestra valiosa contribución no solo a la Iglesia sino a toda la sociedad, como artífices de reconciliación y de paz, testigos del amor y del perdón, fuente de bien y bendición para todos.

Pedir y dar perdón empezando por nuestros propios hogares, por nuestras familias, dentro de los presbiterios y parroquias, debe ser el signo tangible de nuestro ser cristianos que, junto con la unidad y la concordia entre los miembros de la misma comunidad, puedan convertirse en testimonio vivo de este mundo perturbado por las divisiones y la violencia. Pero nada de esto, queridos hermanos, será posible sin el apoyo de una fe que se vive plenamente en el nombre del amor.

Vuestra fidelidad a Cristo en estos años de duras pruebas ha sido conocida en toda la Iglesia y vuestro ejemplo ha ayudado a despertar la fe de muchos cristianos que se habían adormecido y asentado en una cultura mundana donde casi no hay espacio para Dios. Sabed que la Iglesia os  ha apoyado constantemente con la oración y la caridad. Permitidme expresar mi más sincero agradecimiento a las numerosas organizaciones caritativas que trabajan diariamente para satisfacer las necesidades de vuestra gente y aliviar el sufrimiento de quienes más lo necesitan, no solo con la ayuda material, sino también con muchos voluntarios, algunos de los cuales están presentes aquí.

Muchas gracias, queridos amigos.

Queridos hermanos y hermanas:

Después del tiempo de la prueba, la Sagrada Familia regresó a Nazaret. También para vosotros, comienza el regreso del exilio. Felizmente en vuestra ciudad de Qaraqosh y en otras aldeas de la llanura de Nínive, se están reconstruyendo casas y muchos de vosotros ya han vuelto. Esto es  fuente de alegría y esperanza para la Iglesia universal y para vuestro país. Sin embargo, la tarea más ardua no es la reconstrucción material, sino la reconstrucción de la confianza, la reconstrucción del tejido social desgarrado por las traiciones, el resentimiento y el odio. Aquí está vuestra vocación y vuestra misión: está en juego la fidelidad a vuestras raíces y la construcción de un futuro mejor para vuestros hijos.

Reitero una vez más lo importante que es la presencia de los cristianos en Oriente Medio. Sois la presencia de Jesús. Tenéis una misión insustituible y muy importante. Por lo tanto, os exhorto a continuar viviendo vuestra fe y vuestra misión con fidelidad y gratitud, con confianza y esperanza en esta tierra donde comenzó la historia de la salvación, que continúa hoy a través de vosotros. ¡Valor, no tengáis miedo, levantaos con pies firmes y recomenzad vuestra  vida porque el mal no tiene la última palabra ni sobre vuestro destino ni sobre vuestro futuro en esta tierra histórica de vuestros Padres!

¡Qué en este tiempo bendito de la Navidad del Señor, el tierno poder del Niño Jesús nos enseñe a recorrer el camino del amor y la humildad! Queridos amigos, os deseo todos los dones de la unidad, de la reconciliación y de la paz. Que la Sagrada Familia de Nazaret os fortalezca en la fe y os sostenga con esperanza, os haga crecer en la caridad,  os acompañe y os proteja. Que así sea.